lunes, 1 de abril de 2019
Religión Nórdica Ritos y Costumbres
Costumbres Mortuorias y Tumbas.
Los guerreros caídos seguían viviendo su desenfadada y alegre vida. Los muertos en el
mar, a menos que hubieran caído en viril lucha, los recogía Ran, la diosa del Aegir, en
una red gigantesca. A los "muertos en la paja" les quedaba el subterráneo reino de las
sombras y las tinieblas: el Niflheim.
Según las antiguas representaciones mitológicas, el Niflheim estaba situado en el Norte,
en la tierra de la niebla, de la crepitante escarcha y de la noche perpetua. En época
posterior lo pusieron como en la Antigüedad clásica, bajo tierra. Ríos salvajes e
impetuosos atronaban aquella mansión. Sobre uno de estos estrepitosos ríos lanzados
como cataratas en el mundo subterráneo se levantaba un ancho puente pavimentado con
deslumbrante oro. Llevaba al llamado vestíbulo de los muertos, que en su forma
primitiva recuerda una gigantesca tumba de hunos, pero que posteriormente adopta cada
vez más los rasgos de un sombrío reino del más allá y se convierte en un lugar de
expiación.
Este domino está gobernado por la diosa Hell, una reina del mundo subterráneo, la cual,
en la forma definitiva de la mitología nórdica establecida por el Edda, resulta ser la hija de
Loki. Tenía el poder sobre nueve mundos y vivía en un palacio equiparable al de los
Ases y el de los Vanes. Su centro era una poderosa sala de oro a la que también la
sombría diosa de los muertos invitaba gustosamente a los amigos. Por raro que parezca,
en ninguna parte se dice qué destino le esperaba al gris ejército de sombras de los
habitantes del mundo de Hell. Sin embargo, un aburrimiento interminable parece haber
aplastado a los "muertos en la paja" en los subterráneos sin luz del mundo terráqueo.
En gran parte, Hell debió ser un invento de la escuela poética islandesa de la Alta Edad
Media. No se aprecian influjos cristianos en el sentido de considerar el más allá como
cárcel y expiación. Y, como el Hades de los griegos, el infierno germánico también era un
mundo de vida degradada, un triste y sordo reino de los muertos, que condenaba a los
difuntos a una existencia aparencial e informe, como sombras.
Pero estos préstamos literarios no se acomodan del todo con los usos mortuorios del
Norte vikingo. En éste, la muerte no aparece como el final de la existencia, sino como
una crisis que podía dar un giro a la vida, sin suprimirla totalmente. De ahí que tuviera
tan gran importancia el cómo y el cuándo del morir. Según las ideas germánicas del
Norte, una condición de la unidad de la vida y de la supervivencia era ir a Odín con toda
la fuerza o al menos con una considerable reserva de fuerza.
Quien se despedía debilitado y consumido tras una larga enfermedad, no tenía ya
ninguna esperanza formal de sobrevivir. Por eso Jan de Vries conjetura que incluso el
matar a los ancianos primitivamente tenía un carácter de exigencia de culto y que las
víctimas lo consideraban necesario y deseable.
El culto a los antepasados también echaban sus raíces en la representación de la
supervivencia activa. Los muertos permanecían en comunidad con los vivos, aunque
llevasen mucho tiempo en el reino de las sombras de Hell, donde nunca ocurría nada, se
agitasen en la red de la diosa Ran o se entregasen virilmente a las diversiones del
Walhalla. Los que les sobrevivían tenían la misión de equipararlos decorosamente para la
nueva existencia, proporcionarles una sepultura digna, cantar las acciones gloriosas del
muerto y, naturalmente, hacer que éste participara en la vida de la estirpe, ofreciéndole
sacrificios, invitándole a la mesa en las grandes solemnidades del año y recordarlo en
todos los acontecimientos familiares importantes.
Si no cumplían con esas obligaciones, si renunciaban a satisfacer a los difuntos, podía
ocurrir que un día éstos regresasen y se mostraran como fomentadores de discordias y
como malintencionados. En tales casos la estirpe se veía obligada a matar a los muertos
por segunda vez. muchas de las tumbas profanadas que los arqueólogos han descubierto
probablemente fueron abiertas por motivos de culto.
Costumbres.
En el Norte, las costumbres funerarias eran ya, en los tiempos previkingos (que empiezan
alrededor del 600), extraordinariamente multiformes. Tanto las noticias literarias como
los descubrimientos arqueológicos testimonian las más diversas formas de inhumación.
