Acerca del origen, personalidad y atributos, por así decirlo, de Hefesto, hay
versiones distintas. La más aceptada es aquella que hace al dios hijo de Zeus y
de su legítima esposa Hera. Por una vez, el rey del Olimpo prescindió de sus
veleidades amorosas y fecundó a su propia esposa.
Sin embargo, y según cuentan las más ancestrales leyendas, el fruto de la
unión de tan egregios esposos no contribuyó al mejor entendimiento de ambos,
ya que sus discusiones siguieron desembocando en auténticos enfrentamientos.
Se dice que la cojera de Hefesto le sobrevino, precisamente, por tomar partido a
favor de su madre Hera en una de estas ocasiones violentas.
Zeus, ciego de ira por lo que pensaba era una confabulación familiar contra
él, habría arrojado del Olimpo a su propio hijo, haciéndole caer en la lejana isla
de Lemnos. A consecuencia de tamaña violencia física, Hefesto se romperá las
piernas; por lo que, desde entonces, sería conocido como el "ilustre cojo de
ambos pies".
En ocasiones, los dioses del Olimpo se burlaban de Hefesto/Vulcano a
causa de su cojera y su desagradable aspecto. Tullido y feo, era objeto de
continua mofa. Más lo curioso es que se hallaba casado con la bella Venus, diosa
del amor; lo cual indica que Hefesto/Vulcano debía tener cualidades de las que
carecían los demás dioses que lo ridiculizaban.
Pues, de lo contrario, la mejor conocedora de los lances amorosos no habría
accedido a ser su esposa. Ya que, ¿cómo Venus, que daba lecciones de amor, iba
a dejarse embaucar con tanta facilidad?
LA FRAGUA DE VULCANO
"A un lado de Sicilia, entre ella y Lípara, está una isla célebre, encumbrada
sobre altísimas peñas que humean; debajo de la cual una gran cueva y muchas
otras, como aquellas de Etna, con los ciclópeos fuegos carcomidas, retruenan y
retumban de continuo.
Allí mil yunques, con valientes golpes heridos, suenan con terribles truenos
que en torno se oyen claros de muy lejos. Rechinan por las cóncavas cavernas
barras y masas de encendido hierro; salen de mil hornazas vivas llamas: ésta es
la casa y fragua de Vulcano y de él dicen "Vulcania" aquesta isla."
La tradición popular, no obstante, asocia la mítica Fragua de Vulcano con
el volcán Stromboli, muy activo y en continua erupción siempre. De su cráter
salían tales llamas que un pedazo de hierro que se dejara por la noche en sus
aledaños, aparecerá por la mañana ya forjado. Hefesto/Vulcano, después de ser
expulsado del Olimpo, decidió establecerse en la ígnea caverna e instalar en ella
su fragua. Cuentan las más antiguas narraciones clásicas que Prometeo robaría
de allí el fuego de los dioses.
LEGENDARIOS RELATOS
En las entrañas de la mítica montaña se trabajaba duro; y no sólo se forjaba
el hierro, sino que también, el nutrido grupo de operarios al mando de
Hefesto/Vulcano, mantenía febril actividad en torno a la construcción de
diversos objetos utilizando materiales nobles.
Y, así, pronto cumplimentarán encargos que pasarán a la historia como
verdaderas obras de arte. Traigamos a colación, pues es de ley, el más hermoso
de los escudos que imaginarse pueda. Fue fabricado, por encargo de
Afrodita/Venus, para defensa y orgullo del héroe Eneas. Era todo él de oro y sus
relieves hacían alusión a un idílico tiempo futuro que no pudo cumplirse nunca.
Contra él nada podían flechas ni dardos enemigos:
" ( ... ), y lánzale un dardo agudo y luego, tras de aquél, otro y otro y otro
aprisa, y ándase en torno de él en ancho cerco; más el escudo de oro los repara".
Otra de las obras que salieron de la mítica Fragua de Vulcano, fue el
radiante y ostentoso carro que conducía el hijo del titán Hiperión, es decir, Helio
— personificación del Sol, que tenía por hermanas a la Aurora y a Selene/la
Luna—, el cual llevaba aparejados cuatro hermosos caballos que tiraban de él
con inusitado brío, y cuyos nombres hacían alusión al fuego, a la radiante luz, al
calor y a la claridad: "Ardiente", "Resplandeciente", "Brillante" y "Amanecer".
