lunes, 1 de abril de 2019

MITOS ESLAVOS Y LITUANOS

Los eslavos ofrecían a esos ídolos de madera tosca que, según sus
creencias, encarnaban a sus míticas deidades, sacrificios cruentos de anímales;
pero también mantenían activo un ritual salvaje que consista en ajusticiar, para
mayor gloria de sus rústicos dioses, a todos aquellos que capturaban como
prisioneros en los campos de batalla. Todo lo cual les diferencia de otros pueblos
europeos cuya civilización no daba pie a tamañas atrocidades. Esta etnia
dispersa por Europa se componía de diversos grupos que no tenían en común
más que su propia barbarie, materializada en las continuas luchas que mantenían
entre ellos.
Durante el medievo las continuas incursiones de pueblos germanos por
occidente, de guerreros tártaros por oriente y de otomanos por el sur, hicieron a
los eslavos aferrarse aún más a un género de vida patriarcal y tribal, desechando
toda clase de relación, por lo que los germanos les llamaban "slav", concepto
que derivó en el término "esclavo". En realidad eran esclavos de sus propias
costumbres cargadas de cerrazón e ignorancia, sin apenas orden ni cohesión
sociales.
Practicaban, además, el enterramiento o la cremación de sus cadáveres y se
instaba a las mujeres de los muertos a perecer quemadas en la misma hoguera
que sus difuntos esposos, con lo que apenas tenían aquéllas tiempo de estrenar
su viudedad. Se organizaban juegos y banquetes durante el tiempo que duraban
los funerales, y no importaba que la comida fuera abundante, puesto que existía
la creencia de que los propios cadáveres comerían las sobras.
UNIDOS POR UNA MISMA LENGUA
Los eslavos se hallan tan diversificados, desde el punto de vista étnico, que
se hace necesario hallar un criterio único para su clasificación; y, por lo mismo,
todos los investigadores coinciden en afirmar que únicamente la lengua cumple
el requisito de universalidad. Todos los pueblos eslavos —los eslavos bálticos,
los del norte, los orientales o balcánicos, es decir, rusos, ucranianos y rusos
blancos, los eslavos occidentales, es decir, checos, eslovacos, polacos, etc., los
eslavos meridionales, o sea, servios, croatas, búlgaros...— pertenecen a una
misma familia lingüística que, a su vez, compone una de las más numerosas
comunidades de hablantes dentro del grupo de lenguas indoeuropeas.
El origen de los eslavos no está muy claro, aunque se acepta por lo común
que provienen de la zona occidental rusa y que, enseguida, fueron extendiéndose
y acotando unos territorios que quedaban bajo su influencia. Por ejemplo, los
eslavos fueron asentándose en Ucrania, Polonia y Rusia Blanca. Historiadores
como Plinio y Tácito nos dan testimonio de la existencia de eslavos en las zonas
que hemos citado. Debido a su primitivismo, y a su paganismo, algunos
evangelizadores cristianos hablaban de ellos en tono despreciativo y los
colocaban como una "de las razas humanas más viles y repugnantes". Tal juicio
de valor, vertido por un cualificado apóstol que vivió en el siglo VII (d. C.),
parece que, cuando menos, no se halla acorde con los principios que el
cristianismo defiende, especialmente con el concepto de persona humana.
También algunos narradores griegos de la época clásica nos hablan de los
pueblos eslavos; y aluden, también, a este pueblo numeroso y excesivamente
tribal, geógrafos árabes y astrónomos de fama, como es el caso de Ptolomeo.
ANCESTRO GUERRERO
Aunque es frecuente hallar opiniones acerca de la organización de los
eslavos, que niegan a éstos todo tipo de ilación social y, por lo mismo, no se les
reconoce apertura alguna hacia otros pueblos vecinos, con lo cual se resentirían
sus creencias míticas y su pautas rituales, lo cierto es que los eslavos
mantuvieron vínculos con otros pueblos de su misma área de influencia. Esto se
demuestra al conocer la impronta mítica y legendaria que impregnaba casi todo
el que hacer de este legendario pueblo, Además, muchas de sus
personificaciones, supersticiones y prácticas mágicas, son muy similares a las de
los pueblos vecinos.
Por tanto, podemos afirmar que los eslavos mantenían cierta vinculación
con los pueblos germanos y, también, se relacionaban con los hunos y los turcos.
De ahí que muchas de las leyendas de todos estos pueblos, de fuerte ancestro
guerrero, tengan en común precisamente ese aspecto bruto, o despiadado, que
emana de sus deidades y héroes. Aunque, por otro lado, también los dioses de la
mitología clásica, es decir, de Grecia y Roma, eran crueles y duros, pues con
frecuencia infligían terribles castigos a la población, Luego, esto de presentar a
las diversas deidades, y a los distintos héroes, plenos de crueldad, en muchos
casos, es una constante en la historia de las distintas razas y etnias. Acaso se
deba a la costumbre de los seres humanos —tan antigua como ellos mismos—
de atribuir a los seres superiores las cualidades que los mortales añoran, y los
defectos que desprecian; lo que se conoce, en definitiva, con el nombre de
antropomorfismo.
NO TAN DESORDENADOS
En ocasiones, los historiadores, al igual que los estudiosos del rito y del
mito, se limitan a seguir y aceptar las tesis y opiniones de sus antecesores, sin
haber comprobado antes por sí mismos los datos y pruebas que se aportan en
una determinada investigación, con lo cual nunca darían pábulo a ciertos asertos
que, a medio plazo, se han demostrado espurios y, por lo mismo, faltos de toda
objetividad. Tal ha sucedido con los pueblos eslavos, de los que siempre se ha
dicho que carecían de la más mínima sensibilidad por el orden social; cuando lo
cierto es que acaso sucediera todo lo contrario.
Y, así, los pueblos eslavos se organizaban en clanes y grupos, y se
constituían en federaciones para, a continuación, formar las diferentes tribus que
ocuparían grandes extensiones de terreno, necesario para el cultivo de forma
Mancomunada. Esto constituirá el soporte de míticas leyendas sobre el
denominado espíritu del grano. Y, así, cuando los eslavos iban a la siega existía
la costumbre de poner un mote a quien atara la última gavilla. Esta, por lo
demás, recibía el nombre de "la baba" (término que significa "la vieja"), porque
se suponía que en ella se hallaba sentada una vieja bruja —a la que se atribuía
cierto poder maléfico— que traerá desgracias sin cuento a quien se atreviera a
retirar esa última gavilla que servía de mullido asiento a tan singular personaje.
Si le corresponda a una mujer recoger la última gavilla, podría sobrevenirle,
dentro de ese mismo año, un imprevisto serio como, por ejemplo, quedarse
preñada.
NO SOLO PUEBLOS GUERREROS
Es cierto que los eslavos terminaron por convertirse en una gran potencia
guerrera, en parte porque tenían que defenderse de las continuas acechanzas de
sus enemigos y, en parte, porque su sistema social, de fuerte raigambre patriarcal
y, por lo demás muy peculiar, no permitía la formación de grupos numerosos. Lo
cual, acaso atomizaba excesivamente la población tribal pero, por otro lado,
aseguraba una autónoma a los diferentes clanes y tribus que conducía, sin lugar
a dudas, hacia la constitución de una especie de diversidad dentro de la unidad
que, por lo mismo, resultaba muy práctica en todo momento. Los eslavos no
sólo vivían de la agricultura sino que también practicaban la caza y la pesca,
además de ser expertos apicultores y ganaderos. Y aquí estará la base de una
leyenda eslava referida a la protección de las reses por los árboles y la
vegetación. Al igual que entre los romanos se hacía necesario expulsar al Viejo
Marte, a principios de año, lo cual simbolizaba la expulsión de la destrucción y
la muerte, los eslavos hacían algo similar con los espíritus del bosque; creían
necesario que sólo los árboles —entre los que consideraban más sagrados a la
encina y al nogal— protegerían con sus tupidas ramas a todo su ganado. Por lo
mismo, habría que expulsar a la muerte de aquellos bosques, la cual se
materializaba en el dios de la vegetación; aunque también existía otra
interpretación que explicaba que todo el ritual consistía, a la postre, en
conmemorar la llegada de un año nuevo, para lo cual se hacía necesario apartar
y alejar al año viejo hacia tierras lejanas y, a poder ser, pobladas por etnias
enemigas.
EL ALBA DEL MITO ESLAVO
Puesto que los germanos terminaron por colonizar toda la ribera del
Danubio, y se extendieron hacia el este del macizo alpino, bien que presionados
por diversas hordas y tribus que provenían de oriente y necesitaron emigrar a
otras zonas más bajas, acaeció que los pueblos eslavos quedaron divididos en
dos partes, la occidental y la meridional. Por esto no puede generalizar se nunca
al hablar de los mitos y leyendas eslavas, ni mucho menos uniformar la
idiosincrasia propia de estos pueblos.
Lo cierto es que, en un principio, los eslavos se asentaron en la zona este
del río Elba y, por lo mismo, sus incipientes mitos guardan relación con el
espacio inmenso, y lleno de luz, con los extensos bosques y la apretada
vegetación, con las fuentes, ríos y torrentes, con las montañas y las nubes...
Casi todos los mitos eslavos se resuelven en forma de aporías o pares de
contrarios y, así, lo primero que personalizaron y deificaron fue la luz y la
sombra, de donde saldrán el dios blanco y el dios negro. El primero de ellos será
benéfico y protegerá los campos y las cosechas; también guiará a todos aquellos
que se adentren en el bosque —siempre que no hayan cortado árbol alguno, ya
que el espíritu de lo arbóreo perseguirá para siempre al leñador y le infligir
desgracias sin cuento; y es que los eslavos, al igual que los germanos y otros
pueblos de la antigua Europa, tenían un concepto animista de la naturaleza y, por
lo mismo, pensaban que los árboles, por ejemplo, sufrían si se cortaban. Además
estaban considerados como sagrados e intocables— y no encuentren la salida.
DEIDAD BLANCA. DEIDAD DE LA LUZ
El dios negro, en cambio, es una deidad que mora en las tinieblas —algo
similar al dios griego Hades, considerado como el soberano de los oscuros
abismos subterráneos— y, por tanto, se la tiene por maligna y peligrosa. Sin
embargo, es necesario saber que está ahí puesto que, según los brujos o adivinos
—la misión de éstos, entre los eslavos, era similar a la de los sacerdotes griegos
y romanos, y a la de los druidas célticos y galos—, hay un dios arriba y otro
abajo. El más esencial de los asertos herméticos —que entre los alquimistas
cobra especial importancia a la hora de descubrir la proporción exacta de sus
mezclas con distintos metales— viene a decir algo muy parecido, a saber, que lo
que está arriba es como lo que está abajo, o lo mismo es afuera que adentro.
Las plegarias más simples de los eslavos se dirigen al dios blanco, que
habita en el cielo y nos regala la luz. De aquí que en la cosmología de estos
pueblos se dé tanta importancia al Sol, considerado como la luminaria por
excelencia, merced a la cual nunca triunfan las tinieblas, ni el frío. Además, el
Sol será la personificación de un dios justiciero, que hostigará a los malos y, por
el contrario, premiará a quienes hayan seguido una conducta ejemplar. La acción
virtuosa, por tanto, tiene preferencia dentro de la sociedad eslava sobre la
conducta pícara e interesada, todo lo cual parece indicar la existencia de atisbos
míticos que caracterizarán a los herederos de aquella etnia eslava tribal.
DIOS SOL
Ese dios Sol recibirá el nombre de "Dazbag" o Majbog" y se le relacionará
con la otra luminaria, es decir, con la Luna. Tendrán, según la mitología eslava,
hasta descendientes, que serán las estrellas.
El dios blanco, o bondadoso, enviaba a las hadas que moraban en las nubes,
en los montes y en los bosques. Eran las "Wilas" que tenían poderes para
ordenar a los ríos que abandonaran su cauce y se desbordaran; también tenían la
capacidad de producir tormentas y, si se lo ordenaba el espíritu de los bosques,
de los ríos o de las montañas, no permitían que ningún viajero transitara por esos
lugares.
También adoraban a "Vorusú" o "Volosse", al que consideraban protector
de sus rebaños y ganados. Celebraban la llegada de la primavera con ofrendas al
dios "Yarovi" o "Yarilo" al que tenían por una deidad que hacía llegar a los
campos la fuerza para que fertilizaran frutos y cereales; era el dios de la
primavera.
Cuando los eslavos se reunían para conmemorar ciertas efemérides,
brindaban y bebían de una misma copa, mientras evocaban el nombre de las dos
deidades esenciales, pues así lo prescribían sus brujos y sus ritos; es decir,
llamaban al dios blanco y al dios negro, o al dios benéfico y al dios maléfico
pues, de lo contrario, no se cumplirá ninguno de los deseos expresados en
semejantes rituales. El miedo a los fenómenos naturales, como huracanes,
tormentas, diluvios, terremotos, etc., hizo que los eslavos crearan sus propios
dioses y héroes.
LEYENDAS ESLAVAS
Numerosas historias, supersticiones, leyendas, ritos y magia, jalonan la
actividad mitológica de los pueblos eslavos. Aparte de adorar a las fuentes, a los
árboles, a las diferentes ninfas que poblaban la naturaleza, y que cautivaban con
su baile y su belleza a los viandantes que atravesaban los bosques o que se
paraban a beber el agua fresca de un manantial, los eslavos tenían otras
divinidades, que cumplían la misma función que las denominadas "divinidades
mayores" en el mundo clásico. Ya hemos citado a su dios supremo Perunú,
considerado como dueño y señor de las tempestades y de la lluvia, y que tenía
por atributo al rayo. Numerosos ídolos de madera representaban a tan poderosa
deidad. En ocasiones eran efigies tetramorfas, con cuatro rostros, cuatro cuellos
o cuatro cabezas; en sus manos llevaban armas poderosas y otros utensilios,
tales como cuernos que les servían para saciar su sed y para catar el vino que los
brujos, o sacerdotes, tenían que ofrendarles una vez al año, para lo cual
organizaban una especie de rito iniciático, denominado rito del vino.
Entre los germanos asentados en las orillas del mar Báltico, esa divinidad
tetramorfa de cuatro cabezas era invocada con el nombre de "svitovi" y, cada
una de las cabezas que aparecía representada en ídolos o figuras labradas,
apuntaba en dirección a otros tantos puntos cardinales.
En ocasiones, los ídolos tenían, además de las cuatro caras aludidas, una
quinta en el pecho y, junto a ellos, aparecía una silla de montar y una brida que
pertenecían al corcel blanco de la deidad.
SIMBOLISMO DEL CABALLO
Todo lo anterior nos lleva a considerar que al igual que los celtas y los
galos, que tenían al caballo como un animal sagrado, y existía la prescripción de
no comer su carne, los eslavos también valoraban al caballo hasta el punto de
deificarlo. Y, así, uno de sus dioses superiores era el dios—caballo "Svantovi",
que protegía a los guerreros en las batallas. También se le atribuía la
particularidad de conocer el porvenir y, en tal sentido, existían una especie de
rituales prebélicos, en los que se sacrifica un animal para que, en sus resuellos y
jadeos, se interpreta por los brujos todo lo que sucedería en la batalla que se iba
a librar. En cierto modo, esta especie de magia no resolvía claramente las
cuestiones planteadas, sino que toda respuesta dada en las condiciones
apuntadas resultaba, cuando menos, ambigua; era algo similar a lo que ocurría
con los oráculos griegos.
Lo cierto es que, entre los eslavos, el caballo encerraba una gran
significación mítica y, con frecuencia, este animal aparecía relacionado con las
respuestas de los oráculos, y con toda clase de augurios, a los cuales era muy
aficionado el pueblo eslavo.
Siempre estaban considerados los caballos como animales sagrados, que
respondían a sus peticionarios con frases cargadas de significación emblemática
y simbólica, las cuales debían ser descifradas, después de emitidas,
exclusivamente por los brujos o sacerdotes de las distintas tribus o grupos.
LEYENDA DEL FUEGO
Como otros muchos pueblos de ascendencia tribal, los eslavos también
adoraban al fuego y tenían a un dios del fuego al que denominaban "Svarogich".
En torno a él circulaban numerosas leyendas, trasmitidas de viva voz, y
celosamente guardadas y memorizadas por los más ancianos de las diversas
tribus. Existía la prohibición de vocear cuando el fuego chispeaba y crepitaba;
todos los jóvenes eran instruidos al respecto para que guardaran silencio
mientras el fuego estaba reavivado. Tampoco debían realizarse ningún tipo de
promesas o juramentos mientras el fuego estuviera vivo y chispeante. Todo esto
formaba parte de un ritual del fuego que, aún en la actualidad, permanece —
acaso con algunas variantes — en muchos lugares de Europa.
Algunos estudiosos de los ritos y costumbres de los pueblos eslavos, por
ejemplo el prestigioso investigador Frazer, nos describen la importancia
simbólica, mítica y emblemática que, para determinadas tribus eslavas, tienen el
fuego y sus residuos. Así, en "La Rama Dorada" podemos leer lo siguiente: "Los
Huzules, pueblo eslavo de los Cárpatos, encienden el fuego por fricción de
madera en la víspera de Navidad (cómputo antiguo el cinco de enero) y lo
mantienen ardiendo hasta la noche duodécima.
Es verdaderamente notable cuán corriente parece haber sido la creencia de
que si se guardan los restos del leño de Pascua durante todo el año, tendrán
poder para proteger la casa contra incendios y especialmente contra los
deslumbramientos y destellos. ( .... ) Que las virtudes curativas y fertilizantes
atribuidas a las cenizas del leño de Pascua, del que se cree que sana tanto al
ganado como a las personas, que habilita a las vacas para tener terneros y que
promueve la fertilidad de la tierra, puedan derivarse o no de la misma fuente
antigua, es una cuestión que merece considerarse".
LEYENDA DE LA VIDA
Sin embargo, entre los eslavos eran muy frecuentes las historias que
narraban hechos en los cuales la vida aparecía como algo externo a su
usufructuario, como algo que se podía esconder entre los elementos de la
naturaleza.
Existe, al respecto, una historia rusa que narra los amores de una joven y
hermosa princesa con un bello efebo que se enamoró de ella en cuanto la vio.
Cuenta el relato que la muchacha se encontraba prisionera en el castillo dorado
de un brujo que se llamaba Koshchei — nombre que significa "huesudo",
"delgado" — el Inmortal, cuando acertó a pasar por aquellos lejanos parajes un
príncipe muy joven y muy valiente. Este descubrió, desde una de las tapias que
acotaban aquella extraña y refulgente mansión, castillo de oro, a una muchacha
solitaria que paseaba, con semblante apenado, por los largos pasillos de un
artístico jardín. Era tal su belleza que el joven príncipe se enamoro de ella al
instante y, pleno de energía, saltó hacia el interior del recinto y, en cuanto la
princesa le relató su infortunio, el joven propuso a la muchacha que huyera con
él. Para ello, antes tenía que deshacerse del poderoso Koshchei, por lo que la
infeliz princesa ideó un plan tendente a conocer el lugar en el que el brujo
escondía su vida. De manera candorosa y zalamera, la joven princesa le
preguntó a su inmortal anfitrión cuál era el lugar en el que escondía su corazón o
su vida. Y es que el brujo le había dicho que él no moriría nunca porque no tenía
corazón, sino que lo tenía escondido en un lejano lugar que nadie conocía.
UN COFRE DE HIERRO BAJO UN ROBLE VERDE
El relato explica que el taimado brujo no se fiaba de nadie, así es que le
dijo a la muchacha que su corazón se hallaba en la escoba que había en una de
las salas del rastrillo. La princesa fue corriendo hasta el lugar indicado, cogió la
escoba y la echó al fuego, y esperó hasta que terminara de arder, y la vio
reducida a cenizas. Pero el brujo no murió, lo cual significaba que le había
mentido. De nuevo le inquirió, aduladora y zalamera la princesa, para que le
desvelara el lugar en el que escondía su corazón y, el brujo, volvió a mentir. Le
explicó a la princesa que tenía guardada su muerte, o su corazón, en el interior
de un gusano que se hallaba en las raíces de un viejo roble que se erguía en el
jardín. Enseguida la princesa le contó todo a su joven enamorado y, éste,
después de hallar el gusano, lo aplastó; pero el brujo Inmortal seguía vivo, lo
cual indicaba que se había burlado otra vez de la princesa.
Por fin, la infortunada muchacha, se armó de valor y volvió hasta donde se
hallaba Koshchei; al tiempo que lo llenaba de caricias y ternuras, volvió a
preguntarle por el lugar en el que escondía su corazón, o su muerte, no sin antes
recriminarle por haber desconfiado de su amor y por mentirle. El brujo se sintió,
esta vez, culpable por sus actuaciones para con la joven princesa que estaba a su
lado y le daba muestras de amor y, sin pensárselo dos veces, le desveló el
verdadero lugar en el que escondía su corazón, o su muerte.
AMORES QUE MATAN
La minuciosidad con que el brujo Koshchei, halagado y azuzado por las
fingidas caricias de la princesa —por lo demás, enamorada de un joven y
apuesto príncipe—, describe el lugar en el que se encuentra escondida su muerte
es plasmado por Frazer en "La Rama Dorada" con toda la sencillez y la fuerza
que la circunstancia requiere. Nos dice Frazer que, esta vez, el brujo, vencido
por los arrumacos de la muchacha, abrió su corazón y le dijo la verdad. "Mi
muerte, dijo él, está lejos de aquí y es difícil de encontrar en el ancho océano. En
este mar hay una isla, y en la isla crece un roble verde, y bajo el roble hay un
cofre de hierro, y dentro del cofre hay una cestita, y en la cestita una liebre, y en
la liebre hay un pato, y el pato tiene un huevo; el que encuentre el huevo y lo
rompa, me matará a mí en el mismo instante". El príncipe, naturalmente,
consigue el huevo fatal y con él en las manos se enfrenta al inmortal brujo. El
monstruo quiere matarle, pero el príncipe comienza a estrujar el huevo, a lo que
el brujo, encogido por el dolor, se vuelve hacia la falaz princesa, que está
riéndose satisfecha. "¿No era una prueba de amor para ti, le recriminó, que te
dijera dónde estaba mi muerte? ¿Es ésta la manera que tienes de pagarme?".
Diciendo esto requirió su espada, que colgaba de un gancho en la pared, pero
antes de que tuviera tiempo de alcanzarla, el príncipe aplastó con firmeza el
huevo y el brujo inmortal encontró su muerte en aquel instante.
EL PALACIO DEL SOL
No se agota con lo antedicho, la mitología eslava respecto a la importancia
que para ellos tiene la luz, el fuego, la lumbre y el propio astro rey.
Por ejemplo, cuando se encendía el fuego de la lumbre que ardía en los
hogares, todos debían permanecer en silencio, especialmente los más jóvenes de
la casa, para que fueran aprendiendo los diferentes rituales de su tribu. La
mitología en la que aparecía envuelto el Sol era muy amplia entre los eslavos,
para quienes esta luminaria tenía su morada en un lejano lugar de oriente, al que
consideraban el país de la abundancia, y el verano, ininterrumpidos. El Sol
habitaba en un palacio refulgente, todo de oro y, cuando se disponía a recorrer el
espacio, lo hacía en un carro brillante, tirado por doce caballos blancos que
tenían sus crines doradas. Todo esto se parece mucho a la descripción que la
mitología clásica hacía del Sol y, al igual que Faetón era un hijo del Sol entre los
griegos, lo mismo sucede con los eslavos. La mitología de estos últimos
contempla al Sol como la personificación de un hermoso joven que se sienta en
un trono de oro y, a su lado, aparecen dos hermosas muchachas que son sus
hijas: la Aurora de la Mañana, y la Aurora de la Tarde.
Los eslavos llamaban "Zorias" a las hijas del Sol y las consideraban
servidoras de su padre, pero también deidades. La Zoria, o Aurora de la Mañana,
tenía la función de abrir la puerta del reluciente palacio para que saliese su padre
el Sol, mientras que a la Zoria, o Aurora de la Tarde, le correspondía cerrarla
para que su padre se recogiera.
LA MADRE TIERRA
Al igual que los griegos, los eslavos también concedían gran importancia a
la Tierra, a la que divinizaban y consideraban madre universal. El culto a la
Tierra, en cuanto que madre universal, que encerraba en sus entrañas toda la
energía suficiente para hacer fertilizar las plantas y las cosechas, estaba bastante
extendido entre los pueblos esteparios, aunque se sabe muy poco sobre ello. Por
ejemplo, algunos campesinos rusos mantienen la costumbre ancestral de horadar
el suelo para conocer si su cosecha va a ser buena, mala o regular. Ponen un oído
en el agujero que han hecho en el suelo y escuchan; si el sonido que oyen es
semejante al de un trineo que arrastra su carga por la nieve, es seguro que habrá
buena cosecha. Si, por el contrario, el sonido se asemeja más bien al de un trineo
que no lleva carga, es seguro que la cosecha será muy mala. Por otro lado, a la
Tierra nunca se la debía engañar —pues para eso era la madre universal, que
procuraba todo lo necesario a las diversas criaturas— y, los eslavos, la
invocaban con frecuencia, aunque muy especialmente para dirimir sus
diferencias respecto a la posesión, y el disfrute, de la misma. El ritual exigía que
quien decía el juramento debía poner un puñado de tierra sobre su cabeza y, de
este modo, el juramento se convertía en algo sagrado y perdurable.
Los eslavos también tenían dioses domésticos, como los lares romanos, y
los denominaban, sobre todo en Rusia, los abuelos de la casa. Existía la creencia
de que por el día se escondían por detrás de la chimenea y, por la noche, salían
para comer las viandas que les habían preparado los dueños de la casa.
PUEBLOS DE LA ESTEPA
Muchas otras tribus nómadas, que provienen del extremo oriente, desde los
confines del mar Amarillo, vienen a configurarse en la zona septentrional de
Eurasia. Primero viven del pastoreo y de la cría de ganado, por ello necesitan
asentarse en lugares muy extensos y con mucha vegetación. Desarrollan sus
creencias, también a partir del temor que les imponen los fenómenos naturales, y
unifican su trabajo de forma conminatoria para hacer frente a la depredación y al
robo. Su origen étnico es muy dispar, por lo que es preferible denominarlos
genéricamente como los pueblos de la estepa, y su pragmatismo era su principal
característica. Por ello, todas las tribus aceptaban el caudillaje y se organizaban
de forma férrea y sólida, tanto en lo político como en lo social. Sus
asentamientos debían realizarse en espacios abiertos y extensos; cada horda
tenían plena autonomía, y sus guerreros gozaban de igualdad de derechos y
obligaciones. Al mando de todos ellos se hallaba el príncipe o caudillo
—"Kan"— que ejercía su autoridad a partir de su conocimiento y relación con
las armas de hierro. El oficio de herrero era uno de los más estimados, pues se
pensaba que quien era capaz de dominar el hierro con el fuego es porque
conocía secretos que los propios dioses le habían confiado. Por todo esto, los
jefes eran, a menudo, identifica dos con la divinidad. Por ejemplo, uno de los
dirigentes más célebres, como era el caso de Gengis, estaba considerado como el
enviado de los dioses, y su poder perduraría después de su muerte. Una de las
hordas más sanguinarias fue la de los hunos, que tuvieron por jefe al feroz Atila,
quien consiguió invadir occidente y saqueó numerosas poblaciones galas;
también devastó ciudades como Padua y Milán.
Estos pueblos de la estepa tenían gran fe en la magia que los "Chamanes"
—sus sacerdotes— sabían utilizar en momentos críticos. Los "Chamanes"
afirmaban, también, que el cosmos estaba poblado de genios de naturaleza
ambivalente: y, así, había buenos y espíritus malos. Toda persona acoge dentro
de sí misma ambos espíritus, y otro tanto sucede en el cosmos y en la naturaleza.
Los espíritus que habitan en el aire son benéficos; los que habitan en la tierra,
maléficos. Por ello, es muy importante contentar a estos últimos. El firmamento
era el lugar en el que se hallaban las divinidades y, también, las nubes que
enviaban la lluvia necesaria para que hubiera pasto para los animales.
LAS LEYENDAS DE FINLANDIA
Luonnotar, virgen e hija del aire, se lanzó al mar y allí quedó henchida por
el viento durante siete siglos y nadando sin cesar por todos los mares, hasta que
pidió a Ukko, dios supremo, que la ayudase a parir tras aquel interminable
embarazo del aire. Un pájaro, una magnífica águila del cielo, vino a posarse
sobre sus piernas y en ellas puso su nido y seis huevos de oro y otro más de
hierro, empollándolos durante tres días, hasta que Luonnotar sintió el calor
abrasador de los siete huevos y vendió sus piernas en el agua, para refrescarlas;
entonces los huevos cayeron al mar y de ellos brotó la Tierra, con su cielo, su
Luna y su Sol, pero la virgen seguiría en el agua, durante otros diez años más,
hasta que Luonnotar decidió crear vida en esa Tierra y dar forma a los
continentes y a las islas; pero todavía esperó otros treinta años más, hasta que
por fin parió al ya viejo y gigantesco Váinaámáinen, quien cayó al mar y en él
siguió, como su madre, nadando, hasta que después de ocho años, tocó la tierra
firme y pudo contemplar ensimismado aquella primera isla, aquel mundo
maravilloso que su madre había creado y que ahora le rodeaba con todo su
esplendor. Solo estaba Váinámáinen, hasta que el dios Sampsa vino a enseñarle
como cultivar el suelo con sus semillas, aunque a Váinámáinen no le pareció
demasiado perfecto lo que creció en su isla. Así que cuatro vírgenes salidas del
mar cortaron la hierba y quemáronla hasta que de la verde vegetación sólo
quedó ceniza. Y una encina comenzó a crecer, imbatible, apoderándose de la
tierra y del aire. Así que Váinámáinen pidió a su madre que le ayudara a tumbar
aquel árbol, y apareció un diminuto ser que luego creció y creció también, como
la encina. Con una hoja de hierba formó un hacha y con ella derribó de tres
golpes la encina. Había probado cual era la fuerza y el poder de la magia; había
dejado también espacio para que la vegetación recibiera la luz del sol y todas las
plantas medrasen. Váinámáinen se hizo él mismo un hacha y tumbó todos los
árboles que habían crecido, todos menos el abedul, sobre el cual se posaron los
pájaros del cielo.
JOUKAHAINEN Y AINO
Váinámáinen era cantor de potente voz y profundo verso, y su fama llegó
hasta las tierras del norte perdido, hasta Pohjola. Un lapón presuntuoso, el
joven )oukahainen, emprendió la marcha al sur, para desafiar al viejo en su
terreno, en su casa de Vainola, a pesar de los consejos en contra de sus prudentes
padres. Y en tres jornadas de marcha desenfrenada llegó a los bosques de
Vainola, para enfrentarse con Váinámáinen, para demostrarle que era más sabio
que el viejo aquel, pero no pudo ganarle con la palabra y quiso imponerse con la
fuerza de su espiada, obteniendo sólo mayor desprecio por parte de su rival
Váinámáinen, que se puso a cantar sus magias, y a dominarle con su poder.
Joukahainen quedó anonadado, dándose cuenta de quién era en realidad su rival.
Intentó comprar su libertad, pero sólo podía ofrecer sus arcos, algo de oro, algo
de plata, pero nada conseguía de su vencedor, hasta que ofreció a su propia
hermana Aino. Aquella oferta le gustó al viejo y cambió la magia de sentido,
liberando al presuntuoso Joukahainen de su hechizado encierro y ordenándole ir
a buscar a su hermana, según había prometido. Joukahainen volvió al norte, aún
más rápidamente que había venido, y llegó a casa de sus padres, para
comunicarles que había dado su hermana a Váinámáinen para recuperar su
libertad. Pero la madre estaba orgullosa de que su bella Aino fuera la esposa de
tan poderoso señor, aunque la joven Aino sufría por su infortunio y no quería
unirse a un viejo como Váinámáinen, sabía que debía cumplir la palabra dada
por su hermano, para que sobre ellos no cayeran las maldiciones del poderoso
viejo. Aino aceptó resignadamente su suerte y luego, entre los bosques, conoció
a Váinámáinen, en un penoso y mágico primer encuentro, que apenas pudo
resistir. Sobreponiéndose a sus deseos de huir, Aino marcha hacia su destino en
el lejano Sur, pero no llegará a Kaleva, porque se ahoga mientras nada
alegremente en las aguas del mar, inocente víctima de un destino que se volvió
en contra suya.
EL DOLOR DE VÁINÁMÓINEN
Fue muy triste para todos conocer la cruel muerte de Aino; lloraron sus
padres, sus amigas, todos; lloró más que nadie, Váinámáinen. Pero salió al mar,
como tantas veces, con su aparejo de pesca para olvidar a Aino, y la encontró sin
saberlo, bajo la forma de un pez desconocido que escapó a tiempo de su
cuchillo, diciéndole quién había sido ella antes de convertirse en salmón.
Váinámáinen se quedó aún más triste, al comprender que la había perdido de
nuevo y para siempre. Pero su madre la virgen del aire se apiadó de su pena y le
habló sobre cómo debía buscar en Pohjola una bella virgen que fuera su esposa.
Obedeció Váinámáinen a su madre y marchó al norte, en busca de la novia
recomendada, sin saber que Joukahainen le esperaba dispuesto a vengarse, listo
para matarle con su arco tenso y sus flechas afiladas, desoyendo de nuevo los
consejos de su madre. Pero esos consejos desviaron la puntería de Joukahainen y
sus flechas fallaron, no alcanzaron al jinete, sino a la cabalgadura. Váinámáinen
cayó al mar y tragado por sus aguas, mientras Joukahainen creía haberle matado
y se jactaba de ello ante su horrorizada madre, que le maldecía por el daño
cometido. Joukahainen supo, después, por intermedio de la sombra de la
Justicia, que Váinámáinen, tras nueve días flotando a la deriva, había sido
sacado de las aguas por un águila y llevado hasta Pohjola; el viejo estaba vivo y
más cerca que nunca de conseguir la meta de su viaje: la novia que su madre
Luonnotar le había designado desde su tumba marina. El pobre y estúpido
Joukahainen no pudo superar su cobarde angustia, su miedo al castigo que sin
lugar a dudas se le venía encima, y se ahorcó de las ramas de un árbol que iba a
cortar.
LOUHI Y SU HIJA
Váinámáinen estaba en las tierras de Pohjola, pero estaba cansado, herido y
perdido, al menos hasta que la buena Louhi supo de él y se le acercó para
ofrecerle la solución a sus cuitas, el regreso pronto a su casa de Vainola, todo a
cambio de un campo, un molino mágico, y — además— le ofrecía a su hija, una
virgen como la que su madre le había señalado. Váinámáinen no sabía forjar el
campo, pero sí prometió, de regreso a su hogar, mandarle a Ilmarinen el herrero
más capaz, el mismo que había forjado la cúpula celestial. Louhi aceptó el trato
y le dio un caballo mágico para que regresara al sur en un encantamiento sin
levantar la vista de su regazo, so pena de maldiciones sin fin. Y no era fácil la
tarea, ya que, a poco de empezar su camino, oyó un telar sobre él, sin acordarse
de lo que le había dicho Louhi, Váinámáinen levantó la cabeza y vio a la
hermosa doncella que tejía en oro y en plata, a la bella que le pidió un sitio en su
trineo, no sin antes exigirle que partiese la crin de su caballo rojo con una espada
sin filo, y que hiciera un nudo invisible con un huevo. Así lo hizo Váinámáinen,
pero no bastó, la caprichosa doncella le exigió una y otra vez nuevas pruebas. El
enamorado no llegó a darse cuenta de que los tres genios del mal estaban tras de
él, hasta hacer que se hiriera con su hacha, con una tremenda herida que
sangraba sin parar. Así que Váinámáinen no tuvo más remedio que abandonar a
la deseada doncella y salir en busca de alguien que pudiera cerrar su herida, pues
él había perdido todo poder mágico. Curado y repuesto, Váinámáinen prosiguió
su ruta hasta Kalevala para llegar al taller del herrero Ilmarinen y convencerle de
que debía ir a Pohjola a forjar el campo; no lo logró y tuvo que recurrir a su
recobrada magia para hacer que un torbellino lo arrebatara de su forja y lo
llevara hasta la oscura y fría tierra del norte.
LA PROMESA CUMPLIDA EN PARTE
Luohi vio llegar mágicamente al herrero Ilmarinen a su casa y apenas se
sorprendió cuando supo que se trataba de él. Ordenó al punto que se le preparase
el mejor acomodo y hasta hizo que se adornase con las mejores galas su bella
hija virgen, para ser después mostrada a Ilmarinen y ofrecida como recompensa
a cambio del campo anhelado. A la vista de la preciosa criatura Ilmarinen fue
buscando por Pohjola el lugar donde realizar su trabajo, y se puso a trabajar
febrilmente en la construcción de aquella forja, primero, y en la realización del
campo pedido después. Tardó tres días Ilmarinen en preparar la fragua y tres
días en fraguar el molino de tapa suntuosa, que era molino de harina por un lado,
molino de sal por otro y molino de moneda por el tercero. En su primer trabajo,
el campo molió una medida para ser comida, otra medida para ser vendida y una
tercera para que fuera guardada. Entregado el molino a Luohi, ésta lo guardó en
el lugar más recóndito de su casa. Fue entonces, cumplida su parte, cuando
Ilmarinen reclamó aquella virgen prometida, pero ella se negó a acompañarle,
porque no estaba dispuesta a ser su esposa. Ilmarinen se abatió, sin fuerzas para
nada, hasta tal punto que la madre de la virgen, la anciana Luohi se compadeció
de su tristeza y lo envió en una barca de regreso al sur, envuelto en la fuerza
mágica de un viento que ella convocó para que fuera transportado sin peligro en
tres singladuras hasta su añorada Kalevala. Allí, en la orilla, le esperaba el viejo
y a él dijo que el campo había sido construido y entregado a Luohi, según se
había acordado, pero también hizo saber que la doncella prometida no cumplió
su parte del trato y él, Ilmarinen, tanto como Váinámáinen, habían sido
doblemente burlados por la virgen de Pohjola.
LEMMINKAINEN EL AMANTE
Ahti Lemminkáinen nació en Kauko y fue un joven tímido hasta que pescó
una perca y ésta, para salvar su vida, prometió enseñarle la palabra encantada
que le haría el hombre más amado por las mujeres, pero no había tal palabra, era
necesario comerse el pez para lograr ese encanto y Ahti se la comió.
Ciertamente, pronto Ahti era un ser querido por todos, especialmente por las
mujeres, como lo demuestra su primera aventura con Kylliki, la preciosa joven
de famosa belleza a la que rapta y enamora; pero Ahti Lemminkáinen cree que
su mujer no le ha guardado la debida ausencia y marcha a Pohjola, pretendiendo
esta vez a la hija de Louhi, y teniendo que cumplir una dura prueba para
conseguirla, la captura del alce de Hiisi, caza que le costaría la vida en las aguas
del río Tuoni, asesinado por la venganza de un viejo al que había humillado.
Ahti cayó al reino de la muerte, al reino de Tuoni y Tuonetar, en medio del
horror y el sufrimiento. Desaparecido Ahti, su madre inicia la penosa búsqueda
del hijo perdido, sumergiéndose en las aguas, cruzando las tierras del norte,
preguntando a la Luna y, por fin, oyendo lo que el Sol le contaba, que Ahti había
sido arrastrado al Tuoni. La madre pidió a Ilmarinen que forjara un rastrillo de
cien brazas para sacar a su hijo del fondo del río; con él rescató a su amado hijo,
y con su amor le devolvió la vida. Volvieron a casa, pero Kylliki se había ido
para siempre. Entonces Ahti partió de nuevo a Pohjola, esta vez airado, por no
haber sido invitado a las fastuosas celebraciones de la boda de la hija de Louhi
con Ilmarinen. Llegado al norte, Ahti Lemmikáinen va a provocar al Hijo del
Norte, al anfitrión, retándole a un duelo a muerte, en el que vence Ahti, pero la
satisfacción por su victoria es breve, porque tiene que huir, puesto que todos los
hombres de Pohjola, al saber que su jefe ha muerto a manos de Ahti, se lanzan
en su persecución. Durante tres años se refugió en la Isla de las Mujeres, siendo
amado por todas y amando a casi todas, pero llegó la hora de volver junto a su
madre y no hubo más remedio que abandonar tan dulce refugio. Cuando alcanzó
la orilla de sus tierras, divisó sólo destrucción y cenizas, pero lo que veía no lo
era todo; también pudo ver, al poco, a su dulce madre, escondida entre las
ruinas, esperando siempre su regreso, convencida de que él volvería junto a ella
otra vez más, sabiendo que todavía le quedaba mucho por hacer a su hijo, el
alegre héroe Ahti Lemminkáinen.
VOLVAMOS A VÁINÁMÓINEN Y A ILMARINEN
Váinámáinen construía un barco y estaba a punto de terminarlo, pero le
faltaban tres palabras mágicas para terminar de darle forma; no había manera de
recordar cómo eran y Váinámáinen se desesperaba, pensando que era una tarea
imposible, hasta que se acercó un pastor y le dijo que el gigante Antero Vipunen
sabía todo lo que él necesitaba saber. Fue Váinámáinen a Ilmarinen, para que el
herrero le forjara el equipo de hierro que debía llevar para llegar hasta la morada
de Antero Vipunen; entonces supo, por boca del herrero, que Antero había
muerto hacía muchos años. Pero ni eso detuvo a Váinámáinen, quien, equipado
con la armadura que le permitía atravesar las agujas de las mujeres, las espadas
de los hombres y las hachas de los héroes, llegó hasta donde yacía Vipunen con
su magia. Metió su maza en la garganta del gigante y le ordenó erguirse.
Vipunen se levantó al momento, con la boca inmovilizada por la maza de
Váinámáinen. Aprovechando la sorpresa, el viejo saltó a su garganta y se metió
en su vientre, montando dentro de él una fragua para atormentar a Antero,
comiéndose sus entrañas y golpeando su cuerpo. Así, hasta que logró que el
gigante le enseñara toda su inmensa sabiduría.
Cuando hubo conseguido su propósito, el imperturbable Váinámáinen
volvió a su casa y terminó su barco. Con él quería navegar hacia el norte, para
pedir de nuevo la mano de aquella virgen que no podía olvidar. Terminado de
construir su navío, Váinámáinen lo botó y fue gozoso rumbo a Pohjola, pero la
virgen Anniki se acercó a preguntar la razón de su viaje. Váinámáinen mintió
una y otra vez, provocando la duda en Anniki, quien le amenazó con una
tremenda tormenta si Váinámáinen no decía, ahora ya, la verdad. El viejo
confesó y la virgen fue corriendo a decir a Ilmarinen que el viejo había decidido
ir solo en busca de la virgen de Pohjola. Ilmarinen se preparó para ir en busca
del viejo y consiguió, tras tres días de carrera en su trineo, alcanzarle.
EL PACTO DE LOS DOS AMIGOS
Tras acordar que ya no habría más luchas por la virgen de Pohjola y hartos
de ser inútiles rivales por ese difícil amor, Váinámáinen e Ilmarinen deciden
seguir por separado su camino a Pohjola, éste por tierra, aquél por mar, a la
búsqueda de aquella virgen tan hermosa y tan deseable como esquiva, siempre
prometida como recompensa al viejo y al herrero, y nunca recibida. Pero ahora
van a hacer que ella diga, de una vez por todas, por cuál de los se decide la
escurridiza doncella La elección es rápida esta vez, la virgen prefiere a
Ilmarinen, por que no es un viejo como Váinámáinen, aunque antes lo hubiese
rechazado de un modo tan definitivo. Pero Louhies una vieja retorcida y
soberbia, que ahora quiere hacerlo todo más costoso al buen herrero,
proponiéndole nuevas pruebas a cada momento Ilmarinen se ve obligado a
descifrar los complejos (y absurdos) problemas propuestos pero la vieja no
cuenta con la complicidad antagonista de su propia hija, de la virgen sin nombre
que tantas páginas llenó de la historia del Kalevala. Con ella a su lado, la
victoria es segura, y la boda va a celebrarse por todo lo alto. Sólo quedan fuera
Váinámáinen, por su tristeza, y Lemminkáinen, que no ha sido invitado, lo que
va a ser motivo de su ira y del comienzo de aquel duelo a muerte con el Hijo del
Norte que ya hemos relatado antes. Pero con la boda no va a llegarle la felicidad
por mucho tiempo al enamorado Ilmarinen: su esposa, su bella y ansiada esposa
es una mujer malvada y la cruel burla que hace al buen esclavo Kullervo, al
darle una piedra como única comida hace que éste ponga en marcha su venganza
(mágica, por supuesto) con la complicidad del lobo y del oso, dando muerte a
quien le humillara. Es la desolación para Ilmarinen, al ver muerta a su amada
Kullervo, ya antes traicionado por su hermano Untamo, quien le había vendido
como esclavo, y ahora castigado por el destino, al enterarse de que la virgen con
la que ha yacido no es sino su propia hermana. Kullervo, aún más enfurecido,
mata a su hermano Untamo, pero tampoco le sirve de consuelo esta muerte, sólo
descansará cuando se quite la vida con su propia espada.
LA DESESPERACION DE ILMARINEN
El herrero pensó que podría encontrar consuelo en una nueva esposa que él
mismo forjase a imagen de la desaparecida, y se puso a trabajar incansablemente
en su fragua, hasta que consiguió la más hermosa mujer jamás construida de oro
y plata; pero fría era su compañía, muda su presencia, inútil su existencia.
Ilmarinen quiso regalar la mujer de oro y plata a Váinámáinen, pero él no la
quiso, y recomendó a Ilmarinen que la volviera a fundir, pues nadie debía
dejarse deslumbrar por el oro, o por la plata. Ilmarinen comprendió que debía
buscar una nueva esposa de carne y hueso y pensó en Pohjola, en otra hija de
Louhi que le recordase a su perdida mujer. Pero nada consiguió de Louhi, y tuvo
que raptar a su segunda hija. Tampoco sirvió de mucho el rapto, pues en la
primera noche ya se acostó ella con un desconocido. Ilmarinen, al despertar, vio
la escena y casi la mató, pero su espada se negó a terminar con la vida de aquella
coqueta y el desgraciado Ilmarinen se contentó con ordenar que la infiel raptada
fuera a convertirse en solitaria gaviota, condenada a vivir sobre un peñasco,
entre las frías aguas del mar. Más solo que jamás hubiera estado, el herrero
siguió su interrumpido camino hacia el hogar. Al paso le salió el viejo
Váinámáinen, y juntos se propusieron rescatar de Pohjola aquel campo
construido para lograr la pretendida felicidad, y que tan tristes frutos había
deparado a ambos. Construyeron un navío poderoso, forjaron una espada
vencedora, y partieron a la búsqueda del campo mágico, recogiendo por el
camino al retirado héroe Lemminkáinen, que presto se sumó a la expedición,
gozoso de poder volver a luchar contra la gente de Pohjola, de la que tan
penosos recuerdos guardaba su memoria.
LA CREACION DEL KANTELE
Chocaron los navegantes contra algo extraño, contra algo que les detuvo en
su marchaVáinámóinen hizo un arpa, el kantele. Todos los que vivían en las
proximidades fueron a probarlo, pero ninguno conseguía sacar un sonido de
aquella arpa hecha de las espinas del lucio gigante. Hasta que las manos del
viejo Váinámáinen acariciaron el kantele: entonces brotó un torrente de sonido
que causó la admiración de los dioses, de los hombres y hasta de los animales,
que abandonaban sus guaridas, escondrijos y nidos y corrían, nadaban y volaban
para oír la música inigualable de Váinámáinen con su kantele. Después, cuando
la gran fiesta hubo acabado, los tres héroes reemprendieron rumbo hacia
Pohjola. Allí, la vieja Luohi les preguntó el motivo de su visita y ellos fueron
sinceros, dijeron que querían compartir aquel campo que pidiera Váinámáinen a
Ilmarinen para que Louhi lo disfrutara. Pero la vieja se encolerizó, ella no estaba
dispuesta a compartir su tesoro; nunca lo había estado, por eso lo tenía encerrado
bajo tierra, en la oscuridad más impenetrable, porque lo quería poseer, aunque
no disfrutara de su potencia mágica. La horrible madre de Pohjola llamó a sus
hombres para que acudieran en su auxilio, para que mataran a Váinámáinen; de
nuevo fue inútil su maigno esfuerzo contra el imperturbable y sabio
Váinámáinen; al viejo runoia no le complacía tener que matar una y otra vez,
por eso le bastó sentarse ante su kantele y tocar en él; pronto los guerreros
estaban hechizados por su música y su magia. Libres los héroes para moverse
por Pohjola, fueron en busca del campo. Váinámáinen, Ilmarineny
Lemminkáinen lo arrancaron de su escondite con la ayuda de un toro gigante; ya
era suyo el molino; era llegada la hora de embarcarse y volver triunfantes a
Kaleva con la riqueza que el campo representaba, con la magia del molino en su
poder.
LA BATALLA ENTRE KALEVALA Y POMOLA
Estaban muy lejos de Pohjola Váinámóinen, Ilmarinen y Lemminkáinen y
los tres héroes, creyéndose victoriosos en su expedición, pero Louhi ya había
recobrado el sentido y supo que le habían quitado su campo. Entonces más
furiosa que nunca antes, pidió a la diosa de la niebla que enviara una niebla tal a
los navegantes que los detuviera donde quiera que se hallaran. Uuta, la diosa,
oyó su petición y envolvió a la embarcación en la más tupida niebla durante tres
días, pero la espada de Váinámáinen la hendió y se libraron de ella. Después
Ukko, dios del cielo, envió sus vientos contra los navegantes, y las olas
arrebataron el kantele, pero la magia de Váinámáinen venció a los vientos.Louhi
desesperada movilizó su ejército y lo lanzó en un barco con cien remeros y mil
guerreros, en pos de los tres héroes, pero la magia de Váinámáinen hizo surgir
escollos de las aguas y el barco enemigo se hundió al chocar contra ellos. Pero
Louhi se transformó en águila y montó sobre sus espaldas al ejército de Pohjola
y se puso de nuevo en marcha contra los tres héroes. Váinámáinen la vio llegar y
le ofreció de nuevo compartir el campo, pero la vieja sólo lo quería para ella.
Váinámáinen empezó su combate contra Louhi y destrozó su ejército, pero la
vieja avara agarró el campo en su caída, arrastrándolo con ella al fondo del mar,
roto ya el molino en mil pedazos, tras su pérdida, la vieja Louhi se volvió a su
casa del norte, llorando amargamente por su avaricia. Váinámáinen no se inmutó
por la pérdida, antes bien al contrario, predijo que los restos del campo servirían
para repartir entre todos su poder, para fecundar la tierra con generosidad, y —
en efecto—los restos le esperaban sobre la arena de la playa cuando llegó a su
casa, todo lo que tuvo que hacer fue llevarlos tierra adentro y el grano floreció
para siempre de esa semilla.
EL KANTELE DE ABEDUL
Trató inútilmente Váinámáinen de recuperar su kantele del fondo del mar
con ayuda de un rastrillo forjado por su buen amigo Ilmarinen que con su
madera iba a fabricar un kantele, con los cabellos de una virgen sus siete
cuerdas; de nuevo hizo sonar Váinámáinen su arpa, de nuevo, dioses, humanos y
animales acudieron atrapados por su música sin par. Pero acechaba de nuevo la
desgracia, porque la vieja Louhi aprovechó que el Sol y la Luna se habían
acercado tanto a la Tierra para oír la música de Váinámáinen, que ésta los atrapó
y los encerró en Pohjola. No se contentó con este secuestro de la luz, también
robó el fuego de Ilmarinen y la oscuridad se abatió sobre toda Kalevala. Se
reunieron todos los hombres y mujeres de Kalevala para pedir a Ilmarinen que
forjase un nuevo cielo, para que construyese un nuevo Sol y una nueva Luna y, a
la luz de las luciérnagas, hizo un Sol de oro y una Luna de plata, pero ninguno
de los dos astros de metal pudo restaurar la luz perdida. Así que Váinámáinen
pidió a la Suerte que le dijera dónde estaban el Sol y la Luna desaparecidos, y la
Suerte le respondió que en Pohjola. Solo fue Váinámáinen al norte, sólo se
enfrentó con todos los guerreros de Pohjola y a todos los destruyó, pero no podía
sacar a la Luna ni al Sol de su encierro. Sólo volvió a Kalevala, a pedir a su
amigo Ilmarinen que le forjara una docena de cuñas, unas llaves de todo tipo y
un tridente. Pero Louhi fue, convertida en pájaro carroñero, al sur, a espiar a
Ilmarinen en su taller. Le preguntó la vieja, transmutada en pajarraco, que era
aquello que el famoso herrero estaba forjando tan afanosamente en su yunque y
el inocente herrero le contestó, sin sospechar quién era su interlocutor, que se
trataba de una argolla de hierro para aherrojar a la siniestra vieja de Pohjola. Se
asustó Louhi con la descripción y la finalidad de su trabajo, pues ya se veía
apresada por los airados enemigos. Así que Louhi voló rápidamente al norte,
para liberar a la Luna y al Sol de su encierro y devolverlos al sur, al cielo de
Kalevala digio del regreso de la luz, para robarles el fuego del herrero sin que
tuvieran tiempo ni ocasión de reaccionar. Cuando pudieron darse cuenta, el país
de Kalevala tenía de nuevo su luz en el cielo, pero faltaba el fuego de Ilmarinen;
toda actividad cesó, nada podía fabricarse en la fragua apagada, nada podía
cocinarse en sus hogares sin lumbre. Se reunieron los preocupados héroes,
Váinámáinen, Ilmarinen, Lemminkáinen y su buen amigo Tiera,aquel de quien
sospechara cuando su esposa Kyllikki desapareció, para tratar de solucionar
definitivamente el constante problema que planteaba la vieja y malvada Louhi,
la Madre del Norte. Todos ellos bien sabían que sólo Louhi podía ser la culpable
de aquel crimen; todos ellos bien sabían que sólo apresándola y enviándola a
Manbala, al infierno del negro río Tuoni, podían asegurarse la paz de una vez
por todas.
LA MUERTE DE LOUHI, EL TRIUNFO DEL BIEN
Cuando estaban reunidos los cuatro héroes en el bosque, pergeñando su
plan contra Louhi, un cuervo voló sobre ellos, advirtiéndoles del peligro que
representaba esa conversación entre ellos, que podía también ser escuchada del
mismo modo por sus enemigos. Aceptaron el consejo y fueron a casa de
Lemminkáinen, allí vieron cuáles eran las fuerzas propias y cuáles las ajenas.
Decidieron que no podían contar con los dioses ni con la justicia, pues no podían
ni unos ni otra implicarse en un asunto en el que fueran invocados por ambas
partes opuestas. Se consideró que tampoco los hechizos contarían, pues los dos
bandos eran igual de poderosos en asuntos de magia; quedaban pues Louhi y su
gente, la poca superviviente de las anteriores batallas, y los cuatro héroes,
Váinámáinen, Ilmarien, Lemminkáinen y Tiera. Los cuatro irían por caminos
diferentes, Váinámáinen e Ilmarinen por tierra y Lemminkáinen y Tiera por mar,
hasta reunirse en las inmediaciones de la mansión de Louhi, para allí hacer salir
a la vieja y acabar con ella, clavándola después Lemminkáinen con sus flechas a
la corteza de un abedul, como si de una mariposa se tratase. Cuando
Váinámáinen e Ilmarinen estaban tomando su última comida junto a los fuegos
apagados de Kalevala, vieron que caía hollín de la chimenea y entraba un fuerte
olor a hierbabuena; alguien trataba de entrar por ella y, por el aroma de la
hierbabuena, no podía ser otro que el buen enano Kul, que venía a ayudarles y a
decirles que conocía su plan; que mientras ellos estaban allí Yanki-murt estaba
acompañando a Lemminkáinen y a Tiera en su navegación, y que Louhi había
mandado contra ellos el hielo para inmovilizarlos en medio del mar, cosa poco
probable, puesto que Yanki-murt sabía los conjuros necesarios para acabar con
esas magias de la vieja de Pohjola. Vánámáinen respondió a su amigo Kul que,
con toda seguridad, Louhi mandaría contra ellos al monstruo Tursas, y Kul le
tranquilizó, asegurándose que ya estaba en camino Vuvozo, con un tonel de
cerveza para invitar a Tursas, puesto que esa era su bebida favorita. Kul también
había tramado un plan para ellos, puesto que el buen enano sabía que había una
grieta oculta en el camino, esperando su trineo y había pensado en mandar un
trineo con sus ropas, para que Louhi creyera que había acabado con ellos, como
creería que había acabado también con Lemminkáinen y Tiera, pues los cuatro
irían volando en los dos grandes albatros. Allá en Pohjola, junto a la casa de
Louhi, estaban colgadas las pretendidas ropas de los pretendidos héroes
vencidos y ella y su gente celebraban la imaginaria victoria; pero entonces llegó
un viejo a la casa y Louhi salió a recibirle, creyendo que era Poi, que venía a
traer las fresas para el banquete. Pero el viejo espetó a Louhi que se pegara a la
puerta que Yanki-murt había cerrado al entrar, mientras que Vu-vozo había
adormecido a los sicarios de la vieja con su mirada. Lemminkáinen apuntó con
su arco a la vieja y le dijo que venían a buscar su ropa, que venían a recuperar su
fuego. Pero Louhi no estaba dispuesta a dejarse vencer y se negó a decirles el
escondite del fuego, y Kul apremió a Lemminkáinen para que acabara lo que ya
estaba empezado, pues ellos siete encontrarían el fuego robado sin ninguna otra
ayuda. Entonces Lemminkáinen soltó la mano que tensaba el arco y la flecha
voló para atravesar de muerte el cuerpo de la vieja y clavarlo a la hoja de la
puerta, como se clavan las mariposas al tronco de un abedul, mientras su negra
alma iba a parar al fondo del río Tuoni, para quedar por siempre allí, sumergida
en el reino de la muerte.
EL COLOFON DE MARJATTA
Tras este relato de la lucha entre el sur y el frío norte, el Kalevala se alarga
con un canto, el poema quincuagésimo, en el que se habla de la virgen Marjatta,
que da a luz a un niño sin intervención de varón —la inmaculada concepción—
y dice que ese niño será nombrado rey de Karelia, mientras que el viejo y sabio
Váinámáinen, cediendo su puesto a ese niño prodigioso, abandona Kalevala y
lega al pueblo finés su canto y su música.

No hay comentarios:

Publicar un comentario