lunes, 1 de abril de 2019

MITOS DE LA INDIA

En los asentamientos urbanos del valle del Indo, entre los restos de la
civilización precursora de Harappa, en las ruinas de las altamente evolucionadas
ciudades de Harappa y Mohenjo—Daro, se han encontrado las imágenes en
terracota y en sellos de cerámica de diversas divinidades que bien pueden
considerarse como precursoras de las posteriores representaciones brahmánicas.
Esta cultura, que ya se comunicaba regularmente con la mesopotámica en el
siglo XXIV a. C., tenía al toro como animal emblemático principal, dado lo
abundante de sus representaciones, seguramente como garante de la fecundidad
y como símbolo de la vida tras la muerte; el toro o buey sagrado compartía su
popularidad, a juzgar por el número de hallazgos, con una diosa madre que
también estaría a cargo de la protección de la fecundidad, de un modo similar al
que lo haría siglos más tarde la diosa Devi, esposa de Siva, una figura de la que
pudo ser antecesora esta diosa innominada del valle del Indo. El ubicuo y
predominante toro sagrado aparece también en otras representaciones de perfil
ante una pira ritual, como lo hará después una de las advocaciones de Siva,
Nandi; así como otra representación del toro sagrado, en lugar preeminente junto
a otros animales, puede ser, por su parte, asimilada a la posterior advocación de
Siva como protector de los animales, el dios Pashupanti. Otros animales
emblemáticos terrestres y aéreos también aparecen profusamente en la cerámica
de Harappa, y son, naturalmente, los mismos elefantes, tigres, serpientes,
búfalos, águilas, monos, etc., que seguirán siendo parte importante de las
personificaciones zoomórficas de los dioses del panteón indio.
LOS VEDAS
Pero la primera aparición histórica es la que nos viene recogida por los
Vedas, las obras escritas en sánscrito del ritual religioso elaboradas por los arios,
un pueblo llegado a la India desde el noreste entre los siglos XVI y XIII (a, C.).
En el grupo de los "arya", de los nobles, estaban las tres castas de los brahmanes
u hombres de la religión, los ksatriya o guerrerosy la casta última de los vaisya o
pueblo; con ellos, pero a una gran distancia social, estaban los sudra o vasallos,
los que no eran "arya", pero iban junto a los nobles. Esta obra del Veda, del
conocimiento, que empieza con el libro del Rig Veda, libro que se debió escribir
hacia el siglo XX (a.C.), se continúa con el Yajur Veda, conteniendo el primer
ritual, el Sama Veda, en el que figuran los cantos religiosos, y el Atarva Veda, el
tratado de la religión íntima para uso privado de los fieles. El Rig Veda, con más
de 1.000 himnos y 10.000 estrofas, nos habla de un Universo compuesto de dos
partes: Sat y Asat. Sat es el mundo existente, la parte destinada a las divinidades
y a la humanidad; Asat, el mundo no existente, es el territorio del demonio. En
Sat está la luz, el calor y el agua; en Asat sólo hay oscuridad, porque los
demonios viven en ella, en la noche. El Sat, el mundo visible y existente, está
compuesto de tres esferas, la superior del firmamento, el aire que está sobre
nuestras cabezas y el suelo del planeta sobre el que vivimos. Pero la creación de
este Universo no fue sólo un acto gratuito, un acto de voluntad divina; por el
contrario, la construcción del mundo que ahora habitamos necesitó de una lucha
heroica y decidida entre las fuerzas del aire y las fuerzas de la materia, porque el
Universo es un lugar precioso que sólo se pudo conseguir con el esfuerzo que
representa el combate entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal.
INDRA, EL CAMPEON DEL SAT
Entre los asura, los seres espirituales, había una gran rivalidad, que se
manifestaba en la pugna entre los dioses aditya y los demonios raksa. Esta pugna
desembocó, finalmente, en una lucha que zanjará el dominio del mundo de los
asura, a través del enfrentamiento directo entre los campeones de los dos
bandos, entre el deva Indra, un hijo del Cielo y de la Tierra, que moraba en el
aire, y Vritra, el dueño de los materiales necesarios para construir el Universo.
El deva, el dios Indra, era un aditya elegido por sus compañeros para
representarlos en el combate en el que debía vencer su campeón de una vez por
todas. Su oponente, Vritra, era un danaba o raksa; su antagonismo venía de
largo, hasta tal punto que se hizo necesario llegar a entablar el combate
definitivo, aquel del que saldrá el jefe indiscutible. El deva Indra, tras beber la
bebida sagrada, el soma, creció tanto que sus padres, Cielo y Tierra, tuvieron
que apartarse para dejarle sitio; por eso él habitaba en el aire de la atmósfera que
quedó abierta con su separación. Indra fue armado con el rayo (vayra) por
Tvastri, el herrero de los dioses, y se fortaleció aún más tomando otros tres
grandes jarros de soma, pero la lucha fue larga y difícil, porque Vritra, el danaba
o hijo de Danu, era nada menos que una gigantesca serpiente que vivía sobre las
montañas, ya que es sabido que las fuerzas del mal gustan tomar el aspecto de la
serpiente. Indra, con o sin la ayuda de Rudra y los maruts, divinidades del
viento, que en eso hay versiones distintas, combatió a Vritra hasta conseguir
destrozarle el lomo con el vayra; y no paró allí, también Indra acabó con la
madre Danu, quien cayó al morir sobre el cadáver del representante del mal.
Pero del mal nacieron los bienes y, así, de su vientre nacieron las aguas de la
tierra, hasta colmar los océanos, de cuyo calor salió el Sol; y con el Sol, el aire,
la tierra firme y los océanos, ya fue posible construir el Universo, pues se
poseían todos los materiales requeridos, y se dio forma definitiva el Sat de los
dioses y de sus criaturas, mientras que el Asat invisible quedaba para siempre
apartado y relegado a su no existencia.
LOS TRES SEÑORES DEL SAT
Los tres dioses encargados de velar por el Sat desde el momento de su
creación son Dyaus, Indra y Varuna. Dyaus está a cargo de la primera esfera
cósmica, la concavidad del firmamento; Indra de la segunda, del aire de la
atmósfera y de los elementos y meteoros que en ella ocurren; Varuna se encarga
de la tercera esfera, de que el orden cósmico establecido rija en la tierra. A Indra,
el aditya Vritahan, el campeón aditya que mató a Vritra, ya le conocemos por su
hazaña de liberar las aguas y construir el mundo. Dyaus Pitr, el Cielo Padre, es
el esposo del fecundador de Prtivi Matr, la Tierra Madre; Dyaus el Grande es el
espíritu benefactor supremo del día y de la luz. Varuna, el dios que está en todas
partes, es también el jefe de los adityas, los hijos de Aditi, la diosa virgen del
aire; Varuna cuida de la rita, de la verdad divina, y lo hace celosamente desde la
Tierra y la Luna, es decir, se mantiene vigilante en el día y en la noche, ayudado
en su constante misión protectora por las estrellas como celador que es del orden
sagrado en el Universo visible, del Sat, aunque el dios solar Mitra le vaya
sustituyendo en las tareas diurnas, de un modo auxiliar, por lo menos en la India,
ya que el Mitra trasladado a Occidente, a través de Babilonia primero y Persia
más tarde, se convierta en un dios principal. Varuna es el dios sabio que conoce
todo lo que ya ha sucedido y todo lo que ha de suceder. De su garganta brotan
las aguas de las siete fuentes del cielo, desde donde vienen a la tierra para
formar los grandes ríos del planeta. Dyaus Pitr, de donde tal vez saldrá el Zeus
griego, es el dios supremo del Cielo. Varuna también velaba por los muertos,
paraíso en el que reina junto al primer humano nacido y fallecido, al buen Yama,
y con la centinela de los dos perros protectores de las almas, Syama y Sabala. El
deva Indra, desposado con la diosa Indrani, era una divinidad caprichosa,
aunque fuera el dios principal de los humanos, y sus caprichos se manifestaban
por igual con mujeres, hombres o animales, tanto que la divinidad Gautama tuvo
que encolerizarse con su actitud y llegó a desmembrarle, aunque más tarde sus
divinos compañeros se ocuparan de recomponer su cuerpo deshecho.
OTRAS DIVINIDADES DE VEDA
Entre los aditya estaban también Mitra, del que ya se ha hablado, Baga,
Amsa, Daksa y Aryamán, junto a Indra y Varuna, formando el septeto básico;
también se solía poner a un octavo aditya, al errante Martanda, quien con su
continuo andar por el cielo, no era sino una divinidad astral, el Sol, Surya,
desposado con la diosa de la Aurora, Uchas, una diosa bondadosa y benefactora.