Un hermoso carruaje para Helio, el más célebre de los aurigas y quien mejor
sabía manejar las bridas de sus bravos corceles.
FRUTO DE LA DISCORDIA
El gran cantor de mitos que fue Homero nos habla, en "La Ilíada", de la
cojera de Hefesto, en términos que difieren de lo establecido hasta entonces. Allí
se describe la desazón de Hera ante la imagen de un hijo suyo que, apenas recién
nacido, presenta rasgos físicos tan deformes. Había sido engendrado en tiempo
de ira y discordia, cuando el egregio matrimonio del Olimpo protagonizaba
violentas y continuas discusiones.
Presa de un arrebato, del que se arrepentirá con posterioridad, la esposa del
poderoso Zeus arroja al indefenso Hefesto al abismo del cosmos. Después de
caer durante un día y una noche, llegó hasta el gran océano. Allí lo recogieron
las criaturas que en él habitan y lo cuidaron con mimo. Construyeron una cueva
en las profundidades abisales del mar y, dentro de ésta, instalaron una fragua con
útiles varios para que Hefesto/Vulcano trabajara con mano de experto artesano
los metales brutos.
Cuentan las crónicas que, durante más de nueve años, "el ilustre cojo de
ambos pies", permaneció en tan afamado lugar dedicado a la tarea exclusiva de,
satisfacer todos los deseos de sus salvadoras. Las regaló con gran variedad de
presentes salidos de su propia mano y realizó para ellas joyas de exclusivo
diseño e incalculable valor.
Sin embargo, no tuvo los mismos sentimientos para con Hera y, aunque se
trataba de su propia madre, jamás la perdonó su cruel acción. Durante mucho
tiempo buscó la forma de vengarse de ella y, por fin, un buen día dio con la
fórmula adecuada: se trataba de la famosa trampa del trono fastuoso.
UN LUGAR OCULTO BAJO EL INMENSO OCEANO
El agradecimiento de Hefesto/Vulcano hacia las nereidas que le habían
salvado la vida no tuvo límites y, siempre que se le presentó la ocasión, accedió
con gusto a sus peticiones. Ya se trataran éstas de fabricar las armas para uno de
los héroes protegidos por las pobladoras de mares y océanos; o ya fuera
necesario, en ocasiones, fabricar hermosos cetros, y collares, y tronos, y coronas
de incalculable valor...
El propio Hefesto nos describe así los hechos: "Me vi arrojado del cielo y
caí a lo lejos por la voluntad de mi insolente madre, que me quería ocultar a
causa de la cojera. Entonces mi corazón hubiera tenido que soportar terribles
penas, si no me hubiesen acogido en el seno del mar Tetis y Eurínome, hijas del
refluente Océano. Nueve años viví con ellas fabricando muchas piezas de bronce
—broches, redondos brazaletes, sortijas y collares— en una cueva profunda,
rodeada por la inmensa, murmurante y espumosa corriente del Océano. De todos
los dioses y los mortales hombres, sólo lo sabían Tetis y Eurínome, las mismas
que antes me salvaran. Hoy que Tetis, la de hermosas trenzas, viene a mi casa,
tengo que pagarle el beneficio de haberme conservado la vida".
Hefesto estaba muy agradecido a sus protectoras, las ninfas del mar, y supo
cumplir fielmente el encargo que Tetis —con grandes muestras de preocupación
— le había encomendado. Esta había acudido al palacio del "ilustre cojo de
ambos pies" para hacerle partícipe de su pena y para rogarle que fabricara una
armadura para su hijo, el valiente Aquiles.
AQUILES CESA EN SU COLERA
El gran cantor Homero nos relata, de forma lírica, el encuentro de Tetis y
Hefesto/Vulcano, y las súplicas que ésta le dirige para que su amado hijo
Aquiles cese en su cólera: "Tetis llegó al palacio imperecedero de Vulcano, el
cual brillaba como una estrella, lucía entre los de las deidades, era de bronce, y
lo había edificado el "Cojo" en persona".
Después de esta descripción, el insigne poeta nos relata el resto de los
avatares que tendrán lugar a propósito de la petición y la visita de Tetis a
Hefesto/Vulcano. La primera le suplica al segundo en los siguientes términos:
"Yo vengo a abrazar tus rodillas por si quieres dar a mi hijo, cuya vida ha de ser
breve, escudo, casco, grebas ajustadas con broches y coraza; pues las armas que
tenía las perdió su fiel amigo al morir a manos de los teucros, y Aquiles yace en
tierra con el corazón afligido".
A sus palabras, acompañaba Tetis aflicción y llanto incontenibles. Hefesto
le respondió con la intención de tranquilizarla:
Al momento se dispuso a trabajar y, "dejando a la diosa se encaminó hasta
los fuelles, los volvió hacia la llama y les mandó que trabajaran. Estos soplaban
en veinte hornos, despidiendo un aire que avivaba el fuego y era de varias
clases: unas veces fuerte, como lo necesita el que trabaja de prisa, y otras al
contrario, según Hefesto lo deseaba y la obra lo requería".
RELIEVES EN EL ESCUDO RELUCIENTE
A continuación, y según sigue explicando Homero, "El dios puso al fuego
duro bronce, estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo el gran yunque, y
cogió con una mano el pesado martillo y con la otra las tenazas.
Hizo lo primero de todo un escudo grande y fuerte, de variada labor, con
triple cenefa brillante y reluciente, provisto de una abrazadera de plata. Cinco
capas tenía el escudo, y en la superior grabó el dios muchas artísticas figuras,
con sabia inteligencia.
Allí puso la tierra, el cielo, el mar, el sol infatigable y la luna llena; allí, las
estrellas que el cielo coronan...
Allí representó también dos ciudades de hombres dotados de palabra. En la
una se celebraban bodas y banquetes: las novias salían de sus habitaciones y
eran acompañadas por la ciudad a la luz de antorchas encendidas...
La otra ciudad aparecía cercada por dos hirsutos cuyos individuos,
revestidos de lucientes armaduras, no estaban acordes: los del primero querían
arruinar la plaza, y los otros deseaban dividir en dos partes cuantas riquezas
encerraba la hermosa población...
Representó también una blanda tierra noval, un campo fértil y vasto que se
labraba por tercera vez...
Grabó asimismo un campo de crecidas mieses que los jóvenes segaban con
hoces afiladas: muchos manojos caían al suelo a lo largo del surco, y con ellos
formaban gavillas los espigadores...
También entalló una hermosa viña de oro, cuyas cepas aparecían cargadas
de negros racimos".
EL ARTE DE HEFESTO/VULCANO
El relato continúa con la misma carga de lirismo que todo lo hasta aquí
expuesto:
"Representó luego un rebaño de vacas de erguida cornamenta: los animales
eran de oro y estaño y salían del establo mugiendo para pastar a orillas de un
sonoro río, junto a un cimbreante cañaveral.
Hizo también "el ilustre cojo de ambos pies" un gran prado en hermoso
valle, donde pacían las cándidas ovejas, con establos, chozas con techo y
apriscos.
Representó, a continuación, a un grupo de mancebos y doncellas
ejecutando un hermoso baile; éstas llevaban livianos vestidos de lino y aquéllos
se cubrían con hermosas túnicas. Un divino aedo cantaba, acompañándose con
la cítara...
En la orla del sólido escudo representó la poderosa corriente del río
Océano.
Después que construyó el grande y fuerte escudo, hizo para Aquiles una
coraza más reluciente que el resplandor del fuego; un sólido casco, hernioso,
labrado, con la cimera de oro, que se adaptara a las sienes del héroe...
En cuanto Hefesto le entregó las armas a Tetis ésta saltó, como un gavilán,
llevando la reluciente armadura que el ilustre Cojo había construido. Y, así, llegó
hasta el lugar en el que su hijo velaba al compañero muerto. Con gesto
complaciente, le entregó la preciada carga. Las armas labradas produjeron un
ruido metálico que asustó a todos los presentes; excepto al valiente héroe que,
ensimismado, se dispuso a contemplar la reluciente armadura.
