miércoles, 3 de abril de 2019

MITOLOGÍA FINLANDESA

La mitología finlandesa es común a una porción de pueblos emparentados por la raza
y por la lengua, pero que vicisitudes históricas han separado de tal modo, que hoy
forman diversos grupos, de los cuales el más importante y el único que todavía es un
estado es Finlandia; los demás, englobados en la masa de otros países, carecen de
personalidad política propia, ocupando unos la Siberia occidental otros la cuenca del
Volga en gran parte, y otros las Laponias sueca, noruega y rusa. Los magiares que
forman casi toda la población de Hungría, pertenecen también al mismo grupo étnico.
Todos son de origen mongol, y aunque separados unos de otros, y no obstante haber
sufrido influencias diversas, arias, eslavas y escandinavas, influencias que les han
empujado hacia religiones distintas, han conservado no pocos vestigios de sus
antiguas creencias, vestigios que son particularmente fuertes aun entre los grupos
asiáticos. Gracias a estas supervivencias y a los muchos elementos míticos que
encierra la gran epopeya de los fineses del Oeste, el Kalevala, se ha podido llegar a
conocer cuáles eran las creencias religiosas y mitológicas de estos pueblos hermanos
hoy dispersos.
Hacia el año 1828, el erudito finlandés Elias Loennrot tuvo la feliz idea de buscar
y reunir los numerosos cantos populares de la antigua Finlandia. Decidido a obtener
el mayor número posible de ellos, se puso a recorrer el país y a recoger con paciencia
y tenacidad todos los runot (canciones), que los campesinos se transmitían de
generación en generación hacía muchos siglos. Habiendo reunido un gran número,
formó con sagacidad admirable un primer poema, al que dio el mencionado nombre
de Kalevala, que contenía unos doce mil versos, poema que publicó el año 1835.
Animado por el éxito que obtuvo al punto su primer trabajo, siguió buscando, y
catorce años después, en 1849, apareció la edición definitiva, compuesta esta vez de
veintidós mil ochocientos versos. El argumento de este gran poema es la lucha entre
Kalevala («la patria de los héroes») y Pohja («el país del fondo», la Finlandia más
septentrional, la Laponia ya). La riqueza mitológica de este poema es tan grande, que
basta hojearle para poder reconstituir el Panteón antiguo de los pueblos fineses.
El héroe principal del Kalevala es Vainamoinén. Vainamoinén era hijo de la
Virgen del Aire. El poema empieza contando el maravilloso nacimiento de este héroe,
que, ya en el mundo, trabaja la tierra, hasta entonces inculta, la siembra y la hace
producir. Luego triunfa del hijo de Laponia, Jukahainén, de cuya hermana, Eno, se
enamora y con la que pretende casarse. Pero Eno se arroja al mar, convirtiéndose en
una divinidad de las aguas.
Entonces Vainamoinén, tras conseguir escapar a las asechanzas de Jukahainén, va
en busca de esposa a Pohja, país en el que manda Luhi. Y, en efecto, Luhi le promete
la mano de su hija mayor, pero con la condición de que le forje el sampo, talismán
misterioso que no se sabe a punto fijo en qué consistía. Vainamoinén encarga a
Ilmarinen, el habilísimo herrero, que haga el talismán, y éste, en efecto lo hace. Pero
como la prometida de Vainamoinén prefiere a Ilmarinen, la boda de ambos jóvenes se
celebra con toda esplendidez. Entonces aparece un nuevo personaje, Lemminkainén,
joven alegre, gran seductor de muchachas, batallador travieso y turbulento, que ha ido
también al país de Pohja en busca de esposa. Incluso había perecido en el viaje, pero
su madre, maga consumada, le había vuelto a la vida. Lemminkainén, furioso por no
haber sido invitado a la boda de la hija de Luhi, emprende una expedición contra
Pohja, consiguiendo incluso matar al gran jefe de la familia. Pero el pueblo entero se
levanta contra él, incendia su casa, aniquila sus campos y tiene que huir. Una nueva
expedición le es funesta. Los poderes mágicos de Luhi, maga también muy experta,
son superiores a toda su fuerza y a todo su valor. Entretanto, la mujer de Ilmarinen
perece devorada por los osos de Kullervo, el genio del mal. Entonces el maravilloso
forjador va a Pohja a pedir a Luhi su segunda hija. Y como ésta no se la quiere dar, la
rapta. Poco después sería, la nueva esposa aprovecha el sueño de su marido para
entregarse a otro hombre. Ilmarinen al saberlo la transforma en gaviota. Luego
regresa a Kalevala, donde hace saber a Vainamoinén la prosperidad que el sampo,
talismán maravilloso que, como ha sido dicho, había construido para Luhi, ha
procurado a Pohja, el país vecino.
Los dos héroes deciden ir a apoderarse del talismán con objeto de que los
beneficios que producen sean para su patria, Lemminkainén, dispuesto siempre a
todo, se une a ellos. Camino de Pohja, al atravesar un río, la barca que los conduce
choca contra un enorme lucio. Le pescan, y con sus espinas construye Vainamoinén
un kantele (especie de cítara) maravilloso. Gracias a ella el héroe consigue adormecer
a sus adversarios una vez llegados a Pohja y se apodera del talismán codiciado. Pero
un canto intempestivo de Lemminkainén despierta a los de Pohja, y Luhi suscita una
terrible tempestad, durante la cual el kantele es arrebatado por las olas y el sampo
destrozado. Vainamoinén únicamente puede recoger los restos, pero estos restos
bastan para hacer la prosperidad del país de Kalevala. Entonces Luhi, furiosa,
desencadena contra Kalevala una serie terrible de calamidades; llega hasta encerrar
en una caverna al Sol y a la Luna. Pero Vainamoinén acaba por triunfar. Tras ello,
dando por terminada su misión, construye un navío, se embarca en él, solo, y llevado
por las olas se aleja mar adentro desapareciendo para siempre.
El Kalevala es, ante todo, un poema en el que la magia cumple el principal papel.
Todos, sin descontar los héroes principales, deben su poder, más que a otra cosa, a sus
conjuros, encantamientos y a las fórmulas mágicas que conocen y que ponen en
juego. Y como las leyendas que forman este poema eran toda la religión y toda la
mitología de los antiguos fineses, no es extraño que en la actualidad pasen por
maestros en cuanto atañe a las ciencias ocultas. Durante toda la Edad Media, en que
la magia estaba a la orden del día y en que brujos, brujas, talismanes y su fuerza eran
considerados como cosa real, y peligrosa por satánica, abundaron los decretos de los
reyes y jefes de los pueblos inmediatos a las regiones habitadas por los fineses
prohibiendo todo contacto con ellos. Durante los siglos XVI y XVII, las autoridades
suecas buscaban y confiscaban los tambores mágicos de los lapones, tambores
utilizados hasta hace muy poco, por los sacerdotes-brujos, llamados chamanes. En lo
que al Kalevala afecta, hay que distinguir, pues, dos partes: la relativa a la magia y la
que afecta a la mitología propiamente dicha.
La predestinación del imperturbable Vainamoinén es señalada ya antes de su
nacimiento por circunstancias absolutamente extraordinarias: «pasó en el seno de su
madre treinta veranos y otros tantos inviernos, durante los cuales reflexiona y medita
sobre cómo vivir, cómo existir en su sombría morada». A Lemminkainén, su madre,
para volverle sabio, le baña tres veces una noche de verano y nueve durante otra de
otoño, Luego, cuando pereció por haber intentado matar al cisne del río infernal sin
conocer las palabras mágicas que protegían contra las serpientes su madre recoge sus
pedazos, como en Egipto Isis los de Osiris y en Grecia, Atena los de Zagros, y le
devuelve la vida; pero es que la madre de Lemminkainén no es diosa, sino maga,
como Kirke y Medea, y es a fuerza de fórmulas mágicas como realiza el milagro.
Cuando el temerario Jukahainen, «el delgado joven de Laponia», va a desafiar a
Vainamoinén, en vez de desafiarle a combatir con espada, maza, flechas o garrotazos
o a pedradas, lo que hace es lanzar contra él una serie de conjuros mágicos.
Vainamoinén le escucha sin pestañear, y luego canta a su vez, y entonces «los
pantanos mugen, la tierra tiembla, las montañas se bambolean y losas enormes vuelan
hechas pedazos». Y no ha hecho sino cantar. No obstante, abruma a Jukahainén con
sus encantamientos: transforma su trineo en un tronquillo de árbol seco, su látigo
rodeado de perlas, en una de esas miserables cañas que por lo visto nacen en
Finlandia al borde del mar; sin duda también por artes mágicas, su caballo de
estrellada frente, en una roca como esas de las cataratas bañadas por blanca espuma,
y el propio Jukahainén es precipitado por la mágica melodía, primero, en un pantano,
donde se hunde hasta los riñones; luego, en un prado, donde queda clavado hasta la
cintura, y después, en una tierra llena de brezos, pero esta vez hasta las mismas
orejas. Y lo mismo que los hombres, animales y elementos son sometidos a los
poderes de la magia.
DIOSES FINESES
A la cabeza del Panteón finés o finlandés estaba Jumala, dios supremo. Dios creador,
entidad medio abstracta de la cual la encina era, como de otros muchos dioses, el
árbol favorito. Como este nombre pertenece a una raíz que significa trueno, que
también ha dado nacimiento a no pocos dioses, Jumala debió de ser en un principio
un dios del Cielo. Luego fue apartado, bien que sin desaparecer completamente, por
otro dios supremo, Ukko, «padre antiguo que reina en el cielo», dios del cielo y del
aire, dios que soportaba el mundo (al Norte, como Atlas al Sur), amontonaba las
nubes y hacía caer la lluvia. Especie, de Zeus finlandés. No se le invocaba sino
cuando tras haberse dirigido a las demás divinidades las súplicas habían sido inútiles.
La esposa de Ukko era Akka, llamada también Rauni, nombre del serbal, árbol que la
estaba consagrado. Otras potencias Celestes eran Paiva, el Sol; Kuu, la Luna; Otava,
la Osa mayor, y más importante aún lima divinidad del aire, cuya hija Luonnotar, la
madre de Vainamoinén, estaba íntimamente mezclada al mito de la creación.
Luonnotar, cuyo nombre significa hija de la Naturaleza, aburrida de su virginidad
inútil y de su existencia solitaria allá en las celestes regiones del aire, se dejó caer en
el mar sobre la blanca grupa de las olas. Traída y llevada por éstas, «el soplo del
viento vino a acariciar su seno y el mar la hizo fecunda». Así vagó y bogó durante
siete siglos sin hallar un lugar donde descansar. Se lamentaba de ello, cuando
apareció un águila (o un pato) que buscaba asimismo sitio donde hacer su nido. Y
viendo una de las suaves y blancas rodillas de Luonnotar, que sobresalía del agua, le
hizo sobre ella, puso sus huevos y los cubrió durante tres días. «Entonces la hija de
lima sintió que un calor ardiente le quemaba la piel, hundió su rodilla y los huevos
rodaron al abismo… Pero no se perdieron, al contrario, de la parte inferior de estos
huevos se formó la Tierra, madre de todos los seres de la parte superior, el Cielo
sublime, de sus partes amarillas, el Sol radiante; de sus partes blancas, la Luna y las
estrellas; de sus restos negros, las nubes de aire». Luego, Luonnotar completó la obra
de la creación haciendo surgir promontorios, aplanando las orillas, formando golfos,
etcétera.
Entre las divinidades de la Tierra, personificada ésta en la Madre de Mannu, hay
que citar a la Madre de Metsola, que personificaba el bosque; a Pollervoinén, dios
protector de los campos, amo de árboles y plantas; a Tapio, «el de la barba sombría,
el del gorro de abeto, el del manto del musgo», que con su mujer, Millikki; su hijo
Niirikki, y su hija, Tuulikki, representaban las divinidades de los bosques, invocadas
por los fineses con objeto de obtener caza abundante.
El dios principal de las aguas era Ahto, o Ahti, que vivía con Vallamo, su esposa,
y sus hijas «en la extremidad del cabo nebuloso, bajo las olas profundas, en medio del
fango negro, en el corazón de una enorme roca». En torno de él estaban los
Veteheinén, genios de las aguas, en general maléficos, y los Tursas, genios de aspecto
monstruoso. El mundo terrestre estaba también lleno de genios malos: Lempo, Paha e
Hiisi, entre otros.
EL INFIERNO
El infierno del Kalevala no era un lugar de castigo, sino el reino de los muertos, reino
o mansión como otra cualquiera, bien que más sombría. No obstante, el Sol lucía en
él y los bosques abundaban. Este infierno tenía dos nombres: Tuonela (país de Tuoni,
dios o diablo de esta región) y Manala (país de Mana). Un río de ondas negras era
preciso franquear para llegar hasta él. Sin contar que era menester también caminar
mucho hasta alcanzar aquel lugar siniestro: marchar una semana a través de
bosquecillos claros, otra a través de bosques, ya grandes, y aún una tercera cruzando
bosques espesos y profundos. Pero ¡ay de los que llegaban a él!, porque «muchos
entran en el Manala, pero muy pocos salen», como dice el poema. Lemminkainén,
que se aventuró a ir hasta la orilla del río negro dispuesto a abatir con una flecha al
pájaro de Tuoni, el cisne de largo cuello, fue precipitado en los abismos del río y su
cuerpo, despedazado por el sangriento hijo de Tuoni, fue dispersado por las fúnebres
ondas del Manala.
Tan sólo Vainamoinén escapó sin daño de la peligrosa excursión. Habiendo ido al
país de Tuonela con la esperanza de encontrar allí las palabras mágicas necesarias
para la construcción de su navío, vio, al llegar al borde del río, a las hijas de Tuoni
(estatura mínima, cuerpo desmedrado) lavando viejos harapos en las aguas bajas. A
fuerza de ruegos consiguió que le trasportasen al otro lado, a la isla de Manala, país
de los muertos, donde fue recibido por Tuonetar, reina de Tuonela, que cortésmente
le ofreció la cerveza de bienvenida en un jarro todo lleno de ranas y de gusanos que
hormigueaban en el líquido, al tiempo que le anunciaba que ya no saldría de allí. En
efecto, mientras Vainamoinén dormía, el hijo de Tuoni, el de los dedos ganchudos,
echó a través del río una red de mallas de hierro de mil brazas de larga, con objeto de
coger en ella al héroe y mantenerle cautivo mientras durasen sus días. Pero
Vainamoinén, cambiando súbitamente de forma, se lanzó a las aguas, «y se deslizó,
como una serpiente de hierro, como una víbora, sobre las ondas del Tuonela, a través
de la malla de Tuoni».
En Tuonela reinaban, pues, Tuoni y su esposa, Tuonetar. Sus hijas eran
divinidades del sufrimiento: Krippu-Tytto, diosa de las enfermedades, y Loviatar, «la
más despreciable de las hijas de Tuoni, fuente de todo mal, principio de mil
calamidades; su cara era negra, su piel de un aspecto horrible». De su unión con el
Viento (verdadero azote en las regiones glaciales del Norte, y por ello considerado
como enemigo maldito) nacieron nueve monstruos: Pleuresía, Cólico, Gota, Tisis,
Ulcera, Sarna, Chancro, Peste, y «un genio fatal: ser devorado por la envidia», que no
recibió ni nombre. Entre las diosas de las enfermedades y de los dolores estaban
Kivutar y Vammatar. La muerte era personificada en Kalma (kalma significa en finés
«olor a cadáver»). En el umbral de la morada de Kalma estaba el monstruo Surma,
personificación del destino fatal o de la muerte violenta; monstruo siempre dispuesto
a coger con sus dientes asesinos y a devorar con su boca enorme al imprudente que
pasaba a su alcance. Según las antiguas creencias finesas, todos los seres, hombres,
animales y plantas, estaban dotados de alma (haltia), alma indisolublemente unida al
cuerpo y sin existencia distinta de la de éste, por lo que perecía con él. Los vogules
(pueblo de raza finesa establecido en los Urales) hacían residir el alma en el corazón
y los pulmones, y a causa de ello comían estas visceras a los vencidos, con objeto de
absorber al hacerlo su fuerza vital. Otros pueblos como los lapones, creían que el
alma residía en el esqueleto.
INNUMERABLES GENIOS
El mundo estaba, además, según ellos, lleno de espíritus o genios. Y creían en tantos,
que sería pesado e inútil enumerarlos. Cada uno de estos genios estaba adscrito a una
función. Las aguas especialmente, estaban llenas de ellos. Como los nombres de estos
espíritus variaban con cada pueblo y éstos se dividieron en tantas ramas su estudio
resulta un verdadero laberinto. Por ejemplo, los fineses, entre cuyas muchas
divinidades acuáticas, era popular Nakki. En la actualidad, las tradiciones del oeste y
del sur de Finlandia cuentan que en los lagos hay sitios «sin fondo», de los que parte
el camino para el reino del dios del agua, que habita un soberbio castillo lleno de
riquezas. Nakki sale de su morada y visita la Tierra al levantarse y al ponerse el Sol.
Cuando se desea tomar un baño hay que decir antes de zambullirse: «Nakki, sal del
agua porque yo voy a entrar». Para protegerse contra esta divinidad es conveniente
también tirar al agua una moneda de metal, pronunciando al hacerlo el siguiente
exorcismo: «Que yo sea ligero como una hoja y Nakki pesado como el hierro». De
este modo el dios no puede subir a coger por los pies al que se baña y ahogarle.
En el Kalevala, se conservan también algunos mitos. Por ejemplo, el del origen
del fuego. Véase: El fuego provenía de una chispa que Ukko hizo salir golpeándose
una uña con su espada fulgurante, chispa que confió a una de las Vírgenes del Aire.
Pero ésta, en un descuido, la dejó escapar abriendo sus dedos, y la chispa «rodó por
entre las nubes a través de las nueve bóvedas y de las seis coberteras del aire», yendo
a caer finalmente a un lago, donde fue tragada por una trucha azul, que a su vez, fue
pasto de un salmón rojo, víctima luego de un lucio plateado. Pero Vainamoinén,
ayudado por Ilmarinén, consiguió apoderarse del lucio y liberó la chispa, que, tras
haber producido numerosos incendios, acabó por ser capturada por el héroe bajo la
raíz de un abedul, donde se había escondido, y encerrada en un vaso de cobre. Otro
mito, que se ha perpetuado entre los lapones, es el relativo a la creación del hombre
por una pareja divina: Mader Atcha y Mader-Akka. El primero crea el alma y su
esposa el cuerpo. Si el hijo que nazca ha de ser niño, Mader-Atcha le envía a casa de
su hija Uks-Akka; si niña, a casa de su otra hija, Sar-Akka. El producto de la creación
celeste es depositado al punto en el seno de la madre terrestre.

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