lunes, 1 de abril de 2019

EL MITO INCA

Un día muy lejano, el dios sin nombre se hizo la reflexión de que debía
crear un mundo. Tenía la tierra, el agua y el fuego y eso le bastaba para dar
forma a cualquier cosa que deseara formar. Así lo hizo, creando tres planos que
componían un único Universo. En el de arriba puso a los dioses, que tenían el
aspecto brillante del Sol y de la Luna, de las estrellas y de los cometas, y de todo
cuanto luce allá en lo alto, sobre nuestras cabezas. Un poco más abajo, pero
todavía sobre el segundo mundo, estaban los dioses del rayo, del relámpago y el
trueno, del arco iris y de todas las cosas que no tienen más explicación que la
que los dioses quieran dar. Ese tercio superior se llamó Janan Pacha. En el
segundo mundo, en el de aquí, Cay Pacha, puso el dios creador a los humanos, a
los animales y a las plantas, a todo lo vivo, incluidos los espíritus. En el mundo
del tercer plano, el mundo interior, Ucu Pacha, quedó el espacio cerrado y
reservado para los muertos. Los tres planos estaban intercomunicados, pero eran
unas vías muy especiales las que daban acceso a unos y otros. Al de arriba podía
acceder el hijo del Sol, el Inca o príncipe, el Intip churín; desde el interior se
podía acceder al de aquí, a través de todos los conductos naturales que se abren
desde el interior al exterior, conductos por los que brotan las aguas de la tierra,
cuevas, grietas y volcanes, pacarinas, que eran las vías primitivas de acceso por
las que llegaron los seres que dieron comienzo a la humanidad; los gérmenes
que hicieron nacer los animales, y las semillas que dieron vida a todas las
plantas que crecen sobre el mundo de aquí. El esquema de este universo inca
sería, pues, el siguiente:
HANAN PACHA, Intip churín, CAY PACHA, Pacarina, UCU PACHA.
El ciclo se cierra con este flujo hacia arriba, que parte del Ucu Pacha, a
través de una Pacarina, para que la penetren los hombres Ayar y, en el mundo de
aquí, den nacimiento al imperio inca, con sus fundadores Manco Capac y Mama
Ocllo a la cabeza de una humanidad que, con ellos en la cumbre, puede dirigirse
al mundo superior, para comunicarse con los dioses de los que ellos,
naturalmente, forman parte.
EL DIOS DEL SOL
Al igual que los chibchas con Bochica, que los aztecas con Huitzilopchtl,
que los quinches con Hun-Apu-Vuch, los quechuas del imperio inca tenían al
dios Sol en el primer peldaño del escalafón celeste, con el nombre sagrado e
impronunciable de Inti, aunque más tarde fue evolucionando hacia una
personalidad más compleja y universal, que terminó por absorber a la divinidad
sin nombre de la creación, para dar paso a Uira Cocha, una abreviatura al
nombre completo del dios Apu-Kon-Tiki-Vira-Cocha, que es, por antonomasia,
la defunción total de su poder omnímodo, puesto que este nombre no es sino la
enumeración de sus poderes (supremo ser del agua, la tierra y el fuego) sobre los
tres elementos en los que se basó la creación del Universo. Este nuevo y mucho
más poderoso dios del Sol no estaba solo en su reino, le acompañaba su esposa
—y hermana, como corresponde a un Inca— la Luna le acompañaba en igualdad
de rango en la corte celestial, bajo el nombre de Quilla. Al Sol se le representaba
con la forma de un elipsoide de oro en el que también podían aparecer los rayos
como otro de sus atributos de poder, y la Luna tenía la forma ritual de un disco
de plata. El Sol, como creador, era adorado y reverenciado, pero a él también se
acudía en busca de su favor y de su ayuda, para resolver los problemas y aliviar
las necesidades, ya que sólo él podía hacer nacer las cosechas, curar la
enfermedad y dar la seguridad que el ser humano anhela. Naturalmente, a la
diosa Quilla estaba adscrito el fervor religioso de las mujeres, y ellas eran
quienes formaban el núcleo de sus fieles seguidoras, ya que nadie mejor que la
diosa Quilla podía comprender sus deseos y temores, y darles el amparo
buscado.
