lunes, 1 de abril de 2019

HELIOS/SOL

Acaso la deidad más importante, al menos desde una perspectiva simbólica,
de entre todas las deidades celestes y del cosmos, sea Helios/Sol.
Desde los primeros tiempos se ha adorado al Sol y se le ha reconocido
como deidad de la luz y de la claridad. Sin embargo, entre los pueblos de la
época clásica se le reconocía más como astro que como deidad. En todo caso,
siempre sería considerado como una divinidad secundaria. Los griegos, por
ejemplo, lo identificaron con el dios Apolo y, por lo mismo, apenas le
concedieron importancia en solitario. Sin embargo, existe una excepción al
respecto, la isla de Rodas. Esta era denominada con el epíteto de "Isla del Sol" y,
en su territorio, se le ofrecía culto con cierta regularidad. Los narradores de
mitos se referían al Sol con frecuencia y hablaban del camino que recorría desde
que, al despuntar el alba, salía, hasta que se ponía y llegaba la noche. Pero, sin
embargo, nunca supieron dar razones claras del porqué de los hechos apuntados.
Se preguntaban acerca del paso del Sol, después de cada noche, hacia la luz. Del
camino que le llevaba de occidente a oriente. Y se llegaron a confeccionar
verdaderas fábulas que intentaban explicar, de manera ciertamente bastante
lírica, los hechos.
UN LECHO DE ORO
Se decía, por ejemplo, que Helios/Sol recorría aquel extraño camino
recostado en una barca que contenía un lecho de oro con alas fabricado por el
mismísimo Hefesto. Allí se recostaba cuando ya el día tocaba a su fin y, mientras
dormía, era transportado desde occidente hasta oriente. En su camino atravesaba
por un hermoso país habitado por hombres piadosos y buenos que siempre
tenían cerca al Sol —incluso en invierno los acompañaba— y, por eso mismo, se
les conocía con el epíteto de los "Etiópicos", voz que significa "quemados por el
Sol". Cuentan las leyendas que esta especie de hombres era la más querida por
todos los dioses y que siempre se hallaban presentes en festines y banquetes, lo
cual era símbolo de abundancia y fecundidad. Así, se asociaba a Helios/Sol con
la fertilidad y la fecundidad, pues de él provenían la luz y el calor necesarios
para que la tierra dejara de ser yerma y se nutriera y vivificara.
También Helios/Sol era reconocido por los clásicos como una deidad que
todo lo veía desde su privilegiada situación. Homero lo llamaba el vigilante de
los dioses y de los hombres. Recordase, al respecto, el relato mítico de Ares y
Afrodita, cómo Helios vio que se amaban y se lo comunicó a Hefesto —esposo
de la diosa—, de lo cual ha quedado constancia en la iconografía de algunos
afamados artistas, tales como Velázquez, por ejemplo, que muestra la fuerza del
mito aludido en la "Fragua de Vulcano".
GOTAS DE AMBAR
Helios/Sol engendró, junto con la oceánide Clímene, al joven Faetón,
quien, según la tradición, fue criado por los humanos. De este modo, llegó a
creer que era hijo del rey etíope que le había acogido bajo su protección y que se
había casado con Clímene, madre de Faetón. Pero, ésta, en cuanto su hijo se hizo
mayor, le explicó que su verdadero padre era Helios/Sol. El joven exigió una
prueba palpable que avalara la revelación salida de la boca de su madre.