Todavía en los siglos del imperio romano se acostumbraba incinerar a los muertos y
guardar sus cenizas en urnas, bajo chatas colinas. Pero la costumbre de enterrar el
cadáver se extendió paulatinamente por el Norte europeo a finales de la época de los
vikingos. Este fenómeno, al observarse inicialmente en Dinamarca, permite colegir los
primeros influjos cristianos. El sepultar en la tierra pasó luego a Noruega y a Suecia, pero
allí no llegó a imponerse en la misma proporción que en Jutlandia, Fionia y Zelandia.
Los investigadores de las religiones se han enfrentado con arduos trabajos para descubrir,
tras las distintas formas de inhumación, diferentes concepciones mitológicas. Esfuerzos
baldíos. Lo más que logran es la impresión de que, en general, la idea de la supervivencia
tras la muerte no depende de la clase de enterramiento: por lo visto también un guerrero
quemado tenía asegurada una existencia bastante duradera, gozando de la lucha y demás
placeres terrenos en el Walhalla de Odín.
Siempre los restos mortales de un difunto se colocaban en una colina. Uno de los
axiomas del credo de la antigua mitología expresaba que una elevación del suelo era una
garantía de fuerza y, por tanto, de vida. Las colinas se consideraban centros de fuerza de
la Tierra.
Pero la situación y el trazado de las colinas mortuorias respondía a numerosas formas
especiales, en parte según el condicionamiento local. Los sitios preferidos eran los
promontorios de rocas junto al mar o pequeñas elevaciones en tierra desde las cuales el
difunto pudiese atisbar sus posesiones. Naturalmente, la altura de la colina funeraria
también variaba según la categoría y la riqueza del muerto. La mayor de las dos colinas
reales de Jelling, en Dinamarca, alcanza una altura de un casa de cuatro pisos.
Con frecuencia, los vikingos enterraron a sus muertos en una especie de habitaciones de
madera o en tumbas que son barcos. Los suecos y los noruegos, de preferencia, se han
inclinado por este último sistema de enterramiento. También aquí la investigación resulta
múltiple y variada. Muchos barcos acabaron con sus muertos en un montón de
escombros; clavos de cabeza redonda y pernos de hierro revueltos con cenizas humanas
son la característica principal de este tipo de inhumación. A menudo los restos de
cadáveres quemados se confiaban a un barco que no se quemaba o bien se enterraba al
mismo tiempo a barcos y pasajeros muertos.
Pero sólo los grandes hombres y las familias podían permitirse el lujo de una de estas
tumbas tan costosas. El campesino acostumbrado al mar se contentaba con un conjunto
de piedras dispuestas en forma de barco, esa sepultura que simboliza un barco y que ha
quedado hasta la actualidad en el paisaje nórdico como una característica del mismo que
no cabe olvidar.
En casi todos los casos se proveía a las tumbas de aditamentos, por lo general relucientes
y ostentosos, signo que denota claramente un espíritu pagano.
Adam de Bremen comenta, por ejemplo, que los noruegos enterraban en la colina, junto
con el muerto, sus bienes de fortuna, sus armas y todo lo que en vida había apreciado
más. Porque, como el alma seguía subsistiendo con una esencia corporal, debía estar
provista de todo lo que exige la vida cotidiana: las herramientas más preciadas, armas,
adornos y ropa, carne y pan, vino o hidromiel. A los reyes, caudillos y grandes
terratenientes se les proveía también de perros, caballos y esclavas.
El cuadro general del culto nórdico a los muertos es rico en variantes. Cabe decir que
difícilmente hay una situación más abigarrada, multifacética y confusa que la que se
presenta al investigador que se dedica al estudio de las tumbas de los vikingos del Norte.
Johannes Brondsted ha expresado así esta situación: "¿Practicaban la incineración? Sí.
¿Enterraban sin incinerar? Sí. ¿Puede tener la tumba forma de una gran habitación de
madera? Sí. ¿La de un modesto ataúd de madera? Si. ¿La de un gran barco? Sí. ¿La de
una lanchita? Sí. ¿O la de un barco simbólico, representado por piedras? Sí. ¿La de un
carro? Sí. ¿Puede estar colocada la tumba bajo una colina funeraria? Sí. ¿O en el suelo
llano? Sí. ¿Puede ser rico el equipo funerario? Sí. ¿O modesto? Sí. ¿O incluso pobre? Sí.
¿O incluso no contener nada? Sí. Cabría seguir preguntando en este tenor más de una
hora..."
Entierro de un Caudillo Varego.
Según las sagas, era deber inexcusable de un vikingo enterrar a los muertos, incluso al
adversario al que hubiera dado muerte. A un moribundo se le apretaban los labios y las
ventanillas de la nariz para que el alma pudiera escaparse más fácilmente. Al entierro,
como es natural, se invitaba a toda la estirpe. Seguía luego un banquete ritual entre los
potentados que duraba en ocasiones un día entero y estaba amenizado por cánticos que
ensalzaban la vida gloriosa del difunto. En Islandia, en estas comidas funerales, a veces
participaban más de mil personas.
La exposición más exacta, reveladora y sugerente de un enterramiento nórdico tenemos
que agradecérsela al secretario árabe de embajada Ibn Fadlan, que en 921-922 estaba en
algún lugar del Volga cuando un gran hombre varego emprendió su viaje al Walhalla.
Su minucioso informe empieza así: "Ya me habían contado muchas veces que después de
la muerte de sus caudillos hacen cosas de las cuales la menos importante era la
incineración del cadáver. Yo estaba muy interesado por poner aquello en claro. Un día
me enteré de que uno de sus jefes más prestigiosos había muerto. Lo metieron en la
tumba y lo tuvieron diez días, mientras se afanaban en cortar y coser sus trajes.
"A los súbditos más pobres les hacen un pequeño barco, los meten dentro y les prenden
fuego. Pero si se trata de un potentado, reúnen todos sus bienes y los dividen en tres
partes. Una tercera parte la recibe la familia, con otra tercera parte preparan los vestidos y
con la tercera restante fabrican "nabid" (una bebida alcohólica, probablemente hidromiel).
Porque se vuelven locos por el nabid y lo beben día y noche. Bastante a menudo ocurre
que uno de ellos muere con la copa en la mano.
"A la muerte de un caudillo, los miembros de la familia preguntan a las esclavas y a los
criados: "¿Quién de vosotros quiere morir junto con él?" Entonces uno de ellos responde:
"Yo". Y después de haberlo dicho, está obligado a cumplir su palabra. No tiene ya libertad
para volverse atrás. Aunque quisiera hacerlo, no se lo permitirían. La mayor parte de
quienes dicen "yo" son esclavas.
"Cuando murió, pues, el hombre que he mencionado, preguntaron a sus sirvientas:
"¿Quién de vosotras quiere morir junto con él?" Y una respondió: "Yo". Encargaron a
otras dos esclavas que la vigilaran y que estuvieran a su lado, adondequiera que fuese.
Luego empezaron a arreglar las cosas del amo, a cortar sus trajes y a prepararlo todo
según correspondía. Mientras tanto la esclava bebía y cantaba todos los días con una
alegría que reflejaba una gran felicidad.
"El día en que tenían que incinerar al muerto y a su sirvienta, fui al río donde estaba el
barco. Ya lo habían sacado a tierra. Cuatro pilastras angulares de abedul y de otras
maderas estaban preparadas y alrededor se alzaban grandes imágenes de madera
parecidas a personas. Entonces tiraron del barco y lo izaron encima de los soportes.
Mientras tanto, los hombres iban de aquí para allá y decían palabras que yo no
comprendía. Ínterin el muerto seguía aún en su tumba. Luego colocaron una banqueta
en el barco y la cubrieron con cojines, brocado griego de seda y almohadas del mismo
tejido.
"Después se acercó una mujer anciana a la que llamaban Ángel de la Muerte. Era un
mujer gigantesca, vieja, gruesa y de expresión sombría y cuya misión consistía en vestir al
difunto y en matar a la esclava elegida. Sacaron al muerto de su tumba y le quitaron las
ropas con las que había fallecido. Observé que estaba completamente negro, pero lo
curioso es que no apestaba y en él nada había cambiado excepto el color de su piel.
Luego lo vistieron con calzones, pantalones, botas, casaca y abrigo de tela bordada de oro
y con botones de oro, le encasquetaron una gorra de seda adornada con piel de marta y
lo llevaron a la tienda de campaña que había en el barco. Allí lo colocaron sobre mantas
mullidas y lo sostuvieron con cojines.
"A continuación trajeron nabid, frutas y hierbas aromáticas, que colocaron junto al
muerto. También depositaron pan, carne y cebollas. Luego cogieron un perro, lo
despedazaron por la mitad y lo llevaron al barco. También dispusieron junto al difunto
sus armas; trajeron dos caballos, los hicieron correr hasta que el sudor los empapaba, los
despedazaron con sus espadas y arrojaron los despojos al barco. Asimismo
descuartizaron dos bueyes, que corrieron igual suerte. Finalmente vinieron con un gallo y
una gallina, los mataron y los arrojaron al barco.
La esclava que había deseado que la matasen iba entre tanto de una a otra tienda de
campaña y cada propietario cohabitaba con ella y le decía: "Comunícale a tu señor que
hago esto por ti".
Cuando llegó la tarde, arrastraron a la esclava hasta un armazón por el estilo de un marco
de puerta y la elevaron tanto que rebasó el armazón y le hablaron en su lengua. Esto se
repitió tres veces. Luego le alargaron una gallina, la esclava le cortó la cabeza, lo mismo
que a un gallo y los arrojó al barco. Le pregunté al intérprete qué significaba todo aquello.
"Él contestó: "Cuando elevaron por primera vez a la sirvienta, ella dijo: "Mira, veo a mi
padre y a mi madre". A la segunda vez, dijo: "Mira, veo a todos mis parientes difuntos". A
la tercera vez dijo: "Mira, veo a mi señor sentado en el más allá y todo está placentero y
verde, y junto a él hay hombres y jóvenes criados. Él me llama, dejadme ir a él".
"Entonces se dirigieron con ella al barco. Allí se despojó de los dos brazaletes que llevaba
y se los dio a la anciana a la que llamaban Ángel de la Muerte y que era la encargada de
matarla. Se quitó también sus dos ajorcas y se las regaló a la hija de la anciana. La
subieron al barco, pero no la dejaron entrar todavía en la tienda de campaña. Llegaron
entonces hombres con escudos y barras de madera y le dieron nabid en una copa. Ella la
tomó, cantó y la vació.
" - Con esta copa - dijo el intérprete - se despide de sus amigas".
"Luego le alargaron otra copa más. La tomó y cantó una larga canción. Pero la vieja la
empujaba para que se diese prisa, vaciase la copa y entrara en la tienda de su señor
muerto. La miré y noté que el miedo la embargaba. Cierto que ella quería entrar en la
tienda, pero sólo asomaba la cabeza. Entonces la vieja la agarró por la cabeza, tiró de ella
hacia la tienda y entró acompañándola. Los hombres empezaron a golpear en los escudos
con sus barras de madera para que no la oyeran gritar y para que otras mujeres no se
asustasen y no quisieran ya morir con su señor.
"Entonces entraron seis hombres en la tienda y todos cohabitaron con la esclava. Después
la tendieron al lado del muerto. Dos hombres la agarraron por los pies, otros dos por las
manos y la anciana, a la que llamaban Ángel de la Muerte, le colocó un nudo corredizo
alrededor del cuello y alargó las puntas a los dos hombres para que tirasen. Ella misma
avanzó con un cuchillo grande y ancho, se lo clavó a la muchacha entre las costillas y lo
sacó. Los dos hombres la estrangulaban con el nudo, hasta que murió.
"Seguidamente se adelantó el pariente más próximo del difunto, tomó un madero y le
prendió fuego. Luego caminó de espaldas hacia el barco, vuelto su rostro al pueblo y en
una mano empuñaba el madero mientras la otra la tenía puesta en la parte trasera de su
cuerpo: iba desnudo y prendió fuego a las maderas que habían amontonado debajo del
barco. Luego se acercaron también los otros con sus maderas encendidas y las arrojaron
en la hoguera. Pronto ardió en llamas, primero el barco, luego la tienda de campaña,
luego el hombre y la muchacha y todo lo que el barco contenía.
"Sopló un fuerte viento, de modo que las llamas se hicieron aún mayores y el fuego, más
poderoso. Y ni siquiera había pasado una hora cuando ya el barco y la leña, la muchacha
y el muerto se habían convertido en cenizas. Seguidamente erigieron en el sitio donde
había estado el barco una colina redonda. En la cima colocaron un gran poste de madera
de abedul. En él escribieron el nombre del muerto y el nombre del rey de los Rus. Y
continuaron su camino."
Una descripción opresiva, cruel, aterradora, un relato que incluso después de más de un
milenio deja en suspenso. Pero no es ningún caso único. Otros viajeros árabes han
confirmado el minucioso relato de un enterramiento escrito por Ibn Fadlan.
Cuando alguien moría, cuenta Al Massudi, su mujer se quema viva con él y muchas
mujeres deseaban ardientemente convertirse en ceniza con sus maridos para seguirle al
paraíso. Y por Ibn Rustah sabemos que los varegos construían las tumbas de sus
caudillos, grandes, como casas espaciosas en las que además de ropas, armas y brazaletes
de oro, provisiones y monedas introducían también a las favoritas de sus noches. Las
encerraban con él mientras aún tenían vida. Luego se cerraba la puerta de la tumba y ellas
morían allí.
¿Fábulas, relatos de oídas, historias escalofriantes y de horror? De ningún modo. Los
arqueólogos han descubierto bastantes tumbas que responden exactamente a estos
relatos.
Los Grandes Arsenales de los Muertos.