UN TRONO CON CADENAS
Hefesto, al sentirse relegado al olvido por su propia madre, buscó la
manera de escarmentar a Hera por haber cometido tan deplorable acción.
Es así como construyó un trono hermoso y reluciente, y tan cómodo, que
incitaba a sentarse a todo aquel que lo mirara. Se lo envió como regalo a su
propia madre y, ésta, al momento se sintió atraída por tan singular sillón.
Se sentó plácidamente y notó sus efectos relajantes; permaneció así, en
actitud meditativa y serena, por espacio indescriptible, y ni siquiera se percataba
del paso del tiempo.
Más, cuando se dispuso a levantarse del mullido asiento, experimentó una
tirantez que la impedía todo movimiento. Al punto comprobó que unas, hasta
entonces invisibles, cadenas la cubrían por doquier y formaban como una
especie de tupida red que la aprisionaba con sus mallas de metal noble.
Hera ensayó todo tipo de tretas y artimañas para librarse de los efectos de
semejante invento. Más de nada le sirvieron; todo su saber resultaba inútil y
vano ante tan insólita situación. Ya estaba pensando en resignarse, mientras
pedía ayuda a los demás dioses del Olimpo, cuando cayó en la cuenta de que
sólo Hefesto/Vulcano era capaz de construir tan sofisticado trono. Pensó que
todo aquello formaba parte de un plan que su propio hijo había urdido para
vengarse de ella. Recordó, entonces, su mal comportamiento para con él y, al
sentirse atrapada, suplicó al resto de las deidades que intercedieran ante
Hefesto/Vulcano para liberarla de tan apretadas ataduras.
EL FRUTO DE LA VID
Antes de acudir al más avisado de los herreros, al "ilustre cojo de ambos
pies", los dioses del Olimpo probaron todos los métodos que imaginarse pueda,
tendientes a conseguir la liberación de Hera.
Todo fue inútil, y ni siquiera el poderoso rayo de Zeus lograba mellar las
cadenas que había fabricado Hefesto/Vulcano. Nadie conocía la aleación de los
metales empleados, ni las proporciones de la mezcla. Y, así, se hacía imposible
cualquier lucubración al respecto y el consiguiente logro de resultado
satisfactorio alguno.
Después de reunirse durante algún tiempo, los dioses del Olimpo
decidieron pedir a Hefesto que regresara a la montaña idílica, de la cual había
sido expulsado tiempo atrás sin miramiento alguno, es decir, de una patada.
Pero Hefesto no aceptó la invitación de las deidades olímpicas, pues
consideraba que no actuaban por propio convencimiento, sino coaccionados —
en su opinión— por la magnitud de los hechos y por el poder que sobre todos
ejercía la protagonista principal. Por lo demás, él sabía que fue ayer mismo, por
así decirlo, cuando se reían de su pinta externa y de su cojera; y, así, decidió no
satisfacer los requerimientos de los dioses del Olimpo.
Entonces, éstos, maquinaron un plan que alcanzaría los resultados
esperados. Decidieron encargar su ejecución a Dionisos, considerado como el
descubridor del vino, quien fue a visitar a Hefesto a su colosal fragua. Este, a
causa del calor que allí dentro hacía, aceptó la bebida que su acompañante le
ofrecía y la saboreo con fruición. Entonces, y según cuentan las leyendas
clásicas, se sintió pleno de euforia y acompañó a Dionisos hasta el Olimpo.
Entró montado sobre un asno y al punto se dirigió al lugar en donde Hera estaba
encadenada y, con sabia mano, soltó todas las ataduras de su reluciente trono,
por lo que la diosa quedó libre de la red y las cadenas, las cuales yacían
amontonadas en el suelo. Madre e hijo vivieron, desde entonces, reconciliados y
en armonía.