LA CREACION DE UIRA COCHA
En la nueva leyenda de la creación del mundo por Uira Cocha, posterior al
mito primero de la creación del Universo para los incas, y al que sustituye
definitivamente, se da al dios todopoderoso la facultad de dirigir la construcción
de todo lo visible e invisible. Uira Cocha comienza su obra en las orillas del lago
Titicaca, en Tiahuanaco, tallando en la piedra las figuras de los dos primeros
seres humanos, de los primeros hombres y mujeres que van a ser los cimientos
de su trabajo. Estas estatuas las va situando Uira Cocha en las correspondientes
picaronas y, a medida que las da nombre, se animan y toman vida en la
oscuridad del mundo primigenio, porque todavía no se ha ocupado el dios de dar
la luz a la tierra, solamente iluminada por el resplandor del Titi, un animal
salvaje y ardiente que vive en la cima del mundo, seguramente el jaguar que se
entremezcla con otros animales en las representaciones totémicas de los incas y
de las culturas anteriores. Este mundo de aquí todavía está en tinieblas porque
Uira Cocha posterga toda su labor de erección de un mundo completo, al
nacimiento de los seres humanos que van a disfrutar de él. Satisfecho con los
humanos, el dios prosiguió su proyecto, ahora poniendo en su lugar al Sol, a la
Luna, a las estrellas infinitas, hasta cubrir toda la bóveda celestial con sus luces.
Después, Uira Cocha deja atrás Tihuanaco y se dirige al norte, camino de Cacha,
para, desde allí, llamar a su lado a las criaturas que él acaba de dotar con vida
propia. Al partir de Tihuanaco, Uira Cocha había delegado las tareas secundarias
de la creación en sus dos ayudantes, Tocapu Uira Cocha e Imaymana Uira
Cocha, quienes emprenden inmediatamente las rutas del Este y del Oeste de los
Andes, para —a su paso por tan largos caminos— dar vida y nombre a todas las
plantas y a todos los animales que van haciendo aparecer sobre la faz de la
tierra, en una hermosa misión auxiliar y complementaria de la realizada antes
por su dios y señor Uira Cocha, misión que terminan junto a la orilla del mar,
para después perderse regiamente en sus aguas, una vez cumplida la tarea
ordenada por el dios creador principal del Universo de los incas.
LA REBELION DE LOS HUMANOS
Como en casi todos los mitos más elaborados de la creación del hombre, el
desagradecimiento es el único pago a la bondad infinita que recibe el buen dios
de sus criaturas Universo por Uira Cocha no podía ser menos, y a su llamada
nadie de los recién nacidos a la luz acude. El dios se encuentra solo y
entristecido en el sitio Cacha, con la triste realidad de la desobediencia de sus
hijos. La evidencia es irrefutable y la fórmula obligada para dar a entender quién
manda sobre el mundo ha de venir en forma de una devastadora lluvia de fuego,
una acción de castigo y de purificación, que sirve tanto para recordar el poder
del Ser Supremo, como para llevar al buen camino a los soberbios humanos. La
lluvia de fuego que sale de las entrañas de la tierra a través de los volcanes de
Cacha hace cundir oportunamente el temor entre los estúpidos humanos,
evitándoles así que se hagan merecedores de más y mayores castigos a su
ceguera, pues los hombres, al ver que su insensata y torpe conducta les ha
llevado a la destrucción de su maravilloso entorno, abundase perdido con ella la
recién creada vida vegetal y animal, incluso poniendo en peligro su propia y
reciente existencia, ahora se vuelven totalmente arrepentidos de sus faltas hacia
el benefactor dios Uira Cocha para pedirle clemencia, implorándole también su
perdón sin altivez, con sentida humildad. El buen dios se contenta con
comprobar que se ha logrado aquella deseada vuelta al buen camino de sus
criaturas, y termina de darles su muy especial lección de modestia, puesto que
han podido comprobar cómo lo que recibieron gratuitamente puede perderse
también por la sola voluntad del dios creador. Ya con los humanos agrupados en
torno suyo, se dirige a un lugar que se llamará Cosco (el centro, la posterior
Cuzco), en donde establecer el Inca Uira Cocha su primer reinado, pero dando a
un ser humano, a uno de los arrepentidos hombres, el mando de la primera
ciudad y el centro del primer imperio que existe sobre el planeta, y este primer
jefe, el primer Inca directamente designado por la divinidad es el legendario
Allca Huisa, quien será asimismo el generador de la larga y poderosa estirpe de
los incas.
OTROS PRECURSORES DEL IMPERIO
Entre los grandes mitos está el de Manco Cápac y su hermana/esposa
Mama Ocllo, formando otra gran leyenda sobre los precursores del imperio inca.
Manco Cápac y Mama Ocllo son —en este mito— la primera pareja de
pobladores sagrados de la tierra, los primeros incas que se establecen en ella.
Dice la leyenda que surgieron al mundo de aquí por la pacarina privilegiada del
lago Titicaca, en cuya isla fueron puestos por la mano de Uira Cocha, de acuerdo
con lo que le había ordenado su padre, el dios del Sol. Los dos hermanos se
unieron en matrimonio, abriendo de este modo el ritual de los matrimonios del
Inca con su hermana Coya; Manco Capac se dedicó a fecundar la tierra con un
bastón de oro que Uira Cocha le había dado, y haciendo crecer las nuevas
plantas, iba creando beneficios para la raza de los pobres mortales, para quienes
también iba dando forma a los ríos y arroyos, hacía brotar árboles y pastos y
construía ricas habitaciones en las que pudieran vivir con decencia: mientras,
Mama Oclla se dedicaba a hacer su gran tarea, ya que era ella quien iba
enseñando a las mujeres las artes e industrias que les permitieran sacar todo el
provecho posible a las riquezas que su hermano producía; así, haciendo
prodigios, la real pareja llegó hasta un lugar en el que, con su mágico bastón de
oro, señaló el centro del imperio, la futura ciudad de Cuzco (Cosco, el centro).
Pero hay distintas versiones de la llegada al mundo de Manco Cápac: una de
ellas, en la que se mezcla el relato de Manco Cápac y Mama Ocllo con el de los
hermanos Ayar, hace que Manco Cápac aparezca junto a otros tres seres bien
distintos; ya no son ellos, los dos hermanos, quienes van a estar en solitario al
frente de la creación del Imperio del Inca.
APARECE PACHACAMAC
En este nuevo relato sobre el origen del imperio inca, se cuenta que Manco
Capac está con sus tres hermanos, todos ellos hijos del Sol: Pachacamac, una
divinidad ancestral que fue incorporado posteriormente al culto oficial inca, y
que era adorado desde tiempos antiguos por los pueblos de la orilla; Uira Cocha,
y otro dios sin nombre. El primero de esos hermanos es, precisamente,
Pachacamac, quien al salir a nuestro mundo subió a la cumbre más alta, para
lanzar las cuatro piedras a los cuatro puntos cardinales, tomando, pues, posesión
de todo lo que abarcaba su vista y alcanzaron sus piedras. Tras él surgió otro
hermano, que también ascendió a la cumbre por orden del cuarto y menor, del
astuto y ambicioso Manco Cápac, quien aprovechó su confianza para lanzarle al
vacío y hacerse con el poder, tras haber encerrado a Pachacamac anteriormente
en una cueva y haber visto cómo el tercero, el buen Uira Cocha, prefería dejarle
solo, abandonando a sus terribles hermanos y aborreciendo sus manejos por
hacerse egoístamente con el poder. Pero hay otros relatos en los que,
precisamente, es el antiguo dios Pachacamac quien oficia de protagonista en el
cuidado a los humanos, como aquel que recogió el padre agustino Calancha a
principios del siglo XVII, en el que se narra la siguiente leyenda: cuando
comenzó el mundo, no había comida para el hombre y la mujer que Pachacamac
había creado; cuando el hombre murió de hambre, la mujer, que se había
quedado sola, salió un día desesperada a rebuscar las raíces de las hierbas que la
pudieran mantener con vida; lloraba y gemía, quejándose al Sol de que la
hubieran hecho nacer a la luz del día para luego dejarla morir de pobreza,
consumida por el hambre. "Sola vivo en el mundo, pobre y afligida, sin hijos
que me sigan; si Tú, Sol, nos has creado, ¿por qué nos consumes? ¿Cómo es
posible que si Tú eres quién nos da la luz, te presentas tan malvado y mezquino
que me deniegas el sustento?"
