lunes, 1 de abril de 2019

HERA/JUNO

La fuente originaria para conocer las relaciones de la diosa Hera con todos
los demás dioses y diosas del Olimpo será el gran cantor Homero.
Este nos explica que la diosa Hera, "la de los grandes ojos", es una deidad
que tiene el mismo linaje que el poderoso Zeus, y que fue engendrada como la
más venerable y que, además, se convirtió en esposa del rey del Olimpo.
La diosa Hera estaba considerada como la reina del Olimpo y, según cuenta
el gran narrador Hesíodo, era hija del titán Crono y de Rea, diosa de la tierra.
Mas sus peculiaridades y características abarcan aspectos de todo tipo. Muy
especialmente se suele criticar a esta diosa su excesiva terquedad, su crónico
malhumor y su actitud celosa e intransigente ante los amoríos de su esposo Zeus.
Claro que, si sucediera lo contrario, si ésta pagara al rey de los dioses y de los
hombres con la misma moneda, habría que ver la furia que tal acción
desencadenaría en aquél. Pero la fábula se resuelve de este modo arbitrario que
consiste, como ya sabemos, en hacer libres a unos a costa de la sumisión de
otros.
Lo cierto es que los amores e idilios de Zeus colmarían la paciencia del
más pintado, por así decirlo. Sus correrías llegan a tales extremos que hasta
podríamos hablar de sofisticación. Reparemos, si no, en la artimaña utilizada por
aquél para adentrarse en los dormitorios ajenos, cual es el caso de su
transformación en lluvia de oro para, así, introducirse en la torre donde se
hallaba recluida Dánae —la bella hija del rey de Argos y Eurídice—, porque un
oráculo consultado por su padre había predicho que éste moriría a manos de un
descendiente suyo. Efectivamente, su nieto Perseo, nacido de la subrepticia
unión de Zeus y Dánae, mataría, bien que de manera accidental, a su propio
abuelo, las afirmaciones del oráculo se cumplieron con creces.
En otra ocasión, la hermosísima Alcmena, hija del rey de Micenas, fue
víctima de engaño por parte de Zeus, el cual, con ocasión de una larga ausencia
del marido de Alcmena, tomó su propia forma y figura y logró así seducir a la
bella muchacha. De esta unión nacería el gran héroe Hércules. Se dice que
Alcmena murió siendo ya muy anciana, y que su cuerpo yace en los Campos
Elíseos, pues así lo quiso Zeus en agradecimiento a los favores que de ella
recibió.
EL DULCE SUEÑO
No es de extrañar que Hera, la primogénita femenina de Cronos y Rea,
mostrara un talante hosco ante las correrías de su lujurioso esposo. Y esto ha
sido aprovechado por los detractores de la diosa para tacharla, cuando menos, de
irascible.
Todos los mitologistas acusan a la diosa de intransigencia y rencor, sin
embargo no cabía más alternativa que plantarle cara al poderoso Zeus. De este
modo, acaso podrían conseguirse resultados tendentes a la enmienda de su
conducta para con Hera.
Pero, puesto que Zeus era el más grande de los dioses, y como además,
todas las demás deidades le debían respeto y obediencia, no era fácil encontrar
aliados contra los desmanes que infligía a su propia esposa, aunque todos
coincidían en que la causa era justa.
A menudo, Hera recababa la ayuda de otros dioses del Olimpo para
contrarrestar, y evitar, la infidelidad de Zeus. Mas nadie se atrevía a engañar al
rey de los dioses y de los hombres. Unas veces solicitaba la ayuda del Sueño
para que adormeciera al rey del Olimpo y otras recurría al consejo de la dulce
Venus con la intención de plagiar sus encantos, y, así, someter afectivamente al
lúdicro y libidinoso dios. Homero nos lo describe en "La Ilíada" de la forma
lírica siguiente:
"Hera dejó en raudo vuelo la cima del Olimpo y pasando por la Pieria y la
deleitosa Ebatia, salvó las altas y nevadas cumbres de las montañas donde viven
los jinetes tracios, sin que sus pies tocaran la tierra; descendió por el Atos al
fluctuoso mar y llegó a Lemnos, ciudad del divino Toante. Allí se encontró con
el Sueño, hermano de la Muerte; y asiéndole de la diestra, le dijo estas palabras:
"!Oh Sueño, rey de todos los dioses y de todos los hombres!. Si en otra ocasión
escuchaste mi voz, obedéceme también ahora, y mi gratitud será perenne.
