La
hermana mayor, la diosa-Sol, resplandecía en su apostura, dignificada con su
atuendo, de carácter magnánimo y benigno, y brillaba gloriosamente en el cielo.
Tenía a su cargo el gobierno de los cielos. Por otra parte, el hermano menor,
el dios-Tormenta, tenía un aspecto oscuro, llevaba barba, era de carácter
furioso e impetuoso, aunque su cuerpo mostraba una gran fortaleza. El mar era
el reino a él confiado. Mientras la diosa-Sol cumplía sus deberes y se ocupaba
en promocionar la vida y la luz, el dios-Tormenta descuidaba su reino y
provocaba toda clase de alborotos y revueltas. Llorando y rabiando, declaraba
que añoraba la morada de su madre, y en sus transportes de furor destruía todo
lo que ordenaba sensatamente su hermana, como los trabajos de irrigación de los
arrozales, e incluso los lugares sagrados dispuestos para las fiestas de la
nueva cosecha. La división de los reinos hecha por el dios-Padre condujo a
interminables conflictos entre la agente de vida, luz, orden y civilización, y
el autor del desorden, la destrucción, la oscuridad y la muerte. Así, vemos la
antítesis entre el macho primitivo y las deidades femeninas, cuyo resultado ha
sido la lucha entre la vida y la muerte, transferida a un conflicto más
desesperado entre la diosa-Sol y el dios-Tormenta.
Un
episodio interesante de la historia es la visita del dios-Tormenta a la morada
celeste de su hermana, que terminó en un compromiso entre ambos. Cuando la
diosa-Sol vio que su hermano subía hacia su reino, «la Pradera del Cielo»
(Taka-ma-no-hata), estuvo segura de que deseaba usurparle este dominio y se
dispuso a recibirle bien armada y con instrumentos mortales en la mano. Cuando
al fin el dios-Tormenta se le enfrentó a través del río celestial Yasu[16],
explicó que no abrigaba malvados designios sino que sólo deseaba despedirse de
su hermana antes de regresar a la morada de su madre. A fin de testimoniar la
mutua confianza así establecida, accedieron a intercambiar sus bienes y a tener
hijos.
La
diosa-Sol le entregó sus joyas al hermano, y el dios-Tormenta le dio a ella su
espada. Los dos bebieron del manantial celeste en la cuenca del río y se
llevaron a la boca las prendas intercambiadas. De la espada en la boca de la
diosa-Sol surgió la diosa de los rápidos y los torbellinos y, finalmente, un
espléndido joven, a la que ella llamó su querido hijo. De las joyas en la boca
del dios-Tormenta se produjeron los dioses de la luz y la vitalidad.
Así
concluyó el encuentro a orillas del río Yasu con muestras de confianza mutua
que, no obstante, sólo fueron temporales.
A
pesar de su entendimiento, el dios-Tormenta no cambió de conducta ultrajante,
incluso destruyó los arrozales construidos por la diosa-Sol y contaminó sus más
santas observancias. Tras tan intolerables ofensas, no sólo contra ella sino
contra las sagradas ceremonias instituidas, la diosa-Sol se escondió de las
atrocidades cometidas por su hermano en una cueva celestial. La fuente de luz
desapareció, todo el mundo se oscureció y los espíritus del mal asolaron el
mundo.
Ahora,
ocho millones de dioses, confusos y mohínos, se reunieron delante de la cueva,
y se consultaron para saber cómo podía restaurarse la luz. Como resultado de
tal consulta, surgieron multitud de cosas de eficacia divina, como los espejos,
las espadas, y las ofrendas de telas. Se irguieron los árboles, que fueron adornados
con joyas; se produjeron gallos que podían cacarear eternamente; se encendieron
hogueras, y una diosa llamada Uzume[17] interpretó una danza con alegre
acompañamiento musical. La extraña danza de Uzume divirtió tanto a los dioses
allí reunidos que sus risas hicieron temblar la tierra.
La
diosa-Sol oyó aquel ruido desde su cueva y sintió curiosidad por saber qué
ocurría. Tan pronto como abrió una abertura en la cueva y se asomó, un dios
poderoso ensanchó el agujero y la sacó por la fuerza, mientras los demás dioses
le impedían volver a la cueva. Así reapareció la diosa-Sol. El universo volvió
a estar brillantemente iluminado, el mal se desvaneció como una bruma, y el
orden y la paz prevalecieron sobre la faz de la tierra. Cuando la diosa-Sol
reapareció, los ocho millones de deidades formaron un jubiloso tumulto y sus
risas penetraron todo el universo. Ésta es la alegre culminación de todo el
ciclo del mito cosmológico, y es un dato interesante que en los tiempos
modernos se hayan adaptado partes de La
creación de Haydn a los cantos corales que describen esta escena.
Tal
vez este episodio representase originalmente la reaparición de la luz y el
calor después de una gran tormenta o de un eclipse total del sol. Pero los
compiladores de los sucesos mitológicos también pensaban en una exaltación del
mando supremo de la antepasada Imperial, amenazada por algún tiempo con el
peligro de un usurpador, de la victoria del orden y la paz sobre la barbarie,
del gobierno imperial sobre los rebeldes traidores. Aunque existen muchas
razones para creer que hubo una base puramente natural para el mito de la
diosa-Sol y el dios-Tormenta, los sintoístas lo han interpretado como un hito
histórico, celebrando el triunfo del mando imperial. Esta interpretación no
deja de acercarse a la verdad si consideramos que tratamos con un mito de
fenómenos naturales combinados con una visión de la vida social, o sea una
mezcla de lo que los sabios alemanes llaman Natur-mythus
y Kuliur-mythus.
[16]14
El nombre Yasu suele interpretarse como «paz». Pero según otra interpretación
significa “muchos bancos de arena” o “ancha cuenca del río”. La base natural
del concepto podría ser la Vía láctea o el Arco Iris.
[17]
El nombre Uzume significa “bendición”, “maravilla”. Usualmente se representaba
como una mujer de expresión feliz, con una cara redonda y achatada.
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