martes, 2 de abril de 2019

Hablemos de follets

Será algún duende o será alguna doncella en pena que es lo mismo.
LOPE DE VEGA:

Dineros son calidad
ELS «FOLLETS» DE CATALUÑA
Aspecto, costumbres y hábitat

Este geniecillo, más pequeño que los trasgos y los duendes, está extendido en
torno a la costa mediterránea, siendo conocido en Cataluña, islas Baleares,
Levante y sur de Francia como «follet» y en Italia como «folleti». La tradición sobre
su existencia está más viva en la parte septentrional de Cataluña, donde la gente tiene
noticias puntuales, a veces de primera mano, sobre la actuación de este ser invisible,
aunque Constantino Cabal escribía en 1931 que «ya apenas se le recuerda, ya está la
tradición tan apagada en tierras de Cataluña que no guarda el más mínimo detalle
acerca de tan mínimo sujeto». Se equivocaba.
Se cree que, originariamente, los follets vivían en populosas y hermosas ciudades
construidas debajo de los dólmenes aprovechando su poder y energía. Cuando, miles
de años después, las metrópolis élficas fueron perdiendo poder, tuvieron que
abandonarlas y trasladarse al campo, vinculándose cada vez más a los seres humanos.
Parece clara su procedencia pagana, pues, según se recoge en algunas tradiciones, la
llegada del cristianismo y, en concreto, el toque vespertino del Avemaría le perjudicó
grandemente; que cuenta así que, en cierta ocasión, varios follets intentaron, sin
conseguirlo, paralizar los tañidos de las campanas de la torre de una iglesia. Su unión
con los hombres ha sido tan exitosa que ya difícilmente pueden ser expulsados de una
casa ni con agua bendita, ni con ningún tipo de exorcismo, y de hecho se ríen con
frecuencia de la Iglesia, que es objeto de sus bromas.
Alegres y divertidos, no conocen dueño y se lo pasan bien molestando a las
mujeres mientras hilan, dañando los utensilios de las casas y esparciendo objetos por el suelo.
Su gusto por el escándalo es bien conocido, como ocurrió con el follet que se
quitó los pantalones delante de unas viejas y luego se alejó riendo por la chimenea, o
los sospechosos tocamientos, transformados a veces en palizas, que efectúa durante
las noches a algunas mujeres, estas inclinaciones por el sexo femenino son
características de follets (incluidos los barrugets), a diferencia de los trasgos y los
duendes. Lo único que les asusta son las armas de acero, bastando un cuchillo de
cocina para que huyan despavoridos. El hierro, recordemos, es un poderoso amuleto
al que siempre han tenido mucho respeto y miedo los habitantes del «mundo de las
Hadas» en todas las partes.
Una característica común de los follets y de la mayoría de los geniecillos
domésticos, es la posibilidad de que cambien su forma de actuar y, dejando de ser
unos traviesos, se conviertan en eficaces y hábiles trabajadores. Este sorprendente
hecho suele suceder cuando los habitantes de la casa han soportado con paciencia sus
molestias. En general, los «elementales» respetan a los hombres serenos y cabales
que retienen sus ganas de vengarse de ellos. Si un follet se hace amigo de un humano,
le ayudará en sus tareas domésticas, a que paste pacíficamente el ganado, ordenará la
casa, terminará los trabajos incomp1etos, en fin, resolverá sus problemas en lugar de
creárselos.
Algo muy propio en el follet catalán es que gusta de que, en la casa que ha
elegido para vivir, todos trabajen. Si observa que alguna «minyona» se va a la cama
sin haber terminado su tarea doméstica (recoger los cacharros, fregar los platos,
barrer, etc.), por la noche le estira los pies, le cosquillea y, si se tercia, le da una buena
paliza, hasta el punto de que al levantarse al día siguiente se encuentra dolorida,
ojerosa y muy enfadada. Es célebre la coplilla en relación a lo dicho:
A toc d’oració
les minyones a recó
perqué corren el follet
¡El girafaldilles,
que dona surres
a les fadrines!
En S’Agaró (Girona) llega incluso a esquilar a las cabras y trenzar las crines y
colas de los caballos con tal maña que los campesinos, ante la imposibilidad de
deshacerlas, se veían obligados a esquilados. En el alto Ampurdán se dice que nada
corre más que un caballo con un follet escondido entre sus crines.

