Comencemos contando lo que se dice de ese carnero prodigioso enviado
por los dioses a sus protegidos mortales. Es la historia de otra maldición de
Hera, de otra intervención de Zeus a favor del inocente castigado y salvado por
la aparición súbita de la ayuda divina, esta vez en forma animal, para después
pasar a ser el ansiado trofeo que se llamaría Vellocino de Oro, esta es la historia
que se forma alrededor de los hijos de Atamante, hermano de Sísifo y que va a
ser también parte importante en la historia de Jasón. Pues bien, Atamante se
casó, según lo ordenado por Hera, con Néfele, una criatura creada por Zeus con
la figura de una diosa, y este extraño ser, mitad mujer, mitad espíritu sirvió bien
de esposa a Atamante, puesto que le dio tres hijos, una hija llamada Hele, y dos
varones, Frixo y Leuconte. A pesar de haber logrado con ella la paternidad, el
eolio no estaba contento con la extraña criatura que parecía ser su esposa sólo
por un capricho divino (como así era) y decidió irse con otra mujer, mortal esta
vez, con la que tener una vida normal Néfele, a pesar de ser criatura semiimaginaria,
no pudo pasar por alto el abandono y fue a Hera a contar lo
sucedido, exigiendo bastante más que una reconciliación, o el regreso del
marido. Hera, ofendida más aún, aseguró que vengaría la afrenta hecha a una
orden suya, haciendo que el máximo castigo cayera sobre Atamante y su
descendencia.
Néfele quedó más que satisfecha con la promesa de venganza de su
patrocinadora y la hizo saber en público, orgullosa de su importancia y
presumiendo del poder delegado por Hera en su favor, o en contra del infiel
esposo, si se prefiere. La cosa es que los hombres que escucharon el relato de la
promesa de Hera quedaron preocupados, pues no tenían demasiada confianza en
la respuesta de Atamante, y las mujeres preferían a su nueva mujer, a Ino, la hija
de Cadmo, el fundador de Tebas. Así que unos y otras no recibieron las palabras
de la enojada Néfele con ninguna alegría.
EL CONSEJO DE INO
Las mujeres se reunieron para deliberar, y decidieron hacer algo por ellas
mismas, sin dejar intervenir a los hombres, que sabían atemorizados ante el
poder y el carácter de Atamante. Así que fueron a buscar consejo en Ino, a quien
apreciaban mucho más que a la extraña Néfele, y ésta les dijo que tenían que
actuar con arreglo a un plan que ella había preparado. Ellas deberían estropear el
grano, metiéndolo en el horno, hasta que con el calor quedara seco y estéril, pero
sin que nada se pudiera advertir por su aspecto exterior. Tomaron pues el grano
destinado a la próxima siembra sin que sus maridos pudieran darse cuenta de la
treta. En su momento cuando llegase la hora, los maridos verían que nada salía
de la tierra. Asombrados por aquel misterio, irían a Delfos a preguntar al oráculo
por la razón de aquel nefasto suceso y el oráculo, debidamente aleccionado por
Ino, daría la respuesta, exigiendo un sacrificio de sangre a Zeus para purificar
los campos: nada menos que la muerte de Frixo, el varón primogénito de Néfele,
para retorcer el deseo de venganza de la esposa abandonada y hacer que fuera en
contra de su propia sangre. Si la larga y complicada argucia de Ino era siniestra,
no menos penosas eran las circunstancias por las que estaba pasando la vida de
Frixo, acusado por su propia tía Biádice de haberla querido violar, cuando la
situación era exactamente la contraria, ya que era la tía la que perseguía al
hermoso joven y este apenas sabía que hacer para evitarla, y se limitaba a
rehuírla constantemente. Pero el infundio sirvió a los hombres del mejor
argumento posible para sacrificarlo sin remordimientos, puesto que así
encontraban una buena razón para arreglar su problema agrícola con sangre que
ya no parecía tan inocente. Atamante no podía hacer nada tampoco por salvar a
su hijo, puesto que todas las bazas estaban definitivamente en su contra. Tomó a
su hijo y lo condujo al altar del sacrificio cuando apareció oportunamente el
héroe Heracles, el cual quiso saber que era lo que estaba sucediendo ante sus
asombrados ojos. Atamante le hizo saber la voluntad supuesta de Apolo, le habló
del necesario sacrificio de Frixo a Zeus. Heracles quedó más perplejo todavía al
oír lo que se le decía, e hizo saber que a su padre Zeus le desagradaban
profundamente las efusiones de sangre, supuestamente en su honor.
