Hace ya muchos años, en la región de los nahuas se hablaba de las maravillas
del imperio de los aztecas, pero nadie había llegado hasta él.
Un día, el joven y apuesto príncipe Yanique, que también había oído hablar del
imperio azteca, decidió ir a conocerlo. Reunió entonces a veinte de sus mejores
soldados y emprendió el camino del Norte.
Nadie supo para dónde iban, pues se vistieron de campesinos. Viajaban de
noche y se escondían de día entre las rocas y los arbustos para que no los
vieran.
Cuando llegaron a la región de los aztecas se sorprendieron de lo que vieron,
pues nada de lo que les habían contado podía compararse con la realidad. Los
templos de los dioses se elevaban casi hasta el cielo, y sus paredes de piedra
estaban adornadas con tallas labradas por miles de artesanos. Amplias
escaleras conducían a las plazuelas de los sacrificios. En ninguna parte se veía
gente ociosa; todos estaban ocupados. Los campesinos trabajaban la tierra y
cultivaban maíz, batata y cacao, y recogían frutas y verduras que los nahuas no
conocían~, En los pueblos la gente hacía adornos de, plumas y fabricaba ollas
y vasijas. También había orfebres que trabajaban el oro y la plata.
Yanique y sus compañeros aprendieron a fabricar ollas de barro, a trabajar en
los telares y a hacer adornos de plumas y metales.
Yanique negoció las semillas de los frutos desconocidos en su país y logró que
jóvenes artesanos se comprometieran a acompañarlos a la región de los
nahuas para enseñarles sus artes. Yanique les ofreció a cambio tierras para
que se quedaran a vivir con ellos.
No fue difícil convencer al jefe mayor de las maravillas que habían visto, pues
las telas y demás utensilios que traían y lo que habían aprendido lo
atestiguaba. Fue así como los artesanos aztecas instalaron talleres en tierras
de los nahuas y les enseñaron a trabajar y a sembrar las semillas traídas.
El pueblo nahua aprendía y progresaba cada vez más, hasta que un día los
chorotegas vieron con asombro lo que estaba pasando entre sus vecinos, los
nahuas, y pensaron: «Esa gente se está volviendo demasiado, poderosa. Hay
que tratar de dominarlos antes de que ellos nos dominen a nosotros».
Los sacerdotes chorotegas encendieron el fuego para saber la fecha de la
guerra, les consultaron a sus dioses y prepararon sus armas para el ataque.
Los nahuas fueron tomados por sorpresa, pero supieron defenderse. Yanique
dirigió el combate y alentó a sus guerreros para que continuaran la lucha, hasta
que los chorotegas tuvieron que retirarse.
Cuenta la leyenda que mientras todo esto pasaba, como los sacerdotes
chorotegas habían prendido el fuego de la guerra, la hija de la madrugada, que
desde el cielo lo había contemplado todo, se enamoró del príncipe nahua y se
escapó para conocerlo.
El príncipe había ido solo al templo después del combate para darles gracias a
los dioses, y al acercarse a la plazuela vio a una joven que en nada se parecia
a las mujeres que él conocía. Tenía la piel blanca y rosada, los ojos claros
como el cielo y los cabellos brillantes como el Sol. Yanique, deslumbrado ante
la belleza de la muchacha, se acercó y le preguntó de dónde venía.
Ella no ocultó la verdad y le confesó su amor. Entonces Yanique le dijo:
«Hoy mismo te llevaré a la casa de mi madre para que bendiga nuestro amor, y
serás la reina de mi pueblo».
Cuando regresaron al pueblo ya era de noche. Al viejo jefe no le parecía bueno
que su hijo se casara con una extranjera, pero consintió e hizo venir a los
sabios para anunciarles la unión de su hijo con la princesa azteca, pues así se
la había presentado Yanique.
Se hicieron todos los preparativos para la fiesta. Se amasaron panes, se
fabricaron adornos de plumas y collares de plata y oro, y la fiesta fue hermosa,
como las fiestas de los aztecas.
La princesa de los ojos azules estaba feliz de haber escogido a Yanique como
esposo, y al pueblo de los nahuas como familia. Pero en el cielo no se habían
conformado con la huida de la hija de la madrugada y decidieron mandar a una
de sus hermanas para que destruyera el matrimonio.
Habían pasado ya nueve meses desde la llegada de la niña celestial, y el
nacimiento del príncipe, hijo de Yanique, se acercaba. Las mujeres más
respetadas se habían reunido para ayudar a la madre. De repente, un viento
frío pasó sobre ellas. La princesa reconoció a su hermana y en sus ojos se
reflejó la angustia. Poco después dio a luz un hijo, pero ella jamás se levantó
del lecho.
Se dice que el príncipe Yanique jamás pudo olvidar a su joven esposa, y que
algún tiempo después empezó a luchar contra los chorotegas hasta
someterlos.
Cuenta la leyenda que el hijo de Yanique fue un gran gobernante y que tuvo la
protección de los seres celestiales, que eran su familia.
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