martes, 2 de abril de 2019

KOSHCHEI EL INMORTAL

Érase que se era un rey que tenía tres hijos ya crecidos. Un día Koshchei el Inmortal les
arrebató la madre, y entonces el mayor, resuelto á buscarla, pidió la bendición á su padre
antes de marchar; recibióla, salió del palacio y muy pronto desapareció, sin dejar huella
alguna de su paso. El segundo hijo, después de esperar inútilmente á su hermano por mucho
tiempo, pidió la bendición paterna y partió en'su busca, sin que tampoco volviese
á saberse de él.
Más tarde, el hijo menor, el príncipe Ivan , solicitó á su vez la bendición paterna, pidiendo
permiso para ir en busca de su madre.
Pero el rey se opuso, diciendo á su hijo :
'•—Tus hermanos han muerto, y si te vas también, moriré de pesar.
—'No será así, padre mío, repuso Ivan, y advertid que con vuestra bendición ó sin
ella, estoy resuelto á ir á buscar á mi madre.
El rey no tuvo más remedio que acceder á sus ruegos.
Ivan fué entonces á elegir un caballo ; pero todos aquellos en que apoyaba la mano se
inclinaban bajo su peso; y como no encontrase ninguno que le conviniera, comenzó á vagar
triste y cabizbajo por las calles y caminos. De repente se le apareció una anciana y preduntóle:
— ¿ Por qué estás tan triste, príncipe Ivan ?
— ¡Aparta de ahí, vejestorio! exclamó el príncipe Ivan, que si te cojo con una mano
y te doy un bofetón con la otra, sólo quedará de ti un poco de humedad.
La anciana se alejó presurosa por una callejuela, y saliendo por otra al encuentro de
Ivan, le dijo:
— Buenos días, príncipe. ¿Por qué estás tan cabizbajo? ¡
Entonces Ivan , extrañando las preguntas de la anciana , pensó que ésta podría servirle de
algo y repuso:
— Estoy triste, buena moza, porque no puedo encontrar un buen caballo.
— ¡ Qué tonto eres! replicó la anciana. En vez de apurarte de ese modo, más te valía
haberte dirigido á mí. Sigúeme.
La anciana le condujo á una colina, señalóle cierto sitio y díjole:
— Cava un poco la tierra ahí.
Ivan la obedeció, y muy pronto vio una especie de plancha de plata con doce candados;
los rompió, y al punto descubrió una puerta, que se abrió como por encanto , dejando ver una
galería subterránea, en la cual se introdujo Ivan. Allí, sujeto con doce cadenas, hallábase un
soberbio corcel, que sin duda hubo de conocer en los pasos del que se acercaba un jinete
digno de montarlo, pues se puso á relinchar y á sacudir las cadenas, no parando hasta que
las hubo roto. Entonces el príncipe, poniéndose una armadura que allí vio, y sus arneses al
caballo, saltó á la silla, dio algún dinero á la anciana y le dijo:
— Perdonadme, madre, y bendecidme.
Un momento después se perdía de vista.
Mucho tiempo corrió su caballo, hasta que llegó á una montaña de inmensa altura, tan
empinada, que era materialmente imposible escalarla. Poco después llegaron los hermanos de
Ivan, abrazáronle cariñosamente, y los tres continuaron su marcha juntos, hasta llegar á un
sitio donde se elevaba una roca de hierro, en la cual se leía la siguiente inscripción: « Aquel
que arrojare esta roca contra la montaña encontrará su camino abierto. > Los dos hermanos
mayores no pudieron levantar la roca; pero el príncipe Ivan la arrancó al primer esfuerzo y
lanzóla contra la montaña, en la que al momento apareció una escalera que ascendía por la
falda del monte.
El príncipe Ivan se apeó, dejó caer en un vaso algunas gotas de sangre de su dedo meñique,
dióselo á sus hermanos y les dijo:
— Si la sangre que veis en este vaso se vuelve negra, no permanezcáis más aquí, porque
esto significará que estoy á punto dé perecer.
Así diciendo, despidióse de sus hermanos y comenzó la ascensión.
Al llegar á la cumbre de la montaña vio árboles, frutas y aves de todas clases, anduvo
largo tiempo, y al fin llegó á una casa de gigantescas dimensiones, en la cual habitaba la hija
de un rey que había sido robada por Koshchei el Inmortal. El príncipe dio la vuelta al palacio
sin hallar ninguna puerta; pero como la prisionera comprendiese que por allí andaba alguno,
asomóse al balcón, llamó á Ivan y le dijo, señalándole una parte de la pared:
— Ahí verás una grieta; tócala con el dedo meñique y se convertirá en una entrada.
Lo que decía la prisionera era verdad, y el príncipe Ivan pudo entrar en la casa, donde
la cautiva le recibió cortesmente, dióle de comer y beber, y le dirigió después varias preguntas.
Ivan dijo que iba á rescatar á su madre, arrebatada por Koshchei el Inmortal.
— Muy difícil es que lo consigas, príncipe Ivan, le dijo la prisionera, pues Koshchei no
es mortal. Aquí viene con frecuencia, y ahí puedes ver su espada, que pesa cincuenta arrobas.
Si consigues levantarla, podrás acometer la empresa.
No sólo la levantó el príncipe, sino que la arrojó á gran altura en el aire, y en su consecuencia
, prosiguió la marcha.
Poco después llegó á una segunda casa, y como ya sabía lo que debía hacer para encontrar
la puerta, no tardó en introducirse en ella. Allí estaba su madre, que le abrazó, llorando
á lágrima viva.
Aquí también Ivan probó sus fuerzas levantando una bala que pesaba mil quinientas arrobas.
Era llegada la hora de que volviese Koshchei el Inmortal, y apenas había tenido tiempo la
madre para esconder á su hijo, cuando aquél entró en la casa gritando:
—¡Uf, uf! Aquí huele á carne rusa; á esta casa ha venido algún ruso, y quiero saber quién
es. ¿Será por ventura vuestro hijo?
— ¿Qué estáis diciendo? replicó la madre de Ivan. Como habéis estado en Rusia, os parece
que todo huele á este país.
Y acercándose á Koshchei, la madre de Ivan le habló cariñosamente, y después de pedirle
varias noticias, acabó preguntándole cuál era su parte vulnerable y de qué dependía su vida
y su muerte..
—Mi muerte, repuso Koshchei, está en lo que voy á decir. Hay un roble, debajo del cual
se halla una caja que contiene una liebre; dentro de ésta hay un pato que tiene un huevo, y
en este último está mi muerte.
Koshchei permaneció algún tiempo con la madre de Ivan, y después se marchó.
Llegó la hora en que el príncipe se proponía marchar, y después de pedir la bendición á.
su madre, salió con el propósito de dar la muerte á Koshchei. Anduvo largo tiempo sin comer
ni beber, y al fin , sintiéndose atormentado de un hambre voraz, buscó afanosamente algo
con que mitigarla. De repente divisó un lobezno, y ya se-disponía á matarlo para comérselo,
cuando de una madriguera salió la madre del animal y le dijo:
— No hagas ningún daño á mi pobre hijuelo y yo te recompensaré con creces.
Ivan dejó tranquilo al lobezno, y continuando su marcha, encontró un cuervo.
— Lo que es ahora, pensó el príncipe, preciso será comer un poco de carne de cuervo.
Así diciendo, cargó su escopeta, y ya iba á disparar, cuando el ave exclamó:
—No me hagas daño : yo te juro que no tendrás que arrepentirte de haber respetado
mi vida.
Ivan perdonó también al cuervo y siguió andando, hasta que llegó á la orilla de un mar,
donde se detuvo. En el mismo instante vio saltar del agua un lucio que cayó en la arena;
cogiólo al punto, porque ya estaba realmente extenuado de hambre, y ya se disponía á comerlo
, cuando de pronto apareció la madre del pez y le dijo:
— Príncipe Ivan, no hagas daño á mi hijuelo, que yo en cambio te prestaré algún servicio.
Ivan perdonó también al lucio , y pensando de qué medio se valdría para cruzar las aguas,
sentóse en la orilla pensativo; pero el lucio, comprendiendo muy bien su apuro, tendióse
cuan largo era, invitando al príncipe á cabalgar sobre sus espaldas.
Hízolo así Ivan, y trasportado por tan impensada y original cabalgadura, llegó al roble
donde estaba la muerte de Koshchei. Allí encontró la caja, abrióla, y vio saltar una liebre
que escapó al punto. ¿Cómo detenerla?
Ivan se asustó al ver que le escapaba, apoderándose de su ánimo las más sombrías reflexiones
; pero de pronto el mismo lobezno cuya vida había perdonado antes precipitóse en
seguimiento de la liebre, alcanzóla y se la entregó á Ivan, que cogiéndola con la mayor alegría,
le abrió el vientre. En el mismo momento saltó un pato, que emprendió el vuelo. Ivan
disparó su escopeta para matarle, pero no le tocó. Triste y cabizbajo, no sabía ya qué hacer,
cuando de pronto apareció el cuervo con su progenie , lanzóse en seguimiento del pato, alcanzóle
y se lo trajo al príncipe, quien con grande afán se apoderó del huevo, alejándose después
á buen paso. Llegado á la orilla del mar, comenzó á lavarlo; pero se le deslizó de la mano y
cayó al agua. ¿Cómo ir á buscarlo á una profundidad incomensurable?
Abatióse nuevamente su ánimo; pero de repente observó que el mar se agitaba con violencia
, y vio al lucio que le traía el huevo, invitándole al mismo tiempo á montar en su dorso
para conducirle á la otra orilla. Apenas se halló en ella, apresuró su marcha cuanto le era
posible para llegar pronto al punto donde estaba su madre, la cual le recibió alegremente,
ocultando después á su hijo. A los pocos momentos llegó Koshchei el Inmortal y exclamó:
— ¡Uf, uf! No se oye ni se ve aquí á nadie; pero huele á carne de ruso.
— ¿Qué disparate decís, Koshchei? repuso la madre de Ivan; aquí no hay nadie.
— No me siento bien, dijo luego Koshchei.
Entonces el príncipe Ivan comenzó á estrujar el huevo y Koshchei empezó á desfallecer.
Luego dejóse ver el príncipe, saliendo de su escondite, y mostró el huevo á Koshchei,
diciéndole:
— Aquí está tu muerte; esta vez no te salvarás.
Koshchei cayó de rodillas, exclamando:
— ¡ No me mates, príncipe Ivan! Seamos amigos y tendremos á todo el mundo á nuestros
pies.
Pero Ivan, sin hacer caso de estas palabras, aplastó el huevo, y Koshchei el Inmortal murió.
El príncipe y su madre tomaron cuanto necesitaban y pusiéronse en marcha en dirección á
su palacio. A su paso recogieron á la hija del rey, á la que Ivan había visto antes, y lleváronsela
consigo; siguieron andando , y muy pronto divisaron la colina donde los hermanos de
Ivan le esperaban. Ya iban á continuar su camino, cuando de pronto la princesa exclamó:
— Será preciso que vuelvas á mi morada, pues me he dejado allí olvidado mi traje de
boda, una sortija de diamantes y un par de zapatos sin costura.
Ivan consintió, diciendo á su madre que ya podía empezará descender por la escalera, en
compañía de la princesa, con la cual deseaba casarse apenas llegaran al palacio. Las dos damas
fueron recibidas por los hermanos, y cuando las tuvieron seguras, convinieron en cortar la escalera
, á fin de que Ivan no pudiese bajar á su vez. La reina y la princesa quisieron oponerse;
pero los hermanos las intimidaron con sus amenazas, y hasta las obligaron á prometer que no
dirían nada á Ivan si por ventura lograba reunirse con ellas. Pocos días después llegaron á su
país natal, sintiendo el rey un extremado júbilo al ver á su esposa y á sus dos hijos; pero le
contristó mucho el no ver á Ivan.
Éste, entre tanto, había vuelto á la morada de su novia para recoger el traje de boda, el
anillo y los zapatos sin costura, y provisto de estos objetos, volvió hacia la montaña, é hizo
saltar el anillo de una mano á otra. En el mismo instante aparecieron doce robustos jóvenes,
que le preguntaron:
—¿Qué nos mandas?
— Que me conduzcáis al pié de la montaña, respondió Ivan.
Al punto fué obedecido. Púsose después el anillo en el dedo y los jóvenes desaparecieron.
Ivan emprendió la marcha en dirección á su país y llegó á la ciudad donde habitaban su
padre y sus hermanos.
Se alojó en casa de una mujer anciana, y preguntóle qué noticias corrían por el país.
—Muchas cosas, joven, contestó la mujer. Nuestra reina había sido aprisionada por
Koshchei el Inmortal; sus hijos fueron á buscarla, y dos de ellos la encontraron y trajéronla
aquí; mas el tercero, el príncipe Ivan, ha desaparecido y nadie sabe dónde está, de modo
que el rey se halla muy abatido. Los dos hermanos y su madre han venido con una princesa,
y el hijo mayor desea obtener su mano; pero ella ha dicho que necesita antes su anillo de boda,
ó uno igual. Se ha hecho un llamamiento público para ver si hay quien pueda encargarse de
proporcionar el anillo que se desea; pero hasta ahora no ha sido posible lograrlo.
— Pues bien, buena mujer, dijo Ivan, id á ver al rey y decidle que vos os encargáis de
proporcionar el anillo; yo me cuido de arreglarlo.
La anciana se vistió apresuradamente, fué á ver al rey y le dijo:
—Si V. M. lo permite, yo me encargo de hacer el anillo.
— Muy bien, contestó el rey: hacedlo; pero si no lo conseguís os cortaré la cabeza.
Espantada la anciana por tan terrible amenaza, corrió á su casa y rogó á Ivan que hiciera
pronto el anillo; mas el príncipe se fué á dormir sin hacer caso de sus palabras, porque ya
tenía la sortija y no podía menos de reírse al ver el susto, de la anciana, que le decía á cada
momento:
—Ya veo que os importa muy poco, porque nada tenéis que perder; pero á mí me puede
costar la cabeza.
Tanto lloró y se quejó la pobre mujer, que al fin se durmió de puro cansada.
Al poco tiempo Ivan la despertó y díjole:
— Llevad este anillo, pero guardaos bien de tomar más de un ducado por él. Si alguien
os pregunta quién lo ha hecho, decid que vos misma, sin hablar una sola palabra de mí.
La anciana, muy contenta, corrió al palacio para entregar el anillo, y la novia quedó sumamente
complacida.
— Esto es lo que yo necesito, exclamó.
Y sin preguntar nada á la mujer, entrególe una bandeja llena de oro; pero la anciana sólo
tomó un ducado.
— ¿Cómo os contentáis con tan poco? dijo rey.
— ¿Qué había de hacer con tanto dinero? repuso la anciana. Si necesito algo más, ya
volveré.
Y así diciendo, se marchó.
Al cabo de algún tiempo circuló el rumor de que la novia había dicho á su prometido que
necesitaba un traje de ciertas condiciones, y nadie pudo proporcionárselo como ella lo quería;
pero, gracias á Ivan , la anciana se encargó también de adquirirlo y lo llevó al palacio. Más
tarde proporcionó de la misma manera los zapatos sin costura, no aceptando cada vez sino
un ducado y diciendo siempre que ella lo había hecho todo.
Pronto corrió la noticia de que iba á celebrarse una boda en el palacio; y llegado el día
que todos esperaban ansiosamente, el príncipe Ivan dijo á la anciana:
— Buena mujer, será preciso que averigüéis la hora en que la princesa debe casarse.
La anciana no se descuidó; dio el informe á Ivan, y entonces éste, poniéndose su traje
de príncipe, salió de la casa.
— Ved ahora quién soy, dijo á la anciana.
La buena mujer cayó de rodillas á sus pies, exclamando:
—Perdonadme, señor, si en algo os he ofendido.
— El Señor sea con vos, contestó el príncipe.
Ivan entró en la iglesia, y al ver que sus hermanos no habían llegado aún, acercóse á la novia
y se casó con ella, dirigiéndose luego los dos escoltados hasta el palacio. El verdadero novio,
el hijo mayor, los encontró en el camino, y al ver lo que había pasado, huyó á todo correr.
En cuanto al rey, experimentó indecible alegría al ver á Ivan, y cuando supo la traición
de sus hermanos, los desterró inmediatamente, nombrando á Ivan heredero del trono.

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