lunes, 1 de abril de 2019

HADES/PLUTON. CONFABULACION

Los relatos legendarios sobre Hades indican que, apenas nacido, fue
tragado por su propio padre. Este vivía atormentado porque temía que sus
propios hijos lo destronaran, pues así le había sido predicho por los augures y, en
cuanto su esposa Rea daba a luz, Cronos se disponía a engullir al recién nacido.
Sin embargo, no sucedió así con su hijo Zeus, ya que Rea decidió engañar a su
cruel esposo. En lugar del niño que acababa de parir, le entregó una piedra
envuelta cuidadosamente en pañales y, sin percatarse del cambio,
Cronos/Saturno la engulló. Cuando Zeus alcanzó la madurez se dispuso a luchar
contra su padre y le hizo vomitar a todos sus hermanos. Los hijos se
confabularon contra el padre y lo expulsaron de su reino. Se repartieron el botín
y, al propio tiempo, inauguraron lo que daría en llamarse "saga de los
Olímpicos" o "deidades superiores". Así llegó a manos de Hades/Plutón el poder
y mandato sobre las tinieblas exteriores, y sobre las feroces criaturas que en ellas
habitan. Baste resaltar el pestilente río Aqueronte, el sanguinario perro Cerbero
y el interesado y aprovechado Caronte, como tres muestras o símbolos de la
adversa naturaleza, la cruel animalidad y la perversa humanidad,
respectivamente. El Aqueronte rodeaba con sus oscuras aguas un extremo del
Tártaro —la laguna Estigia acotaba el otro extremo—, y en sus orillas se
consumían las almas de los muertos que aún no habían sido juzgadas. Cerbero
era el perro monstruoso que guardaba las puertas del Infierno e impedían salir a
todo aquel que hubiera entrado. Caronte sólo permitía subir a su barca a quienes
previamente le hubieran pagado un óbolo.
Cuentan las crónicas que Cronos/Saturno, en cuanto Zeus le obligó a
devolver a la vida a todos los hijos que había tragado, sufrió la ira común de sus
directos descendientes. Estos se confabularon contra su pantagruélico padre y le
infligieron una decisiva derrota. En la batalla tomó parte activa Hades, que se
ajustó el casco que le hacía invisible y logró desarmar a Cronos y a los Titanes,
mientras que, al propio tiempo, Zeus los derribaba con su poderoso rayo y
Poseidón los sujetaba con su tridente.
Los Cíclopes habían donado a los dioses esos atributos representados por el
casco de Hades, el rayo y el trueno de Zeus y el tridente de Poseidón. Aquellos
seres de descomunales proporciones, considerados como los más hábiles y
fuertes de entre todas las criaturas, y que tengan un sólo ojo en mitad de la frente
—Cíclope = "ojo circular"— mostraban, así, su agradecimiento a los dioses del
Olimpo porque les habían ayudado en tiempos de adversidad. Por ejemplo,
cuando fueron expulsados del cielo y atados a las columnas del insondable
abismo subterráneo, el poderoso Zeus se encargó de liberarlos. Aunque tal
acción no debe calificarse de puro altruismo puesto que con ella se pretenda
seguir las directrices del oráculo, que había predicho la Victoria sobre Cronos y
los Titanes únicamente si se liberaba a los Cíclopes, se les devolvía a su antiguo
lugar de origen y se les restablecía en su ancestral condición de criaturas
inmortales. Resultaba, pues, de capital importancia llevar a cabo favorablemente
tan especial misión.
LOS NOMBRES DE HADES
En un principio, el significado mismo de la palabra Hades era asociado al
casco que los Cíclopes le regalaran, y del que se decía había sido confeccionado
con la pelleja de un perro. Y, puesto que tenía la curiosa cualidad de volver
invisible a su poseedor, se convino en señalar que el nombre Hades encerraba en
sí un contenido semántico relacionado con ciertos conceptos alusivos a la
característica señalada: por ejemplo, "el que se torna invisible" o "el Invisible".
Sin embargo, el propio nombre de Hades era como una especie de tabú para
los antiguos. Y evitaban en lo posible pronunciar tal nombre, por temor a caer en
desgracia ante el más temido de los dioses. De este modo surgieron numerosos
eufemismos para invocar al dios de los abismos subterráneos y del Tártaro.
Entre ellos podemos destacar aquel derivado de las entrañas ocultas de la tierra,
y de sus propias riquezas minerales. Puesto que Hades gobernaba en todos los
lugares oscuros y siniestros, se le reconocía como dios de la riqueza escondida
en el subsuelo y se le llamaba "Plutón el Rico".
También entre los clásicos se le reconocía la facultad de conferir vida a los
distintos estratos terrestres. El gran pensador Empédocles, que vivió en el siglo
V a. C., y al que se le reconoce una gran aportación al eclecticismo —teoría
filosófica que se caracteriza por recopilar y seleccionar aquello que cree esencial
en otras corrientes del pensamiento—, nos hablaba de Hades "el Nutridor", ya
que la riqueza del subsuelo dependía de él. También se le llamaba "Clímeno, el
Ilustre", pues este personaje acaparaba diversos títulos míticos.
EL BUEN CONSEJERO
Acaso uno de los epítetos más legendarios para referirse a Hades/Plutón sea
el de "Eubuleo, el Buen Consejero". Narradores de mitos cuentan la leyenda de
Eubuleo, el porquero; éste se hallaba cuidando cerdos en un frondoso encinar,
cuando un ruido ensordecedor llamó su atención. Observó que el cercano valle,
hasta entonces pleno de colorido y belleza, cubierto de tupida hierba que, por así
decirlo, servía de cobijo a enmarañadas matas de flores silvestres que aquí y allá
resaltaban, se trocaba oscuro y gris. Y vio que la tierra se abría para formar un
enorme agujero que critica por momentos, y que engullía con ansiosa voracidad
todo cuanto encontraba a su paso: flores, hierbas, árboles... Hasta la piara de
cerdos de Eubuleo se la tragó la tierra. De su hondura cavernosa surgió, como
por ensalmo, una reata de negros corceles enganchados, todos ellos, a un carro
chirrión conducido por un ser con figura de hombre y de cabeza invisible.
Apenas transcurrieron unos instantes y ya las caballerías volvían grupas
adentrándose en el oscuro pozo por donde acababan de salir. Pero el carro
llevaba una preciada carga que su misterioso conductor sujetaba con fuerza. Se
trataba de una muchacha que lloraba y gritaba llamando a su madre. Acababa de
tener lugar un hecho mitológico que pasaría a la historia: el "rapto de
Proserpina". Eubuleo, el único testigo, sabría más tarde que Hades, el rey de los
abismos subterráneos, conducía el carro que transportara a Proserpina hasta sus
apestosos dominios del dios de las tinieblas. Y cuando Ceres, madre de la
infortunada muchacha, pasó por aquellos lugares buscando a Proserpina,
Eubuleo le contó cuanto había visto.
REINA DE HADES
Algunas versiones del famoso "rapto de Proserpina" interpretan el
legendario hecho desde perspectivas diferentes a las establecidas por los
cantores de grandes mitos. En primer lugar, justifican la acción de Hades/Plutón
puesto que, debido a su desagradable aspecto, ninguna diosa, ninfa o musa
quería compartir su vida, ni ser recluida en el abismo insondable que tenía por
morada. No le quedó otra opción más que procurarse una compañera a la fuerza
y, por esto mismo, decidió raptar a la joven Proserpina. Quienes participan de
tales argumentaciones, añaden que Hades/Plutón permitió que Proserpina
compartiera con él el dominio del mundo subterráneo; incluso se afirma, en
ocasiones, que la muchacha venció la repugnancia que, en un principio, sintiera
por su raptor y terminó por aceptar el ofrecimiento que se le hacía, por lo que se
convirtió en reina del Tártaro. Pero la madre de la joven, una vez que supo por
boca del porquero Eubuleo los pormenores del secuestro de Proserpina, se quejó
al poderoso Zeus y éste decidió solucionar tan delicado asunto. Acordó, junto
con ambas partes, que Proserpina viviera, a partir de entonces, seis meses en el
Averno y otros seis alejada de tan pestilente lugar. Los ruegos de su madre Ceres
ante Zeus no resultaron, por tanto, infructuosos. Así, había un tiempo en el que
Perséfone/Proserpina personificaba la fuerza oculta bajo la tierra para que ésta
produjera riqueza mineral y vegetal; y por contra, existía otra época en la que
permanecía en los bosques oscuros de la región de las sombras, en los confines
de un mundo lleno de misterio y acotado por las aguas cenagosas de los ríos del
infierno.
AGUAS TURBIAS
Esos dominios de perdición se hallaban, pues, surcados por ríos, o
salpicados de lagos, a cual más profundo y apestoso. Cada uno de ellos tenía su
propia característica; recordemos el río "Flegetón", con su caudal de fuego y
rocas que chocaban entre sí para producir un ruido espantoso. Y mencionemos,
también, al "Aqueronte", cuyas riberas se poblaban de criaturas desoladas en
espera de juicio.
Pero, sobre todo, parémonos a contemplar la legendaria laguna "Estigia",
con sus profundidades abisales tan llenas de misterios y secretos. En sus aguas,
la nereida —ninfa de los mares y los océanos— Tetis bañó a su hijo Aquiles para
hacerlo invulnerable, y lo sujetó por el talón. La tradición mítica, no obstante,
aclara que este valeroso héroe moriría a consecuencia de una flecha que Paris le
clavar en el único punto vulnerable de su cuerpo, es decir, en el talón. Desde
entonces se ha incorporado al patrimonio lingüístico de la humanidad una frase,
cargada de connotaciones, y que todos conocemos: "el talón de Aquiles".
Las heladas aguas de la laguna Estigia tenían, además, la propiedad de
obligar a las deidades a resolver sus posibles conflictos y diferencias sin cometer
perjurio. Cuentan las antiguas crónicas que Iris era la encargada de recoger el
agua subterránea y transportarla en una jarra de oro hasta el Olimpo. Si los
dioses juraban "por el agua de la laguna Estigia" y no cumplían sus promesas,
les sobrevendría cruel castigo; se les privaría del néctar y la ambrosía y durante
un largo periodo de tiempo no podrían vivir en el Olimpo.
También se decía que toda pieza metálica, o de cerámica, arrojada a la
laguna Estigia, se rompía en pedazos; y únicamente los cascos de los caballos
resistían su efecto destructivo. Además, sus pestilentes aguas exhalaban un
hedor venenoso y letal.
LA NINFA DE SIRACUSA
Los grandes narradores de mitos nos explican que, cuando Hades/Plutón
arrastró a Proserpina hasta sus dominios subterráneos, ésta no se encontraba
sola, sino que a su lado se hallaba la hermosa Cianes, a quien todos llamaban
"Ninfa de Siracusa". Esta valerosa muchacha se enfrentó al dios del Averno y
quiso disuadirle, con muy buenas razones, de su brutal acción. Pero el
implacable dios la apartó de su camino con gesto altivo y, como castigo por
haberse opuesto a sus designios, la convirtió en un manantial de límpidas y
cristalinas aguas.
Ovidio, en su obra las Metamorfosis, narra los hechos referidos con ligeras
variantes: "En Aretusa, donde el mar está cercado por rocas que lo rodean por
todas partes, vive Cianes, una de las más bellas ninfas de Sicilia. Esta ninfa,
habiendo salido del fondo de las aguas, y habiendo reconocido a Plutón, le habló
así: "No te moverás de aquí; no conviene que de Ceres seas yerno contra su
voluntad. Si se me permite hacer comparaciones, os diré que no es ésta la
manera adecuada de amar a esta joven princesa. Yo misma fui en otro tiempo
amada por Anapo, pero fueron sus razones las que a mí me complacieron y
jamás el temor ni la violencia asistieron a nuestro himeneo." Terminado este
discurso, la ninfa quiso impedir que Plutón continuase su camino, pero este dios,
irritado por este nuevo obstáculo, fustigó a su caballo con vigor; y dio un golpe
tan estridente que cayeron hasta el fondo las aguas abriéndose un camino que le
condujo hasta su imperio. Quedóse Cianes despechada por el rapto de
Proserpina y por el desprecio que había hecho Plutón no escuchándola en sus
aguas sagradas, dejando en el fondo de su corazón tan gran de dolor que desde
este momento no cesó de derramar lágrimas, tantas que en agua fue
transformada. Viósele insensiblemente ablandársele todas las partes de su
cuerpo. Sus bellos cabellos, sus dedos, sus pies, sus piernas, todo, se convirtió
en líquido. Después, sus espaldas, sus hombros y sus pechos en ríos se
transformaron. En fin, que el agua tomó en sus venas el sitio que a la sangre
correspondía, no quedando de su persona más que la fluidez de ese elemento."
