lunes, 1 de abril de 2019

MITOS CHINOS. LA VERDAD ES UN MITO

En cuanto a la mitología de todo este vasto territorio del continente
asiático, puede constatarse que, en realidad, acaso sea un calco de la propia
organización jerarquizada de la sociedad china. Pues, así como había un
gobernante máximo al frente de cada dinastía, también debía de adorarse a un
dios único y supremo, el cual recibía, al propio tiempo, obediencia y reverencia
por parte de las demás deidades.
Algunos de sus caudillos religiosos fueron considerados, entre la legendaria
población china, como seres inmortales o encarnaciones del denominado
"Origen Primero", deidad que formaba parte de una trinidad de dioses con
poderes para vencer el mal y a sus representantes.
No obstante, el panteón chino cuenta con una gran variedad de dioses. Y,
hasta los fundadores de grandes movimientos religiosos, tuvieron en cuenta el
ancestro —rico y variado— de todos los estados feudales asentados en territorio
chino, para confeccionar sus dogmas y asertos. El pueblo agradeció, en la
práctica, este detalle de sus iluminados, pues elevó a la categoría de mito, tanto
al autor como a su obra. De este modo, arraigará entre la población el mítico
concepto denominado "tao", cuyo simbolismo es tan rico que sobrepasa su
primigenio origen; "tao" significa "camino", "vía". Es un principio guiador de
todo cuanto existe, y del universo entero. Por el "tao" hay verdad, y sabiduría, y
armonía...
Lo mismo sucede con la introducción de lo moral como único aspecto
regulador de toda relación social, ya sea pública o privada. Que debería de
desembocar, por obligación, en una ética del altruismo, del desprendimiento, de
la solidaridad, del respeto y de la tolerancia entre los humanos. Se trataría de
erradicar la beligerancia, el odio y las guerras y, al propio tiempo, sustituirlos
por el amor universal y la paz.
MITO DE LA ETERNA JUVENTUD
Hay que añadir, además de lo reseñado, otros aspectos que completarán
este panorama, al propio tiempo real y mítico. La población de este inmenso
territorio chino también adoraba a los fenómenos de la naturaleza, a sus fuerzas
desatadas; rememoraba el espíritu de los antepasados; acudía a consultar los
oráculos y participaba de un ritualismo rico en sacrificios y esoterismo mágico.
Muy especialmente, se pretenda una longevidad perenne —el mito de la
eterna juventud— que, más tarde, aparecerá en todas las demás culturas y
civilizaciones, especialmente en la mitología greco-latina.
Lo cierto es que el pueblo chino tenía un dios especialmente dedicado a
procurar juventud, y lozanía, a todos aquellos que se lo rogaran y, por ello, le
ofrecieran continuos sacrificios y preces.
Esta deidad se llamaba Cheu-Sing y era la encargada de custodiar la vida
de los humanos, pues, entre otras cosas, tenía poder para fechar el día en que
había de morir una determinada persona. Pero, según la creencia popular, se
podía cambiar la voluntad de este dios ofreciéndole sacrificios y participando en
los diversos rituales en su honor. Todo esto indica que era posible alargar los
años de vida, bastaba que Cheu—Sing prorrogara la fecha que había acuñado de
antemano y, por lo mismo, ampliara, así, el tiempo de vida de aquellos mortales
que más fidelidad le hubieran demostrado.
EL "VENERABLE"
Sin embargo, según las narraciones mitológicas del pueblo chino, hay una
deidad superior, creadora del mundo y de todo cuanto existe, rey de los mortales
y de los demás dioses. Recibe el nombre genérico de "Venerable Celeste del
Origen Primero" y hace ya mucho tiempo —una eternidad— que delegó todo su
poder en uno de sus discípulos y, al propio tiempo, segundo de los tres dioses —
denominados los "Tres Puros"— que componen la trinidad china. El nombre de
este dios, que realiza la pesada tarea que le encomendara su maestro, es "Señor
del Cielo". Y llegará un día en que también él dejará que su sucesor lleve a cabo
el trabajo de ordenar y gobernar el universo entero. Pero, por ahora, es el último
de los "Tres Puros", y es un dios al que se le evoca por el nombre de "Venerable
Celeste de la Aurora".
Para llevar a cabo la ingente tarea encomendada por el primero de los
dioses, su discípulo contaba con la ayuda de otras deidades afines. Por ejemplo,
narra el relato mítico que el segundo de los dioses, es decir, el "Señor del Cielo",
delegaba determinadas funciones en el "Segundo Señor" un dios muy célebre y
popular porque libraba, a quienes le invocaban, de los malos espíritus. Enviaba
contra éstos al "Perro Celeste", que los perseguía con saña y no permitía que
asustaran a los humanos. También había diosas de segundo orden que tenían
como misión predecir la posibilidad de matrimonios estables. A ellas acudían
muchos jóvenes para consultarles acerca de las cualidades de su futuro marido y
también sobre la conveniencia o no de casarse.
DISTRIBUIR FELICIDAD
Todo lo anterior no hace más que avalar la teoría defendida por casi todos
los investigadores de la mitología. Estos, respecto a las leyendas chinas, afirman
que lo inmanente y lo trascendente son una misma cosa; puesto que, en realidad,
la organización entre los dioses es similar a la estructura de la sociedad de los
humanos. Aquellos se sirven de otros más inferiores para llevar a cabo sus tareas
más costosas; otro tanto sucede entre los mortales, pues los gobernantes se
sirven de subordinados —ministros, funcionarios, etc.— para llevar a cabo sus
realizaciones en pro del bien general de su pueblo. Tanto los dioses, como los
gobernantes, deben procurar el bien material y moral de los humanos, pues, de
lo contrario, el universo y el mundo albergarían, únicamente, ruindad y
desgracias. Por tanto, según explican las narraciones de los mitos chinos, la
atención y la propia existencia, de los dioses y de los gobernantes se hacen
necesarias de todo punto. Pero, los gobernantes, tienen que hacer alarde de
sabiduría en todos sus actos. Y los dioses deben cumplir con diligencia la misión
que se les ha encomendado por sus maestros, o por los dioses mayores. Y, así,
existían deidades que se encargaban de apuntar las buenas y malas acciones de
los humanos y, al propio tiempo, debían de procurar llevar al mundo de los
mortales la mayor felicidad posible. El encargo de distribuir dicha paz, felicidad
y alegría, entre los humanos era una tarea envidiable que ninguna deidad eludía.
AGENTE DE LA TIERRA
Otros muchos dioses menores ayudaban a la deidad superior "Dios del
Cielo"; era su deber y su única función. De este modo, el paralelismo con la
estructura de la sociedad humana era una realidad tangible, pues estos dioses
inferiores cumplían los mandatos de la deidad que estaba por encima de ellos y
ésta, a su vez, debía obediencia a la siguiente de grado superior. Así, hasta llegar
al más poderoso de todos, por encima del cual aún existía otro dios que había
delegado en él sus funciones —la pesada carga de gobernar— pero que, no
obstante, seguía siendo el más poderoso de todos los dioses del panteón chino.
El mundo mitológico, por tanto, había sido construido con arreglo a los
mismos criterios usados en las propias sociedades humanas. Aquí, el soberano
—que tenía por encima de él a los dioses— ordenaba su territorio, y legislaba
sus leyes, con la ayuda —desde luego, obligatoria—de sus súbditos, quienes se
hallaban perfectamente organizados por categorías y debían de cumplir
fielmente los mandatos de sus superiores. Por tanto, humanos y dioses se
organizaban bajo una estructura similar; de aquí que, según la mitología china,
hasta las más nimias funciones se hallaban encomendadas a una deidad. Por
ejemplo, cuando los ciudadanos habían cometido faltas graves contra sus
congéneres, o contra los dioses de su tribu, debían elevar súplicas a la deidad
que perdonaba los pecados y que confería, de nuevo, la paz de espíritu a quienes
ya habían sido purificados. La población de la ancestral China llamaba Ti-kuan
al dios que perdonaba los pecados y, según la creencia popular, era el "Agente
de la Tierra", que formaba tríada con otros dos dioses; el "Agente del Cielo" y el
"Agente del Agua".
DIBUJOS EMBLEMATICOS
Todos los deseos, y necesidades, de los humanos quedaban satisfechos en
cuanto éstos invocaban al dios apropiado. Por todo ello, el número de dioses
familiares era considerable. Más, no sólo cada casa, sino también los barrios,
circunscripciones, pueblos, ciudades y territorios contaban con sus dioses
protectores. Las propias deidades se ocupaban de que todo funcionara
perfectamente; y así, los dioses del lugar custodiaban la tierra, la calle, y la casa,
y a todos sus moradores. En todos los hogares había una imagen del "Dios del
Hogar" que, por lo general, aparecía bajo la figura de un anciano con barba
blanca. En el dibujo —impreciso y cargado de colorido chillón— aparecía
también una mujer, a la que se veneraba como esposa del "Dios del Hogar",
rodeada de animales domésticos, tales como cerdos, gallinas, perros, caballos,
etc., a los que cuidaba y daba de comer. En estos dibujos, que los chinos
colocaban en el interior de sus viviendas para adorar al verdadero espíritu de las
figuras que allí aparecían, el artista había respetado también la esencia jerárquica
de la mitología de estos pueblos del lejano oriente, pues lo cierto es que, en todo
caso, el "Dios del Hogar" permanecía siempre sentado y relajado sobre un
colorido trono. En cambio, la mujer estaba de pie, preocupándose de las labores
domésticas, en este caso del cuidado de los animales que había en la casa. Esto
indica que el "Dios del Hogar" tenía subalternos, por así decirlo, en los cuales
delegaba su propia función de cuidar personas y hacienda.
DIOS CANCERBERO
La mitología china cuenta con un lugar de perdición, similar a lo que entre
los grecolatinos se denominará Tártaro, Hades o Infierno. Según la tradición
popular china, el alma de los mortales es conducida a ese lugar de perdición para
ser juzgada y, al igual que en el mito clásico aparece el fiero perro Cancerbero
custodiando las gigantescas puertas del Tártaro, también aquí hay un encargado
de controlar el paso al interior de tan tétrico lugar: el "Dios de la Puerta".
Si todo estaba en regla, el alma podía pasar y, al instante, se toparía con el
dios de "Muros y Fosos", que era el encargado de someterla al primero, y más
benigno, de los juicios. Sin embargo, los interrogatorios duraban cerca de
cincuenta días —exactamente cuarenta y nueve, que era un número pleno de
connotaciones simbólicas entre muchos pueblos del lejano oriente: "Este es el
plazo que necesita el alma de un muerto para alcanzar definitivamente su nueva
morada. Es la terminación del viaje". Durante los cuales el alma permanecía
retenida en los dominios del dios de "Muros y Fosos". Este puede condenarla, o
dejarla en manos del siguiente juez. Si ocurre lo primero, el alma puede ser
azotada o atada por sus extremidades superiores a una tabla que le aprisiona, a la
vez el cuello. De todos modos, el alma tendrá que pasar, ahora, a presencia del
"Rey Yama", quien se encargará de dilucidar, tras un nuevo interrogatorio, si
aquélla es un alma justa, o un alma pecadora. Si lo primero, el alma será enviada
a uno de los paraísos chinos —el que se encuentra en la "Gran montaña" o el
denominado, de manera pomposa, la "Tierra de la Extremada Felicidad de
Occidente", en donde gozará de libertad y felicidad eterna—, ya que aquí todo
se halla imbuido de la presencia del Buda.
BREBAJE PARA OLVIDAR
Si, por el contrario, el "Rey Yama" ha fallado que se trata de un alma
pecadora entonces, ésta, será arrojada al abismo de los infiernos para que allí
purgue sus culpas. Después de sufrir dolores y castigos sin cuento, el alma
llegará, por fin, al décimo lugar de perdición. Una vez aquí será obligada a
reencarnarse, y podrá elegir entre un animal o un humano. Si se reencarna en un
animal, no por ello perderá su antiguo sentir humano y, por lo mismo, sufrirá
cuando le maltraten, o cuando le maten. Por ejemplo, ha podido elegir renacer
como cerdo y, por tanto no durará mucho sin ser sacrificado, en cuyo caso, el
dolor del animal es el mismo que sentiría el humano al que pertenecía el alma
antes de reencarnarse. Sin embargo, nadie se percatará de ello, pues el cerdo no
podrá expresar su dolor, y su sufrimiento, de forma humana, ya que el alma
reencarnada, antes de salir del décimo Infierno, y dirigirse hacia el lugar en el
que se halla la "Rueda de las Migraciones", debe de beber el "Caldo del Olvido"
para, así, guardar secreto obligado —pues nada de lo pasado podrá ya entonces
recordar— de todo cuanto le ha acontecido en su periplo infernal. Este brebaje,
según la leyenda de los pueblos del lejano oriente, lo preparaba la diosa que
habitaba la misteriosa casa edificada a la salida misma del Infierno. Todas las
almas que abandonaran aquel lugar de perdición tenían que beber el "Caldo del
Olvido" pues, sólo entonces, les sería permitido seguir adelante, y llegar hasta la
"Rueda de las Migraciones", para así, consolidar su reencarnación.
PUENTES DEL AVERNO
Algunas versiones explican, no obstante, que las almas de los muertos antes
de llegar a presencia del dios de "Muros y Fosos", recibían la ayuda de Abida,
deidad que tenía encomendada la tarea de aliviar a todos los humanos a la hora
de la muerte, pues acogía a las almas puras y purificaba a las impuras.
También se dice que el Tártaro era un lugar de perdición, sí, pero
constituido por ciudades llenas de funcionarios y, también, de edificios diversos
que eran como sedes de los diferentes tribunales ante los que tenían que
comparecer las almas de los muertos para ser juzgadas. El propio palacio del
Rey Yama se encontraba en una de las ciudades principales del mundo infernal
y, al lado de este soberbio —y, al mismo tiempo, tétrico edificio— se alzaban las
diversas edificaciones que albergaban en su interior las terribles cámaras de
tortura y suplicio.
Esta mítica ciudad se llamaba Fong-tu y tenía una entrada principal,
denominada "Puerta del Mal"; en el extremo opuesto, quedaba protegida y
resguardada por un pestilente río —con posterioridad, también entre los mitos
grecolatinos aparecerá el río Aqueronte, cuyas turbias, cenagosas y malolientes
aguas, rodearán el lugar de perdición llamado Tártaro—, que contaba con tres
puentes, los cuales constituían otros tantos accesos a Fong—tu, aunque por el
lado contrario a la zona principal.
El primer puente estaba construido en oro macizo y sólo los dioses podían
cruzarlo. El segundo puente era de plata y estaba reservado a las almas que
habían sido justas. El tercer puente era mucho más largo y estrecho que los
anteriores, y cruzarlo resultaba peligroso, pues carecía de barandales a los que
agarrarse. Las almas que habían sido perversas y viciosas estaban obligadas a
cruzarlo y, si caían al apestoso río, serían al instante machacadas por monstruos
que tomaban la apariencia de serpientes de bronce y de rabiosos perros de
hierro.
EL "ARBOL DE LA INMORTALIDAD"
La mitología de los pueblos del lejano oriente contaba, también, con
lugares de felicidad y de dicha, es decir, con paraísos. Como ya se ha indicado,
el de la "Gran Montaña" era uno de ellos. El otro era la "Tierra de la Extremada
Felicidad de Occidente", y, por lo general, era el lugar elegido por "Rey Yama"
para enviar aquellas almas de los mortales que había encontrado inocentes y, por
lo mismo, consideraba justas.
El primero de los paraísos estaba habitado por la "Dama Reina" (a quién la
tradición mítica hacía esposa del poderoso "Señor del Cielo" quien, en la
cumbre más alta de la montaña, tenía construido su grandioso palacio; éste era
un edificio fabuloso —contaba con más de nueve pisos—, rodeado de jardines
con plantas y flores aromáticas, y perennemente verde. Aquí crecía, oculto en
lugar recoleto, el mítico "Árbol de la Inmortalidad"; de sus frutos se alimentaban
los bienaventurados, es decir, aquellos que habían llevado una vida recta y justa
y que, por tanto, no habían engañado ni maltratado a ninguno de sus semejantes.
Por todo ello, les era permitido, además, convivir con las deidades denominadas
"Inmortales".
VENERADO SOL, VENERADA LUNA
Era muy común, entre las altas esferas de la sociedad china, tales como sus
monarcas y clases pudientes, dar culto —en los inicios de la primavera y de la
estación otoñal— al Cielo, a la Tierra, al Dios de la Guerra y al gran maestro
Confucio.
También las dos luminarias eran objeto de adoración entre la población del
ancestral territorio del lejano oriente. Tanto el Sol como la Luna eran astros
considerados como personificaciones de ciertas deidades. Y, no sólo los
emperadores y clase pudiente, sino también el pueblo apoyaba el culto a las
luminarias reseñadas; por lo que la veneración a la Luna y al Sol quedaba
convertida, al mismo tiempo, en culto oficial y popular.
A los astros señalados se les ofrecían sacrificios coincidiendo con año par o
impar.
Los años impares estaban consagrados al Sol, y los años pares, a la Luna.
Ambas luminarias aparecían, también, relacionadas con los dos principios
esenciales. El Sol era principio activo y, por lo tanto, se le asociaba con el
"Yang"; mientras que la Luna era principio pasivo, por lo que aparecía siempre
relacionada con el "Yin". Para la población china, estos dos principios tenían
una importancia capital. Se concebía la eternidad como un círculo que carecía de
un principio y que no tenía fin. El "Yang" y el "Yin" estaban dentro de ella,
como dos fuerzas que se necesitan mutuamente y, por lo mismo, en vez de
oponerse, se complementan. En la mitología de los pueblos del lejano oriente,
por tanto, todo se halla estructurado con antelación —no hay lugar para
improvisaciones, y se rechaza cualquier tipo de intuición—, y clasificado en
apartados que se superponen, a modo de archivo, para dar cabida a emociones,
pasiones, tendencias y necesidades.
TORMENTO DEL CALOR Y DEL FRIO
Otros mitos de los pueblos orientales —especialmente entre la población
que seguía las enseñanzas de Buda, el ' Iluminado"— explicaban que el Tártaro
se hallaba en un lugar oscuro y subterráneo y, según la creencia popular, tenía
unas características bastante contradictorias. Había ocho infiernos de fuego y
otros ocho de hielo. Y, ambos, producían en los condenados torturas por el calor
o torturas por el frío.
No obstante, también existían —distribuidos en cada uno de los cuatro
puntos correspondientes a los infiernos principales, tanto de fuego como de hielo
— otros lugares de perdición inferiores que, en ocasiones, suplían a los dieciséis
principales. No se sabía, sin embargo, con certeza el lugar exacto en el que estos
lugares de perdición iban a surgir. Lo mismo aparecían —lo cual siempre
sucedía de forma repentina— en la hondonada de un vasto y verde valle, que en
la cumbre misma de una montaña; hasta un árbol milenario podía convertirse
súbitamente en sede de uno de estos infiernos inferiores. A veces surgían en el
espacio mismo, y el aire abrasaba o helaba a los condenados. Por otro lado,
todas las conductas estaban controladas por los ayudantes y funcionarios del
"Juez del Averno", quien se sentaba sobre un trono duro encajado entre dos
repisas de piedra. En la de su izquierda se encuentra el "Juzgador que todo lo
ve"; es una figura femenina que penetra con su vista hasta lo más recóndito del
pensamiento de aquéllos que comparecen para ser juzgados. A la derecha se
sitúa el "Juzgador que todo lo huele"; se trata de una figura masculina que tiene
como cometido descubrir, con su fino olfato, toda acción injusta, o inmoral, que
hubiere cometido el mortal que comparece para ser juzgado. Por tanto, como se
puede comprobar, no hay escapatoria posible para los condenados, ya que todas
sus acciones han sido "vistas y olidas". Aunque, para aminorar la pena, estaba
permitido que los vivos intercedieran en favor de los condenados, lo cual
requería siempre una actuación inteligente y un maestro budista como mediador.
FENOMENOS NATURALES
La naturaleza toda, según la tradición popular, debía ser cuidada y mimada,
y resguardada, y preservada de todo mal, puesto que a través de ella se
manifestaban las diferentes deidades. Fenómenos naturales como el rayo, el
trueno, la lluvia torrencial, el viento huracanado..., debían su aparición a una
deidad menor. Y, así, Yun-tong tenía el cometido de reunir las nubes, después de
haberlas formado, y se le invocaba con cierta frecuencia como al "joven dios
que reúne las nubes".
También contaban los pueblos del lejano oriente con la "Dama del Cielo
Sereno", que tenía la misión de limpiar todo el espacio, una vez que la lluvia
había cesado. Se decía que alejaba las nubes con su aliento purificador.
Otra deidad, considerada como un agente celeste, era Tien-kuan, que se
encargaba de llevar al mundo de los humanos la mayor felicidad posible. En
ocasiones se la asociaba con la "Madre de los Relámpagos" y, entonces, recibía
el nombre de Tien'mu. La leyenda de los pueblos del lejano oriente, explica que
Tien'mu producía el rayo sirviéndose de dos espejos.
También el ruido ensordecedor del trueno era producido por una deidad
menor; recibía el nombre de "Señor del Trueno" y, por lo mismo, estaba
considerado como el amo y dueño del ruido.
RITUAL DEL INCIENSO
También se veneraba, especialmente entre las clases pudientes, al dios de la
riqueza. En casi todas las casas de los ricos había no sólo un dibujo con el
nombre del dios grabado en caracteres ideográficos, sino también una efigie
representativa de la deidad. De este modo, siempre lo consideraban cercano a
ellos y podían dirigirle sus preces con asiduidad, en la creencia de que, así,
nunca se verían mermados su fortuna y su patrimonio. Al dios de las riquezas se
le conocía por el nombre de T'saichen; su poder era superior al de otras muchas
deidades similares, y hasta tenía asignados numerosos dioses para servirle y
llevar a cabo las tareas que aquél considerara más duras y difíciles.
Otro aspecto muy importante, que también estaba regulado y protegido por
una deidad, era el estamento familiar con todas sus implicaciones. La intimidad
de la familia, y las relaciones personales entre todos sus miembros, quedaban a
salvo de críticas adversas, proferidas por personas no integrantes del grupo
familiar. De todo esto se encargaba el dios T'sao-Wang y, a cambio, recibía todos
los días el reconocimiento de sus protegidos. Era frecuente, entre las familias de
la población del lejano oriente, honrar al dios que se erigía en su protector, por
medio de un ritual que consistía en quemar, a la vez que se invocaba el nombre
del dios T'sao-Wang, varillas de incienso dos veces; una cuando comenzaba el
día, y otra al anochecer.
PERSONIFICACION DE LA LITERATURA
Cada profesión, oficio y trabajo, tenían su deidad protectora. De entre todos
estos dioses, la tradición popular destacaba al dios de las letras y de la literatura,
al que se le atribuía una obra de contenido simbólico y emblemático. Se le
conocía por el nombre de Wen—t'chang y, según la leyenda, antes de llegar a
obtener la distinción de protector de las letras y de la literatura, había pasado ya
por diecisiete existencias; el diecisiete estaba concebido, entre los orientales,
como un número repleto de significación mágica y esotérica.
El libro que había escrito el propio dios era, por así decirlo, como una
especie de biografía, y en él se indicaba el dato de las diecisiete reencarnaciones,
o nuevos nacimientos. También se daban pautas a seguir para obrar con
moralidad y rectitud y, por lo general, se ensalzaba el saber y la inteligencia
sobre cualesquiera otros aspectos. Según la mitología de los pueblos del lejano
Oriente, la interpretación de los caracteres ideográficos del libro escrito por el
dios Wen't—chang lleva a considerar a la sabiduría por encima de cualesquiera
otros aspectos. Mediante el saber y la inteligencia se puede superar todo
obstáculo y, al mismo tiempo, contrarrestar todo sufrimiento. La sabiduría,
según explica en su obra el dios de las letras y de la literatura, es como una
especie de "Lámpara de la Cámara Oscura", lo cual significa que hasta en los
momentos más difíciles de la vida, cuando todo lo vemos negro, cuando nos
hallamos encerrados en la "Cámara Oscura" de este mundo de los mortales,
siempre existirá la luz de la "Lámpara" que proporciona el saber y la inteligencia
para, así, hacer posible una nueva búsqueda, una solución inédita.
LEYENDA DEL ELEFANTE BLANCO
Otro de los dioses principales que la población oriental veneraba recibía el
nombre de Fo. Este era un dios superior a los anteriores, pues ocupaba el primer
lugar de entre las demás deidades que componían la tríada de la Felicidad.
Su importancia, dentro de la mitología china, se acrecentaba porque
personificaba, al propio tiempo, la Jerarquía, la Fortuna y el Honor. A él acudían
quienes sentían el peso de un destino y un azar adversos; también los
gobernantes solicitaban de Fo que les guiara a la hora de legislar, para que
ninguna norma injusta saliera de su cabeza, ni fuera permitida en su reino. Lo
solicitaban, además, todos aquellos que habían sido objeto de vituperio y
deshonra, mediante engaño. Al parecer —y según la creencia popular—, Fo, les
devolvía su honor perdido, pues por algo era un dios principal. El mito relativo a
este dios poderoso nos habla de su nacimiento portentoso, de cómo surgió de la
costilla derecha de su madre quien, según cuenta la leyenda, había soñado antes
que un hermoso elefante blanco la poseía.

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