miércoles, 3 de abril de 2019

PROMETEO, el Titán filántropo.

1. Una versión americana
y optimista. En estos apuntes sobre la fascinante figura mítica
del titánico robador del fuego celeste en el mito griego trataré
de no repetir demasiado lo que he escrito en mi libro sobre
su tradición literaria en Grecia y en algunos escritores muy significativos
de la literatura posteriorpero me temo que ciertas
repeticiones serán inevitables. De todos modos se trata de un
mito de tantos ecos y motivos que resulta fácil encontrar siempre
algo más que decir sobre él.
Comencemos por evocar una imagen moderna del dios
griego, como esa estatua neoyorquina de Manhattan, en la
que un áureo Prometeo con su antorcha en la mano sobre-
vuela la pista de patines del Rockefeller Center. Joven, alegre,
atlético, dorado, trae a los hombres el fuego salvador, el símbolo
del progreso técnico, como si fuera un campeón olímpico.
El escultor ha elegido, como haría un pintor, un momento
preciso del relato para su representación plástica. Es la del
vuelo desde el Olimpo hasta la tierra con la antorcha en la
mano. (En el mito de Hesíodo se trata de una cañaheja, una
de esas gruesas cañas mediterráneas en cuyo interior se alberga
la chispa mágica, aquí es una antorcha como la de las carreras
de relevos, como las de las lampadodromias que en
Atenas se celebraban en honor del Titán.) Pero lo que esa
imagen nos ofrece nos hace ver lo que elude: aquí vemos a un
Prometeo joven y alegre, en una versión optimista de su figura,
lo que nos sugiere una visión optimista del progreso que se
simboliza en ese rapto del fuego celeste en beneficio de los
humanos. No hay aquí ninguna alusión al futuro castigo del
dios filántropo y ladrón, que desafía con su audacia el poder
de Zeus.
En pago del favor dado a los hombres, a Prometeo le aguarda
un terrible castigo, un dolor largo y tenaz, en pl Cáucaso,
como sabemos. La pena por ese desafío al poder de Zeus será
doble: para Prometeo el encadenamiento y la tortura en el rocoso
confín del mundo, para los hombres la invención de la
primera mujer, Pandora, causa de muchos males. Pero el escultor
que nos da esta imagen lo ignora, al presentarnos al prióforo
rejuvenecido y confiado, en purpurina, nos invita a una visión
optimista del progreso, una estampa muy made in USA.
Pero éste puede ser un buen punto de partida para meditar
cuán diversas pueden ser las versiones de un mito como éste.
¡ Qué distintas las pinturas sobre Prometeo, como mártir del
Progreso, que nos ofrecen otros, como, por ejemplo, los pintores
barrocos, los simbolistas o los mexicanos de nuestro siglo,
como Rivera, por ejemplo, en esos frisos donde un Prometeo
patético figura al lado de otros adalides del movimiento de
liberación del hombre!
El Prometeo griego es un personaje complejo. De todos los
introductores míticos del fuego ■—que son muy variados según
las culturas, como nos recordó J. G. Frazer en su curioso libro
sobre Mitos sobre el origen d el fu eg o (1930)— ningún otro puede
comparársele en grandeza. Es, en la mitología griega, un
dios muy antiguo —un Titán según Esquilo, el hijo de un Titán,
según Hesíodo— que osó arrostrar la ira del dios supremo,
Zeus, para favorecer y salvar a los humanos, mediante el regalo
del fuego, hurtado al ámbito divino. Es un dios muy astuto,
que intenta por segunda vez burlar la vigilancia de Zeus y favorecer
a los humanos. Es, pues, una especie de redentor que salva
a la humanidad del hambre, el frío y la muerte temprana. Se
sacrifica por proteger a los humanos, de forma extraña. Es,
como señala Esquilo, un filántropo, y ese amor a los hombres
es la causa de su mayor delito. Es el impulsor del progreso técnico,
el fundador de la cultura material, he ahí su grandeza.
(Aunque no es el buen ejemplo del progreso moral, advertirá
Platón por boca del sofista Protágoras, en otro texto capital
sobre el mito.)
2. Tres textos y tres versiones míticas. Tenemos en la tradición
antigua griega tres relatos del mito de gran interés literario,
distantes entre sí y muy significativos de las variantes que la
tradición poética puede ofrecer en torno a un mismo mito. Se
trata de los textos en los que Hesíodo (en Teogonia y Trabajos y
días, siglo vni a. de C.), Esquilo (en su Prometeo encadenadohacia
el 560 a. de C.) y Platón (en su Protágoras, hacia el 385 a. de C.)
cuentan cada uno a su modo la leyenda del robador del fuego
celeste.
No voy ahora a analizar punto por punto sus divergencias
—como ya hice en mi libro citado—, pero sí quiero subrayar
que las diferencias entre las tres versiones, la épica, la trágica y
la sofística, suponen tres intenciones diversas de la evocación
del mito. Para Hesíodo, Prometeo es un dios de mente retorcida,
un trickster, que intenta engañar a Zeus, en un vano empeño
que será bien castigado. Para Esquilo, Prometeo es un rebelde
y filántropo Titán que sufre bajo el despotismo del tirano
Zeus, y que se niega a doblegarse, orgulloso de sufrir por sus
beneficios a los humanos. Para Platón, Prometeo es un personaje
mítico bien intencionado —ya que robó el fuego para remediar
la torpeza de su hermano Epimeteo en el reparto a las
criaturas terrestres de armas para la lucha por la vida—, pero
no el salvador de los hombres, papel que tiene, en definitiva, el
providente Zeus, que les da la decencia y la justicia.
Las tres versiones suponen tres enfoques del relato tradicional
y memorable que es el mito, patrimonio de la memoria
colectiva que los poetas ·—y los sofistas y Platón, en la versión
en prosa— reactualizan y perfilan de nuevo literariamente con
sus palabras.
3. Tres motivos m íticos: e l sacrificio, e l fu eg o y e l matrimonio.
De los tres narradores es Hesíodo quien nos da un relato más
completo de la trama mítica (aunque recordemos que de los
tres dramas de la trilogía que escribió Esquilo tan sólo conservamos
una tragedia). Sólo Hesíodo menciona la invención del
sacrificio y la divina fabricación de la primera mujer, Pandora.
Esquilo y Platón pasan por alto esos otros episodios de la historia
mítica, puesto que sus enfoques están reducidos a un solo
episodio central, el del rapto del fuego y sus consecuencias.
La construcción del relato en Hesíodo —que da excepcionalmente
dos versiones, en sus dos poemas, del mismo—
ha sido muy bien analizada por J. P. Vernant, entre otros.
Sólo recordaré ahora que el poeta épico nos cuenta la intervención
de Prometeo en tres temas fundamentales para la
cultura humana. El hijo de Jápeto, que antaño estuvo al lado
de Zeus cuando el hijo de Crono tuvo que luchar contra los
violentos Titanes, destaca por su inteligencia, pero ha decidido
ponerla al servicio del progreso humano. Es Prometeo el
inventor del sacrificio con una víctima animal, como un pacto
religioso, y, al hacer los lotes de la víctima, trampea en favor
de los hombres. Cuando, en un segundo momento, Zeus
irritado por la trampa les retira el fuego a los humanos, de
nuevo Prometeo interviene, roba el fuego y lo devuelve a sus
protegidos. Es entonces cuando Zeus castiga al tortuoso y astuto
dios clavándolo en una cumbre del remoto Cáucaso y
enviando sobre él todos los días un águila (o un buitre) que
le desgarre y picotee el hígado. (Mucho más tarde lo salvará
del tormento eterno el heroico Heracles, y esa liberación concluirá
su pena.)
Como castigo a los humanos, receptores inocentes del fuego
salvador, Zeus decide una refinada venganza, mediante la
fabricación de la primera mujer. Es a Hefesto, el artesano divino
de la fragua, el ceramista mágico, el patizambo y mañoso esposo
de Afrodita, a quien encarga moldear la primera mujer;
pero otros olímpicos, como Atenea, Afrodita y Hermes, colaboran
en la empresa. Y Pandora, bella, ambigua y refinada
trampa, viene a nuestro mundo como un «mal amable», que recibe
el torpe hermano de Prometeo, Epimeteo, como la primera
novia, engalanada y seductora. Ella lleva consigo la fatídica
ánfora («la caja de Pandora» en la tradición posterior) donde
están encerrados muchos males funestos, que la curiosa mujer
destapará y dispersará por la tierra.
4. Los dones decisivos de Prometeo. Se acabó, pues la Edad
de Oro primeva con la aparición de la mujer, madre de los humanos
futuros; las enfermedades, el penoso trabajo, las insidias
domésticas, etc., entran en la sociedad humana —ahora de dos
géneros— con esa refinada y alhajada Pandora. Tambipn de
este tercer cambio en la cultura —junto al sacrificio y el fuego—
es responsable Prometeo, si bien indirectamente. Esquilo
y Platón no mencionan siquiera a Pandora, pero este tercer
motivo es, evidentemente, tan trascendental como los dos anteriores
para el futuro de los humanos. Pandora, como la bíblica
Eva, sirve —en esta cultura machista y de valores masculinos—
para explicar la presencia del mal, o de algunos males en el
mundo.
Ya hemos anotado que la creación de Pandora es mucho
más refinada que la de Eva, ya que los dioses la fabrican y la
adornan como si fuera una muñeca, y la entregan a Epimeteo
tras de vestirla y enjoyarla como a una novia o una princesa.
Pandora es, por su origen, un ser artificial, pero mucho más exquisito
que el hombre. Los dioses se han servido de ella para
debilitar y humillar a los hombres, pero con ella la civilización
ha asumido un nuevo perfil. Con Hesíodo se inaugura la tradición
misógina en la literatura griega, pero el mismo poeta ha de
reconocer que sólo con las mujeres la vida civilizada adquiere
su plenitud en un mundo duro y trabajoso.
Más tarde aparece, probablemente ya en la primera época
de la Comedia Nueva —siglo IV a. de C.—, un nuevo mitema
en la saga de Prometeo. Prometeo es representado'entonces
como el creador del hombre y de la mujer, modelando a uno y
otra del barro. (Algo así como Hefesto había hecho para fabricar
a Pandora, mientras que los hombres existían sobre la tierra
desde mucho antes, tan antiguos como los mismos dioses.)
Prometeo es un demiurgo que tiene a su cargo el poblar el
mundo de seres humanos. (Ya en Platón tenía a su cargo el dotar
a las criaturas del mundo de atributos esenciales para su
supervivencia.) Así está en poetas como Ovidio y en los relieves
de algunos sarcófagos de los primeros siglos de nuestra
era. Creo que nos podemos imaginar la evolución del mito fácilmente.
Mediante ese atributo de Prometeo, escultor de los
primeros seres humanos salidos del barro, quedaba bien explicado
el amor que el Titán sentía por ellos. Su filantropía derivaba,
claro está, de que los hombres y las mujeres resultan hijos
—del arte— de Prometeo. Esta variante afecta al sentido del
mito, pero encaja muy bien en una simplificación temática del
mismo, que encontramos, como dije, en poetas latinos y que
pasará luego a la tradición europea. El Prometeo demiurgo se
inscribe en la tradición helenística y romana del mito, y de ahí
la retoman poetas posteriores, como el mismo Goethe. Se trata
de un rasgo que es marginal y tardío respecto de la época clásica
griega, pero muy interesante para las versiones más modernas
del mito.
5. Versiones modernas d el mito. No puedo detenerme ahora
en rastrear la larga y rica trayectoria del mito prometeico en la
literatura europea. Se trata, en todo caso, de uno de los mitos
griegos de mayor influencia en la tradición clásica, sobre todo a
partir del Romanticismo, como muy bien han analizado J. Duchemin,
R. Trousson y H. Blumenberg2, entre otros.
En mi Prometeo: mito y tragedia he tratado de algunas de
las versiones modernas más interesantes de época romántica
—de Goethe y de Shelley, por ejemplo— y actual —en Nietzsche
y Kafka, por ejemplo—. Y es muy importante notar cómo
algunos de esos grandes poetas románticos modifican la lección
del mito helénico, porque toman partido por Prometeo,
símbolo del rebelde y el revolucionario (así en Shelley) contra
el despotismo divino, o bien, como en El regreso d e Pandora, de
Goethe, le dan un giro feminista a la aparición de la primera
mujer y su función en la cultura humana. Pandora es, en Goethe,
el eterno femenino, con su dulzura y su belleza, y con ella
Epimeteo cobra un valor muy positivo frente al belicoso y tecnológico
Prometeo. (Que, en esa época, había encontrado una
personificación histórica sorprendente en la figura de Napoleón,
como es bien sabido y como ha comentado admirablemente
H. Blumenberg, en su texto ya citado.)
Pero el mito de Prometeo ha atraído a muchísimos escritores
de muy varios países. Unos lo han tratado de modo muy
irónico y rotundamente innovador —quizá el ejemplo máximo
aquí sería el P rom éth ée mal en cha în é de A. Gide (1899),
junto con Kafka—. Otros lo han convertido en un símbolo del
hombre empeñado en el afán de progreso y de ilustración
(como bien puede verse en el muy amplio estudio de Blumenberg
sobre la tradición ilustrada alemana). Incluso en la tradición
en la literatura española del último siglo podemos advertir
una gran variedad de reflejos e interpretaciones— en Unamuno,
en Pérez de Ayala, en León Felipe y en Eugenio D’Ors, por
citar tan sólo unos cuantos nombres significativos3. No en menor
medida que el condenado Sísifo, Prometeo ha siiribolizado
el empeño trágico en la lucha contra el destino y, en especial, ha
sido una metáfora del escritor o el intelectual portador de la
antorcha revolucionaria o simplemente de una cierta luz propia
en contra de las barreras al conocimiento por parte de la
tradición4.
6. Conclusión rápida. De los mitos nos ha de importar más
la función que el origen, como ha escrito H. Blumenberg. Los
viejos relatos de la tribu, a veces historias sagradas, otras ya arcaicas
y familiares tramas literarias, persisten en cuanto son
memorables, es decir, en cuanto que interesan a la sociedad arcaica
en la que se trasmiten. Si el origen es oscuro, perdido en
la noche de los tiempos, el valor funcional de los mitos puede
rastrearse dentro de una sociedad. Y puede persistir en una
época histórica ligado a la religión, a los ritos, o bien irse desligando
de su fondo ritual para quedar en manos de los poetas,
como sucedió en Grecia a menudo. He tratado de esa tradición
mítica en el mundo griego en otra parte, y sólo quiero aludir a
ese proceso de perduración y variación diacrónica de los mitos,
tan sensible en el ámbito mitológico clásico5.
Los mitos relatan, explican y revelan la urdimbre del mundo.
Relatan los grandes sucesos y los orígenes de la realidad, y
también, en algunos casos, lo que hay más allá de esta vida. Explican
que las cosas son así como nos aparecen porque seres divinos
y héroes antiguos las configuraron así con su actuación
extraordinaria. Revelan que tras las apariencias del presente
oscuro hay un fundamento divino y un pasado creativo que
funda lo decisivo para la existencia.
Pocos mitos tienen la riqueza explicativa del mito sobre
Prometeo. Su carácter etiológico —etiología es explicación de
las causas aitías légein— se extiende a tres temas esenciales de
la cultura, como hemos visto. Es el introductor del sacrificio,
esencial en la religión antigua; del fuego, base de todo el progreso
técnico, y el causante de la invención de la mujer, creada
por Hefesto y otros dioses. El relato mítico comporta varios
episodios, en los que hay una nota común: sus beneficios son
ambiguos y el botín se logra por medio del engaño y el robo6.
El dios tramposo se sacrifica por los humanos. No puede morir,
como dios que es, pero sí ser condenado a sufrir por mucho
tiempo. Su filantropía le lleva a ese penar por los hombres, clavado
en su suplicio, como un redentor crucificado, en un desolado
extremo del mundo. El mito nos alecciona y advierte de
que el progreso comporta dolor, sufrimiento, esfuerzo, y la
vida del hombre es así, dura, trabajosa, progresiva, gracias a
Prometeo y a Pandora. (Un Prometeo, en todo caso, mucho
más complejo que esa imagen inicial con la que comenzamos
esta charla.)
Y la tradición literaria ha sabido releer el mito y reinterpretarlo
con una notoria vitalidad. El astuto dios se ha metamorfoseado
en el filántropo y rebelde patrón de las artes humanas
frente a un Zeus tirano, en Esquilo, y muchos siglog después
los poetas románticos —Goethe y Shelley—- magnificarán ese
gesto suyo de airado contestatario contra el poder supremo
como un símbolo del revolucionario que busca la libertad y la
ilustración frente a los poderes del despotismo y la autoridad
divina. Más tarde los mitos vuelven a ser recreados desde una
distancia irónica y vuelve Prometeo como una figura simpática
y catastrófica, cercana a los humanos por su vinculación al fuego,
al dolor, al trabajo, tanto al artista que busca dar luz a un
nuevo mundo, como al revolucionario que busca un nuevo orden
más justo gracias a la técnica que libera de fatigas y servidumbres.
Como dijo K. Marx, «Prometeo es el primer santo en
el calendario del proletariado».
Sin la serenidad ni la belleza estatuaria de los dioses olímpicos,
un poco tiznado por el fuego de su antorcha, con un gesto
dolorido y el hígado destrozado por el águila (o el buitre), ya
liberado por Heracles, y celebrado por Shelley y sus coros poéticos,
Prometeo pervive en la memoria mitológica como una
figura singular, la de un dios rebelde cuya filantropía extraña
le llevó a sacrificarse por los efímeros humanos. Es, sin duda,
por todos esos motivos, una de las figuras del repertorio mítico
helénico con más significados simbólicos para la imaginación
moderna.

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