Antigona, la hija de Edipo, la que acompañó
a su padre ciego al destierro y la que se negó a acatar la orden
de Creonte de dejar insepulto el cadáver de Polinices, el hermano
que murió al frente de un ejército enemigo atacando su
ciudad de Tebas es, para nosotros, la protagonista de la tragedia
de Sófocles. La vemos enfrentada a Creonte, el tirano que
vela por el orden de la ciudad y está presto a castigar a cualquiera
que transgreda esas leyes cívicas y escritas. A Antigona
su rebeldía, su obediencia a las normas no escritas que exigen
enterrar a un hermano —no escritas y anteriores a las leyes de
la polis y a cualquier obligación ciudadana—, su respeto a lo
que ella considera un deber religioso, ese gesto de rebeldía que
la opone a su tío y rey, le cuesta la vida. Pero Antigona va a la
muerte con ese carácter inflexible de una heroína, heredado tal
vez de su padre Edipo. Creonte, defensor de la legalidad política,
tampoco puede ceder. Pero, como es más humano, luego
vacila y se arrepiente de su dura sentencia de muerte, e intenta
volverse atrás, pero lo hace cuando ya es tarde, demasiado tar
de para salvar a la joven y a su propio hijo, Hemón, que se ha
suicidado a los pies de su amada.
La grandeza dramática de la obra de Sófocles ha eclipsado
el mito anterior. (El mito pudo presentar variantes en otras versiones
y no centrarse tanto en ese duelo personal de dos lealtades.)
Desde la Antigona de Sófocles, erigida en modelo para
reinterpretar, muchas otras obras dramáticas han retomado ese
trágico conflicto tan impresionante, ese choque implacable del
tirano y la rebelde. La piedad familiar de Antigona frente a la
rígida obediencia cívica exigida por Creonte. (Que no es un
déspota malvado, sino un guardián escrupuloso, y demasiado
riguroso acaso, de la ley.) Como Hegel señaló, el conflicto es
trágico porque cada uno de los antagonistas defiende un derecho
válido, pero uno y otro, la ley de la ciudad y la ley dé la
familia, son incompatibles.
Las numerosas Antígonas que se han sucedido sobre los escenarios
de varios siglos, así como muchos de los comentarios y
glosas al texto de Sófocles, —tal como pueden verse en el bien
informado libro de S. Fraisse, Le mythe d ’Antigone, París, 1974,
y sobre todo en el agudo libro de George Steiner, Antígonas
(trad, esp., Barcelona, 1987)— suelen ensalzar el valor de la heroína,
la rebelde que desafía al poderoso déspota, y que muere
por realizar un gesto de amor fraternal y piadoso. Pero el conflicto
es más complejo en el drama de Sófocles. No tiene Antigona
toda la razón. Creonte es, a su modo, un honrado servidor
del Estado, tal como él lo entiende. Como el coro insinúa en sus
cantos, también Antigona se extralimita en su orgullo y es su
terquedad la que la lleva a la propia destrucción, como les sucede
a otros héroes de Sófocles. Pero es una figura inolvidable,
por ese carácter y esa decisión tenaz en decir no. El diálogo entre
Antigona y Creonte, ese agón dialéctico sobre la ley y la piedad,
está recogido con razón en todas las antologías de la trage
dia antigua y es una de las escenas más memorables del teatro
universal.
En sus Diálogos con P. Boutang (trad, esp., Barcelona, 1994)
G. Steiner reflexiona sobre ese significado trascendente de la
figura de Antigona y comenta el valor subversivo y ejemplar de
la joven rebelde. Dice Steiner en un momento de la charla: «Ha
habido numerosas Antígonas. Al año, hay siempre diez, doce,
sobre todo en los samizdats, y empleo la palabra en sentido amplio:
las “literaturas subterráneas”, las literaturas bajo la cuchilla
de la censura. De todo el mundo me envían versiones de
este mito de una joven que, para enterrar el cuerpo de su hermano
martirizado, va a la muerte, pero de una joven que dice
no al despotismo, que dice no a cierta concepción demasiado
cortante de la ley, en nombre de otra ley. Se trata de un mito recurrente
en culturas cristianas y no cristianas; hay Antígonas japonesas,
chinas, hay Antígonas que nos llegan de Turquía. Habrá
muchos puentes que establecer con el pensamiento
cristiano, la joven, la mujer virgen que es al mismo tiempo la
mujer heroica, aquella para la que no se puede vivir... para vivir.
Y hay algo más. Esa alteridad, ese valor, ese peso inmenso
que dice finalmente no a la suciedad, la suciedad humana, la
impureza» (ob. comp., pp. 45-46).
Todas las posteriores Antígonas son reflejos de la moldeada
por Sófocles sobre la figura mítica de la hija de Edipo, víctima
del excesivo amor familiar.
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