miércoles, 3 de abril de 2019

Un poco de mitología comparada

Son duendes y hadas.
Quienquiera que les hable muere al instante.
Cerremos los ojos y echémonos boca abajo.
Ningún hombre puede sorprender sus juegos.
SHAKESPEARE:
Las alegres comadres de Windsor

EN TODOS LOS PAÍSES CUECEN HABAS

E11
Un poco de mitología comparada
Son duendes y hadas.
Quienquiera que les hable muere al instante.
Cerremos los ojos y echémonos boca abajo.
Ningún hombre puede sorprender sus juegos.
SHAKESPEARE:
Las alegres comadres de Windsor
EN TODOS LOS PAÍSES CUECEN HABAS
n la elaboración de este libro, al intentar dar una clasificación coherente sobre
los distintos duendes aquí presentados, nos dimos cuenta que solamente con los
pocos datos suministrados por los escasos investigadores y folcloristas que han
hablado y escrito sobre duendes españoles, quedaban amplias y oscuras lagunas por
cubrir, por no hablar de los muchos aspectos contradictorios que surgían de unas
leyendas a otras, a veces insolubles. Decidimos, por ello, acudir al vasto campo de la
mitología del resto de Europa, a pesar de que éramos conscientes que su
investigación se convertía en más prolija, exhaustiva y mastodóntica de lo que ya era
en un principio, pero la verdad es que este estudio comparativo valió la pena, por
cuanto comprobamos varios factores importantes que, resumidos, son los siguientes:
Ciertamente, y tal como era nuestro primer objetivo, se lograban rellenar ciertas lagunas en cuanto a la
manera de comportarse los duendes y en cuanto a las conclusiones de ciertas teorías que, de otra forma,
no tendrían explicación más o menos lógica.
Comprobamos que, prácticamente, todos los duendes que aparecen en nuestro territorio tienen un
equivalente en los países europeos, así ocurre con el trasgo, el follet, el tardo, el sumicio, el frailecillo,
etcétera.
Por último, nos dimos cuenta, con cierta sorpresa, que las fuentes españolas de las que hemos bebido,
complementaban e incluso ayudaban a una mejor comprensión de otros personajes míticos europeos, en
cuyas recopilaciones efectuadas hasta el momento, siempre han dejado de lado, por ignorancia la mayor
parte de las veces, las leyendas y el folclore español.
También en Europa, los duendes, trasgos o follets presentan características y
travesuras similares, con la única y comprensible diferencia de su nombre, pues en
estos países son denominados genéricamente como elfos e incluso hadas, aunque de
género masculino. Una de las menciones más antiguas que se conocen sobre ellos nos
la proporciona el irlandés Gervasio de Tilbury en el siglo XIII, diciendo que son
enemigos de la pereza, por lo que sólo ayudan a gente habilidosa y activa. Los elfos
han sido considerados como una poderosa raza, cuyos miembros son los sucesores de
las antiguas divinidades paganas y residentes, en su gran mayoría, en los reinos
subterráneos, los mares o en las islas míticas.
A modo de glosario duendil y mitología comparada, exponemos, breve y
condensadamente, una lista de estos pequeños seres que abundan en el resto de
Europa, muchos de los cuales tienen sus equivalentes con los nuestros:
En las Islas Británicas