LA COMPLICIDAD DE LOS DIOSES
Por si no fuera suficiente la oportuna aparición de Heracles, y su
apasionado alegato en contra de la muerte ritual y en favor de la joven vida de
Frixo, Zeus, o Hera, mandaron a Hermes que preparase un vehículo apropiado
para sacar al muchacho de aquella situación angustiosa. Hermes se las ingenió
para enviar con presteza un alado carnero de oro al rescate de Frixo. El carnero
mágico se acercó a Frixo y le llamó para que se subiera en su lomo; éste se subió
a él sin perder un segundo. Su hermana Hele también se subió al prodigioso
animal, pues no quería quedarse con su obcecado padre ni quería abandonar al
hermano rescatado en el último momento. Con esa carga, el carnero alado voló
rápidamente con rumbo a Levante, camino de la Cólquide. Al cruzar el estrecho
que separa Europa de Asia, la agotada Hele no pudo afianzarse a su montura y
cayó al mar, desapareciendo en él, aunque su nombre quedó para siempre unido
al lugar de su deceso, pues ese mar se llamaría desde entonces Helesponto como
un eterno homenaje a su inútil muerte. Como era de esperar, pues los dioses no
ponen sus ojos en los débiles o los pusilánimes, Frixo arribó finalmente a su
destino, a la Cólquide. Allí se sintió libre y seguro de toda amenaza y quiso dejar
constancia de su agradecimiento a las divinidades propicias; el carnero fue
sacrificado en honor de Zeus, como agradecimiento por su intervención (y como
olvido del excelente papel jugado por el animal, desde luego), y su piel de oro
quedó allí prendida para la posteridad. De Frixo ya no se suele contar nada más,
pero sí de Ino, de Atamante y de los hijos habidos entre ellos, Learco y
Melicertes, y del triste fin que esperaba a unos y otros por su participación en la
conspiración contra Frixo y por mor del destino, que siempre está en manos de
los dioses y poco reserva de bueno para los mortales, que vivieron tantos siglos
a expensas de los caprichos divinos, pero esta es otra parte de la leyenda que se
sale del cuadro genuino del Vellocino de Oro.
CENTAUROS
Los centauros, que hoy vemos en la forma de torsos de hombres unidos a
cuerpos de caballos, tuvieron diferentes personificaciones en la antigüedad antes
de llegar a esta su última caracterización, empezando por tener patas y rabo de
cabra, con un notable parecido compartido con los sátiros, para ir gradualmente
tomando su personalidad definitiva. También se dividieron los centauros en dos
grandes grupos: unos eran pacíficos seres, como el propio rey Quirón, el maestro
de arquería Croto, o el bondadoso Folo, hijo de Sileno y una ninfa de los
fresnos; otros, como Aquio, Agrio, Euritión, Eurito, Hileo, Hómado, Orlo,
Pilenor, etc., no eran tan amistosos. Se dice que todos estos Centauros, nacidos
de la extraña unión del precursor Centauros y de las yeguas de Magnesia, eran,
en su mayoría, temibles por su bravura nada templada y su fácil furia. Digamos
también que estos centauros eran nietos de Ixión y de la misma Néfele que
estuvo a punto de ser la responsable de la muerte de su muy querido hijo Frixo.
