Las amazonas son un pueblo de mujeres guerreras
e independientes de los hombres. Su reino está situado en
algún lugar del Asia Menor, a orillas del vago río Termodonte.
Viven sin la compañía de los hombres, aunque a fin de mantener
su raza acostumbran a capturar algunos y usarlos como esclavos
para su trato sexual. Guardan las niñas nacidas de tales contactos
y eliminan o remiten los niños a sus padres. Son consideradas
como hijas de Ares y de Harmonía, bien porque así fueron las
primeras amazonas o por sus hábitos guerreros. Pero rinden culto
especialmente a Artemis, diosa de la caza y protectora de las
jóvenes doncellas. Según una etimología antigua —y más que
dudosa— su nombre significaría las mujeres «sin pecho» {a- mazon),
porque, según un bárbaro uso, se cortaban o quemaban
uno a fin de disparar mejor el arco. Es muy curiosa la pervivencia
del mito amazónico, a pesar de lo inverosímil que resulta una sociedad
así, sólo femenina y fundamentalmente guerrera. Pero
desde Homero hasta el final del mundo antiguo persistió la
creencia en ellas, pues encontramos el mito ya en la épica troyana
y todavía en la leyenda tardía sobre las conquistas de Alejandro.
Y es notable la reavivación del mito en la época clásica en
Atenas, en los relieves y las pinturas cerámicas del arte ático.
Sin duda hay una motivación ideológica que sostiene la difusión
y el mantenimiento de este mito, que muestra una sociedad
tan opuesta a la griega tradicional en la distribución de los
roles délos sexos. Las amazonas luchan como guerreros y mantienen
una sociedad matriarcal y sin hombres. Sólo utilizan a
los machos para la función reproductora y luego los expulsan.
Las amazonas aparecen enfrentadas a grandes héroes, como
Heracles, Teseo o Aquiles. Y en esos combates son derrotadas
ejemplarmente.
Fue el noveno trabajo de Heracles obtener el cinturón de la
reina de las amazonas, Hipólita o Antíope, y el héroe fue al
país de las famosas guerreras para obtenerlo por la violencia.
Le acompañó en esa expedición su amigo Teseo, que se trajo
consigo, probablemente enamorada y no sólo por la fuerza, a
una princesa de las amazonas, Hipólita, de quien tuvo un hijo
(Hipólito). La imagen de Heracles luchando con las amazonas es
una de las escenas más antiguas donde están representadas las
tenaces guerreras. Está en algunas vasijas de figuras negras del
siglo VI a. de C.
Luego, la figura de Heracles es sustituida por la del héroe
Teseo en ese combate contra las amazonas (en la cerámica de
figuras rojas, desde fines del siglo VI a. de C.). Pero esas escenas
en que Teseo acaudilla a los suyos, no se desarrollan ya en el
país oriental de éstas, sino en el suelo ático. Las amazonas intentan
rescatar a Hipólita e invaden el Atica, y Teseo, al frente
de sus hombres, rechaza a las bárbaras invasoras.
El motivo es frecuente en las pinturas y relieves del siglo V,
porque la lucha contra las asiáticas amazonas, como la lucha
contra los centauros, simboliza la lucha de los griegos contra la
barbarie. La victoria sobre las amazonas prefigura la victoria
sobre los persas. El rapto de la amazona, motivo original de la
historia de Teseo, queda desplazado por el motivo políticamente
más útil de la defensa heroica de la ciudad de Atenas
contra las bárbaras agresoras. Y el paralelo entre las amazonas
y los centauros violentos, contra los que también combate Teseo,
y los invasores persas (ya no seres míticos, sino reales), es
explotado por la propaganda política de la época. Las amazonas,
según esa versión ática, habrían llegado hasta la misma
Acrópolis, pero los atenienses guiados por Teseo las vencieron
y aniquilaron.
El contraste entre la imaginaria ginecocracía de las amazonas
y el papel de las mujeres en la Grecia clásica es, sin duda,
chocante. Mientras que en la sociedad griega las mujeres estaban
sometidas a sus padres y maridos y relegadas a sus labores
domésticas y silenciosas, las amazonas eran libres y guerreras
—oficio singularmente masculino en el mundo antiguo— y
habían prescindido de los hombres en su reino. Ese cuadro
del mundo de las amazonas atraía la admiración y un inquieto
recelo por parte de los griegos, seguramente por su aspecto
escandaloso, como ejemplo de una sociedad revolucionaria.
(Sobre el transfondo ideológico de todas esas imágenes míticas
me parece muy claro el libro de W. B. Tyrrell: Las amazonas.
Un estudio sobre los mitos atenienses, FCE, 1989; pero la bibliografía
sobre el tema es muy extensa.)
En su enfrentamiento con los héroes las amazonas salen
siempre derrotadas. La batalla de Teseo tiene su paralelo épico
en un episodio de la lucha en Troya, cuando las amazonas dirigidas
por Pentesilea acuden como aliadas de los troyanos. Su
reina Pentesilea, tras demostrar su valor en fieros encuentros,
es derribada y muerta de un lanzazo por Aquiles. (La escena la
conocemos ya en pinturas cerámicas de la época clásica, pero la
mejor descripción literaria de la muerte de Pentesilea está en el
tardío texto épico de Quinto de Esmirna.) Aquiles se siente
luego enamorado por la belleza de la bárbara guerrera moribunda,
mientras ella expira en sus brazos. Es un motivo patético
y romántico sin duda, por su fatal enlace de pasión .y muerte,
un buen tema que siglos después recuperará el romántico alemán
Kleist en su drama Pentesilea.
Pero hay otro episodio menos violento sobre los rápidos
amores de una reina de las amazonas y un soberano heroico
ejemplar: se trata de la visita que una reina amazónica, Talestris,
hace a Alejandro Magno con una proposición sexual inmediata.
La reina espera, en el encuentro erótico y apasionado de
una noche, quedar embarazada por el arrogante conquistador.
Cumple así con el hábito de su tribu de buscar un buen macho
para usarlo. Una vez recogida la simiente del macedonio, la bella
amazona se retira a sus dominios, para aguardar allí el nacimiento
de su hija (o hijo, en el peor de los casos). El episodio
novelesco lo cuenta ya Quinto Curcio, pero perduró en la leyenda
de Alejandro hasta los textos medievales (como nuestro
Libro de Alexandre). He glosado ese estupendo texto en mi
libro Audacias femeninas.
El mito de las amazonas persistió en la literatura medieval y
penetró en algunos libros de caballerías, y de estos fantásticos
relatos pasó a la imaginación de los conquistadores de América,
dejando su rastro en dos nombres geográficos: la península
de California (el reino de las amazonas en el Esplandián) y el
gran río Amazonas de selváticos recovecos y misteriosas tribus.
(¿Quién sabe si albergó nuevas amazonas indias en sus frondosas
selvas?)
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