miércoles, 3 de abril de 2019

Teseo, un héroe politizado.

Teseo es el gran héroe de Atenas.
No tanto por sus orígenes míticos, cuanto porque la ciu
dad lo adoptó en época histórica como una especie de héroe
nacional. De tal manera que su saga fue reelaborada al servicio
de la propaganda política de la ciudad. Sin duda se hizo así
porque el mito mismo ofrecía esa posibilidad de ser moldeado
al servicio de esos ideales políticos. Pero ésta es una trama y
una historia interesante, y creo que bien merece cierta detención
y análisis. Comencemos por recordar el relato bastante
completo de las aventuras de nuestro héroe, tal como las resume
un mitógrafo competente y tardío, Apolodoro, en su Biblioteca.
(Vamos a citar su texto —saltando ciertos párrafos intermedios
que no tratan del héroe— según una de las traducciones castellanas
de estos años, la de Margarita Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Credos, 1985, que es muy precisa y clara. Por lo demás,
es notorio que Apolodoro es sólo un docto compilador,
no un literato de buen estilo.) Una versión más extensa y en
forma de biografía —es decir, una seudobiografía— de Teseo
la encontramos en la obra de Plutarco Teseo, incluida como la
primera de sus Vidas paralelas. (También podemos recordar
que Mary Renault nos dio una versión novelada de la trama en
dos novelas de las apellidadas «históricas», pero más bien mitológicas:
El toro de Minos y El rey de Atenas.)
En fin, demos la palabra de una vez a Apolodoro:
Egeo ostentaba (en Atenas) todo el poder. Este se casó primero con
Meta, hija de Hoples, y luego con Calcíope, hija de Rexénor. Como
no tenía hijos, por miedo a sus hermanos, fue a consultar a la Pitia
cómo lograría descendencia. El dios (de Delfos) le contestó:
«El cuello que sobresale del odre, oh el mejor de los hombres, no
lo desates antes de llegar a las alturas de Atenas.»
Confuso ante el oráculo emprendió el regreso a Atenas. Al pasar
por Trezén fue hospedado por Piteo, hijo de Pélope, que interpretando
el oráculo embriagó a Egeo y lo acostó con su hija Etra. Pero en la
misma noche también Poséidon yació con ella. Egeo encargó a Etra
que si daba a luz un varón lo criase sin decir de quién era; dejó su espada
y sus sandalias debajo de una roca y le pidió que, cuando el niño
fuese capaz de remover la piedra y coger tales objetos se lo enviara
con ellos (in, 15,6-7).
Cuando Teseo, el hijo de Egeo y Etra, se hizo adulto, levantó la
roca, cogió las sandalias y la espada y se dirigió a pie a Atenas. Dejó
libre el camino obstruido por los malhechores: primero, en Epidauro,
mató a Peripetes, hijo de Hefesto y Anticlea, apodado Corinetes por la
maza (koryne) que portaba. Perifetes, que tenía las piernas débiles,
utilizaba una maza de hierro para matar a los transeúntes. Teseo se la
quitó y se la llevó. En segundo lugar, mató a Sinis, hijo de Polipemón
y Silea, hija de Corinto. Sinis era llamado Pitiocamptes, pues residía
en el istmo de Corinto y obligaba a los que pasaban a doblar pinos; los
que por su debilidad no podían hacerlo, eran lanzados al aire por
los árboles y perecían. De ese mismo modo Teseo hizo morir a Sinis.
Tercero, mató en Cromión a la cerda llamada Fea, como la anciana
que la había criado; algunos dicen que era hija de Equidna y de Tifón.
Cuarto, mató a Escirón el corintio, hijo de Pélope o según algunos de
Poseidón. Escirón, que dominaba las rocas llamadas por él Escironias,
en la región de Mégara, obligaba a los transeúntes a lavarle los
pies y mientras lo hacían los precipitaba al abismo para alimento de
una enorme tortuga; pero Teseo, agarrándolo de los pies, lo arrojó al
mar. Quinto, en Eleusis dio muerte e Cerción, hijo de Branco y de la
ninfa Argíope. Cerción obligaba a los viandantes a pelear con él y los
mataba en la lucha; Teseo lo alzó en vilo y lo estrelló contra el suelo.
