lunes, 1 de abril de 2019

ATENEA. LA VIRGEN GUERRERA

Palas Atenea es la diosa de los guerreros victoriosos y lo es porque en su
nacimiento aparece armada y dispuesta para su misión. Pero, además, ese suceso
partenogenético, sin madre ninguna, ya proclama su futura condición virginal.
Atenea sale directamente del cráneo paterno y no necesita ningún seno materno
que la cobije durante la gestación. Tal vez por eso, Atenea no conozca varón ni
lo necesite. Es una mujer de una sola pieza, sin fisuras ni ataduras familiares;
por eso no es nada raro que se la vea como una divinidad exclusivamente
diseñada para la victoria de los suyos, de los hijos de la Hélade. Con el paso del
tiempo, Atenea se va dulcificando y toma un papel más maternal para con sus
fieles, ya que pasa de ser una mujer de acción a una matrona tutelar, hasta que se
convierte en la diosa guardiana del Estado y de los hogares atenienses, primero,
y de todo el área griega después. Con el cambio sufrido, Atenea ya no es la
brava diosa que acompaña las expediciones armadas de conquista o de castigo;
con el paso del tiempo, la diosa no sale más al combate, sino que se mantiene
permanentemente en guardia contra los enemigos que pueden venir de fuera. La
ciudad, sinónimo del Estado nuclear griego, es su ámbito natural y a ella se
dedica su reinado. Con la ciudad también se engloban, mucho más adelante, los
que viven y trabajan dentro de sus límites y así la guerrera Atenea pasa a
preocuparse por la suerte de los artesanos y termina atendiendo a los agricultores
que alimentan a sus protegidos ciudadanos.
ASI COMENZO SU VIDA ETERNA
Atenea nació de Zeus, saliendo de su cabeza, como ya se ha dicho; pero
Zeus no era buen padre para sus múltiples hijos y abandonó a la niña armada en
manos del dios—río Tritón. El buen dios tomó a la chiquilla bajo su tutela como
si fuera otra de sus hijas. Criada en ese ambiente familiar, la joven Atenea
encontró su mejor amiga en la hija de Tritón, y con esta niña de su misma edad,
con la gentil Palas, entretuvo los días felices de la infancia. Pero la inocencia se
iba a acabar de un modo terrible: en uno de los muchos combates simulados
entre las niñas, Palas estuvo a punto de golpear seriamente a su compañera
Atenea, pero Zeus, que no era tan mal padre después de todo, vio la escena y
salió en defensa de su hija, distrayendo a Palas con su zurrón. Atenea, librada
del ataque, mató a la distraída Palas sin darse tampoco cuenta de lo que estaba
sucediendo delante de sus ojos. En otras versiones del mito se relata que la diosa
Atenea nació en Libia, a la orilla del lago Tritón (o Tritonis) y fue recogida por
tres ninfas quienes se encargaron de su cuidado y educación. Durante uno de los
juegos de guerra en los que se entretenía Atenea, como preludio infantil de su
vocación de guerrera, con su inseparable compañera Palas, perdió el control de
su lanza, y ésta alcanzó mortalmente a la otra niña. Atenea quedó horrorizada
por lo ocurrido y en su escudo, que ya nunca más serviría de juguete, escribió el
nombre de Palas e hizo que ya, para siempre, el nombre de la perdida amiga
fuera precediendo al suyo propio Palas Atenea.