Entonces, ésta, le aconsejó que visitara al propio Helios/Sol y le preguntara él
mismo acerca de la identidad de su verdadero progenitor. Así lo hizo el
muchacho y, ni corto ni perezoso, se encaminó hacia los dominios de Helios/Sol,
quien le recibió con cariño paterno y, para mostrarle que era su padre, accedió a
todos los caprichos del joven. Este le pidió únicamente que le permitiera
conducir su mítico carro —el "Carro del Sol"— durante un día, a lo que accedió
Helios/Sol. Faetón subió tan arriba, que se asustó al ver los signos del Zodiaco y
perdió el dominio de los caballos. Entonces se acercó demasiado al cielo y una
parte del Cosmos quedó abrasada. Según algunas leyendas, así se formó la Vía
Láctea. A continuación, Faetón se acercó demasiado a la Tierra, con lo que se
corría el peligro de desecación y, además, algunos de sus habitantes vieron
volverse su piel de color oscuro. Para prevenir mayores males, el rey del Olimpo
envió uno de sus mortíferos rayos contra el desdichado e inexperto joven. Este
fue precipitado a las aguas del río Erídano y sus hermanas rescataron su cuerpo
y lloraron abundantemente; la leyenda relata que sus lágrimas se convirtieron en
gotas de ámbar.
Después de la muerte de Faetón, su padre, Helios/Sol, quedó tan apenado
que, al decir de Ovidio, "empalideció. Y todo el universo hubo de conllevar su
pena. Clímene, enloquecida, se echó a buscar los restos amados salidos de sus
entrañas, y al hallarlos por fin, tirada sobre la tumba, cubierta de lágrimas, noche
y día dejaba pasar llamándole monótona, quejumbrosamente (...) Al triste
Helios/Sol le fueron rodeando todos los dioses, quienes le rogaban volviera a su
cotidiano oficio, alumbrando el mundo sumido en tinieblas".
Se dice que durante mucho tiempo el mundo permaneció en la más
completa oscuridad, pues Helios/Sol renegaba de ser Sol, deseando únicamente
poder lamentarse: "Mi existencia —clamaba— no ha podido ser más agitada
desde que existe el universo. Jamás cesé en mi trabajo y jamás fui
recompensado. Si nadie quiere mi carga, debe el mismo Zeus/Júpiter guiar mi
carro, que puede ser oficio menos cruel que el de privar de sus hijos a los padres.
Cuando él se dé cuenta de todo lo trabajoso que resulta conducir mis caballos, es
fácil que se sienta movido por mayor misericordia".
Las palabras de Helios/Sol eran una clara acusación contra el rey del
Olimpo quien, sin embargo, tomó la decisión de intervenir para que los humanos
pudieran seguir viviendo sobre la faz de la Tierra. Y, así, ordenó a Helios/Sol
que cumpliera con el deber de alumbrar a la Tierra y sus moradores.
LOS REBAÑOS DE HELIOS/SOL
Todas las leyendas míticas coinciden en afirmar que el Sol no es una deidad
que tenga poder por sí misma. Siempre tiene que recurrir a otras divinidades
para que le hagan justicia o para rogarles que le ayuden. Por lo general, siempre
se dirige al propio Zeus, padre de los dioses y de los hombres y rey del Olimpo.
En el relato que Homero hace de las vacas del Sol se ve con claridad cómo el
brillante astro reclama ayuda a Zeus. Lo cierto es que Helios/Sol poseía unos
rebaños de bueyes que nunca aumentaban ni disminuían, pues ni morían ni se
reproducían. También tenía un rebaño de ovejas que le producía una lana de
inigualable lustre. Los animales pastaban con entera calma en los ricos prados
de la Isla del Sol. Pero, un aciago día, el mar embravecido hace arribar a la isla a
Odiseo y sus compañeros. El hambre había hecho mella en la fortaleza de
aquellos hombres y, aunque Odiseo les había prohibido tocar un animal de
aquéllos, sin embargo, y aprovechando la ausencia del héroe de Itaca, que había
ido a reconocer la isla, todos se dejaron convencer por el compañero Euríloco y
comieron los mejores animales del rebaño de Helios/Sol.
EL INFORTUNIO
"Oíd mis palabras, compañeros —decía Euríloco—. Todas las muertes son
odiosas a los infelices mortales, pero ninguna es tan mísera como morir de
hambre y cumplir de esta suerte el propio destino. ¡Ea!, tomemos las más
excelentes de las vacas del Sol y ofrezcamos un sacrificio a los dioses que
poseen el anchuroso cielo. Si conseguiremos volver a Itaca, la patria tierra,
erigiríamos un templo al Sol, hijo de Hiperión, poniendo en él muchos y
preciosos simulacros. Y si, irritado a causa de las vacas de erguidos cuernos,
quisiera el Sol perder nuestra nave y lo consienten los restantes dioses, prefiero
morir de una vez, tragando el agua de las olas, a consumirme con lentitud en una
isla inhabitada. "Así habló Euríloco y aplaudiéronle los demás compañeros.
Seguidamente, habiendo echado mano a las más excelentes vacas del Sol, que
estaban allí cerca —pues las hermosas vacas de retorcidos cuernos y ancha
frente pacían a poca distancia de la nave de azulada proa—, se pusieron a su
alrededor y oraron a los dioses, después de arrancar tiernas hojas de una alta
encina, porque ya no tenían blanca cebada en la nave de muchos bancos.
Terminada la plegaria, degollaron y desollaron las reses; luego cortaron los
muslos, los pringaron con gordura por uno y otro lado y los cubrieron de trozos
de carne, y como carecían de vino que pudiesen verter en el fuego sacro,
hicieron libaciones con agua mientras asaban los intestinos". Inmediatamente el
Sol, con el corazón airado, habló de esta guisa a los inmortales: ¡Padre Zeus,
bienaventurados y sempiternos dioses! Castigad a los compañeros de Odiseo
pues, ensoberbeciéndose, han matado mis vacas, y yo me holgaba de verlas así
al subir al estrellado cielo, como al volver nuevamente del cielo a la Tierra. Que
si no se me diere la condigna compensación por estas vacas, descenderé a la
morada de Hades y alumbraré a los muertos.
Y Zeus, que amontonaba las nubes, le respondió diciendo: ¡Oh Sol! Sigue
alumbrando a los inmortales y a los mortales hombres que viven en la fértil
tierra, pues yo despediré el ardiente rayo contra su velera nave y la haré pedazos
en el vinoso ponto".
HELIOS/SOL EN EL ARTE
La iconografía ha representado a Helios más bien relacionándolo con la
fastuosidad y la pompa que con el poder atribuido a una deidad. Por ejemplo, es
muy común contemplar la figura de Helios, rodeada de los atributos que le son
propios. En ocasiones, aparece bajo la figura de un joven efebo que, por lo
común, tiene resaltados los rasgos físicos tendentes a identificarlo con las
actitudes más viriles. El cabello que le cubre la cabeza aparece formado por los
rayos del propio Sol. El atributo más común de Helios/Sol es su carro de fuego.
Montado en él recorre por el día toda la bóveda del cosmos a la velocidad que le
imprimen los cuatro raudos corceles a los que va enganchado. Cuando llega el
crepúsculo, Helios/Sol se va hundiendo lentamente en el inmenso Océano que,
según la creencia antigua, no es más que un vasto río que rodea a la Tierra.
Por otra parte, el culto que se le tributaba en la ya mencionada isla de
Rodas, se revestía de tal solemnidad y pompa, que eran muy concurridas todas
las actividades allí desarrolladas. Había juegos de lucha, carreras de caballos,
carreras de carros y una procesión a la que asistían todos los participantes.
Aquellos que vencieran en alguna de las modalidades recibirían como premio
una corona que se hacía de hojas de álamo, pues éste era el árbol consagrado al
Sol y, además, sus hojas tienen el revés de color blanco puro.
Entre el pueblo romano, Helios/Sol apenas tenía un modesto lugar. Aunque
no faltaron gobernantes para los que el culto al astro era esencial. Por ejemplo,
durante el mandato de Aureliano se instituyó el culto al Sol de manera oficial y
en las monedas de la época aparecen inscripciones que explican la importancia
concedida al Sol por los gobernantes de aquel tiempo.

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