martes, 2 de abril de 2019

Los duendes dañinos de dormitorio

Antes no quiero creer que haya quien
pueda tener gozques, poetas y duendes.

LOPE DE VEGA:
La discordia de los casados

Algunos lectores les puede parecer cuando menos curioso que este capítulo se
titule «Los duendes dañinos de dormitorio» (D.D.D.), precisamente porque la
imagen tópica que tenemos sobre los duendes es la presentada en páginas anteriores:
pequeños seres traviesos, poderosos, juguetones, burlones, pícaros… pero nunca
dañinos, y menos en el sentido que los vamos a presentar, es decir, dañinos para la
salud del hombre. Ésta es una de tantas sorpresas que nos depara esta gran familia de
duendes domésticos que pululan por ciertos hogares españoles.
Entre los D.D.D. cabe distinguir claramente dos subcategorías para poder
contemplar el fenómeno de manera más detallada: los duendes-vampiros (efialtes) y
los duendes-lascivos (íncubos), ambos operando en las sombras de las alcobas y
dormitorios, a la busca y captura de algún ser humano propicio para sus
maquinaciones y maquiavélicos fines. A los duendes vampirizantes los denominamos
así porque, con cierto fundamento, intuimos que se alimentan especialmente de las
energías sutiles o psíquicas del durmiente, provocándole una sintomatología que
comprende desde las simples pesadillas hasta los ahogos, sobresaltos y otras
molestias somáticas. Entre ellos veremos a los Tardos, Ingumas, Pesantas, Manonas y
Pesadiellus, los cuales tienen un aspecto físico genuinamente duendil, si bien cada
uno prefiere adoptar ciertas formas y ciertos comportamientos que los diferencian. Se
transforman con mucha facilidad y su presencia es difícil de detectar salvo por los
animales, aunque se les suele engañar y conjurar como a cualquier trasgo.
Los duendes lascivos, por el contrario, no buscan comida, sino otra de las
necesidades primarias: las relaciones sexuales con una mujer humana. Serían los
íncubos de la mitología medieval, pero que hábilmente se han adaptado a nuestra
época, no siendo de extrañar que muchos de los casos de actuales «visitantes
nocturnos de dormitorio» fueran estos duendes transformados en humanoides
intergalácticos para que su puesta en escena sea mucho más espectacular y creíble
para una mentalidad del siglo XX.

Todos ellos tienen varios factores en común, pero destacamos uno fundamental:
ciertamente hacen daño al ser humano, pero tan sólo a su cuerpo —nunca lo
posesionan como hacen los «malignos»—, y este daño no lo realizan por maldad,
sino por mandato del grupo colectivo en el que están encuadrados, cuya evolución
está menos desarrollada que la de otros y necesitan hacer lo que hacen para cumplir el
papel asignado en sus vidas.
LOS DUENDES VAMPIRIZANTES (Efialtes)
Existe una familia de duendes caracterizado por vivir no sólo con los seres humanos,
sino también de ellos. Estamos en presencia de una variante perversa de los trasgos o,
posiblemente, son ellos mismos, en un radical y sorprendente cambio de personalidad
al estilo del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, cuyo argumento, por cierto, le fue sugerido por un
brownie al escritor escocés Robert Louis Stevenson. Su alimento no es la leche o la
miel, como ocurre con los duendes en general, sino energías sutiles y vitales que
todos los humanos poseen. La presencia de seres vampirizantes en el mundo de los
elementales es un fenómeno universal y existen leyendas sobre ellos en todos los
países. Se les suele designar con el nombre genérico de «Efialtes», que deriva de la
palabra griega ephialtes (saltar sobre) y se caracteriza en todos los casos por posarse
en el pecho de los durmientes, produciendo una sensación de ahogo. A veces
también, como hemos visto, se utiliza para denominar al Íncubo. Ya Bayley, en 1682,
definía al íncubo como «la pesadilla, enfermedad que sobreviene al hombre dormido
que cree soportar un gran peso sobre él», y hablamos de íncubos y no de súcubos,
pues, por los datos que poseemos, suelen ser seres de sexo masculino los que campan
a sus anchas por los dormitorios humanos ejecutando estas «bromas pesadas» —si
nos referimos a la Pesanta— y otras de un evidente mal gusto.
Pero no todos creen que este tipo de enfermedad la produzcan seres o entidades
maléficas. El rey Jaime I de Escocia la niega en su Demonología (1597), diciendo
que no se trata de una enfermedad natural a la que los médicos han dado el nombre de
«íncubus», pues es —dice— «una flema espesa que, al pasar del pecho al corazón
mientras dormimos, influye de tal modo en nuestros espíritus vitales que nos arranca
toda la fuerza, haciéndonos creer que soportamos una carga sobrenatural que nos
atenaza».