Lo que sí está bien establecido, es que estos centauros, invitados a la celebración
de la boda de Pirítoo, el lapita, y de la gentil Deidamia, no supieron soportar los
efectos del abundante y fuerte vino que allí se servía y al que no estaban en
absoluto acostumbrados. Terminaron tan embriagados, que no supieron
contenerse y se lanzaron, siguiendo el ejemplo de Eurito sobre cualquier
doncella o muchacho en sazón, y a todos violaron sin más contemplaciones.
Eurito, como jefe de aquel salvaje grupo, tomó a la novia para sí, violándola
para su placer, y dando con ello la señal a sus compañeros centauros, que ebrios
sólo esperaban una excusa cualquiera para dispararse en sus excesos. Casi sin
poder salir de su espanto, el resto de los invitados se abalanzó sobre los
energúmenos, y un grupo fue directamente a atajar la acción del cabecilla Eurito,
atacándole con dureza y mutilándole el rostro. En ese momento se desataron los
rencores que yacían soterrados entre las dos comunidades, entablándose el
primero de los feroces combates entre lapitas y centauros, combate entre los
arrabiscados invitados a la boda interrumpida, que terminó en una carnicera y
con su apresurada huida. Con el sangriento incidente se abrió también una
profunda enemistad entre los dos grupos que ya nunca habría de remitir.
TRAS EL COMBATE
Parece ser que Pirítoo no había invitado a Ares y a su hermana Eride (la
discordia) a la fiesta nupcial, porque tenía bien presente lo que ella había hecho
en la boda de Tetis y Peleo y quería evitar tan nefasta compañía. Pero esta
decisión, que parecía en principio ser sabia, se trastocó en maldición, pues la
cruel pareja decidió dar un escarmiento a los novios por su atrevimiento. Eride y
Ares fueron así quienes indujeron a los centauros a beber desmesuradamente,
hasta que se emborracharon definitivamente, conociendo de sobra que, por su
inestable temperamento, poco más necesitaban para aguar la celebración.
Instigados o no por Eride y Ares, y tremendamente irritados por la paliza
recibida tras la desbaratada boda de Hipodamia o Deidamia y Pirítoo, los
centauros, a los que ni siquiera se les había pasado por su cabeza pedir disculpas
por su monstruoso comportamiento para con unos amigos, no pudieron soportar
la idea de haber quedado vencidos por los lapitas y volvieron a la carga poco
más tarde, para invadir con sus armas el reino que antes había sido de Ixión y
ahora estaba en manos del ultrajado Pirítoo, aunque su reinado no iba a durar
mucho más tiempo, puesto que ya se acercaban las huestes de los centauros,
auxiliados, según se dice, por los dorios, que eran tradicionales enemigos de sus
vecinos los lapitas. Como bien se sabe, por los muchos ejemplos que nos dan las
crónicas, lo peor que puede pasar a un grupo humano es el mero hecho de estar
cerca de otro que tenga alguna seña particular diferente, siendo el resto
completamente igual y esa seña tan poco apreciada es la de la vecindad. La
batalla, más feroz que ningún otro anterior enfrentamiento de los lapitas,
terminó con la derrota total del ejército lapita. Los centauros, satisfechos con su
victoria y suficientemente vengados, decidieron echar de allí a los lapitas y
quedarse con Fóloe como su nueva capital, mientras los vencidos tomaban el
duro camino del exilio.
QUIRON, CENTAURO EJEMPLAR
Pero si malo era el carácter y peor el comportamiento de la generalidad de
los centauros, había casos en los que esta condición no era sino un sinónimo de
bondad, sabiduría y ecuanimidad. Entre todos ellos, nadie destacó tanto por sus
virtudes como el magnífico Quirón, el padre de la profetisa Tía, el mismo rey
Quirón a quien se le confiara la educación de los héroes Aquiles y Eneas; el
mismo de quién escuchara y de quien aprendiera Asclepio el que iba a ser su
caudal de conocimiento sobre los misterios de la salud y la enfermedad.
