El orden alfabético nos invita a comenzar este repertorio
de personajes míticos por Adán y concluirlo por Zeus.
Así resulta que el primer hombre, según los textos de la Biblia,
queda a su cabeza y el supremo dios de los mitos griegos viene
a situarse al final de la cola. Pero se trata de una ordenación
meramente casual, debida al azar de las letras iniciales de sus
nombres, y sin ningún otro motivo. Que quede claro. La ordenación
alfabética puede proporcionar alguna sorpresa y algún
contacto o vecindad chocante. Espero, sin embargo, que no
produzca confusión, ya que cada artículo ha sido escrito con
independencia de su colocación en la lista, que, evidentemente,
podría haber sido más larga o más corta. También eso resulta
un tanto arbitrario.
Con que empecemos por la historia de Adán y de Eva, tal
como se nos cuenta en los primeros capítulos del Génesis bíblico.
Cuenta pues el Génesis que Yahvé, en el sexto día de la creación,
cuando ya había creado a los demás animales, formó al hombre
del barro, le infundió vida soplándole en las narices, y lo colocó
en el jardín del Edén, el Paraíso terrenal, para que lo cultivara.
Pero, al dejar a su cuidado todos los árboles del jardín edénico, le
prohibió sólo comer el fruto del árbol del conocimiento, el árbol
del Bien y del Mal. Luego, pensando que no era bueno que el
hombre estuviera solo —pues las otras especies animales las había
creado ya por parejas en un principio—, formó a la primera
mujer, Eva, y se la dio por compañera. El texto advierte que la
formó no de la tierra, sino a partir del propio cuerpo de Adán.
Dios le inspiró un profundo sueño y entonces sacó una de sus
costillas y a partir de ella formó a esa primera mujer.
Ella fue tentada por el demonio en forma de serpiente, y
esta serpiente la incitó a comer una manzana del árbol prohibido.
Luego ella incitó a Adán, seducida por las palabras del
diabólico ofidio. Ambos probaron la fruta prohibida y, al
punto de comerla, vieron y conocieron que estaban desnudos
y sintieron vergüenza de ello. Trataron de esconder su desnudez
con unas hojas de higuera, pero Dios los sorprendió en
ese estado de perturbación y desnudez, y los condenó a la expulsión
del Paraíso, y a Adán a trabajar con esfuerzo y a Eva a
parir con dolor. (Fue Adán quien dio nombre a la mujer, y la
llamó Eva, porque sería «madre de todos los vivientes».) Les
dio Dios vestidos de piel a ambos para que se cubrieran sus
vergüenzas, y un ángel con una espada flamígera les echó
para siempre del Edén. Y Yahvé colocó a unos querubines
para guardar la entrada, el camino del Paraíso y el acceso al
árbol de la Vida.
La historia de Adán y Eva, desterrados del Edén y condenados
a envejecer y morir, se prolonga en sus descendientes.
Sus dos primeros hijos, Caín y Abel, tuvieron mal fin, pues el
malo mató al bueno, a causa de la envidia, y del tercer hijo, Set,
y sus hermanas proviene toda la variada descendencia que pobló
la tierra, una estirpe humana sometida, como consecuencia
del pecado original, al esfuerzo, las penas y la muerte.
Según la exégesis medieval de la Biblia el pecado original
de Adán y Eva se rescata mediante la redención de Cristo. Y así
Jesucristo y su madre María forman una segunda pareja sagrada
—madre e hijo en este caso— contrapuesta, según una sagaz
interpretación teológica tradicional, a la de «nuestros primeros
padres».
Una leyenda medieval sobre el madero de la Cruz relata
que éste es un leño del árbol de la Vida, cuya simiente fue traída
por Set hasta el monte Gólgota y plantado sobre la tumba
del padre Adán (Adán, según antiguos textos, se murió a los
novecientos treinta años, unos días antes que Eva). Siglos después
del viejo árbol se sacó el madero de la Cruz en que fue clavado
el Redentor. Adán está enterrado en el mismo monte donde
crucificaron a Jesús, que vino a salvar a los humanos del
antiguo pecado de Adán y de la curiosa Eva. La tradición de
símbolos y de exégesis sobre Adán y Eva es muy copiosa. (E infinitas
son las representaciones de los dos en el Paraíso terrenal
y en el momento de su expulsión.) Pero este pequeño detalle
que se encuentra en el texto medieval de la Leyenda áurea me
parece especialmente significativo.
Respecto a que el divino Hacedor formara a los primeros seres
humanos del barro, ése es un rasgo que se encuentra en muchas
mitologías —antiguas y primitivas, de Asia, África, América
y Oceania— como comentó con muy numerosos ejemplos
sir James Frazer en notas al Génesis. (Véase, por ejemplo, el
libro de T. H. Gaster, Mito, leyenda y costumbres en e l libro d el
Génesis, Barcelona, 1973, págs. 18 y ss.)
Sin embargo, Frazer exagera su precisión en el comentario,
por ejemplo, al indicar que la tierra de que Yahvé creó a Adán
era indudablemente roja. «Si bien el autor jehovista omite
mencionar el color del barro que Dios utilizó en la creación de
Adán, tal vez podamos hacer la conjetura, sin caer en la pura
fantasía, de que era rojo, puesto que la palabra hebrea adam
significa “hombre” en general, la palabra adamah “tierra”, y
adom “rojo”, y, así, mediante una concatenación natural, llegamos
a la conclusión de que nuestros primeros padres fueron
modelados con tierra roja. Si todavía persistiera en nosotros alguna
duda a este respecto se podría disipar con la simple observación
de que hasta el día de hoy el color del suelo de Palestina
es marrón rojizo oscuro.»
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