OTRAS VERSIONES DEL MITO
Otras fuentes nos relatan un amor bastante contrariado entre Zeus y Metis,
la titánide esquiva. A pesar de todos los muchos trucos que empleaba el
caprichoso amante celestial, Metis conseguía despistar lo una y otra vez, lo que
no hacía sino aumentar los deseos de Zeus hacia la titánide y, como él era
divinidad suprema, terminó por hacerse con ella y lograr su propósito. Metis
quedó embarazada, pero no era tan sencillo el proceso del parto, ya que el
oráculo señalaba que —en esta ocasión— Metis pariría una hembra, pero que a
su siguiente embarazo se iba a engendrar el varón que destronaría a Zeus. Este,
recordando lo que su padre Cronos había pasado por destruirle a él y cómo él
mismo había cumplido la profecía, no lo dudó y se comió a la embarazada, con
el feto de esa Atenea y todo. Pero en la curiosa digestión olímpica, el feto siguió
su proceso y, al cabo del tiempo reglamentario, Zeus sintió los dolores del parto
y, no sabiendo a que se debía tal penar, se tiró al lago Tritón, para aplacar en sus
aguas el extraño síntoma. De nada le valió el chapuzón, ahora era la cabeza la
que dolía como nunca se podría imaginar un dios. Al verlo en tan penosa
situación se le acercaron sus colegas y Hermes diagnosticó certeramente la
causa de la jaqueca: era un embarazo craneal. Alguno de los presentes se apiadó
de Zeus y le abrió el cráneo con un golpe de maza sobre la cuña dispuesta para
rajar la cabeza sagrada. Por la violenta trepanación, en una espectacular arribada
al mundo mágico de los antiguos, salió la triunfante Atenea, armada de pies a
cabeza y bramando como un soldado embravecido ante las filas enemigas, más
que como se supone que debería gritar un nacido de varón y hembra.
LA OTRA HISTORIA DE PALAS
También hay quienes proclaman que Atenea era hija del gigantesco y
zoomórfico Palas, un ser poco agraciado, que tenía alas y cuerpo de cabra, como
un sátiro volador. Sátiro debía ser el pretendido padre, pues intentó llegar a
mayores con su criatura, sin contar con que la hija era ducha en el combate,
aunque fuera contra padre tan desnaturalizado, y no sólo se quitó de encima a
tan desagradable pariente, sino que lo desolló y con su piel de cabra se hizo su
bolsa, poniéndose como adorno, sobre sus hombros, las alas del derrotado e
incestuoso violador. Parece que este mito es más bien un producto libio, como el
de la diosa Neith. A veces se dice que Poseidón era el padre, pero que Atenea,
poco contenta de tener tal progenitor, un día, decidida, se fue hacia el supremo
Zeus y le pidió ser adoptada por él, cosa que hizo sin dudar el buen dios y tío
carnal; a partir de esa adopción, el resto de la historia se mantiene en las líneas
generales del mito clásico. También se narra la pugna entre Poseidón y Atenea
por el patrocinio de Atenas. La disputa llegó a convertirse en cuestión de Estado
en el Olimpo y terminó en votación entre los dioses, para ver a quien se
adjudicaba su tutela. Al recuento de los votos, se vio rápidamente que los dioses
apoyaban a Poseidón y las diosas a Atenea. En esa votación sexista, ganó la
mayoría de mujeres divinas por un único y definitorio voto, y Atenea se quedó a
perpetuidad con la codiciada plaza. Lo que sí es una constante en mitología es el
enfrentamiento entre Atenea y Poseidón, sea como sea la historia que se tome
como referencia, y la justificación de que, con esa excusa pretendidamente
religiosa, la ciudad de Atenas decidiera que las mujeres de la tierra ateniense
quedaran sin derecho a voto, no fuera que otra nueva consulta terminase con su
victoria.
LIBIA, TIERRA DE ORIGEN
Lo que sí parece ser cierto es el hecho de que Libia sea el lugar de origen
del mito. Digamos que la Libia clásica es un gran territorio, de cara al
Mediterráneo, que arranca justo en el delta del Nilo y que se extiende
indefinidamente hasta llegar a la Numidia, situada en lo que ahora se llama Libia
y Túnez. Desde esa costa (hoy Egipto), a través de Creta, un cruce de rutas muy
importante, en el centro mismo del mundo civilizado de la época. A través de la
escala insular, todas las influencias de viajeros y comerciantes fueron una
continuada vía de comunicación cultural y religiosa.
Platón cuenta que Neith, diosa libia, es la base sobre la cual se construye la
nueva historia griega, bajo la denominación de Atenea. Naturalmente, entre la
iconografía egipcia se pueden encontrar muchas imágenes de Neith, asimilada al
culto oficial faraónico. Otros autores también señalan el origen libio de la
divinidad, contando los ritos de esa deidad, en los que figuraba la lucha sagrada
anual entre las sacerdotisas de Neith, como la forma de acceso a la posición de
sacerdotisa máxima, en una recreación de la muerte de la niña antagonista y de
la singularidad posterior de la nueva divinidad, que se erige como tal una vez
que se produce el desenlace fatal, el que el destino ha señalado como trámite
inicial de su imperio.
EL MALENTENDIDO DE HEFESTO
La virginal Atenea recibió en muchas ocasiones el requerimiento amoroso
de sus padres, pero siempre se mantuvo fiel a su idea inicial de ser virgen por
vocación. Al fin y al cabo, esa era la petición más importante de su vida y estaba
claro que no lo había hecho por capricho, sino porque comprendía que su
nacimiento marcaba su destino, separada absolutamente del sexo que ni siquiera
había existido en su concepción. Pero hay un episodio que viene a abonar su
decisión mejor que cualquier otro tipo de consideración. Se trata de aquel
momento en el que Atenea debe buscar armas para intervenir en Troya. Zeus ha
declarado solemnemente que no va a tomar partido por ninguno de los dos
bandos. Palas Atenea no quiere dejar de respetar la sagrada voluntad paterna y se
dirige al dios de la fragua, a Hefesto, para que él sea el forjador de su arsenal.
Hefesto acepta el encargo y se pone a trabajar, enamorado de la bella y decidida
diosa. A pesar de su fealdad, Hefesto ha sido el marido de la bella entre las
bellas, de Afrodita (aunque su matrimonio no haya resultado tan satisfactorio y
noble como debía de haber sido), y la presencia de Atenea le hace pensar de
nuevo en la posible felicidad de estar con una mujer tan maravillosa como
aquella que tiene ante sí. Al hablar del precio a pagar por el trabajo, Hefesto
indica que le basta el amor de Atenea: ella no puede comprender que sea mucho
más que un cumplido lo que tan seriamente ha dicho el herrero de los dioses,
pero para Hefesto sí que significa todo la palabra dicha.
LA TRISTE BROMA DE POSEIDON
Enamorado visiblemente Hefesto, faltó poco para que Poseidón, al que tan
poco estimaba Atenea (si tenemos en cuenta esa leyenda de la hija de Poseidón,
que busca la adopción en su tío Zeus), fuera con el cuento de que la seria Atenea
quería, en realidad, provocar una violenta pasión en el armero, que todo lo que
buscaba, con la excusa de las armas y en combinación con Zeus, era el momento
de ser poseída brutalmente por un dios como él. Al oírla entrar en la forja, y sin
dudarlo un momento, Hefesto se lanzó sobre la virgen, creyendo que estaba
cumpliendo con el capricho de Palas, pero la situación quedó congelada cuando
la diosa reaccionó sorprendida e indignada ante tal ataque.
Hefesto, que ya no entendía nada más que las pulsiones sexuales, eyaculó
contra el muslo de su amada. Ya se había acabado la penosa aventura de la que
los dos eran víctimas inconscientes de la perversidad de Poseidón. La asqueada
Atenea se limpió el muslo con unos vellones de lana que acertó a encontrar en la
forja. Después, contrariada por la desagradable experiencia, arrojó el pingo al
suelo, pensando que así daba por zanjado el incidente, y no llegó a pensar en lo
que iba a suceder inmediatamente con ese pingo empapado con la esperma del
avergonzado Hefesto.
ERICTONIO, HIJO DE UNA VIRGEN
Pero ahí no acaba la historia del frustrado amor de Hefesto, ya que Gea, la
Tierra, recibió el esperma y quedó automáticamente preñada, aun a su pesar, por
esas cosas del destino. Tampoco Gea estaba dispuesta a cargar con ese producto
de la broma de indudable mal gusto de Poseidón, y dejó claro que no iba a
aceptar el hijo resultante de la estupidez de los demás. Atenea, sintiéndose parte
responsable del incidente, tomó la decisión de hacerse cargo de la criatura tan
pronto fuera parido por Gea.
