Los celtas eran politeísta, y cada país veneraba especialmente a sus divinidades
regionales, a las que vinculaban, sobre todo, en aguas, montañas y animales. Tenían
también una demonología completa, más importante seguramente en la vida diaria
que los grandes dioses.
Ciertos escritores antiguos dicen que los galos creían en una especie de espíritus
elementales llamados Dusi, palabra traducida por incubiy succubi en latín. Se atribuía
a estos espíritus muy malas costumbres respecto a las mujeres, poco más o menos
como a los Gandharvas de la India.
El culto a las aguas (manantiales, fuentes o ríos) estaba muy extendido. Diva,
Deva, Devona (la divina), era una apelación frecuente de los ríos galos. Los actuales
ríos franceses que empiezan con Dive no son otra cosa sino los Diua galorromanos,
deformación de Deua, diosa, Borvo, Bormo o Bormanus (el hirviente), dios de las
fuentes termales, se reconoce aún en ciertos nombres de estaciones famosas a causa
de la temperatura de sus aguas, tales que La Baurboule, Bourbonne, etc. Pero la más
característica de estas divinidades de las aguas era la diosa Epona, especie de
Hippokrene griega (epos, ona = hippos, krerte), fuente caballina. El caballo que la
acompañaba siempre (recuérdese la importancia del caballo en la leyenda de
Poseidón) formaba con ella un grupo inseparable. Era también la diosa de la
abundancia agrícola; porque, ¿fertiliza algo el suelo mejor que el agua? Esta diosa fue
la única divinidad celta que tuvo un puesto honroso en el panteón grecorromano. La
caballería celta que combatía junto a las fuerzas romanas hizo popular el culto de esta
diosa hasta en los países de Oriente. Naturalmente, su propio nombre epos, caballo, la
había hecho la diosa de la caballería.
Los galos divinizaban también la cima de las montañas. Algunos {jicos, como el
Ger (garrus deus) de los Bajos Pirineos, fue una divinidad hasta fines de la época
romana. Otros dejaron de ser divinidades para convertirse en morada de los dioses;
por ejemplo, Dumias dios tutelar del Puy de Dome, que acabó siendo un epíteto de
Mercurio, cuyo templo se levantaba en su cumbre. La Montaña Negra (Mons Abann),
los Ardennes (silva Arquenm), etc., eran también divinidades. Y como las aguas eran
el elemento de vida de los bosques, árboles y bosques eran también adorados.
Vosegus era el dios tutelar de los Vosgos Ardvina, la ninfa de los Ardennes. Robur,
Fagus, Abellio, Buboj, eran los dioses-árboles roble, haya, manzano y boj. Y lo
mismo los demás árboles corrientes.
Entre los animales, el caballo, el cuervo, el toro y el jabalí eran sagrados. El toro
fue objeto de culto especial. Ello se explica si se tiene en cuenta que este animal fue
en muchas mitologías y religiones primitivas símbolo de la fuerza y del poder
generador
Pero cuando César invadió la Galia había ya, junto a los dioses-elementos
primitivos, una trinidad antropomórfica constituida por Esus, Taran y Teutates o
Tutais.
Esus, leñador divino que en el altar de Notre Dame hunde su hacha en el tronco
de un árbol, ¿era en verdad el arquitecto del Universo o una simple divinidad de los
bosques como el Silvanus latino? En general, era considerado como «el que se erguía
en los altares terribles. Dios esencialmente ávido de sangre, asesino, que inspiraba los
combates y llenaba de violencia las batallas». (Jullian). A él eran inmolados los
enemigos en los combates; tras ellos, a los prisioneros. Pero los sacrificios que le eran
más gratos consistían en ahorcar a sus víctimas de un árbol.
Tarán era el dios del trueno, del rayo y de las tormentas; análogo, pues, al Júpiter
romano. Lo mismo que Esus, Tarán es citado por Lucano (en la Farsalia), pero no
hay otra mención que ésta.
Teutates es más conocido. Como parece indicar su nombre (teuta, pueblo), era el
padre del pueblo, el dios de la tribu. Jullian ve en él «el principal de los dioses
comunes a todos los galos. Dios nacional de la Galia, había sido a la vez su antecesor
y su legislador. El guardián, el árbitro y el defensor de sus tribus». Pero como en las
inscripciones se le ve asociado únicamente a Marte (Marti Toutatij), o bien Teutates
era un calificativo divino aplicado a Marte, o bien equivalía simplemente al Marte
galo. Es decir, a una divinidad esencialmente guerrera.
Julio César, en De Bello Gallico (IV, 17), enumera, latinizándolos, los nombres de
los cinco dioses principales que adoraban los galos: «En primer lugar. Mercurio, al
que consideran como inventor de todas las artes útiles y protector de caminos y
caminantes. Le estiman todo poderoso en negocios y cuestiones de dinero. Después
de a Mercurio adoran a Apolo, a Júpiter, a Marte y a Minerva». El culto a Mercurio,
el dios más popular entre todas las divinidades galas, era, naturalmente, el más
extendido. De acuerdo con César, las inscripciones demuestran que era el patrón de
todas las actividades de la paz y el maestro de todas las artes. Recuerdos de esta
universalidad de su culto son aún nombres tales que Mercurey, Mercueil, Mercoeur,
Mirecourt y Montmartre (por Montmercre monte de Mercurio). En la cima del Puy de
Dome hubo un enorme templo a Mercurio Arverne, y en él una estatua del escultor
asirio Zenodoros, de 40 metros de altura, que le costó diez años de trabajo. Otra de
plata maciza fue encontrada en el jardín de Luxemburgo, en París.