En Irlanda, incluso hoy en día, es relativamente conocido el «AlpLuachra», que
Robert Kirk llamaba «comensal» o «copartícipe», duende que permanece sentado e
invisible junto a su víctima y comparte con él sus alimentos, nutriéndose de la esencia
de lo que el ser humano come, por lo que éste sigue delgado a pesar de su apetito.
Desgraciadamente, lo más frecuente es que sean denominados con el término
genérico de «duendes», toda vez que adquieren individualidad en el folclore de
aquellas regiones donde se manifiestan en abundancia, principalmente Cataluña,
Galicia y el País Vasco. No obstante, están presentes en toda España.
Los efialtes suelen tener una forma predeterminada, aunque en un principio son
más bien una especie de masa energética, y, por lo tanto, invisible, que se puede
materializar momentos antes de perturbar al durmiente: bien sentándose en su pecho
o bien apretando su garganta, pero siempre sin rebasar los sagrados límites del cuerpo
físico del ser humano, a diferencia de los «Malignos» cuya masa energética, sin
forma predeterminada, sí logra penetrar en el interior del cuerpo humano y sólo se
materializa cuando ésta es expulsada del cuerpo a través de exorcismos, jaculatorias o
complicados rituales. De ahí la diferencia que marcamos entre un duende
vampirizante (no vinculado con la demonología) y un maligno (estrechamente
vinculado con las posesiones y las fuerzas del mal).
Respecto a su estatura, deben ser mucho más pequeños que los duendes
domésticos y algo mayores que los familiares, ya que en los relatos transmitidos se
habla de que portan espadas del tamaño de alfileres (tardos), o entran por el agujero
de la cerradura (Pesantas), aunque siempre debemos tener presente que su forma
puede sufrir cambios elásticos y repentinos debido a su naturaleza de «elemental»,
adoptando preferentemente la de perros negros o de manos. Esto es especialmente
interesante, pues existe un sorprendente caso europeo, recogido por el escritor y
antropólogo escocés Andrew Lang, en su obra Sueños y fantasmas, donde su
comunicante le aseguró, a primeros de este siglo, que después de asistir a tres o
cuatro sesiones espiritistas, notó desacostumbrada excitación nerviosa con temor de
dormir solo. Una noche, sobresaltado, vio a la luz de la luna cómo cuatro o cinco
perros negros, muy corpulentos, saltaban de un lado para otro en la habitación, de los
cuales uno se subió a la cama y el otro acercó el hocico a su boca. Logró echarlos,
pero esa misma noche unas manos invisibles tiraban de su manta y sintió en su
cuerpo la sensación de una mano cuyos dedos se le acercaban poco a poco a la cabeza
y, observándola, pudo ver que no estaba unida a brazo ni cuerpo alguno, que era
velluda y morena con cuatro dedos —pues le faltaba el pulgar— cortos, rechonchos y
con largas y puntiagudas uñas, a manera de clavos…
Los tardos
Los tardos, conocidos con este nombre en Galicia y Castilla (aunque existe una
variedad vasco-navarra, el Inguma), son una molesta y peligrosa variedad de los
trasgos. Como ellos, se han adaptado con gran facilidad a nuestro mundo actual pero,
afortunadamente, son poco numerosos. Curiosamente, hay descripciones muy
recientes de sus efectos en urbanizaciones próximas a grandes ciudades. Extendidos
en todo el noroeste de Europa y norte de América, presentan entre ellos muchas
variedades, debidas, sobre todo, a los diferentes lugares en los que habitan.
Son pequeños, peludos, llenos de dientes, de color verdoso y con penetrantes ojos
redondos y negros. Usan extraños ropajes y gorros con cascabeles. Construyen las
entradas a su mundo en las propias casas en las que se instalan, entradas que son
invisibles para los seres humanos.
Se alimentan de nuestra energía vital, que nos roban sentándose por las noches
sobre nuestro pecho cuando dormimos. Para las personas mayores sólo son una
molestia, pues con sus actos causan terribles pesadillas (pesadelos), pero para los
niños son peligrosos porque pueden robades el aire que respiran. La mejor defensa
contra ellos son los animales domésticos, que se enfrentarán a ellos sin vacilar, ya que
los perros y los gatos pueden verlos.
Van armados con pequeñas espadas del tamaño de alfileres, lo que no deja de ser
una extrema rareza en el mundo de los duendes, pues sabido es que huyen del hierro
y de las armas de acero —especialmente los follets—, por lo que creemos que estas
espadas las utilizan única y exclusivamente para defenderse de posibles agresiones
por parte de perros o gatos.

Además, hay un buen remedio para librarse del tardo, que es el mismo que sirve
para librarse de los trasgos: dejar sobre una mesa cercana a la cama un puñado de
centeno, mijo, maíz o alpiste, con objeto de que se entretenga contando los granos, a
lo que es muy aficionado. Aunque a diferencia del trasgu no tiene agujero en la mano,
como solamente sabe contar hasta cien, al llegar a esta cifra se equivoca
irremisiblemente, volviendo a contar de nuevo, estando toda la noche entretenido, por
lo que dejará tranquilos a los durmientes. En el momento que empieza a amanecer
desaparece, como es norma habitual en todos los seres que viven en las sombras
nocturnas.
La asociación íncubo-pesadilla-elfo-tardo no es tan disparatada como a primera
vista podría parecer. Borges nos señala que, en alemán, la palabra pesadilla, alp,
deriva de «elfo», toda vez que en la Edad Media era común creencia pensar que
determinados elfos, siniestros y diminutos, oprimían el pecho de los durmientes y les
inspiraban de esta forma sueños atroces.
El padre Fuentelapeña, en el Ente dilucidado (1676), al hablar de los duendes
según las descripciones de testigos, hace referencia, sin saberlo, a los tardos, pesantas
e ingumas, al decir textualmente: «… los duendes se dice que se echan sobre los
dormidos y los abruman de tal modo que sienten sobre sí, un peso indecible, y no
pueden por eso respirar aunque quieran, no pueden levantarse, moverse, ni dar voces,
aunque lo intenten, y en fin, despiertan tan cansados o se hallan tan fatigados después
de despertar, que parece han padecido la mayor opresión». Y añade más tarde que
después de despertar «tal vez ven a dichos duendes ya en figura de toros, que los
acometen, ya en forma de negros, que los amenazan, y ya en otras figuras varias que
danzan, o hacen otras cosas».
Los Ingumas
El Inguma es muy semejante a los tardos, y como ellos, se introduce por las noches
en las casas cuando los moradores están dormidos. Su campo de acción son los
caseríos del País Vasco. Su afición favorita es apretar la garganta de algún miembro
de la familia, principalmente los niños, dificultándoles la respiración y consiguiendo
que tengan pesadillas y un gran sentimiento de angustia.
En la región de Ezpeleta es costumbre decir esta fórmula mágica al acostarse:
¡Inguma, no te temo!
A Dios y a la Madre María tomo por protectores.
En el cielo las estrellas,
en la tierra las yerbas,
en la costa arenas.
Hasta no haberlas contado todas
no te me presentes.
En Ithurrotz, este duende es considerado igualmente como causante de malos
sueños, y para ahuyentarlo decían la misma fórmula de Ezpeleta, a la que añadían
esta invocación:
«¡Que en cambio vengas tú a mi, Gauargui!».
Gauargui es un genio benigno de la noche —que aparece en forma de luz o punto
luminoso en la tierra— y que, por algún extraño poder, puede conjurar a la perfección
al Inguma.
En esta oración se comprueba, al igual que ocurre con los tardos, que su punto
débil es el recuento de cosas, deduciéndose que, o bien sólo sabe contar hasta un
determinado número o es tan tonto que se entretiene contando un número infinito
hasta que, por supuesto, se aburre y, mientras, deja tranquilo al durmiente.
Muy semejante al Inguma es otro ser vampirizante de nombre «Aideko», a quien
se le hace responsable de todas las enfermedades cuyas causas naturales no se
conocen. A lo largo del todo el Pirineo existen parecidas creencias relativas a estos
seres maléficos.
Las Pesantas
La Pesanta, a pesar de su nombre, no es necesariamente un ser femenino, aunque en
ciertas zonas catalanas, como en el valle de Bianya, en la Garrotxa, se le equipare a
una bruja o a una indefinida forma animalesca. Le encaja bien este nombre, pues en
realidad este duende es un auténtico «pesado» en todas las acepciones de la palabra:
primero pone «patas arriba» los cacharros de la casa y luego se sienta en el pecho del
durmiente para provocarle pesadillas de todo género.
Los síntomas de la víctima casi siempre son los mismos: ahogos y peso en el
pecho. Los remedios populares más habituales son: dar masajes en el vientre y rezar
una oración, similar a la que hemos trascrito del Inguma vasco.
Con esto, se supone que el duende dañino se mantiene alejado del dormitorio, con
un procedimiento ya clásico: obligarle a contar algo hasta que se aburra.
En Cataluña, la Pesanta tiene forma de un perro gordo, negro y peludo que vive
en las iglesias abandonadas y en ruinas. En la comarca de la Garrotxa (Girona),
refieren que este ser sale a partir del anochecer por los descampados en busca de
alguna víctima, costumbre que realiza todas las noches excepto una, la de Navidad.