Adormece los brillantes ojos de Zeus debajo de sus párpados, tan pronto como,
vencido por el amor, se acueste conmigo. Te daré como premio un trono
hermoso, incorruptible, de oro; y mi hijo Hefesto, el cojo de ambos pies, te hará
un escabel que te sirva para apoyar las nítidas plantas, cuando asistas a los
festines."
Respondióle el dulce Sueño: "¡Hera, venerable diosa, hija del gran Cronos!
Fácilmente adormecería a cualquier otro de los sempiternos dioses y aun a las
corrientes del río Océano, que es el padre de todos ellos, pero no me acercaré ni
adormecer a Zeus/Júpiter si él no lo manda".
AMOR Y SUEÑO
Aunque la negativa del Sueño parece tajante, sin embargo, Hera lo
convence usando de su perspicacia. Se daba el caso, y era un secreto a voces,
por así decir, que el Sueño pretendía con insistencia a la bella Pasítea —la más
joven de las tres Gracias/Cárites— y, por su posesión, el Sueño haría cualquier
cosa. Hera le prometió que sus deseos serían satisfechos. El Sueño se lo hizo
jurar: "Jura por el agua sagrada de la Laguna Estigia, tocando con una mano la
fértil tierra y con la otra el brillante mar, para que sean testigos los dioses
subtartáreos que están con Cronos/Saturno, que me darás la más joven de las
Cárites/Gracias, Pasítea, cuya posesión constantemente anhelo".
Hera cumplimentó los requisitos exigidos por el Sueño y juró poniendo por
testigos a todos los dioses que éste le había obligado nombrar. En lo sucesivo, la
diosa se comprometa a interceder, ante la bellísima Cárite, a favor del desalado
Sueño.
Pero, antes de que el poderoso Zeus fuera vencido por el Sueño, era
necesario, además, que las mieles del amor de Hera contribuyeran a incrementar
el estado de sopor de aquel. Para ello, la sagaz diosa pidió a Venus "el amor y el
deseo con los cuales rindes a todos los inmortales y a los mortales hombres". La
diosa del amor, la "risueña Venus", accedió al ruego de Hera, la de "los grandes
ojos" y, acto seguido, se "desató del pecho el cinto bordado, que encerraba todos
los encantos: hallábanse allí el amor, el deseo, las amorosas pláticas y el
lenguaje seductor que hace perder el juicio a los más prudentes. Púsolo en
manos de Hera y pronuncio estas palabras: Toma y esconde en tu seno bordado
ceñidor donde todo se halla. Yo te aseguro que no volverás sin haber logrado lo
que te propongas".
Sueño y amor unidos todo lo pueden y conquistan, y hasta el rey del
Olimpo, el gran Zeus, cae en la meliflua tela tejida con tales ingredientes por su
esposa Hera. Mientras aquél dormía plácidamente, "vencido por el sueño y el
amor y abrazado con su esposa", un fiel emisario de ésta corría veloz hacia las
naves de los aqueos para avisar a Neptuno —el dios de las aguas— que tomara
parte en la batalla librada entre los hombres. Este mensajero no era otro que el
dulce "Sueño" intentando cumplir con su promesa hecha a Hera: "El dulce
Sueño corrió hacia las naves aqueas para llevar la noticia a Neptuno, que ciñe la
tierra; y deteniéndose cerca de él, pronunció estas aladas palabras: ¡Oh Neptuno!
Socorre pronto a los dánaos y dales gloria, aunque sea breve, mientras duerme
Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que Hera, engañándole, logró
que se acostara para gozar del amor".
EL PEQUEÑO GENIO DE LA "FUENTE DEL OLVIDO"
Al "Sueño", también se le denominaba "Hipno" y aparecía relacionado con
la "Noche" —Nix— y con la "Muerte" —Tánato—. No era un dios del Olimpo,
ni héroe, sino un pequeño genio que, como él mismo afirma en su respuesta a la
diosa Hera, ya no se atrevía a burlar al poderoso Zeus, pues siempre le había
descubierto al despertarse y, por miedo a ser blanco directo de su ira, se había
tenido que refugiar apresuradamente en las tinieblas oscuras de la Noche.
El Sueño/Hipno habitaba en una caverna profunda y oscura, y en la que no
podían penetrar los rayos del sol. Según las leyendas de los más insignes
cantores de mitos, esa oscura cueva albergaba además otros espectros y duendes
que hacían de servidores de aquél. También tenían como misión salir al exterior
de la gruta para visitar a los humanos y, así, contagiarles de su mágica función,
es decir, dormirlos.
Los dominios del "Sueño" y sus servidores y acompañantes se extendían
por la vasta región del legendario país de Lemnos. Aquí nacía la mítica fuente de
Lete bien llamada "Fuente del Olvido" porque todos los que bebían de sus aguas
perdían la memoria y se olvidaban de su vida anterior y de su pasado. Su
voluminoso caudal formaba un río que discurría por las profundidades del
Tártaro y del que bebían las almas de los muertos para olvidarse de las
penalidades antiguas y nuevas.
De este modo, los grandes mitólogos han establecido una íntima relación
entre el sueño —ausencia de conciencia, por así decirlo— y la muerte como
símbolo fehaciente del total olvido.
La iconografía de todos los tiempos representaba al Sueño/Hipno como un
joven alado, cuya figura llevaba una rama con la cual los humanos eran tocados
para producirles un sueño profundo. Las alas se hallaban colocadas a la altura de
las sienes, y eran semejantes a las de los pájaros nocturnos, como los búhos y las
lechuzas, de forma tal que su vuelo apenas era perceptible para el oído humano.
Y, así, el Sueño/Hipno, venía silencioso y se alejaba sin ruido.
LA DIOSA DE LOS NIVEOS BRAZOS
Como hemos podido apreciar, suele resaltarse el papel vengativo de la
diosa Hera y, aunque se la reconoce un preponderante papel entre los demás
dioses del Olimpo, sin embargo, su prestigio no es aceptado por completo, en
ocasiones, a causa de las acaloradas disputas con Zeus.
No obstante, la diosa Hera compartía, al menos formalmente o, por así
decirlo, de manera protocolaria, el trono del Olimpo con el poderoso Zeus. Claro
que, a veces, se perdían las formas y discutían entre ellos sin importarles ni las
críticas ni los comentarios de los demás moradores del sagrado y mítico monte.
Cuando Hera asistía a las reuniones celebradas en el utópico Olimpo, los dioses
que se hallaban presentes se levantaban para honrarla por hacer acto de
presencia ante ellos. "Los dioses inmortales, que se hallaban reunidos en el
palacio de Zeus, levantáronse al ver llegar a Hera, la diosa de los níveos brazos,
y le ofrecieron copas de néctar. Y Hera aceptó la que le presentaba Temis, la de
hermosas mejillas, que fue la primera que corrió a su encuentro".
En cierta ocasión Hera y Zeus discutieron sobre cuál de los dos le daba más
importancia al afecto y al amor. Como no se ponían de acuerdo — puesto que
según la primera, ella, como hembra, sabía mucho más del amor que cualquier
otro dios, y según el segundo, son los varones quienes más conocimientos
afectivos desarrollan y poseen—, decidieron someterse al juicio del, por
entonces, prestigioso adivino y sabio Tiresias. Como éste diera la razón a Zeus y,
por lo mismo, desautorizara el criterio de Hera, le sobrevino un castigo infligido
por la diosa que consistió en privarle de la vista. Al ciego Tiresias le fue dado
por el poderoso Zeus, y para contrarrestar su desgracia, el don de la profecía y la
adivinación; de esta manera, parte del mal causado por la vengativa Hera
quedaba reparado.
TIRESIAS PREDICE LA TRAGEDIA DE ECO Y NARCISO
Y cuenta Ovidio en "Las Metamorfosis" que el sabio Tiresias gozó de gran
prestigio debido a lo acertado de sus adivinaciones y profecías:
"Pronto se hizo célebre el adivino en toda la Beocia por la verdad de sus
horóscopos y la gravedad de sus consejos. La bella Liriope fue la primera que
certificó lo maravilloso de sus respuestas. El río Cefiso, enamoradizo, la
aprisionó un día en el laberinto de eses de sus aguas y la violó reiteradamente.
Quedó embarazada Liriope, y parió un hijo de tal hermosura que desde el
momento de nacer ya fue amado por todas las ninfas. Se le llamó Narciso. Su
madre acudió a Tiresias para que le adivinara el destino de su hijo,
preguntándole si viviría muchos años. La respuesta, frívola al parecer, fue ésta:
"Vivirá mucho si él no se ve a sí mismo." Pero el tiempo se encargó de
demostrar su tino con el modo de perder la vida Narciso y su pasión insana".
Llegados a este punto, se hace necesario confirmar que, de entre tanto
pretendiente con que cuenta Narciso, sobresale la hermosa ninfa Eco. Esta se
enamoró del joven efebo en cuanto le vio; mas, por haber tenido relaciones con
el poderoso Zeus —al que habían cautivado los encantos tanto físicos como
personales de Eco— sufrió, al igual que todos los que osaban contrariarla de un
modo u otro, la ira de la diosa Hera, la cual condenó a Eco a no poder articular
en lo sucesivo más que la última sílaba de toda palabra que se propusiera
pronunciar.
Semejante limitación léxica impedirá a Eco servirse de hermosas y suaves
frases para llamar la atención del joven Narciso y, al mismo tiempo, atraerlo
hacia su regazo de enamorada. En tan adversas condiciones no es posible
entenderse y, por ello mismo, Narciso rechaza el amor de Eco quien, en un
momento de arrebato, y después de sentirse menospreciada, una vez que se ha
refugiado en la espesura de los bosques, exclama a modo de maldición: "¡Ojalá
cuando él ame como yo amo, desespere como me desespero yo!".
¡OBJETO VANAMENTE AMADO... ADIOS..!
La dulce Eco había llegado a un extremo como el descrito, después de
agotar todos los intentos de entendimiento con el joven Narciso. Mas, por
mucho que se lo propusiera, nunca llegaría a entablar conversación con éste,
pues el castigo que la diosa había impuesto a aquélla hacía imposible la
comunicación por medio del verbo o la palabra, y eso que la hermosa Eco tenía
fama de parlanchina. Reparemos un instante en la descripción que hace Ovidio
de tales avatares:
"Pues bien, viendo Eco a Narciso quedó enamorada de el y le fue
siguiendo, pero sin que él se diera cuenta. Al fin decide acercársele y exponerle
con ardiente palabrería su pasión. Pero... ¿como podrá, si las palabras le faltan?
Por fortuna, la ocasión le fue propicia. Encontrándose solo el mancebo, desea
darse cuenta por dónde pueden caminar sus acompañantes, y grita: "¿Quién está
aquí?" Eco repite las últimas palabras: "... está aquí". Maravillado queda Narciso
de esta voz dulcísima de quien no ve. Vuelve a gritar: "¿Dónde estás?" Eco
repite... "de estás". Narciso remira, se pasma. "¿Por qué me huyes?" Eco repite:
"…me huyes". Y Narciso: "¡Juntémonos!".
Mas el idilio no puede consumarse, pues Narciso se halla condenado a
rechazar todo otro amor y afecto que no sean los suyos propios. Sólo se puede
amar a sí mismo y ello constituye el más cruel de los castigos: "¡Desdichado yo
que no puedo separarme de mi mismo! A mí me pueden amar otros, pero yo no
puedo amar... ¡Ay! El dolor comienza a desanimarme. Mis fuerzas disminuyen.
Voy a morir en la flor de la edad. Mas no ha de aterrarme la muerte liberadora de
todos mis tormentos. Moriría triste si hubiera de sobrevivirme el objeto de mi
pasión. Pero bien entiendo que vamos a perder dos almas una sola vida".
Por tanto, debemos añadir a la historia de los amores imposibles una pareja
más, la formada por Eco y Narciso el propio Ovidio nos lo atestigua en la
conclusión de su bello relato:
"Poco a poco Narciso fue tomando los colores finísimos de esas manzanas,
coloradas por un lado, blanquecinas y doradas por otro. El ardor le consumía
poco a poco. La metamorfosis duró escasos minutos. Al cabo de ellos, de
Narciso no quedaba sino una rosa hermosísima, al borde de las aguas, que se
seguía contemplando en el espejo sutilísimo".
Todavía se cuenta que Narciso, antes de quedar transformado, pudo
exclamar "¡Objeto vanamente amado... adiós...!" Y Eco "¡...adiós!', cayendo
enseguida sobre el césped, rota de amor. Las náyades, sus hermanas, le lloraron
amargamente mesándose las doradas cabelleras. Las dríadas dejaron romperse
en el aire sus lamentaciones. Pues bien: a los llantos y a las lamentaciones
contestaba Eco... cuyo cuerpo no se pudo encontrar. Y, sin embargo, por montes
y valles, en todas las partes del mundo, aún responde Eco a las últimas sílabas
de toda la patética humana.
Podemos afirmar que, al decir de todos los simbolistas, la flor del narciso
lleva este nombre debido a la significación ancestral del mito de Narciso, el cual
tan poéticamente ha descrito el gran cantor clásico Ovidio. El narciso es símbolo
de presunción, engreimiento y egolatría; y todos los simbolistas así lo
interpretan.
LAS SERPIENTES DE HERA
La ira de Hera se hace extensiva, también, a héroes y a personajes
legendarios, tales como a Hércules y a Paris.
El primero fue castigado por Hera en cuanto la celosa diosa tuvo noticia de
que Zeus era su padre. Este, conociendo la fidelidad que Alcmena (esposa de
Amfitrión, el cual había conseguido ser su esposo debido a que fue capaz de
vengar la muerte de los hermanos de Alcmena) guardaba para con su valeroso
marido, y prendado de su hermosura, una vez que hubo tomado la apariencia de
un esposo tan afortunado, mandó que la noche se prolongara por espacio de tres
días completos. El poderoso Zeus, padre de los dioses y de los hombres, estuvo
en compañía de la bella Alcmena hasta el cuarto día en que ya el sol salió de
nuevo.
Cuando ya Anfitrión volvía para consumar su matrimonio, observó que su
hermosa mujer se comportaba como si ya le hubiera visto apenas unos instantes
antes. Extrañado por semejante actitud, y después de yacer con ella, se encaminó
hacia la morada del adivino Tiresias con el propósito de hallar una sabia
respuesta a su persistente sospecha.
El anciano ciego disipó, con sus explicaciones acertadas, toda duda que el
valeroso Anfitrión pudiera aún albergar respecto al posible comportamiento
desviado, por así decirlo, de su hermosísima esposa Alcmena. Esta, durante la
ausencia de aquél, había tenido relaciones con otra persona. Mas lo que no podía
sospechar el dolido Anfitrión era que la identidad del acompañante de su esposa
corresponda al propio Zeus; el rey del Olimpo había realizado otra de sus osadas
tretas para conseguir los favores de una mujer bella.
Lo cierto es que Anfitrión, lleno de contenida ira, decidió castigar a su
esposa de forma contundente. Pretendió quemarla en una hoguera, pero después
de varios intentos no consiguió encender fuego alguno pues, en el momento en
que las brasas se disponían a arder, una lluvia torrencial lo impedía. El furioso y
despechado esposo refrenó su ira ante semejante señal venida del cielo y
perdonó a su mujer, pues, a su entender, estaba claro que el dios del trueno y de
la lluvia —es decir, el propio Zeus— tenía algo que ver con el asunto de marras.
De los dos gemelos que Alcmena dio a luz —uno fue hijo de Zeus y el otro,
que nació una noche después, tuvo por padre a Anfitrión— sólo sobrevivió uno
que, con el tiempo, alcanzaría la categoría de héroe. Se trata de
Hércules/Heracles quien ya dio pruebas de su fuerza en cuanto acababa de nacer.
En este sentido, cuentan las crónicas que Anfitrión había introducido en el
dormitorio de los gemelos dos serpientes con el propósito de conocer la
identidad de cada uno de ellos. Mientras el hijo del dios, el héroe Hércules, se
enfrentó a los reptiles y los ahogó, el hijo de Anfitrión se arrojó por una ventana.
Otras versiones explican que fue la vengativa Hera quien introdujo dos
enormes serpientes en la alcoba de los gemelos para, de este modo, acabar con el
fruto de su propia deshonra. Además, fue esta misma diosa quien impuso a
Hércules el castigo conocido por los doce trabajos del héroe. El primero de ellos
consista en estrangular, apenas nacido, a dos serpientes; cosa que hizo Hércules
con cierta facilidad. Los restantes castigos o trabajos fueron de tal magnitud que
la diosa Hera no pudo por menos que perdonar al héroe Hércules. Incluso le dio
a su hija Hebe por esposa.
LA MANZANA DE LA DISCORDIA
Sin embargo, el episodio más conocido y comentado y el que, tal vez, ha
dado más fama a Hera y su genio brusco es el denominado comúnmente "Juicio
de Paris".
El veredicto contrario a la diosa Hera hace que ésta aparezca embravecida:
"tenía en el alma aquel juicio de Paris y la injuria y dura afrenta de su belleza
entonces despreciada."
Todo comenzó en los desposorios de Tetis y Peleo, a los que todos los
dioses fueron invitados. Sólo la Discordia/Eride fue excluida de la fiesta. Acaso
por temor a que trajera consigo —pues se la consideraba como la provocadora
de las guerras— los atributos que producían desavenencias y animadversión
entre dioses y humanos.
Lo cierto es que la Discordia/Eride, dolida por la marginación a la que se
vio sometida, arrojó con despecho y rabia una manzana entre los invitados. Este
fruto, según la amonestación hecha por la Discordia, debería ser degustado por
la más hermosa de las deidades presentes. Y, lo que es aún más grave, semejante
episodio provocar la guerra de Troya, pues no se pondrán de acuerdo las diosas
consideradas más bellas sobre cuál de ellas superaba en hermosura a las demás.
Por tanto, no parecía tan fácil dilucidar un asunto tan nimio en apariencia. Pero
lo que sí quedaba claro era que, una vez más, la Discordia había hecho gala de
sus atribuciones. Esta, al arrojar la manzana de oro entre todos los invitados al
casamiento de tan ilustres personajes, había escrito, había escrito para la más
hermosa y aquí, precisamente, empezaría el desacuerdo entre las más
cualificadas aspirantes a semejante título. El litigio se planteó entre Hera,
Afrodita y Atenea
Se tomó, entonces, el acuerdo de que fuera el hijo del rey de Troya —es
decir, Paris— quien juzgara sobre el particular. El joven príncipe, que se había
hecho célebre por su destreza en los juegos públicos, y también por su belleza,
consideró que la más hermosa de las tres diosas era Afrodita. De nada sirvieron
las promesas que, a modo de soborno, le habían hecho Atenea y Hera. Esta le
concedía el dominio sobre el universo, aquélla le ponía en contacto con la
sabiduría y su poder sobre la ignorancia. Pero Afrodita/Venus, que conocía la
debilidad de Paris por la belleza femenina, le prometió que le ayudaría a
conseguir la más hermosa de las mujeres. Esta no era otra que la esposa de
Menelao, es decir, la bella Helena, titular del trono de Esparta, y a quien todos
consideraban la más bella del mundo. Paris no dudó ni un instante en cuál de los
tres presentes le convenía más, y de este modo decidió que la manzana de oro
debía corresponder a Afrodita/Venus.
El disgusto y la cólera de la diosa Hera no se hicieron esperar; desde ese
mismo momento, se enemistó con Paris y Afrodita, y, además, se propuso
desbaratar los planes que ambos habían maquinado para raptar a Helena. A tal
fin, fabricó un fantasma, una imagen, similar a la figura real de la bella Helena y
mientras Paris creía haberla arrebatado y seducido, la verdadera Helena viajaba,
en compañía de Hermes, hacia la tierra egipcia, en donde sería cuidada y
custodiada por el rey Proteo.
Mas, según cuentan las crónicas, Paris, ayudado en todo momento por
Afrodita, no sólo consiguió raptar a Helena, sino que también se llevó los
tesoros que Menelao —el esposo de la bella Helena— tenía guardados en su
reino de Esparta.
Cuando el engaño y la rapiña fueron descubiertos, Menelao declaró la
guerra a Troya y reunió a numerosos y expertos guerreros que zarparon en
sesenta naves al mando del gran Agamenón, hermano de aquél y rey de Argos.
Uno de los episodios más destacados de la guerra de Troya será aquel en el
que se enfrentan Menelao y Paris, en combate cuerpo a cuerpo. A punto estuvo
el primero de acabar para siempre con el segundo, de no ser por Afrodita que,
para salvar a su protegido Paris, provocó una nube de polvo que hizo alejar a
Menelao y su ejército del campo de batalla.
HERA JUSTICIERA
Pero la ira de la diosa Hera se hacía extensa, además, a todos los amores de
su esposo Zeus. Para lograr sus propósitos no vacilará en utilizar todo su poder
de seducción y todas sus mañas. Lo mismo jurará sin intención alguna de
cumplir con su promesa, que realizará, en otros casos, acciones en contra de sus
principios, por temor a las represalias del poderoso Zeus.
El hecho es que Hera tiene mala fama entre los mortales, pues se la teme
como diosa castigadora y vengativa. Su furia llega hasta los descendientes de
quienes han aceptado la relación con Zeus y han claudicado ante sus
pretensiones. El caso de Epafo, al respecto, es significativo. Sucedió que Zeus,
como era costumbre en él, se enamoró de una bella sacerdotisa de su esposa
Hera, a la que transformó en vaca para que ésta no sospechara de sus amores
hacia Io, pues tal era el nombre de la nueva amante del rey del Olimpo.
Al principio, Io rehuyó al poderoso dios y rechazó, una y otra vez, sus
ofrecimientos. Mas, después de consultar al oráculo, decidió aceptar las
proposiciones de Zeus, pues la respuesta de la sibila indicaba que de no ceder Io,
provocaría la cólera del poderoso dios.
Hera, sin embargo, descubrió las relaciones de su esposo y su sacerdotisa,
y, además, supo de la artimaña empleada por Zeus para despistarla. Entonces,
Hera, una vez que descubrió cuál era la vaca que personificaba a Io, envió contra
ella a un enorme tábano que la picaba persistentemente, y la impedía parar en
lugar ninguno. De este modo, huyó hacia otras latitudes —se dice que huyó
hacia Egipto por el paso del Bósforo, que significa, desde entonces "paso de la
vaca"—, hasta llegar a un lugar que, una vez devuelta su forma humana, fundó
ella misma con el nombre de Menfis.
Allí, a orillas del Nilo, en Egipto, nacería Epafo, hijo de Zeus y de Io. Hera,
dolida por no haber podido conseguir sus propósitos, que consistían
preferentemente en impedir la consumación de los amores de su esposo, Zeus,
con la bella Io, ordenó el rapto del hijo de ambos. Pero Zeus luchó contra todo
aquel que intentara hacer daño a Epafo y, al propio tiempo, hizo huir a los
secuestradores del muchacho.
Y cuentan las leyendas que Epafo, con el tiempo, fue uno de los célebres
reyes del país egipcio.
UNA VACA COMO REGALO
Existen otras interpretaciones y sentidos de este castigo que Hera impuso a
Io. Algunas crónicas cuentan que, una vez que la diosa descubrió el engaño y el
lío de Zeus y de Io, intentó con todas sus fuerzas disimular su disgusto y,
fingiendo una contenida calma, se dirigió a su esposo Zeus para pedirle como
regalo la hermosa vaca de sus rebaños que sobresalía de entre las demás.
Al principio, Zeus dudó en acceder a los deseos de su esposa pero, merced
a las dotes de persuasión que caracterizan a Hera, ésta no tardó en tener a buen
recaudo al animal. Al propio tiempo, encareció a su fiel guardián, Argo Panoptes
(= "que todo lo ve"), el cuidado de tan preciado regalo.
Aunque cuentan las leyendas que Argo tenía muchos ojos y que, por lo
mismo, no había posibilidad de burlar su vigilancia. Sin embargo, el poderoso
Zeus, recabó los servicios de un cumplidor mensajero, el despabilado Hermes.
Este puso en práctica, con presteza, los planes de su engreído mandante, que
consistían en liberar a Io de manos del guardián Argo.
Las consecuencias fueron drásticas ya que, a pesar de haber sido Argo un
célebre guerrero que se había hecho famoso por dar muerte a un bravo toro que
asolaba la región de la Arcadia —en adelante siempre vestiría con la piel de ese
animal— y acabar para siempre con la vida del horrible monstruo Equidna —
hijo del Tártaro, y que habitaba en las cenagosas aguas de la laguna Estigia—,
no pudo, sin embargo, resistir los embates de Hermes y murió a causa de un
cantazo que éste le propinó.
A pesar del disgusto que Hera se llevó, al saber lo sucedido, decidió
premiar a su fiel servidor y, pacientemente, trasladó todos los ojos de Argo a la
cola de un pavo real, y a todo su plumaje; con lo que desde entonces, la belleza
de esta ave, consagrada a Hera, resplandece y destaca en colorido y brillo.
Algunos autores explican que el guardián Argo de Panoptes tenía, en
realidad, dos ojos mirando hacia delante y dos mirando hacia atrás. Otras
versiones, en cambio, hablan de que tenía un solo ojo en la mitad de la frente o,
en otros casos, se ampliaba a tres el número de ojos.
"MIRMIDONES"
También es significativo, respecto a la venganza de la diosa Hera, el caso
de Eaco, más conocido por los diferentes mitólogos, como el juez de los
infiernos. Acaso por ello se le suele representar portando una llave y un cetro,
atributos que hacen referencia a la legalidad y la justicia.
Todo comenzó el día en que Zeus descubrió la belleza oculta de la hija de
Asopo, señor de los manantiales y de los ríos. Desde el mismo momento en que
la vio, el dios olímpico se prendó de ella y decidió raptarla, como ya había
hecho en otros muchos casos. En un principio, Asopo quiso castigar al ladrón de
su hija Egina, y enterado por Sísifo de la categoría del ratero, nada menos que el
rey del Olimpo, intentó enfrentarse a él para que le restituyera a su bella hija.
Pero Zeus cortó por lo sano, pues respecto a sus caprichos amorosos no admitía
imposiciones de nadie. En cuanto tuvo ante sí a su oponente, lo fulminó con su
poderoso rayo y obligó, así, a Asopo a retornar al lecho de su cauce. Se dice que,
desde entonces, el río de Asopo contiene, en vez de dorada y fina arena, negra
carbonilla y oscura cernada.
Una vez resuelto este primer escollo, Zeus se dirigió, en compañía de la
bella Egina, hacia la isla de Enone —también se la conoce con el nombre de
Eponia—, lugar en el que nacería Eaco.
Cuando Hera se enteró del nacimiento de un hijo de Zeus y Egina montó en
cólera y se dispuso a perpetrar, e infligir, el mayor daño posible en el fruto de la
descendencia de ambos. Para ello envió una enfermedad pestífera sobre la isla y
casi de forma fulminante murieron todos sus habitantes. De este modo se quedó
Eaco como único habitante de aquel lugar de muerte. Pero como éste pidiera a
Zeus que repoblase aquel lugar para, así, tener compañía humana, el poderoso
dios transformó a las hormigas que había en la isla en seres humanos. En
adelante, los pobladores de la citada isla se llamarían "Mirmidones", palabra que
significa "hormiga".
JUNO ES LA HERA ROMANA
"Y Juno que hasta hoy ha fatigado el mar,
el cielo y tierra con temores,
trocará sus consejos en mejores,
y, convertida de áspera en clemente,
será de más conmigo apiadadora
de los romanos y togada gente,
de tierra y mar universal señora.
Esto dispuse irrefragablemente."
Estos versos de Virgilio muestran otras cualidades de Hera/Juno que no
corresponden a las descritas por los griegos.
Y, así, podemos colegir que el culto que los romanos ofrecían a Juno
provenía de un ancestro mitológico que se diversificaba en la famosa Tríada
compuesta por Júpiter, Juno y Minerva.
No obstante su asimilación a la diosa griega Hera, sin embargo, Juno
adquiere entre los romanos una personalidad propia y autónoma. Y, así, se la
conoce, de manera muy especial, con el sobrenombre de "Lucina", pues
simboliza la luz que proviene de la sombra de las tinieblas y de la noche. Por
tanto, Lucina rige una de las dos luminarias, concretamente la Luna, y dirige y
guía sus movimientos con orden y regularidad.
En honor de Juno/Lucina se habían erigido altares en Roma como el
levantado por el rey sabino Titius Tatius, en el año 735 (a. C.). Su fiesta
coincidía con el principio del mes de marzo y se denominaba fiesta de la
Matronalia. Su significado aparecía relacionado con el carácter conferido a la
familia por los romanos, como quienes aparecían recubiertos de un halo de vida
considerada dudosa, es decir, alejada de los cánones representados por el padre,
la madre y los hijos, quedaran relegados y excluidos de los festejos.
HERA/JUNO EN EL ARTE
Todos los artistas de la antigüedad se preocuparon de representar a la diosa
Hera y a destacarla rodeada, por lo común, de sus muchos atributos, tales como
el velo, la lanza, el escudo, la oca, el pavo real, los lirios, la granada y el cuclillo.
También se erigieron templos en los que el culto a la diosa adquiría
sentidos diversos. Por ejemplo, en Argos se levantaba uno de los más grandiosos
templos de cuantos se habían construido en honor de Hera. Se la adoraba, en
numerosas ocasiones, como diosa del matrimonio y, por lo mismo, se la
relacionaba con las cualidades morales de la mujer.
Además, una de las colinas de la ciudad de Esparta había sido bautizada
con el nombre de la célebre diosa. No obstante, las primeras esculturas
realizadas en recuerdo y memoria de Hera no gozaban de la calidad artística que,
más adelante, lograron conseguir los más afamados escultores griegos. De entre
toda la iconografía sobre la diosa Hera cabe destacar la estatua realizada por
Policleto. También la denominada "Hera Barberini" y la conocida como "Hera
Farnesio". Aparece, en todo caso, representada en monedas y relieves. Y se
conservan bustos de su figura en algunos museos de prestigio. El Museo de
Nápoles, por ejemplo, guarda entre sus más preciados tesoros una cabeza —tal
vez uno de los testimonios más antiguos— de la diosa Hera.

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