jueves, 7 de marzo de 2019

El Arriero, la Serpiente y la Zorra

J UI, JUI, JUI; silbaba alegremente un arriero, mientras conducía
su rebaño de llamas cargadas de maíz. Era muy temprano
y no se veía un pastor ni un chacarero todavía, por esos lugares.
De pronto oyó otro silbido exactamente igual al suyo; como
si alguien le contestara. Miró a su alrededor, pero no distinguió a
nadie.
—Me habrá parecido; dijo, y siguió andando; mas en seguida
volvió a escuchar con toda claridad:
—Jui, jui, jui.
El sonido venía del lado del cerro.
—Será el viento que quiere burlarse de mí y que está silbando
entre las peñas, pensó; pero de nuevo sintió el jui, jui, ¡ui; muy
cerca de él. Miró entonces hacia las rocas y vio una serpiente aprisionada
por un árbol que había caído sobre ella. La infeliz no podía
moverse pues el tronco la oprimía de tal manera, que casi no la
dejaba respirar. La culebra tenía la boca inmensamente abierta y la
larga lengua colgábale por lo menos una cuarta, fuera del hocico.
Acercóse a ella el arriero y escuchó que le decía con voz tan
débil, que parecía un suspiro:
—Por favor, sácame de aquí; yo te lo agradeceré siempre y
seré tu amiga. Mira que si me dejas como estoy, moriré dentro de
unos momentos.
Al arriero no le gustaban las culebras; había oído decir que
eran ingratas y crueles, pero como tenía muy buen corazón, se compadeció
de la infeliz y tomando la soga con que amarraba sus
fardos, la ató al árbol y comenzó a tirar de ella, hasta que el animal
quedó libre.
Sacudióse la serpiente, respiró muy largo y cuando el arriero
esperaba que le diera las gracias por el favor tan grande que acababa
de hacerle, vio que se le acercaba rápidamente, que se abalanzaba
sobre él y sintió que se arrollaba a su cuerpo y comenzaba
a estrujarlo.
Era muy larga y fuerte la culebra. Se había envuelto al rededor
del pecho del infeliz y lo ajustaba más, a cada instante.
—¡Suéltame, no seas ingrata,- acabo de salvarte la vida y me
pagas así!; gritó el arriero.
—¡Qué salvarme la vida, ni que nada!; contestó ella. Lo único
que yo sé, es que tengo mucha hambre y que me gusta más la carne
humana, que la de las llamas.
El pobre hombre agitaba manos y pies, tratando de librarse;
pero todo era inútil.
—¡Suéltame, ingrata!; dijo por última vez, ya sin fuerzas y
medio ahogado.
En eso, asomó detrás de una roca un afilado hociquillo; luego,
dejóse ver una cabeza, y por fin, apareció el cuerpo de una zorra.
—¡Hola, hola!; dijo la recién llegada, con voz burlona. ¿Qué
es esto? ¡Doña Culebra queriendo comerse al pobre arriero! ¿Oye,
podrías decirme, si no es indiscreción, qué daño te ha hecho este
buen hombre?
—¿A mí?; daño ninguno, respondió la serpiente, moviendo
su fina lengüecilla. Cuando yo estoy con hambre y encuentro alguna
presa, no necesito que me haya hecho daño, para comérmela.
—|Esta serpiente es una malagradecida; exclamó el arriero,
con la poca voz que fe quedaba; y ya casi agonizando, agregó:
Acabo de salvarle la vida y ve cómo me corresponde!
—Bueno, es verdad; pero tal vez yo sola hubiera podido
salir de debajo del árbol si tú no lo hubieras arrimado; dijo la
serpiente.
—(Mentira, jamás habrías logrado librarte sin mi ayuda!;
respondió el infeliz, respirando a duras penas.
La zorra entonces, levantó los ojos al cielo, pensativa; luego
miró hacia abajo; en seguido movió a derecha e izquierda su fino
hociquillo y dijo:
—A ver, a ver; este asunto es un poco enredado y no logro
comprenderlo. Mira, Culebra, ponte debajo del tronco, como estabas
y tú, arriero, haz en seguida lo mismo que hiciste hace un momento,
para salvarla. Sólo viéndolo con mis propios ojos, podré
entenderlo y decidir cuál de los dos tiene razón.
—Bueno, así lo haremos; contestó la culebra y soltando su
presa, se deslizó rápidamente hasta llegar ¡unto al tronco.
Entonces el hombre ató de nuevo el árbol con la soga y, tirando
con gran trabajo, logró colocarlo sobre el cuello del animal,
en la misma forma en que lo había encontrado. Inmediatamente, la
serpiente abrió la boca y comenzó a asfixiarse.
—¿Así era como estabas?; preguntóle en seguida la zorra.
—Sí; respondió ella con una voz tan delgadita que apenas
se le oía.
—¿Pero tienes seguridad de que era de ese modo?; interrogó
nuevamente la zorra.
—Síí; volvió a contestar la serpiente, con un débil resuello,
pues se estaba ahogando.
La zorra,entonces,miró al hombre, ¡lena de picardía, le guiñó
un ojo y le dijo:
—Querido arriero, tu enemiga está presa. ¿Dime, qué esperas
ahora: volver a libertarla para que te dé muerte o para que
devore a otra persona? No seas tonto, desata tu cuerda y vete tranquilo
a tu pueblo. Esta infame no merece que la salven, pues lo único
que sabe es hacer daño.
El buen hombre, al escuchar estas palabras tan sabias, desató
la soga, estrechó la pata que su consejera le tendía y tras de darle
las gracias, arreó alegremente el rebaño de llamas y siguió su camino.
Entonces la zorra, moviendo la cola, pasó contoneándose delante
de la serpiente, sin mirarla siquiera y tomó la senda que llevaba
al pueblo vecino, donde iba a visitar a una comadre.

2 comentarios:

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