lunes, 1 de abril de 2019

MITOS DE AMERICA CENTRAL

Muchos de los estudiosos de los mitos y ritos de los distintos pueblos de
mesoamérica, que aceptaron de buen grado la imposición de alguien ajeno a
toda investigación objetiva, no parece que hayan dejado una impronta digna de
reseñar pues, en realidad, plagiaron más que investigaron.
Fueron los denominados "cronistas de Indias" quienes narraron — aunque
no aportaran pruebas concluyentes en la mayoría de los casos—las costumbres,
cultura y mitos de estos pueblos de mesoamérica. En sus relatos nos hablan del
culto a gran variedad de deidades, lo cual indica claramente que los pueblos de
mesoamérica eran politeístas.
En otros casos, se señala que existía un dios superior, que era una
representación, y símbolo, del astro-rey.
También había una deidad que personificaba la lluvia, y se la rendía culto
para que con su fuerza reuniera las nubes y provocara las necesarias
precipitaciones sobre la tierra labrada para que, de este modo, hubiera abundante
cosecha.
Había, también, un dios al que los guerreros rogaban, y se encomendaban,
antes de entrar en batalla; era, a la vez, una deidad que representaba a la
oscuridad y a la noche.
Se adoraba, en ocasiones, a una diosa muy similar a la Afrodita/Venus del
mundo clásico. Resplandecía de hermosura y ante ella todos los mortales
confesaban, y descubrían, sus faltas y culpas. Se la asociaba con el sensualismo
y el hedonismo y, por lo general, era la personificación del amor.
Para liberarse de todo condicionamiento corporal y físico, así como de toda
pasión carnal y atadura material, los pueblos de mesoamérica entonaban
cánticos en honor de una deidad "que libera la envoltura terrestre".
ANTROPOMORFISMO
Como norma general, las deidades de los pueblos de América Central
tienen las mismas cualidades y características que sus moradores, aunque
ninguna de las desventajas de éstos les son atribuidas. Por ejemplo, necesitan
alimentarse y están sujetos al desgaste y al cansancio físico pero, sin embargo,
nunca mueren. Y, además, tienen poderes sobrenaturales y habitan en lugares
inaccesibles para los simples mortales. La similitud con la mitología clásica es
palpable, sin que por ello pueda hablarse de plagio, puesto que cada pueblo,
civilización o cultura, tiene sus propias peculiaridades, las cuales proyecta tanto
en lo trascendente —consideración de sus diversas deidades y seres superiores
—, como en lo inmanente —que lo hace único y, por lo mismo, diferente de los
demás grupos sociales—.
Entre las tribus indias que se asientan en la zona noroeste
centroamericanas, sobresalen los lacandones, cuyas deidades guardan relación
con todos los aspectos más sencillos y primarios de la vida. Su mitología se
funda en sus propias necesidades y vivencias. Existe un dios más poderoso que
todos los demás —algo parecido a Zeus, el rey de los dioses y de los mortales
entre los clásicos—, y que tiene su morada en el espacio inmenso. Aunque, en
ocasiones, su presencia se deje sentir en los lagos, en las profundas oquedades y
cavernas naturales de la tierra, en las ruinas de los recoletos templos que
construyeron los antepasados, en las selvas de compacta y densa vegetación...
EL MAL Y EL BIEN
Las regiones abisales y ocultas de la tierra sirven de morada a dos deidades
enemigas, que se hallan en perpetua discordia y lucha. Uno de estos dioses
detenta todos los poderes malignos que imaginarse pueda, y es el causante de los
temblores de tierra; también hace que los volcanes apagados se vuelvan activos,
y entren en erupción para expulsar grandes cantidades de fuego por su inmenso
cráter. Además, es el responsable de que los mortales sean atacados por
incurables enfermedades y epidemias terribles. Esta deidad maligna se sirve de
unos dardos invisibles que lanza con acierto, para enviar el mal a todas las
criaturas y lugares; no hay escapatoria posible, ni refugio alguno.
Para contrarrestar el daño que infringe a los mortales y a la tierra esta
deidad maligna, está el dios del bien. Este permanece en lucha continua contra
su rival y, en muchas ocasiones, le vence; pues, de lo contrario, no existiría ya
criatura alguna sobre la tierra. Además, el dios del bien es amigo de la luz y la
claridad y, como tal, acompaña al Sol en su recorrido por el camino del cielote y
recupere energías, y así salir de nuevo por el Este —por eso siempre sobreviene
la aurora, que preconiza el día—.
En cambio, el dios subterráneo, que personifica el mal, es amigo de la
sombra y de la noche y, por lo mismo, no ayuda nunca al Sol. Además, exige de
los mortales adoración y presentes, por lo que es corriente que los lacandones le
ofrezcan los mejores granos de su maíz, o las mejores hojas de su cosecha de
tabaco.
PARAISO IMAGINADO
También es costumbre ofrecer a los dioses una bebida destilada de la
mezcla de caña de azúcar, maíz y corteza de un árbol sagrado. Todos los que
participan en la ceremonia consumen este preparado —para complacer a los
dioses, según ellos, y ser transportados al lugar paradisíaco en el que se lleva
una existencia tranquila y feliz—, y terminan embriagados.
Puesto que aquí abajo existe la enfermedad, la tristeza, el sufrimiento físico
y psíquico, el cansancio, los conflictos y problemas, y la muerte. Tiene que
haber, según la mitología de los lacandones, otro lugar en el que sólo la felicidad
sea posible. En este paraíso, apartado de todo daño terrenal, los animales serán
mansos, las selvas y los bosques tendrán claros destinados a los cultivos y a los
árboles frutales y toda relación entre humanos será apacible y tranquila.
Es muy curioso que se tenga tan en cuenta la existencia de claros en los
bosques para poder seguir cultivando las diversas especies de plantas que les
sirvan de alimento. Pero sucedía que los lacandones se veían imposibilitados
para sembrar o, en todo caso, para recoger los frutos esperados, puesto que la
tupida vegetación selvática todo lo sepultaba bajo su apretado manto de musgo y
hojarasca. De aquí la importancia que concedían a la existencia de un campo
accesible a la siembra y, por lo mismo, próspero; lo que ellos llamaban tierra sin
mal.
También era muy importante que en ese paraíso imaginado por los
lacandones sus mujeres pudieran parir sin sufrimiento y que sus niños no
murieran apenas recién nacidos para que, de ese modo, pudiera perpetuarse su
tribu y su pueblo.
SERPIENTE EMPLUMADA
La adoración al Sol y a la Luna se encuentra presente en los mitos y
creencias de la población centroamericana. En algunas zonas, ambas deidades,
personifican a los ascendientes más antiguos y se les tiene por los abuelos sabios
y experimentados. Se recurre a ellos siempre que la población se halla en
peligro, y nunca dejan de acudir en ayuda de sus súbditos puesto que son dos
luminarias que se dejan ver ininterrumpidamente: por el día está el Sol y por la
noche, la Luna.
Ambos tienen, según la mitología de estas poblaciones, un descendiente, al
que los mayas denominan Gucomatz. Este posee la capacidad de
metamorfosearse y transformarse, por lo que puede adquirir la figura del animal
que desee, aunque él mismo tiene forma de serpiente: "la serpiente emplumada".
Gucomatz moraba ora en el Cielo, ora en el abismo del Tártaro, y tenía por
compañero al dios Hurakán, con el cual compartía el poder sobre el universo.
Ambos estaban considerados como poderosas deidades que personificaban a los
fenómenos naturales que podían provocar catástrofes. En este sentido se creía
que, tanto el trueno y el rayo, como los vientos huracanados, eran enviados por
ellos. Se les consideraba, también, como los dioses que enseñaron a los mortales
a producir el fuego.
Ambas deidades juegan un importante papel en la cosmología maya, ya
que, en un principio, todo estaba cubierto de agua, y únicamente los dos
poderosos dioses vivían fuera del elemento acuoso.
UN LUGAR PARA LOS HUMANOS
Llegó un día en que Hurakán y Gucomatz ordenaron que surgiera, de entre
las aguas, la tierra. Al instante se fueron viendo las montañas, después los valles,
las mesetas, y las hondonadas; todo se llenó de vegetación y de vida, y se pobló
de animales que emitían sonidos y rugidos ininteligibles, por lo que no pudieron
entenderse. Entonces, los poderosos dioses, modelaron de la arcilla figuras de
hombres, que tampoco lograron entenderse. Hicieron lo propio con madera y los
resultados fueron también adversos, pues las criaturas que surgieron fueron
monos. Hasta que por fin, Hurakán y Gucomatz, resolvieron crear cuatro
hombres sirviéndose de montones de maíz blanco y amarillo. Esta vez eran tan
perfectas las figuras conseguidas, y tan sutiles su entendimiento y saber que, las
dos deidades, decidieron disminuir algunas de sus dotes: como por ensalmo, la
capacidad visual de los cuatro hombres quedó seriamente recortada y su
percepción sufrió una sensible merma.
