martes, 2 de abril de 2019

El rey de las aguas y Vasilisa la sabia

Allá en los tiempos de Maricastaña érase que se era un rey excesivamente aficionado á la
caza. Un día que, según costumbre, salió al bosque para entregarse á su diversión favorita, vio
un aguilucho en la copa de un árbol, é iba ya á dispararle, cuando el ave le habló de esta
manera:
— No me mates, rey mío; mejor será que me lleves á tu palacio, donde algún día te podré
ser útil.
El rey reflexionó y repuso:
— ¿De qué me puedes servir?
Y apuntó de nuevo su arma; pero el aguilucho le dijo por segunda vez:
— No tires, rey mío; mejor será que me lleves á tu palacio, donde algún día te podré
ser útil.
El rey volvió á reflexionar; pero no adivinando de qué podría servirle el aguilucho, dispúsose
á matarle,
—No tires, rey mío, repuso por tercera vez el ave; mejor será que me lleves átu palacio
y me des alimento durante tres años, pues alguna vez te serviré de algo.
Detúvose el rey al ver tanta insistencia, llevóse el aguilucho y alimentóle durante dos
años; pero comía tanto, que llegó á devorar todo el ganado, hasta el punto de que el rey no
tenía ya ni una vaca ni un carnero. Entonces el águila dijo:
—Ahora me puedes dejar libre.
El rey le permitió marchar; pero cuando él águila comenzó á probar sus alas, viendo que
aún no podía volar bien, dijo al monarca:
—Me has alimentado dos años, rey mío, y ahora, quieras que no, será preciso que
me mantengas un año más, aunque hayas de pedir prestado. Yo te aseguro que nada perderás
con ello.
Hízolo así el rey; buscó ganado en otras partes, alimentó al águila un año más y después
la soltó. El águila se elevó á inmensa altura, voló y voló, y bajando otra vez á tierra, dijo al
monarca:
— Ahora, rey mío, siéntate en mi espalda y vamos á dar una vuelta.
Acomodóse el rey sobre el águila, y ésta, emprendiendo el vuelo, llegó pronto al mar
azul. Entonces dejó caer en las aguas al rey, que se hundió hasta las rodillas. Fué el águila,
le sacó fuera y preguntóle:
— ¿Te has asustado, rey mío?
— S í , contestó el monarca; temía ahogarme.
El águila cargó otra vez con el rey y condújole á otro mar, dejándole caer también en las
aguas, dónde se hundió también hasta la cintura. El águila le sacó y preguntóle como la
otra vez:
—¿Te has asustado, rey mío?
— Sí, contestó el monarca; pero pensé que tal vez Dios permitiría que me sacases.
El águila emprendió otra vez el vuelo con su acompañante, y llegaron pronto á otro mar,
donde el ave dejó caer al rey en un inmenso golfo, de modo que se hundió hasta el cuello;
y por tercera vez el águila le preguntó:
— ¿Te has asustado, rey mío?
— S í , dijo el rey; mas aún pensé que tal vez me salvarías.
— Bien, rey mío, añadió el águila, ahora ya has conocido lo que es el miedo á la muerte,
y lo que he hecho es en pago de una antigua cuenta. ¿ Te acuerdas del día en que yo estaba
en el árbol y en que intentabas matarme? Tres veces ibas á disparar; pero yo te dije que no
tirases, pensando á mi vez que acaso reflexionarías y me llevarías á tu palacio.
El águila, llevando siempre al rey, condújole más allá de tres veces nueve tierras. La
la reina de los aires voló mucho, mucho, y deteniéndose por fin, díjole al rey:
— Ahora mira lo que hay arriba y lo que hay abajo.
El rey miró.
—Arriba está el cielo, contestó, y abajo la tierra.
— Mira otra vez, repuso el águila, lo que hay á la derecha y á la izquierda.
— A la derecha veo una extensa llanura y á la izquierda una casa.
— Pues vamos á dirigirnos á ella, dijo el águila, porque allí vive mi hermana menor.
Cuando llegaron, la hermana salió á su encuentro y recibió cariñosamente á su hermano,
haciéndole sentar á una mesa de roble; pero no hizo caso alguno del rey, dejóle fuera y hasta
le azuzó unos perros. Enojada el águila, saltó de la mesa, cogió al rey y emprendió otra
vez el vuelo.
Después de haber recorrido una inmensa distancia, el águila dijo al rey:
— Mira en derredor y dime lo que descubres detras de nosotros.
Volvió el rey la cabeza y respondió:
— Detras de nosotros hay una casa roja.
— Esa es la morada de mi hermana menor, y si te parece roja es porque está ardiendo,
en castigo de haberte recibido mal, azuzándote sus perros.
Continuó el águila su vuelo y á poco dijo al rey:
— Mira otra vez lo que hay sobre nosotros y abajo.
— Arriba está el cielo y abajo la tierra.
— Mira ahora á derecha é izquierda.
— A la derecha se ve la llanura y á la izquierda una casa.
— Allí vive mi segunda hermana. Vamos á visitarla.
Dirigiéronse á la casa y penetraron en un inmenso patio. Aquélla recibió cordialmente
á su hermano é hízole sentar á una mesa de roble; pero el rey quedó fuera y muy pronto
vióse acometido por los perros. Enfurecida el águila, saltó de la mesa, y cogiendo al rey, se
lo llevó. Cuando hubieron volado algún tiempo el ave dijo al monarca:
—Mira alrededor y dime qué hay detras de nosotros.
El rey miró.
—Veo una casa roja.
— Es la de mi segunda hermana, que está ardiendo. Ahora volaremos hasta la mansión
donde habitan mi madre y mi hermana mayor.
Así lo hicieron. La madre del águila y su hermana recibiéronla con alegría, y al rey cordial
y respetuosamente.
—Ahora, rey mío, dijo el águila, puedes descansar un poco con nosotros, y después te
daré un barco, con lo cual pagaré todo el gasto que hice en tu casa, facilitándote así el medio
de volver á tu palacio.
El águila- dio efectivamente al rey un barco y dos cofres, uno rojo y otro verde, diciéndole:
—Te encargo mucho que no abras ninguno de estos dos cofres hasta llegar á tu palacio.
Una vez allí, abre el rojo en el patio posterior y el verde en el anterior.
El rey tomó los dos cofres, despidióse del águila y se embarcó. Muy pronto llegó á una
isla y allí se detuvo el barco. El rey saltó á tierra y , paseándose de un lado á otro, fijóse su
pensamiento en los cofres. Hubiera querido saber lo que contenían y por qué había recomendado
el águila que no los abriese. Después de reflexionar mucho, no pudiendo ya dominar su
curiosidad, cogió el cofre rojo, sentóse en el suelo y lo abrió. De él salieron tan diversas
especies de ganado, que no pudo contarlas, y la isla quedó poblada de animales.
Al ver esto el rey, disgustóse mucho, y poseído de profundo abatimiento, comenzó á
lamentarse, exclamando:
—¡Infeliz de mí! ¿cómo podré yo ahora guardar todo ese ganado en un cofre tan pequeño?
No bien lo hubo dicho, cuando salió del agua un hombre y , acercándose al rey, le preguntó
:
— Señor, ¿por qué os lamentáis tan amargamente?
— ¡ Ay de mí! contestó el rey. Porque no sé cómo guardar todo ese numeroso ganado en
un cofre tan pequeño.
— Tranquilizaos. Si queréis yo lo haré, pero con una condición, y es que me deis una
cosa que se halla en vuestro palacio , sin que sepáis aún su existencia.
— ¿Qué puede haber allí sin que yo lo sepa? dijo el rey después de reflexionar. Yo creo
conocer muy bien todo cuanto hay en mi palacio ; pero en fin, encerrad el ganado ; os daré
lo que hay en mi palacio que yo no haya visto.
El hombre encerró el ganado en el cofre; el rey volvió á embarcarse y continuó su
marcha.
Sólo cuando llegó á su palacio supo que la reina había dado á luz un hijo. Prodigóle las
más tiernas caricias y al mismo tiempo prorumpió en llanto.
— Señor, le dijo la reina, ¿ por qué lloráis tan amargamente?
— Es de alegría, contestó el rey, no atreviéndose á decir la verdad.
Después dirigióse al patio exterior y abrió el cofre rojo, de donde salieron al punto
bueyes y vacas, ovejas y carneros, y tanta infinidad de otras especies de animales , que todos
los patios se poblaron. En seguida fué al otro patio, abrió el cofre verde y apareció un magnífico
jardín con soberbios árboles.
Alborozado con esto el rey, olvidó por el pronto la promesa de entregar á su hijo.
Pasaron muchos años, y un día que paseando llegó hasta las márgenes de un río, salió
repentinamente de sus aguas el mismo hombre que se le apareció en otro tiempo en la
isla , el cual le dijo:
— Muy pronto olvidas tus promesas, rey, y debieras recordar que eres mi deudor.
El rey volvió á palacio poseído de profunda tristeza y dijo toda la verdad á su esposa y
al príncipe. Los tres lloraron juntos; pero al fin, comprendiendo que debían cumplir la promesa,
resolvióse entregar al príncipe, que fué conducido á la orilla del río, en donde le dejaron
enteramente solo.
El príncipe dirigió una mirada á su alrededor, y como viese un vado, dirigióse por él, pensando
que Dios le conduciría donde fuera su voluntad. Anduvo mucho tiempo, y al fin llegó
á un espeso bosque, donde divisó una choza, en la cual vivía una Baba-Yaga.
El príncipe pensó que podría entrar allí é introdújose sin vacilar en la humilde vivienda.
— Buenos días, príncipe, dijola Baba-Yaga. ¿Buscas trabajo ó huyes de él?
—Por lo pronto, buena vieja, dame de comer y beber, y después pregúntame lo que
quieras.
El príncipe comió y bebió, y después díjole á la vieja- á dónde iba y con qué objeto, contándole
lo que le había pasado.
La Baba-Yaga, después de reflexionar un momento, le respondió:
— Hijo mío, vé á la orilla del mar, y cuando estés allí verás volar doce gaviotas, que se
convertirán en hermosas doncellas y comenzarán á bañarse; acércate cautelosamente al punto
en que hayan dejado sus ropas y apodérate de la camisa de la mayor. Cuando hayas arreglado
tus condiciones con la dueña, vé á buscar al Rey de las Aguas; en el camino encontrarás á
O védalo, Opívalo y Moroz Treskun '; llévatelos contigo y te servirán de mucho.
El príncipe se despidió de la Baba-Yaga, dirigióse al punto indicado en la orilla del mar y
escondióse detras de una roca. Poco después vio doce gaviotas que volaban hacia aquel sitio,
y que al posarse en la tierra húmeda convirtiéronse en hermosas doncellas y empezaron á
bañarse. El príncipe se apoderó de la camisa de la mayor, y volviendo á su escondite, permaneció
allí inmóvil. Las jóvenes acabaron de bañarse y salieron del agua; once de ellas, poniéndose
inmediatamente sus camisas, convirtiéronse en pájaros y volaron muy lejos, quedando
allí sólo la mayor, Vasilisa la Sabia, que al ver su camisa en poder del príncipe, suplicóle
que se la devolviese.
—Dadme mi camisa, le dijo. Estáis cerca de la morada de mi padre, el Rey de las Aguas,
y cuando lleguéis os prestaré un buen servicio.
El príncipe entregó la camisa , mientras que la doncella, convirtiéndose al punto en pájaro,
voló en seguimiento desús compañeras. El príncipe prosiguió su marcha, y á poco, encontrando
en el camino á Ovédalo, Opívalo y Moroz Treskun, llevóselos consigo, dirigiéndose
en seguida en busca del Rey de las Aguas, el cual le dijo al verle:
— | Hola! amigo mío; ¿ por qué has tardado tanto tiempo en venir á visitarme ? Y a me
cansaba de esperar, pues tengo mucho trabajo para ti. Comenzarás por construirme en una
sola noche un gran puente de cristal, y advierte que lo necesito para mañana. Si no lo haces
así, te costará la cabeza.
El príncipe se alejó del Rey de las Aguas y echóse á llorar; pero al mismo instante Vasilisa
la Sabia abrió la ventana de su cuarto y le dijo:
— ¿Por qué lloras, príncipe?
— ¡ Ah, Vasilisa! contestó el joven. ¿Cómo no he de llorar? Tu padre me ha mandado construir
un puente de cristal en una sola noche, y ni aun sé cómo empuñar el hacha.
—No importa, repuso Vasilisa; échate á dormir, que por la mañana estarás más despejado
que ahora.
Cuando el príncipe se hubo retirado, Vasilisa salió de su morada y dio un fuerte silbido,
que debió oirse á gran distancia. Un momento después aparecieron por todas partes numerosos
carpinteros y trabajadores, que con extraordinaria actividad construyeron un puente
de cristal lleno de graciosos adornos, desapareciendo después por arte de encantamiento.
A primera hora de la mañana Vasilisa la Sabia despertó al príncipe, diciéndole:
— Levántate, príncipe; ya tienes el puente construido y no tardará mi padre en venir á
examinarlo.
Levantóse el príncipe, cogió una escoba, fué á ocupar su sitio en el puente y comenzó á
barrer de un lado á otro.
El Rey de las Aguas llegó poco después y no pudo menos de elogiar la obra.
— Gracias, dijo al príncipe. Me has prestado un buen servicio, y ahora te diré cuál es tu
segunda tarea. Para mañana quiero un verde jardín, con copudos árboles y mucha sombra.
Es preciso que lo pueble y alegre con sus cantos una bulliciosa multitud de pájaros; que esté
alfombrado de flores y lleno de hermosos frutales, ostentando sus dorados frutos.
Escuchóle el príncipe sin chistar y alejóse vertiendo abundantes lágrimas.
Vasilisa abrió la ventana como la otra vez y preguntóle por qué lloraba.
— Porque tu padre me ha mandado plantar un jardín en una sola noche, contestó el
príncipe.
— Eso no es nada, dijo Vasilisa. Vete á dormir, que por la mañana estarás más aliviado.
Apenas se hubo alejado el príncipe, Vasilisa salió, dando un fuerte silbido. Un momento
después apareció por todas partes un ejército de jardineros de todas clases, los cuales plantaron
un verde jardín poblado de avecillas. En los árboles las flores exhalaban sus aromas,
y veíanse también perales y manzanos con sus frutos maduros.
Vasilisa despertó por la mañana al príncipe, diciéndole:
— Levántate, que ya está corriente el jardin y mi padre llegará pronto para verlo.
El príncipe cogió una escoba y se fué al jardin para barrer los paseos.
Un momento después llegó el Rey de las Aguas y le dijo:
— Gracias, gracias, príncipe. Este servicio no vale menos que el otro y, por lo tanto, te
dejaré escoger novia entre mis doce hijas. Todas son iguales por las facciones, por el cabello
y el traje, y si consigues elegir la misma tres veces corriendo, será tu esposa. Si no lo haces,
mandaré que te den muerte.
Vasilisa, que sabía ya todo esto, halló medio para decir al príncipe:
— La primera vez haré ondear mi pañuelo, la segunda me estaré arreglando el vestido, y
la tercera verás una mosca sobre mi cabeza.
De este modo el príncipe pudo reconocer tres veces, corriendo, cuál era Vasilisa la Sabia,
por lo cual se casó con ella, celebrándose con espléndidas fiestas sus bodas.
El Rey de las Aguas había mandado preparar mucho alimento de toda especie, más del
que hubieran podido consumir cien hombres, y dijo á su yerno que era preciso que se comiese
todo, pues de lo contrario el príncipe tendría un disgusto.
— Si queda algo, le dijo, peor para ti.
— Padre, repuso el príncipe, aquí hay un antiguo servidor mío, y si lo permitís, tomará
un bocado con nosotros.
— Que venga, contestó el rey.
Un momento después presentóse Ovédalo y se lo comió todo como si tal cosa.
El Rey de las Aguas mandó sacar entonces varios barriles de bebidas fuertes y ordenó á
su yerno que hiciese de manera que se bebiese todo.
—Padre mío, replicó el príncipe, tengo aquí otro servidor, y si lo permitís, beberá á vues
tra salud; á cuyas palabras contestó con mal disimulado enojo el Rey de las Aguas:
— Que venga.
Opívalo apareció en el acto, y no sólo apuró los cuarenta barriles que le mostraron, sino
que todavía pidió después de apurarlos que le sirviesen una copita.
El Rey de las Aguas, viendo que no podía conseguir nada por aquella parte, mandó preparar
un baño para los recien casados en una habitación de hierro, la cual mandó calentar
todo lo posible, y como se echaron doce cargas de leña, la estufa y las paredes se calentaron
hasta la incandescencia, de suerte que era imposible acercarse á menos de cinco verstas.
—Padre mío, dijo el príncipe, permitid que venga otro servidor que aún tengo, para que
pruebe antes cómo está la sala de baños.
— Que venga.
Moroz Treskun penetró en la sala, sopló en un ángulo, luego en otro, y un momento
después viéronse pendientes de las paredes estalactitas de hielo. Entonces entraron los recien
casados, y después de bañarse volvieron á sus habitaciones.
Al poco tiempo, Vasilisa dijo al príncipe:
—Mejor será abandonar los dominios de mi padre, porque veo que está enfurecido contra
ti. No sea que fragüe algún plan para perderte.
— Pues vamonos, contestó el príncipe.
Acto continuo ensillaron sus caballos, y alejándose á toda prisa, pronto llegaron á la
llanura. Después de cabalgar muchas horas, Vasilisa dijo al príncipe :
— Apéate, pega el oído al suelo y dime si oyes algún ruido que te indique la persecución.
El príncipe obedeció; mas como no percibiese rumor alguno, Vasilisa se apeó á su vez
y, echándose en tierra, escuchó un momento.
— Príncipe, dijo después, yo oigo un gran ruido, por el cual conozco que nos persiguen.
Entonces Vasilisa convirtió los caballos en un pozo, y al príncipe en un anciano, trasformándose
ella en cubo.
Poco después llegaban los perseguidores.
—¡Eh! buen hombre, gritó uno de ellos, ¿no habéis visto pasar por aquí á un qaballero y
una dama?
— S í , los he visto, contestó el interpelado, pero hace muchísimo tiempo; entonces era
yo joven.
Los perseguidores fueron á presentarse al Rey de las Aguas.
—No hemos encontrado ni huellas de ellos, le dijeron. Sólo hemos visto á un anciano
detras de un pozo y un cubo flotando en el agua.
— ¿Por qué no os apoderasteis de él? gritó el Rey de las Aguas.
Y ciego de cólera, mandó dar una muerte cruel á los perseguidores, y envió á otros en
busca del príncipe y de Vasilisa la Sabia.
Los fugitivos entre tanto se habían alejado mucho; pero Vasilisa oyó al fin el ruido que
hacían los nuevos perseguidores y al punto convirtió al príncipe en anciano sacerdote, trasformándose
ella en templo, con las paredes cubiertas de musgo.
Apenas operada esta trasformacion, vióse llegar á los perseguidores.
— ¡Eh! gritó uno de ellos, ¿habéis visto pasar por aquí á un caballero con una dama?
— Sí, pero hace ya mucho tiempo, tanto, que entonces era yo un joven , y precisamente
me ocupaba en construir esta iglesia.
Los perseguidores fueron á presentarse al Rey de las Aguas y dijéronle:
— Señor, no se encuentra rastro de los fugitivos: sólo hemos visto á un anciano sacerdote
y una antigua iglesia.
— ¿Por qué no os habéis apoderado de todo? gritó el Rey con irritado acento.
Y más enfurecido que nunca, mandó dar muerte á los perseguidores, y él mismo se lanzó
en persecución de los fugitivos. Esta vez Vasilisa convirtió los caballos en un río de miel,,
con las orillas de gelatina, y al príncipe en un ánade, trasformándose ella á su vez en pato.
El Rey de las Aguas se precipitó en las orillas de gelatina y en la miel, y tanto comió y bebió,
que reventó al fin.
El príncipe y Vasilisa continuaron su marcha, y cuando ya estuvieron cerca del palacio de
aquél, su esposa le dijo:
—Entra tú primero para que tus padres sepan tu llegada. Y o esperaré fuera; pero no olvides
lo que voy á decirte: besa á todos, menos á tu hermana, porque si no lo haces así, me olvidarás.
El príncipe entró en palacio, saludó á todos y besó á su hermana también; mas apenas lo
hubo hecho, olvidó á su esposa, como si nunca la hubiese conocido.
Tres días le esperó Vasilisa, y al fin, llegado el cuarto,Adisfrazóse de mendigo y buscó en
la ciudad una casa para alojarse, habiendo elegido la de una anciana. Entre tanto, el príncipe
se preparaba para casarse con una princesa muy rica, y expidiéronse las oportunas órdenes
para hacer público el matrimonio en todo el reino, pues era costumbre que todos fuesen presentando
á los novios una torta de trigo como regalo de bodas.
La anciana con quien Vasilisa había ido á vivir hizo también sus preparativos para confeccionar
la torta.
—¿Por qué hacéis eso? preguntó Vasilisa.
— ¡Vamos! repuso la buena mujer. Veo que ignoráis la buena costumbre. Nuestro rey casa
á su hijo con una princesa muy rica, y es preciso ir á palacio para regalarles una torta de trigo.
— Yo también sé hacerla y, si me lo permitís, la llevaré al palacio, pues tal vez el rey me
regale alguna cosa.
—No hay inconveniente, dijo la anciana. Haced cómo queráis.
Vasilisa hizo la torta y puso dentro un poco de cuajada y dos palomas vivas.
La anciana y Vasilisa fueron al palacio, donde se celebraba una gran .fiesta, y llegaron
precisamente á la hora de comer. Sirvióse inmediatamente la torta de Vasilisa; mas apenas estuvo
cortada, salieron dos palomas volando. La hembra cogió un poco de cuajada, y el macho
le dijo:
— Dame un poco de cuajada á mí también.
—No, replicó la hembra, porque me olvidarías, como-el príncipe ha olvidado á Vasilisa
la Sabia.
Al oir esto el príncipe, acordóse en el mismo instante de su esposa, y saltando de la mesa,
cogióla de sus blancas manos é hízola sentar á su lado. Desde entonces vivieron juntos y
felices.

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