martes, 2 de abril de 2019

El caballero listo y el caballero tonto

Hermann Hesse

En tiempos antiguos reinaba el sabio Maximianus, y había en su reino dos
caballeros, listo el uno, tonto el otro, que se querían mucho. El listo le dijo al tonto:
—¿Te place hacer un pacto conmigo? Nos sería de gran utilidad.
—Me parece muy bien —contestó aquél.
A lo cual éste respondió:
—Cada uno de nosotros hará fluir sangre de su brazo derecho; yo beberé tu
sangre, y tú harás lo mismo con la mía, y así ninguno de nosotros abandonará al otro
ni en la dicha ni en la desdicha, y la mitad de lo que gane el uno la recibirá el otro.
—Así me parece bien —replicó aquél.
Acto seguido, tras habérsela extraído, bebieron ambos de su mutua sangre y
convivieron desde entonces en una misma casa. Ahora bien: el rey había construido
dos ciudades; una en la cima de una montaña, en la que todos los que allí llegaban
encontraban ricos tesoros y podían permanecer en ella toda su vida. Pero llevaba a
esa ciudad un camino estrecho y lleno de piedras, en el que había tres caballeros con
un gran ejército, y todos los que pasaban por allí debían combatir contra aquéllos o
perder todo junto con sus vidas. El rey también había puesto un senescal en aquella
ciudad, que debía acoger sin excepción a todos los que allí arribaban y agasajarlos
señorialmente de acuerdo con su rango. Pero montaña abajo, en el valle, había hecho
construir otra ciudad a la que llevaba un camino llano y agradable en su andadura. A
un lado del mismo había tres caballeros que recibían amistosamente a todos los
pasantes y les servían al gusto de cada cual. En la propia ciudad también había puesto
a un senescal, pero que debía meter en la cárcel a toda persona que llegara a la ciudad
o a sus proximidades, y llevarla a su llegada ante el juez; éste no tendría
contemplaciones para con nadie. Entonces el caballero listo le dijo a su compañero:
—Amigo, recorramos el Mundo, como otros caballeros, y podremos adquirir
muchos bienes de los que podamos vivir bien.
—Estoy muy de acuerdo —replicó el otro. Ambos marcharon, pues, por una
calle, hasta que llegaron a una bifurcación; habló entonces el sabio:
—Amigo, como ves, hay aquí dos caminos: uno de ellos lleva a una ciudad
fabulosa; si lo cogemos, llegaremos a aquélla, en la que obtendremos todo lo que pida
nuestro corazón. Pero hay otro camino, que lleva a otra ciudad, construida en un
valle: si vamos allí, nos encarcelarán, nos llevarán ante el juez y éste nos hará colgar
en la horca. Por lo tanto aconsejo dejar de lado este camino e ir por el otro.
—Amigo —contestó el tonto entonces—, hace tiempo que he oído hablar de estas
dos ciudades: pero el camino que lleva a la ciudad situada en la montaña es estrecho
y muy peligroso, y hay en él tres caballeros con un ejército, que asaltan, matan y
saquean a todos los que por allí pasan; el otro camino es llano, y hay en el mismo tres
caballeros que reciben a todos los caminantes amistosamente, y allí se encuentra todo
lo necesario. Todo esto lo veo muy claramente, y por eso tengo más fe en mis ojos
que en ti.
Entonces dijo el caballero listo:
—Si bien uno de los caminos es difícil de andar, el otro, si se piensa en el final, es
aún peor: pues nos lleva al oprobio eterno, y de allí nos arrastrarán a la horca. Ahora
bien, tú temes ir por ese primer camino, por la lucha y por los salteadores de caminos.
Pero eso es para ti una vergüenza eterna, pues eres un caballero y como tal te
corresponde batirte con tus enemigos. Pero si por el contrario quisieras recorrer ese
camino conmigo, te prometo por Dios que entraré en el combate delante de ti, y que
por numerosos que sean los enemigos, pasarás ileso si me apoyas.
—Amén —replicó el tonto—. Te digo que no quiero recorrer ese camino sino el
otro.
Dijo entonces el listo:
—Como te he empeñado mi palabra y por juramento he bebido de tu sangre, no te
dejaré solo sino que iré contigo.
Ambos fueron, pues, por ese camino, y hallaron muchas cosas agradables y de
acuerdo a sus deseos, hasta que llegaron a la posada de esos tres caballeros, que los
recibieron con grandes honores y los hospedaron magníficamente. En el transcurso de
cada refrigerio, el caballero necio le decía al sagaz:
—Querido, ¿no te había predicho cuántos y cuán grandes deleites disfrutaríamos
en este camino, a los que deberíamos haber renunciado en el otro?
Pero aquél contestó:
—Aún queda el rabo por desollar.
Pasaron algún tiempo entre esos caballeros; pero cuando el senescal de esa ciudad
se enteró de que había dos caballeros cerca de la ciudad y en contra de la prohibición
del rey, envió a sus acólitos para que los prendieran y los llevaran a la ciudad. El
senescal, después de verlos, hizo arrojar al tonto a un pozo, atado de pies y manos,
mientras que al otro lo hizo encarcelar. Al llegar el juez a la ciudad, todos los
malhechores de la misma fueron llevados ante él, y entre otros también estos dos
caballeros. Entonces el listo le dijo al juez:
—Señor, acuso a mi compañero de ser el causante de mi muerte. Le había
predicho la ley de esta ciudad, así como sus peligros, y sin embargo no quiso confiar
de ningún modo en mis palabras y calmarse con ellas y seguir mi consejo, sino que
me contestó: «Confío más en mis ojos que en tus palabras». Ahora bien, puesto que
estamos unidos por palabra y por juramento en la suerte y en la desgracia, y yo lo
veía ir solo por este camino, he cumplido mi promesa y también me he dirigido hacia
aquí, y por eso ahora tiene la culpa de mi muerte. Por tanto te pido que tu veredicto
sea justo.
Entonces el caballero tonto le replicó al juez:
—Éste es justamente el causante de mi muerte, pues todo el mundo sabe que él es
listo y que yo soy tonto por naturaleza. Pues bien, a consecuencia de su inteligencia
no debería haberse sometido tan irreflexivamente a mi estupidez. Pero si al marchar
yo solo por el camino, él no me hubiera seguido, yo habría vuelto al camino que él
quería seguir y habría marchado con él a consecuencia de mi juramento. Por ende,
siendo él listo y yo tonto, él es el causante de mi muerte.
Dirigiéndose primero al listo, el juez les contestó:
—Tú, listo, que cediste tan imprudentemente a su estupidez y lo seguiste, y tú,
tonto, que no creíste en las palabras del listo, sino que llevaste a cabo tu propia
estupidez, según mi veredicto habréis de ser llevados ambos a la horca.
Y eso fue lo que ocurrió.

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