Hace ya muchísimos años,
tantos que no podría contarlos, en la fértil tierra de Lough Neagh[1] existió un hombre muy, pero
muy pobre, que vivía en una humilde choza, a la orilla del río Bann, cuyas
aguas turbulentas bajan de las sombrías laderas de los montes Anthrim.
Lushmore[2], a quien habían apodado así
los lugareños, a causa de que siempre llevaba en su alto sombrero de rafia una
pequeña rama de muérdago, como la que los leprechauns[3] ponen en las hebillas de
los suyos, tenía sobre su espalda una gran joroba, que prácticamente lo doblaba
en dos, como si una mano gigante hubiera arrollado su cuerpo hacia arriba y se
lo hubiera colocado sobre los hombros. Tal era el peso de ese enorme apósito de
carne, que cuando el pobre Lushmore estaba sentado -y lo estaba casi todo el
tiempo, pues sus flacas piernas apenas podían sostener su cuerpo-, quedaba
doblado por la cintura, con su pecho apoyado sobre sus muslos, única manera de
sostener el peso de su giba.
Si bien la gente de los
alrededores lo trataba con deferencia, pues su trabajo de maestro mimbrero era
muy cotizado en la zona, corrían ciertas historias sobre él, quizás provocadas
por la envidia de sus magníficas labores, y los lugareños tenían cierta
disposición a evitarlo cuando se cruzaban en algún lugar solitario ya que, aunque
la pobre criatura era tan inofensiva como un bebé de pecho, su deformidad era
tan grande que asustaba a sus vecinos, que apenas podían considerarlo un ser
humano. De él se decía, por ejemplo, que tenía un gran dominio de la magia, y
que podía mezclar pócimas y brebajes, y preparar encantamientos para enloquecer
a un hombre, aunque lo cierto es que nunca nadie lo había comprobado personalmente.
Lo cierto es que Lushmore
poseía unas manos realmente mágicas para trenzar todo tipo de juncos y
mimbres, para tejer cestas y sombreros, y cuando no se encontraba sentado en su
insólita posición, solía recorrer los alrededores, recogiendo los materiales
que luego transformaba en
verdaderas obras de arte, o marchando en su pequeña carreta hacia las ciudades
vecinas, para vender el fruto de su trabajo.
Y así fue que en una
ocasión, cuando regresaba de la ribera del río Main, donde solía recoger la mayoría
de su materia prima, y se dirigía a la ciudad de Killead con una carga de
canastos, como el pequeño Lushmore caminaba muy despacio por culpa de su enorme
joroba, se había hecho ya completamente de noche cuando llegó al viejo túmulo
de Knockgrafton, un lugar que la mayoría de los aldeanos evitaban por las
noches.
Lushmore se sentía agotado
por la caminata, y al pensar que aún le quedaban varias horas por delante,
decidió sentarse bajo el túmulo para descansar un rato y, para entretenerse, se
puso a contemplar el rostro de la luna, que lo observaba solemnemente entre
las ramas de un añoso roble.
Repentinamente, llegaron a
sus oídos los extraños acordes de una misteriosa canción, y el jorobado
comprendió inmediatamente que jamás había escuchado una melodía tan fascinante
como aquélla. Sonaba como un coro de infinitas voces, donde cada uno de sus
integrantes cantara en un tono diferente, pero sus voces se armonizaban unas
con otras de tal forma que parecía que salieran de una sola garganta. Escuchando
con atención, Lushmore pronto pudo distinguir la letra de la canción que
constaba de sólo cuatro palabras que se repetían tres veces: "Da Luan, Da
Mort; Da Luan, Da Mort; Da Luan, Da Mort"[4], luego se producía una
pausa y la tonadilla comenzaba de nuevo.
Lushmore escuchaba con el
alma puesta en sus oídos y apenas respiraba por el temor a perder un sólo
compás. Pronto comprendió que la canción provenía desde dentro del túmulo y,
aunque al principio la música lo había ensimismado, con el paso del tiempo la
letanía comenzó a aburrirlo, así que, aprovechando el intervalo que se
producía después de las tres repeticiones de Da Luan, Da Mort, introdujo, con
la misma melodía, las palabras "augus Da Dardeen" ; luego siguió
entonando Da Luan, Da Mort junto con las voces misteriosas y, cuando se produjo
nuevamente la pausa, volvió a introducir su propio augus Da Dardeen.
Las hadas de Knockgrafton
-porque no eran de otros las voces que entonaban aquella melodía- se
maravillaron tanto al escuchar aquel agregado a su canción, que inmediatamente
decidieron salir a buscar al genio cuyo talento musical hacía palidecer al de
ellas; y así el pequeño Lushmore fue llevado hacia el interior del túmulo, a
la velocidad de un tornado.
Una maravillosa vista
acompañó su caída, mientras que la más excelsa de las músicas acariciaba sus
oídos con cada uno de sus movimientos. Al llegar a su destino, la reina de las
hadas y su séquito le depararon el más glorioso de los recibimientos, dándole
una calurosa bienvenida, que llenó de gozo su corazón, y poniéndolo a la
cabeza del coro; luego fue atendido a cuerpo de rey por una multitud de
sirvientes y, en general, lo trataron como si fuera el hombre más importante
del mundo.
Algo más tarde, mientras
descansaba de su copioso banquete, Lushmore notó que las hadas se trababan en
una ardorosa deliberación y, a pesar de la forma en que lo habían tratado,
comenzó a sentir cierto temor hasta que la reina se acercó a él y le dijo:
¡Lushmore, Lushmore,
desecha todo temor,
esa giba que te aqueja
ya no te dará más dolor!
¡Mira al suelo y la verás
caerse con gran fragor!
Tan pronto como el hada
pronunció estas palabras, el jorobado se sintió repentinamente tan leve y
grácil que pensó que podría volar como los pájaros, o saltar a la luna de un solo
brinco. Con inmenso placer escuchó un gran golpe y, cuando miró hacia abajo,
vio la joroba caída a sus pies, como una masa de carne informe. Entonces
intentó hacerlo que nunca había hecho en su vida: levantó la cabeza con
precaución, temeroso de golpearse contra el techo de la habitación en que se
encontraba -tan alto le parecía ser ahora y miró a su alrededor, admirando el
panorama que se extendía, desde una altura desde la cual nunca había
contemplado escenario alguno. Abrumado por las nuevas sensaciones que
experimentaba, sintió que la cabeza le daba vueltas y más vueltas, y una nube
pareció descender sobre sus ojos, hasta que cayó en un sueño profundo y,
cuando despertó, se encontró tendido sobre la hierba, cerca del túmulo de
Knockgrafton, al interior del cual las hadas lo habían llevado volando la
noche anterior.
Al abrir los ojos, pudo ver
que ya era de día, el sol brillaba cálidamente en el cielo y los pájaros
cantaban en las ramas del roble que se extendían sobre su cabeza.
Su primera acción, luego de
decir sus oraciones, fue llevar la mano a su espalda, para tantear su joroba y,
al no encontrarla, se sintió transportado por la alegría, porque se había
convertido en un hombre gallardo y elegante; más aún, al contemplarse en las
aguas del Lough Neagh se vio vestido con ropas nuevas, que hasta eso habían
hecho las hadas por él.
Recogió su mercadería, que
estaba prolijamente acomodada sobre una de las piedras del túmulo, y reinició
su interrumpido camino hacia Killead, ágil como una gacela y con un paso tan
airoso como si toda su vida hubiera sido maestro de danzas. Al llegar a la
ciudad, ninguno de los vecinos pareció reconocerlo sin su joroba, y le resultó
difícil demostrarles que era el mismo Lushmore, el maestro mimbrero, que venía
a entregarles sus pedidos.
No hace falta adelantar que
no pasó demasiado tiempo antes de que la noticia de la desaparición de la giba
de Lushmore corriera como reguero de pólvora por Killead y todos los pueblos
cercanos, y que de todos ellos se acercaron a su choza multitudes de curiosos,
a contemplar el milagro. Y así fue que una mañana, estando el mimbrero sentado
frente a la puerta de su cabaña, trabajando con sus mimbres, una anciana se
acercó a él y le pidió si podía indicarle el camino hacia Capagh, porque debía
entrevistarse con un tal Lushmore, que allí vivía.
-No necesito indicarle nada,
mi buena señora -respondió el aludido- porque usted ya está en Capagh y, para
mayor precisión, le diré que se encuentra usted en presencia de la persona que
está buscando.
-Me he llegado hasta aquí
-agregó entonces la mujer- desde Mallow Fermoy, en el condado de Waterford, a
muchos días de camino, porque oí decir que a ti las hadas te han quitado la
joroba. Es que el hijo de una hija mía tiene una giba que va a causarle la
muerte y quizás, si pudiera utilizar el mismo encantamiento que tú, se podría
salvar. Así que te suplico que me enseñes el hechizo para tratar de curarlo.
Estas palabras conmovieron
profundamente a Lushmore, que siempre había sido un hombre sensible, y le contó
a la anciana todos los detalles de su aventura; cómo había agregado sus compases
a la canción de las hadas de Knockgrafton y había sido transportado por ellas
al interior del túmulo, cómo le había sido quitada mágicamente la joroba v
cómo le habían regalado incluso un traje nuevo.
La mujer le agradeció
sinceramente su relato y partió inmediatamente, con gran alivio en su corazón
y ansiosa por poner en
práctica las enseñanzas del
maestro mimbrero. Una vez que hubo regresado a la casa de su nieto, cuyo nombre
era Jack Madden, narró todo lo que había escuchado y, sin pérdida de tiempo,
pusieron al pequeño jorobado sobre una carreta y emprendieron el camino hacia
Knockgrafton. Era un largo viaje, pero a la anciana y su hija no les importaba,
mientras que el muchacho fuera liberado de su deformidad.
Algunos días después,
llegaron al túmulo, justo a la caída de la noche, dejaron al joven cerca de la
entrada y se retiraron a una prudente distancia; lo que ni la madre ni la
abuela tuvieron en cuenta fue que el jorobado, resentido por su deformidad, era
un sujeto taimado y maligno, que gustaba de torturar a los animales y
arrancarles las alas a los pájaros vivos y que, además, no tenía ni el más
mínimo talento musical; pero eso es bastante comprensible, si consideramos que
se trataba de su hijo y de su nieto, respectivamente.
No había pasado mucho tiempo
desde que dejaran al joven jorobado cerca del túmulo, cuando éste comenzó a
oír una suave melodía proveniente del túmulo que sonaba quizás más dulce que
la que había escuchado Lushmore, ya que las hadas habían incorporado su
agregado: "Da Luan, Da Mort; Da Luan, Da Mort; Da Luan, Da Mort, augus Da
Dardeen", aunque esta vez no había pausa alguna, ya que las palabras del
trenzado llenaban el espacio vacío.
Jack Madden, para quien su
único propósito era liberarse de su giba, no prestó la menor atención a la
canción de las hadas, ni buscó el momento ni el tono musical adecuado para
introducir su propia variante, sino que lo hizo una octava más alta de lo que
los intérpretes lo hacían. Así que, tan pronto como comenzaron a cantar,
irrumpió, sin importarle el ritmo ni el tiempo, con su frase "augus da
Dardeen, augus da Hena", pensando que, si con un solo día de la semana,
Lushmore había obtenido un traje, él probablemente obtendría dos.
Desafortunadamente, tan
pronto como las palabras hubieron brotado de sus labios, fue elevado por los
aires y precipitado al interior de la fosa, como su antecesor pero, a
diferencia de aquél, las hadas comenzaron a congregarse a su alrededor,
chillando, gritando y gruñendo:
-¿Quién es el que osa
arruinar nuestra canción?
Hasta que una de ellas se
acercó al joven, separándose del resto, y dijo:
-¡Jack Madden! Tu
interrupción ha arruinado la canción que entonábamos con toda nuestra
dedicación. Has profanado nuestro santuario, burlándote de nosotras, y mereces
ser castigado severamente. ¡Por ello, desde ahora, llevarás dos jorobas en vez
de una!
Alrededor de veinte de ellas
-tan gráciles y pequeñas eran- trajeron la giba de Lushmore y la colocaron
entre los hombros de Jack, encima de la suya propia, donde quedó tan fija como
si hubiera sido clavada con clavos de seis pulgadas por un maestro carpintero.
Luego echaron al desdichado del túmulo y cuando, por la mañana, su madre y su
abuela lo vinieron a buscar, encontraron al joven medio muerto, tendido junto a
la puerta del hillfort[1]. ¡Imaginen su espanto y su
desesperación! Pero a pesar de su dolor, no se atrevieron a decir nada, por
temor a que las hadas les pusieran otra joroba a cada una.
Y así regresaron con Jack
Madden a su casa, con sus corazones y sus almas tan abatidos como nunca antes.
Pero podían haberse ahorrado el esfuerzo; a causa del peso de la nueva joroba,
sumado al anterior, y el trajín del largo y penoso viaje, Jack murió poco
antes de llegar a su hogar. Sin embargo, al morir, sus dos jorobas
desaparecieron misteriosamente. En las noches, junto al fuego, las ancianas
cuentan a sus nietos que aquella terrible maldición fue llevada por las hadas
de vuelta a Knockgrafton, ¡esperando a cualquiera que vaya a escuchar o
intente interferir de nuevo el canto de las hadas de Knockgrafton![2]
[2]
Lushmore, en gaélico, significa literalmente
"dedal", y se aplica a los sombreros de los leprechauns (véase nota
3), por su forma.
[3]
El término leprechaun, literalmente
"zapatero de un solo zapato", define a un elfo, es decir una de las
múltiples divisiones de los seres elementales: elfos, gnomos, hadas, duendes,
ninfas, etc. Son oriundos de Irlanda, bajos, de cuerpo rechoncho, nariz muy
colorada y cara arrugada como la de un anciano. Su vestimenta incluye una
chaqueta verde, un ancho cinturón y un sombrero alto con una gran ala redonda
y una cinta con una hebilla en el frente, donde colocan una rama de muérdago.
[4] Da Luan, Da Mori, augus Da Dardeen, en gaélico,
literalmente "lunes, martes y también miércoles". Da Hena significa
"jueves". Esta traducción corresponde a la versión de William Butler
Yeats, mientras que Douglas Hyde relata haber escuchado esta leyenda en
Connaught, con las palabras Peean peean daw peean, peean go leh agus leffin,
que significan: "Un penique, un penique, dos peniques; un penique y medio,
y medio penique".
[6] Este mismo mabinogi (cuento, leyenda, relato) ha sido adaptado por W. Carleton como Los duendes de Knockgrafton, en que los personajes de la "gente pequeña" son duendes, en lugar de hadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario