martes, 2 de abril de 2019

LA BABA-YAGA

Érase un matrimonio anciano. El marido enviudó y casóse en segundas nupcias; pero de
la primera mujer tenía una hija, una hermosa muchacha, y ésta no agradó á su madrastra,
que, prodigándole malos tratamientos, sólo pensaba en deshacerse de ella, aunque hubiese de
ser matándola. Un día el padre salió y la madrastra dijo á la joven:
— Vé á casa de tu tía, mi hermana, y pídela aguja é hilo para coserte una camisa.
Ahora bien: aquella tía era una Baba-Yaga; pero la joven no tenía nada de tonta y fué á
casa de una verdadera tía suya, que la recibió cariñosamente, y á la cual dijo:
—La madre me ha mandado ir á casa de su hermana á pedir una aguja é hilo para coser
una camisa.
— Voy á decirte lo que has de hacer, contestó la tía. En el lugar á donde te envían hay
un abedul, una de cuyas ramas te inferiría una herida en el ojo, y para evitarlo es preciso que
ates una cinta alrededor. También hay puertas que crujen y se abren y cierran violentamente,
y á fin de no recibir un golpe echarás un poco de aceite en sus goznes. Ademas, verás unos
perros que querrán destrozarte; échales estos rollos que te doy, para que no te muerdan. Y
por último, hay un gato que te sacaría los ojos sin remedio; pero tu le darás este pedazo de
tocino, y así te salvarás de sus uñas.
La muchacha se puso en camino, y después de andar mucho tiempo, llegó á la choza donde
vivía la Baba-Yaga.
— Buenos días, tía, dijo la joven.
— Buenos los tengas, hija mía, contestó la Baba-Yaga. ¿ Qué te trae por aquí ?
-—Mi madre me envía para que me deis una aguja y un poco de hilo con que coser una
camisa.
—Muy bien; siéntate é hila un poco entre tanto.
La muchacha tomó asiento, en tanto que la Baba-Yaga salía, diciendo á su criada:
— Vé á calentar el baño, lava bien á mi sobrina y vigílala de cerca, porque quiero que
hoy me sirva de almuerzo.
Entre tanto la muchacha permanecía sentada, más muerta que viva, y al ver á la criada,
díjole con tono suplicante:
—Buena mujer, tened la bondad de humedecer la leña para el fuego, en vez de quemarla,
y traedme el agua para el baño en un cedazo. En recompensa os regalo este pañuelo.
La Baba-Yaga dejó pasar algún tiempo, y asomándose después á la ventana, preguntó
:
—¿Estás hilando aún, sobrina?
— S í , tía.
Al oir esta contestación, la Baba-Yaga salió otra vez, y la muchacha, dando al gato un
pedazo de tocino, preguntóle;
— ¿No habrá medio alguno para escapar de aquí?
— S í , contestó el gato. Tomad este peine y esta toalla y marchaos. La Baba-Yaga os
perseguirá, y para estar prevenida es preciso que apliquéis el oído á tierra. Cuando conozcáis
que está próxima á alcanzaros, arrojad la toalla, que se convertirá en un ancho río. Si la
Baba-Yaga consigue cruzarlo y trata de cogeros, tan pronto como se acerque lanzad el peine,
que se trasformará en un espeso bosque, el cual no podrá cruzar vuestra enemiga.
La muchacha tomó la toalla y el peine y huyó. Los perros la hubieran despedazado; pero
dióles los rollos que llevaba y la dejaron pasar. Las puertas golpeaban contra su marco violentamente;
mas la joven echó aceite en los goznes y cesó el ruido; y una rama de abedul habría
hecho saltar sus ojos si la muchacha no hubiese atado una cinta en torno de ella.
Un momento después asomóse la Baba-Yaga de nuevo y preguntó:
—¿Estás hilando aún, sobrina?
— S í , tía, contestó el gato, que había ocupado el lugar de la joven.
La Baba-Yaga, comprendiendo que aquella voz no era de su sobrina, precipitóse en la
choza, y al ver que la muchacha había huido, comenzó á pegar al gato, maldiciéndole porque
no había sacado los ojos á la fugitiva.
— Mientras os he servido, dijo el gato, nunca me disteis ni siquiera un hueso, al paso
que ella me ha dado un pedazo de tocino.
Entonces la Baba-Yaga la emprendió con los perros, las puertas, el abedul y la criada,
maltratándolos cuanto pudo.
— Mientras os hemos servido, dijeron los perros, no hemos recibido ni siquiera una corteza
de pan, y ella nos ha dado tajadas.
Y las puertas dijeron á su vez:
— Mientras os hemos servido no habéis echado ni una gota de agua en nuestros goznes,
al paso que ella los ha untado de aceite.
Y el árbol dijo:
— Desde que me utilizáis no habéis atado un solo hilo alrededor de mi tronco, mientras
que ella ha puesto una cinta.
Y la criada dijo á su vez:
— Durante el tiempo que estoy á vuestro servicio jamas me disteis ni un trapo, y la joven
me ha regalado un pañuelo.
Enfurecida la Baba-Yaga, saltó en su mortero, golpeándolo con la mano de almirez, y
barriendo con la escoba sus huellas -, lanzóse en persecución de la muchacha. Esta última aplicaba
su oído al suelo, y cuando conoció que la Baba-Yaga estaba muy cerca arrojó la toalla,
que al punto se convirtió en un ancho río. La perseguidora, rechinando los dientes, volvió á
su choza á buscar sus bueyes, que, conducidos á la orilla del río, bebieron hasta la última
gota de sus aguas, lo cual permitió á la Baba-Yaga continuar su persecución. Sin embargo,
la joven aplicaba el oído á tierra á cada momento, y cuando conoció la proximidad de la Baba-
Yaga , arrojó el peine, que en el acto se convirtió en un espesísimo bosque. La Baba-Yaga
quiso penetrar en él; mas no pudo abrirse paso y hubo de retroceder, mal de su grado, desahogando
en furiosas invectivas su impotente despecho.
Entre tanto el padre de la joven había vuelto á su casa, y lo primero que hizo fué preguntar
por su hija.
— Ha ido á casa de su tía, contestó la madrastra.
Poco después llegó la joven.
— ¿Dónde has estado? preguntó el padre.
— La madre me envió á casa de mi tía á pedir una aguja é hilo para coserme una camisa;
pero la tía es una Baba-Yaga'y quiso devorarme.
— ¿Y cómo te has salvado, hija mía?
La muchacha contó lo que le había sucedido, y no pudiendo él contener su cólera al oir
esto, mató á la madrastra de un tiro y desde entonces padre é hija vivieron felices y contentos.

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