Follet. Forzoso es reconocer que los
follets no pueden ser tan tontos como
a veces se les pinta, ya que están
considerablemente extendidos por
toda la Europa mediterranea. Además,
no son malos chicos y es posible
granjearse su confianza y contar con
ellos como eficaces colaboradores en
las tareas del hogar.












El follet catalán jamás abandona a la familia, pues, a pesar de todo, es un espíritu
que la protege aunque ésta cambie de casa. Se le atrae colocando en la ventana un
plato de miel, pasteles, frutas o golosinas. Pero si lo que se quiere es evitar que entre
en la casa, se colocará un plato con granos de mijo. Al volcar el plato, intentará
recoger el grano derramado, tarea imposible al tener la palma de la mano izquierda
agujereada, igual que ocurre con el trasgu de Asturias.
Los follets no miden más de treinta centímetros y son de tez amarillenta, aunque
algunos no tienen un aspecto muy diferente al de los humanos. Visten ropas de
colores vivos, parecidas a las de los bufones de la Edad Media, y, a veces, con
estampados romboidales como los de los arlequines. Usan siempre un sombrero con
cascabeles, al igual que los tardos.
Como los follets, en el fondo, no son tan malos, los payeses tratan de no hacerles
ningún daño, especialmente en ciertos días en que se limpian con esmero las cenizas
de la chimenea, porque en esa noche los follets, ya usualmente bullangueros y
juerguistas, arman la de San Quintín cuando se ven despojados de tan gratas cenizas,
que durante tanto tiempo les ha servido de cobijo.
En la provincia de Barcelona, en concreto en la comarca del Lluqanés, cada
familia de payeses tiene su follet protector, que cada noche da una vuelta por la casa
para comprobar que todo está en perfecto orden. Vigila el ganado y, al ser tan
pequeño, vive esencialmente entre las cenizas del hogar —«llar de foc»—, por esta
razón, la ceniza de la chimenea se mantiene siempre a lo largo de todo el año, para no
molestar a este duendecillo que aunque no logran verlo, saben o sienten que está allí.
Sólo se limpia la chimenea el día de Pascua, ya que también para el follet es fiesta
religiosa y campea por todas las habitaciones de la casa celebrándolo. En otras

comarcas realizan este ritual la víspera del día de Todos los Santos.
Los follets de la comarca de la Garrotxa (Girona), además de recorrer cada noche
el hogar para dar su «visto bueno» y luego cobijarse en la chimenea, suelen jugar con
una pequeña piedra, que para él tiene una importancia capital —desconocemos el
motivo—, pues es su tesoro particular, a modo de amuleto, guardándola, cuidándola,
mimándola… de tal forma que los habitantes de la casa deben cerciorarse que el
follet no extravíe nunca su piedra mágica porque, de ser así, su humor cambia de tal
manera que podría maldecir a la casa, a la familia y al ganado.
En la localidad de Falset (Tarragona), la palabra «follet» está tan arraigada que
sirve también para designar a los niños de pequeña estatura. En algunas zonas de
Girona, creen que el follet se encarna en una especie de gallina, y dicen que la mejor
defensa contra ellos es rociar con agua bendita el lugar por donde suelen entrar.



Follet catalán
Uno de los tamaños diminutos que preferentemente adopta el follet catalán en sus manifestaciones ante los
humanos.
El investigador Apeles Mestres los considera invisibles, incoloros e impalpables,
o sea, invariablemente, como todos los de su especie, cuando les da por pasar

desapercibidos, lo cual supone un impagable alivio para la María de turno que sufre
sus acosos.
Este mismo autor nos pone sobre la pista de un personaje enigmático y del que
apenas tenemos datos. Nos dice que con el follet solía andar el «Fantasma», cuya
figura ya nadie recuerda, y debió ser un personaje inofensivo e infeliz, que le seguía a
todas partes, teniendo como papel el de simple pasmarote, una especie de Juan Lanas
que ni pinchaba ni cortaba. Para Constantino Cabal, este «fantasma» debió ser un
fauno mitológico de los bosques, y el hecho de que los ancianos lo asocien con el
follet se explica porque hubo un tiempo en que se confundieron las hazañas de uno y
otro, permaneciendo en la memoria las de este último personajillo. Cabal hace
corresponder a este «Fantasma» catalán con el «Busgosu» asturiano.
Nosotros no compartimos ninguna de estas dos opiniones y pensamos —puesto
que no existen datos concretos sobre ese supuesto ser— que se trata más bien de la
otra acepción de la palabra duende, cual es la de fantasma, que en alguna tradición
local, lejana en el tiempo, en lugar de confundir estos dos términos en un solo
personaje (como ha ocurrido en otras zonas) se le diferenció en dos, representando el
fantasma la contrafigura del follet en su vertiente pacífica, mansa y bonachona, de ahí
que siempre vaya asociado a este duende doméstico y nunca como una figura
independiente con personalidad propia.
El follet y los vientos
En determinadas zonas de Cataluña se le considera generador de un extraño viento
que se hace muy molesto. En la comarca del Pallars, se denomina «Fullet» a un
viento muy fuerte que sopla durante los meses de noviembre y diciembre, arrancando
tejas y doblando árboles.
Sin embargo, en Ribera de Cardós (Lleida) se llama «Fulet» o «Folet» a un
torbellino de viento. En el valle de Aneo, al viento que ondula los campos de trigo le
denominan «follet», y en Campelles (Girona), afirman que «el follet es un mal esperit
que va amb el vent». Por último, en la comarca gerundense de Olot, se suele decir
que el «follet no falta nunca en los remolinos de viento».
En este sentido, el follet es considerado como un espíritu del viento, similar al
«ventolín» de Asturias, bajo la creencia popular que consideraba al torbellino como
un ser sobrenatural.
ELS «FOLLET» DE LEVANTE
Bubotas y Cerdets

En toda la región valenciana, desde el Maestrazgo, en el noroeste de Castellón, hasta
la Vega Baja del Segura, en el sur de Alicante, los seres sobrenaturales reciben
diversos nombres. El problema está en que suelen confundir a los duendes con
fantasmas, ánimas en pena y con cualquier otro tipo de aparición que se salga de lo
corriente, siendo muy frecuente atribuir a unos lo que les correspondería a los otros.

La gran riqueza de términos que tienen para designar a estos seres se pone de
manifiesto, por ejemplo, en la palabra fantasma, que aquí recibe el nombre de
«Bubota», aunque, por deformación o simples modismos locales, adquiere otras
variantes como «Buberota» o «Buberotes» (en Jávea, Jalón, Sagra y otros pueblos de
Alicante), «Bumberota» o «Bumborata» (en Facheca o Teulada), «Momorta» o
«Momorates» (en Parcent o Castell de Castells), «Mumerota» o «Mumerotes» (en
Busot o Xijona), «Musserota» o «Musseroto» (en Torremanzanas o Sella),
«Marmoto» (en Muro o Bañeres), etcétera.

En realidad, las «bubotas», como ocurre también en las
islas Baleares, son los fantasmas de sábanas, es decir,
fantasmas de pacotilla, los cuales, más que verdaderos
ectoplasmas, son figuras animadas por auténticos
«plastas», bromistas disfrazados, contrabandistas en el
mejor —o peor— de los casos y, en general, por gentes de
un discutible sentido del humor. Esto, al menos, es la
imagen externa y desmitificadora de las «bubotas», aunque
el pueblo sabía bien que no siempre eran tan explicables
ciertas apariciones y «presencias», que se salían de lo
estrictamente natural, convirtiéndose la «bubota» en una
palabra de doble sentido.
Por lo que se refiere a los duendes, propiamente dichos,
su nombre genérico es follets, como igualmente se les
designa en Cataluña y Baleares, sin olvidar que a veces emplean las palabras
«Duendo», «Donyet» o «Cerdet» para designar al mismo ser.

El Cerdet, conocido sobre todo en las localidades alicantinas de Relleu y
Torremanzanas, es una especie de duende callejero que actúa por la noche. Se monta
en la grupa de las caballerías agarrado fuertemente a sus crines y, con cara de
indignación, va dando desgarradores aullidos que dejan boquiabiertos y con los pelos
como escarpias a los viandantes que presencian esta aparición.
Apenas hay datos sobre él, pero esta preferencia por los equinos le emparenta con
los follets del Ampurdán Donyet donde ya comentamos que nada corría más que un
caballo con un follet entre sus crines. Al Cerdet se le menciona, por lo general,
cuando ocurre una aparición nocturna.
Els follets de Almudaina
Nos transmite esta leyenda Francisco Seijó Alonso, cuya acción está ubicada en este
pueblo alicantino y donde se muestran dos características que son comunes a los
duendes o follets: les disgusta, por un lado, que les regalen ropas y el ser
considerados meros sirvientes domésticos (como también ocurre con el Frailecillo), y,
por otro, van detrás de los habitantes que pretenden abandonar el hogar.
En el pueblo de Almudaina, de todos era sabido que los duendes penetraban por
la noche en las viviendas, deslizándose por la chimenea. Lo que las gentes no podían
dilucidar era el porqué en unos hogares les daba por hacer el bien y en otros todo lo
contrario.
Entre los agraciados figuraba un matrimonio, ancianos ya, Rafael y Antonia, cuyo
hogar era protegido por los duendes. Por la mañana, la mujer hallaba las faenas de la
casa realizadas, incluyendo el amasado del pan, tarea dura para su edad.
Agradecidos a los visitantes nocturnos y deseosos de conocerlos, dijo el hombre:
—Chica, podríamos levantarnos de la cama y ver ahí.
Pasada la medianoche, se levantaron sigilosos y, a través de la puerta entreabierta, pudieron comprobar
que los vestidos de los follets que trajinaban en la cocina estaban raídos y sucios, dando pena verlas.
Vueltos a la cama, tomaron la determinación de adquirirles unos hábitos nuevos, en el deseo de tener
contentos a sus benefactores, aunque para ello se vieran precisados de vender parte de la cosecha que
guardaban para el sustento diario, por lo que a la mañana siguiente se trasladaron a Alcoy, de donde
volvieron con las prendas.
Por la noche colgaron los hábitos en las perchas de la arcada del muro central de la casa, allí donde el
dueño o los visitantes colgaban los bastones.
Estaban seguros que los duendes, agradecidos, no sólo proseguirían en las labores de la casa, sino que,
¡quién sabe!, las ampliarían a las duras faenas de la cuadra y corrales.
Pero la reacción duendil fue totalmente contraria a la interpretación del sentir de los ancianos, pues,
apenas advirtieron la presencia de las nuevas prendas, manifestaron disgustados que no querían ser meros
criados de aquellos que deseaban cambiar su fisonomía, emprendiéndola a bastonazos con ollas, sartenes y
toda clase de utensilios que hallaron en la casa.
Molestos y temerosos ante tal destrozo, un sábado, al anochecer, recogieron lo más esencial y lo
cargaron en el carro, partiendo hacia el exilio. Al llegar a las afueras del pueblo, la mujer se apercibió que
había dejado olvidada la paella. Dijo:
—¡Ay chico, ya nos hemos dejado la mejor paella que tenemos! ¡Vete a buscarla!
Entonces, a su lado, la voz de uno de los duendes les gritó:
—La porte jo! (¡La llevo yo!).
Y los ancianos, resignados, viendo la imposibilidad de librarse de la compañía de los traviesos
espíritus, dan la vuelta al carromato y se dirigen de nuevo al pueblo, diciendo:
—Tornem, que igual tenim! (¡Volvamos, que igual da!).
Tuvieron, pues, que aguantar sus tropelías hasta que aquéllos se cansaron y se fueron a molestar a otros
vecinos.
Esta versión, posiblemente, está basada en una anterior del escritor Francés
Martínez y Martínez, relatada en Coses de la meua terra (Valencia 1912), donde
cuenta que en una casita en el campo, habitada por un matrimonio humilde, vivía éste
en compañía de un Duendo que los acosaba con sus maquinaciones y destrozos. Pero
este Duendo tenía una debilidad: le gustaban los cedazos, y esto hacía que se
malgastara en la casa gran cantidad de harina. El matrimonio resolvió al fin mudarse
de casa, pero en silencio, para que no se enterara tan indeseado huésped. Fueron
recogiendo sus trastos y los pusieron en el burro; cuando recorrieron cierto trayecto,
advirtió la mujer:
—¡Ay, se nos quedó el cedazo! Marido, anda a ver si lo encuentras y entonces se oyó una vocecilla
entre los bultos:
—¡porte jo!
Els Donyets
Son duendes domésticos originarios de Valencia. Al igual que los follets, con los que
están emparentados muy directamente, tanto por su aspecto físico como por sus
payasadas, siempre están moviéndose de un lado para otro. No paran de hacer
trastadas y son casi tan inquietos como los Sumicios. Les encanta la oscuridad y
solamente actúan por la noche.
Se cuenta en Torrent (Valencia) que un Donyet llegó a cambiar de sitio todos los
cacharros de la despensa de un campesino, y además hizo la gracia de poner las
alubias en el cacharro de los garbanzos y el pimentón en el de la sal.
Como hemos dicho, son muy similares a los follets, siendo, no obstante, su
vestimenta distinta. Llevan faja en lugar de cinturón y utilizan chaqueta. La cabeza la
coronan con un pañuelo con un cascabel en la punta.
El duende de la ópera (Valencia)
En la ciudad de Valencia también hay registrado un caso de apedreamiento misterioso
en un local público, en concreto en el Teatro de Verano de la Gran Vía el 13 de agosto
de 1935 (un año después de los sucesos del duende de la hornilla de Zaragoza).
A partir de esa fecha comenzaron a caer piedras sobre los camerinos donde se
vestían las vedettes del espectáculo. La monumental pedrea continuó durante cuatro

noches sin que nadie supiese ni el motivo ni el origen de las mismas. El señor Selver
resultó herido levemente por una de las piedras, lo cual contradecía lo que algunos
parapsicólogos y metapsiquistas de la época habían mantenido firmemente: que los
pedruscos de un poltergeist jamás hieren a una persona, aunque sí les puede pasar
rozando. Como único dato sobre su autoría tenemos el testimonio de una chica del
conjunto «La Maragual» que, cuando se dirigía a su camerino, sintió sobre su espalda
un escalofrío debido a una fuerte corriente fría y en ese momento vio cómo se
reflejaba sobre un espejo cercano una inquietante sombra luminosa.
El caso quedó cerrado por la policía cuando los fenómenos cesaron súbitamente.
Los parapsicólogos también le dieron carpetazo, diciendo que fue un caso más de
«paralitergia».
ELS FOLLETS DE BALEARES
Los dos aspectos del follet
Estos follets, para algunos estudiosos, son unos duendes ibicencos parecidos más a
los espíritus familiares, en el sentido de que, en vez de asociarse a una casa en
concreto, se asocia a una persona que ejerce de dueño, teniendo pocas semejanzas
con sus parientes catalanes.
En las islas Baleares también existen otros duendes y familiares, con
características propias, que son estudiados en otras partes del libro, como son los
barruguets, los dimonis-boiets y los fameliás.
El follet es benigno (a diferencia de su «amiguete» el barruguet), dotado de
grandes poderes y muy obediente.
En Ibiza ha permanecido la expresión equívoca de «té follet» refiriéndose, en el
caso que nos ocupa, a alguien muy nervioso, inquieto y movedizo, como si tuviera el
baile San Vito. El folclorista Antoni María Alcover recogió a principios de siglo
algunos testimonios de este duende. Quien tenía la suerte de poseer un follet lo
guardaba dentro de un zurrón o macuto de piel de gato o de foca, pero dado la vuelta,
es decir, con el pelo en el interior, aunque desconocemos la causa. Su dueño, gracias
a la intercesión del follet, quedaba investido de un extraño poder que le permitía
ejecutar cualquier acción: podía tomar instantáneamente cualquier forma física,
desaparecer y aparecer a su antojo o emprender un vuelo, moviéndose con la
velocidad del viento. El follet, cuando descansaba, prefería dormir en una talega de
piel de chivo antes que en cualquier otro lugar.
Sin embargo, para el escritor Michel Ferrer, el follet no designa a un duende, sino
a un poder sobrenatural, y era creencia popular que dicha gracia era otorgada por los
curas, a quienes se dirigían las personas que pretendían tener esos poderes brujeriles
en busca de las fórmulas mágicas para la obtención de los mismos. Si conseguía tener
«follet», es decir, el don de poder volar y volverse invisible para poder viajar, se
convertía entonces en un «bruixot» (brujo) y pasaba a ser temido por su pueblo con
una mezcla de cierta admiración.
No obstante, en Mallorca, cuando alguien buscaba algo que solía tener a mano y
que de forma súbita había desaparecido, sin que hubiera manera de encontrarlo por
más que se buscara, se decía: «¡Baud tengut follet!», que significa que aquella cosa,
misteriosamente, desapareció sin saberse por qué (las mismas atribuciones tienen los
«Sumicios» asturianos y gallegos).
El barruguet
Este personajillo sólo es conocido en la isla de Ibiza y, por lo tanto, es aquí donde
hace sus fechorías; excesivamente molesto o demoniaco, tan sólo está a gusto
«chinchando» a los seres humanos.
Antoni María Alcover decía que el barruguet disfrutaba en hacer rabiar y
martirizar a las mujeres de la casa y que siempre estaba nervioso y medio
enloquecido.
Respecto a su aspecto físico, decir que sus brazos son muy largos,
desproporcionados para la estatura de enano que tiene, aunque muy fuertes, con una
barba de chivo y una voz ronca y hombruna.
Mariano Planells equipara a este duende con el semidiós cartaginés Bes, según
estatuillas y terracotas halladas en Ibiza, tanto en su físico como en sus costumbres,
pues éste era de reducidas dimensiones, barbudo, perverso y lascivo, aunque el
barruguet, todo hay que decirlo, es más recatado.
Según las leyendas, los refugios de los barruguets solían ser las necrópolis
púnicas del «Puig des Molins» y «Portal Nou», en las murallas. También se solían
albergar en las norias, molinos, cuevas, oquedades, agujeros de las paredes, pozos y
cisternas, siendo una de sus diversiones favoritas esconderse en el interior de un pozo
y agarrarse fuertemente al cántaro con que sacaban agua, impidiendo que la mujer
pudiera subirle. Existía un antídoto infalible para neutralizar a este diablillo, aunque
tan sólo por unas horas, que era darle de comer una «llesca» (corte de pan completo)
de pan con queso y dejárselo cerca del pozo, ya que por la noche el hambriento
duende se lo zamparía de un tirón y dejaría en paz a la familia, tanto para poder sacar
agua como para dejarles dormir.
Se cuenta el caso de una familia del pueblo de San Lorenzo que, molesta por la
presencia de un barruguet, se negó a ofrecerle su manjar de queso y leche, y esto les
costó muy caro, pues a partir de ese momento nunca más pudieron sacar agua de la
cisterna ni tan siquiera para sus mulas, ya que cada vez que éstas se acercaban al
abrevadero, unas manos invisibles agitaban unas ramas de pino delante de los ojos de
los animales, espantándolos al instante.

También el barruguet tiene la mala costumbre de seguir a sus «víctimas» humanas
allá donde vayan, como también hacen sus parientes los trasgos y los follets. Es fama
que en una casa de Santa Gertrudis, cuyos dueños se habían cambiado de hogar,
hartos de sus duendes, al hacer el recuento de las cosas traídas a su nueva casa,
recuerdan que les falta la mecha para el candil de aceite, cuando aparece súbitamente
el barruguet encima de su cama, diciéndoles: «No tenéis que preocuparos, como nos
cambiamos todos de casa, he pensado que lo mejor es que guarde yo la mecha y así
por las noches seré yo quien os encienda el candil en el nuevo hogar».
Otro tipo de trastadas o «barrugadas» consisten en que, si las mujeres cosen, les
esconden las tijeras, o les esparcen las agujas; hacen llorar al niño en la cuna, tiran
ceniza o sal en la olla del guisado, cambian las cosas de sitio y siempre están en
continuo movimiento. El barruguet aparece y desaparece como un relámpago y se
puede transformar en figuras grotescas, así en forma de un cabritilla que, si se le
tomaba en brazos, podía alargar varios metros las piernas, aumentar su peso o el
tamaño de sus ojos, con lo cual el susto del que lo mecía era inusualmente terrorífico.
Pero también el barruguet es ambivalente, puesto que no siempre hace diabluras,
sino que, a veces, se manifiesta como un franco colaborador. Así ocurrió en Cana
Pujola, donde en pocos minutos uno de ellos fue capaz de recoger la leña necesaria
para cocer el pan y de guardar varios rebaños a la vez. De ahí que, en sus peligrosas
hazañas, se le suela confundir, a nuestro parecer, con un «fameliá», es decir, con un
diablillo familiar, también originario de Ibiza, que no abulta más de una uña y es
capaz de hacer verdaderas proezas, y del que hablaremos más adelante. Muchos
campesinos, sabedores de las portentosas facultades de los barruguets, pretendían
cazarlos y domesticarlos y para eso se dirigían, la noche entre el Jueves y Viernes
Santo, bajo los arcos del Pont de Sa Taulera (Carretera de Sant Joan), donde había
unos montoncitos de arena finísima en forma de círculos concéntricos. Clavando el
dedo índice en el centro exacto, se recogía un puñado de arena que al momento se
filtraba, quedando dentro de la mano una especie de mosca sin alas que hacía unas
inaguantables cosquillas. Si el cazador superaba este terrible cosquilleo, ya tenía en
su poder un barruguet, aunque, insistimos, esta leyenda creemos que no es más que
una malformación de la captura de un fameliá, ya que con esas características, sobra
decirlo, de duende tiene muy poco.
El caso del barruguet de San Lorenzo
Michel Ferrer nos transmite el delicioso cuento de una campesina que bajaba a la
ciudad, montada en su burra, cuando oyó el llanto de un bebé a la vera del camino. Se
apeó y recogió al niño, que, al no cesar en sus lloros, obligó a la mujer a ofrecerle el
pecho para mamar. Pero al cabo de un rato de succionar, a la buena mujer se le antojó
que, además de mamar, aquel niño también mordisqueaba con extraña pericia, cosa
que le pareció rarísima. Exploró la boca del recién nacido y cual sería su sorpresa al
des cubrir que tenía una perfecta dentadura. La buena mujer exclamó:
—Tens dentetes.
Y el barruguet, agitado y divertido, le contestó:
—¡Tenc dentetes i dentasse, per menjar faver y favasses!
Frase de difícil traducción (tengo dientes y dentazas, para comer habas y
habazas), con la salvedad del doble y equívoco sentido: el haba también designa en
Ibiza al glande del órgano genital del hombre.

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