Las Sirenas son monstruos femeninos y alados,
con cabeza y pecho de mujer y el cuerpo de ave. Divinidades
aladas, sin nombres individuales, pertenecen a la categoría mítica
de daímones femeninos que causan hondo temor por estar
cercanos al mundo de la muerte. Como las Esfinges, las Erinias,
las Keres y las Harpías. Son doncellas de encantadora voz
y perniciosa seducción, pues destruyen y devoran a sus víctimas.
Como las Esfinges, bellas bestias leoninas de rostro de
mujer, las volátiles Sirenas seducen y dan muerte al peregrino
que se las topa. Para atraerlo se valen del encanto de su voz
hechicera, y en ese sentido son como primas de las Musas.
Pero mientras las Musas emiten un canto festivo y danzan
alegres al servicio de Apolo, las Sirenas están relacionadas con
la Muerte, y de modo especial con la diosa Perséfone. En muchas
tumbas se erigía la efigie de una Sirena —o bien de una
Esfinge-— para que fuera guardiana del muerto, protegiendo
su último hogar. Pero en la épica son conocidas como «ogresas
marinas» sobre todo por la famosa aventura odiseica. Ulises salió
sano y salvo de la llamada de las bellas cantoras, gracias a la
advertencia previa de la maga Circe. Como la maga le dijo (en
Odisea, xn, 39-52):
Llegarás primero junto a las Sirenas, que hechizan a cuantos hombres
van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y
oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeños rodeándole,
llenos de alegría, cuando torna a su hogar; sino que le hechizan
las Sirenas con el melodioso canto, sentadas en una pradera y
teniendo alrededor un enorme montón de huesos de hombres putrefactos
cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de
tus compañeros con cera blanda, previamente adelgazada, a fin de
que ninguno las oiga. Mas si tú desearas oírlas, haz que te aten al mástil
de la embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte
inferior del palo, y que las sogas se liguen al mismo, y así podrás deleitarte
escuchando la voz de las Sirenas.
Así la propia Circe sugiere a Ulises la manera de escapar al
encanto mortífero de las Sirenas y, de paso, cómo escucharlas
con poco riesgo. Todo pasa como lo ha previsto Circe. Aunque
Ulises siente el terrible poder seductor de ese canto de las Sirenas,
cesa el hechizo al alejarse el barco del peligroso paso. Es
muy interesante, con todo, saber qué es lo que ofrecen en su reclamo
seductor al héroe. Le cantan su promesa de ofrecerle un
saber muy deleitoso:
i Célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos ! Acércate y detén la nave
para escuchar nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin oir
la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que todos se van después
de recrearse con ella, sabiendo más que antes; pues conocemos cuántas
fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y troyanos, por la voluntad
de los dioses, y sabemos también cuanto ocurre en la fértil tierra
(XII, 185-191).
Las Sirenas tienen una voz seductora, pero su encanto reside,
más que en su tono musical, en la muy atractiva información
que ellas ofrecen al navegante para hacerle más sabio. Se parecen
en eso a las Musas, porque saben todo lo ocurrido y lo cantan,
pero sus contactos son no con el mundo celeste, sino con el
mundo de los muertos. No sabemos si para atraer a cada viajero
le ofrecen un señuelo distinto y personal, pero el odiseico parece
diseñado especialmente para el curioso Ulises, ávido de oír sus
propias hazañas y noticias sobre sus compañeros de Troya.
El mágico hechizo de las Sirenas paraliza al oyente y lo deja
convertido en fácil presa de sus garras. El montón de huesos y
esqueletos desparramado en la pradera donde las Sirçnas chillan
y revolotean deja a la luz sus efectos. El nombre délas Sirenas,
seirenes, se ha puesto en relación etimológica con seirios,
«ardiente», «cálido», lo que apuntaría a que son, en su origen,
como unos demonios del calor meridiano; y con seirá, «cuerda
», «atadura», porque con sus hechizos encadenan a sus
oyentes.
Su relación con el mundo infernal, con los dominios de
Perséfone, —donde entonan sus musicales lamentos por los
difuntos— está puesta de relieve en unos versos de la Helena
de Eurípides, en que la protagonista, sola en la isla egipcia de
Faros, las invoca llorosa con estas palabras:
Sirenas, aladas doncellas hijas de la Tierra, ojalá vinierais a acompañar
mis lamentos con la flauta libia de loto, con la siringa o la lira, respondiendo
con lágrimas a mis penosas desdichas, con penas a mis penas,
con cantos a mis cantos. Que Perséfone se una a mis sollozos
enviándome vuestra fúnebre melodía y recibirá de mí a cambio, allá
en sus moradas nocturnas, el peán regado con lágrimas que dedico a
muertos y difuntos (w. 167-178).
Ovidio da una explicación más precisa al repecto. Las Sirenas
serían las compañeras de Perséfone (en latín Proserpina)
metamorfoseadas por su dolor en mujeres-ave, luctuosas y quejumbrosas,
tras el rapto de Perséfone por Hades. Es curioso el
pasaje del poeta latino (en Metamorfosis, V, 555-563):
Pero vosotras, hijas del Aqueloo, ¿por qué tenéis plumas y patas de
ave, pero rostro de doncellas? ¿Acaso porque cuando Proserpina cogía
flores primaverales os encontrabais entre sus acompañantes, doctas
Sirenas? Luego que la buscasteis en vano por el mundo entero,
entonces para que los mares conocieran vuestro afán, deseasteis poder
posaros sobre las olas con los remos de unas alas, y encontrasteis
dioses propicios y visteis cómo de repente vuestro cuerpo se cubría
de un dorado plumaje. Pero para que ese canto, destinado al goce de
los oídos, y tan grandes dotes vocales no perdieran el resonar del
habla, se os quedaron vuestras caras de doncella y la voz humana.
En su Viaje de los Argonautas cuenta Apolonio de Rodas —en
IV, 893 y ss.— cómo los Argonautas pasaron junto a la isla Antemóesa
donde cantaban las Sirenas gracias a que Orfeo entonó
su mejor canto con su lira rivalizando y eclipsando el de ellas.
Tan sólo uno de los héroes, seducido por los ecos, se arrojó al
mar. Añade algún detalle genealógico, señalando que eran hijas
del río Aqueloo y de la musa Terpsícore. Respecto a cómo se
trocaron en Sirenas está de acuerdo con lo que luego contó
Ovidio.
Pero el mitógrafo Higino (en su fábula 141) atribuye a la
diosa Deméter la conversión de las ninfas en Sirenas como un
castigo por no haber velado bien por su hija. Pausanias añade
un apunte, al referir (en IX, 34.3) que en un certamen disputaron
las Musas y las Sirenas. Vencieron las primeras y con las
plumas de sus rivales se hicieron coronas. Tristes Sirenas desplumadas.
Las Sirenas se hicieron luego más y más marinas, de modo
que perdieron sus alas y trocaron su cuerpo de pájaro por uno de
pez de larga cola. Las más antiguas representaciones de sirenas
con cola de pez aparecen en relieves y pinturas helenísticos, casi
al final de la Antigüedad (en una copa ática del siglo ΠΙ-Π a. de C.,
y en una lamparilla romana). Luego proliferan como acuáticas
seductoras de marineros, fascinantes y eróticas, con sus melenas
húmedas sobre la marfileña espalda y los redondos pechos,
batiendo la espuma marina con su plateada y ondulante cola,
en la época romana tardía y en la Edad Media. Sirenas de los
cuentos fantásticos, Sirenas de melancólica nostalgia. Son
como la descendencia de las pájaras clásicas tras una plástica
metamorfosis. Una variante de singular prestigio folklórico es
la de la Sirena que se enamora de un humano y a ratos-es mujer,
como el hada Melusina. Pero ésta es otra historia.
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