Apolo, además de dios de la prosperidad financiera, lo era también de la gloria
militar, por lo cual era llamado Albiorix (rey del mundo) y Rigisamos (realísimo).
Mercurio tenía como compañera a Rosamerta. Su calidad de amo de las artes
acercaba el Mercurio galo a Lugh, o Lugc 1 gran dios irlandés que en la epopeya de
este país lleva el nombre de Lugh de todas las artes, y cuya fiesta, la Lugnasad, se
celebraba el 1 de agosto. Como los romanos en tiempos del Imperio establecieron un
gran culto al emperador y a la Majestad del Imperio, cuya fiesta caía en la misma
fecha, y que, además, fue localizada en Lugudunum (Lyon), capital de la Galia
romana, todo induce a creer que en vez de instituir una fiesta nueva, lo que hicieron
fue romanizar, renovar la antigua fiesta celta consagrada al más popular de los dioses
galos. La palabra lugos, de donde se había derivado el nombre del dios, quería decir
cuervo. Era creencia corriente que estos pájaros designaron el lugar donde fue
construida la antigua Lyon. En todo caso el cuervo era el ave por excelencia de los
dioses germánicos identificados también con el Mercurio romano.
Bajo el nombre de Apolo fueron comprendidos en la época galorromana, varios
dioses encargados especialmente de las termas. Tales Siannus, patrón de los baños del
Mont-Doré (Puy-de-Dome), y Borvo, Bormo o Bormanus (de donde salió por
derivación Bourbon). El mismo dios era venerado con el nombre de Grannus (el
brillante), en Graunes (Vosgos), en Grahein, en Wurtemberg y en Aquae Granis
(Aquisgranae-Aquisgrán-Aix-la-Chapelle). La misma identificación se produjo con
Belenus o Belinus, nombre que significa también brillante, resplandeciente, y que
designaba, evidentemente, un dios de la luz. Este dios era también conocido de los
celtas insulares, puesto que su nombre se encuentra en las novelas medievales. Las Be
llené una de las grandes fiestas irlandesas (1 de mayo) provenían seguramente del
culto de esta divinidad. Dion Casio dice que el emperador Caracalla invocaba al
Apolo celta el año 215 como a Esculapio o a Serapis. Este Dios fue asociado a la
diosa Sirona, patrona de las fuentes.
Se ignora el nombre galo de la divinidad llamada Marte, por César.
Probablemente, dado el carácter belicoso de los celtas, debían de tener infinidad de
dioses de la guerra, uno o más tal vez, por tribu; pero, tras la conquista perdieron
importancia, pues dejarían de adorar a dioses que les habían abandonado. En todo
caso es probable que el principal de todos ellos fuese el Teutates, del que habla
Lucano, nombre que, como los Tuatha De Danann irlandeses, los Teutones, el
Teutobod, etc. derivan de una palabra celta que significa «pueblo». Como en aquella
época iban a la guerra todos los hombres de la tribu, pues de la victoria dependía la
vida y la libertad, se comprende muy bien que un dios del pueblo llegase a ser dios de
la guerra. Debió ocurrir, que los nombres primitivos de estos dioses guerreros,
quedaron como apodos, tras la conquista, a causa de lo cual el Marte galo era
calificado, por ejemplo, de Segomo (el victorioso) en el valle del Ródano y en
Borgoña, de Beladon Belatu-cadrod (el destructor), entre los bretones, Camulus (el
poderoso), en Auvernia, etcétera.
El Júpiter galo (al que sólo por equivocación se pudo identificar con el romano
puesto que éste era el dios de la tormenta, mientras que el galo tenía como atributo
una rueda solar), no tuvo en el panteón de este país la importancia y el lugar eminente
que en el suyo ocupó el Júpiter romano. El galo, dios del Sol, era una divinidad
benéfica, dispensadora del calor necesario para la maduración de los frutos. Ello no
quiere decir, naturalmente, que los celtas desconociesen al dios del trueno, puesto que
Lucano menciona un dios Taran o Taranis, palabra derivada de otra celta base
asimismo del galo tarahy del bretón taran (relámpago).
Minerva era la diosa celta Belisama (semejante a la llama), especie de vestal,
patrona de las industrias del fuego; lo mismo que Minerva, patrona de las artes y
oficios. Idéntico papel se atribuía a otra diosa, a Sirona, la compañera de Apolo, y a
Rosamerta, la de Mercurio. No obstante, como a esta última se la representaba con
una cornucopia en las manos, pudo simbolizar también la tierra fecunda; y en este
caso correspondió a la Bona dea de los latinos.
César daba el nombre de Dis pater (¿el Daius Pitar indoeruropeo?) a un dios,
padre común «del que todos los galos se alababan de ser descendientes». Tal
enseñaban, en efecto, los druidas. Esta divinidad de naturaleza u origen subterráneo
debía de ser el Plutón galo. Pero, no se tiene de él otro informe que esta breve frase
del conquistador romano.
Un dios del Panteón celta, del cual se tienen noticias gracias al retórico griego del
siglo II Luciano, que le dedicó un breve tratadito es Ogmios, el retórico decía haber
visto representado con los rasgos de un viejo arrugado y casi calvo, vestido con una
piel de león y provisto de una maza. Luciano le asimilaba a Herakles, pero la fuerza
de este Hércules celta no consistía en el vigor físico, sino en las cadenas (su símbolo),
que unían su lengua con las orejas de quienes le escuchaban. Era, pues, un dios
civilizador, el dios de la elocuencia y de los discursos persuasivos. Y lo que le hace
interesante es que se le vuelve a encontrar en Irlanda como creador del alfabeto de
este país, con el nombre de Ogmé inventor de los caracteres ogámicos. La elocuencia,
era una de las características nacionales de los galos: argute loqui.
¿Quién era y qué representaba Sucellus (el que pega bien), a quien se ha
pretendido identificar con un personaje enigmático que se ve en ciertos monumentos
como un hombre de mucho pelo y bien barbado, de cuerpo recio y pesado vestido con
una larga blusa ceñida por la cintura, llevando en las manos un martillo y un vaso? Su
compañera era Silvana o Nantosnelta. ¿Quién era Cerunnos (el cornudo), llamado así
a causa de que su frente estaba provista de una formidable cornamenta de ciervo? En
cuanto al-Dios-padre, tenía por compañera (esposa o hermana, no se sabe con
precisión), a la Diosa-madre (de matero Cibeles). De esta madre común, tierra
generadora, nacían los hombres, los animales y las plantas. Era asimismo la
guardiana de los muertos.
Las inscripciones hacen conocer a divinidades de menor importancia, pero cuyo
culto era muy popular. A innumerables matres, matronae o matrae, que llevaban
epítetos locales sumamente variados, se las encontraba por grupos de tres y eran
diosas protectoras de los manantiales de los que tomaban o a los que daban sus
nombres. Los galos veneraban aún a las Ninfas, genios protectores de rocas y aguas, a
las Suleves (diosas silvestres), asimiladas a las Junones (diosas cuya mirada estaba
fija en los fieles), a las Proxumes, especie de ángeles guardianes, etc.
Los celtas insulares, a falta o ante la escasez de monumentos, no hay más medio
de información sobre sus dioses y creencias religiosas que los textos medievales,
confusa mezcla fantástico-religioso-literaria. Los datos son aún más inciertos e
imprecisos que los de los celtas continentales. Los primeros celtas Goidels, debieron
de establecerse en lo que hoy se llama Gran Bretaña hacia el siglo IX u VIII a. C.
Cuándo y cómo pasaron a Irlanda, se ignora. Pero sí se sabe que en los siglos III y II
a. C., los Brythons (bretones) y los belgas cruzaron el canal de la Mancha uniéndose
con los Goidels o expulsándolos más hacia el interior. Por consiguiente, hay dos
grupos de celtas insulares: los goidélicos y los bretones. Las grandes divinidades de
los celtas insulares, bien que con nombres algo diferentes a causa de las evoluciones
fonéticas son comunes a ambos grupos. No obstante, cada mitología las interpretó y
desenvolvió a su modo, y sus aventuras e importancia no siempre es la misma.
La madre del Panteón celta insular es la gran diosa llamada Danu o Dana en
Irlanda, y Don en Gran Bretaña. Era la compañera del Bile irlandés, que parece
corresponder al Dispaterde\ que creían descender los galos. Los hijos de Don. Son los
siguientes: Govannon (bretón), Goibnzu (irlandés), que quiere decir Herrero. Este
dios era el Vulcano de la tribu. Suministraba las armas y además un brebaje que
procuraba la inmortalidad.
Otro hijo de Don era Lludd o Nudd, llamado no se sabe por qué «el de la mano de
plata». En él se encuentran algunos rasgos del Júpiter romano. Dio su nombre
también a su ciudad favorita, Caer Lludd, que más tarde fue London (Londres). Un
tercer hermano Amaethon, presidía los trabajos de la agricultura. Pero muy superior a
los anteriores era el dios civilizador Gwydion, dispensador de beneficios y
propagador de las artes. Su equivalente continental era el citado ogtnios. La única hija
de Don era Arianrod (rueda de plata), divinidad tutelar de la constelación Corona
borealis que los galos llamaban Caer Arianrod (castillo de Arianrod). De la unión de
Gwydion y Arianrod nació Lleu o Llew, apodado «el de la Mano Dura»,
probablemente el mismo irlandés Lugh o Lus, llamado asimismo «el de la Mano
Larga». Lleu y Lug eran divinidades bienhechoras, Lug irradiaba tal claridad su
rostro que ningún mortal podía mirarle cara a cara. Era el amo absoluto de las artes,
tanto de las de la paz como de las de la guerra. Poseía una lanza mágica que por sí
misma y sin necesidad de ser arrojada o guiada, iba a herir a los enemigos de su
dueño. Su arco era el arco iris. Y la vía láctea era llamada en Irlanda la cadena de
Lug. Con la diosa Don estaba emparentado el dios Llyro Ler (mac Lir, en irlandés; más
tarde el rey Lear, de Shakespeare), nombre que probablemente designaba el Océano.
