El
oni abarca desde el gigante que puede devorar todo el mundo , mediante ogros y
vampiros, al diminuto duende autor de travesuras. Pero los japoneses suelen
pensar que un oni es un diablo feo y temible que surge de las regiones
infernales para arrastrar a los pecadores hacia el averno, para castigar a los
malvados aún con vida, o aterrorizar a los hombres de mala disposición. Su
cuerpo varía igual que su color; puede ser azul, rosa o gris; tiene la cara
aplanada y muy ancha la boca que se extiende de oreja a oreja. En la cabeza
ostenta unos cuernos; a menudo luce un tercer ojo en la frente; los pies tienen
tres dedos con uñas puntiagudas, y son asimismo tres los dedos de las manos. Va
casi desnudo y su taparrabos está hecho de piel de tigre. Puede andar por la
tierra o volar por el aire. En la mano derecha lleva a menudo una vara de
hierro provista de púas muy afiladas.
Estos
demonios se aparecen en una carreta envuelta en llamas para apoderarse del alma
de un ser malvado a punto de morir. Los terribles tormentos que idean para las
almas perdidas del infierno constituyen los temas de muchas leyendas
fantásticas. Sin embargo, pertenecen a la mitología puramente budista y tienen
cierta semejanza con los diablillos y los demonios de la superstición medieval
cristiana.
Mas
pese a su terrorífico aspecto, el oni del folclore japonés es un personaje
tremendamente cómico. Les gusta entrometerse en los asuntos humanos, pero son
fácilmente burlados con sencillos encantamientos y hechizos, y su consiguiente
irritación suele ser el tema de una historieta cómica. Se les engaña con suma
facilidad, y su fuerza demoníaca así como su espantosa apariencia, los hace aún
más ridículos cuando son engañados o quedan indefensos ante los mismos a
quienes deseaban asustar.
Un
cuento curioso, perteneciente a una colección de historias escritas en el siglo
XII, ilustra de manera divertida esta peculiaridad del oni. Se conoce como
«Extirpando los bultos» (Kobu-tori).
Érase
una vez un viejo que tenía un gran bulto en la mejilla derecha. Un día se quedó
hasta tan tarde en el bosque cortando leña que se vio obligado a buscar un
refugio para pasar la noche, cosa que hizo en el hueco de un árbol. Hacia
medianoche oyó unos ruidos confusos muy cerca y al fin comprendió que los hacía
un grupo de onis, compuesto por una gran variedad de diablos. Asomó la cabeza y
los vio sentados ante una mesa bien provista de viandas, y bailando uno tras
otro, unos muy bien, otros bastante mal. El viejo se divirtió mucho al ver
aquella francachela y sintiendo ganas de tomar parte en la diversión, salió del
hueco del árbol y empezó a bailar. Los diablos se asombraron ante aquella
aparición, pero les encantó que un ser humano les acompañase, sobre todo al
observar la habilidad que el viejo tenía para el baile.
Así
pasaron un par de horas muy agradables y, cuando llegó la hora de marcharse,
los onis le pidieron al viejo que volviese otra noche para darles otra prueba
de su arte coreográfico. El viejo consintió en ello, pero los diablos quisieron
tener una prenda de su palabra. Para ello podían haberle cortado la nariz o las
orejas, pero decidieron quitarle el bulto de su mejilla derecha,[48] ya que el
viejo les hizo creer que era lo que más apreciaba de su persona.
Cuando
el viejo regresó a su aldea, la gente se asombró al ver que ya no tenía el
bulto en la mejilla, y la historia no tardó en circular por toda la comunidad.
En la misma aldea vivía otro viejo que tenía un bulto en la mejilla izquierda.
Al enterarse de la maravillosa historia, deseó que los diablos también le
extirpasen el bulto. A la noche siguiente subió a la montaña, tal como su amigo
le había dicho que hiciese, y aguardó la llegada de los diablos. Éstos no
tardaron en presentarse y empezaron a comer, a beber y a bailar. El viejo salió
tímidamente del hueco del árbol y trató de bailar, pero no era buen danzarín y
los diablos pronto comprendieron, a causa de su torpeza, que aquel viejo no era
el mismo de la noche anterior. Se enfadaron mucho y conferenciaron para decidir
cómo podían hacerle pagar cara su osadía. Finalmente determinaron pegarle el
bulto que habían quitado de la mejilla derecha del primer viejo, de modo que el
viejo que tenía el bulto en la mejilla izquierda tuvo de repente otro en la
mejilla derecha, por lo que volvió a la aldea con el rabo entre las piernas,
como suele decirse.
La
moraleja unida a este cuento es que nunca hay que envidiar la suerte ajena,
aunque esta moraleja es seguramente un añadido del autor, pues el motivo
original era exclusivamente contar una historieta divertida.
La misma colección contiene otras historias referentes a diablos, en las que aparecen ya como seres terribles, ya como seres sumamente cómicos. Por ejemplo, un monje itinerante se encontró en cierta ocasión con un espantoso diablo entre las montañas. A pesar de su aspecto monstruoso y temible, el diablo estaba llorando amargamente. El monje le preguntó acto seguido la razón de tal llantina. El diablo le explicó que antaño era un ser humano, pero debido al espíritu vengativo que había albergado contra su enemigo se había transformado en diablo. Así, había podido vengarse no sólo de su enemigo sino de sus descendientes a través de varias generaciones, ya que un diablo vive mucho más tiempo que un ser humano. Y había matado al último miembro del linaje de su enemigo, y no quedaban enemigos a los que perjudicar. A pesar de ello seguía viviendo torturado por el incesante afán de venganza.
La
desdicha de ese diablo consumido por unas pasiones que no podía satisfacer
entraña una lección muy grata a los budistas, aunque un monstruo que llore por
tal causa tenga en sí cierta dosis de humor. Es posible que de esa leyenda
provenga el familiar proverbio: «Hay lágrimas hasta en los ojos del diablo».
Otro proverbio dice: «Incluso los diablos saben cómo rezarle al Buda», y éste
es un tema favorito de los pintores. Un demonio con una cara de horrorosa
fealdad está pintado con ropajes monacales, agitando una campanilla que le
cuelga del pecho, suponiéndose que repite el nombre de Buda al unísono de la
campana. Los diablos así caricaturizados abundan en las pinturas japonesas,
especialmente en las obras de la última generación de pintores.
Como
contrapartida a los diablos, el folclore japonés tiene una especie de arcángel
Miguel en la persona del Shoki. Al parecer, vivía en China durante el siglo
VIII. Asegura la leyenda que se suicidó al fracasar en su carrera oficial. Pero
después de su muerte el Emperador le honró sobremanera, y entonces Shoki se
cuidó de proteger el palacio Imperial contra los demonios. Se le representa
como un gigante luciendo una corona y con atuendo de oficial chino de la época,
empuñando una espada en la mano. Sus ojos destellan coléricamente y sus
mejillas están cubiertas por una barba muy poblada. Persigue a los demonios sin
el menor remordimiento, y en los cuadros donde se le ve luchando con algún
diablo, el contraste entre su elevada estatura y la del diablillo es altamente
divertido. La figura de Shoki aparece en las banderas izadas el Día de Mayo
japonés, una fiesta en la que se exorciza a los malos espíritus de la peste,
las demás enfermedades y las plagas.
Se
dice que algunos onis poseen un mallo milagroso, como el del Daikoku[49], que
puede conceder todo lo que uno desea. Hay una historia que lo confirma
referente a Issun-boshi, «el Pulgarcito».
Érase
una vez una pareja ya de edad que al no tener hijos continuamente le rezaban al
dios de Sumiyoshi les concediera uno, aunque sólo tuviese una pulgada de
estatura. Su plegaria fue escuchada y les nació una especie de pigmeo. Lo
llamaron Issun-boshi o sea «el Pulgarcito»; sin embargo, resultó ser un chico
muy listo. Al crecer, aunque muy poco, deseó ver mundo y empezar una carrera en
Mi-yako, la capital imperial. Sus padres le dieron provisiones y el enano se
puso en marcha, llevándose un plato de madera y un palillo que usaba como barca
y timón al atravesar los ríos. Cuando llegó a Mi-yako entró al servicio de un
noble y pronto fue su más fiel servidor.
Un
día acompañó a la princesa de la mansión al templo de Ki-yomizu, y al regreso
les detuvo un oni, amenazándoles con devorarlos. El hábil y valeroso
Issun-boshi saltó a la boca del oni y le pinchó los labios y la nariz con su
espada, que era un alfiler, el oni, hallando el dolor intolerable, se libró
como pudo de su asaltante y huyó. Cuando el oni hubo desaparecido, la princesa
encontró un mallo que por lo visto le había caído al oni en su huida. La joven
sabía que los onis a veces llevan un mallo maravilloso que puede conceder
cuanto se le pida, por lo que recogió aquel y lo blandió, pidiendo que
Issun-boshi se convirtiera en todo un hombre. El Pulgarcito inmediatamente se
transformó en un hombre de buena estatura. La princesa le dio las gracias por
haberla salvado del oni, e Issun-boshi le agradeció a la princesa haberle
convertido en un hombre. Más tarde se casaron y vivieron eternamente felices.
[48]
Derivado de la idea de que los onis devoran carne humana.
[49]
Los mallos o martillos mágicos abundan en la mitología japonesa, asociados a
seres sobrenaturales. Otros materiales mágicos también se citan como el caso de
“El saco de arroz de Toda”. La idea de un muchacho de una pulgada puee ser
rastreada hasta la del “Hombrecito famoso”.
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