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miércoles, 27 de febrero de 2019

Romance los siete infantes de Lara. Primer Romance

Los romances en España, según Ramón Menéndez Pidal "datan por lo común del siglo XV: a todo más, alguno se remonta al XIV". El campo de inspiración de estos romances son "los temas conservados en la épica española desde el siglo VII, con el rey Rodrigo, hasta el XI, con el Cid, y aun hasta el siglo XII, con el rey Alfonso y el rey Luis de Francia". Esto significa que los romances son derivaciones de antiguos poemas épicos, y algunos romances viejos vienen a ser fragmentos del poema original.

Tal es el caso de los pasajes de Los Siete Infantes de Lara y Romancero del Cid que presenta FONDO 2000. Las andanzas, históricas y legendarias, de estos héroes trascendieron la realidad de su época y quedaron para la posteridad como tema para poetas, clérigos y juglares.

De tiempo inmemorial, las hazañas de los héroes han sido materia del canto popular y fundamento de la memoria colectiva. En la Edad Media el héroe era el hombre cuya desmesura física y valor ilimitado traspasaban las fronteras cotidianas y conocidas. Las acciones de estos héroes quedaban en la memoria a través de los cantares repetidos por poetas o juglares. Estos cantares de gesta eran, por lo general, relatos que se situaban en épocas remotas y que tenían por finalidad dejar constancia de hazañas heroicas. Con el tiempo, el valor y la fama de los héroes se acrecentaron.


En España, las luchas entre los diferentes reinos y las guerras en contra de los moros facilitaron el rápido traspaso de las escenas históricas al territorio de las leyendas. Tal es el caso del héroe Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador y de los Siete Infantes de Lara, cuyas hazañas se relatan en estas paginas.


De cómo fueron traicionados y muertos por su tío Rodrigo Velázquez, en los tiempos en que el conde Garci Fernández veía a Castilla amenazada por las vencedoras campañas del moro Almanzor; y cuenta también cómo la muerte de los infantes fue después vengada por Mudarra González. Es una historia lastimera. De un pequeño agravio se levanta gran discordia, mortal enemiga y una fiera venganza; la venganza alimenta largos odios que envejecen en el corazón; los odios viejos engendran nueva vida, y la nueva generación crece para el odio y para la venganza.

PRIMER ROMANCE

cuenta las bodas de doña Lambra de Bureba,
y cómo, durante las fiestas, empezó gran
enemistad en la familia de los de Lara
  
 Ya se salen de Castilla
castellanos con gran saña,
van a combatir los muros
de la vieja Calatrava;
derribaron tres pedazos
por partes de Guadiana;
por uno entran los cristianos,
por dos los moros escapan,
maldiciendo de Mahoma
y de su secta malvada,
por unas sierras arriba
grandes alaridos daban.
   ¡Ay Dios, qué buen caballero
fue allí Rodrigo de Lara,
que mató cinco mil moros
con trescientos que llevaba!
Si aquéste muriera entonces,
¡qué gran fama que dejara!
No matara a sus sobrinos,
los siete infantes de Lara,
ni vendiera sus cabezas
al moro que las llevaba.
   ¡Bien peleó en aquel día
Ruy Velázquez el de Lara,
ganó un escaño de oro
con rica tienda de Arabia;
al conde Garci Fernández
se la envía presentada,
que le trate casamiento
con la linda doña Lambra.
   Ya se conciertan las bodas,
¡ay Dios, en hora menguada!,
doña Lambra de Bureba
con don Rodrigo de Lara.
Las bodas fueron en Burgos,
las tornabodas en Salas;
en bodas y tornabodas
pasaron siete semanas:
las bodas fueron muy buenas,
mas las tornabodas malas.
Ya convidan por Castilla,
por León y por Navarra;
tantas vienen de las gentes,
no caben en las posadas;
y aún faltaban por venir
los siete infantes de Lara.
   ¡Helos, helos por do vienen,
por aquella vega llana!
Sálelos a recibir
la su madre doña Sancha;
ellos le besan las manos,
ella a ellos en la cara:
—¡Huelgo de veros a todos,
que ninguno no faltaba,
y más a vos, Gonzalvico,
prenda que yo más amaba!
Tornad a cabalgar, hijos,
y tomedes vuestras armas,
allá iredes a posar
al barrio de Cantarranas.
Por Dios os ruego, mis hijos,
no salgades a las plazas,
porque las gentes son muchas,
trábanse malas palabras.
   Ya cabalgan los infantes
y se van a sus posadas;
hallaron las mesas puestas,
mucha vianda aparejada;
después que hubieron comido,
siéntanse a jugar las tablas.
   En el arenal del río,
esa linda doña Lambra,
con muy grande fantasía,
altos tablados armara;
tiran unos, tiran otros,
ninguno bien bohordaba.
Allí salió un hijodalgo
de Bureba la preciada;
caballero en un caballo
y en la su mano una vara
arremete su caballo,
al tablado la tirara,
voceando: —¡Amad, señoras
cada cual como es amada!,
que más vale un caballero
de Bureba la preciada,
que no siete ni setenta
de los de la flor de Lara.
   Doña Lambra que lo oyera,
en mucho se holgara:
¡oh, maldita sea la dama
que su cuerpo te negara;
si yo casada no fuera,
el mío te lo entregaba!
   Oídolo ha doña Sancha,
responde muy apenada:
—Calléis, Alambra, calléis,
no digáis tales palabras,
porque aun hoy os desposaron
con don Rodrigo de Lara.
—Más calléis vos, doña Sancha,
que tenéis por qué callar,
que paristeis siete hijos
como puerca en cenagal.
   Todo lo oye un caballero
que a los infantes criara;
llorando de los sus ojos,
con angustia y mortal rabia
se fue para los palacios
do los infantes estaban;
unos juegan a los dados,
otros juegan a las tablas.
Aparte está Gonzalvico,
de pechos a una baranda:
—¿Cómo venís triste, ayo?
Decid, ¿quién os enojara?
Tanto le rogó Gonzalo,
que el ayo se lo contara.
—Mas mucho os ruego, mi hijo,
que no salgáis a la plaza.
No lo quiso hacer Gonzalo,
mas su caballo demanda;
llega a la plaza al galope,
pedido había una vara,
y vido estar el tablado
que nadie lo derribara;
alzóse en las estriberas,
con él en el suelo daba.
Desque lo hubo derribado,
desta manera hablara:
—Amad, amad, damas ruines,
cada cual como es amada,
que más vale un caballero
de los de la flor de Lara,
que cuarenta ni cincuenta
de Bureba la preciada.
   Doña Lambra, que esto oyera,
bajóse muy enojada,
sin esperar a los suyos
se saliera de la plaza;
fuése para los palacios
donde don Rodrigo estaba;
en entrando por las puertas
a voces se querellaba:
—Quéjome a vos, don Rodrigo,
viuda me puedo llamar!
¡Mal me quieren en Castilla
los que me habían de guardar!
Los hijos de doña Sancha
mal abaldonado me han:
que me cortarían las faldas
por vergonzoso lugar,
me ponían rueca en cinta
y me la harían hilar,
y cebarían sus halcones
dentro de mi palomar.
Si desto no me vengáis,
yo mora me iré a tomar,
y a ese buen rey Almanzor
tengo de irme a querellar.
—Calledes, la mi señora,
vos no digades atal.
De los infantes de Lara
bien os pienso de vengar;
tela les tengo ya urdida,
presto se la he de tramar;
nacidos y por nacer
dello por siempre hablarán.

Bien urdió Ruy Velázquez de Lara gran traición contra todos sus parientes, y la tramó con falsedad y mentira. Envió a su cuñado don Gonzalo Gustios, padre de los siete infantes, a Córdoba con una carta engañosa escrita en arábigo, para que allá Almanzor lo hiciese morir, y para que enviase su capitán Alicante, con gran hueste, al campo de Almenar, donde llevará Ruy Velázquez a los siete infantes a fin de que sean muertos por los moros.

martes, 26 de febrero de 2019

Harut y Marut

Una de las leyendas más interesantes sobre Al-Zuhara incluye a dos ángeles, Harut y Marut, y tiene lugar algún tiempo después de la muerte de Ádam, en la época en que la humanidad se había vuelto tan pecadora que los ángeles estaban indignados y despreciaban a los humanos por su debilidad y frivolidad.


Decidió Dios poner a los ángeles a prueba a fin de comprobar cómo se manejarían éstos en las mismas circunstancias. Les ordenó que eligieran de entre ellos mismos a dos de los más eruditos y piadosos. Cuando Harut y Marut fueron elegidos, Dios les dotó de los deseos y sentimientos de los humanos y les envió a la tierra para que vivieran como los hombres. Únicamente les ordenó: No debéis beber, adorar a ningún ídolo o desear a un ser humano.

Poco después de llegar a la tierra se encontraron a una mujer muy hermosa, Al-Zuhara, que era bella como las estrellas mismas. Ansiaban su amor, mas ella les dijo:

- “Sólo sucumbiré ante vosotros si adoráis los ídolos de mi pueblo”.

Los ángeles rehusaron pecar contra Dios y Al-Zuhara se marchó. Unos días más tarde regresaron a su casa y de nuevo le suplicaron sus favores.

- Consentiré cuanto me pidáis si prometéis hacer una de estas tres cosas: adorar a un ídolo, dar muerte a un hombre o beber vino.

- “¡Jamás!”- respondieron ambos ángeles, alejándose tristemente.

De nuevo fueron en su busca y esta vez, vencidos por el deseo, consintieron en beber vino con ella. Mientras que, ebrios, se divertían, vieron que otro hombre les observaba y temiendo que les delatara, le dieron muerte.

En el cielo, los ángeles se asombraron de lo que les había sucedido a sus hermanos, los mejores y más fuertes de entre ellos. Percatándose de que la vida de los humanos era más difícil de lo que creyeran, se apiadaron de ellos y rogaron a Dios que les perdonara sus pecados.

En cuanto a Al-Zuhara, había aprendido de los dos ángeles las palabras necesarias para ascender al cielo y en cuanto estuvo sola las pronunció y se vio levantándose hacia el firmamento, por el cual deambuló entre las estrellas. Cuando cansada de explorar quiso regresar a la tierra, descubrió que había olvidado las palabras que la bajarían. Así que Dios la transformó en una estrella fijándola a la bóveda del cielo, donde permanecería hasta el final de los tiempos.


La Piedra y el Arbol
Cuento sufí
Había una vez un sabio que vivía en Abdadam, cuyo refugio estaba siempre rodeado de discípulos, gente que había llegado desde muy lejos y desde cerca para escuchar su sabiduría y tratar de adquirir conocimientos y realización espiritual.

A veces les hablaba; otras veces no. A veces les leía libros; en otras les daba actividades a realizar.

Los discípulos trataron, por décadas, de entender el significado de sus palabras, de penetrar en la profundidad de sus signos y de sus símbolos, y en todas formas posibles, de estar más cerca de su sabiduría.

Aquellos que entendían lo que él enseñaba eran los que no consumían su tiempo tratando de analizar el porqué de todo. Cultivaban la paciencia y la atención, evitando ver por asociaciones verbales de libros y de frases citadas.

El resto, la gran mayoría –como es común–, estaban a veces excitados, a veces deprimidos, pero siempre codiciosos aunque fuera de sabiduría o de aquello que consideraban que era su propio bienestar. Tenían toda clase de excusas para su modo de pensar y actuar, excepto las verdaderas.

Finalmente, luego de muchos años, uno de este grupo cobró ánimo para abordar al sabio directamente y le dijo: “Hay algunos de nosotros, Oh Sabio, que hemos estado tratando de seguir el Camino del Conocimiento durante toda nuestra vida. Nos estamos haciendo viejos y sentimos que debemos decirte desde lo más profundo de nuestro corazón que necesitamos más indicaciones acerca de cómo deberíamos proceder”.

El Viejo Sabio suspiró largamente y contestó: “Vengan conmigo a la orilla del mar, y les mostraré algo que les dirá todo, pero no sé si están en condiciones de oírlo”.

En la playa cubierta de piedras, los cantos rolados llegaban y se alejaban involuntariamente con el incesante vaivén de las olas, en medio de un sordo tronar submarino. El Viejo tomó una del agua y preguntó al discípulo: “¿Cuánto tiempo ha estado esta piedra aquí?”

El hombre dijo: “Está bastante gastada, y empequeñecida; debe haber estado rolando de aquí para allá por muchos milenios”.

“Ahora”, dijo el Sabio, “tómala, pártela y dime qué encuentras”.
Rompieron la piedra y vieron que adentro había más de lo mismo de lo que había fuera.

“Observen” dijo el Sabio, “que a pesar de haber estado sumergida en el océano por incontables años, la médula de esta piedra está tan seca como si nunca hubiera estado siquiera cerca del agua. Ustedes, gente, son como esta piedra. Rodeados de sabiduría, con vuestra necedad impiden que ella los penetre. Pero hay un talismán que permitirá que la cualidad transformadora se difunda en lo más profundo de vuestro ser, a diferencia de esta piedra, que no tiene oportunidad alguna.

Esta cualidad es la contención de los impulsos y pareceres personales, la constancia en el trabajo y la honestidad para consigo mismos y para con el objeto de su búsqueda; estos tres elementos ustedes los llamarán tres cualidades separadas, pero en realidad son una sola”.

Luego, llevó a sus seguidores hacia una colina que daba al mar, en donde a pesar de la aridez del lugar, en medio de las nómadas dunas de arena, un magnífico árbol se elevaba hacia el cielo.
“Este árbol”, dijo, “puede vivir y crecer alto y lleno de ramas y frutos en donde ningún otro puede hacerlo. Esto es posible para él solamente porque ha hecho valiosos esfuerzos, signados por la cualidad interior de la semilla que le dio nacimiento, para penetrar profundamente en la tierra a fin de encontrar agua, hasta llegar a la fuente de vida, el manantial que corre oculto, por debajo de toda esta aridez.

Aprendan la lección, mis amigos”