UNA RED INVISIBLE
Pero Hefesto/Vulcano tuvo otras experiencias, también dolorosas para él,
relacionadas con hermosas mujeres. Había sido Zeus, el rey del Olimpo, quien le
había dado a Afrodita/Venus por esposa y aunque ésta, en un principio no había
aceptado de buen grado tal decisión — debido a la fealdad y la cojera de su
futuro marido —, no por ello veía con malos ojos al "ilustre cojo de ambos
pies", una vez que ya lo había conocido y tratado.
Mas la belleza de Afrodita no pasaba inadvertida para el resto de los dioses
y, una y otra vez, era asediada por pretendientes egregios. Bien es verdad que la
propia diosa no oponía excesiva resistencia ante ciertas solicitudes. Tal vez fue
el caso de sus amores con Ares/Marte, el cual fue presa de tal obnubilación ante
los encantos de Afrodita/Venus que decidió hacerla su amante y olvidar que era
la esposa del mejor y más trabajador de los herreros que en el mundo, y en la
leyenda, han sido.
Hefesto/Vulcano supo enseguida el engaño de que era objeto por parte de
su hermosa esposa —pues, al decir de los narradores clásicos, era informado al
punto por el Sol que, desde las alturas, todo lo escudriñaba—, y decidió
comprobar por sí mismo hasta donde llegaba tal encandilamiento, y si éste era
pasajero o, por el contrario, tenía trazas de perpetuarse en el tiempo.
Fue de este modo como llegó a sorprenderlos "uno en brazos del otro"; y,
así, ya desde una perspectiva objetiva, concluyó que les daría un escarmiento,
pues no podía soportar tal escarnio con pasividad. Es cierto que los demás dioses
del Olimpo se reían y mofaban en sus propias narices, a causa de la infidelidad
de que era objeto por parte de su mujer, pero esto no le preocupaba lo más
mínimo a Hefesto/Vulcano. Lo que verdaderamente le importaba era la forma de
hallar la mejor manera de escarmentar a los dos amantes. Pero ¿cómo
enfrentarse con Ares/Marte, si era nada menos que el dios de la guerra? Quedaba
claro que retar a su oponente a un combate cuerpo a cuerpo significaba la total
derrota de Hefesto. Había que buscar, por tanto, otro método más hábil y
práctico.
Y fue así como el ingenio del "ilustre cojo de ambos pies" se agudizó en
extremo. Y concibió un plan a su propia medida, lleno de arte e imaginación. A
tal efecto, se dispuso a mezclar metales de diversas propiedades y procedencia.
Con ellos fundidos logró fabricar una red de textura invisible que tenía, no
obstante, el poder de inmovilizar a quienes cayeren atrapados bajo sus
imperceptibles y finas mallas.
Como, en una ocasión, el Sol desde lo alto avisara a Hefesto de la presencia
de Marte y Afrodita en cierto recóndito y escondido lugar, el "ilustre Cojo" fue
allí y arrojó su red sobre ellos. Al punto de quedarse presos por invisibles hilos,
y Hefesto corrió a avisar a todos los demás dioses del Olimpo para que
contemplaran el amancebamiento de ambos amantes. Luego que llegaron al
lugar prorrumpieron en atronantes carcajadas, a la vista de tan febril
espectáculo. Afrodita/Venus sintió tal vergüenza que, en cuanto se vio libre,
huyó de aquel lugar y de aquel amante.
VULCANO ES EL HEFESTO ROMANO
Una serie de fábulas, recogidas a través de los tiempos, y propaladas de
generación en generación, nos muestra la diversidad de leyendas en las que se ha
visto envuelto el dios Hefesto/Vulcano. De entre éstas, acaso la más importante,
debido a lo trascendente de tal hecho, es aquella que atribuye a la célebre deidad
la confección de una especie de muñecos de oro, tan semejantes a los propios
mortales que no pocos, de entre los autores clásicos, los han identificado con los
verdaderos seres humanos y su creación.
Los romanos, no obstante, siguen la tradición griega y consideran a Hefesto
como el dios que ellos apodaban Vulcano, y al que confieren el poder sobre el
fuego.
El propio rayo poderoso de Zeus/Júpiter sería obra de Vulcano. También el
resplandeciente y suntuoso carro del Sol sería obra de tan maravilloso artífice.
Vulcano siempre aparecía, en definitiva, relacionado con el fuego y su poder;
aunque algunos poetas romanos de la época clásica —entre los que se encuentra
Ovidio con su obra "La Eneida"— asocian a Vulcano también con la fuerza de
las tormentas y sus relámpagos, de los volcanes y sus estruendosas erupciones y
de los terremotos y su fuerza destructora. En no pocas ocasiones se le ha
identificado con el mismo Helios/Sol.
No han faltado quienes asociaran a Vulcano con el agua y, en tal caso, se le
reconocía como a la deidad que personificaba las aguas del famoso río Tíber,
que regaba la región del Lacio con su abundante caudal.
Los romanos también reconocían a Vulcano como el dios salvador en
tiempos de conflictos bélicos; lo cual implica que rechazaban la
representatividad de Marte en este campo; y en todo caso estaba considerado
como un dios útil y al que se le veneraba porque se esperaban de él dádivas y
dones relacionados con lo práctico y con lo material. Por ejemplo, era Vulcano
quien tenía capacidad para extinguir un incendio y, también, para provocarlo.
Según de que zona se tratara Vulcano tenía, para los romanos, uno u otro
sentido. Por ejemplo, en las regiones de Lípari, Sicilia y Etruria, era reconocido
como dios del fuego, y como el forjador de hierro que nadie podía imitar.
Habitaba en las mismas entrañas del volcán Etna, y en sus profundidades tenía la
ígnea fragua alimentada con innumerables hornos en los que el fuego
permanecía continuamente avivado.
En algunos de los territorios conquistados por los romanos, por ejemplo en
la Galia, se adoraba a Vulcano también como dios del fuego, y como
personificación de los volcanes, los rayos y la luz enceguecedora de Helios/Sol.
Lo cual indicaría, en todo caso, el mahometismo de los vencidos respecto a los
conquistadores de sus territorios.
HEFESTO/VULCANO EN EL ARTE
La iconografía de la deidad que estamos considerando, y de ello hay
suficientes pruebas, representa a Hefesto/Vulcano casi siempre con una figura en
la que su cojera no aparece por ningún lado. Hasta el punto de que las primeras
manifestaciones artísticas del dios pueden dar lugar a confusiones; ya que éste
aparece con la figura de una persona llena de fortaleza y con el rostro, por lo
general, cubierto de luenga barba. En sus manos suele portar unas tenazas
enormes o un martillo pilón.
En otras ocasiones, sus atributos también suelen ser el yunque y el fuego;
así aparece en algunas de las pequeñas esculturas de bronce que se conservan en
los museos de Berlín, Londres y el Vaticano.
Otra de las representaciones más frecuentes de Hefesto/Vulcano es aquella
en la que aparece relacionado con las cráteras, o enormes ánforas, que contenían
el dulce néctar reservado a los dioses del Olimpo. También, en ocasiones,
aparece representada la escena en la que Hefesto/Vulcano se dirige al Olimpo:
su figura aparenta cierta alegría debida al vino que le ha ofrecido Dionisos.
Con todo, la más conocida representación de Hefesto/Vulcano es aquella
que aparece en el famoso cuadro de Velázquez — y que se conserva en el Museo
del Prado de Madrid — titulado "La Fragua de Vulcano". En el conjunto puede
observarse cómo Helios/Sol informa al "ilustre Cojo" acerca de la infidelidad de
su esposa Afrodita.
Entre los griegos era muy común representar a Hefesto en sus monedas. Y
se le adoraba en algunas de las ciudades más descollantes de aquellos tiempos.
En la región de Meandros, por ejemplo, se le invocaba en los diferentes cultos y
se hacían procesiones en su honor. Otros centros importantes en los que se
adoraba al dios Hefesto/Vulcano eran las regiones del Olimpo.
Atenas y las islas Lípari. La moneda acuñada con su efigie provenía de
algunas de estas ciudades.
A veces, también ha aparecido la deidad que estamos considerando
mencionada en inscripciones relacionadas con los famosos Misterios y, puesto
que la isla de Lemnos es citada en las obras de Homero como uno de los lugares
en los que Hefesto moró y amó, se dice que allí fue en donde más arraigo tuvo
su culto.
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