Su sobrenombre, Llediatth (el de la media lengua), daba a entender que no se
comprendía bien lo que decía. Llyr tuvo con su mujer, Iwerydd, dos hijos. Bron o
Bran y Mananann (en irlandés) o Manawyaddan (en galo), ambos más famosos que
su padre.
El irlandés Bran mac Llyr es un personaje borroso; pero el Bran mac Llyr de Gran
Bretaña era un héroe temible. Tan grande era que ningún palacio ni navío podía
contenerle. Para ir a combatir a Irlanda atravesó el mar de pie (recuérdese el Orión
griego en el que sin duda pensó el inventor de los atributos de este personaje).
Echando a través del mayor de los ríos, su cuerpo servía de puente a todo un ejército.
Poseía un caldero mágico en el que resucitaba a los muertos. Arpista y músico
consumado, era el protector de cantores y bardos. Rey de las regiones infernales, se
batió en ellas para defender sus tesoros mágicos contra los hijos de Don, que habían
ido a arrebatárselos. Herido por una flecha envenenada, ordenó que le cortasen la
cabeza para ahorrarse sufrimientos; pero se le olvidó decir que la metiesen luego en
unión de su cuerpo en su famoso caldero; o tal vez no cabía. Por supuesto, esta
cabeza estaba aún destinada a prestar grandes servicios, pues no solamente continuó
hablando, seguramente para dar buenos consejos, durante los 87 años que pasaron
hasta su traslado a la sepultura que para ella fue abierta en una colina de Londres,
sino que colocada en ésta hacia el Sur, preservaba a la isla de toda invasión. Por
desdicha, el rey cometió la imprudencia de desenterrarla, haciendo posible con ello la
conquista sajona e incluso que más tarde Felipe II, Napoleón y Hitler abrigasen el
propósito de hacer lo mismo.
En cuanto al magnífico Bran mac Llyr, que era considerado también como un
navegante intrépido, pues bogó hacia occidente hasta el país del Más Allá[8].
En pago de tan señalados méritos y servicios fue incluso canonizado con el bonito
nombre de San Brandan, en atención a su último e importantísimo servicio: traer el
cristianismo a la Gran Bretaña.
Su hermano, Manaivyddan ab Llyr, era en la leyenda gala, un excelente agricultor
y un habilísimo zapatero, sin contar otras habilidades, puesto que había construido
con huesos humanos la fortaleza de Annoeth, en la península de Gower. Su doble, el
irlandés Manannan mac Llyr era un mago poderoso. Sin duda a causa de ello tenía un
casco flamante, una coraza invulnerable, una espada que mataba al primer golpe
(como todas cuando aciertan en sitio adecuado) y una capa que le hacía invisible
(como el casco de Haides y el anillo de Giges). En tierra su caballo se tragaba el
espacio. En el mar, su barca sin vela ni remo iba sin torcerse y con la rapidez de una
motora moderna, o tal vez más, allí donde quería su dueño. Los marineros le
invocaban llamándole el Señor de los Cabos; y los comerciantes pretendían que fuera
el fundador de su corporación.
Manannan fue según la leyenda, rey de la isla de Man, donde se ve aún su tumba
gigantesca delante del castillo de Peel. Se decía incluso que tenía tres piernas. Y sin
duda era verdad, puesto que los escudos, es decir, la heráldica de la isla, lo testifica
aún; y quien dudase del valor, importancia y veracidad de la heráldica podría ser
considerado como un verdadero desdichado. Este rey magnífico llamado también
Barr-Find o Barrind (cabeza blanca), llegó a ser con el tiempo el piloto Barin que
llevó a Avallón, el paraíso celta, la deliciosa y apetecida Insulapomorum al rey
Arturo. En la hagiología cristiana para que no fuesen menos que su hermano, llegó a
ser San Barri, patrón de los pescadores irlandeses, especialmente los de la isla de
Man. Estos afortunados hijos de Llyr, eran primitivamente, divinidades marinas:
dioses de olas y tempestades.
Otras divinidades eran Morrigu (en irlandés), Morrigain (en galo), divinidad
femenina llamada también La Gran Reina, y asociada siempre a Lludd el belicoso.
Esta Belona celta se mostraba bajo un aspecto horrible a los guerreros que partían al
combate donde tenían que ser deshechos y muertos. Otras divinidades crueles y
sanguinarias tales como Macha (batalla), Nemón (venenosa) y Badb, que se ofrecía
siempre como un cuervo enorme, no eran probablemente sino encarnaciones diversas
de Morrigu.