Juan Perucho incluye en su Bestiario Fantástico a la Pesanta catalana, relatando una
historia acaecida al imaginario escritor José Finestres, donde cuenta cómo este
maléfico ser entró en su casa por el agujero de la cerradura sin hacer ruido. Nos lo
describe como un animal de fino pelaje, del tamaño de un perro, que tenía la virtud de
provocar sueños escalofriantes, entrando, por lo general, por debajo de la puerta o por
la cerradura, empequeñeciéndose a discreción, siendo invisible y con sus cuatro patas
de hierro, viniéndole de aquí el nombre de la Pesanta. Cuando entró en el hogar de
Finestres, se dirigió rápidamente a la alcoba donde éste descansaba y, subiendo a la
cama, se tendió sobre él con gran satisfacción, sintiéndose éste súbitamente afectado
por un gran terror, soñando acontecimientos espantosos. Más tarde nos cuenta cómo
el médico catalán Diophanis Capdevilla expulsó a la Pesanta del cuerpo de Gregorio
Mayans Siscar con fuego de virutas y la famosa agua de flor de «carqueixa»,
descubierta por el padre Martín Sarmiento. Menos literaria y más contundente es la
experiencia que relata Andrew Lang sobre estos siniestros perros a la que ya nos
hemos referido anteriormente.
Hay autores que utilizan indistintamente los nombres de Pesanta y Pesadillo como
términos sinónimos para designar al mismo ser, pero consideramos que, aun siendo
los dos de la familia de los duendes, el último de ellos se encuadraría dentro de los
domésticos y, por lo tanto, juguetones y menos dañinos aunque, evidentemente,
haciendo honor a su nombre, algo «pesadillos» con sus reiterativas y nocturnas
bromas.
Las Manonas
Por Asturias, Castilla y Extremadura, que sepamos, existe el mito, ya muy diluido y
casi inexistente en las leyendas del lugar, sobre un extraño duende de nombre
genérico La Manona, la cual, según Llorente Vázquez, se manifiesta como una
«horrorosa y gigantesca mano que perturba todo en una casa, trastornando todos los
aperos del ganado y útiles de labranza. Con ella es imposible orden ni arreglo alguno
doméstico, porque su perversa complacencia es embrollado todo».
Lo malo es que esta ciclópea y peluda mano también se complace en apretar el
cuello y el pecho de algunos durmientes cuando éstos disfrutan de un apacible sueño,
que deja de serlo al instante de sentir una opresión en la garganta que les dificulta
respirar y provoca pesadillas.
Como curiosidad, decir que Sánchez Pérez recoge, en su obra Supersticiones
españolas, que uno de los nombres que reciben los duendes en Castilla es el de
Pesadillas, por lo que entendemos que el hecho de que este duende adquiera a veces
la forma de una mano gigante y llena de pelos, tal como se describe en algunos
relatos, indica que los pesadillas castellanos están muy relacionados —si es que no es
lo mismo— con esta traviesa Manona (o Pesadiellu asturiano), que se comporta, en
todos los sentidos, como un auténtico trasgo.


En Las Hurdes se presenta ante los dormilones humanos en la forma de una mano
fría que de noche recorre uno a uno los huesos de la columna vertebral, produciendo
todo tipo de angustias y escalofríos.
El Pesadiellu
Hemos comentado anteriormente que en Asturias existe la creencia en un demonio
maligno que se aparece de noche, y que genéricamente hemos denominado
«Manona», pero precisando más sobre su naturaleza, en ciertas zonas como Nembra
(Concejo de Aller) y algunos lugares del valle del río Negru, así como en San Martín
de Vallés, en Villaviciosa (Maliayo), no dudan en bautizarlo como el «Pesadiellu»,
que sume en grandes fatigas a sus víctimas, siendo la única forma de alejarlo rezar
jaculatorias e invocar a los santos preferidos, ya que, según hace notar Carlos
Sánchez Martino, en esta última localidad se lo relaciona directamente con el
demonio.
Se cuentan varias historias, como aquella del abuelo y el nieto de diez años, el
cual, en mitad de la noche, comenzó a sentir una fuerte presión en su pecho, no
pudiendo casi respirar. El abuelo, alarmado, sospechó inmediatamente que el
Pesadiellu rondaba la habitación, así que le dijo que rezase todo lo que supiera. El
nieto así lo hizo y comenzó a notar mejoría y fue entonces cuando el Pesadiellu,
enfurecido, adoptó forma material, la de una mano enorme y peluda sobre el pecho
del nieto que, antes de desaparecer, logró agarrar la mano del abuelo y se la rompió.