Principalmente en Suecia se han encontrado numerosas tumbas-piras cuyas cenizas
contienen restos de armas, así como rastros de adornos femeninos: la señal más segura de
que una mujer seguía en la muerte a su marido o propietario; o mejor dicho: la
quemaban con él y quedaba convertida en ceniza.
También numerosas sepulturas bajo tierra han conservado los restos conjuntos de
hombres y mujeres. En las cámaras mortuorias de los ricos comerciantes de Birka, por
ejemplo, se encontraron varios detalles reveladores de que el muerto había emprendido
su último viaje en compañía de su esposa o de una esclava joven. Del mismo modo,
parece que muchas damas de Birka estaban convencidas de que también en el más allá
necesitarían la ayuda de una sirvienta. En una espaciosa cámara funeraria, los arqueólogos
encontraron los esqueletos de dos mujeres. Uno de ellos estaba en una postura
extrañamente contorsionada. El hallazgo permite conjeturar que una dama de alta
posición, tal vez una princesa, quizá una reina, se había llevado a la tumba a una esclava.
Y desde luego con vida; su postura contorsionada revelaba claramente que sólo se asfixió
después de que hubieran cerrado la cámara.
Tampoco la reina Asa, del famoso barco noruego de Oseberg emprendió sola el viaje.
Una anciana de unos sesenta a setenta años, artrítica y reumática, con la columna
vertebral casi rígida, la acompañaba. Indudablemente, su sirvienta.
Pero más importantes que estas confirmaciones de fuentes literarias son los objetos que
los arqueólogos han encontrado en las tumbas de los vikingos en el transcurso de siglo y
medio, objetos que, además de las vitrinas, ocupan también los almacenes de los museos
nórdicos desde el suelo hasta el techo y ofrecen un amplio cuadro de la cultura material
de los vikingos.
Los arqueólogos alemanes han contribuido a ensanchar este cuadro mediante las
investigaciones que realizaron en los cinco grandes cementerios de Haithabu. De un total
de diez mil sepulturas, hasta ahora se han excavado dos mil. Las excavaciones, además de
proporcionar una abundancia casi incalculable de hallazgos, confirmaron las
multifacéticas características del culto funerario nórdico. Los habitantes del Wik
enterraban a sus muertos tanto en cámaras, fosas o féretros. Las cámaras funerarias las
proveían abundantemente de objetos; las fosas, sólo con carácter esporádico. En el
cementerio de ataúdes de la vertiente sur del Hochburg únicamente las tumbas de las
mujeres contenían objetos de adorno y utensilios, en tanto que las de los hombres,
excepto raras excepciones, estaban vacías. En el cementerio propiamente dicho del
Hochburg (baluarte, acrópolis) sólo se encontraron tumbas-piras. El cementerio
descubierto en 1957 junto a la puerta sur, iniciado alrededor del 800 por los frisones,
contiene únicamente urnas.
En Dinamarca adquirió renombre internacional el cementerio de Lindholm Hoje, cerca
de Alborg, en Jutlandia del Norte. Los hallazgos fueron muy escasos, ya que el
cementerio se componía de casi exclusivamente de tumbas-piras cuyos objetos,
catalogados en forma de cenizas y escoria, permitían reconstruir con toda claridad el
proceso de la tumba-pira. El jefe de las excavaciones, Thorkild Ramskov, ha descrito este
proceso de la manera siguiente:
"La incineración de los cadáveres no se efectuaba en el cementerio, sino en un lugar
desconocido. Juntamente con el muerto, se quemaban los objetos y animales que había
de llevar consigo. Éstos podían consistir en objetos de adorno, cuentas de cristal,
cuchillos, ruecas, piedras de afilar, piedras para el juego de tablas, un perro, una oveja y
más raramente un caballo o una vaca. Los restos de la pira se llevaban después al
cementerio y se extendían en un círculo de aproximadamente un metro de diámetro que
se cubría con una delgada capa de tierra. Encima podía colocarse una vasija para los
sacrificios".
En este cementerio se puede estudiar, como en ninguna otra parte, la técnica de la
colocación de piedras incluso en sus formas más antiguas: triangulares, rectangulares,
circulares y ovaladas. Las tumbas en forma de barco, típicas de la época de los vikingos,
superan a todas las demás. Las investigaciones de Ramskov muestran lo descuidados que
estaban estos cementerios. Por tanto ha llegado a la conclusión de que su significado
simbólico se extendía sólo al acto de dar sepultura. Opina que se invitaba a las almas de
los muertos a ponerse en marcha mediante la colocación de piedras en forma de barco.
Una vez efectuada esta invitación, la tumba en sí carecía de interés.
