El nombre de Ulises es la forma latina del griego
Odiseo. Y Odiseo es, no un guerrero emparentado con los dioses,
sino ante todo el viajero protagonista de la Odisea, el segundo
gran poema épico atribuido a Homero, compuesto a
fines del siglo VIH a. de C. (Fue luego la primera obra traducida
al latín en el siglo III a. de C. con el nombre de Ulissea por Lucio
Andrónico. Resulta un hecho muy significativo que con esa
traducción se inicie la literatura latina, y que así se inaugure la
larga y prolífica relación literaria entre Grecia y Roma.)
Aunque el héroe de Itaca erraba ya en los mitos griegos mucho
antes de ser cantado por el viejo Homero, cobró en su segunda
epopeya, en esa narración inolvidable, en esa versión donde
la épica se hace ya peripecia novelesca, su perfil singular y
definitivo, de tal modo que hablar de Ulises es siempre referirse
a la Odisea con sus escenarios y sus episodios múltiples. Y gracias
a ese poema adquiere Ulises-Odiseo su peculiar rostro heroico,
y nos resulta un tipo familiar y próximo. Pues de todas las
figuras míticas tratadas por la literatura épica y trágica resulta
Odiseo, sin duda, la que entendemos mejor, la más moderna.
Entre los héroes antiguos es el menos enraizado en el ámbito
mágico y maravilloso, de prodigios extraños y de dioses frívolos
y abrumadores, donde se mueven bien personajes como
Perseo o Heracles, por ejemplo, si bien actúa ágilmente en un
mundo fantástico, a la vez que tremendamente humano. Contrasta
también Ulises con los grandes héroes guerreros, monolíticos,
feroces, los de fulgurantes armaduras y fuerzas descomunales.
Aunque también él fue un héroe notorio en las duras
batallas de la litada, y aunque su intervención en los combates
fue mucho más decisiva a la postre que las de los otros, pues
fue gracias a su ingenio como al fin conquistaron los aqueos
Troya. Pero más que por sus recursos sobrenaturales o su parentesco
divino o sus atributos físicos excepcionales, Ulises
logra admirarnos por su sagaz talante.
Ya en la litada Ulises destaca por su inteligencia y su espíritu
práctico, como consejero hábil y oportuno, astuto y audaz
para las emboscadas y la embajadas arduas, y buen estratega
también en su momento. Por eso sabemos que es justo que luego,
después de la muerte de Aquiles fuera él quien heredara sus
armas espléndidas —Ulises y no Ayante, que encarnaba el tipo
de guerrero más antiguo, harto fiado en su coraje y su enorme
vigor bélico— en una decisión que le acredita como el sucesor
del gran héroe, de tan distinto carácter. Es él, Ulises, quien con
la ayuda de su diosa amiga, Atenea, sugirió la construcción del
caballo de madera con el que se tomó al fin Troya.
Pero es en la Odisea, en el poema que lleva su nombre y narra
su gesta aventurera, donde advertimos todo el complejo valer
y el artero valor de Ulises. Ya los epítetos formularios tradicionales
nos indican que es un héroe distinto a los otros. De
otros se destacaban en sus epítetos tradicionales aspectos físicos
o notas externas características: Aquiles «ligero de pies»,
Menelao «bueno en el grito de guerra», Héctor «de penacho
tremolante», Ayante «del escudo como una torre», Agamenón
«el ampliamente poderoso señor de las tropas», etc. Pero a
Ulises sus epítetos lo califican en referencia a su modo de ser
interior: como polytlas, polytropos, polymetis, polyméchanos,
«muy sufrido, muy artero, muy sagaz, de muchos trucos». Así
destaca entre los jefes griegos por su carácter, no por su apariencia
física. (También sin embargo en su aspecto hay algo de
singular, es ancho de espaldas y más bajo y moreno que los
otros héroes esbeltos y rubios en su mayoría, y cuando habla lo
hace con una extraña locuacidad y discreción en sus gestos, según
se cuenta en el canto III de la Ilíada).
Es muy destacadamente un héroe de la m etis, que quiere
decir astucia y habilidad de palabra, un tipo de inteligencia engañosa.
Es polytropos, como el dios Hermes y el zorro de las fábulas.
(Ese adjetivo le define en el primer verso del gran poema,
que comienza: Andra m oi ennepe, Mousa, polytropon...,
«háblame, Musa, del hombre muy astuto...». El nombre propio
de Odiseo sólo se nos da en el verso 20, cuando ya se ha descrito
su personalidad.) El muy astuto, artero, sufrido, asenderado
e ingenioso Ulises es, no sólo un acreditado héroe de la expedición
contra Troya, sino un aventurero redomado. Es un navegante
mediterráneo, que, gracias a su personal ingenio, atraviesa
un mundo fabuloso, venciendo las seducciones y los peligros
inmensos de la travesía, escapando de monstruos y encantamientos,
visitando el mundo de los muertos, dejando ciego al
Cíclope, y escapando, tras oírlas, de las sabias y fascinantes Sirenas,
zafándose al final de las magas Circe y Calipso, para volver,
más experimentado y rico eñ historias, a su añorada, austera
y pedregosa isla de Itaca, la pobre patria donde le aguardan
—desde hace veinte años— su fiel esposa, su hijo ya crecido y
su hogar humeante y su reino pequeño
La Odisea es la historia de Ulises que vuelve a su isla desde
Troya, surcando el Egeo y sufriendo desvíos por un laberíntico
mar. Un viaje de vuelta se transforma así en una «odisea» —en
el sentido moderno de la palabra— que pone a prueba su astucia
y su valor. En ese regreso Ulises perderá a sus barcos y todos
sus hombres y sólo al cabo de diez años llegará de nuevo a
su isla, como un vagabundo ahíto de naufragios. Y allí habrá de
combatir a los pretendientes de Penélope para recuperar su
puesto en su hogar. La Odisea, que evoca tres escenarios diversos,
el de Troya destruida al final de la larga contienda, el de los
encuentros marinos y el de ítaca con sus enredos domésticos,
muestra bien las facetas del héroe. Como un aventurero que se
forja su destino, solitario, exiliado incluso en su propia tierra,
Ulises se hace un símbolo del hombre moderno, peregrino
hacia su propia patria, que se enriquece con las experiencias de
su viaje y sü nostalgia.
La tarea heroica de Ulises puede parecer sencilla, pues sólo
intenta volver a su patria. La Odisea se configura como el relato
de un Regreso, un Nostos, como otros cantados por la poesía
épica. Todos los otros relatos antiguos de los Nóstoi se nos han
perdido, pero algunos están resumidos en pasajes de la propia
Odisea, como el regreso de Menelao y Helena, pasando por
Egipto (pues lo cuenta el propio Menelao a Telémaco en el
canto IV). En sus variados naufragios y percances del camino,
Ulises pierde a todos sus camaradas, sus barcos y su botín.
Luego obtiene buenos obsequios de los Feacios, que lleva consigo
hasta ítaca. Pero el auténtico botín del héroe es el relato de
sus experiencias, su historia personal.
En la figura de Ulises confluyen aspectos de otros tipos
heroicos, pero en él la heroicidad se ha humanizado mucho. Es
un héroe «ilustrado» —como escribieron Adorno y Horkheimer
en su Dialéctica de la Ilustración—, que ya no se lanza a
quiméricas aventuras ni intenta librar al mundo de terribles
monstruos. No es tampoco el joven paladín que se encamina a
la gloria de una empresa maravillosa. Es sólo un héroe resignado
que regresa, cumplida su faena en la guerra de Troya, a su
retiro en Itaca.
La literatura épica conoce, en Grecia, dos tipos de héroes:
el guerrero fogoso que lucha por la gloria del combate y muere
joven, aunque es hijo de una diosa o un dios, cuyo prototipo
puede ser Aquiles, y el aventurero que desafía a los monstruos
y los vence y logra, en tierra lejana, un espléndido botín, como
Teseo, Jasón o Heracles, por ejemplo. Ulises tiene algo de uno
y otro, pero hasta cierto punto. Basta contrastarlo con esas figuras
para advertir cómo es mucho más humano que todos
ellos, y cómo está más lejos de los dioses. Cierto que los dioses
siguen ahí, pero están, aunque atentos, mucho más distantes
que en la litada. Atenea protege a Ulises por una íntima simpatía
con su carácter astuto y Poseidon le persigue, irritado porque
dejó ciego a Polifemo; pero Ulises se salva por sus virtudes
personales. Desde luego, fue un gran guerrero en Troya y lo
será en Itaca, en el momento oportuno, a la vez que se muestra
un diestro aventurero marino, y un seductor ocasional de ninfas
y princesas —como Jasón y Teseo—, pero se mantiene atento
siempre al regreso, por encima de cualquier desvío y encantamiento,
a su isla de Itaca.
Pero hay otro detalle que no debemos olvidar: Ulises es, a la
vez, un gran narrador. Es él quien nos cuenta, en primera persona,
sus andanzas marinas. En un ambiente muy adecuado, como
es el banquete en Feacia, después de que el aedo de la corte local,
Demódoco, ha narrado el famoso episodio del Caballo de
Troya, Ulises, aún de incógnito, se echa a llorar, y así atrae la
atención de todos, y a requerimiento del rey Alcínoo, cuenta sus
aventuras. Sienta la pauta ejemplar del relato fantástico, que
debe hacer el protagonista. Eneas, Luciano, Simbad, Cyrano,
Gulliver, el barón de Münchhausen, entre otros, le imitarán.
Comienza elogiando la manera de narrar del aedo Demódoco
y luego, en tácita competencia, relata sus propia^ aventuras.
Le sucede como al ya famoso Don Quijote en la segunda
parte de la novela cervantina. El caballero sabe que sus andanzas
anteriores ya andan por ahí, en relatos ajenos, pero él quiere
recontar su historia con más autoridad. Y ese «Ulises» de
Ulises es más fabuloso que el guerrero iliádico, que en la «Telemaquia
» han recordado cariñosamente Menelao y Néstor. Sus
avatares marinos transcurren en un escenario ya no épico, sino
más cercano a un folktale que está más allá de la epopeya. Los
feacios, hospitalarios y algo ingenuos, se quedan fascinados
por su modo de contar sus peripecias. Les domina a todos el
encanto de sus palabras y el rey Alcínoo expresa su admiración
por la impresión de veracidad de las palabras del narrador Ulises.
(Véase Odisea, XI, 334 y ss., 363 y ss.)
Los lectores de la Odisea —que conocemos mejor a Ulises
que los feacios— sabemos que es también un eficaz embustero.
Sabemos que en sus encuentros en Itaca no vacila en inventarse
breves autobiografías, muy oportunas y falsas, nada menos que
en tres ocasiones. Y la diosa Atenea le elogia, con una cierta
ironía, por esa capacidad para mentir y engañar (véase Odisea,
XIII, 291-302). Que Ulises sea, a la vez que un intrépido navegante,
un redomado embustero y un fascinante narrador, es un
trazo de su ser polytropos, es decir, de su artero modo de ser.
Para que el regreso a Itaca valga la pena de contarse, «hay
que rogar que el viaje sea largo», como dice el poema de Cavafis.
Ulises emplea diez años en un itinerario que un barco medio
podía hacer en pocos días. Desde el Bosforo troyano a
ítaca, una isla en el sur del Adriático, la distancia no es tremenda.
Pero el mar homérico de color de vino y los dioses podían,
ciertamente, complicar cualquier singladura. En el fondo, podemos
pensar maliciosamente, Ulises tardó tanto en volver
porque le apetecía tener mucho que contar y porque, a pesar
de su nostalgia del hogar, era un curioso tremendo y quiso
aguardar a Polifemo y escuchar de paso a las Sirenas, y enredarse
en amoríos con Circe y pasar una temporada larga con
Calipso (ahora bien, no vaciló en rechazar la oferta de la diosa
una inmortalidad que le dejaría sin historia ni público). Y se
llegó hasta el Hades, hasta el mundo de los muertos, para preguntar
a Tiresias por el camino de vuelta hasta su casa. ¿Quién
más que él habría ido en un viaje tan arriesgado a preguntar tan
sólo esa efímera cuestión?
Hubo otros episodios de la trayectoria de Ulises que no están
contados en la Odisea. Un poema épico arcaico, la Telegonia,
pronto perdido, narraba cómo Ulises, en una salida posterior se
topó en un encuentro hostil con Telégono, hijo suyo y de Circe, el
cual, sin reconocerlo a tiempo, le dio muerte. Un final triste, sin
duda. Pero la leyenda de Ulises pervivió mucho más. Sobre su
muerte escribieron finales más atractivos Dante y Kazantzakis,
que le inventaron otras aventuras. No estará de más recordar, aunque
sea en unos cuantos apuntes, la larga pervivenda literaria del
mito de Ulises, más allá de los textos antiguos, hasta nuestro siglo.
Pero lo haremos brevemente, refiriéndonos a los autores
y textos de más interés y significación literaria. (A los interesados
en la tradición del tema los remitimos a los artículos de
E. Frenzel y de D. Kohler (en el Oictionnaire de mythes littéraires
de P. Brunei) y a los libros de W. B. Stanford, The Ulysses
Theme. A Study in the Adaptability o f a Traditional Hero, Oxford,
2a ed., 1963, y P. Boitani, La sombra de Ulises, Barcelona,
Peninsula, 2001. La tradición del mito de Ulises refleja muy
bien su versatilidad y da lugar a muy varios textos literarios,
por lo que conviene aquí limitarse a mencionar sólo unos cuantos
textos importantes de la literatura de nuestro siglo.
Comencemos por los dos largos relatos a los que Stanford,
en su ya clásico estudio, dedica especial atención en su penúltimo
capítulo. Son el Ulysses de James Joyce (1922) yla Odisea de
Níkos Kazantzakis (1938), dos obras en estridente contraste.
Es bien sabido que, en su edición actual, tan sólo el título
de Ulises orienta al lector de la novela de J. Joyce hacia el personaje
homérico. Hace falta cierta perspicacia y mucha paciencia
para advertir que las sórdidas peripecias de un día de Leopold
Bloom, en su regreso al hogar a través de las calles de
Dublin, reproducen el esquema de aventuras odiseicas, como
si el novelista hubiera tomado la Odisea como una especie de
falsilla o pauta para construir el relato, borrando luego las pistas
de la misma. (Ya el crítico Edmund Wilson en El castillo de
Axel, en 1931, subrayó la importancia de la trama odiseica para
entender la arquitectura de la novela. En ese mismo año Stuart
Gilbert publicó El Ulises d e James Joyce, Madrid, Siglo XXI,
1971, en el que se detallan los ecos y correspondencias de capítulos
de la novela y episodios odiseicos. Muy bien lo comenta
Gilbert Highet en su gran libro La tradición clásica, II, trad,
esp., México, FCE, 1954, pp. 308 y ss. J. M. Valverde en apéndice
a su traducción del Ulises, Barcelona, 1989, recoge puntualmente
el esquema de los episodios paralelos.)
Sobre la importancia de ese paradigma narrativo para entender
y gustar de la novela, hay opiniones diversas. Vladimir
Nabokov, a quien resulta difícil negar su condición de fino lector^
no considera relevante que la novela sea una «parodia fiel
de la Odisea». «Nada hay tan tedioso como una larga alegoría
basada en un mito trillado» añade. (Lo dice en su Curso de Literatura
europea.) Desde luego la novela de Joyce no es tal alegoría
y nadie lo ha pretendido. La referencia latente a la trama
de la Odisea en forma irónica es un uso lúdico muy personal, un
private jok e de Joyce, cuya obra es «un monumento de humor,
como el Quijote», como apuntó Valverde.
Pero así como el Quijote es una parodia humorística de los
libros de caballerías, Ulises es una versión en caricatura de una
Odisea moderna y Leopold Bloom es otro Ulises, antiheroico
casi. No es necesario haber leído libros de caballerías para entender
el Quijote, ni la Odisea para disfrutar del relato de Joyce.
Sin embargo, se entiende mejor el texto de Cervantes si uno
conoce cómo eran esos libros, y se percibe mejor la ironía de
Joyce sí el lector es consciente de que el itinerario de Bloom re
fleja con sarcástica prosa las etapas del viaje homérico. De hecho
sabemos que Joyce recomendaba leer despacio la Odisea
antes de comenzar su novela. Lo cuenta Italo Svevo, que conoció
bien a Joyce en Trieste. (Véase I. Svevo, Escritos sobre Joyce,
Barcelona, 1990, p. 73.) «Muchos personajes de Homero
—escribe Svevo en sus apuntes— encuentran su equivalente
moderno en una luz que envilece la modernidad.»
Bloom es el Odiseo trivializado de un sombrío Dublin, mezquino
y desencantado, Stephen Dedalus es Telémaco, Gerty Mac
Dowell es Nausicaa y Molly es una infiel Penélope burguesa. Todos
ellos degradados por la modernidad. Los personajes luminosos
del mito helénico se han aburguesado esperpénticamente.
Pero el título de la obra, ese Ulises que no es ya nombre propio
de ningún personaje en la novela —título que forma parte esencial
de lo que G. Genette llama el «paratexto»— recuerda al lector
su lejano referente mítico, de acuerdo con las intenciones de
Joyce. Con otro nombre, el protagonista, dublinés, parlero e ingenioso,
es un remedo del antiguo héroe. Como él vuelve a su
casa a través de un mundo hostil, sorteando los peligros y trampas
del camino, con sus brutales ogros y sus ninfas de baja estofa,
por tabernas y burdeles que equivalen a las islas y espacios mágicos
del relato antiguo. Stephen busca en vano a un padre perdido,
como un infausto Telémaco. Molly Bloom es una mezquina y
soñadora Penélope. Pero algo queda de Ulises en Bloom; su gusto
por la aventura y los relatos fantasiosos. Sólo que el tiempo no
es ya propicio a los héroes . Y no hay dioses y el laberinto dublinés
está lejos del mar griego y sus paisajes. La ironía de Joyce denuncia
la vulgaridad de lo real y su proteica prosa está tan distante
del lenguaje formulario de la épica antigua en su forma como
el relato lo está en su fondo.
Muy distinto, a todos los efectos, es la gran narración de Kazantzakis.
Su Odysseia (publicada en 1938) es un extensísimo
poema, de veinticuatro cantos y treinta y tres mil trescientos
treinta y tres versos. Tiene tantos cantos y tantos versos como
las dos epopeyas homéricas juntas. En su construcción trabajó
su autor durante quince años —de 1924 a 1938— y compuso
siete versiones. Esta nueva Odisea refleja las muchas inquietudes
espirituales del gran escritor griego, poeta, novelista, dramaturgo,
pensador y gran conocedor de la tradición literaria europea.
En un poema complejo y de muchos episodios nos
cuenta las nuevas andanzas de un Ulises inquieto y melancólico,
que abandona de nuevo Itaca y tras cruzar el Mediterráneo, y
parar en Creta, en Egipto, en África central y otras regiones, va
a morir solitario en los hielos del Antártico, harto de fracasos.
Como se trata de un poema tan extenso y, además, escrito
en-un griego moderno extremadamente rico en su vocabulario,
esta obra de Kazantzakis es menos conocida que otras suyas, y
mucho menos leída de lo que merece su fuerza literaria. (Pero
tenemos varias excelentes traducciones a lenguas modernas: la
de K. Friar al inglés, la de J. Moatti al francés y la de Castillo
Didier al castellano.)
El escritor griego ha insuflado nuevo impulso aventurero en
la figura de su Ulises. Como ya imaginara Dante, en su fantástico
relato sobre la muerte de Ulises, el héroe, cansado de la rutina
y limitados horizontes de Itaca, volvió a hacerse a la mar en
pos de nuevas experiencias. En su palacio de Itaca dejó a Telémaco
casado con Nausicaa, y él se lanzó a más audaces empresas.
Raptó de nuevo a la bella Helena de Esparta y la dejó luego
en Creta, sufrió cautiverio en Egipto y allí se liberó y libertó a
otros, y más tarde fundó una ciudad de ideales utópicos en el
corazón de África. Una vez que hubo encontrado las fuentes del
Nilo, y fracasó luego. Trató de encontrarse a sí mismo en sus
aventuras y sus conversaciones con figuras de raro simbolismo.
Con un afán a la par fáustico y quijotesco, heredero de nociones
cristianas y budistas, como el autor del relato, fue en busca de
una civilización que le permitiera apaciguar a su yo trágico.
Se trata de una obra muy compleja, como anota Stanford:
«Al intentar definir la esencia de este Ulises neogriego tenemos
que dejar a un lado las tradiciones clásicas griega y romana. Kazantzakis
ha derivado, ciertamente, muchas de las cualidades
de su héroe y sus aventuras de la antigua épica griega. Pero en
esencia su Ulises es un avatar del héroe centrífugo de Dante, y
deriva de la tradición que conduce desde Dante a través de
Tennyson y Pascoli hasta el día de hoy. El Ulises de Tennyson
es el más próximo al de Kazantzakis en su esencia; porque,
aunque Tennyson hace expresar a su héroe el mismo motivo de
su prototipo en Dante, es decir, el deseo de «seguir en conocimiento
como a una estrella errante, hasta más allá del límite extremo
del pensamiento humano (To fo llow k nowlege like a sinking
star / B eyon d th e utmost bound o f human thou gh t )¡ sin
embargo su motivo inmediato es liberarse de su entorno doméstico
en Itaca. El héroe de Pascoli comparte su pasión por
la libertad; pero está agobiado por los anhelos nostálgicos de
las escenas de su pasado heroísmo. Kazantzakis ha singularizado
el deseo de ser libre como la pasión dominante de su héroe.
De hecho, psicológicamente, su épica es una exploración del
sentido de la libertad» (ob. cit., p. 235).
En esta figura moderna del aventurero Ulises se expresa la
inquietud existencial del autor. Inquietud por realizarse en una
sociedad utópica —con ecos marxistas a la vez que estoicos— y
en un mundo mejor. Tiene un componente muy griego esa pasión
de conocer más y cambiar el mundo, pero también un fondo
romántico exacerbado, muy de acuerdo con el talante del
Kazantzakis cretense. También él fue durante años un exiliado
-—como Joyce, y como otros que han visto en Ulises un paradigma
del viajero esperanzado—, pero, a diferencia de J. Joyce, fue
un luchador político, revolucionario e idealista, un exaltado
marxista y un heterodoxo cristiano, siempre en tensión espiritual.
Fue un pensador magnánimo, un tipo megáthymos, un intelectual
algo fáustico, que no podía resignarse a las limitaciones
de su entorno. En una época pródiga en revoluciones y en
esperanzas, luchó repetidamente y con brío tenaz por la libertad
y la justicia, comprometiéndose con los perseguidos, aunque
quizá con un propósito más utópico que realista. Tanto el
mito de Buda como el de Fausto están presentes en éste y otros
relatos suyos. Recordemos que lo están en su mejor novela, Zorba
e l griego. Las sangrientas luchas por la libertad en la Grecia
moderna están en otras, como Libertad o muerte, por ejemplo.
Volviendo a su Odisea, esa continuación desaforada y romántica
del poema de Homero, observamos que sus horizontes
son mucho más dilatados que los antiguos y las ansias del
héroe más universales. En Homero, Ulises es fundamentalmente
el héroe tenaz y sufrido que con sus astucias logra regresar.
Y esa vuelta a la patria es su destino. El personaje de esta segunda
Odisea no tiene un destino fijo: su inquietud se mide
con la inmensidad, está destinado a un errar sin fin, porque su
anhelo es infinito. Esa búsqueda infinita de nuevos horizontes
entronca a este héroe con el Ulises que Dante encontró en uno
de los círculos infernales. Y con el aventurero del poema de
Tennyson, de ansias románticas por descubrir nuevos mundos
y explorar nuevos horizontes. Deriva del antiguo Ulises, pero
expresa una inquietud existencial moderna.
No vamos a considerar ninguna otra narración sobre Ulises,
pero sí su influjo sobre poetas de nuestro siglo. Comencemos
por Ezra Pound, otro exiliado, como ejemplo de un poeta
que se vio a sí mismo como un héroe perdido y solitario.
Sabido es que son muchas y muy varias las alusiones a los mitos
en la poesía de Pound. No vamos a rastrearlas aquí. Sería muy
largo e inoportuno. Vamos a centrarnos en una imagen repetida
en sus poemas, la del viaje del poeta al Hades para dialogar
con los muertos sobre el regreso a casa. Otras veces es el viaje a
Eleusis. Pero con preferencia se trata de emular la gesta de
Odiseo en su entrevista allí con Tiresias.
Así el Canto I comienza con una traducción de la versión latina
que el poeta renacentista Andreas Divus hizo de un pasaje de
la Nekuia. El motivo mítico del viaje al más allá está ya en el Poema
de Gilgamesh y de nuevo en la Eneida y en la Divina Comedia.
Pero a Pound le está más próximo Ulises que Eneas o Dante, viajeros
con destino más político o teológico. Pound nos sugiere que
todo auténtico poeta debe emprender esa travesía para luego volver
más sabio y purificado. Es emblemático que su poemario
Cantos comience con ese motivo. A lo largo de sus setenta y tantos
poemas persiste latente el esquema de un viaje iniciático y odiseico.
La mezcla de versiones en varios idiomas recuerda la importancia
de la tradición, quizá con cierta ironía. También Pound
evoca un nombre que lo une a Ulises: se proclama él también,
como Ulises frente al cíclope Polifemo, «Nadie», con la palabra
griega Outis. También él es de la ilustre familia odiseica.
«OUTIS, OUTIS? Ulises,., el nombre de mi familia.» ,
Como glosa Michael Reck, «el evasivo Ulises es el prototipo
de Pound, Como Ulises, Pound es un vagabundo que va buscando
el camino de regreso al hogar. Para Pound el camino es la
sabiduría, el hogar es la verdad. En esta búsqueda, él debe ser
como el itacense: polytropos, astuto, ágil, proteico» (E. Reck.
Ezra Pound en primer plano, Barcelona, 1976, p. 225). 1
Son muchos los poetas que han aludido a Ulises como símbolo
del viajero que, tras recorrer el amplio mundo, penosamente
regresa a su patria pobre, exaltada en su memoria. De entre esos
muchos poetas vale la pena mencionar a dos grandes escritores
griegos, Cavafis, con su Itaca, y Seferis con Sobre un verso antiguo.
ítaca es un breve e intenso poema de muy amplia difusión.
Se ha traducido muchas veces —siete u ocho versiones poéticas
conozco al castellano y al catalán, está musicado por L. LLach
con fervor— y sin duda merece ese reconocimiento popular.
Sobre un verso antiguo de Seferis es un texto más largo, pero no
menos impresionante. Su título alude al famoso verso inicial del
soneto del renacentista francés Joachim Du Bellay: Heureux qui
comme Ulysse a fa it un beau voyage... Ambos poetas griegos ven
a Ulises como un antepasado ejemplar. Cavafis lo ve como el héroe
mítico con el que todo viajero de regreso tardío a una patria
pobre puede identificarse; Seferis sueña con Ulises, el esforzado
y sufrido, que es un camarada mayor para el griego que vive empeñado
en una dura y arriesgada travesía. Para Cavafis la patria
deseada marca la ruta y da sentido al viaje, es la patria pobre de
tantos griegos que cruzan el alta mar y han viajado conociendo
otras tierras ricas y extrañas, y esas experiencias los han enriquecido
para volver más sabios. Para Seferis Ulises es el héroe
del esfuerzo y la tenaz paciencia ante los reveses, el hermano
mayor de los marinos griegos, con su fantasía y su coraje vital
frente a un mundo borrascoso.
También para otros poetas Ulises es un mártir del exilio y
de la resignación ante el destino. No olvidemos a dos grandes
catalanes: Agustí Bartra, cuyo Odiseo (México, 1953, en catalán,
y 1955 en castellano) es una extensa recreación nostálgica de la
Odisea, en verso y en prosa, y Caries Riba, el gran traductor de
la Odisea al catalán, cuyas Elegías de Bierville (1943) están impregnadas
de ecos odiseicos. Ambos textos están escritos en el
exilio tras la guerra civil, exilio más breve y cercano uno, más
largo y lejano otro.
Son muchos los textos poéticos castellanos que podrían citarse,
como testimonio de esa presencia de Odiseo en nuestra
literatura actual, pero, a modo de ejemplo, baste con recordar
cuán a menudo está aludido en los poemas de J. L, Borges. Es
muy curioso que a Borges no le gustara la Ilíada y, en cambio,
tuviera la Odisea entre sus textos predilectos, desde su niñez,
pero en versión inglesa y no española. Le gustaba recordar a
Ulises, como símbolo del exiliado, del viajero inquieto, del navegante
por un mar laberíntico, y también le gustaba glosar el
final esforzado del héroe según Dante.
Son muy variados los textos poéticos que evocan al mítico
Ulises o episodios sueltos de la Odisea. En esas evocaciones domina
la nostalgia o la ironía. Pero donde más frecuente es la recreación
en clave de ironía y humor de episodios odiseicos, y
muy generalmente del tema central y final del retorno del héroe
al hogar, es en el teatro. En la comedia casi siempre se tiende
a dar una visión desmitificadora del mundo heroico, con un
cambio de tono pasando a una farsa burguesa. Como ejemplos
anotemos unos cuantos títulos de piezas cómicas sobre Ulises
de estos últimos cincuenta años. Desde la de G. Torrente Ballester,
El retorno de Ulises (1946); y luego las de A. Buero Vallejo
La tejedora de sueños (1949); Salvador S. Monzó, Ulises o
e l retorn o eq u ivoca do (1956); José M. Morales, La Odisea
(1965); Domingo Miras, P enélope (1971); Antonio Gala, ¿Por
qu é corres Ulises? (1975); Romá Comamala, Elretorn d ’Ulisses
(1978); Carmen Resino, Ulises no vu elve (1983), y Fernando
Savater, Ultimo desembarco (1987).
De la pieza de tonos costumbristas a la farsa disparatada,
ahí se contrapone una parodia burlona al final feliz y más ingenuo
de la Odisea. Prácticamente todas esas comedias coinciden
en rechazar el tópico happy end, esencial en el viejo relato de
aventuras, para indicar que no es posible esa amable solución
final de la errancia heroica. Tras los veinte años de ausencia el
héroe no volverá a encontrar la Itaca anhelada, porque sus anhelos
no encuentran sino una realidad trastocada por el paso
del tiempo y las trayectorias de otras vidas. En esos finales desencantados
se nos advierte de que Ulises va a encontrarse con
un nuevo enemigo, que no podrá derrotar: el paso del tiempo
implacable. ¡Pobre Ulises que vuelve veinte años más viejo!
¡Pobre Penélope que en esos veinte años ha planeado su vida
resignada a esa ausencia, con sus propias ilusiones ! Con el regreso
del héroe al hogar no puede recuperarse el tiempo perdido
y sí, en cambio, hay que buscar una sutura que se ha vuelto
imposible después del largo vacío de veinte años.
De las mencionadas, las tres obras más conocidas son las de
A. Buero Vallejo, A. Gala, y F. Savater. Es curioso que en ellas,
como en las demás citadas, la relación del ausente viajero con la
fiel Penélope sea considerada bajo una luz más turbia que en la
epopeya. En muchas se presta primordial atención a la opinión
femenina sobre el regreso del héroe. (Recordemos que hay, en
efecto, muchas presencias femeninas en el poema griego.) Esta
perspectiva femenina es muy propia de esa modernización irónica.
Sin duda podrían rastrearse en estas obras españolas influencias
de otros autores europeos, como J. Giraudoux (La
gu erre de Troie n ’aura pas lieu) y J. Giono (de su novela Naissan
ce de l’Odyssée), que ya enfocaban los motivos odiseicos
con una parecida ironía, muy desmitificadora.
Pero lo que nos parece importante, aquí como en otros
casos, es subrayar de nuevo cómo el mito antiguo se presta a
renovadas reinterpretaciones, ya sea en clave humorística o irónica.
Y, sin embargo, pese a las burlas y retoques cómicos, el
desengañado y tan baqueteado Ulises, sobreviviente de tantos
naufragios, él que fue tan famoso y que se atrevió a decirse
«Nadie», no sale del todo mal parado de los enfoques aburguesados
e irónicos de la modernidad. ¡Tan astuto y sufrido, tan
humano fue Ulises siempre!
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