En Irlanda, al duendecillo zapatero se le llama Leprechaum. Su aspecto físico lo delata, es regordete con
cara arrugada de viejo, la nariz roja y la piel de color gris. Lleva sombrero rojo de tres picos. Le gusta
fumar en pipa y beber whisky. Suele vivir en viejos castillos o caserones abandonados. El Leprechaun
—cuyo nombre significa zapatero de un sólo zapato— es el zapatero de las hadas, arreglando el calzado
destrozado por los bailes y las fiestas, y siempre se le ve con un zapato, nunca con dos, en tan particular
taller, ubicado debajo de una seta. Como ocurre con los Tánganos, también el Leprechaum custodia los
tesoros de las hadas, consistente, sobre todo, en oro. Durante la noche, este duende se transforma y se
convierte en el turbulento Cluricaun, emborrachándose en las bodegas y usando como cabalgaduras a
perros y ovejas. Otro de los duendes que habita la isla es el «Phouka», que adopta diversas formas de
animales. Y el duende vagabundo llamado «Far Darrig», cuyo nombre significa hombre rojo, ya que
lleva un gorro, ropa y capa de ese mismo color. Se dice que rehuirlo trae mala suerte. Es útil su consejo
para los seres humanos que están cautivos de las hadas, ya que con su ayuda pueden escapar de ese
mundo feérico.
En Inglaterra se le llama Puck, y precisamente este duendecillo travieso es el que utiliza William
Shakespeare para su obra Sueño de una noche de verano, haciéndole proferir su ya famosa exclamación:
¡Señor, qué necios son los mortales! Puck es el bufón del reino feérico, se burla de los humanos,
extraviándolos por los caminos, levantando manteles, retirando la silla cuando alguien está a punto de
sentarse, etc., aunque más que un duende está considerado un elfo de los bosques con esporádicas
intrusiones en los hogares humanos.
En la zona de Cornualles a estos elfos se les llama Pixies, los cuales viven en cualquier sitio, desde
cuevas, setas, bajo las piedras, y en hogares humanos… son pelirrojos y suelen ir desnudos o, a lo más,
con harapos. Se cree que son las traviesas almas de los niños sin bautizar. Una de sus actividades
favoritas es transformarse en hierba encantada, de tal manera que cuando un humano la pisa le hacen
extraviarse. En las casas agrian el vino, derraman la leche, esconden las cosas, aunque también pueden
mostrarse afables con las personas, ordeñando las vacas, hilando y tejiendo por las noches, pero con una
particularidad: no vuelven a trabajar si se les ofrece ropa u otra recompensa que no sea pan, queso o
agua, como ocurre con nuestros «frailecillos» extremeños y andaluces, así como con los follets
levantinos.
En Escocia es el Brownie o el Boggarts, según sea pacífico o malévolo. Y también el llamado Gorro
Rojo o el Pintón que vaga por los castillos antiguos de Escocia, tiñendo su gorro con sangre humana, y
para ello lanza enormes piedras sobre los caminantes para herirlos y empapar así su gorro en las gotas
de sangre derramadas.
En la isla de Man es el Fenoderee, solitario, peludo, feo y de gran fortaleza.
En Gales es el Pwca, que corresponde al Puck inglés y al Phouka irlandés. Le gusta transformarse en

animales y sólo es visible en el mes de noviembre.

En Alemania
En Baviera es el Kobold, con aspecto de viejecito. Éstos son conocidos como los más antiguos duendes
domésticos, sobre todo en Alemania y en el norte de Europa (Suecia y Dinamarca). Su piel es de color
verde o gris oscuro. Originalmente vivían en los árboles pero fueron tallados como muñecos —al igual
que el Pinocha de Collodi— dentro de los cuales permanecía el espíritu, siendo forzados a trabajar en
las casas de los hombres. Después acabaron ellos mismos por escoger sus propios hogares y amos. Se
acostumbraron de tal forma a la vida hogareña que ya es muy difícil echarlos. Decían que sólo se
alimentaban de leche corrompida, y vengaban el olvido de alimentarlos con rotura de cacharros de barro
o esparciendo una densa humareda en el hogar.
En Bohemia son los Duls.
En otras zonas se les llama Klabber, Kurd Chimgen y Wichtel, sobre todo en Alemania del sur y
Australia. Los Wichtel tienen una energía inagotable, son muy trabajadores y, a cambio, se contentan
con una sencilla comida que les suministre la familia para la cual trabajan. Pueden, además, predecir el
futuro y dar valiosos consejos. No dejan la casa de forma voluntaria a no ser que le ofrezcan prendas de
vestir, porque entonces, como ocurre con los Pixies ingleses o nuestros frailecillos y follets, se
marcharán enfurecidos y pueden traer desgracia sobre la familia. A ningún duende le gusta que le
ofrezcan prendas de vestir (desconocemos el porqué lo consideran tan gran ofensa, a no ser que los
tejidos de los humanos tengan alguna incompatibilidad alérgica con su piel, aunque, sin embargo, no

hacen ascos a nuestros alimentos).

En Suiza
El Troll y Servan.

En Escandinavia
En el Edda (manuscrito de la antigua literatura escandinava) se distingue dos clases de entes diminutos
invisibles:
Blancos o liosafar, que son una especie de genios luminosos, benéficos, que viven sobre la
tierra (se pueden considerar como duendes).
Negros o dockalfas, genios tenebrosos, maléficos, que viven bajo la tierra (se pueden
considerar como los enanos).


En Noruega se llaman Berith o Bonasses, y suelen cuidar de los caballos; también son llamados Gillets.
En Suecia reciben el nombre de Tomse o Nisasart.

En Dinamarca
Se llama Nis. Enrique Reine nos cuenta, por poner un ejemplo, el caso de un hombre de la península
danesa de Jutlandia que, no pudiendo aguantar al duende de su casa, decidió mudarse. Cargó en su
carretón todo su ajuar y al llegar a otra aldea y disponerse a bajar los enseres ve asomar el gorrete del

trasgo local y se oyó una voz que le dijo:

—¿Con que nos mudamos, eh?
Esa manía de mudarse con el dueño de la casa, no es sólo propia de Asturias,
Cantabria y resto de las regiones, sino que es algo consustancial, diríamos que
genético, en el duende de todas las partes del mundo.

En Portugal
Se llama Strago o demonio da máo furada, minusvalía que también tienen nuestros follets y la mayoría
de los trasgos.
En Holanda
Se llama Frodiken.
En Italia
Tienen al Farfarelli y folleti, pero el nombre popular más común que en este país se da al trasgo es el de
Monachicchio, que significa monaguillo, por ser de esta manera como se suele manifestar.
En Francia
En Normandía son los Gobelines o Gobelinos (derivado de los «goblins» galeses), pero en Francia
también se da el nombre de Gobelin a los aparecidos, espectros o fantasmas.
En la zona del macizo montañoso de los Vos gas se llaman Sotré.
En otras zonas son llamados follets, aunque también se le suele llamar Farfadet (nombre éste que
significa espíritu loco) y Lutins.
En Auvernia a sus duendes domésticos locales les llaman Dras.
En ciertas regiones de los Alpes y las montañas de Jura reciben el nombre de Fouletet.

MAS COINCIDENCIAS QUE DIFERENCIAS

Con la palabra Lutins se designa a la familia de los duendes domésticos en Francia,
así como en Gran Bretaña, su nombre genérico suele ser el de elfos o goblins, y en
España el de trasgos (aunque nosotros los designemos más extensamente como
duendes domésticos).
El investigador Paul Sévillot, sólo en la Bretaña Inferior, encontró y catalogó
cincuenta nombres distintos para los lutins (duendes) y las korrigans (hadas). Por
nuestra parte, hemos encontrado en España más de cincuenta denominaciones
referidas a los duendes, y otras tantas referidas a las hadas tan sólo en la mitad norte.
En el idioma francés ha sobrevivido el verbo «lutiner», que significa «portarse
como un lutín», es decir, molestar con diabluras o travesuras, algo similar a la
castellana palabra de trastadas o trasnadas derivadas de los quehaceres del trasgo o
del trasno.
Hasta el año 1850 sobrevivió en Francia la raza de lutins en la región de Poitou
(zona predilecta en avistamientos OVNIS), los cuales eran conocidos con el nombre de
farfadets o fadets, caracterizados por ser hombrecillos muy negros y peludos que de
día permanecían ocultos en sus cuevas y de noche se acercaban a las alquerías para
gastar bromas a las campesinas tirando de sus cofias, ocultándoles las agujas,
etcétera.
Muchos vivieron en La Boulardiere, localidad próxima a Terver, en túneles
subterráneos que ellos mismos habían excavado. Se decía que vivían cerca de las
aguas estancadas, en cuevas montañosas, en dólmenes y menhires, zonas de especial
predilección de los «elementales», como ocurre igualmente en España.
En Bretaña, acompañando a los korrigans están las fions, una raza de enanos que
sólo pueden ser vistos en el crepúsculo o de noche, llevando algunos de ellos una
antorcha parecida a una vela funeraria galesa. Sus espadas son del tamaño y estilo de
los alfileres (como los que usan nuestros tardos). Su cuerpo sería oscuro y estaría
cubierto de negra pelambrera, pelusilla, con voz cascada y ojillos negros y
centelleantes (todos nuestros trasgos y follets los tienen, con la salvedad del trasgo
cántabro al que describen con ojos verdes).
Sabemos que en la gran familia de los duendes, muchos de sus miembros tienen

