Cuentan los ancianos que había en el pueblo un hombre
que, sin más compromiso que su devoción, celebraha con
mucho entusiasmo la fiesta de los carnavales. Este hombre,
que se llamaba Miguel Pisango, preparaba para los carnavales
bastante bentisho, bebida que consiste en la mezcla
del jugo de la caña de azúcar con masato.4* Esta bebida bien
fermentada despertaba la animación general en la fiesta.
Desde las seis de la mañana del día de los carnavales
comenzaba el jolgorio, iniciándose con la colocación de
las humishas;49 luego las pandillas recorrían las calles todo
el día, sin acordarse ni siquiera de comer.
Jugaban con tintas preparadas de rupiña,50 mishquipanga,
51 achiote, ílangua52 y otras plantas.
A las cuatro y media de la tarde tumbaban las humishas
y a las cinco terminaba la fiesta con ¿1 acto del gallo huañuchina
(«la muerte del gallo»), para lo cual don Miguel
ya tenía enterrado un gallo en la pampa, solamente con la
cabeza afuera.
Los matadores eran los hombres que deseaban alcanzar
el milagro de los carnavales, pues don Miguel había
infundido la creencia de que quien mataba el gallo llegaba
a tener hijos varones. Para comenzar el acto se vendaba
los ojos del primer hombre designado, a quien don Miguel
proveía de un bastón adornado con papeles de colores
diversos. Este hombre, colocado a una distancia de diez
metros más o menos del gallo, y al compás de una danza
que ejecutaba la banda de músicos, daba golpes al tanteo y,
si no lograba matar al gallo, le remplazaba otro hombre, y
así sucesivamente, hasta que uno de ellos lograba matarlo;
este era el agraciado, y se tenía la seguridad de que el año
próximo su esposa haría alegrar el bogar con la presencia
de un hijo varón. De esta manera, el gallo huañuchina
era muy disputado por todos los que deseaban tener hijos
varones. La obligación del matador era proporcionar otro
gallo en el próximo año para realizar la misma fiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario