lunes, 1 de abril de 2019

FENICIA. LA "CIUDAD NUEVA"

De entre las ciudades—estado fenicias sobresalía Tiro, la cual mantuvo su
hegemonía durante más de doscientos años (del año 1000 al 774, antes de
nuestra era), acaso porque un destacado soberano, Hiram I, se asoció con otros
regentes de las tierras fronterizas. De este modo, supo llevar a su pueblo
prosperidad, pues amplió el comercio y el intercambio de mercancías con otros
pueblos. Todo ello produciría, además, determinadas consecuencias,
especialmente en lo social y en lo mítico.
Toda Fenicia sufrió el asalto, y posterior conquista, de numerosos caudillos,
siendo Alejandro Magno el más renombrado. Pero la ciudad—estado de Tiro
siempre opuso una gran resistencia a sus asaltantes; el ejército persa necesitó
sitiar la citada ciudad durante más de siete meses. Aún después de conquistada,
Tiro, fue el germen de la fundación de otra ciudad que, tal como atestiguan
todos los historiadores, opondría resistencia a invasores tan poderosos como los
romanos. Esta nueva ciudad se denominó Cartago, nombre que significa
precisamente "Ciudad Nueva". Se hallaba situada en el otro extremo del mar
Mediterráneo, asentada en la zona norte del territorio africano, próxima a las
islas de Cerdeña y Sicilia.
El auge comercial, bélico y social de estas colonias de la costa africana
alcanzó gran importancia. Cartago se constituiría en protectora de todas las
demás ciudad—estado de su propia área; tenía una gran flota y un ejército
poderoso, formado por mercenarios. Los cartagineses emulaban, así, las propias
hazañas de sus más poderosas y vengativas deidades.
RITUAL ABORRECIBLE
Parece probado, por otra parte, que sacrificaban a sus dioses vidas
humanas, lo cual invalida todo posible atractivo por su mitología. Frazer, en su
bien documentada, y prestigiosa obra "La rama dorada" confirma tan
desgraciado aserto: "Esta fue la manera como los cartagineses sacrificaban a sus
niños a Moloc; las criaturas eran colocadas en las manos de bronce de una
imagen con cabezas de ternero, desde las que se deslizaban dentro de un horno
encendido, mientras la gente bailaba al son de flautas y panderos para ahogar los
gritos de las víctimas que se quemaban."
Moloc —concepto que significa "Rey"— era un dios que introdujeron los
semitas, quienes le rindieron culto y adoración con cierta asiduidad. Pronto fue
asimilado por los fenicios que, como ya es sabido, llegaron a quemar criaturas
para tener contento al dios. Aparecía representado bajo la forma de figura
humana en estatuas de metal; sus brazos estaban abiertos para recibir a sus
indefensas víctimas. Por la mente de los cartagineses atravesaba la peregrina
idea de que así se reavivaba el calor que el Sol desprendía y, además, se
fortalecía el poder de los reyes y soberanos. El sanguinario ritual aparecía, así,
directamente relacionado con el astro-rey.
TALOS, GIGANTE DE BRONCE
Por lo demás, todo lo anterior guarda cierta similitud con el célebre
Minotauro cretense; el gigantesco toro que vivía en el laberinto de Creta y al que
el rey Minos sacrificaba doncellas y efebos, escogidos de entre sus prisioneros
de guerra. Pero, sobre todo, existe un gran paralelismo con el mítico gigante de
bronce que custodiaba la isla de Creta. Según la leyenda, había sido fabricado
por el dios Hefesto/Vulcano, para donárselo al rey cretense. El gigante de bronce
se llamaba Talos y tenía una sola vena que lo atravesaba verticalmente. Parece
que Talos jugó un papel importante ante la llegada de los Argonautas, a los
cuales arrojó piedras para que no arribaran con sus naves a la isla de Creta. La
diosa Palas Atenea extrajo el tornillo que, situado en el talón del gigante, cumpla
la función de retener su sangre y, al instante, el gran Talos se desmoronó hasta
perecer. Pero, también este hombre gigantesco, fabricado en bronce, tenía como
misión aupar en brazos a todos aquellos que habían sido destinados al sacrificio
del fuego. Oigamos de nuevo a Frazer: "La leyenda de Talos, un hombre de
bronce que abrazaba contra su pecho a la gente y se arrojaba al fuego con ella,
que moría abrasada. Se cuenta que se lo había entregado Zeus a Europa o
Hefesto a Minos para guardar la isla de Creta, a la que él vigilaba dando tres
vueltas a su perímetro cada día".
MADERA AROMATICA DE CEDRO
No obstante, todavía se sabe muy poco acerca de estos pueblos milenarios
y, según los etnólogos y antropólogos, las excavaciones, e investigaciones, en
torno a tales culturas, prosiguen.
Se conoce con cierta precisión "por datos y pruebas, hallados en las
excavaciones y ruinas de Ras Shamra" que algunas ciudades, entre las que
siempre se cita a Biblos, mantenían una relación comercial constante con los
egipcios quienes, sobre todo, venían a buscar materia prima —especialmente
madera— para construir sus resistentes naves con duro y aromático cedro que
crecía en el interior de Fenicia. No es extraño, por tanto, que en ambos pueblos
se dejara sentir una mutua influencia. Hay dioses egipcios que fueron asimilados
totalmente por la mitología fenicia. Tal es el caso de la diosa—madre de Biblos,
denominada "Baalat" porque este nombre significa "señora", "dama".
Considerada por la población de Biblos como su diosa principal, sin embargo,
pasó a ser sustituida por la divinidad egipcia Hathor, la cual simbolizaba el
principio femenino del cosmos; también se la asociaba con el culto a los muertos
y, por lo general, aparecía representada bajo la figura de una vaca con su cabeza
coronada por una especie de disco solar. Y es que el concepto "Hathor"
significaba "habitación de Horus", símbolo del alba y del sol naciente. Otras
deidades de Biblos fueron asimiladas al poderoso dios egipcio Ra, creador de
todo lo existente e identificado con el Sol.
EN BUSCA DE PROTECCION
Haitaú era otro de los dioses compartidos por los pobladores de Biblos y
por los egipcios. Estaba considerado como el único soberano de los bosques y de
la vegetación; era más hermoso que cualquier efebo y, según cuenta la leyenda,
terminó metamorfoseándose en árbol, por lo que pasó a formar parte del tupido
bosque de la región de Nega, lugar del que los egipcios sacaban la resina y
madera necesarias para sus embalsamamientos y sus rituales mortuorios.
Las tablas de arcilla, escritas con caracteres cuneiformes, que se
encontraron en las excavaciones de las ruinas de Ras Shamra, han permitido
conocer el carácter antropomórfico de la mitología fenicia. Es decir, las distintas
ciudades—estado que se asentaban en la estrecha franja limitada por el mar y
por diferentes cordilleras montañosas, y que componían todas juntas la región de
Fenicia, hacían que sus deidades tuvieran las mismas necesidades y
prerrogativas que los propios humanos. Esto no era muy original pues otros
pueblos habían hecho ya lo mismo pero, no obstante, mostraba hasta qué punto
los dioses eran invenciones humanas necesarias o, por decirlo de otra manera,
útiles. De aquí la primera exigencia, por parte de aquellos pueblos, a sus dioses,
fuera la protección ante las fuerzas desatadas de la naturaleza. Otro dato a
reseñar, en cuanto atañe a las deidades, es que éstas se constituían de forma
jerárquica, como una réplica de la propia sociedad fenicia, en la que ciertas
clases privilegiadas se constituían en una especie de aristocracia gobernante, que
ocupaba el vértice de una pirámide formada en su base por el resto de la
población servil.