acreditada una doble personalidad, bastante preocupante y desconcertante para
nosotros, como ocurría con los cinematográficos y perversos Gremlins. Hemos visto
que en Irlanda alardean de un duendecillo regordete y simpaticón llamado
«Leprechaum» (el zapatero de un solo zapato) pero que durante la noche se
transforma en el turbulento y borracho «Cluricaum». En Escocia tienen al pacífico y
benéfico «Brownie», los cuales, si eran maltratados y molestados, se convertían en
«Boggarts», duendes malévolos con larga y afilada nariz.
En España ocurre lo mismo con otro de nuestros duendes, el trasgo, que hace
innumerables trastadas sin malicia aparente, pero que tiene como molesta y peligrosa
variedad al «tardo», o tal vez sea el mismo metamorfoseado, muy peludo, con ojos
centelleantes negros y armado con espadas, que se dedica por las noches a crear
pesadillas a los durmientes, como hacían los elfos e íncubos de la época medieval.
Incluso nuestro trasgo asturiano y nuestro follet catalán, con su correspondiente
agujero en la mano izquierda, tienen su equivalente en Portugal con el «Strago» o el
«demonio da máo furada». El barruguet lascivo que busca mediante engaños cortejar
a una mujer humana, tiene su epígono en el «fenoderee» de la británica isla de Man,
que fue desterrado de la corte feérica por intentar abusar de una mortal. Y, por
supuesto, la tendencia generalizada que tienen casi todos los duendes del mundo de
seguir a los dueños de la casa allí a donde vayan y nuestros duendes domésticos, en
este sentido, no son nada originales.
Por último, indicar que, por lo general, a los elementales les desagrada que se les
llame por sus auténticos nombres, de ahí que sea tan frecuente utilizar apelativos
cariñosos como «la buena gente», «doncellas», «gente diminuta», «los bien nacidos»,
etc., tomándose muchas más precauciones con los Seres femeninos de la naturaleza
(hadas) que con los masculinos, y esta tradición está menos arraigada en España que,
por ejemplo, en Irlanda o en Escocia, hasta el punto que una poesía de R. Chambers,
incluida en sus Rimas populares de Escocia dice:
Cuando me llames elfo o diablo,
mejor mírate a ti mismo.
Cuando me llames duende o hado,
no te haré ningún favor.
Cuando me llames buen vecino,
buen vecino yo seré,
y si me llamas mágico ser,
un buen amigo siempre seré.
Moraleja: tiene nombre todo aquello que existe, pero hay nombres tan vinculados
a la esencia del propio ser —y esto lo sabían muy bien los antiguos egipcios— que no
son convenientes invocar bajo ningún concepto.
LOS BROWNIES QUE VIO HODSON

Hacemos referencia a este caso sencillamente porque Geofrey Hodson estaba
considerado como uno de los mejores clarividentes de la Inglaterra de primeros de
siglo, autor de un libro, que es un clásico de estos temas, titulado Fairies at Work and
Play (Hadas, su mundo y sus juegos), donde cuenta que ha visto y hablado con
gnomos, duendes, elfos, hadas, etc., varias veces en su vida y en distintos lugares del
mundo.
Cuando se refiere a los brownies, duendecillos domésticos de Escocia, de unos 20
centímetros de altura, que se dedican con preferencia a las labores agrícolas, Hodson
escribe:
Durante algunas semanas, mi esposa y yo estuvimos enterados de la presencia de un espíritu-genio de
la familia brownie en nuestra casa. Primero, lo observamos en un estante de la cocina y más adelante en el
vestíbulo y el saloncito. En aspecto y conocimientos se diferencia bastante de los brownies labradores a los
que ya había visto en algunas ocasiones. Una tarde entró en el salón a través de la puerta cerrada y empezó
a saltar y bailar por la habitación, y fue precisamente el rápido destello luminoso que acompaña sus
movimientos lo que atrajo mi atención. Intuí que aquellos velocísimos movimientos expresaban su
contento ante mi regreso después de una ausencia de tres días. Evidentemente, se consideraba un miembro
de la familia, y hasta creo que él nos ha adoptado. Mide unos 20 centímetros de alto, lleva un gorro cónico
de color marrón, inclinado graciosamente a un lado de la cabeza. Su tez no está arrugada y ofrece un bello
color sonrosado, mientras que sus ojos castaños son redondos y muy brillantes. El cuello es quizá
demasiado largo y delgado en proporción al resto de su cuerpo. Viste una prenda semejante a una toga
corta, ajustada al cuerpo, polainas y medías de color marrón, con botas altas. Es un genio muy familiar y
amistoso y está claro que cuida de nosotros, aunque se deje ver en muy contadas ocasiones. Sospecho que
su verdadero domicilio es la cocina y que le entusiasma la vista de esos utensilios tan limpios y
relucientes. Al parecer, es un genio solitario, sin parientes ni allegados de ninguna clase.
Es obvio que le complace nuestra compañía y que en casa tiene todo lo que necesita para ser feliz.
Posee una inteligencia limitada, tal vez como la de un chiquillo de seis o siete años, pero su instinto es tan
grande como el de los animales. Sé que muchas veces está quedamente sentado en un rincón,
contemplándonos a mi esposa y a mí con sumo agrado. Conoce nuestras idas y venidas, y se entristece si
dejo la casa unos días para atender a mis numerosas obligaciones. En resumen, se ha convertido en un
miembro más de la familia y, como no nos molesta en absoluto, hemos acabado por considerarle de esta
manera.
Recordemos que brown en inglés significa marrón, y de aquí ha tomado su
nombre, por la apariencia con la que suele manifestarse. Según cuenta Borges, el
escritor Robert Louis Stevenson tenía adiestrado a sus brownies en el particular oficio
literario, inspirándole a éste, cuando estaba soñando, algunos temas fantásticos como
el de la famosa transformación del doctor Jekyll en el diabólico señor Hyde,
curiosamente un tema al que son muy aficionados los duendes, pues éstos ejercitan a
la perfección este arte, transformándose con mucha facilidad en otros personajes,
sobre todo en animales domésticos, pájaros y ganado vacuno…
LOS FARFADETS QUE MARTIRIZARON A BERBIGUIER
En las antípodas de los serviciales brownies de Hodson están los maléficos farfadets
de Berbiguier, a los cuales habría que incluir, si en vez de vivir en Francia lo hubieran
hecho en España, en el capítulo de «Los duendes dañinos de dormitorio».
La vida de Berbiguier es la historia de un hombre atormentado hasta sus últimos
días por los innumerables farfadets que tenía en su casa y que le perseguían a todas
partes. En 1821 vieron la luz tres volúmenes de una obra titulada Los duendes o todos
los demonios no son del otro mundo, escrito por este hombre al que no sabemos
dónde encuadrarlo: si como loco de atar, visionario, alucinado o víctima. Él mismo
sale al paso de estas acusaciones que le obsesionan: «No, no estoy loco. Vosotros, los
que vais a leerme, no me acuséis de locura».
Guy Bechtel no ahorra calificativos al referirse a la obra de marras: «He aquí uno
de los más extraordinarios libros que hayan sido escritos: la autobiografía de un
hombre que en 1400 páginas cuenta sin una sonrisa cómo durante más de 20 años
estuvo expuesto a la persecución de malintencionados duendes. Éste es también un
libro doblemente maldito: porque el autor fue despreciado por sus semejantes, que lo
rechazaron como loco, y porque se pretende que ese mismo hombre, al final de su
vida, intentó comprar todas sus obras para destruirlas».
Desgraciadamente, este libro aún no ha sido traducido ni publicado en España, lo
cual no es óbice para saber lo que Berbiguier cuenta con todo lujo de detalles sobre
las continuas batallas que mantenía con estos seres invisibles que sólo él veía. Si
llovía, tronaba, su gato aparecía muerto o un barco naufragaba, es que se trataba de la
acción perversa de los farfadets. «Cuando escuchéis el menor ruido en vuestra casa,
encontréis las más insignificantes cosas fuera de sus lugares habituales, sintáis la más
ligera incomodidad o la más débil contrariedad sea en el interior o en el exterior de
vuestra casa, estad seguros de que todas estas cosas son obras de Belcebú».
Berbiguier asoció a sus farfadets con seres nocivos, malvados demoniacos,
perseguidores de hombres, animales y consechas, así como enemigos de Dios.
Ideó varios sistemas para luchar y acabar con ellos. Uno de los mejores antídotos,
según él, era pinchar con alfileres el corazón de un buey que luego se hervía. «Este
gasto no es grande —escribía— debido al efecto saludable que de él resulta». Otras
veces se pinchaba él mismo con alfileres por todo el cuerpo mientras gritaba: «¡Por
más que te resistas y me muestres las garras, irás al pote con los otros. Canalla.
Maldito!», de esta manera creía ensartar y matar a los farfadets.
Berbiguier, a veces, lograba apoderarse de alguno de estos seres vivos,
encerrándolos en una botella-cárcel llena de una infusión de tabaco, pimienta y otras
hierbas aromáticas. El remedio que parecía más eficaz era el tabaco, que él
consideraba «antifarfadeano», asegurando que «los monstruos caían en abundancia
como moscas cegados por el tabaco», pero no porque temieran al humo de esta
planta, sino porque les gustaba con pasión y se embriagaban con él, consiguiendo así
que, gracias a su aturdimiento, pudieran ser derrotados con más facilidad. Este
extraño personaje murió solo, soltero, desquiciado y en un año incierto. Unos dicen
que en 1834 y otros en 1860. Lo único cierto es que murió totalmente convencido de
que los farfadets le amargaron y persiguieron durante toda su vida.
LOS TRASGOS DE TOLKIEN
No nos resistimos a exponer, por último, lo que opinaba J. R. R. Tolkien de los
trasgos, vistos desde su particular visión, creador de todo un complejo y elaborado
mundo mitológico —que dio lugar a obras como El Hobbit, El señor de los anillos o
el Silmarillion— en el cual incluyó tanto a criaturas fantásticas tomadas de las
leyendas británicas, que él conocía muy bien, como a otras de su propia invención,
pero recreadas de forma magistral. Pues bien, Tolkien se separó de la imagen
simpática que sobre los trasgos tenemos en España y en el resto de Europa, diciendo
que eran seres moradores de la oscuridad, engendrados con viles propósitos, que en
épocas anteriores eran conocidos como Orcos. Su sangre era negra, ojos
efervescentes, inyectados en rojo, y, aunque ahora se limiten a efectuar inofensivas
travesuras en las casas, hubo un tiempo en que eran una raza dedicada a empresas
tiránicas de gran magnitud, sobre todo en la época de la Tierra Media, cuando todavía
no tenían miedo a la luz…

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