También el gran cementerio de Birka, la en otros tiempos isla de los comerciantes en el
lago Mälar, muestra en la época de los vikingos coexistían distintas clases de
enterramiento. Los grandes señores se hacían enterrar en cámaras funerarias, con perro y
caballo, armas y arreos. Normalmente, a las mujeres se las enterraba en sencillos féretros
de madera: quizás un signo del alborear de la cristianización, que encontraba en la isla de
los comerciantes uno de sus principales puntos de apoyo. Sin embargo, entre las dos mil
quinientas colinas funerarias del cementerio de Birka también hay numerosas tumbaspiras.
Por lo visto, esta forma de enterramiento, precisamente en Suecia, defendió con
tenacidad sus últimas trincheras.
Haithabu, Lindholm Hoje y Birka son los grandes arsenales de muertos en esta
investigación de las costumbres mortuorias de los vikingos. Pero las auténticas
celebridades de las tumbas de los vikingos son tumbas aisladas: los renombrados
mausoleos de los grandes hombres y reyes nórdicos. De entre ellos cabe citar como los
más importantes: La tumba-barco de Haithabu; la colina real de Jelling; la tumba del
caudillo de Mammen; la tumba-barco del señor de Ladby; las tres tumbas-barco de Tune,
Gokstad y Oseberg junto al fiordo de Oslo.
Tumbas Principescas de los Vikingos.
La tumba-barco de Haithabu, junto a Schleswig, estaba situada al sur de la superficie
amurallada de la vieja ciudad, emporio comercial de los vikingos, y se dibujaba como una
pequeña elevación ovalada en medio del paisaje, antes de que las excavaciones de 1908 la
pusieran al descubierto.
Lo formaba una gran cámara funeraria de madera de 3.40 por 2.40 metros y dividida en
dos aposentos por tablones puestos de lado. Los aposentos contenían objetos muy
valiosos de dos o tres hombres: tres espléndidas espadas, restos de varios escudos,
flechas, bridas y espuelas, una copa de cristal, una bandeja de bronce y un cubo de
madera con aros de hierro. En una fosa plana al borde de la cámara estaban enterrados
tres caballos.
En la colina funeraria, los parientes o amigos de los difuntos habían apoyado en unas
piedras, con la quilla vuelta hacia abajo, un pequeño y marinero barco de carga de unos
quince a dieciocho metros de eslora. Por en el suelo sólo había ya pernos y planchas
podridas.
La tumba que databa del siglo IX, con toda probabilidad pertenecía a un rey o uno de los
miembros de una capa social especialmente privilegiada. Pero el análisis de los objetos no
permite aventurar ninguna suposición sobre quiénes eran el muerto y sus acompañantes
ni de dónde procedían. Tampoco la técnica seguida en la construcción de la tumba
permite llegar a una conclusión convincente. Como, en teoría, se conoce la existencia de
cámaras situadas bajo el barco, pero no se han encontrado más ejemplos que el de la
tumba-barco de Haithabu, ésta detenta todavía hoy el valor de ser única.
Únicas, por lo menos en Dinamarca, son también las dos colinas reales de Jelling de
Vejle que se alzan en el recinto del templo en forma de V descubierto por Ejnar Dyggve.
Se han estudiado ambas, la colina septentrional ya en el siglo pasado. En el año 1820 se
descubrió en la prominencia de una altura de once metros una cámara funeraria de
madera de 1´45 metros de altura, 6´70 de larga por 2´60 de profundidad, erigida por lo
visto, para dos personas. Pero ni el menor rastro de enterramiento ni despojos de
esqueletos. En 1861, la majestuosa colina de los muertos volvió a abrirse por expreso
deseo del rey Federico VII. En esta segunda excavación sólo se halló una copa de plata y
algunos objetos de madera tallada.
Ochenta años más tarde, arqueólogos daneses emprendieron la excavación de la segunda
colina, equipados con todo el instrumental de la moderna investigación del suelo.
Durante un año efectuaron numerosos cortes en la poderosa obra. Hallaron un poste
indicador, algunos utensilios de madera, unas cuantas piezas rotas de un carro, varias
azadas, pero ninguna cámara funeraria ni, en general, nada que se refiriera a un posible
enterramiento. Por tanto, una simple colina conmemorativa. Y una gran decepción. Se
buscaban las tumbas de Gorm el Viejo y de su esposa Tyra y se tenía la firme convicción
de encontrarlas allí, porque una de las dos famosas piedras rúnicas de Jelling lleva la
inscripción: "El rey Gorm erigió este monumento en honor a su mujer, gloria de
Dinamarca".
Distinta es la situación en Mammen, en la Jutlandia central. El muerto enterrado bajo una
gran colina de tierra en un féretro hecho con tablas de encina, incuestionablemente un
miembro perteneciente a la clase de los grandes hombres daneses, ha quedado en el
anonimato, pero su tumba permaneció respetada e incólume. El caudillo de Mammen
descansaba sobre almohadas de plumas y conservaba mangas de seda bordadas de oro,
una cinta de seda finamente tejida y prendas de lana con adornos bordados. Entre los
objetos encontrados en su tumba había una hermosa olla de bronce, un gran cubo de
madera y una vela de cera. A los pies del muerto estaban dos hachas de combate, una de
ellas con una rica incrustación en plata, cuyos adornos, junto con la collera de caballo en
forma de cabeza de león, dieron su nombre al estilo artístico Mammen que hasta hoy ha
conservado este carácter de frontispicio.
A los objetos del caudillo de Ladby en el nordeste de Fionia no les ha correspondido una
gloria semejante. Sin embargo, el descubrimiento de su tumba, hasta ahora la única
tumba-barco en Dinamarca, cuenta entre las horas estelares de la arqueología nórdica.
El barco funerario de Ladby se alza sobre la quilla en una hondonada previamente
excavada y que debía impedir que se tumbara o rompiera bajo el peso de las cosas que
contendría el barco. A pesar de esta precaución, la parte de estribor de la proa del barco
había dejado escapar su macabra carga: un detalle sorprendente, pero comprensible
cuando se comprobó que los familiares del señor de Ladby habían traído para la estancia
de aquél en el más allá nada menos que la carga que pudieron transportar once caballos.
Uno de los caballos situado en la parte de babor en el centro del barco, tenía puesta aún
su costosa brida y era probablemente el caballo que había montado el difunto. El barco
también contenía gran número de huesos de perro y los arreos de un tronco de caballos
que debía estar compuesto por un mínimo de cuatro animales. Confirman la alta
categoría del caudillo de Ladby una hebilla de cinturón de plata maciza con adornos de
hojas doradas, un plato dorado, una fuente de bronce, una vasija de madera de más de
medio metro de diámetro, así como un tablero de juego. Otros veinticinco objetos más ya
no fue posible identificarlos. En vida, el señor de Ladby, lo mismo que el caudillo de
Mammen, había llevado vestidos bordados de oro y descansado sobre cojines y
almohadas de plumas y ordenó que igual le dispusieran para su último descanso.
En contraposición, su armamento era modesto. Aparte un escudo de hierro, el barco
Ladby sólo contenía 45 puntas de flecha. Pero también se halló una explicación plausible
para este fenómeno. Porque el señor de Ladby, ya en tiempos remotos, había sido
despojado. Robado y en cierto modo hurtado él mismo. Los profanadores de tumbas
habían abierto la colina funeraria y evacuado a su morador y, por cierto, lo habían hecho
tan concienzuda y metódicamente, que no cabía hablar de un trabajo improvisado. Su
acción había exigido por lo menos, según pudieron deducir los arqueólogos por las
huellas que habían dejado, catorce días de esfuerzos.
Se trataba, por tanto, de una excavación planificada. Pero el objetivo y el fin de la
empresa sólo podían conjeturarse. Era posible que hubieran trasladado de noche al
caudillo de Ladby porque sus familiares hubiesen decidido descuartizarlo, convirtiéndolo
así en inofensivo; pero es más probable que en su colina funeraria, incluso después de la
época de las misiones se siguieran celebrando sacrificios a los que, mediante la
exhumación del muerto, se les preparaba un final cristiano.
Las armas del gran hombre danés, enterrado alrededor del 950, debían seguir siendo
utilizables en la época del traslado: lo mismo que el muerto cambió de morada,
cambiaron ellas de poseedor.
También Suecia conoce una serie de semejantes tumbas-barco. En Uppland, por
ejemplo, se han examinado cementerios en los cuales, bajo casi todas sus colinas
funerarias, como hacen suponer los pernos de hierro que se han encontrado, hubo en
remotos tiempos un barco. Pero las tumbas-barco más grandiosas se han descubierto en
Noruega.
Ya en 1867, en la colina funeraria excavada en Tune en el margen este del fiordo de
Oslo, arqueólogos nórdicos encontraron los restos mortales de un hombre que, junto con
su caballo, había sido enterrado en la cubierta de popa de su barco calafateado con
musgo y enebro. Los objetos que enterraron con él se conservaron mal. Aparte de una
espada, un escudo, una punta de lanza, varias cuentas de cristal, restos de telas y
finalmente de madera con adornos tallados, no se pudo identificar ningún objeto más.
También la tumba de Tune fue saqueada por bandidos. Pero el barco y la colina de
tierra, de ochenta metros de ancho, muestras inequívocamente que el señor de Tune
había sido un hombre rico y poderoso que se había llevado consigo al más allá buena
parte de sus pertenencias personales.
También en el barco de Gokstad, descubierto en 1880 en el margen oeste del fiordo de
Oslo, encontró su último descanso un acaudalado caudillo vikingo de vigorosa
constitución, de 1´78 metros de estatura, al que se había enterrado en una cámara
mortuoria de tosca constitución en forma de tienda de campaña, situada en la popa del
barco, junto con doce caballos, seis perros y gran número de objetos. Desde la olla de
bronce hasta el candelabro, desde la azada de madera hasta la lanza de cazador, desde los
utensilios de cocina hasta un gran cántaro de agua para beber, desde el tablero de madera
para juegos hasta los esquís tallados se le había provisto de todo lo que un señor de su
categoría necesitaba para un largo viaje, además de tres botes de remos de madera de
encina y seis espaciosas camas.
Pero el bienestar mostrado de modo tan ostensible por el hombre de Gokstad palidece
junto a la riqueza de la dama que en el barco de Oseberg, excavado en 1904, había
emprendido su último viaje.
Sus parientes la habían equipado para su estancia en el reino de los muertos con tres
espléndidos trineos y un carruaje de lujo, tres camas, tres arcones, dos tiendas de
campaña, una silla, una lámpara de pie de hierro y un cubo de madera que podía
contener 126 litros. La cuadra y el pastizal habían proporcionado quince caballos, cuatro
perros y un buey; los campos y campiñas facilitaron, además de numerosos utensilios
menores, un sólido trineo para transportar estiércol. A esto se le añadía un surtido
completo de todo lo necesario en una cocina: cazuelas y sartenes, platos y fuentes, hachas
y cuchillos, piedras de amolar y artesas, ollas y cubos, trigo y avena, manzanas y nueces y,
naturalmente, rico y abundante forraje.
También se la había provisto en abundancia de lo necesario para las ocupaciones caseras
durante la larga ausencia. Cuatro telares con los correspondientes tornos y husos, tijeras y
punzones; piedras de afilar y planchas nos presentan a la muerta como una dama que
también al otro lado del río quería ocuparse en la confección de telas y vestidos. Sobre
todo debía ser una amante de las telas costosas. Su cámara funeraria estaba adornada con
trabajos coloreados y tapices. Tanto las mantas y las prendas como las almohadas y los
cojines de plumas demuestran que no sólo había sido aficionada a la comodidad, sino
que también tenía buen gusto y un sentido muy vivo para las cosas bellas de la vida.
Una de las causas del alcance mundial de la fama de la tumba de Oseberg estriba en que
en este caso era posible identificar a su moradora con un gran coeficiente de
probabilidades de acertar. El barco de Oseberg pudo haber sido la última residencia de la
reina Asa, la hija de Havald Barbarroja, la fundadora del gran reino nórdico.
La saga Ynling nos ha transmitido su historia. Barbarroja se negó a dar su hermosa hija
Asa, como esposa, al rey Gudröd de Westfold y por esto le atacó y mató el despechado
pretendiente. Raptada, la llevaron por la fuerza al lecho matrimonial; la inteligente Asa
pareció someterse. Pero en realidad pensaba sin cesar en la venganza. Un año después
del nacimiento de su hijo Halvdan se le presentó la oportunidad de hacer expiar la
afrenta que le habían infligido a ella y a su familia.
Para decirlo con las palabras de la saga Ynling: "Gudröd realizó un viaje y se detuvo en
Stiflusund. Allí hubo una gran borrachera a bordo e incluso el rey se embriagó mucho. Al
anochecer, cuando ya había oscurecido, abandonó el barco y al llegar al final de la
escalerilla, un hombre lo atacó y atravesándolo con su lanza lo mató. Al hombre lo
ejecutaron inmediatamente y por la mañana, al amanecer, reconocieron con sorpresa que
se trataba del criado de la reina Asa".
La enérgica y orgullosa reina aceptó francamente su acción y los asombrados hombres de
Gudröd doblaron con respeto la rodilla ante ella. Asa siguió gobernando ella sola con
mano dura y fuerte hasta que su hijo Halvdan, llamado el Negro, junto con su
hermanastro Olav, asumió el gobierno del país.
Cuando Asa murió a la edad de cincuenta años, aproximadamente, la enterraron como a
un hombre. El estudio de sus restos mortales hallados en el barco de Oseberg demostró
que había sido una mujer grácil, esbelta, de constitución delicada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario