Una de las deidades celestes más conocidas, por su popularidad, es
Selene/Luna. Se la considera, junto con Helios/Sol, una luminaria. Fue
engendrada por Tea, la titánide que se prendó de Hiperión y concibió, además, a
Helios/Sol y a la Aurora/Eos. Existen, no obstante, algunas versiones que
explican que fue Basilea —otra de las titánides, hermana de Tea, y
reencarnación de lo real, puesto que el mismo vocablo "Basilea" significa
literalmente "Reina"— la verdadera madre de las dos luminarias, y las concibió
después de prendarse de Hiperión y yacer con el.
También hubo ocasiones en las que a Selene se la identificó con
Artemisa/Diana y con una titánide de nombre Febe, que personificaba el fulgor
y el brillo.
La importancia de Selene se debe a que siempre se hallaba presente cuando
se celebraban rituales relacionados con el mundo mágico y esotérico. También
se la invocaba, según la tradición más antigua, a la hora de dar a luz y en todo el
proceso relacionado con el embarazo. Además, aparecía con regularidad
asociada a determinado ritual mágico y de tipo esotérico; la luz que irradiaba
Selene iluminaba los objetos como en penumbra y, bajo su amparo se llevaban a
cabo sortilegios y conjuros, amores y odios. En su significación emblemática se
ha querido ver, a través de los tiempos, un contenido dependiente de aspectos
sensibles y en los que resaltaría lo afectivo. Acaso por ello, Selene aparece, en
ocasiones, relacionada con medios bucólicos, con efebos y pastores. De entre
éstos, sobresaldrá Endimión, cuya leyenda ha pervivido hasta nuestros días.
UNA HISTORIA DE AMOR
Suele hablarse de la majestuosidad de Selene y de cómo viajaba en su
reluciente carro, tirado por indómitos corceles, a través del Cosmos inmenso.
Solía acompañarse de sus amores, que unas veces compartía con Zeus —el
propio rey del Olimpo— y otras con el dios Pan, que habitaba en la mítica
región de Arcadia.
Selene era representada siempre llena de hermosura, belleza y juventud y,
acaso entre todos sus amores, destaque su idilio con el efebo Endimión. Cuentan
las crónicas que éste era un pastor que apacentaba sus rebaños en el legendario
monte Latmo. Como Selene, que viajaba por todos lados con su reluciente carro,
lo descubriera en cierta ocasión, quedó tan prendada de su hermosura que rogó
al rey del Olimpo le fuera concedido al muchacho cualquier deseo que solicitara.
Sabedor Endimión de tan bellos propósitos, y una vez que le fue preguntado cuál
sería su más ardiente deseo, decidió pedir a Zeus que le permitiese permanecer
eternamente joven, y que apartara de él la vejez; pero, al propio tiempo, rogaba
que su estado fuera un permanente sueño en el que sólo conservara abiertos sus
ojos para, así, poder contemplar siempre a su amada Selene. Todos sus deseos le
fueron concedidos a Endimión y, desde entonces, Selene le visitaba todas las
noches, y con él yacía en la hondura apacible de los bosques del monte Latmo.
Cuentan los narradores de mitos que la descendencia de Selene y Endimión fue
numerosa, al parecer tuvieron más de cincuenta hijas. Existen otras versiones
acerca del mito de Endimión que explican que éste no fue un pastor, sino un
sabio que vivió en la región de Caria y pasaba las noches en la cima del monte
observando a los astros y sus movimientos.
Los autores clásicos como, por ejemplo, Virgilio, nos hablan de los amores
de Selene con el dios Pan, en términos idílicos y líricos: "Gracias la regalo que
te hizo de un vellocino blanco como la nieve, Pan, el dios de la Arcadia, te
sedujo, ¡oh Luna! Te sedujo llamándote para que fueses al fondo de los bosques.
Y tú no desdeñaste a aquel que te llamaba".
ELEMENTO DEL MUNDO VISIBLE
No faltan alusiones, en la historia del mito, referidas a Selene/Luna, que la
asocien con los elementos de aquello que los antiguos denominaban "elementos
del mundo visible". Hesíodo, por ejemplo, en su obra "Teogonía" cita tales
elementos: Urano, Ponto, Eter, Montañas, Estrellas, Ríos...
Acaso de todos los elementos enunciados, sea Urano el más cargado de
connotaciones míticas. Cuentan las leyendas que se le tenía por la
personificación del cielo y que de él nacería la Tierra. Pues Urano aporta el
elemento masculino y fecundante, mientras que la Tierra misma contiene el
elemento femenino y fecundado. De la unión de ambos nacerán los Titanes, los
Cíclopes, las Musas, Pan...
Urano no quería tener descendencia, por miedo a ser desplazado de sus
dominios, y, mientras pudo, mantuvo ocultos, casi como prisioneros, a todos sus
descendientes más directos. Obligó a Gea/Tierra a retenerlos en su vientre y a
que no vieran la luz del día. Sin embargo, y a causa de una desavenencia entre
ambos, Gea/Tierra permitió que salieran y se unió a ellos para luchar contra
Urano. Cuentan las leyendas que Cronos, sirviéndose de una hoz fabricada con
diamantes que le entregó su madre, mutiló de tal forma a Urano —le cortó los
órganos genitales y los arrojó al mar— que, al momento, la sangre de éste regó
la Tierra y así tuvo lugar el nacimiento de las Erinnias, los Gigantes, los
Cíclopes... La parte arrojada al mar formaría una espuma de la que nacería la
diosa del amor, la bella Afrodita/Venus.
PONTO
Se le tenía como la personificación del mar, era como un camino
imaginario en el Océano conocido, por lo demás, por todos los marineros y
navegantes. Aparecía las más de las veces pleno de olas gigantescas y poderosas
y, al propio tiempo, mostraba sus profundidades abisales e insondables.
Además de Ponto, también formaba parte de los elementos del mundo
visible, el Eter. Por lo general, al Eter no se le conoce leyenda propia, pero todos
los narradores de mitos lo asocian a esa porción de espacio superior que
envuelve la inmensidad del cosmos. Se le reconoce como dador de vida de las
denominadas "abstracciones”. Y, así, sería el progenitor de la Venganza, la
Astucia, el Terror, la Verdad, la Mentira, el Orgullo, la Ira...
En cuanto a las Montañas, Estrellas y Ríos, como elementos del mundo
visible, puede afirmarse que forman parte esencial de la mitología. Baste hablar,
al respecto, del Olimpo, asentado en la cima de la más utópica de las Montañas,
del monte Cirene, de las Montañas de la región fabulosa de Arcadia, los montes
de Nisa, poblados de hermosas ninfas, etc. De las Estrellas, todos los narradores
de mitos hablan y las reconocen y nombran; recordemos a las Pléyades y a su
perseguidor Orión, por ejemplo. Los Ríos forman parte, ya, de toda
personificación mítica y la lista de tales elementos del mundo visible sería
interminable. Baste recordar algunos, como el Aqueronte, el Stix — también
conocido popularmente con el nombre de laguna Estigia— y el río de los
Gemidos.
SELENE ES LA LUNA PARA LOS ROMANOS
Los clásicos romanos consideraban a Selene/Luna como una deidad y, su
culto, fue introducido en tiempos de Zatius, rey de los rabinos. Cuentan las
narraciones de la época que este monarca declaró la guerra a los romanos
cuando éstos raptaron a las mujeres sabinas; se trata del legendario episodio
conocido como el "rapto de las sabinas".
El ritual utilizado por los romanos para adorar a una luminaria como la
Luna no fue copiado de pueblo alguno anterior a ellos, lo que prueba su
originalidad. Sin embargo, y con el transcurso del tiempo, el culto a la diosa fue
debilitándose. La misma Luna, en cuanto deidad, fue confundiéndose, hasta
llegar a identificarse, con deidades de la categoría de Artemisa/Diana.
Todo ello indica, cuando menos, que interesó más Selene/Luna como astro
que como deidad merecedora de culto. Y, así, el culto a la Luna, en cuanto
luminaria, fue descrito por el propio Virgilio que, además, se ocupó de describir
los eclipses y fases lunares. Se la denominaba con el epíteto "Noctiluca" que
significaba "la que luce durante la noche" y, por lo demás, tenía erigidos templos
en el Palatino y en el Aventino. Los ciudadanos se turnaban para atender el culto
de la luminaria Luna, y tenían la obligación de cuidar que el candil que ardía en
el interior de los citados templos mantuviera su llama avivada siempre. La
tradición popular explica que los templos consagrados a la Luna no tenían que
estar recubiertos, sino a cielo abierto. De este modo, podía hacerse visible la
luminaria todas las noches y, al propio tiempo, comprobar que en los templos
levantados en su honor seguía alumbrando la llama vivificadora.
SELENE/LUNA EN EL ARTE
Por lo general, la iconografía romana careció de originalidad respecto a las
distintas representaciones que, ya desde antiguo, venían haciéndose de
Selene/Luna. Esto quiere decir, en un primer acercamiento, que los romanos
aceptaron, cuando no plagiaron, todas las formas artísticas más conocidas, y que
los griegos habían ideado, de la luminaria que estamos reseñando.
La tradición clásica comenzó a representar al astro en cuestión en forma de
media Luna. Para muchos de los narradores de mitos —entre los que podríamos
citar a Homero— la Luna era únicamente una luminariado fabricado por
Hefesto/Vulcano.
En ocasiones, las imágenes que se han representado en el ágora griega
tenían en su cabeza una media luna. En la época helenística era costumbre hacer
aparecer a la diosa Artemisa/Diana con una media luna, lo cual indicaba que
Selene/Luna era uno de sus atributos esenciales.
En la mítica región de Arcadia existía, ya desde tiempos inmemoriales, la
costumbre de rendir culto a Selene; no había cueva o gruta habitadas que no
tuvieran en su interior una representación de la luminaria de marras.
Lugares hubo, también, que contaron con altares de mármol para rendir
culto a la deidad de Selene. En el puerto de Laconia, por ejemplo, aparecieron
inscripciones que daban cuenta, una vez descifradas, de la existencia de
sacerdotes dedicados al culto de Selene.
En algunas ciudades griegas se practicaban rituales consistentes en hacer
libaciones de agua pura y comer pan en forma de media luna. También, en la
época clásica, existía una tradición muy arraigada entre los enamorados, quienes
evocaban a la Luna en cuanto tenían dificultades con su pareja.
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