Las
mayores islas de Japón están atravesadas por cadenas de colinas, y ríos que
discurren entre las mismas y que cruzan las islas perpendicularmente a su
longitud. Cada valle posee unos rasgos característicos, rodeados por
fantásticos picos u ocupados por lagos que llenan el fondo. Las costas marinas
se hallan usualmente marcadas por altos acantilados, recortados entrantes y
grandes promontorios, con islotes y bahías diseminados por las distintas
bahías. Esta tierra tan diversificada estaba, en tiempos remotos, dividida
entre tribus de muy variado carácter y composición; incluso hoy día las comunas
conservan muchas tradiciones y observancias antiguas, que asocian a memorias
ancestrales y mantienen como un asunto de orgullo local. Los rasgos
topográficos y las herencias comunales explican suficientemente la invención y
preservación de docenas de leyendas locales peculiares a las diferentes
provincias y comunidades.
La
compilación de las tradiciones orales, en el siglo VIII, tendía primordialmente
a sancionar una unidad política basada en la adoración de una deidad principal,
la diosa-Sol. No obstante, muchas leyendas comunales y cuentos del folclore
estaban engarzadas en la narrativa central que trata del origen de la nación.
Algunas historias eran comunes a diversas tribus, otras sólo eran conocidas por
una comunidad; pero todas hallaron sitio en la mitología nacional. Además, por
una orden especial de 713, cerca, pues, de la época de la gran compilación, las
leyendas locales de cada provincia se coleccionaron y se compilaron, en el
transcurso del tiempo, varios de tales recuerdos, llamados Fudo-ki o «Recuerdos del Aire y la Tierra», de los cuales algunos
se conservaron completos, mientras de otros solamente quedaron fragmentos. En
los últimos siglos, especialmente en la época feudal, se emprendieron tareas
similares, y aparte de los registros oficiales de los estados feudales, hay
bastante literatura relativa a la geografía y las tradiciones locales de las
distintas provincias. Estos libros suelen ser llamados Meisho-Zuye, nombre que puede traducirse por «Guía Ilustrada de
Sitios Famosos», y aportan un rico material para el estudio de las leyendas
locales, una especie de Hei-mats-kunde
como los llaman los alemanes, de las diferentes provincias y ciudades.
En
esas historias se atribuyen los orígenes de los objetos y fenómenos naturales a
las primitivas deidades; la personificación de tales objetos se entreteje con
las tradiciones históricas de las tribus y sus antepasados, y a la actividad
creadora de los seres míticos se atribuye la formación de la Tierra, el origen
de fuentes y ríos, de plantas y animales. Estos relatos, en parte resultado de
memorias ancestrales, en parte resultado de la ingenua imaginación del folclore
primitivo, quedaron registrados en el Meisho-Zuye,
siendo cantados por los bardos y pasando de generación en generación en tales
canciones, e incluso a menudo formaron parte del ritual religioso y de la
observancia de las fiestas.
Si
consideramos juiciosamente el asunto, el folclore resulta algo vivo. Las
leyendas cambian, crecen y emigran a medida que las comunidades se expanden y
mudan de condición social, a medida que se amplían los intereses y la facultad
imaginativa se va refinando. Cuando una nueva región se tornaba habitable o se
abría un valle escondido a la comunicación, las montañas desconocidas, las
rocas, los bosques y los ríos daban pie a nuevas leyendas. Durante los siglos
del régimen feudal, cuando los clanes semiindependientes se mantenían
encerrados en sus respectivos distritos, el espíritu del clan se mostraba en
leyendas que glorificaban el pasado de la tribu y alababan a los genios de la
región habitada. La lucha entre dos clanes vecinos a menudo se convertía en
esas leyendas en un combate entre los genios de los territorios respectivos, o
en ciertos accidentes geográficos naturales o extraños de dichas regiones, como
un monte o un lago. En ellas hallamos fragmentos populares del folclore
mezclados con las invenciones mitopoéticas de los literatos, y las ideas shinto
se confunden con la imaginería sugerida por el budismo o el taoísmo.
Probablemente es verdad que la invención legendaria fue más activa cuando el
país estuvo dividido políticamente y reinaba el espíritu de clan, que en los
tiempos de la unidad nacional. Hoy día, la absoluta unidad de la nación, junto
con el aumento de facilidades de comunicación tiende a destruir los rasgos
peculiares de la vida provinciana; además, la propagación de la educación
científica hace que cada vez más personas consideren necias tales leyendas e
historias. Tal vez llegará un día en que las antiguas leyendas sólo se conservarán
en las colecciones escritas; pero ésta es una cuestión no sólo del Japón sino
del resto del mundo: tal vez la facultad mitopoética de la humanidad está
destinada a desaparecer totalmente ante el realismo de la educación moderna.
De
todos modos, en el antiguo Japón el folclore local era una parte inseparable
del culto comunal de las tribus. La creencia en el origen común del folclore
del clan quedaba testimoniado por el culto a sus deidades ancestrales o
tutelares, cimentado por las observancias religiosas y perpetuado por la
corriente constante de la leyenda. Los accidentes geográficos naturales de
aspecto raro, como una colina, un bosque, un promontorio o un lago, eran y
todavía están dedicados a la deidad del clan, que creían era el antepasado de
la tribu o el genio tutelar de la región. Una sencilla capilla de madera se
levanta a la sombra de los viejos árboles, usualmente en un lugar del cual se
obtiene la mejor vista del paraje sagrado, y el mismo se convierte en el centro
de la vida comunitaria. Allí se reúne la gente los días de fiesta, para las
acciones de gracias por las cosechas, para rogativas de lluvia o para ser
librados de una plaga, o en otras ocasiones de interés común. Se conserva un
recuerdo de la deidad en un objeto natural que se considera tuvo su origen en
el benévolo interés de la deidad en el pueblo de su elección. Tal objeto puede
ser un árbol gigante, según se dice plantado por la deidad, o en el que se cree
mora su espíritu. Puede ser una roca en la que el dios o la diosa se sentó una
vez, o que fue su arma arrojadiza, que se dejó olvidada y se petrificó. Puede
ser un manantial que la deidad hizo manar...
Además
de la capilla principal suele haber otras capillas subsidiarios en la vecindad.
Cada una está dedicada a una deidad o espíritu especial y posee su propia
historia asociada con la manifestación divina o milagrosa de la diosa o dios
adorado. Esas capillas menores están esparcidas por diversos lugares, en una
gruta o junto al mar, a orillas de un río, cerca de una cascada o bajo un
saliente montañoso. Sin embargo, no es necesario erigir una capilla para
señalar el carácter sagrado de un paraje. Para este fin puede suspenderse una
cuerda de la que cuelgan pedazos de papel, siendo esto un signo de santidad. A
menudo se distingue de esta manera el árbol cerca del cual se apareció un
espíritu o tuvo lugar un milagro, y también un manantial, una roca enorme o una
antigua tumba pueden marcarse de igual manera aunque no tengan una definida
asociación divina.
En
resumen: cualquier lugar se considera sagrado si tiene alguna tradición de
dioses, espíritus, hadas y antepasados relacionados con ese inframundo, y
dichos lugares son señalados y consagrados según las costumbres de la antigua
religión shinto. Todo el país está lleno de esta clase de santuarios; cada
localidad posee al menos uno, y todos tienen sus leyendas o historias. A
menudo, son muy semejantes tales historias, aunque cada una se conserva
celosamente no sólo en una tradición oral sino mediante las observancias y
festividades religiosas entre la comunidad a la que pertenece. En realidad,
cabe decir que el pueblo japonés todavía vive en una época mitológica; en
efecto, la religión shinto enseña que ese país es la tierra de los dioses, que
incluso hoy día viven entre los humanos y vuelan por los cielos, o entre los
bosques, o bien en los altos picos y los elevados montes.
La
más vieja de las leyendas locales se refiere a un curioso accidente topográfico
de la provincia de Izumo, a la que, como recordará el lector, fue desterrado el
dios-Tormenta por los poderes celestiales.
Se
creía que esa región había sido el escenario de casi todo lo ocurrido en la
época de los grandes dioses, y desde tiempo inmemorial la gran capilla de
Kitsuki ha estado en la costa del Mar del Japón. Izumo es la provincia que fue
por azar el primer hogar japonés del genio poético de Lafcadio Hearn, y allí
obtuvo el primer aprecio del pueblo japonés por su arte y su poesía. En Izumo
parece existir todavía cierto hálito de la edad de las fábulas, como resultado
indudable de la venerable antigüedad y la belleza seductora de la región.
La
provincia ocupa una estrecha franja de tierra entre el Mar del Japón y la
cordillera de montañas que forma la columna vertebral de la tierra firme. En su
lado norte hay una larga península unida a dicha tierra firme al oeste por una
costa arenosa y separada al este por estrechos de iguales costas de arena. Así
es cómo la tradición explica esta península:
Oini-tsu-nu
(«Amo de las Playas») era nieto de Susa-no-wo, el dios-Tormenta, a quien
sucedió como gobernante de Izumo. Vio que su país no era más que una estrecha
franja de tierra y quiso ampliarla. Para ello miró al norte, hacia Corea, y vio
que en la costa oriental había mucho terreno vacío. Entonces, ató una larga
cuerda a ese trecho de tierra y el otro extremo lo ató al monte Sahime. Por
fin, hizo que la gente tirase de la cuerda y atrajese la tierra hacia Izumo.
Cuando finalmente el territorio quedó unido a Izumo, dejaron la cuerda en la
playa, y por eso se llama So-no-hagihama, «la larga playa de cáñamo». De forma
semejante atrajo parcelas de tierra de las islas del Mar del Japón, y las unió
a la costa de Izumo. Ató la última de las cuerdas al monte Taisen, y sus restos
formaron la costa de Yomi (véase el mapa). De esta manera el Amo de las Playas
consiguió agrandar sus tierras añadiéndoles la península que ahora forma la
parte norte de la provincia.[31]
Respecto
a Izumo, se dice que los nombres de la provincia y de algunos lugares tuvieron
su origen en relación con las aventuras de Susa-no-wo, después de ser expulsado
de la Pradera de los Altos Cielos y descender
a esta provincia. Cuando caminaba junto al río Hi, el dios de las Tormentas
halló a una pareja que lloraba de dolor. Su única hija, la Maravillosa Princesa
Inada, iba a ser sacrificada a un dragón que todos los años exigía una
doncella. Susa-no-wo acompañó a la joven al lugar del sacrificio en la zona
superior del río. Apareció el dragón y bebió todo el sake preparado para él y
luego atacó a la joven, pero el valiente dios de las Tormentas lo despedazó.
Acto seguido, la princesa se casó con Susa-no-wo.
Mientras
se acercaba el día de la boda, Susa-no-wo recorrió la provincia en busca de un
sitio propicio para la ceremonia. Al llegar a cierto paraje, experimentó un
intenso placer y exclamó:
—Mi
corazón se ha refrescado (suga-suga-shi).
Desde
entonces, el sitio señalado se llama Suga y aún en la actualidad hay allí una
capilla dedicada al dios y a su esposa. Además, en el casamiento, el dios
entonó un poema de celebración que dice así:
Yakumo tatsu Se alzan muchas nubes,
Izu-mo yahe-gaki Una gran alambrada lo
rodea todo,
Tsuma-gome-ni Para recibir dentro a los
esposos,
Yake-gake-tsukuru Forman una gran
alambrada
Son o yahe-gaki wo! ¡Ah, esa gran
alambrada!
De
ahí nació el nombre de Izumo que significa «nubes que se alzan», y también
surgió el nombre japonés de Lafcadio Hearn, «Yakumo», que significa «las nubes
de ocho caras».
Así,
Susa-no-wo se convirtió en el señor de Izumo, y erigieron la gran capilla de
Kitsuki en su honor. Con esta capilla, preeminente en su santidad, están
relacionadas muchas historias y observancias que se refieren a Susa-no-wo y a
sus descendientes. Según una de tales historias este santuario es el lugar
donde todas las deidades de Japón se reúnen en el décimo mes lunar a fin de
arreglar todos los casamientos que habrá en Japón en el próximo año. Con toda
evidencia, esta leyenda nació gracias al casamiento de Susa-no-wo con la
princesa Inada en aquel lugar, y refleja la costumbre japonesa de arreglar las
bodas por mediación de un intermediario.
Se
dice que la asamblea de los dioses tiene lugar a las cuatro de la madrugada del
primer día del décimo mes lunar, y a esa hora la gente se encierra en sus casas
para no molestar a los dioses. Cuando están todos reunidos, el Rey Dragón lleva
su ofrenda a la asamblea. El Rey Dragón, acompañado por un innumerable cortejo
de seres marítimos, aparece sobre el mar, que queda iluminado, con la marea
alta, y el cielo resplandeciente. Esta escena se representa en un misterio
teatral del siglo XV. El sacerdote que cuida de la Gran Capilla baja a la playa
para recibir la ofrenda del Dragón, siendo ésta una ceremonia anual. Un hecho
particular relacionado con este mito de la asamblea de dioses en Kitzuki es que
en otras regiones de Japón al décimo mes se le llama el «mes sin dioses» (Kami-nashi-uki), pero en Izumo lo
llaman «mes con dioses» (Kami-ari-zuki).
Susa-no-wo,
el dios de las Tormentas, es el sujeto de la leyenda de la hospitalidad, y sus
vagabundeos le llevaron a los distintos lugares donde hay capillas en honor de
ese dios. Aunque no es seguro el
origen de la leyenda, los nombres de las personas que intervienen en la misma
son de origen coreano. Ésta es la leyenda:
Una
vez fue arrojado de la Pradera de los Altos Cielos, Susa-no-wo viajó como un
desdichado desterrado. Una noche en que llovía a torrentes, llamó a la puerta
de un hombre llamado Kotan-Shorai[32]. Al ver a un individuo que llevaba una
capa harapienta y un gorro empapado por la lluvia, hecho de una especie de
junco, Kotan creyó prudente ahuyentar a tan dudoso visitante. Susa-no-wo,
viéndose en un gran apuro, llamó a la puerta de Somin-Shorai, hermano de Kotan.
Somin recibió al viajero con suma amabilidad. A la mañana siguiente, el dios de
las Tormentas se despidió de su anfitrión con inmensa gratitud y le dijo: «Soy
Susa-no-wo, el dios que controla a los espíritus del furor y la pestilencia. Y
para pagarte la deuda que he contraído contigo os protegeré a ti y a tus
descendientes del ataque de los espíritus malignos si pones en tu puerta un
signo por el que puedas ser reconocido».
De
aquí viene la costumbre de colgar en la puerta un amuleto contra la pestilencia
o la viruela, en el que hay escrito: «Descendientes de Somin-Shorai».
Esta
misma historia se cuenta de otra manera, aplicándose geográficamente:
Hace
mucho, mucho tiempo, cuando Mi-oya-no-kami, el dios de los Antepasados, viajó
por el país, una noche pidió alojamiento en el Monte Fukuji de Suruga. El dios
de Fukuji era un avaro y, siendo incapaz de auxiliar a ningún viajero, lo
despidió con malos modales. El dios de los Antepasados, furioso por tanta
descortesía, exclamó:
—Eres
un avaro y sufrirás por tu descortesía, y desde ahora estarás eternamente
cubierto de nieve y heladas. Escaseará la comida para ti y las pocas personas
que te visiten.
Luego,
el dios itinerante se dirigió al monte Taukuba, en Hitachi, y allí fue recibido
calurosamente por el dios de Tsukuba. El dios de los Antepasados le dio las
gracias y añadió:
—Tú
eres un hombre de buen corazón. Por consiguiente, siempre tendrás comida
abundante y te visitará mucha gente.
Por
esto hoy día muy poca gente sube al monte Fukuji, y está siempre cubierto de
nieve y heladas, mientras que el monte Tsukuba es muy popular y atrae a muchos
peregrinos.[33]
Se
encuentran asimismo leyendas sencillas, muy semejantes entre sí, acerca de los
manantiales y las fuentes. Cierto hombre, dotado de un poder milagroso, cavó en
el suelo y al momento manó una fuente, El hombre a quien se atribuye tal poder
era Kobe Daysi, el fundador del budismo Singlón en el siglo IX. En el nordeste
de Japón el milagro suele atribuirse a Yoshi-iye, el famoso general que condujo
las expediciones contra los Ainus en esas provincias, en el siglo XI, y la
leyenda tuvo su origen al parecer en la creencia de que el general estaba
protegido por el dios Hachiman, o sea «Ocho Estandartes», cuya capilla se halla
situada en Iwa-shimizu, o “la fuente de la roca virgen”.
Las
historias de Kobo están siempre asociadas a sus viajes misioneros. En cierta
ocasión, cuando estaba viajando, afirma la historia, fue recibido por una
mujeruca que vivía en un lugar desprovisto de agua. Kobo, para recompensarla
por su hospitalidad, creó la fuente golpeando la tierra con su cayado de peregrino.
Se
dice que las hazañas de Yoshi-iye sucedieron durante sus expediciones
militares. Un día de verano sus soldados padecían de calor y sed. El general
oró a su dios tutelar Hachiman, y cuando atravesó una roca con una flecha
apareció una fuente que ya nunca dejó de manar.
Se
cree que los manantiales termales tienen su origen en una aparición divina de
Suku-na-biko,[34] el brujo entre los antiguos dioses.
Entre
las leyendas relativas a Kobo Daishi hay muchas que poseen peculiaridades. En
la isla de Shikou no hay zorros. Esto se debe a que Kobo ahuyentó a ese animal
como castigo por intentar engañar al gran maestro budista durante sus viajes
por Shikoku. En los sitios donde no hay mosquitos, esto se explica por un favor
especial de Kobo hecho a los habitantes del lugar por haberle otorgado buena
hospitalidad.
Hay
un poblado en Kozuke donde no crecen bien los tubérculos. Cuando Kobo llegó a
dicho poblado y pidió patatas, el dueño de la granja le respondió que las
patatas eran duras como piedras, ya que no quería dárselas al monje mendigo.
—¿De
veras? —preguntó Kobo—. Entonces, siempre serán así.
Desde
entonces, los tubérculos de aquel poblado crecen siempre duros como piedras.
Existe
en cierto lugar un río entre montañas del que se eleva un denso vapor. Una vez,
cuando Kobo cruzó dicho río, se le acercó un muchacho y le pidió que escribiese
unas cartas en su nombre. Al no tener papel. Kobo las escribió en el aire.
Entonces, el muchacho le pidió que escribiese otras en el agua del río. Kobo
escribió el ideograma chino que representa al dragón e intencionadamente omitió
un punto. El jovenzuelo, milagrosamente, añadió ese punto. Más milagrosamente
todavía, el ideograma se convirtió en un dragón vivo que salió volando del
agua. De aquí que haya un rastro del dragón volando sobre el agua.
Los
árboles de maderas preciosas suelen ser tema de leyendas locales, y
especialmente los árboles gemelos se relacionan con el recuerdo de los amantes.
Entre dichos árboles, el pino se lleva la mejor parte, seguido del sugi, el alcanfor y el gingko.
Esta
es la leyenda de los pinos gemelos en el antiguo Fudoki de Hitachi: Erase una
vez en Hitachi un joven sensible llamado Nasé, y una bella muchacha llamada
Azé.[35] Los dos eran famosos por su hermosura, que hacía que los demás
habitantes del lugar les admirasen y envidiasen a la vez. Los dos jóvenes se
enamoraron uno del otro y, una noche, con ocasión de la asamblea anual de los
habitantes del poblado para el intercambio de poemas, Nasé y Azé intercambiaron
versos que expresaban su amor.[36] Luego, dejaron a los demás y se adentraron
por un bosque próximo a la costa. Allí hablaron de su amor toda la noche. Nadie
más estaba cerca, pero los pinos interpretaron dulces melodías con sus agujas
murmuradoras, y la pareja pasó la noche como en un dulce sueño.
Cuando
el día empezó a alborear sobre el océano y el crepúsculo matutino penetró en el
pinar, los amantes se dieron cuenta por primera vez de que estaban muy lejos de
sus hogares respectivos. Temieron volver al pueblo a causa de las insinuaciones
de los demás jóvenes y la censura de los mayores a los que tendrían que
enfrentarse. Así, desearon quedarse para siempre apartados del mundo. Se
abrazaron y lloraron, y fueron metamorfoseados en dos pinos, entrelazados y rodeados
por los otros árboles.
En
esta leyenda los pinos gemelos representan el símbolo del amor apasionado, pero
en otra leyenda los dos pinos se atribuyen a una pareja ya madura y representan
la fidelidad conyugal, como los famosos árboles de Takasago, de los que
hablaremos más adelante.
En
la costa, donde el viento sopla constantemente desde un punto de la brújula,
hay a menudo árboles cuyas ramas se extienden en una sola dirección. Casi todos
esos árboles tienen una historia propia que explica la razón de que las ramas
parezcan tender hacia algún objeto en la dirección a la que apuntan. La
siguiente leyenda es muy típica:
En
Tango, en una costa arenosa muy amplia, hay un pino cuyas ramas se extienden
hacia Miyako, la capital. La hija de un noble de Miyako fue raptada por un
bribón, como solía suceder en la Edad Media. Fue llevada a Tango y vendida a un
jefe local. La joven se situaba a menudo bajo el árbol mirando hacia su hogar y
lloraba pensando en sus padres. El árbol se apiadó de la pobre muchacha y volvió
todas sus ramas en dirección a dicho hogar.
Las
rocas proporcionan motivos similares a los inventores de mitos. La más famosa
es la roca que se alza en Matsura, en la costa occidental de Kyushu, donde los
barcos zarpaban para China. Una vez, cuando un noble de la corte fue enviado a
China, su esposa Sayohime le acompañó a Matsura y vio cómo el barco en el que
acababa de embarcarse su esposo se desvanecía en el horizonte, pero ella
continuó allí haciendo ondear su pañolón en ademán de despedida, hasta que su
figura se cambió en una roca que hoy día sigue en pie, a la que se conoce como
la roca de Sayo-hime. Se dice que una curiosa proyección de la roca es la mano
con la que ella hacía ondear el pañuelo.
Las
condiciones climáticas también sirven para crear leyendas locales. Esta es una
de las historias relativas a las tempestades periódicas que azotan Japón en
otoño. Es la historia del «huracán Hira», siendo Hira el nombre de la cadena
montañosa que se levanta sobre la costa occidental del lago Biwa, el mayor del
Japón.
Tiempo
muy atrás vivía allí un joven que era el encargado del faro instalado sobre un
promontorio en el lado oriental del lago Biwa. Una bella doncella vivía en un
pueblo situado al otro lado del lago. En cierta ocasión, la joven visitó el promontorio
y vio al cuidador del faro. Ambos se enamoraron y convinieron en encontrarse
por la noche para que nadie pudiese saberlo. A partir de aquel día, la doncella
visitaba al joven todas las noches, cruzando el lago en una barquichuela. Tanto
si en las noches sosegadas las olas reflejaban la luz de la luna, como si en la
oscuridad el lago se mostraba rudo y colérico, la barca nunca dejó de llegar al
promontorio porque la luz del faro la guiaba hasta el ser amado.
De
esta manera pasó el verano y llegó el otoño. El joven era feliz ante la
fidelidad de la muchacha; pero al final la audacia de ella y su indiferencia
ante el peligro de ser descubierta o de ahogarse en el agua, tan poco usual en
una joven, levantó en el corazón del torrero una punzante sospecha. Así, empezó
a preguntarse si la joven sería un ser humano, un dragón hembra o un ogro en
forma de mujer. Al fin decidió comprobar si la muchacha podría encontrar el
camino sin la luz del faro. Como de costumbre, aquella noche la joven surcó las
aguas del lago en su barca, pero cuando la luz del faro se apagó quedó
desorientada. Comenzó a remar desordenadamente, sin saber dónde estaba. Por
último se desesperó y pensó que su amado le era infiel. En su pena y su terror,
le maldijo, se maldijo a sí misma y también al mundo. Al final saltó al agua
rogando que una tormenta destruyese el faro. Tan pronto como el cuerpo de la
desdichada joven desapareció en el agua, sopló un furioso viento que no tardó
en convertirse en un feroz huracán. La tempestad rugió toda la noche. Al
amanecer, la torre del faro con su cuidador había desaparecido tragados por las
aguas.
Desde
entonces, todos los años, en el mismo día, un cierto día del octavo mes lunar
ruge una tempestad sobre el lago. Sopla desde la cadena de las montañas Hira,
donde vivía la infortunada joven y por eso la llaman Montaña del Huracán Hira.
[31]
Esta historia se relata en el Fudo-ki
de Izumo, uno de los más antiguos Fudo-ki
conservados.
[32]
La denominación Shorai significa
usualmente “futuro”, aunque supongo que es una corrupción de un título coreano.
Los nombres Soinin y Kotan no son japoneses. Es un hecho conocido que las
historias de Susa-no-wo están en algunos puntos relacionados con Corea.
[33]
Esta historia se narra en el Fudo-ki
de Hitachi, donde se ven claramente estas dos montañas.
[34]
Véase anteriormente, cap., I, III.
[35]
El nombre Nasé podría significar “Querido” o “No seas celoso”. Otro nombre que
se da a veces al hombre es Naka-samuta (“el Campo Central del Frío”). Azé puede
significar “Rostro” o “Querido mío”, y otro nombre es Unakami-aze (¿“El Rastro
en el Mar”?)
[36]
En el Japón antiguo, era igual en todas partes la costumbre de organizar esta
reunión entre jóvenes de ambos sexos. Los poemas intercambiados entre Nasé y
Azé son oscuros, aunque quieren decir: “Yo, oh, Azé, te adornaría como un pino
joven con piezas de cáñamo colgadas de sus ramas”. La respuesta: "La marea
alta puede ocultarte, oh Nasé, pero desearía seguirte aunque fuese pasando
sobre ochenta islotes y rocosidades”. Por “piezas de cáñamo colgadas” se
refiere a un hechizo usado entre los jóvenes para unirse.
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