También Quirón apadrinó a Peleo, pero esta es una historia que hemos de ver
más adelante. Quirón cuidó asimismo, del niño Diomedes en su cueva del monte
Pelión; este niño al que sus padres tuvieron que renunciar, se convertiría más
tarde en el héroe Jasón. También le fue encargada a Quirón la educación del hijo
de Jasón, de Medeo, que sería más tarde rey de Media. Por si pareciese pequeño
el catálogo de hazañas del buen rey y mejor sabio, digamos que, cuando
Heracles liberó a Prometeo de su eterno castigo, al que el Olimpo le había
condenado por su filantrópica (palabra de raíz griega que debe aplicarse con
exactitud a Prometeo, pues quiere decir, exactamente, amor a los hombres)
valerosa ayuda a los hombres frente a los dioses, estos le exigieron, como pago,
el sacrificio paralelo y voluntario de un inmortal Heracles pensó en su amigo y
consejero, Quirón, sabiendo que podía ofrecer su inmortalidad para canjearla por
la penosa inmortalidad de Prometeo, pues el castigo del héroe estribaba en que
su sufrimiento no podía acabar, puesto que él estaba exento de la muerte.
Quirón, sin embargo, no apreciaba la eternidad, pues él ya estaba cansado de
tener que vivir por siempre jamás y buscaba en la muerte el refugio y el
descanso, tras haber visto tanto dolor y tanta maldad en los muchos años de su
vida.
HERACLES Y LA MUERTE DE QUIRON
Y Heracles se convirtió en el mensajero de la muerte para su buen amigo
Quirón, sin querer hacerlo. Esto sucedió de la siguiente manera: cuando iba para
Erimanto, en persecución de su cuarto objetivo, la caza del jabalí de Erimanto,
Heracles pasó por las inmediaciones de la ciudad de Fóloe, aquella que habían
arrebatado los centauros a los lapitas tras la batalla de revancha por la
humillación sufrida en la boda de Pirítoo, e hizo escala en ella, puesto que el
buen centauro Folo quería aprovechar la ocasión para tenerlo de invitado en su
morada. Para mejor servirle, Folo le ofreció el vino añejo que el mismo Dionisos
había dejado allí hacía tantos y tantos años. El vino se abrió, y de la cántara
surgió un incomparable y penetrante aroma. Ese aroma tan fuerte del vino
dionisíaco llegó hasta el resto de los centauros y con él el recuerdo imborrable
de lo que sucedió en la boda de Pirítoo y Deidamia. Todos se llegaron, en tropel,
a la cueva de Folo, a acabar con quien hubiera osado ofender su memoria con el
insulto del vino. Nada menos que se encontraron con Heracles y la lección
pretendida al ofensor se tornó en una lluvia de golpes y heridas. Uno tras otro,
los centauros fueron cayendo a manos de Heracles y pronto comprendieron que
la batalla estaba perdida. Corrieron a buscar refugio al lado de Quirón, con tan
mala fortuna que llevaron hasta allí a su perseguidor. En efecto, Heracles iba tras
los fugitivos, dispuesto a acabar con el máximo número de frustrados atacantes
y siguió disparando sus flechas, sin darse cuenta de la presencia del sabio. Un
dardo suyo alcanzó a Quirón, y Heracles, compungido, trató de detener sus
efectos, pero ya era demasiado tarde, el pobre anciano se retorcía ante el dolor
cada vez más agudo de su herida. Cambió su inmortalidad por una tranquila y
libertadora muerte, mientras el resto de los centauros se dispersaba en todas las
direcciones, desapareciendo su fuerza para siempre. En Fóloe, mientras tanto, el
afligido Folo daba sepultura a sus compañeros y familiares, caídos en la inútil
batalla contra su también amigo Heracles. Con tan horrible sino, que, cuando
contemplaba una de las flechas mortales de Heracles, esta se le escapó de las
manos y fue a clavarse como un aguijón en su pierna, causándole la muerte al
instante. Al saber la triste noticia, fue Heracles quien dio por terminado el
combate y regresó todo lo rápido que pudo al lado del fallecido Folo,
encargándose en persona de que sus funerales fueran dignos de su bondad;
mientras Zeus hacía otro tanto, poniendo a su admirado centauro Quirón en el
firmamento, en la constelación que repetiría la imagen del Centauro para el resto
de los tiempos.
LA LARGA HISTORIA DE JASON
Otra vez más, Quirón recibió el encargo de criar a una criatura. Se trataba
esta vez de acoger al pequeño Diomedes de manos de sus padres, para velar por
su integridad y proporcionarle la mejor educación que un niño pudiera tener,
Diomedes fue escondido en la cueva de Quirón, para así librarlo de la muerte
segura, pues el rey Pellas, hijo de Posidón, estaba empeñado en matar a todos
sus enemigos potenciales, ya que el oráculo, que le iba a perseguir toda su vida
con prevenciones similares, le había advertido que uno de los descendientes de
Eolo habría de poner fin a su vida, en su compañía se educó Diomedes, pero su
nombre fue cambiado prudentemente por el de Jasón, para evitar que las
indagaciones de Pellas dieran con el paradero del muchacho. Así fueron
transcurriendo los años, hasta que un día, a orillas del río Anauro, y tras haber
recibido la odiosa visita de la vengativa Hera, en forma de una pobre viejecita
que le pedía ayuda para cruzarlo, casi muere ahogado por la diosa, que había ido
en su busca para castigarle personalmente por no haber recibido de él el
sacrificio ritual. Con él topó Pellas, quien quiso saber quién era el joven que se
encontraba de tal guisa. Jasón dijo que era un pupilo de Quirón, pero añadió su
filiación de hijo del rey Esón y de la reina Polimela. Pellas quedó impresionado
al encontrarse cara a cara con quien estaba dicho que había de acabar con él.
Entonces quiso saber de Jasón lo que el joven haría si estuviera en su caso, pero
sin decirle quién era quien le preguntaba tal cuestión. La respuesta de Jasón fue
sencilla: él haría que el pretendido matador fuera hasta la Cólquide, en pos de
aquel Vellocino de Oro que había sido colocado allí como recuerdo por Frixo,
tras su milagroso salvamento. Tras sus palabras, Pellas hizo saber a Jasón que él
era el rey, el mismo que le había perseguido desde la cuna. Jasón no se inmutó
por tal anuncio, limitándose a aprovechar su presencia para exigir la inmediata
restitución del reino que Pellas usurpaba. Contra todo pronóstico, Pellas accedió,
aunque impuso a Jasón una sola condición para recuperar la corona.
LA CONDICION DE PELIAS
Como ya había sabido contestar Jasón (hay quien dice que fue Hera quien
le indujo a decirlo), el pretendiente al trono debía ir hasta la Cólquide para traer
consigo el Vellocino de Oro. Pellas explicó que estaba sufriendo constantemente
la presencia del torturado espíritu de Frixo"exigiéndole que hiciera que su
cuerpo, que yacía en las lejanas tierras de la Cólquide, allá en el Asia, fuera
devuelto a Tesalia, para que su alma tuviera el descanso anhelado. Si Jasón era
capaz de realizar el viaje, desafiaba a la bestia que guardaba el lugar en
permanente vigilia, y luego se traía el cuerpo y el vellocino de vuelta a casa,
Pellas estaba más que dispuesto a afirmar que, en ese caso, renunciaría gustoso a
la discutida corona en favor de Jasón. A partir de ese momento, sería más que
feliz por poderse retirar del poder, para limitarse a descansar sin más sobresaltos
hasta el cercano fin de sus días. Oída la petición del anciano, Jasón aceptó la
proposición que parecía correcta y, con la ausencia de Pellas, se puso en marcha
una grandiosa operación, destinada a buscar por toda Grecia a los casi cincuenta
primeros valientes, que quisieran ser sus marineros. A los casi cincuenta
hombres que deberían acompañarle, atravesando toda clase de peligros sin
nombre, en la arriesgada expedición hasta la Cólquide. Al mismo tiempo, para
acelerar al máximo los trámites del viaje, se puso la quilla del navío que había
de llevarlos a su destino. Pronto estuvo alistado el barco que habría de ser
movido con las velas y con la fuerza de cincuenta remeros. De nombre recibió el
apelativo de "Arpo", que quiere decir el veloz, y hasta la generosa diosa Atenea
colaboró en la preparación religiosa del navío que iba a ser utilizado para la
expedición, pues fue ella quien llevó la verga, tallada en la madera del roble
sagrado de Zeus, que se montaría sobre la proa del "Arpo", para que su
presencia abriese el camino y protegiera al capitán y a sus tripulantes, de los
peligros que iban a ser no querida y constante compañía durante todo el
recorrido.
JASON Y LOS ARGONAUTAS
Se presentaron los más bravos griegos, los cuarenta y siete hombres, una
mujer y un tránsfuga, que acompañarían al número cincuenta, a Jasón, y que
serían conocidos como los argonautas por la posteridad. La mujer era Atalanta
de Calidón, la célebre y elusiva cazadora. Ceneo era el lapita tránsfuga que antes
había sido mujer, y del resto, merece que se destaque a personajes tan famosos
como el máximo héroe Heracles, todavía en espera de la divinidad final; los
hermanos Castor y Pólux, los Dióscuros; Oileo, el padre de otro héroe, el gran
Ayax; Meleagro, hijo del rey Eneo y de Altea, Orfeo, el mayor poeta; reyes de
Calidonia, patria también de la virgen Atalanta; y Argo, el constructor de la
famosa nave que habría de conducirles en su mítico viaje. Digamos que
Heracles fue propuesto como jefe de la expedición, pero él insistió en que fuera
Jasón quien la mandara y así se hizo, tomando rumbo la nave a la isla de
Lemnos, como etapa primera del recorrido. En la isla, que había quedado
desprovista de hombres, pues las mujeres de la isla habían decidido
unánimemente dar muerte a todos sus esposos (por la descarada infidelidad de
los mismos), los argonautas se vieron sorprendidos por el inesperado
recibimiento, puesto que los varones de la expedición fueron tan agradablemente
acogidos, que terminaron por tener que acostarse y aparearse con cuantas
mujeres les tocaba en suerte. Heracles prefirió permanecer fuera de la fiesta, al
cuidado de la nave "Arpo", mientras los demás se afanaban gozosamente en su
entrega a las mujeres, para contribuir a la repoblación de la población de la isla,
en peligro de extinción. Desde luego las mujeres no explicaron que la ausencia
de maridos se debiera a una venganza, sino a una expulsión por el mismo
motivo de la infidelidad, ya que no convenía inquietar a sus recién tomados
amantes. En el reparto de amantes, Jasón fue distinguido por la reina, ya que se
vio emparejado con la reina Hipsípila, y con ella engendró al futuro rey de la
isla, a Euneo y su hermano Nebrófono. Finalmente, Heracles harto de esperar en
vano el regreso de sus compañeros, decidió poner pie en tierra en la isla, para ir
sacando como fuera a los argonautas de sus lechos de amor, recordándoles con
firmeza cual era el verdadero motivo del viaje, tan distinto de aquella tan
placentera e inesperada experiencia.
EL CRUCE DEL HELESPONTO
Y partieron los argonautas de la isla de Lemnos, poniendo rumbo hacia el
nordeste. Cruzaron el Helesponto de noche, evitando la peligrosa vigilancia
troyana sobre el estrecho paso, para internarse en el Preponto. Fue en ese mar
donde comenzaron las tribulaciones, con repetidos ataques, misteriosas
desapariciones, incluida la no muy bien aclarada de Heracles, quien para
algunos dejó de estar con los argonautas entonces, mientras que muchos
sostienen que permaneció en la expedición hasta el final. Se produjeron muchos
y duros enfrentamientos entre quienes debían permanecer unidos. Todo ello
como el prólogo que avisa, a quien lo ve, de lo que de verdad aguarda más
adelante. Y nuestros argonautas empezaron a comprender entonces lo que se
escondía a lo largo de aquel aventurado trayecto. En la isla de Brébicos, Pólux
se enfrentó al rey Amico, venciéndole y apoderándose los expedicionarios de las
riquezas de su palacio. Reemprendieron la navegación, y vinieron a dar con el
sabio rey Fineo, quien les dio instrucciones para cruzar el Bósforo, subrayando
el riesgo que representaban las rocas Cianeas que se encontraban a su entrada,
siempre cubiertas de una impenetrable niebla y, al decir de los antiguos, dotadas
de movimiento para atrapar a las presas que entre ellas pasaban. También les
advirtió sobre los usos y costumbres de la gente de la Cólquide, para que
estuvieran avisados de cómo habrían de comportarse allí, amén de anunciarles
que en esas tierras debían ponerse bajo la tutela de Afrodita. Con la ayuda de
Fineo, los argonautas cruzaron felizmente el Bósforo y tocaron tierra en un
islote, Tinias, en el cual se juramentaron para proseguir hasta el final juntos.
Prosiguieron el viaje, no sin haber vuelto a vivir nuevas aventuras y desventuras
y dieron con su nave en el peñasco de Ares.
CERCA DEL VELLOCINO
En la desolada isleta de Ares, tras haberse desembarazado de las molestas y
peligrosas aves que en ella tenían su nido, salvaron los argonautas a cuatro
náufragos de una muerte segura, encontrándose con que no eran otros que los
hijos de Frixo, que iban camino de Grecia. Jasón les narró el por qué de su
presencia allí, aquella promesa de devolver el cadáver de Frixo a su tierra natal y
de llevarse asimismo el Vellocino de Oro. Los agradecidos náufragos decidieron
ayudar en la medida de sus posibilidades a los expedicionarios y, con ellos,
fueron hasta las costas de la Cólquide. Ya estaban en su destino, pero quedaba
mucho hasta que pudieran lograr su doble propósito. En principio, pensaban
pedir a los habitantes del lugar la entrega voluntaria del Vellocino, de la
respuesta dada dependerá el resto de su plan. Con los hijos de Frixo se fueron
hasta el palacio de Eetes, rey de la Cólquide y padre de la bella Medea, para
presentar su petición. Eetes la escuchó de boca de Jasón, y respondió que sí
podrían llevarse el Vellocino si antes cumplían una serie de requisitos nada
sencillos de realizar: había que uncir una yunta de bueyes de fuego y metal
creados por Hefesto y, con ese par de bestias, labrar el Campo de Ares,
preparándolo para la siembra de los dientes de dragón dados por Atenea, los
mismos dientes que Cadmo, fundador de Tebas, utilizó para poblar su ciudad
con los hombres que de esa sementera nacieron. Jasón aceptó el desafío y se
puso a ello, con el convencimiento de que la hazaña exigida era un razonable
precio. Afortunadamente, no estaba solo, los dioses olímpicos seguían con
preocupación la situación y estaban buscando la manera de facilitar su tarea.
LA AYUDA DE AFRODITA
Como bien había pronosticado Fineo, era bueno ponerse bajo la tutela de
Afrodita, pues ella había urdido el plan perfecto para ayudar a Jasón. En efecto,
hizo que su hijo Eros disparase una flecha al corazón de Medea. Tocada de amor
por Eros, Medea se presentó como voluntaria colaboradora de Jasón, dándole el
ungüento que le protegerá del fuego de los toros, a cambio de volver como su
esposa en el "Arpo" y él, tranquilizado por la oferta, se comprometió a serle fiel
hasta la muerte, mientras se untaba con aquel preparado y realizaba la hazaña en
un día y una noche. Pero Eetes no pensaba cumplir su parte y Medea, enterada
de lo que su padre barruntaba, ayudó con sus artes a Jasón a hacerse con el
Vellocino de Oro, huyendo después hasta el barco y partiendo hacia aguas
abiertas con toda la tripulación a bordo. Muchos fueron los problemas, desde
luchas a cantos de sirenas, pero el "Arpo" volaba sobre las olas (y por mil
itinerarios imposibles, a juzgar por los cronistas que se empeñaron en hacerle
cruzar desiertos y montañas) hasta que tocó las costas de Tesalia cuando ya
todos los creían muertos, y el malvado rey Pellas había asesinado a los padres de
Jasón, creyendo que nadie les vengaría. De nuevo Medea, con su poder de
convicción y su astucia, se prestó a matar a Pellas y así fue, ya que ella entró en
la ciudad, llegó hasta el rey y, convenciendo a las tres hijas de Pellas para el
trabajo, lo mató y mando descuartizar. Jasón, triunfador, puso el Vellocino en el
templo de Zeus, y marchó con la magnífica Medea de vuelta a la Cólquide, a
reinar en el trono de Eetes, que ahora corresponda a su hija. A los diez años,
Jasón, alegando que temía que Medea fuera letal para él, como lo había sido
para todo el que a ellos se opuso y trató de separarse de la reina, pero para unirse
a otra mujer, a la hija de Creante, a la joven Glauce. Medea sí admitió que había
matado a muchos, no a uno sólo, por Jasón, pero también quiso hacer recordar
que una vez, al conocerse, él había jurado eterna fidelidad. No logró hacer
cambiar a su marido de pensamiento y dejó creer que aceptaba el divorcio,
incluso ofreció a la nueva esposa una diadema de oro para su lucimiento.
En la cabeza de Glauce, la diadema estalló en llamas y acabó con su vida y
con la de todos los presentes, salvo Jasón, único que pudo huir del escenario de
la venganza justo a tiempo, pero no el suficiente como para alcanzar a su esposa
Medea, que huía tras haber dado muerte a los hijos del matrimonio, ya fuera
sacrificándolos a Hera para que fueran inmortales, matándolos en un rapto de
locura, o abandonándolos a su triste suerte, puesto que, en este caso se atribuye a
los irritados corintios la muerte de las criaturas. Angustiado y desesperado por
su impotencia, Jasón emprendió un largo errar por el mundo, despreciado por
todos, amigos o desconocidos; su vida fue tan larga como triste, pues ya no le
quedaba más que el dolor y la soledad culpable. Hasta su misma muerte fue tan
implacable con él como lo había sido la última parte de su vida. En efecto, esto
debió de ser así, ya que está escrito que el anciano Jasón, que pasaba como una
sombra ante los ojos de todos, se sentó bajo su barco varado en Corinto, y dejó
que el tiempo pasara envolviéndole en sus recuerdos y penalidades. Cuando ya
estaba decidido a quitarse la vida junto a la que fue la nave de su aventura, el
viejo casco se volcó inexplicablemente, aplastándole contra el suelo, como si la
cansada nave también quisiera ratificar con ello el general desprecio del mundo
hacia el fatuo e infiel Jasón. De Medea se cuenta que, tan admirada por los
dioses, como despreciado lo era Jasón, y respetada por los humanos por su
entrega total, por su firmeza y por todos los mágicos recursos que supo manejar
en favor de la causa de su desagradecido marido, terminó por alcanzar la
inmortalidad y elevarse a la majestuosidad de los Campos Elíseos, mientras los
griegos la recordaban como una ejemplar divinidad, y las generaciones
sucesivas mantuvieron el fuego sagrado de su culto en los muchos altares a ella
consagrados.
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