Sexto, mató a Damastes, a quien algunos llaman Polipemón. (Y otros
Procrustes.) Éste, que tenía su morada al lado del camino, había tendido
dos lechos, uno corto y otro largo, e invitaba a los caminantes a
aceptar su hospitalidad; a los de baja estatura los acostaba en el largo,
dándoles martillazos hasta igualarlos al lecho, y, en cambio, a los altos
los acostaba en el corto y les serraba las partes del cuerpo que sobresalían.
Después de despejar el camino, Teseo llegó a Atenas. Medea, que
entonces vivía con Egeo, intrigó contra él y persuadió a Egeo para
que desconfiase de Teseo como de un traidor. Atemorizado, Egeo, sin
haber reconocido a su propio hijo, lo envió contra el toro de Maratón.
Cuando Teseo lo hubo matado, Egeo le sirvió un veneno que le
había proporcionado Medea ese mismo día. A punto de llevarse el
brebaje a la boca Teseo entregó a su padre la espada y Egeo al verla
hizo caer la copa de sus manos. Así Teseo fue reconocido por su padre
y, enterado de la maquinación de Medea, la expulsó.
Fue designado para el tercer tributo al Minotauro o, según algunos,
se ofreció voluntario. La nave llevaba velamen negro y Egeo encargó
a su hijo'que, si regresaba vivo, desplegara en ella velas blancas.
Cuando llegó a Creta, Ariadna, hija de Minos, enamorada de él, prometió
ayudarle a condición de que la llevara a Atenas y la tomase por
esposa. Una vez que Teseo lo hubo jurado, Ariadna pidió a Dédalo
que le indicara la salida del Laberinto, y por su encargo dio un hilo a
Teseo al entrar. Este ató el hilo a la puerta y entró soltándolo tras de
sí. Encontró al Minotauro al fondo del Laberinto y lo mató a puñetazos;
luego, recogiendo el hilo, salió. Por la noche llegó a Naxos con
Ariadna y los jóvenes. Pero Dioniso, enamorado de Ariadna, la raptó
y se la llevó a Lemnos, donde yació con ella y engendró a Toante, Estáfilo,
Enopión y Pepareto.
Teseo, entristecido por Ariadna, olvidó desplegar las velas blancas
al acercarse a la costa; Egeo, al ver desde la Acrópolis la nave con velas
negras, creyendo que Teseo había muerto, se precipitó y murió.
Teseo le sucedió en el gobierno de Atenas y mató a los hijos de Palante,
que eran cincuenta. Igualmente cuantos se le opusieron;murieron a
sus manos, y él solo obtuvo todo el poder (ni, 16; Epítome, 1,1-11).
Teseo, que se había unido a Heracles en la expedición contra las
amazonas, raptó a Antíope, o según algunos a Melanipe, y según Simonides
a Hipólita. Por este motivo las amazonas pelearon contra
Atenas y, cuando habían acampado cerca del Areópago, Teseo con
los atenienses las venció. Teseo tenía de la amazona un hijo, Hipólito,
y más tarde recibió de Deucalión a Fedra, hija de Minos. Mientras
se celebraba la boda, la amazona que había estado antes casada
con Teseo se presentó armada con las demás amazonas y se disponía
a atacar a los invitados; pero éstos, cerrando rápidamente las puertas,
la mataron. Dicen algunos que en la lucha le dio muerte el propio
Teseo.
Fedra, después de haber engendrado con Teseo dos hijos, Acamante
y Demofonte, se enamoró del hijo nacido de la amazona, esto
es, de Hipólito, y le pidió que se uniese a ella, pero como él odiaba a
todas las mujeres, rehuyó el encuentro. Fedra, temerosa de que la
acusara ante su padre, forzó las puertas de su alcoba, desgarró sus
vestidos y acusó falsamente a Hipólito de atropello. Teseo la creyó y
suplicó a Poséidon que Hipólito pereciera. Así que, cuando éste corría
guiando su carro cerca del mar, Poseidón hizo surgir del oleaje un
toro y al espantarse los caballos el carro se estrelló. Hipólito, enredado
en las riendas, murió arrastrado. Fedra, al hacerse manifiesta su
pasión, se ahorcó.
Teseo luchó al lado de Piritoo cuando éste sostuvo la guerra contra
los centauros. Piritoo los había invitado a su boda con Hípodamía, de
quien eran parientes; los centauros bebieron pródigamente sin estar
acostumbrados al vino y se embriagaron, y cuando se presentó la novia
intentaron violarla. Piritoo, que estaba armado, y Teseo trabaron
combate con ellos, y Teseo mató a muchos.
Teseo y Piritoo habían acordado casarse con hijas de Zeus. Teseo,
con la ayuda de aquél, se llevó de Esparta a Helena, que contaba doce
años; y, con la pretensión de conseguir a Perséfone para Piritoo, descendió
con él al Hades. Los Dioscuros (Cástor y Polideuces, hermanos
de Helena) con los lacedemonios y los arcadlos se apoderaron de
Atenas y rescataron a Helena, y a Etra, hija de Piteo, se la llevaron
cautiva; Demofonte y Acamante huyeron. Entonces los Dioscuros
hicieron regresar a Menesteo y le entregaron la soberanía de Atenas.
Cuando Teseo llegó al Hades con Piritoo, fue víctima de un engaño;
pues, con el pretexto de darles hospitalidad, Hades al pronto los
hizo sentar en el trono de Lete, donde quedaron fuertemente adheridos
y aprisionados por anillos de serpientes. Piritoo quedó atado
para siempre, pero a Teseo lo sacó Heracles y lo envió a Atenas. Expulsado
de allí por Menesteo, marchó junto a Licomedes (rey de la
isla de Esciro), quien lo arrojó a un abismo y lo mató (Epítome, I,
16-24).
Los párrafos que Apolodoro dedica a Teseo en su compendio
mitológico son un resumen de los hechos y aventuras del
héroe celebrado en una larga tradición, en buena parte literaria.
Apolodoro, que probablemente escribía en el siglo II d.
de C., es un erudito que toma sus datos y los ordena con una
cierta sequedad. Nos ofrece las hazañas del héroe ordenadas en
una serie biográfica, de acuerdo con la leyenda ática. Plutarco,
en su Teseo, hace algo parecido, aunque a Plutarco le interesa
más el aspecto moral de la biografía heroica, y añade algunos
comentarios sobre la decadencia final del rey de Atenas. Aplica
en su Vida el esquema de ascensión, apogeo y decadencia del
héroe. Pero dejemos ese aspecto ético.
En el caso del mito de Teseo —en contraste con lo que veíamos
en el de Prometeo, por ejemplo— hemos perdido los relatos
antiguos. De la Teseida épica no hemos conservado nada.
Por una alusión de Aristóteles (en su Poética, 1451 a20) sabemos
que existió un poema de ese título con una estructura episódica.
Podemos fecharlo en el siglo VI, probablemente a mediados
de siglo. Nada nos queda de algunas tragedias en las
que tenía un papel importante: como los Eleusinios de Esquilo,
el Egeo de Sófocles y el Teseo de Eurípides. Los primeros testimonios
algo extensos sobre su carrera heroica los hallamos en
dos ditirambos de Baquílides, compuesto hacia el 479 a. de C.,
una fecha digna de notarse porque casi coincide con su entronización
como héroe ático por excelencia, al ser enterrado su
supuesto cadáver en el ágora de Atenas. Baquílides es pues el
primer escritor que nos informa en dos odas elogiosas sobre
una serie de aventuras de Teseo, como son: su maravillosa bajada
al fondo del mar, para ser recibido como hijo de Poseidon y
obsequiado por Anfitrita con una corona de oro fulgurante, y
las aventuras del ciclo, es decir, sus encuentros victoriosos en
su caminata de Trezén a Atenas. Ahí tenemos ya en buen orden
los encuentros con Sinis, la cerda de Cromión, Esciro, Cerción
y Damastes (Procusto).
Ya había en Homero algunas alusiones a otras hazañas,
como su relación con Ariadna (lo que supone la lucha con el
Minotauro cretense), el rapto de Helena, su combate junto a
Piritoo contra los centauros y su bajada al Hades. Tenemos
buenas razones para pensar que ésas son las más antiguas y que
las que cantaba en su ditirambos Baquílides son más recientes
en su incorporación al mito. A favor de esta hipótesis tenemos
un testimonio muy preciso: el de los datos iconográficos. Es
decir, las pinturas sobre vasos en la cerámica arcaica y luego
clásica, así como algunos relieves y estatuas, nos permiten completar,
a falta de textos, la evolución de esa saga mítica. Podemos
trazar una visión diacrónica de la imagen de Teseo gracias
a esas estampas contrastadas y fechadas con gran precisión (sobre
todo por F. Brommer en su Theseus, Darmstadt, 1982).
Voy a resumir esos datos iconográficos.
Conservamos cerca de novecientas pinturas de cerámica y
casi un centenar de representaciones escultóricas. Las más antiguas
estampas en la cerámica son del siglo Vil a. de C. Ya en
esa época aparece representado el rapto de Helena y el combate
contra el Minotauro. La lucha contra el monstruo del Laberinto
es el tema más representado desde los comienzos: cerca
de cuatrocientas imágenes cerámicas y muchos relieves. Vemos
ahí a Teseo que abate a la fiera semihumana con una espada o
una maza o bien luchando con sus manos desnudas (como en
la versión recogida por Apolodoro). A veces está representado
en esquema el Laberinto y a la puerta aguarda, con el hilo ovillado
en la mano, Ariadna. Casi la mitad de las imágenes de Teseo
evocan este motivo central de su mito.
En los primeros decenios del siglo VI tenemos pinturas de
Teseo en vasos de Argos, Corinto, Etruria, Sicilia, Tinos, pero
sólo al promediar el siglo en obras del Ática. En la segunda mitad
del siglo se representa el combate contra las amazonas. En
los vasos más antiguos Teseo lucha junto a Heracles, que le precede,
luego, ya en la cerámica de figuras rojas, Teseo se destaca
y Heracles se esfuma. Teseo se queda solo al frente de sus griegos
contra las belicosas bárbaras.
En torno al fin de siglo aparecen ya los episodios de encuentros
en el istmo. Están ordenados como en Baquílides y
falta aún, como en el poeta, la pelea con Perifetes, que se introduce
en la serie hacia 450 a. de C., completando así la media
docena típica de triunfos atléticos. El motivo del reconocimiento
de Teseo por Egeo viene poco después. Aparece el momento
en que Teseo levanta la piedra bajo la que está la espada
por esas fechas. Hacia el 430 se fecha otra pintura en la que
vemos a la pérfida Medea dejando caer la copa envenenada y
huyendo del joven Teseo.
Esos mismos motivos se encuentran en los relieves de las
metopas del Tesoro de los atenienses en Delfos (construido
hacia el 490) y en el Teseion ateniense (de hacia el 450). La idea
de que las hazañas del istmo forman un ciclo se subraya al oponerlas
a las de Heracles, en escenas colocadas en esquema
paralelo. Junto a esas imágenes podemos recordar que en la
escultura tenemos una bella figura más antigua, procedente del
frontón de Eretria, con un sonriente Teseo que lleva sobre su
hombro a la raptada amazona Antíope. Es un motivo más antiguo;
la estatua se suele fechar entre el 500 y 490.
Hagamos una lectura política de estos datos. A partir de
cierto momento Atenas se ha interesado por difundir yna imagen
mítica del héroe que acentuará en él su relación con la
grandeza de la ciudad. Se ha destacado que fue Teseo quien
limpió el istmo de monstruos y bandidos, quien mató al toro de
Maratón y luego combatió contra los centauros y las bárbaras
amazonas, invasoras de origen asiático. Al mismo tiempo se
proclamaba su aspiración legítima como hijo de Egeo (y dejan
do un tanto en la sombra la paternidad de Poséidon). El vencedor
del Minotauro era celebrado como un gran rey del Atica,
donde habría introducido grandes fiestas, algunas leyes y además
habría unificado en la gran ciudad las aldeas del territorio
mediante el sinecismo, también se veía en él un talante ejemplar,
generoso y sagaz monarca, protector de los débiles y precursor
de la democracia.
Suponemos que ese carácter ejemplar quedaría de relieve
en las tragedias perdidas, como lo está en sus apariciones en escenas
conservadas de las Suplicantes y en el Heracles enloquecido
de Eurípides, y en Edipo en Colono de Sófocles. En las Suplicantes
el rey con ánimo hospitalario, de acuerdo con el pueblo
de Atenas, apoya la petición de las madres suplicantes y rechaza
las amenazas de tono brutal del mensajero de Argos, y entona
un entusiasta elogio de la democracia. En el Heracles conforta
con nobles palabras al gran héroe dorio en su trágica
desesperación. En Edipo en Colono acoge en el Ática al viejo
Edipo con magnánima generosidad.
También en su relación con Heracles, el más grande de los
héroes griegos, nunca acaparado por ninguna ciudad como
héroe propio, como lo fue Teseo por Atenas, se muestra esa
tendencia a magnificar y politizar al héroe. Aunque de origen
tebano y estirpe doria, diríase que Heracles era demasiado
grande para pertenecer a una ciudad sola. Desde sus comienzos
Teseo emula a Heracles y esa imitatio orienta su carrera
heroica, como señalaron muchos escritores, por ejemplo Isocrates
y Plutarco. A su lado luchó contra las amazonas y Heracles
lo sacó, buen amigo, del Hades. Las hazañas de ambos se
encontraban representadas en paralelo en algunos monumentos
muy notorios —como los ya citados y la basa de la estatua
de Zeus en Olimpia—, y es curioso ver cómo Teseo suplanta al
hijo de Zeus en la lucha contra las amazonas. Y mejora incluso
a Heracles, pues éste fue a provocar a las amazonas, mientras
que Teseo defendió el territorio patrio contra su ataque. (Tanto
en ese combate contra las belicosas asiáticas como en el que lo
enfrentó a los bestiales centauros Teseo combatía por la humanidad
y el mundo helénico.)
Isócrates, un maestro de la retórica ática, nos ofrece una
comparación (syncrisis) de ambos héroes, sesgada en favor de
Teseo, visto ya como un «héroe nacional» ateniense:
El título más hermoso que yo puedo invocar en favor de Teseo es que,
habiendo nacido en la misma época que Heracles, adquirió una gloria
capaz de rivalizar con la de aquél. No solamente se equiparon con
armas parecidas, sino que adoptaron el mismo género de vida y practicaron
una conducta digna de su común origen. Nacidos de dos hermanos,
el uno de Zeus, el otro de Poseidón, tuvieron pasiones que
fueron también hermanas. Sólo eños, en efecto, en el curso de las generaciones
antiguas, se hicieron campeones de la civilización humana.
La suerte dispuso que el uno afrontara los peligros más célebres y extremos,
el otro los más útiles y más ligados a la vida de los griegos.
Euristeo dio a Heracles la orden de traerle los bueyes de Eritía, de coger
las manzanas de las Hespérides, de sacar a Cerbero de los Infiernos,
y otros trabajos del mismo tipo, que eran sin utilidad para los demás
y no comportaban riesgos sino para él sólo. Teseo, en cambio,
que era su propio dueño, escogió entre las luchas a que iba a enfrentrase
aquellas que debían convertirle en el benefactor de Grecia y de
su patria (Elogio d e Helena, 23-25).
Si Heracles era el héroe de aventuras mayores y más lejanas,
Teseo aparece aquí destacado por su utilidad, como·el héroe
más práctico y beneficioso para los griegos y, lo que parece más
claro, para su patria, es decir, para Atenas. El elogio bastante
descarado y patriotero de Isócrates, un taimado retórico a la
postre, recoge bien esa imagen del héroe al servicio de la polis,
fruto de una hábil apropiación de su figura al servicio de la pro
paganda ateniense. Las maniobras de esa politización de la figura
heroica no sólo se advierten en la evolución del mito, sino en
un hecho histórico muy revelador: el descubrimiento del esqueleto
de Teseo y su enterramiento en el centro de la ciudad.
Poco después de la segunda guerra médica los atenienses
recibieron un oráculo de Delfos que les exhortaba a buscar los
restos de Teseo en la isla de Esciros. Allí se dirigió una expedición
guiada por Cimón, hijo de Milcíades y jefe de la sección
más conservadora de la asamblea. El prodigio de que un águila
descendiera de golpe sobre una cima montañosa orientó la
búsqueda y excavando aquel lugar los atenienses encontraron
un enorme esqueleto con lanza y escudo. Lo identificaron
como el de Teseo y lo llevaron a Atenas, donde fue enterrado
en la cercanía del ágora con grandes honores. (La admisión del
cadáver requería una dosis amplia de credulidad, puesto que el
mito contaba que Teseo se había precipitado en el abismo marino,
como Escirón y Egeo. Pero los atenienses no iban a ser
menos que los espartanos que pocos años antes habían recuperado
el cadáver del héroe Orestes.)