Al servicio de los adityas estaban los jinetes o Asvins, divinidades menores que
tenían sus dominios en la oscuridad de cada noche, dispensadores del rocío en su
corretear celestial y otorgadores de muchos más bienes espirituales y corporales.
Los centauros Gandharva vigilaban el jugo sagrado del Soma, que era además
otro dios de importancia en las ceremonias sagradas. Estos centauros Gandhava
eran asimismo unas divinidades tutelares de las almas migrantes en la
metempsicosis. Los Gandharva estaban unidos a las más bellas divinidades, las
turbadoras Apsara, ninfas del agua y concubinas de los dioses mayores.
Precisamente un Gandharva, Visvavat, fue el padre del primer mortal. Visvavat
estaba casado con Saranya, la hija del herrero de los dioses, Tvachtar, el mismo
que le proporcionó el rayo a Indra para que pelease con Vritra. De este
matrimonio nacieron Yama y su hermana gemela, y esposa, Yami. Los
Gandharva también se ocupaban de la escolta del deva Kama, dios del amor y
esposo de Rati, diosa de la pasión amorosa. En la mitología brahmánica, Kama,
fue muerto por Siva, ya que había intentado distraerle en sus meditaciones,
siguiendo unas maliciosas instrucciones de la cambiante diosa Parvati, esposa de
Siva; pero fue devuelto a la vida por el mismo Siva, al escuchar la pena que
invadía a la enamorada viuda Rati. Después de su misericordiosa resurrección,
Kama pasó a tomar la nueva denominación de Ananga.
EL PRINCIPIO DEL BRAHMANISMO
Los Marut, los dioses de los vientos, hijos del dios Rudra y de la diosa
Prasni, tenían gran poder, tanto como el de los temporales devastadores que
venían desde las montañas, o el de los vientos cargados de agua benéfica que
aparecían estacionalmente en la época de las lluvias, que no era otra cosa sino el
orinar de los caballos de Rodasi, la otra esposa de su padre Rudra, o el de su
madre la vaca Prasni. Pero los Marut no estaban solos en el reino de los aires, el
dios Savitar era quien hacía que se levantase el viento, se pusieran en marcha los
rayos del sol y fluyesen las aguas de los ríos, porque él mismo era el
movimiento y hasta el propio Sol, aunque entonces tomaba el nombre de Surya.
El deva Puchán, armado con una lanza de oro, se encargaba de unir el destino de
los seres vivos y de cuidar de ellos en todo lo necesario para su sustento, así
como de guiarlos en sus viajes por el buen camino. Pero el culto más popular, el
que atraía los más abundantes sacrificios de los fieles, los crauta del ritual, se
dirigían preferentemente a Agni o Añi, el dios rojo del fuego, el de los siete
brazos y tres piernas, el que estaba en todos los lugares donde se hiciera fuego.
Añi era hijo de la unión entre el Cielo y la Tierra y, posteriormente, fue adscrito
a la unión entre el Cielo y Brahma. Añi estaba casado con Svaha, quien le hizo
padre de tres hijos: Pavaka, Pavamana y Suci. Alrededor de este dios se formó
una muy especializada e importante casta sacerdotal, pues sólo ella se
consideraba capaz de dirigirse a él con rezos y cánticos específicos, un colegio
sacerdotal que daría más tarde nacimiento a la casta superior de los brahmanes,
precisamente los responsables de que la religión popular que se recogía en los
libros del Veda fuera postergada en favor del más completo y complejo corpus
del culto brahmánico, una mezcla de religión y metafísica, que se convertirá
también en el reglamento cotidiano para los creyentes, haciendo de él una forma
de vida totalizadora de lo religioso y lo doméstico.
"EL BRAHMANISMO"
De la unión de los Veda y del ritual sagrado elaborado desde arriba por la
clase sacerdotal, nació la nueva doctrina brahmánica, en la que revelación y
costumbre se sintetizaban para formar un único cuerpo de reglas que preside
toda la vida de los fieles, que va desde los libros revelados, los cuatro Veda, los
libros ascéticos del Aranyaka, los religiosos Brahmanas y los litúrgicos
Upanisads, hasta los libros escritos por el hombre para compendiar el
conocimiento humano, los que trataban de la astronomía, del arte y del lenguaje,
los Vedangas, las leyes recogidas en los Dharma y los Sutras, los libros de
relatos legendarios Puranas, y las epopeyas del Ramayana y el Mahabharata, en
el que se encuentra el texto védico del Bhagavad Gita, que nos enseña las tres
vías sagradas de acceso al conocimiento por la contemplación, las obras y la
devoción religiosa. El brahmanismo contempla en su base el misterio de la
Trimurti, la trinidad de lo absoluto, del Yo o atman, como creador de toda
existencia y detentador de toda idea. El Yo existe en sus tres personas
complementarias: Brahma, el creador, Visnú, el conservador, y Siva, el
destructor. Pero también el Yo, el Unico, coexiste al mismo tiempo en las dos
naturalezas unidas, en la mortal y en la inmortal, porque las dos naturalezas no
son sino una sola esencia, el último principio, el atman. Por ello el dios que todo
lo conoce y todo lo experimenta es, antes que nada, la ubicua presencia
universal, sea en criatura viva o en cosa inanimada. Y los humanos no somos
sino reflejos de esa doble naturaleza mortal e inmortal a un tiempo, todos los
humanos somos un yo personal más la parte alícuota del Yo total, a ese yo al que
debemos tratar de unirnos, para alcanzar la paz eterna, la armonía con el
principio último, para poder aspirar a ser felices en esta vida contingente y
eternos en la vida trascendente.
SHIVA Y VISNU
Mientras que Brahma quedaba establecido en un plano metafísico, las otras
dos personificaciones del Trimurti, Siva y Visnú, se convertían en figuras
queridas y temidas, en los santos visibles a los que recurrir en un caso concreto,
en las personas divinas pero humanizadas de las que se podían contar leyendas y
creer prodigios, porque los dioses que se asemejan a los hombres en sus defectos
y en sus virtudes, siempre están más cerca de ellos. Visnú, por ejemplo, fue el
héroe amado, el ser celestial que descendía continuamente al mundo al que
había dado vida con su aliento divino, para librarlo del mal, que también
intentaba perpetuarse sobre su superficie, aprovechando cada una de las nuevas
recreaciones. Sus hazañas aparecen relatadas en los avatares y esos textos calan
hondo en el fervor popular, porque no hay cosa mejor que poder contar las
muchas historias del dios valiente y bondadoso. Siva, por ser el dios destructor
de la trinidad brahmánica, se vio impelido a adoptar cada vez papeles más
terribles y así, transformado radicalmente desde su primitivo carácter de deva
benefactor, llegó a representar al dios implacable al que se le encomendaba la
ingrata tarea de la destrucción, pero no por ello dejaba de dar lo mejor de sí en
beneficio de las grandes causas, aunque tuviera que repetir una y mil veces el
sacrificio. Al terrible Siva también se le hizo pronto asumir la tutela de la
fecundidad, y los signos fálicos se elevaron por todo el territorio de la India en
su honor, en un patrocinio lógico de comprender, porque al ser un dios tan
poderoso y valiente, no podía por menos que ser el varón deseable al que
dirigirse con devoción, para rogarle que comunicara la gracia de su fuerza y
vigor a los hijos esperados.
VISNU, EL PROTAGONISTA DE LOS AVATARES
Hace muchos milenios el dios Visnú comenzó su carrera mitológica como
una divinidad más de la naturaleza, tal vez como un dios solar, pero fue ganando
puestos constantemente, pasando a un puesto de máxima importancia en la
trinidad trimurtiana, al segundo lugar, tras el gran Brahma. Ahora Visnú está a la
espera de la última encarnación de su ciclo, después de haber tenido nueve de
las diez predichas por el plan brahmánico, habiendo pasado ya por las del pez
que salvó a Manú del diluvio, la tortuga que obtuvo la bebida sagrada del amrita,
el jabalí que volvió a salvar a la tierra del nuevo diluvio, el león que castigó al
blasfemo demonio Hiranya, Trivikrama, el Brahmán enano de los tres pasos, el
Parasurama que venció a los chatrias, el Rama ejemplar que se narra en el
Ramayana, Rama Chandra, el príncipe negro Krisna, Buda. La décima será el
avatar del gigante con cabeza de caballo blanco, de Visnú como Kalki, venido a
la Tierra para la batalla definitiva contra el mal en el día paralaya, cuando se
acabe el mundo y Siva aparezca también sobre las ruinas del día del fin del
mundo. En las populares y muy hermosas epopeyas sacro-poéticas del
Ramayana y del Mahabharata, Visnú ya se convierte en el verdadero
protagonista de la leyenda, relegando a Brahma, al que fuera poder eterno, a un
segundo plano, mientras que él se acerca más y más al fervor popular, y habita
en las moradas paradisíacas rodeado del amor eterno de un millar de
incondicionales pastoras celestiales, las Gopis y en compañía de Laksmi,
divinidad del amor, de la ciencia y la fortuna, según nos cuentan los textos del
Ramayana. Cuando Visnú desciende a la tierra a acompañar a los humanos, lo
hace tomando cuerpo en un dios de cuatro brazos, generalmente, brazos que
portan el disco, el mazo, la concha o la trompeta, y la espada o el loto, emblemas
que son representaciones de sus facultades y virtudes, como son los símbolos del
Sol, de la fuerza, del combate contra el mal y su justo castigo, respectivamente.
SIVA, LA REGENERACION Y LA DESTRUCCION
Siva es la tercera persona del Trimurti, aunque para sus fieles, él es la
primera e incontestable divinidad trinitaria. Casado con la también
impresionante diosa Parvati, la montaña, que conoce muchas advocaciones,
desde la de Sati, o esposa, y Ambiká, o madre, hasta la de Kali, la negra, la diosa
de la muerte. Con su esposa Siva habita en las regiones que forman el techo del
mundo, en el Himalaya, sobre la cima del monte Kailas. Naturalmente, un amor
como el de la diosa Parvati y el dios Siva no podía ser menos que grandioso y se
cuenta que, cuando al fin Siva y Parvati se unieron por vez primera, todo el
planeta se estremeció en un gigantesco terremoto. El dios Siva a veces se
presenta ante los hombres desnudo y cubierto con la ceniza de la ascesis, con
toda la pureza de su ser, adornado con la señal inconfundible de un tercer ojo
vertical en medio de la frente, por el que todo lo ve, símbolo de su omnisciencia,
y con el pelo recogido en un gran moño, el mismo que paró la caída de la diosa
Ganga, la diosa de las aguas sagradas del río Ganges sobre la Tierra,
absorbiendo con su estoico dolor esa inmensa cantidad de agua, que era tan
necesaria para la vida del pueblo indio. Otras veces aparece cubierto
completamente de serpientes, para señalar inequívocamente su inmortalidad, y
armado con el arco Ayakana y el Jinjira, más el rayo y un hacha, porque
entonces es la personificación del tiempo, el dios destructor. Cuando aparece
como dios de la justicia, lo hace montado sobre un toro albo y su cuerpo está
coronado por cinco cabezas y un número par de brazos, entre dos y diez,
empuñando en una de sus manos un tridente en el que están ensartadas dos
cabezas. Sobre la frente se destaca la marca de una luna en creciente, su pelo
rojo se eleva como una tiara y su garganta es azul, para recordar que es el
Nilakantha, el héroe que salvó el mundo de todo el veneno vomitado por Vasuri,
el rey de las serpientes, y lo recogió en su mano para beberlo después,
quemando su garganta divina con la ponzoña, antes que dejar que los hombres
muriesen por su efecto.
BUDA, EL PRINCIPE ASCETA
El príncipe Siddharta Gautama, conocido por la posteridad como Buda
(Iluminado), vivió entre los años 550 y 471(a. C.) Nació al norte de Benarés, en
Kapilavastu, con el anuncio hecho a Maya, su madre, según nos cuenta su
leyenda, de que su vida sería la de un rey de cuerpos, un Kakravartin o la de un
pastor de almas, un Buddah. Nació el prodigioso niño a través del costado de
Maya, auxiliado por Indra y acompañado de dos serpientes de las aguas, dos
Nasa, que crean sendas fuentes de agua caliente (Nanda) y fría (Upananda) para
lavar a la criatura prodigiosa, que perderá a la semana a su madre. Su padre, el
viudo rey Suddhodana, decidió rodearlo de todo lo más hermoso que estaba a su
alcance, para evitar que fuera el hombre espiritual que se había profetizado,
apartándole de todo aquello que le pudiera hacer pensar en las miserias
humanas, y poniéndolo en manos de su cuñada y nueva esposa Mahaprajapati.
Pero Siddharta, en su retiro perfecto, llegó a ver y a reconocer el sufrimiento
ajeno, supo de la enfermedad y de la muerte y, sobre todo, vio en un monje la
perfección que el padre quería proporcionarle con regalos y placeres. Fueron sus
cuatro encuentros: con la vejez, con la enfermedad, con la muerte y con la
serenidad. Entonces y tras vencer toda clase de tentaciones puestas por su padre,
el príncipe Gautama, que se había casado con la más bella de las doncellas, con
Gopa, y ya tenía un hijo, decidió seguir el ejemplo del monje, abandonando el
mundo de esplendor de su padre. Según se cuenta, Siddharta tenía veintinueve
años cuando decidió abandonarlo todo para buscar la verdad, y aún pasó otros
seis años recorriendo la India en compañía de su fiel Chandaka, buscando esa
serenidad admirada en el anónimo monje, pero su esfuerzo no se veía
recompensado por el éxito; no había encontrado al maestro buscado, tampoco
había alcanzado el estado deseado. Por fin, en la soledad de una noche de Bodh
—Gaya, cuando se encontraba prácticamente al borde de la desesperanza, bajo
las ramas del árbol Bo, Gautama fue iluminado y con la fuerza de la verdad, el
Buddha comenzó su camino de predicación a la buena gente que encontraba a su
paso. Su verdad era sencilla, nada hay de permanente en un Universo cambiante,
en un Universo en el que nuestros actos, y no los dioses, nos premian o castigan
con un nuevo nacimiento en el que nuestro ser, transmigrado, alcanzará un
estado más perfecto o más imperfecto, según los méritos de nuestra propia vida,
según haya sido de triunfal su lucha contra los anhelos y las pasiones.
EL BUDISMO
La doctrina de Buda se desarrolló con fuerza en la India y fuera de ella,
pero, poco a poco, su implantación en el territorio en el que nació fue perdiendo
fuerza, trasladándose con más vigor al otro lado de los confines del norte, en el
reducto inaccesible del Tibet, y cruzando más tarde hacía el este, llegando a la
península de Indochina a China, Mongolia, Corea y lapón, para quedarse
definitivamente asentada en Extremo Oriente. También con el paso del tiempo,
la doctrina sencilla y casi atea de Buda se fue enriqueciendo con elementos
ajenos, dándole al asceta Buda una dimensión divina de la que él hubiera huido
avergonzado y confuso, y poniendo junto a él a toda una corte de dioses
tradicionales, hasta hacer crecer de la mera idea filosófica de la renuncia todo un
bosque de personajes mitológicos, en el que permanecían parte del Brahma
original y, sobre todo, del Indra del culto védico, ahora reducidos a personas
santas del budismo y cambiados hasta en su aspecto, con Indra rebautizado
Sacra, al frente de un colegio celestial de treinta y tres dioses, a la espera de
recibir la orden de Buda para ir en su ayuda con el vayra sagrado, para luchar a
su lado contra Mara, el nuevo demonio de la tentación, el rey de los placeres.
Este Mara, que reina en la Tierra, en el Infierno y en los seis pisos inferiores del
Cielo, tiene bajo sus órdenes a un ejército de demonios y se sirve de sus tres
hijas, Sed, Deseo y Placer como avanzadillas de su mundo de pecado. El
príncipe iluminado, vencido por la necesidad de una religión que se adaptara a la
tradición india, se trastocó en un dios múltiple en el tiempo, en el prototipo de la
transmigración incesante, en una persona divina que había vivido en muchas
ocasiones, como si el personaje sagrado se hubiera empapado también de la
esencia de Visnú y sus avatares, en un dios que operaba milagrosamente y que
se multiplicaba en la Tierra en otros seres humanos, ya que, mediante el exacto
cumplimiento de su doctrina, iba dando lugar al nacimiento de innumerables
Bodhisattvas, de aquellos humanos santificados que irían progresando en el
camino de la transmigración, hasta llegar a ser también otro nuevo Buda en una
futura reencarnación, cuando sus méritos acumulados así los recompensaran con
la divinidad.
EL CAMBIO EN LA DOCTRINA BUDISTA
También se vinieron desde los Veda los antiguos Gandharva, pero ahora a
cargo de la música del Cielo, y lo hicieron como auxiliares de uno de los cuatro
Lokapalas, los soberanos de los cuatro rumbos. Estos Lokapalas están a cargo de
los puntos cardinales: en el Norte está Kubera, con los también tradicionales
Yaksas, los antiguos auxiliares de Siva; en el Este Dhritarastra, gobernando
sobre los Gandharva; en el Sur está Virudhaka, señor de los geniecillos enanos;
en el Oeste el señor es Virupksa, con sus serpientes acuáticas Nasa, dueñas de la
lluvia. )unto a los demonios de Mara y a sus hijas, las que conocen las treinta y
dos magias de las mujeres y las sesenta y cuatro de los deseos, hay otras
criaturas infernales, desde los desgraciados espíritus transmigrantes Pretas,
míseras ánimas en pena, al legendario Davadatta, el primo de Buda y alevoso
traidor, pasando por Hariti, la diosa de la enfermedad negra, de la viruela, madre
de quinientos demonios, que fue transformada en una mujer bondadosa por
Buda, al ver el amor que sentía hacia sus hijos. Con éstos y muchos más dioses,
el aséptico cuerpo primigenio del ascetismo budista se fue llenando de
personajes locales, cubiertos de atributos y también de ornamentos y, todavía
más, se fue haciendo más y más barroco a medida que, en otros lugares
diferentes de Asia, se iba apropiando de divinidades locales para su nuevo
panteón, como es el caso de los más representativos Bodhisattvas, Mitreya,
Manjusri y Tara (que había sido diosa de la energía en la India y pasa a ser
encarnación de Buda) en el Tibet, o la multitud de divinidades existentes
asociadas a Buda o a los Bodhisattvas en China y lapón. Buda, el asceta
histórico original, se difumina ante la serie de Buddahs que han alcanzado ya el
Nirvana, el reposo eterno, y él sólo es el Gautama o el Sakiamuni, y no habrá
más hasta que llegue el Mitreya del último tiempo, mientras que una nueva
familia de Buddahs celestes reinan en un también nuevo y heterodoxo Paraíso
enclavado en lo más elevado. Finalmente, el budismo doctrinal evolucionó,
transformando su esencia tanto como su aspecto formal, del metta de la
serenidad se llegó al bhakti de la sensibilidad y el amor, para que en el karma
también se inscriban la renuncia y los sacrificios, abriéndose el ser humano,
desde la individualidad primigenia del budismo, hasta llegar a la doctrina de la
necesidad de transferir la gracia alcanzada por uno mismo hacia los demás,
hacia el prójimo.
JAINISMO Y SIJISMO
Casi mil años después de Buddah, en la misma época en la que nace el
hinduismo, Nataputta o Vardhamana, apodado Mahavira (el Grande) y fina
(Vencedor), funda el Jainismo. En efecto, era hijo de una personalidad, pero a
los treinta años murieron sus padres y ese acontecimiento le llevó a repartir sus
riquezas y salir en busca de la verdad en una larga peregrinación que desembocó
en una rebelión religiosa contra el brahmanismo. El Jainismo es una religión sin
dioses y que busca alcanzar en la transmigración la paz del espíritu, en sus dos
vertientes; digambara y svetambara, la desnudez total o hábito blanco. El jainista
lleva vida eremita, con la limosna como sola forma de supervivencia y el respeto
extremo a todo lo vivo, con un especial énfasis en la protección de los animales,
para alcanzar la libertad por el triratna: conocimiento, fe y virtud. La fe se
alcanza con la lectura de los Agamas del Mahavira; la virtud exige no matar, no
robar, no mentir, la castidad y la renuncia total. Para el jainismo, el Universo se
divide en dos partes, una material, sin vida (adjiva) y otra viva (atman), que se
libera de la materia por el dharma de sus obras y queda atrapada en el karma de
sus faltas, en su camino hacia la perfección del siddha, el nirvana jainista.
El sincretismo sij lo fundó el guru Nanak a finales del siglo XV, buscando
la unión de hinduismo e Islam. El guru Arjan escribió en gurmuji, en pujabí, el
que sería luego el texto sagrado del Adigrant, recopilando las enseñanzas de
Nanak sobre un solo dios y un mundo sin castas, en el que las almas conocen la
reencarnación en virtud de la perfección y la pureza que hayan sabido buscar en
su vida anterior. Y así se reencarna el guru Nanak en los sucesivos gurus que
gobiernan el culto sij. La obra de Arjan se escribió, precisamente, en una época
de persecución musulmana, lo que llevó a este grupo religioso punjabi a
transformarse en temibles guerreros. Aparte de la humildad y la sinceridad, la
alimentación omnívora (frente al vegetarianismo hindú y a los alimentos
prohibidos de los musulmanes) y rechazar la división en castas, los sijs se
distinguen por sus turbantes y por la obligación de conservar siempre su pelo.

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