PADRE DE LOS AÑOS
Así, los dioses fenicios se distribuían conforme a un riguroso criterio
general, relacionado con el poder. En primer lugar aparecían todos los que tenían
los atributos del dios supremo, al que se le denominaba genéricamente "El".
Detrás venía "Baal", que estaba considerado como un símbolo del señor. Le
seguía "Moloc", reconocido como soberano y rey. A continuación se encontraba
"Adón", con sus distintivos de amo y dueño; en otro lugar surgía la gran señora,
la dama por excelencia, y su nombre genérico era "Baala".
Los atributos de "El", según las grabaciones cuneiformes de las tablas de
arcilla halladas en Ras Shamra, eran de diversa índole. Era la primera de las
deidades, y no había existido antes que él ninguna otra generación de dioses;
ocupaba, por tanto, el lugar superior en la jerarquía de los dioses. Se le asociaba
con el astro-rey, es decir, con el Sol y, ya desde tiempos inmemoriales, era
adorado por algunos pueblos de etnia semita. Países enteros le estaban
sometidos; la tierra le debía su fertilidad, y los océanos, mares, ríos y
manantiales, su agua. "El" distribuía el tiempo, por lo que se le conocía como el
"Padre de los años" y, según la leyenda, su morada se encontraba muy cerca de
la desembocadura de los grandes ríos que la propia deidad había dotado de
caudal. Sin "El" no habría mañana, ni tarde, ni noche, ni días ni años; todo
estaba bajo su control, pues "El" distribuía el tiempo.
ESPIRITU DE LAS COSECHAS
Al igual que en la mitología de otros pueblos, también entre los fenicios era
común que los dioses superiores tuvieran descendientes para que, así, fueran
éstos —y no el dios supremo— los responsables de catástrofes, tales como
sequías, tormentas, huracanes y riadas. El supremo dios "El" tenía como
descendiente preferido al dios asociado con el espíritu de las cosechas. Su
nombre era Muth y, por su calor suave maduraban las cosechas y la tierra
producía sus frutos. Sucedía que, en ocasiones, los rayos solares desprendían tan
intenso calor que los cereales y frutos se arrebataban y no maduraban, en este
caso Muth, interviniera para contrarrestar los efectos devastadores del Sol. Y,
así, Muth se constituía en deidad relacionada, por lo general, con la sequía.
Además, puesto que cada vez que se recogía una cosecha moría, aunque volvía a
renacer en cuanto maduraban otros frutos, tales como la uva o los cereales, se le
consideraba, también, dios de los muertos.
ESPIRITU DE LAS AGUAS
La mitología fenicia explicaba que Muth era vencido, al comienzo de cada
estación, por otra deidad de nombre Aleyin. Ambos eran enemigos
irreconciliables y, mientras que el primero enviaba el suave calor necesario para
que el fruto surgiera de la tierra, el segundo tenía como misión hacer surgir agua
suficiente, de los manantiales y fuentes, para el necesario riego de todas las
plantas y su crecimiento. El estado de humedad dependa, por tanto, del dios
Aleyin y, por esto mismo, se constituía en espíritu de fuentes, manantiales,
arroyos y ríos.
Aleyin era hijo de Baal y, éste, a su vez, descendía de la diosa Acherat
— "madre creadora de los dioses"—, que tenía por misión infundir sabiduría a
los dioses y procurarles consejo cuando a ella acudían en demanda de ayuda. El
término Aleyin significaba "el que cabalga sobre las nubes", pues él producía la
lluvia y, como consecuencia, por él había suficiente vegetación en la tierra. Era
una deidad imprescindible dentro de la mitología, suficientemente pragmática,
de los pueblos fenicios. La rivalidad entre un dios que procuraba calor a la tierra
para transformarla en fértil —como era el caso de Muth—, y otro que
dispensaba la adecuada lluvia para hacer posible el crecimiento de las plantas —
cual era el caso de Aleyin—, no se refería a una realidad tangible o material,
sino que se hacía necesario interpretar tales eventos y, por lo mismo, llegar a
determinadas conclusiones relacionadas con lo simbólico y lo mítico; aspectos,
ambos, introducidos por los pueblos fenicios, para explicar algo tan natural, y al
propio tiempo tan misterioso, como la propia fertilización de la tierra y el brotar
de las semillas para producir el ansiado fruto.