A continuación, y mientras las criaturas de reciente creación dormían, las
poderosas deidades resolvieron darles compañía para lo cual crearon cuatro
mujeres.
Por entonces, en la tierra había mucha humedad y mucho hielo, y los
hombres y las mujeres sentían frío; además el Sol no alumbraba aún, y la
oscuridad era total. Debido a esto, los dioses enviaron el fuego, y los hombres y
mujeres siempre lo conservarían y, allí donde fueren, lo llevarían consigo.
Después de andar durante un tiempo inmensurable, por lugares de tinieblas, y
guiados siempre por Hurakán, los humanos llegaron a un territorio lleno de luz y
en el que brillaba el Sol por el día; por la noche, la Luna y las estrellas también
les alumbraban. Los humanos, agradecidos, entonaron himnos de alabanza a sus
creadores por haberles ayudado a descubrir tan hermosa tierra y, a partir de
entonces, les ofrecieron sacrificios y les erigieron en objeto de su adoración y de
sus ritos.
DE LAS MONTAÑAS A LA SELVA TROPICAL
De entre todos los pueblos, o grupos humanos, que poblaron mesoamérica,
que practicaron la pesca y la caza, y que se caracterizaron por sus costumbres
radías, sobresalen los olmecas. En un principio vivieron dispersos por el ancho
territorio centroamericano. Conservaron sus costumbres rituales durante cuatro
mil años. Abandonaron el nomadismo y se asentaron en las selvas y bosques
tropicales del golfo. Destacaron los olmecas por la fuerza y el arraigo de sus
mitos, y por el cuidado que ponían en el cumplimiento de su adoración a las
diversas deidades.
¿Cómo llegaron al sedentarismo? o ¿por qué abandonaron su forma de vida
nómada? Sencillamente al descubrir que era posible un género de vida distinto,
al iniciar experiencias agrícolas en tierras de labor. La posibilidad de cultivar
productos como el maíz y de fabricar objetos de cerámica —por cierto
decorados con motivos entresacados de sus rituales míticos—, así como el
hallazgo de conseguir transformar elementos de primer orden (tal como
aparecen en la naturaleza) en elementos de segundo orden (manipulados, y
retocados, por la mano de los humanos), todo lo cual les llevó a confeccionar
fibras textiles y a perfeccionar su técnica agrícola por ejemplo, hizo que estos
pueblos y grupos humanos de mesoamérica se transformaran socialmente. Y, lo
que es más importante, crearan una cultura propia y autóctona de la que nacerían
unas costumbres diferenciales que desembocarían y en la consecución de una
propia idiosincrasia, una civilización constituida desde el año 1350 (a. C), que
perduraría hasta más de dos mil quinientos años después, y un mundo mítico y
ritual lleno de riqueza simbólica y esotérica.
TRASCENDENCIA E INMANENCIA
Todas las acciones que jalonan la historia del pueblo olmeca —así como las
de otros grupos humanos similares— se hallan impregnadas de trascendencia y
ritualismo; la base de la sociedad olmeca es religiosa, pues basa todas sus
motivaciones en el culto a las diferentes deidades y construye, en honor de éstas,
fastuosos templos de atractivas formas estéticas y sólida arquitectura. Se hace
necesario, al respecto, destacar el templo erigido en Tabasco, cuya estructura
redonda se presta a interpretaciones varias acerca de la fuerza simbólica, y
creativa, que los olmecas impregnaban a sus monumentos.
Otras figuras revestidas de significación simbólica y emblemática, y que
dan muestra también de la capacidad ritual del pueblo olmeca, son las enormes
esculturas —su peso se acerca a las cuarenta toneladas— de basalto que se
encuentran bastante bien conservadas —pues eran de una sola pieza— en la
actualidad, y que han servido a los antropólogos para determinar y conocer con
objetividad, las costumbres de los pueblos de mesoamérica.
En la misma zona de Tabasco se han hallado, además, joyas, aderezos
diversos, hachas, figurillas y máscaras que, al decir de los estudiosos, son una
muestra de la importancia adquirida por los pueblos olmecas, y de la fuerza de
sus símbolos.
