Érase un herrero, que un día se dijo:
— Yo no he conocido nunca daño alguno, aunque dicen que hay mucho mal (likho) en el
mundo. Yo quiero ir á buscarlo.
Así diciendo , fué á echar un trago y emprendió la marcha en busca del mal.
En el camino encontró á un sastre.
—Buenos días, sastre, le dijo.
— Buenos los tengáis, contestó el otro. ¿A dónde se va?
— Hombre, todo el mundo dice que hay mal en la tierra; pero yo no lo he visto nunca, y
voy á buscarlo.
—Pues vamos juntos, porque yo tampoco he visto ningún mal.
Andando, andando , llegaron á un oscuro y espeso bosque , donde se veía una estrecha
senda, por la cual prosiguieron su camino, hasta que al fin vieron una cabana muy grande.
Ya iba á cerrar la noche, y como no había allí otro albergue, entraron sin vacilar; pero no
encontraron á nadie: todo allí estaba desnudo y mísero. Los dos hombres buscaron un
asiento y allí permanecieron inmóviles, cuando de pronto vieron entrar una mujer muy alta,
encarnada y que sólo tenía un ojo.
— ¡A.h! exclamó; veo que tengo visitas. ¿Qué hacéis por aquí?
—El cielo os guarde, abuela, contestaron. Hemos venido á pasar la noche bajo vuestro
techo.
—Está muy bien; veo que no me faltará que cenar.
Al oir estas palabras, los dos hombres experimentaron indecible terror. En cuanto á la
mujer, fué á buscar una gran cantidad de leña, arrojóla en el hogar y la encendió; acercóse
después á los dos hombres, se apoderó del sastre, le cortó la garganta y le introdujo en el
horno.
Entre tanto, el herrero comenzó á murmurar:
—¿Qué haré yo ahora? ¿Cómo salvaré mi vida?
Cuando la bruja hubo acabado de cenar, el hombre miró al horno y le dijo :
—Abuela, yo soy herrero.
—¿Qué podéis forjar?
—Cualquier cosa.
—Pues haced un ojo para* mí.
—Bueno, repuso el hombre : lo tendréis; mas para esto necesito una cuerda, pues debo
ataros, porque de lo contrario no estaríais quieta. Es preciso clavar el ojo dentro.
La bruja fué á buscar dos cuerdas, una muy delgada y la otra gruesa.
El herrero ató á la bruja con la primera y le dijo:
—Ahora, abuela, dad una vuelta.
Hízolo así la bruja, y la cuerda se rompió.
—Esa cuerda, como veis, no sirve.
Y tomando la otra, ató á la vieja fuertemente.
—Dad ahora la vuelta, dijo.
La bruja se volvió, y á pesar de que se retorcía, no pudo romper la cuerda.
Entonces el herrero cogió una lima, calentóla hasta que estuvo candente y la aplicó al ojo
bueno de la bruja; en seguida cogió una hacha, y con el mango golpeó vigorosamente en la
lima. La vieja forcejeaba como una furia, y al fin rompió la cuerda.
— ¡ Ah, miserable! exclamó; ahora no te escaparás de mis manos.
El herrero se vio perdido, y conociendo que se hallaba en un mal paso, entregóse á sus
reflexiones, pensando en el medio de librarse.
A poco llegaron del campo los carneros y las ovejas, y la bruja los encerró en su redil,
juntamente con el herrero, que había ideado cubrirse con una pelliza de piel de carnero, volviendo
la lana hacia fuera, para ver si pasaba desapercibido y podría escapar por la mañana con
los animales. Por la mañana la bruja abrió el redil para dejarlos salir uno á uno; pero, cuando
pasaban por delante, cogíalos por la lana y ios sacudía; de modo que al llegar el turno al herrero,
apenas le cogió por el vellón, el hombre quedó descubierto; pero éste, lejos de asustarse,
se incorporó y dijo á su enemiga:
—¡ Hola, Likho! he sufrido mucho mal en tus manos; mas ahora no • podrás ya hacerme
nada.
—Espera un poco, replicó la vieja; aún no has padecido lo bastante, ni tampoco te has
escapado todavía.
El herrero se precipitó hacia el bosque por la estrecha senda, y como viese poco después
una hacha con puño de aro pendiente de la rama de un árbol, experimentó vivos deseos de
apoderarse de ella; mas apenas la hubo cogido, su mano se quedó adherida al mango, sin que
le fuera posible arrancar el instrumento.
Entonces no supo qué hacer, y al dirigir una mirada hacia atrás, vio á la vieja que avanzaba
presurosa, gritando:
—Ya te tengo, cobarde; aún no te has escapado.
El herrero sacó una navajita que llevaba en el bolsillo y comenzó á cortarse la mano, hasta
que la separó de la muñeca, y entonces emprendió la fuga.
Cuando llegó á su pueblo, comenzó á enseñar á todos el brazo, en prueba de que al fin
había visto á Likho.
—Mirad, decía, ya estoy de vuelta; pero he perdido una mano; y en cuanto á mi compañero,
la bruja se lo ha comido enterito.
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