martes, 2 de abril de 2019

De la perfidia del diablo, y de cómo están ocultos los juicios de Dios

Hermann Hesse

Había una vez un ermitaño que vivía en su caverna y servía a Dios con suma
piedad de día y de noche. Un día se hallaba cerca de su celda un pastor que cuidaba
sus ovejas. Pero ocurrió que un día el sueño dominó al pastor; llegó un ladrón que le
robó todas las ovejas. En esto llegó el dueño de las ovejas y le preguntó al pastor
dónde estaban. Éste comenzó a jurar que, si bien había perdido las ovejas, no sabía
cómo. El dueño de las ovejas se llenó de ira y lo mató. El ermitaño, al ver esto, dijo
en su corazón: «Oh, Dios, mira lo sucedido: este hombre ha condenado y matado a un
inocente. Puesto que permites que tales cosas ocurran, quiero volver al mundo y vivir
como los demás». Después de haber pensado esto abandonó su ermita y se aprontó
para regresar al mundo. Pero Dios no lo quería arruinar, sino que envióle un ángel
con figura de hombre para que lo acompañara. Cuando el ángel hubo encontrado a
aquél en el camino, le habló así:
—¿Adónde vas, hermano?
—A la ciudad que tengo delante de mí —respondió aquél.
—Quiero ser tu acompañante —le dijo el ángel—, pues soy un ángel de Dios y he
llegado hasta ti para que hagamos el camino juntos.
Con lo cual ambos se dirigieron juntos a la ciudad; al entrar le pidieron a un
guerrero que por la voluntad de Dios les diera albergue. Este guerrero los acogió muy
amistosamente y los hospedó con gran sumisión y de modo muy honroso y brillante.
En una cuna, empero, estaba el único hijo del guerrero, a quien éste amaba
cariñosamente, y luego de la cena se abrió el dormitorio y se prepararon camas muy
confortables para el ángel y para el ermitaño. A medianoche el ángel se levantó y
estranguló al niño en la cuna. El ermitaño, al verlo, pensó para sí: «Éste no puede ser
jamás un ángel de Dios: aquel buen soldado, por la voluntad de Dios, le ha cubierto
todas las necesidades y no tiene más que a este hijito inocente, y él lo ha matado».
Sin embargo, no se atrevía a decirle nada. Ambos se levantaron temprano y
marcháronse hacia otra ciudad, en la que fueron recibidos con grandes honores y
hospedados excelentemente en la casa de un particular. Este poseía una copa de oro
que estimaba mucho y de la que estaba muy orgulloso; a medianoche el ángel se
levantó y robó esta copa. El ermitaño, al verlo, pensó para sí: «A mi juicio, éste es un
ángel malo; este burgués nos ha recibido bien, y a cambio aquél le ha robado la
copa». No obstante no le dijo nada, porque le temía. A la mañana siguiente se
levantaron temprano y siguieron su camino hasta llegar a un río sobre el que había un
puente. En el puente se encontraron con un hombre. A éste le dijo el ángel:
—Amigo, muéstranos el camino hacia la ciudad.
El pobre se dio vuelta y señaló la dirección con el dedo. Pero una vez que se hubo
dado la vuelta, el ángel de pronto lo cogió por los hombros y lo tiró al río, y el pobre
pronto se ahogó. El ermitaño, al verlo, dijo en su corazón: «Ahora sé que es el
Diablo, y no un buen ángel de Dios. Qué ha hecho de malo el pobre, y sin embargo lo
ha asesinado». Pensó entonces en separarse de él, pero por temor no le dijo nada. Al
llegar al atardecer a la ciudad, entraron en la casa de un hombre rico y pidieron, por el
amor de Dios, pasar la noche allí. Pero éste se lo denegó sin más ni más. Entonces, el
ángel de Dios le habló así:
—Por el amor de Dios, dejadnos tan sólo subir al techo de vuestra casa, para que
no nos devoren los lobos y animales salvajes.
Pero aquél contestó:
—Mirad, aquí está el establo en el que viven mis cerdos; si os place, podéis
acostaros junto a ellos; si no, alejaos, pues no os brindaré otro sitio.
—Si no puede ser de otro modo —respondió el ángel—, nos quedaremos junto a
vuestros cerdos.
Y así sucedió. Al levantarse a la madrugada siguiente, el ángel llamó al que les
había hospedado y le dijo:
—Amigo, aquí te regalo una copa.
Y con estas palabras le dio la copa que le había robado a aquel burgués. El
ermitaño, al verlo, dijo para sí: «Ahora estoy seguro de que es el Diablo; aquél era un
hombre bueno, que nos acogió con toda humildad, y es a quien le ha robado la copa,
regalándosela a este canalla que no ha querido hospedarnos». Entonces díjole el
ángel:
—No quiero seguir con vos y ordeno que volváis a Dios.
—Escuchadme —respondió el ángel—, y luego podréis iros. Antes vivías en una
ermita, y el dueño de aquellas ovejas mató al pastor. Sabes que aquel pastor no
merecía la muerte, pues otro había cometido el crimen, por lo cual no debería haber
muerto. Pero Dios permitió que lo mataran, para que con este castigo se librara de la
muerte eterna por un pecado que había cometido en otra oportunidad y que jamás
había expiado. En cambio el ladrón, que ha huido con todas las ovejas, sufrirá la
condena eterna, y el dueño de las ovejas, que mató al pastor, expiará su vida haciendo
abundante donación de limosnas y obras de caridad por lo que ha cometido sin
saberlo. Luego he estrangulado durante la noche al hijo de aquel guerrero que nos dio
buena acogida. Pero has de saber que este guerrero, antes que naciera su hijo, era el
mejor donador de limosnas y hacía muchas obras de caridad. Pero desde que nació su
niño, se ha vuelto ahorrativo y codicioso, y reúne todo lo posible para que el niño sea
rico, de modo que ésta es la causa de la perdición de aquél, y por eso he asesinado al
niño, y así ha vuelto a ser lo que había sido antes, a saber, un buen cristiano. Luego
he robado la copa de aquel burgués que nos acogió tan humildemente. Pero sabe que
antes de fabricarse esa copa no había en la Tierra un hombre que fuera más sobrio
que éste; pero que una vez producida la copa, éste se alegraba tanto de ella, que bebía
de ella todo el día y se embriagaba dos o tres veces diarias; por eso se la he quitado, y
ahora ha vuelto a la misma sobriedad que antes. Luego he tirado al pobre al agua.
Sabe que aquel pobre era un buen cristiano, pero que si hubiese seguido la mitad
de su camino habría matado a otro, cometiendo así un pecado mortal; pero ahora está
salvado y se halla en la gloria celestial. Finalmente le he regalado la copa de aquel
burgués a aquél que nos negó su hospitalidad. Pero sabe que nada en la Tierra sucede
sin motivo. Pese a todo, nos concedió el corral de cerdos, y por eso le he dado la
copa; cuando deje de vivir, se irá al Infierno. En el futuro, por tanto, ponle riendas a
tu boca, para que no vituperes a Dios, pues Él lo sabe todo.
Al oír todo esto, el ermitaño se postró a los pies del ángel y le rogó que le
perdonara; luego se dirigió hacia su ermita y se convirtió en un buen cristiano.

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