Esta es una leyenda de amor trágico y
fatal, que se difunde pronto por toda Europa a comienzos del
siglo XII. Es un mito de origen céltico, tal vez con algunos influjos
orientales, que impresiona a su público por su tremenda
fuerza pasional, y se constituye en el paradigma de la fuerza
trágica del amor fatal, de un amor sin barreras ni normas corteses,
que arrastra a los amantes a desafiar al mundo entero y que
culmina en la destrucción de ambos.
«Señores, ¿os gustaría escuchar una hermosa historia de
amor y de muerte? Es de Tristán y de la reina Isolda. Sabréis
del goce y del dolor con que se amaron y cómo murieron, en el
mismo día, él por ella, ella por él.» Así comienza el relato en la
versión del medievalista J. Bédier. Hemos perdido el comienzo
de las dos versiones novelescas del XII, pero tal vez no estuvieran
muy lejos de estas palabras. ¿Quién puede resistirse a tal
reclamo? ¿Cabe mejor comienzo para una historia de amor tan
trágico? Ya Denis de Rougemont, en el libro donde toma esta
leyenda como la expresión más lograda de las tensiones fatales
del amor pasión, en Uamour et l’Occident, París, 1939, comentó
la perfección de ese comienzo.
La trama de esa leyenda céltica cobra expresión literaria en
tres espléndidas novelas; las dos francesas de Béroul y Thomas,
y la alemana de Gottfried de Estrasburgo. Junto a esa narraciones
extensas tenemos, también del siglo XII, algunos episodios
de la leyenda, como el Lai de la madreselva de María de Francia
y los dos textos anónimos de Tristán loco y algún otro relato
corto. (Todos esos textos franceses pueden leerse reunidos en
la reciente y clara traducción de Isabel de Riquer, La leyenda de
Tristán e ls e o , Madrid, 1995.)
Denis de Rougemont subraya la ejemplaridad literaria de
esta trágica leyenda: «El amor dichoso no tiene historia en la
literatura occidental. Y el amor que no es recíproco no se tiene
por amor verdadero. El gran hallazgo de los poetas de Europa,
lo que los distingue ante todo en la literatura mundial, lo que
expresa más profundamente la obsesión del europeo: conocer
a través del dolor, es el secreto del mito de Tristán, el amor-pasión
a la vez compartido y combatido ansioso de una dicha que
rechaza, magnificado por su catástrofe, e l amor recíproco desdichado
». (Quizá aquí exagera un tanto. Ya en las novelas griegas
hay amor romántico con final feliz, como habrá en las de Chrétien,
pero es cierto que el amor trágico pasa por ser el de más
honda resonancia en nuestra sensibilidad.)
Como se trata de una leyenda muy famosa, resumo lo esencial
en pocas líneas. Tristán va a Irlanda a conquistar la mano
de Isolda para su tío y soberano, el rey Marc de Cornualles. En
la travesía entre Irlanda y Gales, Isolda y Tristán beben el filtro
de amor. Ese filtro mágico, preparado por la madre de la princesa
se lo sirve por error la fiel sirvienta Brengaine, los ligará
para siempre. Le vin h erb é sirve para explicar la atracción fatal
que determina su destino. Isolda se convierte en la esposa del
rey Marc, pero su pasión por Tristán es invencible. Ambos
amantes huyen al bosque. El rey los encuentra dormidos y recobra
a Isolda. Acusada de adulterio, la bella reina sale airosa
de un juicio entrampado. Tristán se casa con otra princesa del
mismo nombre: Isolda de las Blancas Manos. Pero no consuma
su matrimonió, leal a su amor único. Todo remedio es vano.
Tristán enferma y en su agonía manda llamar a su amada. Expira
ya cuando apenas llega Isolda, y ella, con el corazón roto de
dolor, muere sobre él. De las dos tumbas surgirán dos rosales
que entrelazan sus ramas para siempre.
Desde un comienzo la fatalidad —de la que el filtro es a la
vez instrumento y símbolo— extiende su lazo sobre los amantes.
Y su historia es trágica porque el duro conflicto de lealtades
en que se debaten ambos no tiene más solución que la
muerte. Contra la fidelidad que debe a su rey y pariente, contra
el vínculo del matrimonio, contra las normas más sagradas de
la sociedad feudal, Tristán ama a Isolda, e Isolda a Tristán. No
pueden vivir uno sin otro. El mito proporciona a la pasión
adúltera de los amantes un halo de fatalidad. Uno y otra se empeñan
en su destino de muerte. Amors par fo rce vos dem eine escribe
Béroul. El amor por fuerza los arrastra a su dicha profunda
y su perdición final.