El dios irlandés Dagdé (lo mismo que su equivalente el galo Math) poseía un
caldero maravilloso con cuyo contenido inagotable podían alimentarse todos los
hombres de la Tierra. Por si fuese poco, aun el bondadosísimo Dagdé llamaba a las
cuatro estaciones entonando melodías dulcísimas con su arpa, mística. Uno de sus
hijos, Angus, era el cupido irlandés (cuyo semejante era tal vez el galo Dwyn, o
Dwynw, la Santa del amor). Los besos de Angus se tornaban en pajarillos suaves y
delicados; tantos cuantas modulaciones tenían los cantos amorosos. Y la música que
ejecutaba este Orfeo celta atraía y arrastraba tras él a cuantos la escuchaban. Su
hermana Brigt que llegaría a ser la santa patrona de la ciudad de Kildare, era la diosa
de la poesía. Su equivalente gala era Kerridwen poseedora del «caldero de la
Inspiración y de la Ciencia».
Dianceht era el médico divino de los irlandeses; el dios de la salud y de las
curaciones; es decir, el Esculapio o Asklepios celta. El ciclo mitológico cuenta varios
de sus hechos. Por ejemplo, él fue quien en colaboración con Creidne, el forjador
divino, hizo la mano de plata destinada a remplazar la mano cortada de Nuada. Pero
también sabemos algo malo de él: Diancecht tenía un hijo que prometía llegar a ser
no menos hábil que él y aún más, en ciencia médica, y lleno de envidia, le dio muerte.
Una vez más, una leyenda griega había llegado hasta allí, pues no hay duda que el
episodio está tomado de Dédalo cuando éste, por envidia asimismo, mató en Atenas a
su sobrino Talos.
Mider (irlandés), en galo Medyr; era un dios de los infiernos que aparece en
ciertas leyendas tardías como un arquero maravillosamente hábil, como tantos
arqueros famosos, griegos, o como un Guillermo Tell, galo. El gigante irlandés Balor,
el del mal de ojo (que por cierto tiene el mismo papel en la mitología irlandesa que
Akrasios en la leyenda de Perseos), lo mismo que su congénere galo Ispaddaden,
tenía los párpados caídos y para poder ver necesitaba que una enorme horquilla se los
mantuviese levantados. Pwyll, el galo, aliado y auxiliar de los hijos de Llyr en su
lucha contra los hijos de Don, tenía por esposa a Rhiannón (de Rogantona, gran
reina), y por hijo a Pryderi, que sucedió a su padre en el reino de Annión (el Más Allá
bretón). Compartió su trono y el reino de las sombras con Manawyddan ab Llyr.
La frondosa mitología celta, sumamente difícil de seguir y de estudiar a través de
los manuscritos irlandeses, galos o escoceses, así como de la hagiología primitiva en
la que las hazañas de las divinidades paganas son atribuidas a los santos cristianos de
la iglesia celta; por ello hubiese sido enteramente olvidada y quedado tan sólo como
tema de investigaciones eruditas, de no enraizar en ella novelas que constituyen el
ciclo medieval del conjunto de historias y crónicas fabulosas, montaña de leyendas
míticas en las que alrededor de aquél rey y de su historia, un gran número de los
dioses anteriores, encarnados en personajes que se daba por reales, adquirieron una
vida y un interés literario que les salvó del olvido. Así, por ejemplo, Arturo mismo,
héroe principal de las leyendas escritas en las que figura ora como rey, ora como dios,
es dotado de atributos y ejecuta como hazañas, hechos que la mitología celta atribuía
a Gwydión, hijo de Don. Así como se le ve rodeado de personajes sorprendentemente
semejantes a este mismo Gwydión, dios benéfico, guerrero, elocuente y magno, cuyas
aventuras tanto recuerdan las de otro dios Teutón, Wodan, Wotan u Odín. Ginebra, su
mujer, sus hijos (o sobrinos). Gwalchmai y Medrawt (bueno el uno y malo el otro),
sir Gauvain, sir Morderet, Merlín, etc., son Gwenhwyard (alcón de mayo), Medrawt y
Myrddin el mago.
Del mismo modo el ciclo mítico del rey March (Mark), de la reina Essyllt (/seo),
y de su sobrino Drystan (Tristán) se unen también al ciclo de Arturo en el que una
porción de personajes secundarios pierden su individualidad para fundirse en la
multitud anónima de korreds (enanos), korriganes (hadas) y morganes (genios de las
aguas) del folclore bretón de la península armoricana. Hasta lo que hay de más
cristiano en la leyenda, es decir, la busca del Santo Grial, se encuentra, en su origen,
en la mitología céltica, en la que es un caldero-talismán dotado de virtudes
maravillosas que los dioses desean todos, y que procuran quitarse unos a otros.
Los orígenes de Irlanda son referidos en el Libro de las invasiones, que mezcla
reminiscencias probables de hechos históricos a la mitología celta cristianizada en
virtud de aportaciones sucesivas. Resumamos esta leyenda.
Tras el gran diluvio, la isla que con el tiempo sería Irlanda fue habitada por
Cessair, reina maga (encarnación probable de la Circe griega) que pereció en unión
de todos los de su raza. Hacia el año 2640 a. C., el príncipe Portholón, que vino de
Grecia con veinticuatro parejas, desembarcó en Irlanda, que era entonces una llanura
con tres lagos. Portholón la ensanchó, y desde entonces consta de cuatro llanuras y
siete lagos más. Las veinticuatro parejas se multiplicaron, y al cabo de 300 años eran
cinco mil. Pero una epidemia los destruyó el 1 de mayo del año 300 de su llegada. Su
sepultura común es la colina de Tallaght, cerca de Dublín. Hacia el año 2600, la tribu
de los Hijos de Bemred, originarios de Scitia, habían llegado también a la isla.
Otro grupo de invasores puso el pie en ella hacia el año 2400. La masa principal
de éstos estaba formada por los Hombres-Bolg. En fin, procedentes de las islas del
Oeste, donde habían estudiado la magia, llegaron los Tuatha De Danann, que, como
hemos visto, eran de raza divina. Con ellos traían sus talismanes: la espada de Nuada,
la lanza de Lug, el caldero de Dagdé y la Piedra del Destino de Fal, piedra que gritaba
cuando se sentaba sobre ella el rey legítimo de Irlanda. Estos invasores tuvieron que
combatir sucesivamente, con la raza de gigantes que poblaba Irlanda en un principio.
De estos gigantes, unos tenían cuerpo, pero no brazos ni piernas. Otros estaban
provistos de cabezas de animales (de cabra en su mayor parte).
Estos monstruos se llamaban Femoré (de formar, bajo el mar) y descendían de
una divinidad llamada Domnú (el abismo). La lucha se entabló a la llegada de los
De Danann. La primera batalla se libró en Moytura (Mag Tuireadh, la llanura de los
pilares; es decir, de las piedras derechas, de los menhires). Los De Danann quedaron
vencedores. En la batalla, el rey Nuada perdió la mano derecha. Y aunque Diancecht,
el médico divino, le hizo una de plata articulada, como un rey no podía ser manco, o
mejor dicho, un manco rey, fue remplazado por Brees, hijo de Femoré Elatha (el
saber) y de Erin (la diosa epónima de Irlanda, la verde Erin). Tras lo cual las dos
razas enemigas se unieron mediante matrimonios. Pero como Brees era un dios
tirano, al cabo de siete años fue reemplazado por Nuada. Entonces Brees persuadió a
los Femoré, en una reunión celebrada en su morada submarina, para que le ayudasen
a expulsar de Irlanda a los De Danann. Los preparativos de guerra duraron siete años.
Durante este tiempo creció Lug, el príncipe prodigio, amo de todas las artes, nacido
de la unión de Cian y de Ethni, Lug organizó la resistencia mientras que Goibniu le
forjaba armas y Diancecht hacía brotar una fuente maravillosa que curaba las heridas
y reanimaba los cuerpos. Pero espías de los Femoré la descubrieron y la tornaron
ineficaz llenándola de piedras malditas. Tras ello se entabló una gran batalla en los
Moytura del norte. Vencidos los Femoré y hecho prisionero Brees, la hegemonía de
los gigantes terminó para siempre.
Todos estos acontecimientos ocurrían poco más o menos cuando la guerra de
Troya. Pero el apogeo de los De Danann iba a ser breve. Las deidades del imperio de
los muertos, Bilée Ith, llegaron por la desembocadura del Kenmare, para intervenir en
los consejos políticos de los vencedores. Ello ocasionó de nuevo la lucha. Tras
nuevos y sangrientos combates, en el último de los cuales intervino Manannam, hijo
de Lir (el Océano), los tres reyes de Danann fueron muertos por los hijos
sobrevivientes de Mili, hijo de Bilé. Un pacto de concordia fue establecido. Los De
Danann cedieron la isla Erin y se retiraron al país del Más allá, sin exigir otra cosa
sino que en lo sucesivo se celebrase culto y se sacrificase en su nombre. Con ello
nació la religión en Irlanda.
Al abandonar la isla de Erin (Irlanda), los De Danann partieron hacia una
comarca lejana más allá de los mares de Occidente, llamada Mag Meld (la llanura de
la alegría) o Tir nan Og (la tierra de la Juventud), donde los siglos son minutos, los
que habitan en ella no envejecen, los prados están eternamente cubiertos de flores, los
ríos son de hidromiel y donde los pasatiempos favoritos son los festines y las batallas.
Los guerreros comen y beben allí manjares celestiales y tienen mujeres de hermosura
infinita. A este Elíseo celta, que recuerda el país de los Hiperbóreos descrito por
Diodoro de Sicilia, corresponde en la mitología de la Gran Bretaña el Avallón (isla de
los manzanos), donde reposaban los reyes y los héroes difuntos. Los demás De
Danann (pues a la morada anterior sólo fueron una parte de ellos) encontraron retiro
en magníficas mansiones subterráneas que ciertos montículos señalan a los humanos.
A causa de ello, la expresión aes sidhe (la raza de los alcores), que abreviada en sidhe
o shee emplean los irlandeses para designar el mundo invisible de las hadas. La bann
shee (mujer hada) de las creencias populares, cuya aparición es presagio de muerte,
no es otra que la diosa caída de los antiguos celtas Goidels.
Además de la genealogía mítica de los De Danann y de las historias de las
invasiones de los reyes milesios, hay otros dos grandes ciclos heroicos en Irlanda. El
más interesante concierne al reino de Ulster en la época de Conchobar (Conahar). A
causa de haber sido menos retocado, resulta más original. Las aventuras de
Cuchullain, que constituyen la epopeya central son aproximadamente de los
principios del cristianismo.