OTROS PUEBLOS, OTRAS CULTURAS Y RITOS
A comienzos del siglo III de nuestra era, hasta bien entrado el siglo VIII,
tiene lugar el transcurso de un tiempo denominado "período clásico", pues en él
florecerán diferentes culturas de distintos pueblos que introducirán, a su vez,
diversos ritos, mitos y cultos.
Sin embargo, es ése un tiempo más proclive a que sus protagonistas, y
pobladores, se decanten por lo inmanente frente a lo trascendente, por el
horizontalismo frente al verticalismo, por así decirlo. Acaso todo ello constituya
una especie de apuesta por la búsqueda de nuevas formas de vida que, aunque
lleven implícita cierta carga ancestral, sin embargo, el ansia de progreso
sobresaldrá por encima de todo. Y, así, esta época se caracterizar por el logro de
sus culturas, más decantadas hacia una metodología empírica, que dará lugar al
claro predominio de lo técnico y lo científico, sobre otros aspectos más
formales.
Todo ello, sin embargo, no indica que lo ritual y lo mítico se hayan
abandonado, sino que, por el contrario, sus funciones significativas y
emblemáticas aparecerán en todas las manifestaciones artísticas, y se hallarán
presentes en la vida diaria de los protagonistas de un tiempo atractivo y único.
Baste citar, por ejemplo, la maravillosa ciudad de Tula —la ciudad de los
toltecas— que coronaba sus templos con las ciclópeas cabezas de "Atlante".
LA CIUDAD ENCANTADA
El nombre que los propios toltecas daban la ciudad, Teotihuacán —"sitio
donde los humanos se transforman en deidades"—, relaciona ya lo trascendente
con lo inmanente o, de otro modo, lo divino con lo humano.
Esta maravillosa ciudad tenía adornadas sus educaciones con pinturas
murales, y frescos, que representaban deidades locales de claro ancestro mítico,
herencia de generaciones pretéritas, y plenas de un simbolismo emblemático
notable. A lo largo de sus calles se erigían sendas pirámides que rememoraban la
importancia que las luminarias ejercían sobre la población; ambas pirámides
habían sido levantadas para dar culto a la Luna y al Sol, las dos luminarias que
más significación emblemática han alcanzado a lo largo de todos los tiempos.
El trazado geométrico de la ciudad, así como los esbeltos edificios que la
componían, y su capacidad —pues había sido diseñada y proyectada para
albergar a más de cien mil habitantes—, dan una idea de la preparación de estos
pueblos, y de su capacidad para aunar lo sagrado y lo profano, el mundo de las
deidades y el mundo de los seres humanos o simples mortales.
Cuando ya el período "clásico" tocaba a su fin, surgió una cultura
autóctona, la de los mayas, que será pieza clave en el entramado mítico y
trascendente, en el surgir científico e inmanente en esta civilización que surge y,
además, aportan su saber hacer en el campo de la arquitectura, de la escultura y
de la pintura. La delicadeza de las figuras mayas coexistir con las formas menos
pulidas y más toscas realizadas por los toltecas; sin embargo, ambas culturas no
llegarán a fundirse, antes al contrario, sus profundas divisiones serán la causa de
que los conquistadores españoles apenas encontraran oponentes en sus
incursiones por determinadas zonas de mesoamérica.
LOS MAYAS. UNA RAZA Y UN TIEMPO EXCEPCIONALES
Uno de los principales grupos indígenas que desarrollaron una civilización
digna de tal nombre, y que florecieron en el denominado período "clásico",
fueron los mayas. Ningún otro pueblo de mesoamérica logró tanto en el campo
de las matemáticas, por ejemplo.
Los mayas utilizaron por primera vez el signo cero como guarismo, es
decir, haciéndole representar un valor; revalorizaron, además, el sistema
numérico y dominaron como nadie la aritmética. Sirviéndose de sólo tres signos
consiguieron representar el tiempo matemático y formal. Los tres signos eran
una barra, un punto y un objeto —por lo general una concha común y corriente
—; el primero simbolizaba el número cinco, y todas las unidades restantes, es
decir, hasta el cuatro, se representaban por un punto. La concha común
simbolizaba y representaba al cero.
MATEMATICAS ELEMENTALES
Mediante la fórmula denominada de "cuenta larga", podían los mayas
representar una fecha determinada. Este método consistía en fijar un punto en el
pasado que serviría de referencia y, desde aquí, se empezaba a contar el tiempo
que se creía conveniente, y no otro. De esta forma, tan simple en apariencia,
había tenido lugar el origen del nacimiento numérico de los días, es decir, los
días podían contarse.
La base utilizada por los mayas para contar no era decimal —como la
nuestra—, sino que el valor numérico de sus cifras aumentaba de veinte en
veinte (base funcional con el sistema de veintenas), con lo cual establecían un
valor que, partiendo del mínimo lugar, seguía una línea ascendente, siempre en
dirección vertical y de lo más bajo a lo más alto, de modo que cada punto
ascendente era superior al anterior en veinte unidades. Por tanto, aparecían
representadas las veintenas, seguidas de las "triveintenas", "tetraveintenas" , etc.
Mas esta cultura, que había florecido a lo largo de seiscientos años, declina
radicalmente antes de llegar al primer milenio de nuestra era. Las causas, o
motivos, por las que un grupo humano de tanta raigambre social, cultural y
trascendente, como era el pueblo maya, llegaría a extinguirse, no han sido aún
dilucidadas en su totalidad. Por esto mismo, nos atenemos a los hechos que
están ahí para darnos cuenta, y concluir, que hasta las grandes obras tienen sus
días contados, y nunca mejor dicho.
DECLIVE DE UNA CIVILIZACION
Palacios, templos, monumentos de enorme valor artístico y arquitectónico,
quedaron reducidos a ruinas. Una vegetación incontrolada se extendió por
doquier, y todo lo anegó y agotó. Y, así, lo que antaño había sido lugar de culto y
boato, aparecía ahora cubierto de broza espesa, derruido e irrecuperable. En las
zonas situadas más al norte aparecería la figura de un caudillo, al que los mayas
llamaban "serpiente emplumadas", que conquistaría todos los territorios que,
hasta entonces, habían acogido en su seno a la civilización maya.
Este personaje carismático establecería en la zona de Yucatán su centro
ritual, y tanto él como su pueblo provenían del oeste de mesoamérica y se
asentarían definitivamente en los llanos y las montañas otrora refugios de los
mayas.
Los nuevos inquilinos de la zona norte del territorio, que había conocido
una civilización única, se caracterizaron porque, en lo social, su grado de
organización superaba, con mucho, a todos los demás pueblos de la zona. Y, así,
se fue consolidando la influencia de los toltecas —pues éste fue el nombre que
se dio a los nuevos pobladores—, los cuales establecieron su centro urbano en la
ciudad legendaria de Tula.
TRIBUS NOMADAS PENETRAN EN EL ALTIPLANO
Muchos otros centros urbanos crearon los toltecas pero, al igual que sus
antecesores, fueron también desplazados por otro pueblo mejor organizado o,
acaso, más belicoso que cualquier otro. En principio, ni siquiera puede hablarse
de un núcleo de pobladores propiamente dicho, puesto que se trataba más bien
de facciones tribales cuyo sistema de vida era aún el nomadismo.
Provenían del norte y penetraron en el altiplano con la intención de fundar,
en principio, pequeños núcleos de población o reinos.
De entre todas las tribus que presionaban a los toltecas, sobresale la de los
mexicas o aztecas, que fueron el último pueblo de etnia nahua que llegó a la
meseta con la intención de asentarse en este territorio y abandonar el
nomadismo.
El origen de los mexicas no está muy claro y algunos historiadores
mantienen la tesis de que provenían de los propios toltecas. Sin embargo, son
más los que afirman que su origen es desconocido. Lo cierto es que los mitos y
leyendas de estos pueblos de mesoamérica nos hablan de la permanencia de
estas tribus en la zona de mesoamérica durante más de un siglo. Nos hallamos,
además, desde el punto de vista histórico, en la denominada "época posclásica",
es decir, que ya el primer milenio de nuestra era ha sido rebasado y queda atrás.
UN LAGO TERSO POR TESTIGO
Estos pueblos de etnia nahua se asentaron en el altiplano central, sobre un
inmenso lago que, por entonces, cubría todo el valle de México. Su centro ritual
y social fue constituido en la legendaria urbe de Tenochtitlán (término que
significa "lugar en donde se halla, y crece, el nopal silvestre"), que tenía una
superficie de trece kilómetros cuadrados, aproximadamente, y albergaba a casi
doscientos mil habitantes. Además de constituirse en centro social y cultural,
Tenochtitlán recibía todos los tributos, donativos y especies —tales como
alimentos, joyas, pieles y muchos otros productos— de todas las demás ciudades
sometidas a su imperio e influencia. Era, por tanto, un centro único en el que se
realizaban numerosas transacciones mercantiles y comerciales.
Pero, en lo concerniente a su impronta mítica y ritual, baste afirmar que
Tenochtitlán no sólo disponía de palacios para sus emperadores y reyes, sino que
también albergaba en su suelo edificios para el culto: "templos habitados por los
sacerdotes y los jóvenes pertenecientes a familias pudientes, quienes recibían
una selecta formación en esos centros monástico-pedagógicos".
Aquí mismo, también se practicaba el juego de la pelota, a la que se
golpeaba con determinadas partes del cuerpo, con la intención de introducirla en
un agujero realizado en la pared lateral de la cancha. Esta se asociaba al cosmos,
la pelota en movimiento simbolizaba las órbitas de las dos luminarias y de los
planetas; todo el conjunto, por lo demás, se constituía en claro paradigma mítico
y emblemático, pues simbolizaba a esa otra cancha inmensa, situada en el cielo
y, en la que ciertos seres superiores o sobrenaturales practicaban, sirviéndose de
los astros, el juego de pelota.
EL GOBIERNO DEL MUNDO
Otros pueblos de mesoamérica, que se asentaron en lo que luego dio en
llamarse Nicaragua, consideraban a todas sus deidades inmortales y habitaban
en el espacio inmenso.
Varias leyendas populares se hacían eco de su propio mito de la creación, y
hablaban de la existencia de una deidad poderosa a la que llamaban Tamagostad
—quien vivía en compañía de la diosa Zipaltonal—, la cual había creado la
tierra y a todas las criaturas que en ella moran, por lo que también recibía el
nombre de "dios creador".
Además detentaba el gobierno del mundo y no sólo los humanos, sino
también los propios dioses, debían de cumplir las órdenes de Tamagostad; a
todos aquellos que habían seguido un buen comportamiento durante su vida, los
premiaba. Y les permitía compartir con él sus mismos lugares paradisíacos.
Había otras deidades que tenían entre sus cometidos el de ayudar a
Tamagostad, y que la población de mesoamérica asociaba a los elementos
esenciales tales como el aire, el agua y también el fuego.
Un relato de la mitología maya que algunos fenómenos naturales por
ejemplo, la erupción de un volcán, se debían a la voluntad de los dioses. Y, así,
era muy popular, y muy temida, la figura de la diosa Masaya —que moraba en
las profundidades de la Tierra y ordenaba que ésta lanzara fuego por los cráteres
de su superficie—, a la cual se atribuían las sacudidas y temblores de tierra.
También se la consideraba como el más fiel de los oráculos, puesto que sus
predicciones siempre se cumplían, y sus consejos eran seguidos con total rigor y
exactitud por parte de quienes acudían a consultarle.
LA MUJER BLANCA
Las dos luminarias, es decir, tanto la Luna como el Sol, eran consideradas
por los pueblos de mesoamérica como principales deidades, y recibían adoración
y acatamiento plenos.
Pero, en ocasiones, también surgían relatos míticos que destacaban figuras
legendarias, tales como la célebre "Mujer Blanca". El relato popular habla de
una hermosa mujer que, vestida de blanco, recorrió el espacio inmenso, y bajó
del Cielo a la Tierra. En una idílica ciudad de mesoamérica construyó, la bella
mujer, un suntuoso palacio y adornó sus paredes con estatuas que representaban
seres humanos y animales. En el centro de una recóndita, pero amplia sala, del
palacio, depositó una monumental roca, trabajada por los mejores canteros de
aquel tiempo, la cual contenía extraños dibujos e indescifrables inscripciones.
Nadie logró nunca acercarse a la Mujer Blanca, pues la piedra misteriosa le
servía de talismán y la salvaguardaba de toda agresión o ataque.
Al llegar a la vejez, la Mujer Blanca, llamó a sus tres hijos —el mito
explica que, a pesar de tener descendencia, había permanecido virgen—y
repartió entre ellos todos sus bienes. A continuación se dirigió a las más altas
torres de aquel majestuoso palacio y, como por ensalmo,desapareció en el
espacio bajo la figura de un pájaro de vuelo raudo y veloz.

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