Cuando esta leyenda, narrada por los juglares y cuenteros
bretones y luego por los novelistas corteses, se difunde en el
Occidente europeo, el público culto estaba sensibilizado para
percibir toda su resonancia. Trovadores y troveros venían propagando
una imagen del amor como fuerza dominante, como
principio de gozo y de esfuerzo cortés, como manantial de dicha
y de riesgos terribles. El mito tristaniano no habla de una
pasión que pueda someterse a los preceptos y ritos refinados
del amor cortés. Al contrario, es la historia de una atracción
violenta, sensual, que desborda toda norma y desconoce cualquier
sujeción moral. A diferencia de los amores de Lanzarote
y Ginebra —que se dibujan sobre un esquema parecido, pero
que por un tiempo sirven a la gloria de la caballería y del reino
de Arturo—, significan un desafío y revelan la tendencia anárquica
de un amor que no reconoce más autoridad que la de su
pasión. La tensión es, sin embargo, esencial en la trama. El retiro
de los amantes a la soledad de los bosques expresa simbólicamente
su renuncia a la vida en sociedad. El bosque que cobija
a los amantes es, en la mentalidad medieval, el hogar de los
perseguidos, de quienes niegan la civilización. Pero el peligro
acrecienta el goce de sus encuentros, el verdadero amor se tensa
ante los obstáculos, necesita lo prohibido, se acrecienta con
la ausencia y la nostalgia, y tal vez se enmohece en la comodidad.
Lo cual, por su lado, es algo que ya sabían algunos de los
más finos poetas de la época.
La novela de Thomas, poeta anglonormando que escribía
en la corte de Inglaterra entre 1155 y 1188, y la de Béroul, también
normando, de fines del siglo, nos han llegado incompletas.
Hace pocos años se han descubierto algunos versos más
del texto de Thomas, que es por su dicción y estilo el más cortés
de ambos. Béroul ofrece una variante algo más bronca y
más primitiva en ciertos detalles, la llamada «versión común o
de los juglares». Gottfried de Estrasburgo compuso su relato
también en versos, partiendo del relato de Thomas, a comienzos
del siglo XIII, pero impuso a su Tristán e Isolda un tono trágico
especial, germánico, denso. Antes que él, hacia 1170, ya
otro poeta alemán, Eilhart von Olberge, había compuesto la
primera versión germánica en un largo poema que se nos ha
perdido, con excepción de pocos versos, que luego se prosificó y
se tradujo al checo. La novela de Thomas se tradujo al noruego
y al inglés medio. Luego, ya en el siglo XIII y bajo la influencia
de las novelas artúricas de moda, apareció una recreación en
prosa, un novelón al uso en que Tristán aparece como un caballero
cortés y aventurero, paladín desdichado de los tiempos
del rey Arturo. Sir Tristán de Leonis tuvo mucho éxito hasta
bien entrado el siglo XVI.
Pero además de los extensos relatos novelescos, de Tristán
e Isolda se compusieron algunos breves, sobre episodios en los
que destacaba el amor y la astucia de los amantes para burlar
los obstáculos. Así en el Lai du chevrefeu il de María de Francia
se cuenta la cita furtiva de ambos en el bosque mediante la contraseña
de un ramo de madreselva, en la anónima Folie Tristan
se presenta Tristán disfrazado de loco bufón en el castillo de
Tintangel para llegar a la presencia de su amada, y en un poema
anónimo alemán va disfrazado de monje. Ya en la novela, Tristán
recurre a otro disfraz, el de mendigo, para trasportar, en el
cruce del pantano, sobre sus hombros a Isolda a la ordalía donde
ella, acusada de adulterio, jura que sólo ha estado en los brazos
del rey Marc y del mendigo que la cruzó el vado. (Y que es
Tristán, con lo que su juramento es formalmente veraz.) Todos
esos disfraces y ardides sirven a los amantes para transgredir las
barreras: su ingenio ayuda a su amor furtivo.
Si estos episodios concluyen en el triunfo de los amantes
—para alegría de los lectores y oyentes, que están, a buen seguro,
de su lado—, la trama reclama un final fatídicamente
triste. La fatalidad de la pasión viene simbolizada, como ya dijimos,
por la fuerza mágica del filtro. Pero hay una sutil diferencia
al respecto entre las versiones de Béroul y Thomas.
Para el primero, la bebida hechicera es la causa directa del
mutuo amor. Thomas, en cambio, la considera un símbolo de
la embriaguez erótica, ya latente en ambos desde antes. Gottfried
de Estrasburgo acentúa esa interpretación, aceptando en
el filtro un cierto poder mágico, ve la causa de la pasión en los
sentimientos de los protagonistas. Richard Wagner, que se inspira
para su ópera en esa recreación poética, considerará el filtro
bebido en el barco como un factor desencadenante de la
pasión, que ya apuntaba ardiente en las almas de Tristán e
Isolda.
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