De Pan heredó algunos
rasgos el demonio cristiano que tentaba a los santos anacoretas
con sus visiones lúbricas y sueños de lujuria; Satán le debe
los cuernos y la barba hirsuta y las patas de macho cabrío. Sin
embargo, el antiguo dios pagano no estaba considerado como
un engendro del mal, sino como un daímon de la naturaleza silvestre.
Era un agreste dios que pastoreaba monteses cabras y
tocaba la flauta pastoril, coronado de hojas de pino y yedra, o
sesteaba en la región de Arcadia, o se lanzaba de pronto lúbrico
en persecución de alguna ninfa o alguna pastora de doradas
piernas. Lascivo y juguetón, el caprípedo Pan favorecía la fertilidad
de los rebaños y los juegos del sexo ardiente en el paisaje
campestre. Su ardor en la erótica porfía se acompañaba con su
gusto por la música sencilla de los campos. Amigo de los sátiros
y los silenos, que a veces lo escoltan, y, en alguna ocasión,
del alegre Baco, Pan es por su esencia un dios campesino, al
que los latinos asimilaron a sus dioses Silvano y Fauno, no menos
rústicos.
Algunas ninfas escaparon de su acoso sexual mediante metamorfosis
rápidas. Siringe se transformó en caña y de ella se
hizo el dios su flauta familiar. Por ella la llamó siringe y así tuvo
a lo que quedaba de su amada junto a sus labios. Pitis se transformó
en un esbelto pino y de éste sacó Pan su verde corona.
También Eco rechazó sus avances y se vio trasformada en un
sonido repetitivo y vano. Más éxito tuvo el dios en sus amores
con Selene (la Luna), según dicen, y con incontables y poco
famosas ninfas. Es hijo suyo el panzudo Sileno, el borrachín,
alegre miembro del cortejo de Baco.
Respecto al origen de Pan, una versión cuenta que fue
hijo de Crono y Rea (lo que haría de él un ser antiquísimo),
otra que nació de Zeus e Hybris (lo que explicaría su impulso
de violador tenaz), otra que lo engendró Hermes de una
ninfa de Arcadia, llamada Dríope o Enoe. (Descartemos la
versión que, extrañamente, refiere que nació de la famosa
Penélope y de Hermes: debe provenir de una burla literaria.)
Hermes es su padre reconocido y, se contaba que, cuando
mostró su retoño a los otros dioses ellos estallaron en carcajadas
viendo a su retoño tan feo, ya barbudo y con cuernos y
patas de cabra.
Pero Pan no sólo causa risa, sino que puede mostrarse terrible
en su furia, y producir el espanto en la gente, incluso en los
ejércitos armados, ese espanto que lleva su nombre, el pánico.
El pánico que puede desbocar a hombres y a bestias es una
muestra de su salvaje poder. Entre los campesinos se mantuvo
mucho más tiempo la religiosidad pagana que en las ciudades,
y quedaron muchos resabios de ese culto al dios del sexo y la
fertilidad natural.
De la muerte de Pan nos informa Plutarco en una extraña
leyenda. Cuenta pues que oyó contar a un piloto egipcio, que
navegaba de Italia a Grecia, que, al pasar frente a la costa del
Epiro, oyó una gran voz que le llamaba. Era ya a la caída de la
tarde y el mar estaba en calma. La voz le dio una orden misteriosa:
«Cuando llegues a Palodes anuncia que el gran Pan ha
muerto». Y el piloto, llamado Tamus, cumplió con el recado y
gritó puntualmente: «¡El gran Pan ha muerto!». Y de la costa
surgió un eco triste y numeroso, cuenta Plutarco (en su obra
Sobre la desaparición de los oráculos). «Apenas cesó, se produjo
un gran sollozo no de una sola sino de muchas personas, mezclado
con gritos de asombro.»
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