PACHACAMAC Y EL DIOS SOL
El Sol, movido por la compasión, bajó a la tierra, poniéndose junto a ella,
la consoló y preguntó la causa de su pesar, haciendo como si ni siquiera supiera
nada sobre sus buenas razones para lamentarse. Ella le contó entonces cómo
había sido su pobre vida, su ansiedad y su pena; el Sol, tocado por su dolor, Ie
dijo que arrancase las raíces y, mientras ella lo hacía. El la traspasó con sus
rayos y engendró en su vientre un hijo. Nada más hizo el dios Sol, que pareció
contentarse con haber mantenido aquella conversación con la única
superviviente de los humanos, pero no fue así, cuatro días más tarde, para su
gran regocijo, la mujer parió un maravilloso varón, en quien se podía averiguar
su divino origen; la buena mujer era feliz, completamente segura de que sus
penas habían acabado y que el alimento sería ya abundante. Pero no contaba con
la reacción de su creador, el insensible dios Pachacamac, quien estaba indignado
porque el Sol era ahora quien estaba recibiendo la adoración que se le debía sólo
a él, y porque había nacido un hijo en contra de su voluntad, tomó a la
semidivina criatura en sus manos, sin escuchar los gritos angustiados de su
madre, pidiendo ayuda al Sol, ya que el dios Sol era no sólo el padre de aquel
niño, sino del mismo Pachacamac; y si había tomado a ese niño, lo había hecho
para acabar con él, para matarlo, desmenuzando después el cadáver del inocente
hermano en fragmentos minúsculos. Pero Pachacamac, para que no se pudiera
nunca jamás contraponer la bondad de su padre el Sol frente a la suya, plantó los
dientes del niño asesinado y nació el maíz, cuyos granos parecen dientes; y
plantó los huesos y las costillas del niño y nació la yuca, cuya raíz es larga y
blanca como los huesos; y creó también los otros frutos de esta tierra que son
raíces. De la piel de la criatura salió el pacay, el pepino y otros frutos y árboles,
y así nadie conoció el hambre ni el lamento por la necesidad, y debían su
subsistencia y abundancia al dios Pachacamac; y su fortuna siguió siendo tan
buena que la tierra continuó siendo fértil y los descendientes de los Yungas
nunca conocieron los extremos del hambre.
EL CULTO DIVINO
Si grandiosa fue la aparición del primer Inca y la primera Coya, grandioso
fue también su culto. A ellos se les adoraba en la multitud de templos solares de
todos los rincones del Imperio, en un lugar del santoral muy cercano al gran dios
Sol. De todos los emplazamientos religiosos dedicados a este gran dios inca, ya
se tratara de templos, oratorios, pirámides, o lugares sagrados naturales, el que
los encabezaba, por rango y por su grandeza, era el gran santuario de Inti-Huasi
de Cuzco, rico templo llamado también Coricancha, o sala de oro, puesto que
sus paredes estaban recubiertas de láminas de ese metal, para mayor gloria del
Inca y los dioses de los que él venía. La imagen central del Coricancha era el
gran disco solar, la imagen ortodoxa y ritual del dios del Sol, y a su alrededor
estaban las demás capillas de las divinidades menores del cielo. Tras
Coricancha, por su esplendor e importancia se sitúa el templo dedicado por los
chinchas a Pachacamac en Lurín, cerca de Lima. Debe señalarse que la cultura
Chincha tenía en Chincha Camac a su Ser Supremo, ya que, aunque adoraban al
dios Pachacamac (más por temor que por respeto o amor), y a el le dedicaban
templos y huacas como una acción de agradecimiento por su labor creadora y le
dedicaban ofrendas hechas por ellas o seleccionadas de entre sus frutos, por ser
el salvador de sus antepasados a los que libró del hambre inicial, también
estaban seguros de que este poderoso y temible dios, por su especial
personalidad, no podía ser aquel a quienes ellos acudieran en busca de
soluciones a sus cuitas y pesares. En el gran templo de Lurín, santuario para la
adoración del dios sin piel ni huesos, como era descrito Pachacamac por sus
fieles, los incas —tras asimilar este dios y su culto al del Sol— realizaron obras
de embellecimiento, hasta hacerlo casi tan hermoso como Coricancha, cubriendo
también de oro y plata la capilla central, la del dios Pachacamac, a la manera de
lo anteriormente hecho con la totalidad del gran templo solar de Cuzco.
LAS ACLLAS, VIRGENES DEL SOL
Para proporcionar el mejor culto posible al dios Sol, además de sus diversas
clases de sacerdotes, los incas habían instituido una importante institución de
vírgenes dedicadas a su servicio, conocida como Intip Chinán, en la que
ingresaban las niñas elegidas en su infancia (a los ocho años) para convertirse en
acllas tras un estricto noviciado que cubría los primeros años de su estancia
conventual, bajo la dirección de una superiora, Mama Cuna, educadora,
vigilante y examinadora de las jóvenes sometidas a su tutela. Dígase que
también Mamacunas (las elegidas) era el nombre del templo de las Aclla. Pero
esta profesión religiosa no era sólo una llamada o una obligación para acudir
forzosamente al servicio de la religión, sino que se trataba más bien de una
educación selectiva y esmerada para las jóvenes de las clases superiores, puesto
que, una vez llegadas a la edad núbil, entre los trece y los quince años de edad,
pasaban a ser "presentadas en sociedad", para ser las potenciales prometidas de
señores de la nobleza, ya que el período de servicio en el Inti Chinán como aclla
era también la garantía de la calidad de su linaje y el aval de la mejor educación
y, evidentemente, la mejor prueba exhibible públicamente de su incontestable
virginidad, puesto que no guardar la obligada castidad y, sobre todo, ser
sorprendida con un hombre significaba, para la vestal en ejercicio, su inapelable
condena a muerte, a una muerte cruelmente ejemplar, dejándola que muriera de
inanición, para que no fuera la mano del ser humano la que matara a las
sacerdotisas, sino el abandono. Este castigo, muy similar al aplicado a las
vestales romanas consideradas impuras, era también tan duro como todos los
que se aplicaban a las vírgenes escogidas para el servicio de los dioses, en todas
las demás latitudes con las vestales infieles, como una extensión del máximo
castigo que siempre se ha aplicado exclusivamente a las mujeres infieles en la
religión o en la vida matrimonial, sin que se haya hecho nunca que sea norma
una contrapartida similar para los mucho menos castos hombres de religión,
cualquiera que sea la doctrina considerada. Dígase también que parece ser que,
si se llegaba a producir un embarazo de una de las aclla, siempre que no hubiera
pruebas en contra de la exigida adhesión a la norma estricta de la virginidad
requerida, se consideraba que tal embarazo había sido realizado por la explícita
voluntad y personal acción del dios Sol y, automáticamente, el yo que tuviera la
vestal, era considerado privilegiado hijo del dios solar y, como tal, recibía un
trato de favor para el resto de sus días.
DIVINIDADES DE SEGUNDA LINEA
Aparte del gran Uira Cocha y su corte terrenal de Amauta, o sabios y
primeros sacerdotes y administradores, el segundo cordón de clérigos, la nobleza
militar y los Ayllus o gremios, regidos hasta en su más mínimo movimiento por
la ley del Inca, el pueblo llano tenía su panteón con otros dioses menores, a los
que —tal vez— le resultaba más sencillo y cercano dirigirse en busca de favores
y soluciones. La estrella rizada o de la mañana acompañaba al Sol, al igual que
Illapa, dios del trueno, como la imagen de la estrella de oro, la de la tarde,
Chasca, hacía su guardia junto a la Luna, y Chuychú, el bello arco iris estaba por
debajo de ambos grandes dioses. Las constelaciones de la copa de la coca (Coa
Manca) era una constelación que cuidaba de las hierbas mágicas, como la
constelación de la copa de maíz (Sara Manca) lo hacía con los alimentos
vegetales, y la del jaguar (Chinchay) se encargaba de los felinos. El
Huasicamayo era el dios tutelar del hogar, mientras que el Cchajra-Camayoc se
esforzaba por evitar que los ladrones entraran en esa misma casa, y los Auquis
asumían la vigilancia de cada poblado. Había también un dios de las tormentas y
otro dios del granizo; tras Pacha-Mama, la diosa de la Tierra, estaban
Apucatequil y Piquero, como dioses tutelares de los gemelos; la serpiente
Urcaguay era la divinidad de lo que estaba bajo tierra, mientras que el ávido
Supai reinaba en el mundo de los muertos y no cesaba de reclamar más y más
víctimas para su causa. También estaba el dios Kon, un hermano de Pachacamac
expulsado por éste y que se llevó con él, al ser forzado a irse, la lluvia y dejó a la
franja costera de Perú seca para siempre; otros hermanos, Temenduare y Arikuté,
dieron origen al diluvio con sus querellas.
LAS LLANURAS DE NASCA
En el valle de Palpa se encuentra una gigantesca y casi invisible
construcción, realizada con piedras de pequeño tamaño, marcando sobre su
suelo una serie de figuras que parece imposible hayan sido realizadas sin que se
pudiera observar y dirigir su construcción desde algún lugar elevado. Pertenece
esta gran construcción, mejor dicho, dibujo monumental, a la cultura de Nasca,
que ya los españoles conocieran en parte, a pesar de haber sido uno de los
muchos pueblos absorbidos por la expansión del imperio inca. La moderna
leyenda ha querido ver en Palpa toda clase de artificios mágicos y hasta
extraterrestres, pero este valle tenía otra utilidad mucho más precisa e
interesante: la observación astronómica. De una plaza central parten 23 rectas,
en su mayor parte de unos 182 metros de longitud, otras de la mitad o cuarta
parte de esa longitud y otras de 26 metros de longitud, lo que demuestra que se
trata de una construcción basada en un orden geométrico preciso. Las líneas
marcan puntos que guardan relación con el solsticio y el equinoccio, y debieron
servir de instrumento de medida para establecer el calendario solar. En cuanto a
los verdaderos mitos de Nasca, no se sabe tampoco demasiado, aparte de la
existencia del felino moteado, tal vez personificación de Pachacamac, cuando
aparece rodeado de serpientes, del puma o gato del agua o de los lagos y del
gato—demonio; también aparece la figura del demonio del zigzag, con una
serpiente sobre su lomo, la del hombre—ciempiés, la araña de ocho patas y las
más locales (Nasca era pueblo pescador) de la ballena, la terrible divinidad
llamada Boto, una especie muy particular de dios de todos los terrores; pero no
hay que olvidarse tampoco del dios del Mar, con cuerpo de pez, cara cubierta de
ángulos y un cetro o una cabeza cortada en su mano, y la del Poderoso Señor del
Mar, que suele representarse en escenarios de peces y pescadores, más como la
figura de un ser legendario de su historia que como la de un dios de la mitología
nazca.
LA CULTURA MOCHICA
Poco nos queda de los mitos en los que basaran su religión los Mochica o
Moche, poco queda de esa cultura moche que vivió en la zona norteña de la
costa del Perú. Pero sí quedan aún en pie sus monumentales pirámides de adobe
de Vicus, aunque el tiempo ha ido erosionando implacablemente su endeble
estructura, tanto como ha ido haciendo que se perdiera su riqueza colectiva y su
legado legendario. Se debió tratar de un pueblo costero que, como sucesor de
muchas y muy diversas culturas, fue agrupando los diversos retazos mitológicos,
hasta formarse un grupo de divinidades heterogéneas, hasta crear un conjunto
panteístico peculiar al cuidado de la clase sacerdotal y con el jaguar a la cabeza
de las diversas divinidades locales, casi todas totémicas, como el demonio—
cangrejo, o el demonio—serpiente, sus animales locales, presididos por el
martín pescador y las curiosas cerámicas sexuales en las que se supone que se
quiere dar una lección de moral, uniendo la figura del placer a la de la muerte.
Sus dos grandes templos, la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna, son dos obras
impresionantes y sin igual. La Huaca del Sol, con cinco grandes terrazas, la
mayor de ochenta metros de longitud, sobre unas bases de 228 de largo por 136
de ancho y la plataforma de 18 metros de altura, está coronada por una pirámide
de 23 metros de altura, que tiene una base cuadrangular de 103 metros de lado.
La Huaca de la Luna tiene una base de 87 metros y una altura de 21, y en su
plataforma superior se levantaban una serie de salas decoradas con figuras
humanas. Las dos huacas están construidas de adobes, sobre la arcillosa llanura,
calculándose que sólo para la construcción de la Huaca del Sol se emplearon
ciento treinta millones de piezas, siendo, pues, las dos huacas mayores como
montañas hechas por el hombre para la gloria de sus divinidades y para
acercarse más aún a los secretos del firmamento.
EL PUEBLO CHIMU
Cuando el Inca Pachacutec conquistó el territorio de la confederación de
Chimú, a mediados del siglo XV, poco antes de la llegada de los españoles a
América y terminó por asimilar sus creencias, al igual que asimiló sus dominios.
El Inca extendió su poder a este señorío situado desde las tierras de los Moche
hasta Paramonga en el sur, a lo largo de la costa del Perú, imperio gobernado
desde la gran ciudad de Chan Chan. Chimú tenía al dios Kon como su mediador
entre la tierra y el cielo, en donde reinaba el dios Sol, Chatay, ayudado por la
Luna, Quillapa Huillac, a la que muchos consideraban más poderosa que el Sol,
ya que podía reinar en la noche y en el día era capaz hasta de cubrir al Sol y
hacerlo desaparecer del cielo en los eclipses. Alrededor de estos dioses mayores
estaban los dioses celestiales, como los del relámpago y el trueno, la estrella de
la mañana (Achachi Ururi) y la estrella de la tarde (Apadri Ururi), el demonio
que vive en la estrella central de la constelación de Orión, precisamente la que
marca el cinturón del cazador, y que está acompañada por otras dos estrellas
(Patas), que son las enviadas por la diosa Luna para vigilarlo de cerca en su
desierto y evitar, con su perpetuo presidio celestial, que siga haciendo el mal.
También los chimú tenían en su panteón a divinidades zoomórficas, como los
habituales felinos moteados que aparecen en la mayor parte de las culturas
absorbidas por los incas. Para los chimú, el cielo no era más que una extensión
de la tierra, y la vida que esperaba tras la muerte era tan sólo la prolongación de
la primera terrena. Su práctica religiosa, que comenzó siendo tan pacífica como
tranquila, se fue moviendo en el mismo sentido de sacrificio que las del entorno,
para terminar siendo sanguinaria y cruenta, engarzada en una complicada trama
aristocratizante de castas sacerdotales, militares, comerciantes y campesinos, al
estilo de la inca, que se movía en un fetichismo mágico, en un mito ceremonial
oscuro y truculento, dirigido por la casta sacerdotal para su beneficio político.
LA LEYENDA DE OLLANTAY Y COYLLUR
El jefe Ollantay, el valiente guerrero y Titán de los Andes, era el héroe
legendario de Tauantinsuyo, el jefe militar enamorado de una bella princesa, la
inalcanzable Coyllur, hija del Inca Túpac Yupanqui. La princesa Coyllur
(Estrella) también se había enamorado del valor y de la hermosura de Ollantay,
pero sabía que este amor era un romance prohibido por la estricta ley del Inca,
ya que jamás una doncella de sangre real, una hija del Inca, y un Andi, un
hombre del pueblo, podían llegar a celebrar un matrimonio tan desigual, puesto
que tal acto sería considerado sacrilegio por el Uilac-Uma, el sumo sacerdote y
les acarrearía el castigo máximo. Así que Coyllur fue recluida en el templo de
las Acllas, en Mamacunas, mientras que el ofendido general Ollantay se levantó
en rebeldía contra la crueldad del poder político y religioso y dio comienzo a
una lucha épica y desigual, enfrentándose el héroe al mismo Inca y consiguiendo
reunir todas las virtudes totémicas bajo su espada. Así Ollantay se mueve con la
elasticidad de la serpiente, actúa con la astucia del zorro, llega hasta donde sólo
lo hace el cóndor, es tan valeroso como el jaguar y tan duro como las montañas
de los Andes. El guerrero y la princesa se ven recompensados con el nacimiento
de un hijo, de Ima Súmac, el muy bello, y ya termina el drama de amores para
dar comienzo al final feliz del triunfo de los humanos sobre el poder
incontestable de los incas. Con la lucha del padre Ollantay y la entrega
enamorada de la princesa Coyllur, el pueblo que vive apartado del mundo
cerrado del Inca, puede aspirar a ser parte de la historia de la que sólo ha sido
súbdito y comparsa, pero ya no quedaba mucho tiempo para que se pudiera
transmitir el tesoro de la cultura inca desde el palacio a las calles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario