martes, 2 de abril de 2019

VASILISA LA HERMOSA

En un reino cuyo nombre no hace al caso vivía un mercader que, habiendo sido casado
doce años, tenía una sola hija, á quien llamaban Vasilisa la Hermosa. Cuando su madre murió
no contaba más de ocho años; y hallándose la esposa del mercader en su lecho de muerte,
llamó á su hija y, sacando una muñeca que tenía debajo de la almohada, diósela, diciendo:
—Escucha y presta mucha atención á lo que voy á decirte, hermosa Vasilisa. No olvides
jamas estas mis últimas palabras y obedece mi postrer mandato. Voy á morir, y en esta hora,
juntamente con mi bendición, voy á darte la muñeca que ves. Guárdala siempre á tu lado; no
la enseñes nunca á nadie; y cuando te ocurra alguna desgracia, da de comer á la muñeca y
pídele consejo. Apenas haya comido, te proporcionará un remedio para tus males.
Dicho esto, la madre besó á su hija y exhaló el postrer aliento
Después de morir su esposa, el mercader llevó luto largos días; mas al cabo de algún
tiempo empezó á pensar en casarse otra vez. Era hombre de recursos y no se proponía buscar
una muchacha joven; de modo que fijó su elección en una viuda, mujer algo entrada en
años y que tenía dos hijas, poco más ó menos de la misma edad de Vasilisa. Esta viuda me
recio la elección del mercader, particularmente porque era muy hacendosa y ademas madre
muy experta.
Al poco tiempo efectuóse la boda; pero muy pronto pudo conocer el pobre que la viuda
no sería una buena madre para Vasilisa, la cual fué desde luego objeto de envidia para su
madrastra y sus hermanastras á causa de su extremada hermosura. Por esto la atormentaban
cuanto les era posible, abrumándola de trabajo, á fin de que se adelgazara y perdiese en
lo posible su belleza. Tanto hicieron, que la vida llegó á ser una carga pesada para la pobre
Vasilisa, la cual, sin embargo, lo sufrió todo con resignación, aumentándose sus encantos
cada día más, mientras que la madrastra y sus hijas enflaquecían y perdían su buen aspecto
por efecto de su misma envidia, pues casi siempre estaban mano sobre mano.
Pero ¿cómo sucedió esto? La muñeca fué la que ayudó á Vasilisa, pues sin ella la hermosa
joven no hubiera podido resistir á tanto trabajo. Vasilisa no quería nunca comer toda su
parte de alimento; siempre guardaba la mejor para su muñeca; y por la noche, cuando todos
descansaban, encerrábase en el reducido cuarto donde dormía y acariciaba á su muñeca,
diciéndole:
—Toma, come lo que quieras y ayúdame en mi tribulación. Vivo en la casa de mi padre
sin saber lo que es un recreo; mi infame madrastra hace lo posible por arrojarme del mundo
blanco. Dime cómo podré conservar la vida y qué debo hacer.
La muñeca comía, después daba sus consejos á la joven, consolábala en su tristeza, y al
día siguiente hacía todo el trabajo que se ordenaba á Vasilisa, de modo que ésta podía descansar
tranquilamente, ó ir á coger flores, segura de encontrar su tarea hecha cuando volviera:
las camas levantadas, las habitaciones barridas, la comida preparada y en la estufa un buen
fuego. Ademas, la muñeca dio á conocer á Vasilisa ciertas yerbas para que su tez no quedase
curtida por el sol. Vasilisa y_su muñeca vivían así juntas y felices.
Trascurrieron algunos años, y ya la joven llegó á tener la edad suficiente para pensar en
casarse. Todos los jóvenes de la ciudad que podían tomar estado hacían sus ofrecimientos,
pidiendo la mano de Vasilisa, sin que nadie se ocupase de las hijas de la madrastra, á las
cuales ni siquiera miraban, lo cual bastó para que ésta se enfureciera más y contestara á los
pretendientes:
—No permitiremos que la hija más joven se case antes que las mayores.
Y cuando los pretendientes se retiraban, aquella mala mujer solía pegar á Vasilisa para
desahogar su cólera.
Ahora bien: sucedió que un día el mercader tuvo precisión de ausentarse por mucho
tiempo á causa de sus negocios, y entonces la madrastra se mudó á otra casa, cerca de la cual
extendíase un espeso bosque, donde había una choza, vivienda de una Baba-Yaga que nunca
dejaba acercar á nadie y devoraba á las personas como si fuesen pollos. Cuando se halló en
su nueva casa, la esposa del mercader adoptó la costumbre de enviar diariamente á la aborrecida
Vasilisa con un pretexto ú otro; pero la joven volvía siempre sana y salva, pues su
muñeca le enseñaba el camino, no permitiendo que se acercase á la choza de la Baba-
Yaga.
