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miércoles, 20 de febrero de 2019

La ejecución de Josefa.

Sería en 1896, tres años después del crimen, cuando tuvo lugar la última ejecución pública en España, concretamente en pleno corazón de la ciudad de Murcia.

       

  El suceso, que impactó a todos los habitantes de la ciudad, acaeció en la casa de huéspedes La Perla de Murcia, que se encontraba en la calle Porche de San Antonio, detrás de San Bartolomé. La protagonista de la historia, Josefa Gómez de 32 años, regentaba dicha pensión, y fue detenida por el envenenamiento de su marido, Tomás Huertas que junto a ella dirigía el negocio, y de una criada, Francisca Griéguez, de 13 años.   

  En La Perla se hospedó durante algún tiempo Vicente del Castillo, de 36 años, quien a menudo tomaba estricnina porque padecía del estómago. El 8 de diciembre de 1893, Tomás bebió una taza de café de puchero,  antes de dirigirse al Teatro Romea. Nunca lo alcanzó. A los pocos minutos regresó agonizante. La criada, que también había tomado café, caía fulminada. Los médicos hallaron los cuerpos ennegrecidos y desfigurados, apenas reconocibles.

  Josefa fue detenida tras el primer interrogatorio. Confesó que Vicente le había aconsejado administrar a su marido cierta cantidad de estricnina “para calmarle los celos y el gusto por el juego”. Otra criada declararía que, el día de autos, Josefa le ordenó tirar una botella al pozo y reveló que su ama mantenía relaciones con Vicente.     

  Ella lo negó hasta su triste final, aunque reconoció que él si le había hecho propuestas indecorosas.  Josefa fue acusada de parricidio y asesinato, lo que le valió la pena de muerte, y Vicente, como cómplice de dos asesinatos, fue condenado cadena perpetua.     

  El intrincado juicio y el desamparo en que iban a quedar el hijo y la hija de Josefa hizo reaccionar a la sociedad murciana, que se lanzó a la calle para pedir el perdón para la condenada.   

  El 23 de octubre de 1896, Martínez Tornel publicaba la noticia de que no habría indulto para la mujer, quien en su celda se negaba a comer. Caían en saco roto las “súplicas de perdón y clemencia de todas las autoridades, de todas las corporaciones, de todas las personas de valía e influencia”. La sociedad murciana estaba indignada. Incluso desde Cartagena se trasladaron 40 soldados de infantería para mantener el orden en las calles. 

  El 28 de octubre llegó desde Valencia el verdugo. Su anterior profesión era la de carpintero. Los ciudadanos llenaron calles y plazas para increparlo. Nadie en la estación de trenes se ofreció a coger su maletín y no hubo carruajes dispuestos a trasladarlo. Entró a pie en la ciudad, escoltado por cinco guardias civiles y varios soldados, que no evitaron que alguien le lanzara alguna piedra al cruzar el Puente Viejo.   

  Las protestas arreciaron hasta el extremo de que el verdugo dirigió un telegrama al Consejo de ministros: “En vista del triste espectáculo que Murcia presenciará, y sin que esto signifique apocamiento de mi ánimo, pido el indulto a la desventurada rea”. 

  En la Central de Telégrafos establecieron contacto permanente con Madrid por si se concedía esta gracia, los párrocos también se movilizaron para acompañar a Josefa en la cárcel durante el día y la noche que le restaban de vida.     

  El Ayuntamiento de Murcia se reunió en sesión extraordinaria para forzar el indulto. Incluso acordaron constituir el Consistorio permanente hasta el instante de la ejecución. Poco después, el gobernador recibe al Ayuntamiento en pleno y envía un nuevo telegrama al presidente, Cánovas del Castillo. La respuesta es desoladora: “La horrible frecuencia con que se cometen crímenes como el de Josefa Gómez impiden al Gobierno aconsejar su indulto. Se cumplirá por tanto la Ley”.     

  El día de su ejecución, Josefa fue trasladada al patíbulo en una carreta. Todos los comercios cerraron en señal de luto. Unos 12.000 murcianos la acompañaban. Sus últimas palabras fueron para el párroco de San Antolín, que le preguntó si daba por bien empleados los sufrimientos pasados en esta vida: “Yo no he sufrido nada comparado con lo que han de sufrir aquellos que no han querido de mi salvación”, respondió ella.

       

  Hay quien dice que todavía cada 29 de octubre en la plaza Ronda de Garay de la ciudad de Murcia, Josefa vuelve a sufrir su terrible y trágico final

La cruz de Caravaca

Mayo es el mes en el que la localidad murciana de Caravaca de la Cruz, se transforma en una enorme fiesta en la que todos sus habitantes se vuelcan en las calles y donde los que vienen de fuera se sienten como en su propia casa. Se trata de una celebración en la cual la cruz de Caravaca toma una especial, más si cabe, importancia.

 

  Por desgracia, la cruz venerada no es la auténtica, ya que esta fue robada en extrañas circunstancias en el año 1934. Y que contenía un gran pedazo de la cruz en la que, supuestamente, fue crucificado Jesús. La actual, réplica de la primera, sólo contiene lo que serían unas pocas astillas de dicha reliquia.

  La tradición nos hace remontarnos hasta el s.XII, concretamente al 1232. El escenario, el castillo de Caravaca. En el que se instaló el sayid almohade Abu-Zeit.

  Entre los prisioneros cristianos del sayid, se hallaba un sacerdote llamado Gines Pérez de Chirinos que, al ser preguntado por su oficio, vino a responder que "lo suyo era decir misa".

  Esta original respuesta llamó la atención del sayid, que le pidió que hiciera esta ceremonia para tener conocimiento de un ritual que se le antojaba extraño. El sacerdote dijo que sin los elementos oportunos no era posible llevar a cabo el oficio, por lo que solicitó todo aquello necesario olvidándose de algo de vital importancia, una cruz.

  Llegado el momento y ante el sayid, Chirinos se percató de tal descuido provocando en él un profundo desconsuelo que se recoge en este texto:

  “...Señor, una de las cosas mejores (más importantes) para decir misa me falta (mengua) y dijo el rey: que cosa es; Y dijo el clérigo: Señor, la cruz (y) es hecha de (esta) manera, y con sus dedos hizo la figura de la cruz (figuró), y entonces el rey miró hacia el altar y vio la Santa Vera Cruz y dijo ¿es esta que esta en el altar? Y entonces el clérigo miro hacia el altar y tomo la cruz y comprendió que esto era un gran milagro que venía de Dios...”.

  Este hecho, milagroso o increíble, hizo cambiar la mentalidad del sayid, propiciando su conversión, la de toda su familia y siervos.

  Pero es que según la tradición, la misteriosa cruz, no sólo se habría materializado por arte de magia, sino que le habría desparecido a su propietario ante varios testigos y traída por dos “Ángeles” hasta Caravaca. Según la tradición el lignum crucis que Santa Elena, madre del emperador Constantino, formo ensamblando cinco trozos del madero de la crucifixión de Jesús y que regalo al patriarca Roberto, el primer obispo que tuvo Jerusalén, fue la cruz que apareció en Caravaca. Cuando el patriarca estaba a punto de coronar al emperador Federico unos “Ángeles” bajaron del cielo y le arrebataron sin más vuelta de hoja la cruz, haciéndola aparecer en Caravaca.

  Aunque, no obstante, existe otra teoría más aceptada para justificar la presencia de la cruz en la localidad murciana.

  Habrían sido los templarios los que, a petición del todavía príncipe Alfonso X el Sabio, la trasladaron desde la iglesia de Veracruz de Segovia en 1234. Recibiendo también el encargo por parte del príncipe la defensa militar de la zona.

  Aunque cierto es, no se sabe con seguridad el año en el que los templarios se hicieron cargo del castillo y de la cruz, algunos autores sostienen que fue en 1244.

  No obstante, aunque exista un ligero baile de fechas, la presencia templaria es un hecho cierto, como queda demostrado en el símbolo cristiano presente en la fachada del castillo.

  La popular fiesta conocida como “los caballeros del vino” proviene en realidad de la época templaria y de un hecho histórico acaecido cuando los moros sitiaban la localidad.

  La historia cuenta que pasó largo tiempo sin que los soldados moros se fueran, y las aguas del aljibe de la fortaleza empezaron a descomponerse. Fue así que salieron del castillo a caballo atravesando todo el cerco para llegar a un paraje conocido como “el campillo”, llenaron de vino todos los pellejos (utilizado antiguamente para contener líquidos) que podían transportar, y volvieron a cruzar todo el trayecto de subida al castillo. Bañaron en vino la santa reliquia y bebieron de ella recuperando las fuerzas para sostener la defensa.

  Como decíamos al principio la cruz que hoy podemos contemplar no es la auténtica, que fue robada del santuario en 1934. Quién la robo y porqué, sigue siendo un misterio, cómo su actual paradero. Lo cierto es, que este hecho ha suscitado todo tipo de opiniones, entre ellas, que se trató de un robo templario. Modernos caballeros de la Orden del Temple, que la habrían puesto a buen recaudo en previsión de la guerra que estaba por comenzar en España.

 

  Lo cierto es, que todo lo relativo a la cruz está envuelto de misterio, como se demuestra en el hecho que el juez instructor del caso tras recibir amenazas de muerte abandonara el caso. Su suplente, Manuel Martínez Alcaina, fue asesinado de un disparo. Pero eso son otras cuestiones que veremos más adelante.

La legendaria cadena de la catedral

Según cuenta el Fundamentum Ecclesiae Carthaginiensis, la primera piedra de la catedral de Murcia se colocó una mañana del mes de enero de 1394, justamente en la capilla central de la girola. Se iniciaba así una construcción que duraría varios siglos y aportaría a la misma diversos estilos que la han hecho una obra ecléctica. Y de toda esa colosal construcción, nos va a ocupar de una parte muy pequeña, pero no por ello menos significativa.

       

  Como un centinela de la historia, la enigmática cadena de la Catedral permanece ligada a este edificio, como parte propia de su historia. Se podría decir que casi ha sido más veces noticia por sus desprendimientos que por su origen, aún incierto en lo que a su autor se refiere. Pero allí se mantiene, abrazando a la Capilla de los Vélez, observando impasible a generaciones de murcianos.

       

  La capilla pertenece al último periodo del gótico, denominado gótico flamígero, la exageración del gótico florido. Fue construida a expensas de Don Juan Chacón, Adelantado del Reino de Murcia y Señor de Cartagena y concluida por su hijo, Don Pedro Fajardo, marqués de los Vélez, a comienzos del siglo XVI. Cualquiera puede leer la inscripción que así reza en la capilla. De la obra escribiría Baquero Almansa que “la piedra no parece tallada a golpe, sino sólo a dedos o palillos, como si fuera cera”.

       

  Si el interior es una exuberante labor de talla que lo cubre todo, en el exterior se consiguió un efecto de severa magnificencia, donde predominan las superficies desnudas. Así, de forma decagonal y en diferentes alturas, campean los escudos de los Fajardos y los Chacones, circundados por la cadena. Según la tradición fue tallada en una sola pieza y al autor de esta maravilla arquitectónica le costó muy cara su maestría. La leyenda mantiene que fue degollado para evitar que construyera otra cadena semejante. En cambio, hay autores que mantienen, con igual contundencia y mismos argumentos, mínimos, que al desdichado le extirparon los ojos.

       

  La leyenda del castigo injusto al anónimo artesano de la cadena está tan arraigada en la mentalidad popular que ya durante el siglo XIX se hacían eco de ella los periódicos regionales. El Diario de Murcia, en una edición de octubre de 1884, se burlaba de la costumbre del murciano de mantener viva la fábula. De paso, señalaba que la obra “no tiene gran mérito artístico, pero sí supone cierta grandiosidad respecto del pensamiento del autor. El vulgo, sin embargo, le da mucho mérito”.

       

  Bernardo Espinalt, en su obra Atlante Español, cuyo primer tomo se publicó en 1778, recogió una descripción de la cadena, que “tiene doscientas varas de longitud y es gruesa como el cuerpo de un hombre, la cual es el embeleso de los extranjeros”. Casi copia la descripción que hiciera Álvarez de Toledo, X marqués de los Vélez, durante el viaje a sus posesiones de los reinos de Granada y Murcia (Octubre, 1769-Enero 1770): “Está adornada con varios escudos de las casa y la circunda una cadena maravillosa de piedra que es el embeleso de cuantos la ven”.

       

  Leyenda sobre leyenda, durante siglos se ha mantenido que la cadena fue tallada en un sólo bloque y que nadie conoce su principio ni su final. 

¿Se perdio el Cid en Molina de Segura?

Puede que el título nos empuje a dejarnos llevar por la broma, por la sorna. Pero les ruego que contengan la risa. Aprieten las mandíbulas y digieran el argumento que a continuación les expongo.

       

  El segundo destierro del Cid, después del de Santa Gadea (casi apócrifo destierro) tuvo mucho que ver con tierras murcianas. Aledo y Molina de Segura. Sucedió aproximadamente en 1089. El rey castellano, antes leonés, Alfonso VI, ha decidido ir en ayuda de su paladín García Jiménez, que resiste en pleno corazón de Xarq-al-Andalus, al frente de una corta mesnada, guarnecido en un castillo, el de Aledo. Con base en él, causa estragos por toda la comarca del Guadalentín.

       

  Desde Toledo baja Alfonso, buscando Hellín como punto de encuentro. Desde Zaragoza, hasta Játiva y Onteniente, desciende por el mapa Rodrigo Ruy Díaz, el de Vivar. Ambos andan cerca, pero no se encuentran. Cuando el rey ha llegado hasta la misma Aledo, a la que rodean todas las taifas musulmanas y aun los magrebíes de Yusuf, sucede que el paladín castellano, lo está esperando en Molina de Segura.

       

  Cabe conjeturar que Alfonso llegó a través de Sierra Espuña, por extraño que parezca, pues toda la zona de llanura, desde Múrsya a Lorca se hallaba tomado por la hueste moruna que cercaba a García Jiménez. Mientras que parece ser que el Cid esperaba en lo bajo del valle, junto a Múrsiya, en Molina, refuerzos para acudir por el mismo llano del Guadalentín, hasta el nido de águilas de Aledo, rompiendo el cerco. Pero por alguna razón desconocida, que algunos historiadores atribuyen a un “ataque” de orgullo del Cid el encuentro no se llega producir.

       

  Como es de esperar el rey monta en cólera, y decide desterrar de nuevo a su vasallo, amén de confiscarle todos sus bienes y emitir orden de encerrar en prisiones a mujer e hijas, y termina por prender fuego a todo el pueblo, antes de abandonarlo y que caiga en manos de las tropas de Yusuf y sus aliados.

       

  Ahora sí, decidan si reír o plantearse: ¿se perdió el Cid en Molina de Segura? ¿Conocían sus capitanes, correctamente, el mapa? ¿Por qué no se entendieron Alfonso y Rodrigo?

El origen troyano de Cehegín

Hay ciertos indicios históricos que llevan a pensar que Cehegín fue un pueblo fundado por los héroes troyanos compañeros de Ulises, que llegaron a las costas mediterráneas y pasaron hacía el interior en busca de los lugares más adecuados, más idóneos para la proliferación de un asentamiento.

       

  Basándose en un manuscrito redactado en 1.657 por el caballero Martín de Ambel y Bernard, del que hablaremos a continuación, el cronista de la Provincia Seráfica de Cartagena, fray Pablo Manuel Ortega, describió así la villa en 1.750 : Cehegín es antiquísima población. Lo prueban los vestigios que quedan de tan maravillosa antigüedad. Tiénese por fundación de los Griegos Phocenses o Phenicios, como otros muchos pueblos de estas marinas, fundándose en aquella general de Plinio que hemos puesto otras veces. Robles Corbalán dice que dichos griegos le llamaron Theogi, que se interpreta Tierra de Dios, aludiendo a su mucha fertilidad, opulencia, regalo y hermosura. El río que baña los muros de Cehegín se llamó, dicen, y aún hoy le llaman muchos, el río de Argos. (.) Tiene su asiento esta villa de Cehegín sobre un encumbrado peñasco monte, a quien servía de corona un gran castillo que por su materia, sitio y forma era inexpugnable, pues por lo que toca a la materia son unos sillares grandísimos de jaspe y mármol, de que abunda su término;.la forma un enlace con los mismo gados y pirámides toscos del risco, de un argamasón tan firme como el bronce; y uniendo la naturaleza y el arte esto todo, fueron formando las torres, murallas, baluartes y bastiones, con proporcionada simetría; de modo que es tanto de advertir o de admirar su hermosura como su fortaleza.   
  A la vanda del norte y gran parte de los ángulos laterales hay un despeñadero horroroso, de peña taja, o escarpada; y por la parte del austro, que está el pueblo, sobre diferentes quebrados y picachos del mismo monte, bajaba una fortísima muralla adornada al mismo tiempo que fortalecida con 32 torres, de las que dice el doctor Espín que alcanzó aún a ver; pero ahora sólo quedan algunos pedazos, así de las torres como de las murallas; bien que indican lo que fueron porque están convertidos en un almendrolón diamantino. Al fin, esta muralla fortalecía y abrazaba todo el pueblo, para donde se bajaba por sola una puerta, que tenía dos cubos o torres fortísimos, las que hoy vemos aunque muy que quebrantadas, y un foso muy alto y profundo, al que daba paso una puente levadiza.     
           

  El relato vendría a coincidir con la actual población de Cehegín, a la que aún baña tímidamente el Argos. Pero sus orígenes hay que buscarlos en el Cabezo Roenas (de las Ruinas) a dos kilómetros de la actual población, en el margen derecho del río Quípar. Allí, en plena huerta, se halla el yacimiento arqueológico tardo-romano-visi-gótico de Begastri, ciudad que fue sede episcopal desde el siglo IV hasta el VIII.       
  En cuanto al caballero antes citado, Martín de Ambel y Bernard, y para ampliar la historia de esta preciosa población murciana, diremos que cuenta la historia documentada que se acogió al derecho de asilo, en la Iglesia de La Concepción, tras dar muerte en un duelo al Alférez Mayor de la Villa Don Alonso de Góngora y Quirós, residiendo en ella hasta su muerte. Durante su larga estancia, unos 40 años, escribió la obra Antigüedades de la Villa de Cehegín (1660) primera historia de la ciudad.

       

  Ya en nuestra época actual, y hace muy pocos años, las obras de restauración de la Iglesia de La Concepción de Cehegín han sacado a la luz cinco criptas, que estaban clausuradas por orden del Rey Carlos III desde finales del siglo XVIII, con centenares de enterramientos. Se sabe que en este lugar está enterrado Don Martín de Ambel y Bernard, el célebre habitante de la Concepción que muchos cehegineros asegurán haber visto en el campanario del templo en algunas madrugadas.

El monasterio de San Gines de la Jara.

La oscuridad sobre los inicios del monasterio de San Ginés de la Jara como centro de culto sería uno de los aspectos más característico del mismo. Tal culto debió extenderse probablemente en época visigoda ya que existe constancia de la existencia de algún monasterio visigodo por la zona mediterránea hacia la mitad del 500, siendo posiblemente el de San Ginés este monasterio.

       

  Tras la corriente religiosa que promovió el Camino de Santiago a mediados del siglo XIII, y con los auspicios del rey Alfonso X el Sabio, el lugar fue declarado santo y lugar de peregrinación, instalándose primero los dominicos y después los franciscanos.   

  El adelantado del Reino de Murcia, Juan Chacón, al que ya  hemos citado en otras partes de este libro, tomó a su cargo la custodia y reconstrucción del monasterio, que alcanzó notable fama en el Reino de Murcia y promovió romerías y fiestas a mediados de agosto. La rúbrica la puso en 1541 el papa Paulo III, quien concedió culto y oficios religiosos al monasterio y advocación de San Ginés de la Jara, en su fecha del 25 de agosto de cada año.   

  Parece ser que durante la Baja Edad Media estaba compuesto por una pequeña ermita adosada o embutida en una sólida construcción a modo de torre fuerte, que servía de habitáculo y refugio a religiosos, ermitaños y, probablemente, a las rondas a caballo que, desde la ciudad de Cartagena, acudían cuando se daba aviso de la llegada de barcos berberiscos.       
  A finales del siglo XV se ubica en este lugar el patronato del Marquesado de los Vélez y este hecho, junto con el advenimiento de los franciscanos, propiciaron un florecimiento del enclave, pero con el mantenimiento de las edificaciones existentes hasta ese momento y las reparaciones y adecuaciones lógicas para permitir la habitabilidad de los ocho religiosos de comunidad, así como la acogida de romeros y peregrinos que acudían a venerar al santo.

       

  Hacia finales del siglo XVIII Diego de Arce, Ministro Provincial de los franciscanos de Murcia, emprendió la reforma que dotó al convento de la identidad arquitectónica que, a pesar de su ruinoso estado actual, presenta en la actualidad y que fue descrita por el licenciado Francisco Cascales en sus Discursos Históricos. Esta renovación constó de un templo, oratorios o pequeñas capillas situadas en el huerto y dedicadas a los misterios del Rosario y nueve ermitas cuyas advocaciones hacían referencia a santos ermitas y penitentes. El templo debió de estar acabado hacia finales de 1611 o comienzos de 1612. En la década de 1670-1679 el claustro adquirió su forma definitiva y, en parte, es la que ha llegado a nuestros días. La construcción del claustro fue paulatina y se efectuó sobre el patio del conjunto conventual al completarse con corredores altos y bajos sus cuatro lados y, posteriormente, la adición de las bóvedas en la parte inferior. En esta época se producen las modificaciones definitivas en el templo, como la construcción de falsas bóvedas de yesería y su ornamentación definitiva, como la ubicación de la Virgen del Milagro en uno de los altares laterales (1669).

       

  De las décadas finales del siglo XVII data también la construcción de las nuevas dependencias conventuales (refectorio y celdas) que se ubicaron en el ala este del claustro y que permitieron que la comunidad religiosa abandonase, al menos parcialmente, la vieja torre y que, probablemente, se conservara como refugio en momentos de peligro.     
  Tras la exclaustración de los franciscanos en 1835, en función del proceso de desamortización promovido por los liberales, y la posterior venta del convento en 1841, se dio paso a una reforma arquitectónica del conjunto para adecuar parte del claustro y las viviendas anejas a vivienda particular. 
  No hay constancia de la fecha en la que se comenzó la remodelación de los interiores y la única referencia es la reforma emprendida en 1934 por el entonces propietario del convento, Manuel Burguete, que no tuvo en cuenta el valor artístico que se destruía (capilla de la Gloria) ni se preocupó por no alterar de modo irremediable la estructura del conjunto conventual.         
  Estas reformas consistieron en transformar la capilla de la Gloria, la galería superior del lado oeste del claustro y las celdas monacales en terrazas deambulables, así como la desaparición de las casas bajas adosadas a la parte trasera del lado sur para dar paso a parte de la nueva vivienda y el zaguán que comunicaba con el claustro y con la galería superior.
  El conjunto arquitectónico de San Ginés no sufrió más reformas y su actual estado ruinoso se debe a la mala calidad de los materiales y de las técnicas de construcción empleadas, tanto en su origen como en las reformas efectuadas en este siglo.

       

  Ahora bien, su historia cabalga entre la realidad y la leyenda. Se dice que ya en el año 1200 los peregrinos del "Camino francés" creían que la cabeza de San Ginés de Arlés había sido llevada hasta Cartagena, de ahí que los agustinos de Cornellá de Conflent se establecieran en la Xara y provocaran peregrinaciones a este lugar, atraídos por los supuestos milagros del Santo. En la descripción de Gerónimo Hurtado sobre Cartagena, en el año 1589, se dice que más adelante de Cartagena y La Unión hay un cerro llamado de San Ginés, algo separado de la mar (Mar Menor), donde hay frailes de San Francisco y que en la cumbre de este cerro (Cabezo de San Ginés) hay una ermita que hicieron los ángeles para descanso del Santo. También relata Gerónimo Hurtado en la descripción del Monasterio de San Ginés, que en la capilla pequeña donde se encuentra el sepulcro del Santo hay un agujero en la piedra, por donde se afirma que el Santo después de muerto sacó la mano y dio una carta a su hermano Roldán, declarándole su vida y muerte...   

  Ya en nuestros días son muchos los testimonios que afirman haber visto un monje pasear por los pasillos que rodean el patio central del recinto.

       

  Lo cierto es que diversas culturas anteriores a la cristiana vivieron en este lugar, atraídas por no sabemos qué magnetismo. Los árabes también tenían una "rabita" (convento fortificado), y creían en los milagros que el lugar producía. Si anterior a éstos, íberos y fenicios lo habitaron también, la historia guardará el misterio de esta atracción para siempre.

El campanero de la catedral.

Para contrastar la veracidad de la leyenda que a continuación nos va a ocupar tenemos que remitirnos a esa riqueza histórica que siempre ha aportado el pueblo, pues este es el que la ha traído hasta nuestros días, y a estas páginas, al transmitirla de boca en boca.

       

  Cuentan que el primer campanero que desempeñó este noble cargo en la catedral de Murcia, se llamaba Diego Alba. Un joven de unos 27 años, al que le gustaba tanto el vino que no hacía diferencia entre sus diferentes variedades.   

  Sus padres, al ver que no le podían llevar por el “buen camino”, decidieron llevarlo al convento de los padres dominicos. Pensando que si estos no podían enderezarlo, no habría ya fuerza que fuese capaz de hacerlo.     

  Los padres dominicos hicieron humanamente todo lo que estaba en sus manos y un poquito más para disciplinar al muchacho. Le hablaron de Dios, del futuro, del prójimo, de sus ancianos padres y del infierno donde iría a parar si no cambiaba de actitud ante la vida, pero no conseguían nada. Tuvo que ser cuando se vio al borde de la expulsión que modificó su actitud. Cambió radicalmente y comenzó a tratar a sus educadores con mucho amor y corrección.   

  El alumno había aprendido de entre todas las buenas cosas que intentaron enseñarle, lo único que necesitaba para seguir sobreviviendo: que había de saber alabar a los santos y elogiar a sus superiores, ya que escuchar piropos es agradable no sólo para oídos humanos sino también para los divinos.     

  Y tan bien lo hizo que los religiosos decidieron darle de baja en la orden y proporcionarle el elevado cargo de campanero de la, recién terminada, torre de la catedral. Estamos hablando, pues, del año 1794.   

  Este cargo estaba dotado de dos subalternos que ayudaban al campanero durante el día. El empleo no era, pues, nada despreciable, cuando el que lo ejercía, además de seis reales de sueldo, casa y comida gratis, tenía bajo su dependencia gente a quien mandar. Pero además, ser campanero de la catedral, era un trabajo de gran importancia en aquella época en la que abundaban las fiestas religiosas, se producían riadas y, por si fuese poco, también se debían de notificar las horas, las medias y los cuartos; las bodas y los bautizos; y se echaban las campanas al vuelo cuando llegaba a la ciudad algún dignatario de la iglesia o algún noble señor.   

  Diego Alba, el campanero de la catedral, a pesar de haber conseguido un oficio bien remunerado con gente a su cargo, siguió bebiendo sin medida. De día podía permitirse el lujo de dormir la tajada porque disponía de dos subalternos, pero de noche no, porque al caer la tarde se quedaba completamente solo. Y así fue como, no fue una, sino muchas las noches que permanecieron en el más profundo de los silencios; ni horas, ni medias, ni cuartos de hora se oyeron en la ciudad... La gente estaba indignada, ya que en aquel tiempo las campanas constituían para el pueblo lo que el faro para el navegante. Porque sin conocer la hora, ni el huertano sabía cuando tenía que levantarse, ni el cura cuando comenzar la misa, ni el lechero cuando ordeñar... Aunque, si este oficio demandaba seriedad y desvelos, no es menos cierto que no estaba exento de peligros...

       

  Y así fue como lo que se veía venir sucedió. Una noche, el campanero subió a la torre para anunciar una novena en honor de San Fulgencio. Había que voltear la campana tirando de unas sogas y el campanero, que por los efectos del vino no podía mantenerse quieto, fue cogido por las aspas de la campana que estaba volteando saliendo volando por el aire “como si tuviera alas, no paró de revolotear hasta estrellarse en uno de los tejados”, situándose en una de las cuatro casas que se hallaban entonces en la que hoy conocemos como la calle Oliver.   

  La gente se agolpó en la mencionada calle para observar de cerca el difícil rescate del cadáver del campanero, y sobre el incidente hubo toda clase de comentarios maléficos, “cosa del diablo”.   

  Uno de los asistentes, un hombre que se ganaba el pan de cada mañana manejando una azada como peón de quien quería darle trabajo, y que era conocido con el apodo de: “el listo”, con una voz muy potente para hacerse oír por todos los asistentes, dijo: “Avecinaos, esto no ha sio cosa del dimonio sino del vino. Poique el vino más güeno, pa´l que no sabe mearlo es un veneno”.

       

  Es desde entonces que este dicho se convirtió en refrán, llegando hasta nuestros días en formato oral, queriendo trasmitirnos el origen de un dicho popular, sino también el trágico final del que fue primer campanero de la Catedral de Murcia, Juan de Alba.

El monte arabí

En la murciana población de Yecla, concretamente a 18 km en dirección noroeste, nos encontramos con una mística elevación del terreno. Enigmática sobre todo por su riqueza en yacimientos y restos arqueológicos de todo tipo, pero la leyenda, como siempre, va mucho más allá.

       

  En el Arabí, además de sus numerosos restos arqueológicos, petroglifos, pinturas rupestres y bellos paisajes, hay "algo" más. Algo que no podemos describir con palabras, porque la sensación que muchas personas dicen haber tenido cuando conocen este monte, va más allá de la comprensión humana. ¿Energías? ¿Presencias sobrenaturales? Existen testimonio de todo tipo, desde gente que se siente bien en este monte, hasta personas que nada más poner un pie en alguno de sus lugares, han sentido un fuerte mareo, indisposiciones que le han obligado a abandonar el lugar de forma inmediata. El monte es un lugar preñado de historia, se dice que también de dramáticos sucesos (batallas en tiempos de árabes tales como las ya vistas en estas páginas) y otros afirman que el lugar era hace miles de años como hoy pudiera ser Santiago de Compostela o Lourdes, no tanto por el sentido religioso, como por el de peregrinación de gentes. En el cerro del Arabilejo todavía se conservan restos de una muralla de la fortaleza de un antiguo poblado. Hasta el momento no ha existido ningún tipo de excavaciones en este lugar, que a buen seguro darían buenos resultados y sorprendentes descubrimientos que aportarían un poco de luz en la desconocida historia del Monte Arabí. Otros afirman que bajo el monte se haya una importante acumulación de Uranio, Magnetita, o pasan grandes corrientes de agua, o telúricas, que son los causantes de que algunas personas sientan extrañas sensaciones al pasear por el monte. Incluso se habla de curanderos que acuden al monte a "cargar sus energías".                             
  Muchos habitantes de las inmediaciones aseguran que grupos de gente pertenecientes a no se sabe qué "secta" o grupo religioso, celebran rituales en algunas de sus cuevas, lo cual es fácilmente constatable por los numerosos restos de velas que quedan en el lugar: personas semidesnudas, con la cara tapada, en medio de una multitud de velas encendidas, realizando rituales con nadie sabe qué propósitos... Quizá toda esta actividad de civilizaciones, batallas, rituales, pinturas rupestres, petroglifos, se deba al atractivo del monte, a ese "gancho" y sensación de bienestar que tiene.               
  Muy cerca del Arabí se encuentra el Cerro de Los Santos, lugar, este si, de numerosos hallazgos arqueológicos, incluso de una "dama", una estatua que puede contemplarse en la Casa de la Cultura de Yecla, así como la "Rosa de los Vientos", una gigantesca losa de piedra con una estrella grabada, encontrada también muy cerca de esta zona. Se habla también de la posibilidad de que alguno de estos poblados de la antigüedad constituyese lo que fue la legendaria ciudad de Elo. Lo cierto es que este monte se encuentra en una encrucijada, lugar de paso y de comunicación entre las distintas zonas del Levante español, prueba de esto es la calzada romana que aún se conserva en las inmediaciones. En el siglo XIX, un historiador llamado "Costa" sitúa, como ya hemos señalado, a la ciudad de Elo en las cercanías del Cerro de los Santos, en donde dice se guardaban los papiros del dios Thoth egipcio, y donde también existía un observatorio astronómico.                             
  Si hay una leyenda realmente conocida y famosa sobre el Arabí entre todos los yeclanos y entre todos sus visitantes es “La Cueva del Tesoro” , de la que se dice que tras recorrer una serie de estrechos pasadizos, se llega a una gran puerta custodiada por dos vigilantes armados, tras la cual se encuentra un gran preciado tesoro. Otros dicen que esta cueva era en realidad una salida secreta de la fortaleza del Arabilejo (se encuentra a escasos 500 metros). La realidad, a día de hoy, es que dicha cueva ha sido explorada en su totalidad hasta que llega un momento en que por la estrechez de sus pasadizos, no es posible el paso de ninguna persona, pero la cueva continúa más allá...         

  Lo cierto es que hay un relato que se cuenta que ocurrió en el siglo XIX, en el que se narra que llegaron al lugar dos hombres a caballo, pidiendo a los labradores de la zona que cuidaran de las monturas hasta su vuelta. Pasados tres días, lo hombres volvieron del monte cargados con unos sacos, cuyo contenido se ignora. Se marcharon, no sin antes agradecer a los labradores su cuidado con unas piezas de oro...
  Pero los misterios y extraños sucesos no acaban aquí. Esto es sólo la historia y las leyendas sobre este monte, pero en la actualidad siguen pasando cosas a las que no vamos a dar explicación, pues es de imaginar que escaparían a cualquier afirmación lógica, sin embargo vamos a exponerlas para su conocimiento.
  Desde hace muchos años, se viene hablando, comentando, que determinadas personas que visitan el monte son testigos de la presencia de extrañas siluetas de luz, "personas" ataviadas con túnicas, y que parecen tener cierta fosforescencia. El mensaje que estas entidades parecen dar es el de conservación, protección y cuidados del lugar.                   
 
  En cuanto al fenómeno OVNI cabe señalar que en Febrero de 1979 fue observado un gigantesco objeto con forma de cilindro, en la vertical, sobre el monte Arabí, de un tamaño nada menos que 800 metros de longitud. En la base de dicho objeto evolucionaban varios puntos luminosos.
  En julio de 1991, en torno a la 1:00 AM. Un radioaficionado, que volvía de viaje de Madrid en compañía de un familiar, se vio obligado a detener el vehículo ante el paso rasante sobre el suelo y la carretera de una esfera luminosa de gran tamaño que les impedía el paso. Otras esferas de menor tamaño subían y bajaban por el Cerro de Los santos, situado a escasos metros de la calzada. En cuanto la carretera quedó despejada, continuaron el viaje lo más rápidamente posible, alejándose de tan misteriosas luces.           
  Ya entre los años 1983 y 1985 hubo en Yecla una especie de "oleada OVNI", con gran cantidad de testigos que pudieron observar misteriosas luminosidades evolucionando sobre los montes y sierras que rodean Yecla y el Arabí.               
 
  Todo lo expuesto convierte El Arabí en lugar de visita obligada para todo aquel que vaya a Yecla, pues allí sigue,  encerrando sus misterios, mostrándolos sólo a unos pocos privilegiados. Sin duda es un lugar de enigmática belleza, y de perennes secretos y leyendas.

¿Desenmbarco un vampiro en Cartagena?

He de reconocer que he llegado a sentir escalofríos durante el transcurso de la investigación de esta leyenda. Cierto es que los cementerios cartageneros que he recorrido y las lecturas que he realizado no invitan a otra cosa. Aún así, no se puede negar que en esta particular historia, puede que la leyenda supere a la realidad, o no.

 

  Un misterioso ataúd llegó a España, sembrando el terror en varias localidades murcianas hace ya casi un siglo, en plena primera guerra mundial. Y es que Murcia alberga su propia, y extraña, leyenda sobre vampirismo. Este ataúd desembarcó en Cartagena, y aterrorizó a media España durante su tránsito. Al parecer, tras la llegada del ataúd al puerto, nadie lo reclamó. Durante algún tiempo, el féretro fue guardado en los almacenes portuarios. Cierto día, alguien de La Coruña solicitó el ataúd, que le fue enviado por carretera. Y es precisamente en este punto, donde comienza lo escabroso de la historia.

  El itinerario del féretro fue extraño, ya que saliendo desde Cartagena y con destino final La Coruña, hizo escalas en poblaciones como Alhama de Murcia, Calasparra, Borox, Toledo y Santillana del Mar. Poblaciones en las que, por aquella época, se recuerdan extraños sucesos de vampirismo, asesinatos sangrientos y desapariciones. Cuando el fúnebre envío llegó a la ciudad gallega, nadie lo recibió. Por tanto, al cabo de un breve tiempo, regresó de nuevo a Murcia.

  Fue entonces, cuando un noble de procedencia serbia solicitó el féretro. Tal personaje residía en una posada que se encontraba en la calle Mayor de Alhama de Murcia, donde varios testigos de la época afirman que sólo se le veía cuando el sol se perdía en el horizonte. Al poco tiempo, el serbio desapareció, sin llegar a recibir el ataúd, por lo que las autoridades decidieron sepultar el siniestro féretro en uno de los cementerios de Cartagena.

  Cabe señalar que ninguno de los cementerios de la localidad consultados tienen en sus registros nada que pruebe la existencia de tan extraño enterramiento.

 

  Cuentan que su tumba, la que presuntamente tendría en Cartagena, tiene una lapida quebrada por el tiempo, y en la cual se puede encontrar tallado una calavera y un murciélago.

El salto de la novia

a tradición oral, y la “caja del tiempo” que supone, nos ha regalado narraciones verdaderamente maravillosas, y en muchos casos trasladan a nuestro tiempo pasajes vividos por gentes que habitaron parajes por donde ahora atraviesan enormes “lenguas” de asfalto.

 

  En esta ocasión será el Valle de Ricote el escenario que verá discurrir nuestra leyenda, un lugar que todavía mantiene, a duras penas, el vigor natural de épocas remotas

  Concretamente en esta historia podemos encontrar hasta tres versiones para este episodio siendo, tal vez, la que nos va ocupar la menos recordada de todas.

  Los bellos parajes de aquel valle han visto, en un remoto pasado, duras batallas entre los ejércitos de Castilla y los musulmanes. El epicentro de nuestra historia se encuentra en el que fue, poblado de Ulea, que contaba con el Comendador de Santiago. Entre sus hijos, una joven de lozana belleza, que se enamoró del capitán de las tropas de la fortaleza.

  Una mañana salió el gallardo capitán al mando de sus tropas para dar captura al enemigo que, según noticias, merodeaba la zona. Fueron varios los días que pasarían hasta que dieron encuentro a los ejércitos musulmanes, a los que se enfrentaron en una dura batalla, en la que habría de caer heroicamente el enamorado capitán.

  Con un gran numero de bajas pero victoriosos, retornaron las tropas a la fortaleza, donde la joven hija del comendador buscó a su capitán, hallando tan sólo el desconsuelo de la noticia de su muerte.

  La noticia hizo que la muchacha quedara desconsolada, repleta de dolor, agonizando en vida. En un vano intento por recuperar el cuerpo del caballero, se echó al campo, no encontrando más que la quebrada de la montaña, con un feroz río bajo sus pies, lugar en el cual decidió lanzarse al vacío.

 

  Su trágico final daría nombre al paraje en pleno valle de Ricote, cercano a la población de Ulea, conocido como el Salto de la Novia.

1947:Abducción extraterrestre en Jumilla.

Unos setenta kilómetros es la distancia que separa la ciudad de Murcia de, la siempre rica en vinos, Jumilla. Como advertencia preliminar, para aquellos no conocedores del fenómeno ovni y todo lo que este conlleva, les aclararé qué es una abducción. Quizá la definición más acertada para este caso concreto sea aquella que la llamada ufología (estudio del fenómeno ovni) otorga, diciendo que se trata de un supuesto secuestro de seres humanos, llevado a cabo por criaturas extraterrestres. No obstante, no entraremos en la madeja de araña que supone el fenómeno ovni en si, nos ceñiremos a los hechos de este curioso caso que vivió Prospera Muñoz en el año 1947, constituyendo el primer caso de abducción registrado en España.

 

  Prospera, de tan sólo ocho años, y su hermana, Anita,  se encontraban en la casa de campo que su tío tenía en la huerta Jumillana. El buen hombre estaba trabajando en la viña y junto a la puerta de la casa estaba el perro que se encargaba de dar la “voz” de alarma en caso de que alguien se acercara por el camino lindante a la casa. Aquel día Prospera y su hermana esperaban con impaciencia la llegada de su padre ya que este siempre les traía golosinas. Prospera no paraba de asomarse por las ventanas, en una de esas ocasiones a través de esta vio acercarse a la casa un extraño objeto. Algo que dejo tremendamente extrañada a Prospera fue que aquel objeto no venía por el camino sino a través de los viñedos. Luego pasó junto a la ventana donde estaba ella. La niña pensó que se trataba de su padre que venía con los cazadores. El objeto se detuvo y de él descendieron dos hombres. Anita se apresuró en cerrar las ventanas y las puertas ya que tenía orden de hacerlo en caso de ver algún extraño, pero no le dio tiempo. En ese preciso instante los dos hombres entraron por la puerta. Su aspecto era completamente normal, salvo los ojos, “eran negros y muy penetrantes”. Uno de ellos pidió un vaso de agua. Anita se lo dio pero este hombre ni lo toco. Ellos comenzaron a hacer preguntas a las niñas. Prospera no pudo matizar si se trataba de una conversación telepática o verbal, tan sólo que los entendían perfectamente. Él mas alto de ellos se interesó por un calendario que colgaba de la pared y que tenía representadas las fases lunares, después preguntó a su compañero: “¿Vivirán todavía cuándo...?” (Prospera no recuerda el resto de la frase). El visitante respondió negativamente a su compañero.

  Fue entonces cuando ambos comenzaron un dialogo que Prospera recuerda perfectamente:

 

  - Visitante 1: ¿A cual de las dos se lo vas a hacer?

  - Visitante 2: A ésta (señalando a Prospera).

  - Visitante 1: ¿Por qué?

  - Visitante 2: Porque tiene la mente más...

  - Visitante 1: ¿Y se acordarán de todo esto?

  - Visitante 2: Cuando pasen treinta o más años.

  - Visitante 1: ¿Y ella se acordara de lo otro?

  - Visitante 2: Sólo si ella quiere.

  - Visitante 1: ¿Y como podrá hacerlo, si quiere?

  - Visitante 2: Sometiéndose a hipnosis.

  - Visitante 1: ¿Querrá?

  - Visitante 2: Si, porque su curiosidad será muy grande.

 

  Tras esta conversación los dos hombres salieron precipitadamente de la casa, unos segundos después se produjo una intensa luz. Minutos más tarde el tío aparecía por la puerta pálido y jadeante. Este les contó que se había asustado al ver despegar un “avión” por encima de la casa. El  perro, que se llamaba Liborio, permaneció tendido en el suelo, como aletargado. En circunstancias normales, el perro hubiese ladrado pero “algo” se lo impidió.

  Llegada la noche todos fueron a dormir, el tío tuvo que improvisar una cama en el cuarto de las niñas para que durmieran más tranquilas. Sin saber cómo, Prospera se despertó  de madrugada y vio como un hombre la observaba a través de la ventana. Junto a este había otros tres de los cuales uno había estado allí por la mañana. Aquel hombre la invita a seguirlos y Prospera, con suma tranquilidad, salió de la casa. La pequeña se fue con los dos hombres hacia una gran luz. Según recuerda en el campo había unos “hombres” trabajando (Prospera señaló haber visto a uno de ellos arrastrando un olivo). También pudo ver a una mujer de apariencia totalmente humana que la cogió en brazos y la llevó a través de un haz de luz hasta el interior de una nave.

  Al día siguiente Prospera se despertó junto a su hermana Anita, con los pies llenos de tierra, pero sin recordar nada de lo sucedido.

  Habrían de pasar 30 años para que esta cándida mujer, con estudios de magisterio, recordara este suceso. Cuyo relato, en la mayor medida, le fue extraído bajo hipnosis regresiva.

 

  Hoy día Prospera vive una apacible vida, como cualquier persona a su edad, rodeada de los suyos, viendo crecer a sus nietos. Pero inevitablemente su mente viaja más de medio siglo en el tiempo, y se vuelve a ver levantándose por la mañana junto a su hermana, sus pies están llenos de tierra y se pregunta...  ¿qué me ha ocurrido?

El hospital "maldito" de Sierra Espuña

En los últimos años ha comenzado a tomar vigor una leyenda que, a buen seguro, se forjara con arraigo en las poblaciones limítrofes a Sierra Espuña. Hace ya más de medio siglo, un hospital para tuberculosos cerró sus puertas tras décadas albergando enfermos en sus estancias. En la actualidad, el sanatorio está abandonado, en ruinas, observando impasible el paso de los años. Pero, como decía y cientos de testimonios ya evidencian, algo extraño y misterioso está ocurriendo desde hace tiempo en su interior.                     

       

  Al principio del pasado siglo, mientras la tuberculosis causaba todavía un enorme daño entre la población española, las autoridades sólo atinaban a dar como solución a los que la sufrían lugares alejados de los centros urbanos, con objeto de evitar posibles contagios.             
  Fueron estas premisas las que impulsaron la construcción, a finales de 1913, del Hospital Antituberculoso de Murcia. Debido a problemas de índole político, que por aquella época agitaban todo el país, no fue inaugurado hasta 1935. El edificio consta de sótano, planta baja, primera y segunda planta. Posteriormente, se hicieron otra serie de obras anexas: una casa para el conserje, cocheras, cuadras, deposito de cadáveres...               
  Fue sanatorio en sus diferentes facetas hasta 1962, pero también era utilizado como hospital para los vecinos de la zona, ya que allí pasaban consulta las gentes de Aledo, El Berro y algunas otras poblaciones próximas al lugar. En su época de máximo apogeo llegó a contar con doscientas camas y cincuenta personas encargadas de los distintos servicios y la atención a los enfermos. Tras 27 años como sanatorio antituberculoso, las cosas cambiaron. Con el descubrimiento en 1949 de la estreptomicina, bajó notablemente la ocupación del hospital. Por lo que en 1962 cerró sus puertas. Un año después se reabrió como escuela-hogar para acoger a huérfanos y necesitados de toda la región. Así permaneció durante algunos años hasta que, finalmente, volvió a cerrarse.
  Ya en los ochenta se hizo una fuerte inversión para restaurar parte del edificio, que se transformó en albergue juvenil. Una vez más, fue cerrado al público, pero en esta ocasión de forma definitiva. Corría el año 1995, si bien aún sería vigilado y cuidado por personal de la administración autonómica durante cuatro años más.

       

  Sería una vez entrado en estado de completo abandono, cuando el edificio comienza a tomar cierto halo fantasmal, tomando el cariz que lo ubican en este libro, convirtiéndose en leyenda.     
  Algunos testimonios relatan cómo en la primera planta del edificio se ha visto, en más de una ocasión, una especie de neblina, de un color entre grisáceo y verduzco, de lo que parecía una mujer deambulando por el pasillo, como una sombra.

  Ya mas recientemente un equipo de televisión, y a tenor de la fama del lugar, emitió en directo desde el interior del edificio. Pudiendo comprobar, en las propias “carnes” de la reportera, extraños sucesos como el abrir y cerrar de puertas y ventanas, de forma violenta, sin existir corriente alguna de aire, al menos aparentemente.

 

  El sótano. Qué se puede decir sobre esta zona. El mero hecho de entrar allí ya produce escalofríos, con algunas camillas abandonadas, con un largo pasillo repleto de puertas que a buen seguro harían las delicias de más de un director de cine de terror. Durante la noche, sin ningún tipo de iluminación, más que aquella que uno pueda llevar consigo, la estancia más profunda de aquel tétrico hospital puede llevar a sentir el pánico más absoluto.

La Nao fantasma

En el año 1618 Cartagena acogía espectáculos caballerescos propios de la época, donde se rendía culto a la destreza con las armas. Entre los muchos caballeros que se presentaron al torneo destacaba, por su arrogancia, don Luis Garre, un apuesto caballero que hacía sus méritos no sólo con la espada sino también con las damas de la nobleza.

  Don Luis había vuelto a Cartagena después de dos años de ausencia, alejamiento propiciado por un mal amor con doña Leonor de Ojeda. Esta dama, a quien don Luis amaba, estaba enamorada del moro Yosuf Ben Ali, que para poder convivir en una sociedad cristiana había fingido su conversión, adoptando el nombre de don Carlos de Laredo. Sin embargo, en la intimidad y bajo secreto, practicaba junto a su padre Mohamed y su hermana Fátima, la fe islámica.

  Al enterarse don Luis de tales hechos, y con el ánimo de apartarlo de su camino hasta doña Leonor, lo denunció ante el Santo Oficio, condenándolo a la hoguera donde murió proclamando su fe a Mahoma.

  El viejo Mohamed cayó en una profunda melancolía que le provocó, tiempo más tarde, la muerte. Haciendo jurar a su hija, Fátima, que ella realizaría la venganza que el mismo había planeado.

  Durante dos años estuvo don Luis desaparecido, y cuando por fin apareció de nuevo en Cartagena, quedó sorprendido al recibir una misiva que decía “si sois tan valeroso como lo demuestran vuestros logros de armas, esta dama le espera al toque de queda en el molino derruido enclavado en el arranque del camino de Canteras”.

  Pensando que tal vez se debía tal invitación a un lance amoroso, acudió el arrogante don Luis a la cita. En el lugar indicado se encontró con una dama tapada, que le recibió con gusto, ofreciéndole una bebida que compartirían en copas distintas. El caballero apuró de un solo trago todo el contenido y, transcurridos unos instantes, cayo fulminado al suelo.

  La mujer lo ató fuertemente de pies y manos, después de un gesto, aparecieron dos hombres que llevaban una especie de camilla, sobre la que colocaron a don Luis, y seguidos por la dama bajaron el monte Sicilia, hoy día conocido como monte Atalaya, hasta llegar a la cala Algameca. Allí, muy cerca de la playa, había un ligero barco al que subieron la dama y el inerte caballero. Mar adentro había una galera, en cuyo mástil hondeaba una bandera con el estandarte de la media luna.

  Mientras unos marineros levaban anclas, otros bajaron el cuerpo de Garre a la bodega donde, con sales, le devolvieron el conocimiento. Cuando vio ante él a Fátima, la sangre se le heló. Comprendió la venganza en la que había caído, era su última hora. Ella erguida ante él pronuncio su sentencia, comería el pan de la esclavitud, pasaría su vida condenado a ser remero en el galeote, el látigo castigaría su cuerpo. Luego ella se marchó y don Luis se vio desesperado.

  Decidió intentar zafarse de las ataduras, escapar o morir luchando. Consiguió romper las ligaduras de sus manos. Del techo de su prisión colgaba un farol, pensó encenderlo para planear su huida. Sacó de su escarcela eslabón y pajuela (instrumentos de la época para hacer fuego), y prendió rápidamente. Un brusco movimiento de la nave le hizo perder el equilibrio, cayendo la pajuela prendida sobre un montón de paja cercana, que ardió con rapidez.

  Envuelto en humo, y ante el miedo que sus represores aparecerían en cualquier momento, comprobó con espanto que, junto a las llamas, había una barrica de madera de las que habitualmente contenían pólvora.

  Una estruendosa detonación atronó toda la playa. Trozos del barco, cadáveres mutilados, fragmentos de todo tipo saltaron por los aires.

 

  Cuentan los pescadores de las costas de Escombreras, Portus y La Azohia que todos los años, al alba del día de la Virgen, se oye un pavoroso estruendo, como un cañonazo, que desvanece una sombra flotante, cuya silueta se parece a una nave que ellos han pasado a llamar como la Nao Fantasma.

La isla del Baron

Don Julio Falcó y D´Adda, Barón  de Benifayo, senador por Madrid con carácter vitalicio en tiempos de Amadeo I de Saboya, dio fama y nombre, a la Isla Mayor, también conocida como la Isla del Barón.

 

  Se trata de una isla situada en el centro del Mar Menor, y como su propio nombre indica, es la isla de mayores dimensiones tanto de ese mar como de toda la región. Tiene 94 hectáreas, y una forma cónica de 104 metros de altitud. Se trata de una propiedad privada, y por tanto está prohibido desembarcar en ella. De los propietarios se puede decir que ha pasado por las manos de la familia Romanones, y Natalia Figueroa (esposa del cantante Raphael). Hoy día esta siendo fruto, como otras tantas zonas de la región, de la especulación inmobiliaria.

  El mencionado Barón mandó construir en ella un palacio de estilo neomudéjar, conocido como la casa del barón, que todavía hoy se conserva.

  Los viejos pescadores cuentan que a la Isla del Barón, fue a vivir una princesa rusa para casarse por compromisos familiares con Julio Falcó. Pero el caballero nunca consiguió enamorar a la joven. Al atardecer, era fácil ver a la princesa sola, sentada frente al mar, en la conocida como cala del contrabandista. Durante horas observaba en silencio el horizonte con la mirada perdida, sumida en una honda tristeza. El Barón, mientras tanto, atendía a los muchos invitados, todos ellos nobles de la época que, casi a diario, acudían a las fiestas que organizaba en la isla. La joven, sin embargo, escapaba, en cuanto podía, a pasear por la isla.  Lo que producía en el Barón cada vez más rabia e impotencia. Hasta que llegó a la conclusión de que la princesa nunca sería suya, que nunca lo amaría ni respetaría como esposo.

  Una noche, durante una de las fiestas, la joven rusa abandonó el bullicio de palacio para perderse en sus pensamientos en la cala del contrabandista. El Barón vio su oportunidad y mandó a un criado a matarla, ya no soportaba más sus continuos desplantes.

 

  Nadie volvió a ver a la bella princesa con vida. Desde entonces, cuentan algunos pescadores que en los atardeceres puede verse en la cala a una muchacha rubia que, como una sombra, se desvanece al contacto con el agua

La casa de los descabezados

Sería el cronista romántico, Ivo de la Cortina, el que recogiera con hábil descripción la que fue conocida como la Casa de los Descabezados y que fue propiedad de la familia de los Guzmanes. Diciendo de ella que poseía “un pórtico de bellas proporciones, dos columnas audazmente truncadas por su base flanqueando el balcón, y sobre ellas sendas peanas que sustentaban dos caballeros tallados en piedra y misteriosamente decapitados, que constituían la esotérica ornamentación de la fachada”.