Cosa que hizo, y el hijo, Erictonio, guardado de la vista de todos, sobre
todo para eliminar la posibilidad de que el poco querido Poseidón siguiera con la
broma, fue sacado del Olimpo y llevado a la corte del rey Cécrope, para más
tarde llegar también al trono de Atenas, como sucesor de su padre adoptivo,
quien además de cauto y prudente en su reinado, a medio camino entre dioses y
héroes, fue célebre por ser administrador perfecto e innovador en las leyes de la
religión y de la política.
PACIFICADORA
Si se estudian los textos clásicos, aparte de estas disparidades sobre su
nacimiento, paternidad, y sus complicadas relaciones con el resto de los dioses
mayores y menores, vemos cómo la lección de la muerte de Palas transforma la
primitiva figura de guerrera decidida en otra divinidad, a la que le preocupa más
la seguridad, la estabilidad y la paz, que las armas victoriosas. Es un diosa
desarmada, no como Artemis, que va equipada de su arco y seguida por sus
lebreles, ni tiene el porte brillante del uniformado Ares. Atenea está más
preocupada en el hogar que en los frentes de batalla y su idea es que la paz se
puede lograr, que un acuerdo es mejor que una batalla, aunque el clamor de la
victoria, cuando existe tal, suena y resuena con mayor intensidad, se convierte
en regocijo popular y en instrumento de ascensión para los héroes. Atenea tiene
a su lado al búho, pájaro de la sabiduría, y también le acompaña el cuervo, que
es un ave dotada de una especial inteligencia simbólica.
INVENTORA PARA LA HUMANIDAD
Sabia y doméstica, después de haber demostrado su valía militar, Atenea se
dedica a pensar en pro de su pueblo; a su dedicación por los humanos se le
atribuyen invenciones de todo tipo, pero siempre industriosas, desde el arado y
el yugo que va a uncir a las bestias al aparejo de un carro o de ese arado, hasta
instrumentos musicales como la flauta o la corneta metálica y marcial. También
es quien diseña los vehículos terrestres o los marinos, y no contenta con ese
repertorio de máquinas y de instrumentos, se pone a pensar en cómo seguir
facilitando la existencia a su grey. Para las mujeres, Atenea desarrolla las artes
culinarias, la hilatura y el tejido. Para los que quieren conocer los secretos del
cálculo, Atenea prepara la aritmética. Y no se detiene ahí, es la primera alfarera
y la responsable de ese invento tan práctico para domar a las caballerías: el
bocado y la brida. Como no podía ser menos, Poseidón, su rival constante,
también se atribuye el invento de la brida para los caballos, aunque parece ser
cierto que, en el tiempo, la diosa fue predecesora.
LA MISERICORDIA LLEGA CON LA MADUREZ
A pesar de su pasado, de su aparición sobre la faz de la tierra, de haber
nacido armada y predispuesta a la lucha, Palas Atenea, la convencida pacifista,
sólo empuña las armas cuando hay que defender el sagrado suelo propio, pero
entonces tiene que recurrir a su padre Zeus, que está siempre dispuesto a acudir
en su ayuda y a proporcionarla el arsenal necesario, salvo cuando Zeus declaró
su intención de no entrar en el conflicto troyano y Atenea tuvo que recurrir a
otro proveedor, para no hacer que Zeus incurriera en la contradicción de ser
neutral y armar a su hija, en beneficio exclusivo de una de las partes
contendientes. Pero en todos los casos en los que interviene ella, cuando todos
los trámites de conciliación se han cumplido y, sólo entonces, una vez que todas
las muy ponderadas y sabiamente meditadas propuestas de pacificación se han
ignorado, o es el caso que los rivales hayan decidido definitivamente que se
prefiere el desquite violento, la hasta entonces pacífica y equilibrada señora, al
instante equipada con las armas cedidas para la ocasión por el poderoso padre
Zeus, arranca como un huracán al que sólo la victoria, Atenea se lanza a fondo y
no perdona a nadie entre sus enemigos, a ninguno, porque se trata de los mismos
que han sido responsables de que la paz no sea un hecho.
Su razón estriba, lo diremos otra vez, en que le cielo, el eterno, la ha
responsabilizado de la defensa ultranza. Atenea es la representación de la
victoria final, no sólo una deidad del combate entre los hombres de la tierra, y
nada puede detenerla en medio del campo de batalla. Esto no obsta para que
Palas Atenea, aunque ella tenga un origen guerrero, no sea luego, con el paso del
tiempo, el más benévolo de los jueces y de sus labios sólo salgan proposiciones
de absolución, de perdón para los que están siendo juzgados, y contra los que el
tribunal no tiene suficientes cargos y, por tanto, no sabe qué sentenciar.
Entonces, ante la duda razonada, la gentil dama del cielo se convierte en
intercesora para su defensa, en la permanente liberadora del inculpado. A pesar
de quedar tan bien definida como protectora del débil, como maestra de
misericordia, se dan casos en los que la gentil divinidad convive con otras
interpretaciones sorprendentemente opuestas, como el suceso que se narra
ocurrió entre Atenea y la doncella Aracne, como vamos a ver a continuación.
LOS CELOS PROFESIONALES DE ATENEA
Atenea, según consta en los archivos mitológicos, ni conoció varón ni se
preocupó por ninguno de ellos, mortal, semidivino o plenamente entronizado en
el Olimpo. Pero la diosa virgen también fue la sagrada inventora de la mayor
parte de las cosas y oficios útiles para la humanidad que en ella confiaba. Entre
sus invenciones está el hilado y el tejido y, en esas cuestiones, sus celos
profesionales eran tan fuertes como los de una mujer apasionada en el amor.
Pues bien, hay momento en la crónica de Atenea en el que surge el
apasionamiento y la divina dama pierde el control de sus templados nervios de
acero. El caso fue que Aracne, princesa de Lidia, que era una hábil y primorosa
doncella con el telar, elaboró una tela maravillosa, la que habría de ser su última
obra. Atenea tuvo en sus manos el paño de Aracne, y, a medida que lo
examinaba crecía su enojo, porque el paño de la princesa era, a más de hermoso
como ninguno que jamás se hubiera visto, tan perfecto como si hubiera sido obra
de los poderes celestiales. Aquella demostración de perfección y arte era
demasiada humillación para la diosa. Ante el delicado dibujo de un Olimpo lleno
de cuadros plenos de colorido e intención, en los que se describían las más
románticas escenas de los pobladores de tan ilustre morada, Atenea no supo
hacer más de lo que no debía: destrozar el paño hasta reducirlo a harapos.
Aracne, dolida o aterrorizada por la crueldad de su rival textil, se suicidó,
ahorcándose del techo. La venganza de Atenea no terminó con su muerte, y la
diosa se complació hasta el infinito, haciendo que, a partir de ese momento, la
pobre Aracne pasara a ser una araña, con su cuerda de muerte transformada en
hilo salvador que le permitió desandar el camino de la muerte hasta volver a la
vida, aunque —eso sí— ya convertida en un insecto poco agraciado y aún
menos apreciado.
MINERVA RECIBE A ATENEA EN ROMA
Palas Atenea, la diosa griega protectora del antiguo centro del mundo, de
Atenas, también se traslada a Roma con el resto del panteón olímpico y en esas
tierras se funde con el culto a Minerva, empapando el rito latino de Minerva, que
contaba con una cultura más imperial, es decir, más práctica y comercial, con la
recia personalidad ateniense. En Roma, Minerva comienza a dibujarse como una
divinidad de la inteligencia, del pensamiento, de la memoria. En los idus de
marzo, cuando ya empieza a adivinarse la llegada de la primavera y el mundo
resurge, los romanos celebraban los cinco días de festividad puestos bajo el
patrocinio de Minerva. Eran días de fiesta para todos, pero más señaladamente
para los intelectuales y los artistas; por su nueva y pacífica condición de señora
de la sabiduría y el encanto artístico, bajo Minerva quedaba la celebración de las
fiestas, hasta los estudiantes tenían que abonar a sus profesores y maestros la
paga en esos días, era la época de los "minervales", días impacientemente
esperados por los enseñantes para recibir su siempre escaso salario. Pero la
buena imagen de Minerva se va llenando, poco a poco, de las connotaciones
marciales de Palas Atenea; a pesar de que Atenea ya es —cuando se consolida
como defensora del hogar griego— una divinidad pacificadora, Minerva recibe
el mensaje marcial de los comienzos de Atenea, y termina por hacerse una
divinidad armada, con aquellas casi olvidadas características bélicas del pasado
ateniense, hasta alejarse totalmente entre los buenos fieles romanos del otrora
bondadoso patrocinio exclusivo del pensamiento y el estudio, y llegar a
establecerse como la simbólica diosa guerrera que fue originalmente en Grecia,
en sus primeros pasos entre los seres humanos.
UNA DIVINIDAD DE SEGUNDA FILA
En la capital imperial, Minerva estaba como una muestra de reflexión y de
estudio, pero con la importación de los mitos, deformados por quienes traen a
Roma a una muy específica Atenea, la definitiva Minerva acaba por hacerse
siempre presente como una mujer destinada al culto de las batallas, erguida y
desafiante, siempre con su casco de guerra, con su escudo y su brazo armado.
Aunque la tradición helénica nos hablaba de una bondadosa dama, que había
aprendido en su infancia la dura lección de la sangre, de la que se decía que
pedía a Zeus sus armas sólo cuando se había rechazado la paz; en su nuevo
papel de avanzadilla religiosa de un imperio siempre orgulloso de sus soldados,
ahora ya se encuentra definitivamente alejada del estudio y las bellas artes, de la
invención de barcos y carros, de los útiles de labranza y de industrias
domésticas: su papel en la sociedad latina es el de guerrera celestial, aliada a la
suerte de sus ejércitos. La primitiva protectora de las profesiones liberales, la
pacífica y sabia Minerva, se queda fuera del contexto de partida y pasa a la lucha
permanente, pero en segundo plano, tras muchas otras divinidades masculinas y
femeninas que la ganan en prestigio y en fervor popular, y son otras quienes
ocupan su puesto como diosas tutelares de las faenas domésticas y del trabajo,
de la misericordia y de la intercesión pacificadora.
ATENEA Y MINERVA EN EL ARTE
La representación más difundida de Atenea, de Palas Atenea, la tenemos en
la moneda ática y, posteriormente, en la moneda griega. Atenea es una divinidad
que exige estar en solitario, es una diosa estatuaria; por eso es más fácil verla o
recordarla como efigie soberbia, como estatua que preside, que como una
presencia pintada en un escenario natural. También, asociada a ella están sus
fieles o sacerdotisas, la griega doncella "Kore", que pregona su importancia y su
presencia. Finalmente, como diosa tutelar, Palas Atenea se puede encontrar en
estatuilla o en relieve, en muchas formas de menor entidad, para presidir la casa
y dar prueba de su compromiso con los hogares y con el marco familiar.
Minerva, la latina versión de la diosa, es otra figura escultórica que se sigue
viendo como símbolo de empresas pujantes del siglo XIX, rematando edificios y
presidiendo, de nuevo en solitario y con majestuosidad incomparable, la
actividad de una sociedad industriosa que quiere adscribirse al progreso,
uniendo industriosidad y conocimiento, como ya lo hiciera en sus lejanos días
originales, allá en la Grecia del esplendor máximo. Minerva es un nombre
comercial que se puede encontrar en multitud de marcas de Europa y América,
casi tan abundantemente como su colega divino Hermes o Mercurio. Porque es
diosa de la acción y de la victoria, de la sabiduría y la prudencia, y de ella no se
recuerdan veleidades o desmanes, Minerva se convierte, con la revolución
industrial, en la más positiva de las divinidades femeninas, en la que mejor
puede ser corporeizada en el bronce industrial.

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