La tradición fija en el año 30 a. C. el advenimiento del rey Conchobar Mac Ness,
muerto el año 33 de nuestra Era. La breve carrera del campeón de los Ulates se
desarrolla durante el reinado de este soberano.
Cuchullain, verdadero Aquiles de la litada Irlandesa. AI nacer es llamado
Setanta. Su madre fue Dechtiré, hermana del rey Conchobar, casada con el profeta
Sualtam. Pero éste no es sino su padre putativo; el verdadero es el dios Lugh o Lug
(«el de los Largos Brazos», mito solar de la tribu de los De Danann). Setanta, a los
siete años, mató al terribilísimo perro guardián de Culann, jefe de los herreros de
Ulster. Su fuerza era ya prodigiosa, y cuando montaba en cólera escapaba de su
cuerpo un calor intenso que le daba su aspecto horroroso. Poco tiempo después mató
a tres gigantes guerreros y magos que habían desafiado a los nobles de la Rama roja.
Luego marchó a acabar de educarse con la maga Scathacht (epónimo de la isla de
Skye), que residía en Alba (Escocia), la cual le enseñó toda su ciencia mágica.
Cuchullain (nombre que empezó a llevar desde que mató al perro de Culann) inutilizó
antes de marchar, al mayor enemigo de su maestra, la amazona Aijfé, a la que tras
vencerla aún la dejó embarazada.
Luego regresó a Ulster, sabio en sortilegios y provisto de armas prodigiosas.
Enamorado de la hermosísima Emer, hija de un mago poderoso y socarrón que se la
había negado cuando la pidió en matrimonio antes de partir, la raptó, pero no sin
haber matado previamente a toda la guarnición que la custodiaba y al mago mismo,
de los cuales todos estaban en un castillo formidable que deshizo, pese a ser un
castillo mágico. A estos siguieron una serie inacabable de duelos, hazañas y combates
que justificaban más que cumplidamente su glorioso título de campeón de los Ulates.
Después, la historia de una larga y tremebunda guerra que los otros cuatro reinos de
Irlanda declararon a Ulster a instigación de la pérfida reina de Connaugth, la astuta
Madb (la futura reina Mab de Shakespeare en Romeo y Julieta). El objeto de esta
guerra era apoderarse de un animal mágico: el Toro oscuro de Cooly. Y precisamente
Madb aprovecha, para declarar la guerra, una época en la que los de Ulster estaban
como paralizados a causa de cierta debilidad que les hacía incapaces de batirse.
Debilidad que les había sido impuesta como castigo por la diosa Macha, de la que
habían osado burlarse. Mas como Cuchullain, a causa de su otígeirt divino, había
escapado aJ maleficio, se enfrenta él solo amistosamente contra todos los enemigos.
Y la lucha empieza. Lucha larga y terrible, durante la que realiza tales heroicidades,
que deja en pañales a todos los héroes de Homero juntos. La serie de las novelas de
caballería empieza y de un modo completo. En medio de tanta atrocidad, el duelo de
Cuchullain con su amigo de infancia el héroe Ferdiad pone una, nota humana y
conmovedora. Ambos camaradas habían prometido cien veces no ser enemigos
jamás; pero la infinitamente perversa Mab, tras emborrachar a Ferdiad con vinos,
promesas y amor, le hace jurar que desafiará a Cuchullain. Ferdiad, al volver en sí, se
niega.
Pero entonces todos empiezan a burlarse de él y a tacharle de cobarde. Ante ello,
y bien que su corazón sangre de dolor al hacerlo, desafía a Cuchullain. Éste,
infinitamente triste también, acepta. Y el duelo empieza. Durante tres días luchan
tratando de no herirse. Pero al fin el destino manda y la espada mágica de Cuchullain
mata a Ferdiad. Esta victoria pone fin a sus trabajos, pues los de Ulster, vueltos en sí
de su debilidad, atacan y dispersan a sus enemigos. Luego viene otro género de lucha;
ésta, amorosa. Un idilio, ¡cuán dulce tras tanto penar!, con la diosa Fand, esposa
abandonada por Manannan Mac Lir. Pero ante las dolorosísimas quejas de Emer, la
enamorada esposa, Fand, conmovido cede su amante a la apenada mujer. Un poco
más tarde, Cuchullain mata, sin saber quién es, a su hijo Conlach el hijo que tuvo con
Aiífé, ya que ésta, celosa, ha enviado a Irlanda para que provoque a su padre. Al
conocer su error, Cuchullain atraviesa una crisis de locura furiosa.
Pero sus males no han acabado. Más tarde, tres brujas transformadas en cuervos,
engañan al héroe mediante visiones ilusorias atrayéndole en virtud de ellas hasta la
llanura de Muirthemné. Allí le hacen violar sus tabúes ofreciéndole carne de perro
que, de aceptar, inutilizará todos sus poderes mágicos. Tras ello, los bufones de la
corte de Connaught le quitan hasta su lanza mágica. Desprovisto de todos sus medios
de defensa tanto sobrenaturales como naturales, el héroe es atacado por innumerables
enemigos. Veinte presagios le anuncian la muerte induciéndole a huir; pero su
corazón indomable no siente la menor sombra de desfallecimiento y se lanza a la
lucha desigual. Herido de muerte al fin, su sangre empieza a correr a torrentes.
Entonces se ata con su propio cinturón a una columna con objeto de morir de pie. Su
caballo negro viene hasta él, le roza y luego escapa con los ojos llenos de lágrimas.
Cuchullain muere al fin exangüe. Pero su espada, al caer de su mano cercena la del
enemigo que se acercaba para cortarle la cabeza, según costumbre de la época.
El ciclo de Ulster fue amañado en ciertos pasajes por copistas cristianos con
objeto de adaptarlo a sus fines, en vista de su éxito creciente. Así cuando Cuchullain
parte para el combate supremo oye voces de ángeles, reconoce y confiesa la fe
verdadera, y al hacerlo recibe la certeza de su salvación. Los antiguos héroes bajaban
a los Infiernos, donde Haides y Perséfone incluso les sentaban a su mesa. Pero
expulsados éstos y alquilados los horribles antros a Satanás, que había tenido la
crueldad de hacerlos aún más horribles llenándoles de diablos feos e implacables con
rabo, cuernos y enormes tenedores, calderas de pez hirviendo y mil cosas más atroces
y dolorosísimas, no valía la pena, en verdad, de enviar allí a un tan gran héroe como
Cuchullain. Más tarde el rey Conchabar sucumbe de pena al tener noticia de la pasión
de Jesús. No está mal tampoco. En fin, Cuchullain, evocado solemnemente, dejará el
reino de los muertos para confirmar en presencia del rey, la verdad del cristianismo.
No en vano Irlanda es uno de los baluartes de la mejor de las religiones.
El ciclo de los Fenians o de Ossian, que viene después, no es de la importancia
del de Ulster. Este ciclo comprende los acontecimientos históricos desarrollados entre
los años 174 (batalla de Chucha en tiempos de Conn) y 283 (batalla de Gavra en
tiempos de Cormac). Los Fenians constituían una orden de caballería destinada a
proteger Irlanda contra las invasiones. El héroe Find Mac Cumhail es mago y
exterminador de monstruos a la vez. Y, además, poeta. Y por si todo ello fuese poco
aún, vive fastuosamente. Se casa con Grainné, hija de Cormac, pero, no tengo más
remedio que decirlo, la abandona por la joven y seductora Diarmaid. Y esto no está
bien, incluso si Grainné era ya de edad y no agraciada. Pind era el padre de Ossian y
por ello abuelo de Oscar. Sus enemigos eran el orgulloso Golly su hermano Conan,
hijos de Moma y jefes de un clan temible. Se huele ya la tragedia. En efecto, en la
batalla de Gavra, los Fenians son deshechos y Find mismo pierde la preciosa vida.
Luego vienen una serie de aventuras maravillosas, la mayor parte de las cuales se
desarrollan en países maravillosos también, evidentemente, allá en los mares lejanos,
Ossian hijo de Find, hace en todas estas aventuras el papel principal.
Antes, cuando la derrota de Gavra, Ossian escapa a la suerte de los suyos gracias
a la diosa-hada Niameh, hija de Manannan, que le salva y le conduce en su barca de
cristal a Timan Og, el paraíso celta, donde Ossian pasa trescientos años en continua y
deliciosa juventud, durante los cuales el mundo da, claro, muchas vueltas. Deseando
al fin saber qué ha sido de su país, obtiene, tras muchas súplicas, que Niameh le deje
murmurar y que incluso le preste su montura mágica. Así mismo le recomienda muy
mucho, que no pise el suelo terrestre. Pero la cincha se rompe, la silla se escurre y
Ossian cae. Al levantarse no es sino un pobre anciano ciego, privado de todos sus
dones divinos y abrumado por los trescientos años de paraíso.
Las Poesías traducidas de Ossian, hijo de Fingal, aparecidas de 1760 a 1763, obra
de James Macpherson, que, aunque se decía traductor, cuanto hizo fue tomar de la
leyenda lo que le pareció más interesante, suscitaron el entusiasmo de las almas
sensibles (el romanticismo planeaba ya sobre Europa) y la admiración de los más
ilustres escritores de su tiempo: Goethe, Herder, madame Stael, Chateaubriand,
Byron, Lamartine. El mismo Napoleón parece ser que leía y releía a Ossian, sin duda
porque Macpherson había acertado a fundir los últimos vestigios de los ciclos
caballerescos con el sentimentalismo romántico que llegaba a grandes zancadas.
La gran originalidad de la religión celta fue la institución de los druidas: «aquella
extraña corporación de filósofos espiritualistas, de físicos y de naturalistas, que eran
llamados los druidas». Sacerdotes, adivinos, magos, consejeros políticos, ocuparon,
gracias a todos estos poderes y atributos un gran puesto en el Estado. Según la Razzia
du Taureau de Cooley, ni los Ulates debían hablar antes que su rey, ni éste antes que
su druida. Estos druidas poseían los secretos de la religión y los de la ciencia mágica.
Eran, además, los preceptores de los jóvenes nobles. Por todo ello no poco trabajo le
costó al cristianismo suplantarles y hacerles desaparecer.
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