 

  En tiempos de Alfonso X el Sabio, el señor del palacio anteriormente descrito, entró con violencia en un cercano convento de clausura para llevarse consigo una bella novicia allí recluida por voluntad propia, hecho que la historia ha interpretado como un arrebato de amor. Las monjas del convento acudieron al rey para darle cuenta de lo sucedido. El monarca respondió ordenando a sus tropas acudir a la casa del presunto raptor de la joven, con órdenes de liberarla a ella y apresarlo a él.

  Aquel hombre hizo frente, como  pudo, a los hombres del rey, encerrándose en el palacio y decidido a aguantar cuanto pudiera.

  Cuando se vio cercado, y en clara situación de derrota, fue en busca de la joven y con su propia espada la degolló con violencia, arrojando la cabeza sobre los soldados que querían darle presa. Al parecer, seguidamente y como fruto del enfrentamiento, una madeja de llamas y humo dio muerte al asesino.

  Cuando el rey vio la imposibilidad de dar justicia al incauto raptor, ordenó el destierro de familiares y servidumbre. Como no fue posible encontrar a sus dos únicos hijos varones, se dispuso que fueran decapitadas las dos estatuas que en la fachada principal los representaba.

 

  Este palacete estuvo situado en la calle que llevo por nombre, De los Descabezados, hasta 1893 cuando fue rebautizada como calle Siervas de Jesús. Años antes del cambio de nomenclatura, en 1832, fue demolida la misteriosa casa, hundiéndose con ella el extraño pasado que siempre la rodeó.

La cautiva del Castillo de la concepción.

El Castillo de la Concepción fue construido en el siglo XIV, aunque ya se tiene constancia que existía en épocas anteriores una fortificación. La situación de este yacimiento y construcción nos da una idea de la importancia que ha tenido a lo largo de la historia. Se encuentra en una de las cinco colinas sobre las que se fundó la ciudad de Cartago-Nova.

  En este caso, la leyenda nos habla de los nobles señores de Lepe. Al parecer, estos tenían una hija, doña Sol, que desde niña estaba enamorada de don Mendo de Acevedo. Los padres de doña Sol se opusieron a esta relación, no porque la familia de don Mendo no lo mereciera, ya que eran de noble y puro linaje, sino porque no poseía patrimonio alguno y ellos querían para su hija, aparte del buen nombre, riqueza.

  Don Mendo, sabedor de que la oposición de la familia de doña Sol era debida a su escasa fortuna, se marchó a la guerra, para alcanzar fama y riqueza. Su amada le animó, prometiéndole fidelidad absoluta.

  Cuando don Mendo marchó, los padres casaron a la hija con un caballero, capitán de caballos, de Toscana, llamado don Rodrigo Rocatti Alvear.

  Doña Sol lloraba desconsolada, y aunque cumplía con sus deberes maritales, odiaba con toda su alma a su marido.

  Pasado algún tiempo, llegó al castillo de la Concepción, que habitaban los señores Rocatti y Alvear, un cautivo que había sido rescatado de Oran. Este cautivo contó a doña Sol que su amado, don Mendo, vivía aun, pero que remaba en una galera morisca y era inhumanamente maltratado.

  Doña Sol se sentía consumida por los remordimientos, se sentía culpable de haber consentido su boda con don Rodrigo. Y bajo este peso, empezó a cobrar forma la idea de rescatar a don Mendo a cualquier precio.

  Intento por varios medios comprar la libertad de su amado, pero nada pudo conseguir. Llego entonces el momento de ponerse al habla, mediante un esclavo moro, con el capitán del barco, donde don Mendo iba de galeote. Y así logro alcanzar un trato que ella nunca pensaba cumplir, entregar al capitán el plano de las entradas subterráneas del castillo. Lo que haría en realidad sería darle unas falsas indicaciones, a cambio el capitán le entregaría a don Mendo.

  Pero todo salió mal, el esclavo descubrió el plan a don Rodrigo, y este, comprendió que su esposa estaba enamorada de otro hombre. Dejándose llevar por su cólera, condeno a doña Sol a la terrible muerte del emparedamiento. Esta aceptó la sentencia de su legítimo marido, sintiendo gravemente no poder salvar a don Mendo.

  Antes de ser emparedada, estuvo unos días encarcelada. Pidió confesión, y por la tarde de su último día acudió a su celda un padre dominico, al que confesó, que moriría con tristeza por no poder salvar a su gran amor. El fraile profundamente emocionado, descubrió su verdadera identidad. Era don Mendo.

  En un desesperado intento por salvar a su amada solicitó ser recibido por don Rodrigo, al que pidió el indulto de la joven. Indulto al que este se negó, pidiendo al clérigo que se identificara, a lo que este no dudo en responder su verdadera identidad, don Mendo de Acevedo. Don Rodrigo ordenó entonces a sus hombres que lo ahorcaran. Seguidamente bajó al subterráneo del castillo y comunicó a doña Sol el destino de su cómplice. Fue entonces cuando la llevaron hasta el sitio indicado por su marido para su triste final, una vez allí la joven dijo “Soy inocente. La sangre que mi esposo derrama caerá sobre su cabeza. Don Rodrigo quedáis emplazado, de aquí a veinte días, si soy inocente”.

  Con aire tranquilo doña Sol se introdujo en el hueco preparado para tal efecto, y mientras los hombres tapiaban los últimos huecos se oía “emplazado quedáis, don Rodrigo, emplazado quedáis”.

  Veinte días después, don Rodrigo, murió repentinamente, por lo que el cuerpo de la dama fue descubierto para darle cristiana sepultura.

  Sin lugar a dudas, esta historia tiene grandes matices de cuento medieval. Pero debo añadir que en mis pesquisas en el citado Castillo de la Concepción, hoy día remodelado, pude recabar algunos testimonios dignos de mención. Como los del servicio de seguridad, los cuales aseguran haber visto una mujer paseando por los miradores del castillo, con un vestido de gasa azul. O cómo la alarma del sensor de movimiento, que salta con frecuencia durante las horas nocturnas. Por no mencionar, el testimonio de un policía local que ante la llamada del servicio de seguridad acudió al castillo de madrugada, y “literalmente” dice haber salido corriendo ante la presencia etérea de una extraña joven. ¿Será Doña Sol?

Robos a la Iglesia

Desde los años de la Guerra Civil hasta hoy dos robos han sacudido las entrañas de la Iglesia en la R. de Murcia.   

  Del primero de esos robos, la Cruz de Caravaca, hablaremos de su místico origen en otro capítulo. Sin embargo, la leyenda y el misterio nunca se han despegado de ella, su robo es, en si mismo, un caso que bien merece un hueco en estas páginas.

       

  El hecho más lamentable de toda la historia de la Cruz fue el acaecido en la noche-madrugada del día doce al trece de febrero de 1934. Fue un robo de carácter político-religioso, y quién sabe que más, que dejó consternada a la ciudad durante algunos años. Era el miércoles de ceniza cuando, por la mañana, se descubrió el sagrario abierto y vacío sin la Reliquia, habiendo dejado los ladrones la caja-estuche del siglo XIV donde se guardaba la Cruz. A las 9 del día trece corrió la noticia y la tensión suscitada fue enorme. Las diligencias y pesquisas judiciales y policiales no dieron resultado positivo.

       

  Después de la guerra del 1936-39, las dependencias del Castillo fueron usadas como cárcel de presos políticos hasta el 1941, quedando posteriormente todo el recinto en estado de abandono, cerrado y sin culto religioso. Se suscitó un deseo grande de conseguir una nueva reliquia. Las gestiones dieron como resultado que el papa Pío XII concediese a Caravaca dos pequeñas astillas del “lignum crucis” que Santa Elena, madre del emperador Constantino, trajo de Jerusalén a Roma en la primera mitad del siglo IV.   

  En los días siguientes se improvisaron las fiestas (interrumpidas durante 7 años) con la reanudación del Baño del Agua en el Templete-Bañadero de las afueras de la ciudad. La Reliquia permaneció durante tres años en la Parroquia del Salvador, ya que el Santuario permanecía en estado de deterioro. Fue en el cinco de mayo del 1945, cuando la Cruz se subió a su templo del Castillo, custodiada ya por la Orden de frailes claretianos.     

  Sobre quién o quienes robaron la Cruz original se han vertido múltiples opciones, sin escapar ninguna de ellas a motivaciones de carácter místico.     

  Masones, templarios, Queipo de Llano... son tantos los grupos y nombres propios que se han vinculado al robo y posterior deposito de la Cruz, incluso se ha barajado la posibilidad de que tras ser robada nunca hubiera desaparecido de Caravaca, habiendo podido ser ocultada en alguna vivienda de familias influyentes de la época, o en alguna parroquia cercana. También se la ha ubicado en París, en los archivos secretos del Vaticano, en Sudamérica...

       

  Las pesquisas recogidas hasta la fecha sólo hacen pensar que la Cruz esta oculta pese al paso de tantos años, e incluso quedan familias de Caravaca que guardan todavía mucha y valiosa información. La Cruz existe todavía, y podría aparecer en cualquier momento, pero esa será otra historia.

  Años más tarde, la Catedral de Murcia, sufrió otro robo, el de las coronas de la Fuensanta y del Niño, este se produjo en enero de 1977, justo cuando se celebraba el 50 aniversario de su coronación canónica. Junto a estas piezas, los ladrones arramblaron con otras 22 obras de arte, incluidas un anillo y una cruz pectoral del Cardenal Belluga, cuyo valor total se calculó en unos 300 millones de pesetas de la época, sin lugar a dudas, toda una fortuna. Sólo la corona de la patrona lucía 5.872 piedras preciosas, entre brillantes, diamantes, zafiros, esmeraldas, rubíes y topacios. Junto con la del Niño, con 1.749 piedras.                         
  El descubrimiento del robo conmocionó todo el país. Se establecieron controles en los puertos, aeropuertos y puestos fronterizos para evitar que las piezas salieran de España. Entretanto, la Policía reconstruía el itinerario de los hechos. Les bastó con seguir el rastro de candados y rejas cortadas a soplete.       
  Los ladrones accedieron al interior del templo entre las doce y las tres de la madrugada, a través de la puerta del Pozo, desde donde subieron a la Torre y recorrieron las bóvedas de la Catedral, hasta alcanzar la capilla de los Vélez. A ella descendieron por una espléndida escalera de caracol, entonces casi desconocida para la mayoría de los murcianos.
  Las joyas no disponían de otra medida de seguridad que unos barrotes, aunque el Cabildo de la Catedral había manifestado en diversas ocasiones su preocupación por ello, además, y para colmo de males, no estaban aseguradas.
  Algunas líneas de investigación, sin éxito, se centraron en los trabajadores que intervenían en la restauración de la capilla de Los Vélez y en algunas pistas que apuntaban al norte de España como posible lugar de destino de las joyas robadas, curiosa coincidencia con una las líneas de investigación ligada a la mencionada Cruz de Caravaca.         
  Si algo resultó evidente al concluir la investigación fue que los autores del robo eran especialistas, que sabían cómo y cuándo actuar y que sólo se apropiaron de piezas repletas de piedras preciosas, puede que para desmontarlas. El resto del episodio, cuando ya han pasado treinta años, continúa siendo un completo enigma, toda una leyenda, a la espera de soluciones.

Platillo volante "made in jumilla"

A comienzos del pasado, aunque cercano, siglo XX los hermanos Wright comenzaron lo que años después sería el germen inicial de la aeronáutica, sin embargo y como todo proceso de estas características el avance ha sido, y es, vertiginoso.     

       

  Un humilde jumillano, José Lifante, que por los años cincuenta era profesor de Ciencias en el instituto de bachillerato de la localidad murciana, se lanzó de lleno a aportar su granito de arena en el área de la aviación. Dicen que las ideas son como las pulgas, saltan de cabeza en cabeza pero no pican a todo el mundo. En este caso, la idea llegó a su cabeza cuando apenas era un niño,  un juguete en forma de hélice tuvo la culpa. Sin embargo, habrían de pasar algunos años, incluidos los de su paso por la Universidad de Murcia, para que esa ingeniosa idea cobrara vida propia, al menos sobre el papel.     

  Concretamente son seis los folios que forman la patente nº 224592, que fue presentada en la Oficina de Patentes y Marcas de Madrid el 21 de octubre de 1955, siendo aprobado el expediente el 7 de noviembre de ese mismo año. La esencial peculiaridad de este invento, residía en el hecho de que se trataba de un avión circular, de diseño muy similar a lo que conocemos hoy día como ovni.

       

  La idea básica en la que se fundamenta este invento consiste en otorgar movimiento a las hélices, mediante los oportunos motores a reacción, consiguiéndose un continuo giro circular de la parte superior del "disco volante" que, al ir absorbiendo grandes masas de aire, provocará el vacío y ocasionará la consiguiente elevación, debido a la eliminación de la presión atmosférica sobre el objeto.

  Evidentemente, como la citada presión atmosférica incide sobre todo en el resto del artefacto, excepto en la parte superior, éste adoptará altas velocidades en vuelo, siendo posible la navegación aérea con el uso de los correspondientes mandos de control y el necesario estabilizador que evitará el giro de la cabina.
 
  El invento de Lifante, lejos de tratar de emular a los famosos "platillos volantes", adoptó dicha forma por sus buenas condiciones aerodinámicas. Por desgracia, tal alarde de física e imaginación nunca llegó a materializarse, debido casi con toda seguridad al planteamiento un tanto extraño que suponía en aquella época, como a la escasez económica de la, ya olvidada por muchos, España de la posguerra.   

La catedral de Cartagena

Hoy día nada más que quedan unas pocas ruinas, pero si las informaciones y códices no mienten, podríamos estar hablando de la primera catedral de España.     

  Al parecer cuando el Apóstol Santiago desembarcó en el puerto de Santa Lucía en Cartagena, a mediados del s. I d.C., fundó la Catedral de Santa María la Mayor y a partir de ahí comenzó su evangelización por la Península Ibérica.     

  Durante las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la vieja catedral se han encontrado cientos de esqueletos, joyas, escudos heráldicos, lápidas con inscripciones en latín, e incluso un pasadizo en el interior de la catedral lleva hasta una cripta donde se puede apreciar un mosaico fechado del s. I a.C.

       

  Pero una vez más los templarios aparecen en la escena murciana. Ya que el 16 de Noviembre de 1272, el rey Alfonso X el Sabio, durante una visita realizada al reino de Murcia crea la Orden de Santa María, entre cuyos objetivos se encontraban los siguientes: acabar con las incursiones de piratas, corsarios, berberiscos y granadinos que continuamente efectuaban desembarcos y saqueaban las poblaciones cercanas al litoral haciendo cautivos a gran número de cristianos. Así como, proteger e impulsar el comercio marítimo castellano en el Mediterráneo y en el Estrecho. A cambio el monarca cedió a estos guerreros, tierras, privilegios, ausencia del diezmo...     

  Como signos de identificación de la orden podemos destacar su peculiar sello donde se aprecia una estrella de ocho puntas con una imagen de Santa María sosteniendo al Niño con su brazo izquierdo y un ramo en la mano derecha,  y en la orla la leyenda “CAPITULI: ORDIS: MILICIE:SCE: MARIE: DE: CARTAGENA”. Por este motivo a la orden de Santa María también se la conoce como la Orden de la Estrella. Casualmente este símbolo templario llega hasta nuestros días, ya que el emblema de la Universidad Politécnica de Cartagena es, fíjense que cosa más curiosa, una estrella de ocho puntas. 

  Pero la aparición de la talla de Santa María fruto de adoración también esta rodeada de leyenda. La tradición del pueblo dice que esta talla la halló flotando un pescador cartagenero apellidado Ros, quién la sacó del agua y la llevó a la ciudad, y el pueblo en honor al pescador la llamó Rosell.

       

  La Catedral de Cartagena fue restaurada en el siglo XIX tomando un aspecto neorrománico. Sin embargo, sufrió bombardeos durante la Guerra Civil y quedó destruida casi por completo.

       

  Hoy por hoy permanece muda, testigo de las diferentes culturas y guerras que han pasado ante su fachada, con grietas que parecen ser heridas de muerte.

La casa encantada de Santa Eulalia

Salpicando la historia, desde el siglo XI, nos encontramos con el noble linaje de los Saavedra.     

  Dicho apellido siempre ha estado ligado a momentos de armas, al pensamiento..., en definitiva  siempre presentes en la vida y la historia de la Región de Murcia. Pero quiso el destino que su nombre también pasara a la historia bajo un hecho ciertamente oscuro, tenebroso.

  Esta noble familia tenía una gran casa situada en las inmediaciones de la plaza de Santa Eulalia, todo un palacete al que se anexaba un rico jardín con verduras y fuentes que, sin duda, debieron dar un aire cortesano a la villa.

  Por haber contraído matrimonio con un Saavedra, era dueña consorte de todo aquello una dama que los textos, y la tradición, recuerdan con una “rara belleza y seductor comportamiento”. Un caballero la rondaba pese al compromiso que la ligaba a su marido, y cierto día consiguió hacerla suya sin que ésta opusiera ninguna resistencia, con el añadido de que la infidelidad de la dama tuvo lugar en la misma casa palaciega en la que compartía vida con su marido.

  Tras este suceso pasó el tiempo, y este se llevó consigo las vidas de los protagonistas de la historia, sin más trascendencia por el adulterio cometido. Sin embargo, un extraño suceso que habría de repetirse a diario, sembró de miedo y pánico a la Murcia de la época. Ya que, al caer la noche sobre los tejados del palacete de Santa Eulalia, una extraña luz azulada y un tenue humo aparecían envolviendo una fantasmal figura femenina que danzaba “tan descompuesta como horripilante”. Para mayor terror, unos lamentos que culminaban en horribles carcajadas, extraños suspiros, parecían acompañar a la espectral aparición.                                               

  Todo aquello no sólo hizo que la gente vecina del palacio se encerrara en sus casas, sino que también espantó a viandantes, que apercibidos por los rumores extendidos por toda la ciudad siempre repudiaban caminar por la zona una vez culminadas las horas de sol.

 

  Lamentablemente el saber popular, portador de esta historia no ha sido capaz de retener mayores detalles sobre esta historia fantasmagórica ligada a uno de los más ilustres apellidos de Murcia, tampoco la documentación histórica aporta datos de mayor relevancia. Sin embargo, todavía hoy, en pleno siglo XXI, se siguen repitiendo los testimonios de gente que dice escuchar los lamentos de la dama en la madrugada. Cualquier otro vestigio ya ha sido engullido por el tiempo.