ROCIO SOBRE LA TIERRA
La genealogía de los dioses fenicios hablaba de una diosa, hermana de
Aleyin, que tenía por nombre Anat. Se trataba de una hermosa virgen guerrera y
combativa, que siempre luchaba al lado de su hermano, especialmente cuando
éste libraba sus batallas cíclicas contra el dios Muth.
Pero, Anat, tenía asignada una misión especial y, mientras su hermano
Aleyin se ocupaba de procurar el suficiente caudal a los diferentes ríos que
surcaban la reseca Tierra, ella esparcía con tacto y mimo, no exentos de armonía,
el necesario rocío que, en expresión de los narradores de mitos, constituiría la
"grasa de la Tierra".
Cuando llega el alba, y el Sol sale, sus rayos rebotan contra el rocío que
Anat depositara durante la noche y toda la Tierra adquiere un color plateado y
puro. Por esto mismo, el simbolismo de Anat se hace patente en la mitología
fenicia a través de la naturaleza misma. Y la virginidad de la diosa no tiene
sentido exclusivamente fisiológico, sino que cobra importancia en cuanto que
expresa, de forma emblemática y simbólica, el estado apacible de la Tierra,
cuando el rocío y la luz convergen en ella y la vuelven argentada y pura.
DIOSA DEL AMOR
Otra de las deidades que la mitología de los cartagineses consideraba
sobremanera era Tanit. Su paralelismo con algunas diosas griegas se hace
patente en todas las explicaciones que, acerca del citado mito, se han dado a
través de la historia. Se la ha comparado con la diosa Hera — la esposa de Zeus,
según la mitología clásica—, pues los cartagineses la adoraban como reina de
los dioses y, por lo mismo, la reconocían como esposa del gran Baal Hammón.
Este, servirá de modelo para posteriores pueblos y civilizaciones; en la cultura
grecorromana era llamado, en ocasiones, Júpiter Ammón y, consecuentemente,
aparecía identificado con el Baal Hammón cartaginés.
Según otras versiones, Tanit era la personificación del planeta Venus y, por
ende, simbolizaba el amor y el afecto; recibía, en este caso, el nombre de Astarté
y se decía de ella que era la cara de Baal. A éste se le representaba bajo la figura
de un anciano de larga barba blanca y serio semblante. Acaso por todo lo
expuesto, y debido a la extrema seriedad que emanaba de la imagen del anciano
Baal, los cartagineses introdujeron en su panteón mitológico la figura delicada, y
siempre risueña, de Tanit: la diosa del amor.
Como contrastando con todo lo dicho, también se adoraba en Fenicia a una
deidad de aspecto anodino y de porte mediocre. Lo denominaban Bes, y lo
representaban con un cuerpo panzudo y rechoncho —casi enano—; los
cartagineses colocaban, con frecuencia, la efigie de la deidad en la proa de sus
navíos.
"ANTORCHA DE LOS DIOSES"
Otra de las divinidades fenicias, descendiente del todopoderoso "El", es la
diosa Sapas. Tenía el poder de predecir el futuro y, según la leyenda hallada en
las tablas de arcilla de Ras Shamra, participó en la lucha entre los dos rivales
más célebres de toda la mitología fenicia, es decir, entre los dioses Aleyin y
Much. Fue Sapas quien auguró la derrota de Much ante Aleyin y le mal dijo:
"Que Aleyin no tenga piedad de ti. ¡Que arranque las puertas de tu morada!
¡Que rompa el cetro de tu soberanía! ¡Que derribe el trono de tu realeza!".
Sapas, según la mitología fenicia, confería luz a los propios dioses, y los
guiaba por entre senderos de salvación cuando éstos habían perdido el rumbo;
por todo ello se la conocía con el sobrenombre de "Antorcha de los dioses".
Tenía, además, una función de emisario, pues en ocasiones excepcionales era
enviada por los más poderosos dioses ante, por ejemplo, los participantes en
litigios y contiendas. Cuenta la leyenda que en la lucha que mantenían los dioses
Aley¡n y Much, participó como enviada de los dioses —para informarse, y para
ayudar decisivamente a Aleyin—;y recibió órdenes del propio Baal a través de la
diosa Anat, que también ejercía de recadera de los dioses.
LEYENDA DE LOS OASIS
Aunque ocasiones hubo en que, a la diosa Anat, le cupo también la terrible
obligación de enterrar al poderoso dios Baal pues, según la narración mítica, éste
se hallaba cazando en un enorme desierto cuando aparecieron ante él unos
animales salvajes y fieros, de enorme envergadura, a los que no pudo dominar,
aunque sí les hizo frente.
Baal terminó destrozado por los gigantescos animales y sus restos fueron
recogidos del inmenso desierto por la diosa Anat quien, a pesar de la tristeza que
le embargaba, fue capaz de cavar con diligencia una tumba para sepultar a Baal,
después de llamarle "hijo mío". Narran las crónicas que, desde entonces, el lugar
en el que yacen los restos de Baal dejó de ser arena baldía y tierra yerma, para
transformarse en fértil vergel que hasta nuestro días subsiste. Según algunas
versiones de los mitos cartagineses, los hechos narrados explican
simbólicamente la existencia de espacios con agua y vegetación, los
denominados oasis, en los grandes desiertos, sin los cuales no sería posible
atravesarlos ni pasar por ellos. Pero, merced al espíritu de Baal y a la buena
predisposición de la diosa Anat, los grandes desiertos cuentan con oasis para que
los caminantes repongan fuerzas y se resguarden del grave peligro de perecer a
causa de una insolación o de una tormenta de arena. Tal es el ancestro de los
pueblos que habitan la estrecha franja de Fenicia y las distintas ciudades-estados
desperdigadas, y fundadas, a lo largo de la costa norteafricana.
MANANTIALES DE LA TIERRA
El espíritu de la poderosa deidad Baal sigue actuando, aún después de que
fuera destrozado su cuerpo por extrañas, horribles y gigantescas criaturas, puesto
que la diosa Anat, tal como estaba escrito desde antiguo, cumplió con su
cometido de recoger, y enterrar, los restos de aquél.
Mas, Anat, no sólo llevó a cabo la misión antedicha, sino que también
cargó sobre sus espaldas con Aleyin, cuando éste pereció en su lucha contra
Much. El poema recogido en las tablas de arcilla relata cómo Anat lleva el
cadáver de Aleyin hacia la cumbre de la gran montaña y le unge con perfumes
para que las deidades subterráneas le acojan en su tétrica mansión, hasta que con
la llegada de una nueva estación, pueda resurgir y proveer a la tierra, otra vez, de
ese estado de humedad necesario para que manantiales, fuentes y ríos afloren a
su superficie y produzcan el cíclico crecimiento de cuantas semillas hayan sido
sembradas en su subsuelo.
CASA DE ORO Y PLATA
Los dioses de los fenicios, al igual que el resto de las demás deidades de
otras civilizaciones posteriores, habitaban en palacios enclavados en lugares
recónditos y escondidos, inaccesibles para los mortales. Sin embargo, sólo Baal
—por ser el dios supremo y el creador de todo— tenía por morada el espacio
inmenso. Es decir, se encontraba en todas partes y no había lugar alguno en
donde la presencia de Baal no se dejara sentir. Por esto mismo, los pobladores de
la ancestral Fenicia —según el relato acuñado en las tablas de arcilla—, pidieron
a los demás dioses que construyeran una morada para Baal pues, así, podrían
acudir con sus ofrendas para que se alimentara de los frutos escogidos de cada
cosecha. Los dioses de la mitología fenicia tenían las mismas necesidades que
los humanos —antropomorfismo— y debían de alimentarse con animales, pan y
vino que los mortales ponían a su disposición, mediante diversos rituales que, en
ocasiones, se convertían en verdaderas muestras de esoterismo mágico y
mistérico. Acaso todo ello fuera debido a la influencia ejercida sobre los
fenicios, por la mitología de los pueblos asirio—babilónicos.
UN TRONO DE ORO MACIZO
Decidieron entonces, las demás deidades, erigir un templo en honor del
poderoso dios Baal y, como era preceptivo, pidieron permiso al más grande de
todos ellos, es decir, a "El". Pues, de otro modo, no hubiera prosperado proyecto
alguno y los muros levantados con esfuerzo se derruirían con facilidad en cuanto
"El" lo quisiera. Para con vencerle, le ofrecieron exquisitos manjares en mesa de
oro con cubertería de plata, y le regalaron un reluciente trono de oro macizo.
"El", no sólo dio su consentimiento a la construcción del templo de Baal, sino
que además envió a uno de sus mejores arquitectos para que dirigiera la obra.
Este artista divino se encargó de diseñar las figuras que decorarían tan original
mansión y, para ello, fundió oro y plata y modeló bravos y hermosos toros, hasta
entonces nunca vistos. También participó en la construcción de tan famoso
templo el dios de la sabiduría, puesto que sin su ayuda no sería posible que los
cimientos resistieran el peso de la estructura de tan singular edificio. Incluso el
propio Baal intervino en la magna tarea y, al decir de los narradores de mitos,
cuando se cansaba el artista enviado por el rey de todos los dioses, él le sustituía.
Hasta usaba su rayo poderoso —nótese el paralelismo de Baal y su rayo con su
predecesor griego, el dios Zeus, quien contaba entre sus atributos con el rayo
justiciero, puesto que con él castigaba a todos sus enemigos y oponentes— para
cortar los árboles, hacer vigas de contención y tablas para la techumbre. El rayo
de Baal era conocido como "la sierra de la Tierra" y nadie osaba enfrentarse a
esta deidad por temor a verse eliminado con el poder de su rayo.
UNA GRIETA EN LAS NUBES
Lo cierto es que en la construcción del fastuoso templo de Baal
participaron tanto dioses como héroes y, según queda recogido en las tablas de
arcilla, hasta litigaron entre sí a causa de la conveniencia o no de ponerle
ventanas. También hubo dioses que únicamente fueron elegidos para edificar la
parte más sagrada del templo, su sancta sanctórum. Por fin se acordó, después
de haber mediado los propios dioses superiores en la disputa, que únicamente en
el centro del templo se abriría una enorme claraboya, la cual estaría en línea
recta con una grieta que, al propio tiempo debería de hacer el dios Baal en las
nubes para, de este modo, asegurar que siempre caería agua de lluvia en las
tierras consagradas al poderoso dios que habitaba en tan célebre templo. El
relato mítico narra que cuando las obras fueron concluidas en todos sus detalles,
el dios Baal se introdujo en tan singular templo y lo habitó para siempre. Y se
dispuso enseguida a sacrificar los mejores ejemplares de sus rebaños, acaso
como una muestra de agradecimiento a todas las demás deidades que habían
participado en tan magna obra. Muy especialmente, las ofrendas iban dirigidas a
la diosa Anat —según se desprende de las acuñaciones de las tablas de arcilla—
pues, merced a ella, había sobrevivido el gran Baal. Sin embargo, unas veces la
leyenda muestra que Baal es el padre de Anat y, en cambio, en otras ocasiones,
se dice que Baal es hijo de Anat. Todo ello es un claro simbolismo mediante el
cual, los pueblos fenicios, quieren resaltar la importancia de la mutua
correspondencia y reciprocidad en las relaciones paterno-filiales.
¿DIOSES SIN NOMBRE?
No solo Biblos, sino también Tiro y Sidón se constituyeron en dos de las
ciudades-estados más importantes de cuantas se hallaban enclavadas en esa
franja de tierra bañada por el Mediterráneo oriental, y conocida por el nombre de
Fenicia. En ambas, la población adoraba a una gran diversidad de deidades; sin
embargo, sus nombres no eran apropiados —como sucedería en épocas
posteriores en otras poblaciones relativamente cercanas—, antes al contrario, se
guardaba silencio, especialmente en presencia de extraños, y nunca se revelaba
la personalidad de dios alguno.
Lo cierto es que cada ciudad de las reseñadas tenía sus preferencias míticas
y su deidad Baal (=Señor), pero nunca lo manifestaban públicamente para que
nadie, ajeno a su propia etnia, pudiera conocer el verdadero nombre de sus
propios dioses. En parte, los fenicios actuaban así porque entendían que las
personas extrañas que llegaran a conocer el nombre de sus dioses, tendrían ya la
posibilidad de encomendarse a ellos, con lo que serían dioses compartidos, y no
deidades únicas para una raza única. Además, existía la posibilidad de que los
dioses escucharan las súplicas de gentes no fenicias, y se volvieran contra su
propio pueblo y a favor de los extraños.
No había duda, al respecto, lo más acertado era guardar silencio acerca de
la verdadera identidad de los dioses. Sin embargo, se sabe que casi todas las
deidades de la ciudad—estado de Tiro eran marinas, aunque también adoraban
de manera especial a un dios solar que, en realidad, terminó también asimilando
los atributos de los dioses marinos, Su nombre era Melkarth y, entre la población
de Tiro, jugaba un papel importante porque se le tenía por protector de la ciudad,
hasta el punto de que en los relatos mitológicos se le denomina "el dios de la
ciudad". Según algunas versiones, Melkarth, es el antecesor del héroe griego
Hércules/Heracles, lo cual refuerza la teoría de algunos mitólogos clásicos que
defendían la idea de que toda la mitología griega provenía, o tenía como
germen, de la mitología fenicia.
EL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS
La cosmogonía fenicia nos explica la formación del universo a partir de
una especie de caos acuoso, formado por una mezcla de aire vaporoso y agua
turbia. Todo lo cual dio lugar a la formación de limo, o barro, del que nacería la
vida; aunque ello sucedió después de que hubiera transcurrido una inmensidad
de tiempo. Y es que el principio de todas las cosas fue el Tiempo: "el Tiempo
cósmico que abraza todo en él."
Una serie de eventos diferenciados que, por motivo de la oscuridad y del
deseo, llegaron a confluir en lo más recóndito del mundo —una vez que hubo
tiempos hicieron posible el advenimiento de la vida. El último en actuar fue el
Sol que, con su calor, separó el agua del barro, y la nube del aire, lo cual hizo
posible el origen de lo diverso y, por ende, el inicio de lo que ha dado en
llamarse creación. El ruido ensordecedor, semejante al trueno, y la luz cegadora,
similar a la del rayo, despertaron a todas las criaturas —tanto a los machos como
a las hembras— que hasta entonces permanecían aletargadas, las cuales
corrieron asustadas y se desperdigaron por la faz de la Tierra para, así, poblarla;
labraron los campos y, en un principio, adoraron como a dioses a los frutos
mismos que la tierra les procuraba. Con el correr del tiempo, descubrieron el
fuego, se cubrieron con ropajes diseñados por ellos mismos, inventaron la
escritura sobre tablas de arcilla y sobre papiros y, de nuevo con el tiempo como
aliado, descubrieron el poder de la magia y los principales remedios contra el
veneno de muchos reptiles.

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