EL MITO DEL PERRO CERBERO
El terrorífico aullido de Cerbero y su fiereza desmedida atemorizaban a
toda criatura. Hades/Plutón contaba con un furioso vigilante al que jamás había
osado enfrentarse nadie. Además, la sola presencia de tan desagradable
monstruo infundía pavor. Tenía un mínimo de tres cabezas, y un máximo de
cincuenta, por lo que resultaba imposible burlar su vigilancia, de sus costillas
nacían reptiles que se enroscaban a sus extremidades y se arrastraban por todo
su deforme cuerpo, el cual despedía un olor nauseabundo. De su boca salía una
tufarada de aliento venenoso que impedía acercarse a toda criatura. Había sido
engendrado por Equidna (nombre que en griego significa "víbora"), que era un
monstruo con cola de serpiente y cuerpo de mujer, y habitaba en las
profundidades de una caverna oculta en las montañas inaccesibles de la mítica
región de Arcadia. El padre del can Cerbero era Tifón, monstruo de proporciones
desmesuradas que tenía un centenar de cabezas de dragón y, con sus fantasmales
extremidades, podía abarcar todo el orbe; de sus ojos salía como una especie de
fuego que arrasaba cuanto se le ponía por delante. Cuentan las leyendas que aún
mora en las mismas entrañas del volcán Etna, y que aquí lo recluyó el poderoso
rey del Olimpo, sirviéndose de una hoz fabricada con diamantes y piedras
preciosas.
CERBERO, DOMINADO
A pesar de todo lo anterior, el can Cerbero fue sometido, y su vigilancia
burlada, por héroes y por mortales. Se cuenta que, en cierta ocasión, Orfeo bajó
a los dominios subterráneos de Plutón en busca de su amada Eurídice y, al
toparse con Cerbero, en vez de huir se puso a tañer su lira. Las notas melodiosas
que el gran virtuoso de la música arrancó a su instrumento lograron adormecer
al fiero animal y, de este modo, Orfeo pudo traspasar el umbral del Tártaro y
encontrarse allí con Eurídice, a quien la mordedura de una serpiente venenosa la
había traído hasta tan tétrica morada.
Cuando ya Orfeo creía haber librado a su bella esposa Eurídice del
tormento del Averno miró para atrás, acaso con la intención de cerciorarse de
que su amada le seguía y, en aquel instante, se consumó su desaparición. En
vano intentó de nuevo penetrar en el reino de las sombras, ya que el barquero
Caronte se negó a subirle en su barca. Y, así, permaneció durante siete días y
siete noches vagando, con un acerado dolor como única compañía, por las
pestilentes riberas del río Aqueronte.
UN ESPACIO POBLADO DE FANTASMAS
Quién mejor narrará los distintos avatares por los que atraviesa Orfeo
cuando se decide a volver a la vida a su joven esposa Eurídice, será el gran
escritor Ovidio. Además describir, al propio tiempo, algunas escenas y detalles
que darán cuenta de la propia idiosincrasia de esos lugares de sombras: "Como
la bella Eurídice se echase, con otras ninfas, en un prado verde cierta vez, un
áspid la picó en un talón y murió muy pocos días después de su matrimonio.
Orfeo, después de haber llorado mucho tiempo la pérdida de su amada esposa,
viendo cuán inútilmente suplicaba con sus lágrimas a las divinidades del Cielo,
se decide a descender al reino de las sombras para interceder por su querida
esposa Eurídice ante las divinidades infernales. Atraviesa un vasto espacio
poblado de fantasmas y se presenta, al fin, ante Hades y Proserpina, reyes de
estos lúgubres lugares. Recitando al son leve y dulcísimo de su lira, les hace
saber sus penas: ¡Oh dioses de estos antros en los que nos hundimos los
mortales! No creáis que vengo a curiosear en vuestros dominios ni siquiera para
encadenar de nuevo al can Cerbero de tres cabezas serpentinas. Mi esposa
muerta en plena juventud es el único móvil de mis acciones. No me hicieron
caso los dioses de la luz. Vosotros, que no habéis repudiado al amor,
¡concededme que pueda resucitar a mi Eurídice! Y yo os prometo que cuando
los años fatales de la vida normal transcurran... ¡ella y yo volveremos para
siempre a este país de sombra y de infelicidad!
Así recitó Orfeo al son dulcísimo y leve de su lira; música tan sugeridora
que perturbó por un momento la existencia infernal. Tántalo se olvida del agua
que no puede beber. La rueda de Ixión se para. Sobre su piedra se sienta Sísifo.
Titio deja de sentir en su corazón los picotazos de las aves vengadoras. Las hijas
de Belo interrumpen su tarea de echar agua al tonel sin fondo. Y hasta en los
ojos de las Furias aparece una rara humedad de lágrimas. Hades y Proserpina,
emocionados, no pueden negarle la gracia que pide. Ordenan que se aproxime
Eurídice, que aún cojea de la mordedura. Pero le pone a Orfeo una condición:
que no debe volver la cabeza para mirarla hasta que hayan salido del reino de los
Infiernos.
Delante el esposo, detrás la mujer, marchan por un sendero empinado, entre
paisajes yertos, que conduce al mundo y a la luz. Les rodean el silencio, la
penumbra y el terror. De pronto, sin acordarse de la condición, con ansia de
preguntarle si se cansa, Orfeo vuelve sus ojos a ella... Eurídice desaparece al
instante. Quiere él abrazarla... y sólo abraza como un ligero humo. Eurídice no
se queja. Sabe que el amor ha movido a su esposo. Y ya lejos le envía el último
adiós. Orfeo se quedó como petrificado y, en su impotencia, decidió iniciar
nuevamente el camino del Averno. Vanamente intentó volver al Infierno.
Durante siete días y siete noches estuvo en las riberas del río Aqueronte sin otra
compañía que su dolor, pero el inflexible viejo Caronte no le permitió subir a su
barca para atravesar aquellas pestilentes aguas."
Muy cierto parece el famoso aserto de que "la música amansa a las fieras"
aunque, también, el relato de Ovidio nos previene sobre la dificultad de salir
indemne de los lugares de castigo.
UNA SIBILA EN EL AVERNO
Cuentan las leyendas que un héroe troyano llamado Eneas se dispuso a
bajar a los lugares infernales. Con tal propósito se encaminó hacia Cumas y
solicitó la ayuda de su sibila, pues la fama de ésta había traspasado todas las
fronteras.
Era aquel un tiempo en que el oráculo estaba regido por una hija de Glauco
—dios marino que tenía el don de la profecía y la clarividencia—, que había
heredado toda la sabiduría ancestral de su padre. Se dice de ella que aconsejaba,
en ocasiones, al propio dios Apolo y que, a cambio, este prometió a la sibila que
todo aquello que le pidiera le sería concedido. Entonces, la hija de Glauco,
deseosa de alcanzar la inmortalidad, le rogó al dios Apolo que alargara su vida
tantos años como granos de arena podía coger con sus manos. Y sus deseos
fueron hechos realidad pero, sin embargo, se había olvidado de señalar que no
transcurriera el tiempo para ella y, por tanto, le sobrevino, como a todos los
mortales, la vejez y la decrepitud. Apolo, que se había dado cuenta del olvido de
la sibila, y porque además se había enamorado de ella, la ofreció la juventud a
cambio de ceder a sus pretensiones amorosas. No aceptó la muchacha y el
tiempo, implacable, fue marchitando su, otrora, fresco y lozano cuerpo, hasta
convertirlo en una especie de minúscula piltrafa que cabía dentro de una botella.
De su boca salía indefectiblemente la misma frase repetida una y otra vez:
"quiero morir, quiero morir..."
La "Sibila de Cumas" acompañó a Eneas hasta las mismas puertas del
Averno y echó una comida al can Cerbero que le produjo alotriosmía y sueño.
HERCULES Y CERBERO
Además de Orfeo y la Sibila de Cumas, también el mítico héroe griego
Hércules/Heracles burló la vigilancia del perro Cerbero. Este mantuvo con el
monstruoso perro una lucha a muerte y cuerpo a cuerpo —pues Hades/Plutón le
había dicho que le permitiría sacar al perro de su guarida subterránea si no
utilizaba arma alguna en los enfrentamientos entre ambos—; venció el héroe y
llevó al deforme perro hasta el lugar en el que le esperaba Euristeo. Este era un
rey micénico que, por orden de la diosa Hera, se encargaba de imponer los
denominados "trabajos" al héroe Hércules. El de bajar a los infiernos y vencer a
Cerbero, enfrentándose, si era necesario, con el propio Hades hacía el número
once de un total de doce. Y así parece que sucedió; el héroe y Hades/Plutón se
encontraron en la misma entrada del Averno y, casi al instante, libraron una
cruenta batalla. Hércules clavó una flecha en el hombro del dios de los infiernos
y, éste, abandonó la lucha y sus dominios subterráneos, para dirigirse al idílico
Olimpo en busca de un remedio eficaz para su herida. Aquí le fue aplicado, al
momento, un lenitivo hecho con mezcla de diferentes hierbas y la herida
cicatrizó con asombrosa rapidez. Existen, no obstante, otras versiones que
narran los hechos de otro modo. Al parecer, el héroe Hércules hirió al dios
Hades con una enorme roca que arrancó de las yermas colinas con que se había
amojonado aquel tétrico lugar subterráneo. Por tanto, la herida de Hades/Plutón
no había sido causada por una flecha, de aquí su casi instantáneo
restablecimiento. Lo cierto es que Hércules devolvió de nuevo el perro a su
dueño, tal como se lo ordenara Euristeo.
HABITANTES DE LAS SOMBRAS
Hades/Plutón no estaba solo en el vasto mundo del mal, sino que le
acompañaban ciertas criaturas que, cuando menos, bien pudieran calificarse de
siniestras. De entre ellas, las más conocidas, aparte de servidores como el
barquero Caronte, o el propio perro Cerbero, eran las Gorgonas, las Furias y las
Parcas.
Fue el gran narrador Hesíodo quien dio cuenta de la existencia de las
Gorgonas y de sus funciones y atributos. Según explica en sus obras, las
Gorgonas eran tres hermanas que tenían figura de monstruos marinos. Sus
cabellos eran serpientes y su dentadura era gigante; tenían el cuerpo con figura
de mujer y unas enormes alas sobresalen desde su nuca y su espalda. La más
célebre de las tres hermanas era Medusa, de la cual se cuentan leyendas que la
relacionan con la mortalidad; sus dos hermanas, Esteno y Euríale, en cambio,
tenían la cualidad de la inmortalidad.
Medusa era una especie de monstruo alado, con una lengua larga y afiladas
uñas, sus cabellos eran sierpes y sus enormes dientes se asemejaban a cuchillos
afilados. La iconografía de todos los tiempos nos muestra escenas en las que
aparece un hombre intentando decapitar a Medusa. Se trata de representaciones
de la famosa leyenda del héroe Perseo.
En ella se narran las peripecias de este héroe que durante sus viajes por el
mundo entero se encontrará con tres monstruos con alas de oro, colmillos de
jabalí y cabezas cubiertas de serpientes. Se los conoce por el nombre de
Gorgonas y uno de ellos le dirige su mirada y le ataca, pero el héroe evita todo
daño —pues se decía que, sobre todo Medusa, tenía poder para petrificar con su
mirada a toda criatura— y, en un alarde de valor, corta la cabeza de Medusa y
huye con ella a lomos del mítico caballo alado Pegaso. Así, arribará más tarde a
la isla de Sérifos, la cual está gobernada por el rey Polidectes, que pretenda
casarse con Dánae, madre de Perseo, a lo que éste se oponía expresamente. En
ausencia del héroe, Polidectes intentó violar a Dánae. Enterado Perseo, se
propuso escarmentarle y, al mismo tiempo, devolver la merecida dignidad a su
madre que, para evitar ser mancillada por el corrupto rey, se había refugiado en
un templo. Perseo puso ante Polidectes la horrible cabeza de Medusa y, al
instante, éste quedó convertido en una piedra informe. A continuación, el héroe
se erigió en rey y regaló la cabeza de Medusa a la diosa Atenea, que la colocó en
el lugar más destacado y visible de su escudo.
MEDUSA. LA MAS AMABLE DE LAS CRIATURAS
Una vez más, la versión que Ovidio da del mito de las Gorgonas y de
Medusa difiere sensiblemente de la leyenda tradicional: "Al final del banquete,
cuando ya todos los ánimos estaban arrullados por el optimismo de los vinos,
habló Perseo acerca de las costumbres y usos del país. Cefeo rogóle que les
contara cómo consiguió aquella cabeza de Medusa cuyos cabellos no eran sino
víboras. "En el reino del Atlas — dijo Perseo— existe una ciudad fortificada con
altas murallas cuya custodia fue confiada a las hijas de Forcis, que tenían un
solo ojo para ambas. Aprovechando el momento en que una de ellas prestaba el
ojo a la otra, yo penetré en la ciudad y llegué hasta el palacio de las Gorgonas,
adornado con las figuras de las fieras y de los hombres a los que la vista de
Medusa había petrificado. Para evitar que me encantase a mí yo no la miré sino
reflejada en mí escudo. Aproveché su sueño y le cercené la cabeza."
Preguntáronle después a Perseo por qué Medusa tenía serpientes en vez de
cabellos. "Es una historia digna de vuestra curiosidad. Os la voy a contar.
Medusa, en un tiempo, fue la más amable de las criaturas. Inspiró grandes
pasiones. Pero estaba enamorada sobre todo de sus cabellos. Poseidón y ella
profanaron un templo de Atenea, ante cuyos ojos pusieron su propio escudo para
que no viera cómo retozaban. Para castigar tamaño desacato, cada cabello de
seda y oro de Medusa se transformó en una inmunda víbora... Víboras que,
grabadas en su escudo, utiliza ahora ella para vengarse de sus enemigos"."
LAS FURIAS
De entre las criaturas infernales, las Furias —también llamadas Erinias—
sobresalen por amor hacia sus funciones y misiones. Se encargaban de castigar a
quienes denostaran la institución familiar, y llevaban a cabo la venganza que los
mortales olvidaban. También tenían encomendado el reparto equitativo de los
castigos.
Eran deidades cuyo origen tuvo lugar en la tierra que la sangre de Urano
regara, después que Cronos hubo seccionado sus órganos reproductores con una
guadaña fabricada de diamantes. Sus figuras aladas, con cuerpo de mujer de
oscura piel, y con sus cabezas repletas de serpientes enroscadas, imponían temor
al contemplarlas. Siempre portaban en sus manos antorchas, cuchillos y látigos,
para mejor llevar a cabo su cometido. En realidad cumplían con el deber de
protectoras de la disciplina y el orden en el mundo de los mortales. Las
asociaciones diversas, así como la célula más simple del en tramado social, cual
es la familia, gozaban de la protección efectiva de las Furias. Perseguían, de
manera especial, a los criminales y asesinos y, en este sentido, aparecen como
protagonistas de algunas historias míticas que relatan hechos luctuosos y
terribles. Por ejemplo, aceptan intervenir cuando Meleagro —uno de los héroes
que participó en la expedición de los argonautas— mata, en el fragor de una
discusión, a sus tíos. Las Furias aconsejaron a Clitemnestra que matara a su
marido para que, este, no se percatara de la infidelidad de aquella. Clitemnestra
era la esposa de Agamenón y, en ausencia de su marido a causa de la guerra de
Troya, mantuvo relaciones íntimas con un primo suyo. Al regreso de Agamenón
decidió asesinarlo para que nunca llegara a saber que su mujer había cometido
adulterio. Mas, Orestes, hijo de ambos, viviría para vengar la muerte de su padre
y, en cuanto se le presenta la ocasión, mata a su madre. Las Furias lo perseguirán
por este criminal acto y se verá obligado a huir de ellas durante toda su vida.
Las Furias tenían su morada en el mundo subterráneo e infernal que
constituía los dominios de Hades. Sólo abandonan la morada del Averno cuando
los mortales enuncian un conjuro en su nombre. Por lo general no se las nombra
en vano para no provocar su cólera. En ocasiones se emplean epítetos como por
ejemplo "las Bondadosas" (Euménides) o "las Venerables" (Semnas).
LAS PARCAS
También se las denomina Moiras y, en realidad, más que criaturas
infernales, son las diosas del destino; originariamente se encargaban de dotar al
recién nacido con todos los atributos que desarrollará en su vida futura. Incluso
le mostraban la forma en que moriría y el día en que sucedería tan fatídico
hecho. Por todo esto, eran muy temidas y odiadas; se las consideraba como unas
criaturas siniestras y, según Hesíodo, eran hijas de la Noche. Las Parcas eran tres
hermanas y, cada una de ellas, tenía encomendada una misión y se cargaba de
valor simbólico:
Cloto es la "hilandera" y, cuando se rompe el hilo con el que teje, nos
advierte que llega el final y la muerte. Las decisiones de los mortales dependen
de cómo modelara Láquesis el carácter y la propia idiosincrasia de aquéllos;
pues, esta Moira, era la encargada de asignar los destinos a los humanos. Acaso
por ello, las Moiras fueron identificadas en ocasiones con "la Fortuna" (Tique) o
con "la Necesidad" (Ananque). Y, por último, estaba Atropo, que tenía por
misión vigilar el cumplimiento de todo aquello que se le había predicho a los
mortales. Era tanto su celo que se la conocía con el sobrenombre de "la
inflexible" pues nunca permitió que el destino fuera burlado. La tradición acuñó
una leyenda de las Parcas, o Moiras, que arraigó con el tiempo y, así, se las
denominaba con el nombre de "Hilanderas" y aparecían, por lo general,
asociadas a la senectud y a la vejez. Algunos pensadores antiguos, entre los que
se encuentra Platón, rechazaban a las Parcas porque eran genios malignos que
mancillaban y agostaban todo cuanto tocaban. También se ha identificado a las
Parcas con "el Sueño" (Hipno) y con Tánato, que personificaba la muerte.
Hesíodo, en su obra "Teogonía" lo relata así: "sombríos genios malignos a
quienes jamás mira Helios/Sol con sus ojos brillantes y llenos de luz, ni cuando
asciende al cielo ni cuando baja de las alturas celestiales. Uno de ellos, tanto en
la tierra como en la inconmensurable superficie del mar, revolotea
tranquilamente, lleno de dulzura, hacia los mortales. El otro tiene un alma de
hierro, un corazón de bronce: inaccesible a toda piedad, no suelta a aquel que ha
cogido."
HADES/PLUTON EN EL ARTE
Las representaciones iconográficas de Hades se identifican y confunden, en
la mayoría de los casos, con las del propio Zeus. Hades aparece representado
como un hombre robusto, en un vaso que se conserva en el Museo Británico.
Lleva una cornucopia y se rodea de una serpiente y de un águila —atributo de
Zeus— lo cual hace que la iconografía de ambos pueda, a veces, con fundirse.
En Mérida se conserva una figura de Hades realizada en mármol; aunque es más
corriente que aparezca formando parte de un conjunto representativo de escenas
del Averno y, muy especialmente, relacionadas con el rapto de
Perséfone/Proserpina. Siempre se le reconoce por sus atributos más comunes, el
can Cerbero, su cetro de mando y una especie de orcón bidente. A veces aparece
junto a la ninfa infernal que la tradición popular identifica con Menta. Cuentan
las leyendas que Hades/Plutón mantenía relaciones con aquélla y que, enterada
Proserpina, la pisoteó y la convirtió en la planta de la menta; de aquí que cuanto
más se la mueva o se la aplasta más huele.

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