En el puerto La Boya, entre los concejos de Llena y Aller, un vecino llamado
Ramiro, el de la Carrera, buscaba una «xata» (ternera) que se le había perdido cuando
se le hizo de noche_ así que decidió acostarse en la cabaña y mañana sería otro día
para reanudar la búsqueda. En mitad de un sueño se despertó sobresaltado, oprimido
por un peso en su pecho casi insoportable. Rezó y rezó hasta que la opresión fue
desapareciendo. Cuando amaneció, abandonó la cabaña y bajó al pueblo, donde
comprobó que la «xata» estaba con el resto del ganado, lo que le hizo sospechar al
bueno de Ramiro que había sido el Pesadiellu el que se la había llevado jugando al
despiste, y encima provocándole ahogos nocturnos. Otro ser sobrenatural asturiano al
que le gusta transformarse en «xata» es al Diañu Burlón, confundiéndose a veces sus
leyendas.

LOS DUENDES LASCIVOS (Íncubos)
En cualquier diccionario de ciencias ocultas, brujería o demonología encontraremos
que al íncubo se le define como un demonio o duende lascivo que busca el contacto
carnal con las mujeres. En algunos casos, y de manera incorrecta, se le asocia al
«follet» francés, al «alp» alemán y al «folleto» italiano, aunque ya dijimos que a
nuestro follet, así como al barruguet, se les notaba ciertas tendencias a estas prácticas:
Antiguamente la palabra «íncubo» tenía una acepción
mucho más amplia, abarcando a otro tipo de personajes
fantásticos de los bosques. San Agustín, en su Civitate Dei
afirmaba que a ciertos faunos o criaturas silvestres,
llamadas comúnmente «íncubos» —según la identificación
de San Jerónimo— les apetecían las mujeres y a menudo
lograban cohabitar con ellas. A esta especie de seductores
pertenecían unos demonios monteses llamados «Dusii»; en
nuestro país tenemos ejemplos tan concretos como el
Tentirujo cántabro, el Esgarrapadones del Pirineo catalán,
el Busgosu asturiano o el Diaño gallego.
El padre Martín del Río creía a pies juntillas en ellos:
«Pues son tantos los que consideran un axioma esta
creencia, que debe respetarse, y refutados es únicamente
obstinación y estupidez; pues tal es la opinión de
sacerdotes, teólogos y filósofos, cuya verdad ha sido
reconocida por todos los pueblos y en todas las épocas».
Lo que el jesuita tal vez quería decirnos es que desde
tiempos inmemoriales ciertos seres de la penumbra, caracterizados por un
comportamiento agresivo y promiscuo, han buscado intencionadamente el contacto
con la especie humana para realizar diversas clases de experimentos, entre los que se
encuentra, con cierta preponderancia, los contactos sexuales y las «investigaciones»
genéticas. Bien es verdad que en España no son abundantes los casos en que se
produce esta variante, donde apenas se cita en los procesos inquisitoriales, pero no
podemos decir lo mismo en los tiempos actuales.
El hecho de que estos seres sean relacionados con los íncubos, y Íncubo por
extensión con toda la fenomenología de los duendes, se debe a que comparten una
serie de características comunes. A saber:
Su aspecto físico los delata y los asemeja, de forma inquietante, a alguna familia de duendes perversos.
Se manifiestan preferentemente de noche y en el dormitorio.
Aprovechan el sueño, o sus estados próximos, para realizar sus «experimentos».
Ciertas razones de peso indican que más que el mero contacto sexual con su víctima (que también lo
buscan), lo que pretenden es absorber la energía que desprenden, en alguna gama de frecuencia que
desconocemos, y que de alguna manera sería un apetitoso alimento para ellos.
La experiencia a la que somete a sus víctimas suele ser casi siempre traumática, dejando huellas
psíquicas y a veces físicas.
Una variante de estos «experimentos» sería la meramente sexual o genética, es decir, crear una especie
de «raza híbrida», algo similar a lo que las Hadas pretendían durante un cierto tiempo cuando raptaban a
niños y niñas humanos y los cambiaban por los suyos propios.
Se les relaciona con los demonios (al igual que a los duendes), y su poder de transformación es tan
sofisticado que preferentemente adoptan bellas formas humanas.
Por nuestra parte, designamos con el nombre de íncubos a todos aquellos seres
que perpetran sus acechanzas sexuales amparándose en todos los agravantes de un
delito penal, a saber, nocturnidad, alevosía, invisibilidad y allanamiento de morada,
en este caso, el dormitorio de un ser humano.
El caso de Magdalena de la Cruz
Es posiblemente uno de los más representativos y mejor estudiados que tenemos en
España, tanto por la categoría de la protagonista como por la extensa duración del
fenómeno.
Las monjas, antiguamente, eran punto de mira en los ataques sexuales de ciertos
frailes rijosos y de otros seres de condición no tan humana, hasta el punto de que, en
el año 1467, Alfonso Spina, en su obra Fortalicium Fidei («Fortaleza de la fe») —
considerado el primer libro que trata el tema de la brujería—, relataba que a las
monjas se les aparecían los íncubos por la noche y, al despertarse por la mañana, «se
encontraban polucionadas como si se hubieran unido a varón». No son raras las
historias sobre el acoso de íncubos a santas de los primeros tiempos de la Iglesia,
como le ocurrió a Santa Margarita de Cortona, aunque asedios similares surgieron
otros santos varones por parte de los súcubos, como fue el caso de San Antonio de
Egipto y San Hilario.
En la hagiografía de San Bernardo se narra su llegada a Nantes en el año 1135 y
se relata cómo una mujer le imploró ayuda porque, al parecer, había copulado con un
íncubo durante seis años seguidos. Es frecuente tan larga duración en los contactos
mantenidos —y en España tenemos un caso concreto—, así como que la cópula con
un íncubo, si se demostraba ésta, justificaba la anulación de un matrimonio, aunque
también podía suponer la hoguera.
Sor Magdalena de la Cruz llegó a ser, por tres veces, abadesa de un monasterio de
Clarisas en Córdoba. Se cuenta que ella no tenía más de 12 años cuando fue seducida,
al parecer, por un gnomo, para algunas personas, o por un íncubo, para otras. Así,
Sánchez Dragó, con su peculiar soltura, nos habla de unos supuestos íncubos,
llamados Balbán y Pitonio, «dos grandísimos pillastres que por la noche cabalgaban a
la moza disfrazándose de negros, de toros, de camellos y de frailes franciscanos o
jerónimos, pero que de día, desvencijados ellos y sudoroso el corcel, inventaban en su
presencia sucesos de otras latitudes».
La relación amorosa entre la religiosa y el íncubo o íncubos duró nada más y nada
menos que 30 años, con lo que suponemos que hubo tiempo suficiente para que la
futura abadesa supiera distinguir entre un gnomo, un íncubo o un fraile rijoso.
Finalmente, el confesor de Magdalena de la Cruz, a quien ésta le había revelado su
extraña relación, la persuadió de que en realidad no se trataba de un gnomo, sino del
mismo diablo, el cual fue expulsado de su cuerpo y del convento, según dice la más
casta tradición, tras los oportunos exorcismos y oraciones, aunque no se sabe si para
el consuelo o desconsuelo de la abadesa, según asegura, asimismo, el más profano
rumor.
Magdalena de la Cruz tuvo la audacia de asegurar que había parido al Niño Jesús
la misma noche de Navidad, previa inseminación del Espíritu Santo, desapareciendo
dicho niño minutos después, no sin antes dejar a la monja, como recuerdo de su
presencia, la teñidura de los cabellos negros en otros de un rubio chillón, que luego
distribuiría como reliquias entre sus benefactores.
Su reputación de tener hilo directo con el cielo era tan grande que Felipe II,
siendo príncipe heredero, se llevó de Córdoba, como objeto sagrado, los hábitos de la
monja para que el infante don Carlos fuera envuelto en ellos, en previsión de ataques
del diablo. Los relatos y leyendas de sor Magdalena de la Cruz iban de boca en boca,
y se aseguraba que Dios le había permitido ver, desde Córdoba, la batalla de Pavía (lo
mismo se decía del brujo de Bargota) y el encarcelamiento del rey de Francia. Se le
atribuían vuelos rasantes entre ciudades, entrevistas con la Santísima Trinidad, visitas
frecuentes al Purgatorio, bilocaciones, etc., todo esto hasta que fue descubierta y las
cartas se pusieron sobre la mesa: que tuvo un aborto, que el Espíritu Santo que la
inseminaba no era tal sino, al parecer, un extraño enano o similar, que las comuniones
místicas no eran obra de Dios, sino que ella misma robaba las sagradas formas y se
las ponía en la lengua cuando nadie la miraba, etc. Al final, hacia el año 1544, acabó
sus días recluida a perpetuidad en su monasterio por orden de la Inquisición.


Extraterrestres
Desde algún lugar remoto y ajeno a nosotros, unos seres extraños nos
vigilan en la noche. No son de este mundo, acceden a nuestro propio
dormitorio y no nos quieren precisamente para jugar…


Los íncubos modernos: extraterrestres y duendes
Es cierto que en un fenómeno tan complejo como el de los OVNIS y sus tripulantes, se
ha intentado incluir de todo en su río revuelto… y lo mismo se les atribuye cualquier
manifestación paranormal que se niega rotundamente la alusión a ellos. Nosotros tan
sólo nos atenemos a la similitud de comportamientos de seres que aquí hemos
presentado con la casuística que sobre extrañas presencias en el dormitorio están
ocurriendo hoy en día. El lector se preguntará que posiblemente habrá algún que otro
ser humano al que le haya ocurrido alguna incidencia de este tipo, no muy explicable,
durante la noche, mientras intentaba conciliar el sueño, pero que en todo caso no será
un número suficientemente representativo como para tenerlos en consideración, y
mucho menos para establecer comparaciones y referencias con leyendas cuyos
hechos ocurrieron hace siglos o ni siguiera ocurrieron.
En España, por desgracia, no hay todavía una exhaustiva investigación sobre este
aspecto concreto de la fenomenología OVNI como son los «visitantes nocturnos de
dormitorio» —con la excepción del libro Infiltrados de Josep Guijarro—, pero sí
tenemos datos muy específicos e inquietantes provenientes de América del Norte.
Hace pocos años se realizó una encuesta por el Instituto Roper (el más importante
después del Gallup) con un cuestionario de cinco preguntas sobre experiencias
anormales acaecidas en el dormitorio, que fue repartido entre 5947 personas mayores
de 18 años y que no estuvieran recluidas en instituciones carcelarias o psiquiátricas.
Las preguntas eran las siguientes:
1. ¿Se ha despertado usted alguna vez paralizado y con la sensación de que hay una extraña presencia en
su habitación?
2. ¿Alguna vez ha perdido una hora o más de tiempo sin ser capaz de responder por qué y dónde ocurrió?
3. ¿Ha sentido que realmente volaba por el aire sin ninguna explicación lógica que produzca ese
fenómeno?
4. ¿Ha visto en alguna ocasión extrañas luces o bolas de fuego sin saber el motivo que las estaba
causando?
5. ¿Se ha despertado con extrañas marcas en su cuerpo para las que no encuentra explicación?
La clave de todo esto era considerar que si una persona contestaba
afirmativamente al menos a cuatro de las preguntas, es que seguramente había sido
víctima de una abducción (secuestro) por entes no conocidos. De los 5947
encuestados, los cuales teóricamente representaban a toda la población
estadounidense, un 2% contestó afirmativamente a cuatro o cinco de dichas
preguntas, lo que representa 119 personas. Extrapolando esta cifra a la población
total, nos da una cantidad de 3 700 000 personas, cifra inquietante, si bien sólo
referida a los Estados Unidos de América (en esa misma proporción, en España
serían medio millón de posibles abducidos). Pero lo más importante es que, sin negar
la realidad OVNI y de que posiblemente nos están visitando criaturas extraterrestres,
acudiendo tan sólo a la mitología sobre íncubos, hadas, duendes, elfos y demás Gente
Menuda, nos encontramos que entran de lleno en ciertas actuaciones que estos seres
han realizado en el pasado y tal vez realicen en el presente. Hay que leer relatos sobre
ellos, y sólo con la literatura española no sería suficiente, para darnos cuenta que los
que sufrieron este tipo de agresiones, raptos o experimentos también contaban que se
sentían paralizados, que la duración del tiempo interno era distinta al tiempo externo,
que se desplazaban sin notar que se movían, que veían luces, que sentían en sus
carnes las cosas que les hacían…
En este sentido, el investigador Josep Guijarro llega, por otros caminos, a unas
conclusiones parecidas a las que exponemos en este libro, es decir, que existen varias
clases de «visitantes» y que, aunque él cree que nuestro planeta ha sido y está siendo
visitado por naves procedentes de otros mundos, no se atreve a asegurar que sólo con
la interpretación extraterrestre sea suficiente para explicar la procedencia de muchos
de estos seres, así como su participación y vinculación en las modernas abducciones.
Las hipótesis que enlazan a los «elementales» con los extraterrestres no son
nuevas. Autores como Jacques Vallée y Bertrand Méheust han sugerido en sus obras
que muchos de los supuestos tripulantes de OVNIS no son más que la actualización de
los ritos y el folclore primitivos, adaptados a la mentalidad de nuestro siglo. Cada vez
son más los ufólogos que se adscriben a esta hipótesis (Gordon Creighton, John Keel,
Ann Druffel…), atribuyendo una procedencia interdimensional a las criaturas que
provocan las abducciones, y todos ellos están de acuerdo que el mejor sistema para
combatir a estas entidades es la propia mente humana, porque fundamentalmente es
ésta el objetivo de sus ataques, sin olvidar que sus intrusiones también tienen un
fuerte contenido sexual.
Sabemos que la realidad muchas veces supera con creces a la más desbordada
imaginación, y que en un tema como el aquí tratado, tan amplio, tan controvertido,
tan poco científico, tan contradictorio y tan ambiguo, ¿quién sabe si todos están
dando palos de ciego o todos están acercándose, por diversos caminos, a la misma
realidad?
Muchos lectores pueden haber pensado al hojear este libro que se trata de una
colección de figuras representativas del folclore tradicional, que en todo caso
tuvieron su importancia, influencia y tal vez credibilidad hace varios siglos; sin
embargo, todo indica que las apariciones de algunos elementales, como las hadas y
los duendes, por ejemplo, se siguen produciendo hoy en día. Algunas son idénticas a
las tradicionales, como se ha visto con los trasgos, pero otras han mutado
sorprendentemente delante de nuestra vista.
Desde siempre hay constancia verbal y escrita de casos de apariciones de
entidades de aspecto neblinoso o etéreo, que surgen en el dormitorio de determinadas
personas elegidas o, más bien, diríamos víctimas, cuando éstas empiezan a dormirse.
Gran parte de la sintomatología que presentan estas apariciones corresponde a lo que
en la moderna psicología se denominan alucinaciones hipnogónicas (si se producen
entre la vigilia y el sueño) e hipnopombicas (si se producen entre el sueño y la
vigilia).
Los visitantes nocturnos de dormitorios, desde el punto de vista de la
fenomenología OVNI, tienen un aspecto básicamente común entre ellos, que los hace
muy semejantes a los duendes de los que hablan las antiguas leyendas. Son
claramente macrocéfalos, de ojos almendrados y negros, de baja estatura
(aproximadamente en torno a 1,20 metros o menos), de cuerpo, brazos y
extremidades muy delgadas y algo desproporcionados, unas veces peludos, otras sin
pelo, y vestidos con una especie de mono muy apretado o largas túnicas. Por lo
general, todos ellos presentan, desde la óptica del testigo, un aspecto demoniaco,
relacionándolos muchos de ellos con apariciones de entes diabólicos sin determinar.
Hecho curioso: no se les suele ver los pies, como ocurre con alguno de nuestros
duendes domésticos, donde los testigos encuentran verdaderas dificultades para
asegurar y mucho menos para describir como iban calzados (salvo la excepción de los
«frailecillos»).
El proceso de aparición y acción de estos siniestros pequeñuelos suele obedecer
siempre a un mismo guión.
En primer lugar, se manifiestan al anochecer en el domicilio de su víctima, por lo
general cuando está comenzando a dormirse. La víctima (normalmente una mujer),
presiente la existencia de algo amenazante en el ambiente, como luces, ruidos,
fogonazos o pequeñas explosiones, que le producen inquietud. A continuación,
descubre junto a ella a unos extraños seres de apariencia humanoide, de corta estatura
y gran cabeza, que la observan fijamente sin moverse. Luego, el testigo, aterrorizado,
o a veces con una pasmosa tranquilidad, siente que no puede moverse ni gritar.
Entonces, los seres manifiestan un comportamiento aparentemente hostil y obligan al
ser humano a acompañarlos hasta su morada, que siempre es una cueva o sala
luminosa (fuera ya del tiempo y del espacio de su habitación), donde es sometido a
todo tipo de experimentos ¿médicos?, como pinchazos, introducción de sondas o
extracción de líquidos, destacando, sobre todo, el momento en que le implantan una
microcápsula en la parte posterior del cerebro (en ocasiones, en brazos o piernas).
Así, en el conocido caso español de Próspera Muñoz le implantaron la microcápsula
en la base del cuello cuando contaba siete años de edad.
Este procedimiento descrito es el más común, pero no el único. Los estudiosos de
la ufología han recogido en centenares de casos una tipología muy amplia, situada no
sólo en dormitorios, sino también en terrenos descampados y en carreteras poco
frecuentadas, situaciones en las que el fenómeno se produce de forma muy parecida.
Es asimismo usual que la acción no sea violenta, sobre todo en estos últimos casos,
en los que el acercamiento es inicialmente pacífico, para volverse posteriormente
agresivo. Luego se produciría la consabida «abducción», con experimentos
fisiológicos similares a los descritos.
Las principales teorías señalan que se trata de una experiencia generada en la
propia mente del sujeto agredido, pero con la existencia de estímulo externo real que
deja huellas en la habitación y en el testigo. Una de las más interesantes es la
formulada recientemente por dos investigadores españoles de lo insólito, Josep
Guijarro y Javier Sierra, que señalan que se trata de un extraño suceso provocado por
la mente, y que ellos denominan Síndrome de DIANA, acrónimo de «Delirio Individual
de Agresión Nocturna Alienígena».
No obstante, hay muchas más vinculaciones inquietantes entre ambos fenómenos.
Paracelso designó con el nombre de «salamandras» a los elementales del fuego, de
los que dice que «han sido vistos en forma de bolas o lenguas de fuego, corriendo
sobre los campos o asomándose a las casas». Entre las salamandras destacan los
«actinios», que aparecían (y aparecen) flotando asimismo, como bolas de fuego bien
visibles sobre el agua, preferentemente por las noches y produciendo extraños
resplandores…

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