Llegó el otoño. Una tarde la madrastra dio su tarea á las tres jóvenes: encargó á una
hacer lazos, á otra remendar calcetines, y á Vasilisa hilar; después apagó las luces de toda
la casa, dejando sólo encendida una vela para que las jóvenes trabajasen, y se fué á la cama.
Al poco tiempo fué preciso despabilar la vela, y una de las hermanastras cogió las despabiladeras,
como para cortar el pábilo; pero en vez de hacerlo así, y en cumplimiento de las órdenes
de su madre, apagó la luz, pretendiendo que lo había hecho involuntariamente.
— ¿ Cómo nos arreglamos ahora ? dijeron las jóvenes. No hay ni siquiera una chispa de
fuego en el hogar, y aún no hemos concluido nuestra tarea. Será preciso ir á casa de la Baba-
Yaga á pedir una luz.
— Con mis alfileres veo bastante, dijo la hermanastra que estaba haciendo lazos. Yo
no iré.
— Ni yo tampoco, dijo la que estaba remendando calcetines, pues con las agujas veo lo
suficiente.
— Vasilisa, es preciso que vayas á buscar luz, dijeron ambas á la vez.
Y empujaron á Vasilisa fuera de la habitación.
La joven corrió á su cuarto, dio de comer á la muñeca y le dijo:
— Come bien, muñeca, y escucha lo que voy á decirte. Me hallo en un gran apuro, porque
me envían á pedir luz á la Baba-Yaga, y ésta me devorará.
La muñeca comió tranquilamente y sus ojos comenzaron á brillar como dos bujías encendidas.
— Nada temas, Vasilisa, le dijo. Puedes ir á donde te envían; pero no te separes nunca
de mí, pues mientras yo esté contigo no te hará daño alguno la Baba-Yaga.
Vasilisa se arregló, puso la muñeca en su bolsillo, santiguóse y marchó al bosque.
La joven iba temblando. De improviso aparécese á su lado un jinete blanco, que viste un
traje blanco también; del mismo color son el caballo y sus arneses. En aquel momento comenzaba
á rayar la aurora.
Un poco más lejos aparécese un segundo jinete rojo; su traje, su caballo y los arneses
de éste son rojos también. En aquel instante comenzaba á salir el sol.
Vasilisa siguió andando toda la noche y todo el día siguiente, y hasta la caída de la tarde
no llegó al claro donde estaba la choza de la Baba-Yaga. La cerca se componía de huesos
humanos, y sobre ella veíanse cráneos de hombres que conservaban aún sus ojos; piernas
humanas servían de contrapeso en las puertas; los cerrojos eran brazos cortados, y en vez de
cerradura había una boca armada de agudos dientes.
Vasilisa experimentó un profundo terror y se detuvo, como si sus pies hubiesen echado
raíces.
De improviso apareció un tercer jinete negro, cuyo traje y caballo.eran del mismo color.
Avanzó hacia la choza de la Baba-Yaga y desapareció de pronto, cual si se lo hubiese tragado
la tierra. En aquel momento cerraba la noche; pero la oscuridad no se prolongó mucho,
porque los ojos de todos los cráneos de la cerca comenzaron á brillar y todo aquel espacio
del bosque se iluminó como cuando resplandece el sol. Vasilisa temblaba y no se atrevía á
moverse, por no saber hacia dónde dirigir sus pasos.
Poco después oyóse en el bosque un espantoso rugido; los árboles crujieron, las hojas
secas se arremolinaron y de una espesura salió la Baba-Yaga, montada en un mortero, y
adelantóse hacia la puerta de la choza, donde se detuvo, exclamando después de husmear un
poco:
— ¡ Uf, uf! aquí huele á carne rusa. ¿Quién ha venido?
Vasilisa se acercó, temblando de miedo, inclinóse y dijo:
— Soy yo, buena mujer; mis hermanas me envían para que me deis una luz.
—Muy bien, contestó la Baba-Yaga; ya las conozco. Si te quedas un rato aquí conmigo
para,hacer un trabajo, te daré la luz; pero si no, te devoraré.
Y volviéndose hacia las puertas, añadió :
— ¡Abrios inmediatamente de par en par; y tú, cerca mía, divídete!
Las puertas se abrieron al punto, y la Baba-Yaga entró seguida de Vasilisa, cerrándose
aquéllas inmediatamente. Cuando estuvieron en la primera habitación, la Baba-Yaga se extendió
cuan larga era y dijo á Vasilisa:
— Vé á buscar lo que hay en el horno; tengo hambre.
Vasilisa encendió luz en uno de los cráneos de la cerca y dirigióse al horno, de donde
sacó un rgran plato lleno de carne, el cual puso delante de la Baba-Yaga; y luego fué á
buscar á la cueva vino y cerveza. La bruja se lo comió y bebió todo, sin dejar para Vasilisa
más que algunos escasos restos y una corteza de pan. Después la Baba-Yaga se echó á dormir,
diciendo á la joven:
— Mañana á primera hora, cuando yo salga, limpiarás el patio; barre también mi cuarto,
prepara la comida y lava la ropa. Después irás al granero, coge allí cuatro cuarteras de trigo
y móndalo todo. Si no haces cuanto te digo, te devoraré.
Dadas estas órdenes, la Baba-Yaga se puso á roncar, mientras que Vasilisa, colocando
los restos de la cena de la bruja delante de la muñeca, le decía:
— Come, muñeca mía, y trata de sacarme de mi apuro. La Baba-Yaga me ha impuesto
una tarea superior á mis fuerzas y me amenaza con devorarme si no cumplo sus órdenes.
— Nada temas, Vasilisa la Hermosa, contestó la muñeca; cena con tranquilidad, reza tus
oraciones y vete á dormir, que por la mañana todo se arreglará.
Vasilisa se despertó muy temprano; pero la Baba-Yaga estaba ya en pié y había abierto
la ventana. La luz de los cráneos se extinguía, y de repente apareció el jinete blanco, difundiéndose
en el mismo instante la luz. La Baba-Yaga entró en el patio, produjo un silbido y
al momento apareció su mortero con la escoba. De improviso presentóse el jinete rojo y vióse
salir el sol. La Baba-Yaga salió del patio sentada en su mortero y perdióse pronto de vista.
Vasilisa, una vez sola, examinó la vivienda de la Baba-Yaga, admirando la abundancia
que se observaba en todo y no sabiendo por dónde comenzar su trabajo; pero al fijar más
su atención en los objetos, notó que ya estaba hecho todo cuanto la bruja le había encargado.
— ¡ Ah, muñeca mía! exclamó la joven, tú me has librado de un gran peligro.
— Todo lo que resta hacer ahora, dijo la muñeca, se reduce á preparar la comida; hazlo
en nombre de Dios y vé á descansar un rato.
Hacia la caída de la tarde Vasilisa puso la mesa. Poco después apareció el jinete negro y
todo se oscureció; solamente los ojos de los cráneos prestaban alguna luz. Los árboles comen
zaron á crujir, las hojas se arremolinaron y un momento después llegó la Baba-Yaga, saliendo
á recibirla Vasilisa.
— ¿Está todo hecho? preguntó.
— Podéis verlo, contestó la joven.
La Baba-Yaga lo examinó todo, sin ocultar cuánto la enojaba no tener ningún motivo
de queja.
— Efectivamente, dijo, está bien.
Y gritó:
— Fieles servidores míos, moled ese trigo.
Al punto aparecieron seis monos, que recogieron el trigo, perdiéndose de vista en el
mismo instante. La Baba-Yaga cenó, y antes de ir á acostarse dio sus órdenes á Vasilisa,
diciéndole:
—Harás mañana lo mismo que hoy; pero, ademas de esto, es preciso que saques del granero
las simientes de adormideras que allí hay, retirando la tierra que algunas tienen.
Dicho esto, la bruja se puso á roncar, en tanto que Vasilisa daba de comer á su muñeca,
implorando su auxilio.
— Reza tus oraciones, contestó la muñeca, y mañana lo arreglaremos, querida Vasilisa.
A la mañana siguiente la Baba-Yaga salió en su mortero y Vasilisa y su muñeca hicieron
inmediatamente lo que se había mandado. La bruja volvió, examinólo todo como la otra vez,
y luego gritó:
— Mis fieles servidores, llevaos esas simientes y extraed el aceite. Seis monos aparecieron,
y después de recoger las simientes, perdiéronse de vista. La Baba-Yaga se sentó á comer;
pero Vasilisa permaneció á su lado silenciosa.
— ¿Por qué no me hablas? dijo la Baba-Yaga. Cualquiera diría que eres muda.
—No me atrevo, contestó Vasilisa; pero si me lo permitís, quisiera preguntar alguna
cosa.
— Pregunta todo lo que quieras; pero sábete que no todas las preguntas conducen
al bien.
— Sólo quería preguntar sobre una cosa que he visto, y es que al venir aquí pasó á mi
lado un jinete todo blanco, con su caballo del mismo color. ¿Quién es?
— Es mi Día brillante, contestó la Baba-Yaga.
—Después .añadió la joven, pasó otro jinete todo rojo. ¿ Quién era?
— Mi Sol.
— ¿ Y quién podía ser el jinete negro que llegó hasta vuestra puerta?
— Era mi Noche oscura, y todos son mis servidores.
Vasilisa pensó entonces en los seis monos que se aparecían , pero nada dijo.
— ¿Por qué no preguntas más? repuso la Baba-Yaga.
—Ya sé lo suficiente, y ademas me habéis indicado que puede no ser conveniente preguntar
mucho.
— Bueno es, dijo la Baba-Yaga, que sólo hayas preguntado sobre lo que has visto fuera de
mi casa, pues no quiero que nadie se ocupe en las interioridades; y en cuanto á los curiosos,
tengo por costumbre devorarlos. Pero voy á preguntarte yo á mi vez alguna cosa: ¿cómo te
arreglas para hacer el trabajo que yo te ordeno ?
—La bendición de mi madre me ayuda, contestó Vasilisa.
— ¡Cómo! ¿Qué quiere decir eso? gritó la Baba-Yaga. ¡Ea! ¡fuera de mi casa, hija bendecida
! No quiero aquí nada bendito.
Y así diciendo, empujó á Vasilisa hasta fuera de la puerta, cogió uno de los cráneos de
brillantes ojos, clavólo en un palo y se lo dio á la joven, diciéndole:
— Coge esto; es una luz que puedes dar á tus hermanastras, pues creo que es lo que
necesitan.
Vasilisa corrió hacia casa, alumbrada por el cráneo, que no se apagó hasta el amanecer,
y al fin llegó en la tarde del segundo día. Cuando estuvo en la puerta pensó en tirar el
cráneo.
—Seguramente, se dijo, ya no necesitarán la luz.
Pero en el mismo instante una voz bronca, que parecía salir del cráneo, murmuró estas
palabras:
— ¡ No me arrojes; llévame á tu madrastra!
Vasilisa miró la casa, y como no viese luz en una sola ventana, resolvió entrar con el
cráneo. Por primera vez en su vida recibiósela cordialmente, y su madrastra le dijo que desde
el momento en que salió para ir á casa de la Baba-Yaga no habían podido obtener fuego de
ninguna manera, pues apenas lo encendían se les apagaba.
—Tal vez tu luz nos servirá, dijo la madrastra.
Y fué á coger el cráneo; mas los ojos de éste comenzaron á despedir llamas, y aunque la
madre y las dos hijas corrieron á ocultarse, los ojos las perseguían; y aquella misma noche
murieron abrasadas.
A la mañana siguiente Vasilisa enterró el cráneo, cerró la casa y trasladóse á un pueblo
inmediato, donde, pasado algún tiempo, comenzó á trabajar. Su muñeca le deparó una suerte
feliz. A fines del invierno Vasilisa había hilado cierta cantidad de lino tan finamente, que se
podía pasar, como una hebra de seda, por el ojo de una aguja. En la primavera siguiente habíase
blanqueado, y Vasilisa se lo regaló á la anciana con quien vivía. La buena mujer quiso
presentárselo al rey, quien mandó hacer con él camisas; pero como no se encontrase ninguna
costurera que se atreviera á encargarse de ello, confióse el trabajo á Vasilisa. Cuando tuvo
concluida su obra, la joven se la envió al rey, y mientras el mensajero iba á palacio se lavó y
peinó, arreglóse un poco y fué á sentarse juntó á la ventana. Al poco tiempo vio llegar al
mensajero, con orden de que Vasilisa se presentara en palacio, y apenas la vio el monarca,
enamoróse de ella perdidamente, tanto, que se casó con ella. No tardó en volver el padre de
la joven, que fué á vivir con su hija, la cual tomó á su servicio á la anciana en cuya casa
había vivido. En cuanto á la muñeca, inútil parece decir que Vasilisa la conservó siempre consigo
hasta el último día de su existencia.

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