Contemplo el Marañón, admirando su corriente poderosa, y pienso que el gran río podría hablarnos de Tungurbao. Veo el cerro Lluribe, apenas columbro su frente de roca perdida entre las nubes, y sé que también nos diría de Tungurbao. Esas piedras de Chacratok, con las cuales labró su casa, serían igualmente capaces de contarnos de Tungurbao. Las peñas, los árboles, los senderos, las yerbas, los aromas, cada grumo de la tierra, saben de Tungurbao.
Las nubes que se levantan después de la lluvia darían razón de Tungurbao, de veras. Lo mismo el cielo limpio, que es espejo de la tierra, y el sol que alumbra toda cosa. La oscuridad de la noche vio pasar a Tungurbao con sus ojos de negro pedernal. También la luna, dueña de la claridad que pelea con la sombra. El aire quieto o hecho viento llevó la música de la flauta de oro de Tungurbao.
Los animales mansos y salvajes saben de Tungurbao a tal punto que digo salvajes por decir.
Tungurbao los apacigua con su sola presencia. El puma cauteloso, el cóndor de alto volar, el oso de las quebradas, la víbora de salto traicionero, el colibrí posado en el aire y aun el insecto que es chispa o zumbido fugaz, eran amigos de Tungurbao.
Todos los seres y las cosas, de los cuales creemos que no hablan, podrían contarnos la historia de Tungurbao, de manera cierta y sabia. Pero no atinamos a entender cuanto dicen con sus rugidos, gritos, cantos y silbos, ruidos y rumores. Menos aún lo que dicen con su silencio.
Para conocer la historia de Tungurbao, debemos atenernos, pues, a las palabras de los hombres, que no son siempre exactas ni prudentes.
Es así como hay muchas historias de Tungurbao que los hombres repiten a pedazos y sin concierto. Unos creen que Tungurbao era un genio del bien y otros que del mal. Los más le llaman el hombre misterioso de Chacratok. Todos aceptan que era un extraño encantador.
Oyendo contar de Tungurbao, cuando las gentes hablan por gusto, preguntando de propósito, quedándome en la ignorancia de mucho y conociendo hasta pasmarme o llorar, yo he logrado juntar hartas historias de Tungurbao. Quién sabe, para contarlas enteras tanto como se pueda…
En noches así enlunadas crecen los pensamientos y la mente suele soltarse. Yo hablo de Tungurbao con el esmero del que rema en aguas torrentosas.
Miren el sendero de oro que une la luna al Marañón… El Lluribe se ha limpiado las nubes de la frente… Oigan cómo llega el viento y parla en los árboles… Si serán señales de Tungurbao… que él me ayude a contar…
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