LAS SIRENAS COMO METÁFORA
Vuelta ya tópica la interpretación alegórica de las sirenas como imágenes de la seducción, podemos verlas evocadas más allá del contexto marinero o acuático, es decir, sin recordar su forma de semiaves o semipeces, como una metáfora de la tentación a desviarse de la senda esforzada del deber. Como una metáfora la encontramos en el comienzo de La consolación de la Filosofía de Boecio, donde sorprendentemente son las propias musas las que son acusadas de ser unas sirenas. La acusadora es la Filosofía que se le aparece, personificada en una imponente dama, al sabio Boecio, encarcelado y condenado a muerte. Le reconviene: deberá dejar sus entretenimientos poéticos de antaño y dedicar sus últimos ratos a la meditación filosófica, urgente camino de salvación:
Cuando la dama (Filosofía) vio a mi cabecera a las musas de la poesía, dictando las palabras de mi llanto, se irritó e, indignada, exclamó con fulminante mirada:
—¿Quién –dijo– ha permitido que estas rameras histéricas lleguen hasta la cama de este enfermo? ¿Traen acaso remedos para calmar sus dolores y no más bien dulces venenos para fomentarlos? Son las mismas mujeres que matan la rica y fructífera cosecha de la razón; las que habitúan a los hombres sus enfermedades mentales, pero no los liberan. Las que adormecen su inteligencia, pero no la despiertan. Podría pensar que sería menos grave si vuestras caricias arrastraran a un hombre cualquiera, porque mi trabajo no se vería entonces frustrado. Pero este hombre se ha alimentado con la filosofía eleática y académica. Alejaos, pues, sirenas con vuestros hechizos de muerte. Apartaos, y dejad que mis musas lo cuiden y lo curen.
Con estas imprecaciones, el coro de las musas bajó los ojos. Y confesando su vergüenza en el rubor de la cara, traspusieron el umbral de mi casa.59
Las musas son rechazadas por la filosofía como “rameras histéricas”, en una expresión que nos parece ciertamente exagerada. Sin duda es el enfado lo que lleva a la venerable Dama Filosofía a tales epítetos (que entroncan con lo que se decía de las sirenas, como hemos visto). Más bien el defecto de las inspiradoras del fervor poético es parecer frívolas y placenteras, frente al saber austero de la razón y la teoría filosófica (especialmente la eleática y la académica, esto es, la que viene de Parménides y Platón). Aquí las musas, que según el mito desplumaron a las sirenas, podrían perder sus plumas si no se apresuraran a irse, avergonzadas, ante la reprimenda severa de la filosofía.60 La oposición entre poesía y filosofía viene de muy atrás en el pensamiento clásico,61 pero en Boecio (ya a comienzos del siglo V de nuestra era), recobra un acento especial. (Paradójicamente, todo su tratado de Consolación de la Filosofía está impregnado de retórica y poética).
DEL MEDIEVO A LA EMBLEMÁTICA DEL BARROCO
En los siglos XII y XIII las enciclopedias y los bestiarios medievales incluyen a las sirenas entre las bestias peligrosas. En el De proprietatibus rerum de Bartolomeus Anglicus se define a la sirena como “monstrum quod dulcedini sui cantus trahit nautas ad periculum”, y según De natura rerum de Tomás de Cantimpré (como el anterior, un texto de mediados del XIII) son animalia mortifera que per musicum et dulcissimum melos atraen a los marineros a un profundo sueño para desgarrarlos luego con sus garras (supnoque sopiti syrenarum unguibus dilacerantur). No es raro pues que los navegantes les tengan terror (nautae multum timent). No siempre eran figuras de notable encanto femenino. Algunas descripciones acentúan sus rasgos de monstruos híbridos, a veces con garras feroces de ave de rapiña a la vez que ya con colas de pez. Así las describe Alberto Magno (1193-1280) en su tratado De animalibus:
Las sirenas son monstruos marinos que tienen en la parte superior figura de mujer, con senos largos y colgantes para amamantar a sus pequeños. De aspecto horrible, cabellos largos y sueltos. En cambio, en la parte baja tiene garras de águila; arriba, alas, y en la parte posterior una cola escamosa con la que se ayudan para nadar. Y cuando aparecen muestran a los hijos y emiten extraños y dulces silbidos que adormecen a quienes los escuchan, y una vez dormidos, los despedazan. Pero los cautos pasan con los oídos tapados, arrojando frascos vacíos para que las sirenas puedan jugar hasta que el navío se haya alejado.
Un bestiario latino de Cambridge, del siglo XII, muestra una imagen de sirena con senos largos y colgantes y garras y cola de pez, pero sin alas.
En el Libro del tesoro de Brunetto Latini está escrito que “las serenas con sus cantos dulçes fazien perescer los ombres de poco entendimiento que andavan por la mar”. (La palabra sirena alterna en castellano, desde el siglo XV, con la forma “serena”).62
El carácter tentador de las sirenas se conectó desde fines de la Antigüedad con la falsedad atribuida a la mujer en el amor, con la lujuria y los fantasmas y peligros de la sexualidad, de modo que esos seres pudieron servir como imagen de referencias antifeministas, sobre todo en contextos amorosos. De manera que, si san Jerónimo, Servio, Isidodoro y Bruneto las convirtieron en figura expresa de meretrices, y en el Liber monstruorum se resaltaba su pulcherrima forma (‘bellísima figura’), Pierre de Beauvais las juzga como símbolo de la mujer que engaña al varón, y Guillaume le Clerc asimila sus cantos con la tracción de la lujuria.63
Las sirenas seducen con sus cantos, pero no menos con sus voluptuosas formas –con sus pechos desnudos y sus largas melenas–, ya no están varadas en un lugar fijo de una costa, roca o prado, sino que vagan sinuosas y voluptuosas por las ondas marinas. Los textos de Boccaccio y Natale Conti, como hemos visto, recogen todos esos aspectos y aluden a sus encantos lúbricos y eróticos. Su lujuria se combina con la tendencia femenina a los engaños, tan destacada en la literatura medieval. Y esa belleza sensual se expresa mejor en la figura femenina con brillante y semioculta cola de pez que en las sirenas con alas cortas y con garras de gallina. Resultan especialmente atractivos sus blancos y tersos pechos desnudos sobresaliendo de las aguas.
Esa peculiar desnudez pectoral se resalta siempre en las pinturas e imágenes. Y está aludida en un curioso pasaje de La Celestina. Al llegar la vieja de improviso con Pármeno a casa de Areúsa, la encuentra medio desnuda y tapada solo con las sábanas por faldeta. Pero cuando la muchacha manifiesta su intención de cubrirse por sentir frío, la remiendavirgos le indica que se meta en la cama: “Pues no estés sentada, métete debajo de la ropa, que pareces serena”.64
EMBLEMAS CON SIRENAS VARIAS
En los libros de emblemas, tan propios de cierto arte de los siglos XVI y XVII, entre las imágenes cuyo sentido simbólico se glosa al pie de cada una, encontramos algunas de sirenas, ya siempre con cola de pez, en medio de las aguas y generalmente tocando un instrumento musical (arpa, vihuela o violín). En la Enciclopedia de emblemas españoles ilustrados65 hay nada menos que seis (números 1500 a 1505), a las que hay que añadir un emblema más, procedente del famoso libro de emblemas de Alciato, “Ulises y las sirenas” (aquí con el número 1645). En esa última estampa vemos que tres sirenas, desde la costa observan pasar el barco velero de Ulises; ellas están de espaldas y de perfil y tienen largas colas; una toca el arpa, otra una flauta, y la tercera canta. La subscriptio en verso al pie de la ilustración comenta el sentido alegórico del emblema. Y dice así:
Sin plumas aves, sin piernas doncellas
y sin hozico peces y sonoras,
¿quién pensaría en la natura avellas?
Cosas contrarias son en todas horas,
y que naturaleza no consiente.
Mas tales son las sirenas cantoras.
Atrae la mujer, y en accidente,
muy triste acaba, como en negro pece,
que monstruos hace aquel inconveniente.
El cantar, el amor nos adormece
de Parténope, Leucosia y Ligia,
a quien la musa pela y las empece.
Ulises pasa por su niñería
y burla de ellas como hombre entendido
a quien no ha de mover la burlería
que solo aplace al exterior sentido.
Quien compuso esos versos no era un gran poeta, pues tienen más erudición que mérito poético. Valga de muestra el renglón que alude al conflicto mítico de musas y sirenas (“a quien la musa pela y las empece”). Cuando se advierte que las sirenas son “cosas… que la naturaleza no consiente” se alude a que son criaturas de la ficción, pero que muestran lo peligroso de la mujer y de “la burlería que solo aplace al exterior sentido”.
De los varios emblemas con sirenas recién mencionados, uno reaparece glosado por Diego Saavedra Fajardo en su Empresas políticas. Lleva el número 78, y tiene como lema: Formosa superne,66 hermosa por fuera. Sobre la superficie de un mar encrespado, una bella sirena, cuya cola apenas se ve, toca un violín. La sirena, que atrae por su belleza y dulces melodías a los navegantes y hace que se encallen en los escollos (ocultos igual que la cola de la sirena), “es semejante a los príncipes hipócritas que apelan a la religión y el bien público, y, bajo promesas y dulces discursos, ocultan intenciones diversas”.67
Comenta Saavedra Fajardo:
Lo que se ve en la sirena es hermoso; lo que se oye apacible; lo que encubre la intención, nocivo; y lo que está debajo de las aguas, monstruoso. ¿Quién por aquella apariencia juzgará esta desigualdad? ¡Tanto mentir los ojos por engañar el ánimo, tanta armonía para atraer las naves a los escollos! Por extraordinario admiró la antigüedad este monstruo. Ninguno más ordinario. Llenas están las plazas y palacios. ¡Cuántas veces en los hombres es sonora y dulce la lengua con que engañan, llevando a la red los pasos del amigo!… También tienen mucho de fingidas sirenas los pretextos de algunos príncipes. ¡Qué arrebolados de religión y bien público! ¡Qué engaños unos contra otros no se ocultan en tales apariencias y demostraciones exteriores!
(Sigue un amplio comentario sobre los engaños en política a lo largo de la historia).
De nuevo vemos cómo la sirena se ha convertido en símbolo de la belleza engañosa. Basta una sirena violinista para simbolizar la hipocresía y la trampa escondida, como la cola apenas entrevista del monstruo en el mar turbulento. Ciertamente, un tema muy propio de la época barroca. La imagen de la sirena es metáfora del engaño, que endulza su música, seductora trampa de la hermosura externa: formosa superne (hermosa por fuera).68
EVEMERISMO Y ALEGORISMO
En resumen, la interpretación de las sirenas sigue a lo largo de muchos siglos las pautas del evemerismo y la alegoría, dando una traducción verosímil de la ficción fabulosa y buscándole un sentido moral.69 De la versión evemerista un buen ejemplo puede verse en la “explicación de la fábula” del ilustrado repertorio mitológico de Michel de Marolles, El templo de las musas, que ya hemos mencionado. En ella se combina una cierta erudición con la precisión en los datos geográficos concretos. Dice así:
Las sirenas eran tres cortesanas, que habitaban en tres pequeñas islas llamadas Sirenusae, cerca de Capri, enfrente de Sorrento. Atraían con su belleza y el encanto de su voz a los extranjeros, que se perdían junto a ellas por la molicie y el dispendio. El nombre de sirenas viene de la palabra púnica sir, que significa canto. Se dice que eran hijas del río Aqueloo porque la isla de Tafos, de donde habían partido para establecerse en Capri, estaba cerca de la desembocadura de aquel río. Otros, sin embargo, pretenden que la fábula de las sirenas se basa en el hecho de que cerca de Capri o Sorrento se oía cierto ruido armonioso, causado por el oleaje del mar al entrechocar con las rocas, que atraía a los navegantes y les hacía naufragar.
Ovidio nos relata la historia de la metamorfosis de las hijas de Aqueloo en pájaros: ‘Tras ser raptada Perséfone por Hades –dice– las sirenas, habiéndola buscado infructuosamente por toda la tierra, rogaron a los dioses que les dieran alas para poder buscarla también sobre el mar. Sus ruegos fueron escuchados y les surgieron alas y pies de pájaro, pero conservaron su rostro y su voz’. Con ello se quiere indicar que equiparon un velero para hacerse a la mar en busca de Perséfone.70
En cuanto a la explicación alegórica, hemos visto cómo se va desarrollando con enorme éxito en la literatura cristiana, unida en gran parte a una exhortación moral en la que Ulises se presenta como el ejemplo virtuoso para escapar de la tentación. Y, por otro lado, la sirena se presenta como la personificación de la “llamada del placer”, sensual o erótico, o incluso de la adulación taimada, frente a la que cabe estar siempre en guardia.
La literatura emblemática ofrece una fórmula abreviada del sentido simbólico esencial del relato mítico, reducido ya a imagen y con sentido moral. El emblema deviene metáfora visual. Y el comentario, en verso o prosa –como los de J. de Horozco y Saavedra Fajardo citados– explicita el valor alegórico de la misma.
METÁFORAS POÉTICAS
Como metáfora, la palabra “sirena” –persona o elemento atractivo, melodioso– se presta a muy varios empleos en poesía. Me limitaré a recordar unos pocos ejemplos.71 Góngora llama a la adulación, “sirena de reales palacios” (Soledades I, 125); pero en los poemas amorosos de Quevedo es donde encontramos usos más notables, aludiendo a “palabras”, “labios” e incluso “la frente de la amada”.
Así que recordemos, para concluir, algunos memorables versos quevedianos72:
En este Oriente, donde están hablando
por coral las sirenas del sentido (124)
sentí, molesta soledad viviendo,
de engañosa sirena dulce canto (125)
doctas sirenas en veneno tirio73
con tus labios pronuncian melodía (146)
el labio que fue sirena
del amante moscatel (274)
Esa serena frente, esa sirena
para mayor peligro más süave,
¿Siempre escarmientos cantará a mi nave?
¿Nunca propicia aplaudirá a su entena? (131)
Ya Petrarca había llamado a Laura “sirena de los cielos” (en su soneto 167), y Angelo Poliziano confrontaba sus cantos con el de su amada Hipólita:
Ya solían con su canto las sirenas
ahogar en la mar a navegantes;
pero mi Hipólita cuando canta tiene
siempre en fuego a sus míseros amantes.
Solo a mis penas un remedio hallo:
que de nuevo Hipólita otra vez cante.
Con el canto me ha herido y ha sanado,
con su canto he muerto y he resucitado.74
No quisiera pasar por alto a otra “gentil sirena”, española, la amada innominada a la que el poeta Fernando de Herrera, según confiesa en claro soneto, sirve y padece:
Huyo la blanda voz y el tierno canto
que en celeste armonía espira y suena
de esta, de España luz, gentil sirena;
mas vuelvo, al fin sujeto al dulce encanto.
Bien sé que este placer acaba en llanto,
que esto es imagen cierta de mi pena.
y amor injusto siempre me condena
porque sirvo y padezco y sufro tanto.
Ulises, que pudiste venturoso
surcar, seguro y sin temor del daño,
el golfo de la bella Leucosía,
¡Cuánto fuera más grande y valeroso.
si tentaras perderte en ese engaño,
oyendo a la inmortal sirena mía!75
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