Así el sepulcro del héroe quedaba protegiendo la ciudad
que había liberado del tributo a Minos, cuyos caminos había
limpiado de monstruos y bandidos, y que había refundado y
engrandecido con el sinecismo. Con ese gesto se confirmaba su
función de héroe del Ática por excelencia, de la misma manera
que Atenea era la diosa de la ciudad. Tanto la insistencia en los
signos por los que el héroe era reconocido como hijo de Egeo
(la piedra y las sandalias bajo la roca que sólo él podía levantar)
como esa afortunada reaparición de su esqueleto, recuerdan el
caso paralelo de otro héroe salvador: el rey Arturo. (También él
tuvo que ser reconocido mediante una espada en la roca y también
su cadáver reapareció, en Glastonbury en 1200, en un momento
político oportuno.)
Pero lo importante es observar cómo se idealiza la figura de
Teseo para ser enarbolada como un emblema político de la
Atenas imperial. Visto como el monarca sabio y poderoso, acogedor
de héroes en desdicha, fundador de las instituciones y las
fiestas antiguas, siempre al servicio de la comunidad, defensor
de la independencia y la libertad, incluso diseñador de un modelo
de constitución tradicional, la patrios politeia de los conservadores/
Aristóteles dirá que Teseo dio un carácter suave a
la monarquía, Teofrasto le atribuyó el invento de un procedimiento
democrático de urgencia: el ostracismo. (Mediante una
votación popular, realizada en conchas u óstraka, de donde viene
su nombre, se podía decidir la expulsión de un ciudadano
considerado peligroso para la democracia.) Paradójicamente
ese invento se habría aplicado al propio Teseo, exiliado al final
de su vida de Atenas por el voto popular. (No hace falta decir
que un trazo tan excesivamente anacrónico no tiene la menor
verosimilitud.)
Convertido en un paradigma del gobernante magnánimo,
algunos de los grandes políticos de la ciudad podían invocarlo
como un precursor y afirmar que iban tras sus huellas. Así pudieron
hacerle acaso, según las opiniones de historiadores modernos,
Pisistrato, Clístenes, Temístocles, Cimón y Pericles.
En un muro de la Stoa Poikíle, en un costado del ágora, el pintor
Eufranor había representado a Teseo entre las figuras simbólicas
del Demos y la Democracia.También otros pintores famoso
—como Polignoto, Micón, Paneno, y luego Parrasio y
Aristolao, habían retratado al héroe en poses nobles, defendiendo
al ciudad del ataque de las amazonas o contra los centauros.
Era el prototipo del gobernante ideal y del protector
del pueblo.
A la vez que se difundía esta imagen, convenía dejar en la
sombra los episodios antiguos que no eran favorables: como el
rapto de la bella Helena niña o el intento de rapto de Perséfone
en el Hades. Porque el Teseo primitivo, el aventurero, podía
permitirse esos devaneos —añadamos el rapto de la amazona y
el abandono de Ariadna—, pero al prototipo idealizado del
virtuoso político ateniense le convenía poco el recuerdo de esas
hazañas poco ejemplares desde el punto de vista moral. (El
buen Plutarco, que no era ateniense, y tampoco estaba interesado
en la propaganda política de Atenas, encontró un medio
para conservar en su biografía heroica esos hechos tan criticables:
los coloca en la etapa última, como errores turbios en la
decadencia del héroe ya añejo, que justificaron su exilio final y
su muerte peregrina.)
Lo que nos ha interesado destacar es cómo la tradición
puede manipular una figura mítica para utilizarla en su propaganda
política. En tiempos modernos podemos ver otros ejemplos
de politización de ciertos mitos —en el período nazi, por
ejemplo—, pero en el mundo antiguo esa politización ateniense
del mito de Teseo parece un caso claro. (Hay dos libros importantes
y recientes sobre su mito y su trasfondo histórico,
con diversos enfoques, los de C. Calame, Thésée et l’imaginaire
athénien, Lausanne, 1990, y H. J. Walker, Theseus and Athens,
Oxford, 1995.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario