El
ciclo de los mitos cosmológicos tiene como objetivo dilucidar el origen y la
formación del mundo, de los objetos naturales y, lo que es mucho más importante
según opinión de los compiladores de las antiguas tradiciones, el origen de la
dinastía reinante. Al delinear la antigua mitología hemos omitido muchos
episodios que sirven para explicar el origen de los objetos naturales, de las
costumbres sociales y de las instituciones humanas. En estos mitos de los
orígenes, la imaginación poética colaboró con las ideas supersticiosas, y los
conceptos generales del mundo y la vida se combinaron con la creencia en la
eficacia de las ceremonias. Sin embargo, algunas deberían quedar bien
establecidas.
El
dios-Luna, como dijimos, desempeña un papel muy pequeño en la mitología, pero
existe una historia sobre él que sirve a dos propósitos. Es ésta:
La
diosa-Sol le dijo en cierta ocasión a su hermano, el dios-Luna, que bajase a la
Tierra y viese lo que hacía una diosa llamada Uke-mochi, «el genio de la
Comida». El dios-Luna bajó al sitio donde estaba Ukemochi, cerca de un gran
árbol-katsura[22]. El genio de los alimentos, al ver bajar al dios celestial, acto
seguido de su boca salió cierta cantidad de arroz hervido; cuando volvió su
cara al mar, salieron de su boca peces de todos los tamaños; y cuando miró
hacia las montañas vomitó toda clase de animales de caza. En vez de apreciar
esta diversión, el dios-Luna se enfureció por ofrecerle la diosa cosas salidas
de su boca, llegando a matar a su desdichada anfitriona. Al momento, del cuerpo
de la diosa-Comida salieron diversos alimentos: el caballo y la vaca nacieron
de su cabeza; sus cejas produjeron las lombrices; su frente dio el mijo; el
arroz surgió de su abdomen, etcétera.[23] Tal fue el origen de estas cosas
útiles.
Cuando
el dios-Luna regresó a los cielos y le contó a su hermana aquella experiencia,
la diosa-Sol se enfadó contra la irritabilidad y crueldad de aquél y le recriminó:
—¡Oh,
hermano cruel, no quiero verte nunca más!
Por
esto la Luna sólo aparece después de la puesta de sol, y los dos jamás se
encuentran cara a cara.
Otra
historia relata el origen de una ceremonia que sirve para solicitar los favores
del dios de las Cosechas.
Cuando
el Gran Amo de la Tierra cultivaba sus arrozales, les dio a sus trabajadores
carne de vaca como comida. Entonces llegó un hijo de Mitoshi-na-kami, dios de
las Cosechas, el cual vio los campos manchados por las impurezas causadas por
la ingestión de la carne.
Se
lo refirió a su padre y el dios de las Cosechas envió a los campos una nube de
langostas que al momento devoraron todas las plantas de arroz. Gracias a sus
poderes de adivinación, el Gran Amo de la Tierra supo que aquella catástrofe
había sido producida por el dios de las Cosechas y a fin de reconquistar el
favor de dicho dios le ofreció un jabalí blanco, un caballo blanco y un gallo
blanco. El dios de las Cosechas se apaciguó y le enseñó al otro a restaurar sus
arrozales, a esparcir el cáñamo, a erguir un falo y a ofrecerle varios frutos y
bayas. Las langostas se alejaron y el dios de las Cosechas quedó aplacado.
Desde entonces, los tres animales mencionados fueron siempre ofrecidos al dios
de las Cosechas.[24] Esta es una historia sencilla de propiciación, pero lo más
curioso es que comer ternera debe considerarse una ofensa contra el dios de las
Cosechas.
Ya
hemos visto cómo la relación entre los nacimientos y las muertes tuvo su origen
en una disputa entre las primitivas deidades. Bien, existe una curiosa historia
que explica la corta vida de los príncipes imperiales.
Ko-no-hana-akuya-hime,
«la Dama que hace florecer los árboles», era la hermosa hija de Oh-yama-tsumi,
el dios de las Montañas y su hermana mayor era la fea Ivva-naga-tsumi, «la Dama
de la perpetuidad de las Rocas». Cuando Ninigi, el Augusto Nieto, descendió a
la Tierra se sintió atraído por la belleza de la Dama Florida y le pidió a su
padre el consentimiento para casarse con ella. El padre le ofreció sus dos
hijas, pero la elección de Ninigi recayó en la menor. No tardó la Dama Florida
en tener un hijo. La Dama Roca exclamó:
—Si
el Augusto Nieto me hubiera tomado por esposa, sus descendientes habrían gozado
de una larga vida, tan eterna como una roca; mas como se casó con mi hermana
menor su posteridad será frágil y de vida breve como las flores de los árboles.
Los
árboles a los que se refería eran los cerezos, y la historia probablemente tuvo
su origen al pie del Monte Fuji. El Fuji es un elevado volcán y en su cumbre
las rocas desnudas se alzan como desafiando al cielo, mientras que su parte
inferior está cubierta de árboles y arbustos. Muy común es la especie de cerezo
silvestre con ramas colgantes y delicadas flores. La Dama Florida es adorada en
un paraje amable donde el agua fría fluye de la roca virginal y su capilla está
rodeada por un bosquecillo de esta clase de cerezos. El santuario está allí
desde tiempo inmemorial y la personificación del Padre de las Montañas y sus
dos hijas debe de ser muy antigua.
En
la historia, los objetos personificados tienen relación con la familia imperial
y el mito se cambia en una explicación de la corta vida de sus miembros. En
este proceso, la historia ha perdido gran parte de su carácter primitivo y, no
obstante, es interesante la transformación de una leyenda local, elaborada con
fantasía poética, en un mito explicativo. En otras historias y en
representaciones pictóricas, la Dama Florida es un hada que planea sobre los
árboles, esparciendo por el cielo nubes rosadas de flores de cerezo. También se
la llama «el genio de las cerezas», porque a estos frutos, a veces, se les
denomina «flores».
La
homóloga de la Dama Florida es Tatsuta-hime, «La Dama que teje el brocado» (de
hojas otoñales). Seguramente fue en su origen una diosa del viento y, por
tanto, del tiempo climático, pero como el lugar donde se alza su capilla,
Tatsuta, era famoso por sus arces magníficamente coloreados en otoño, se la
conoció mejor como el genio del otoño. Otra diosa, el genio de la primavera, de
nombre Saho-yama-hime, también se menciona en varios poemas. Su nombre deriva
probablemente de la colina Sahoyama, que se eleva al este de Nara (la
residencia imperial durante gran parte del siglo VIII), puesto que el este se
considera el sitio por donde viene la primavera. Asimismo, hay que tener en
cuenta que el río Tatsuta está al oeste de Kara, y el oeste es la región por
donde aparece el otoño.
De
los muchos poemas que hablan de estas dos diosas, elegimos dos de la versión
inglesa hecha por Clara A. Walsh[25].
La diosa de la Primavera ha extendido
sobre el florido sauce
su amable tejido de hilos de seda;
¡Oh, viento primaveral, sopla con suavidad
y dulzura para que se enreden los hilos del
sauce!
Y:
Diosa buena de los pálidos cielos de otoño,
quisiera saber cuántos telares posee,
pues
cuando teje hábilmente su tapicería
deja su fino brocado de hojas de arce...
Y en cada monte, a cada ráfaga de viento,
en distintos matices su vasto bordado
resplandece.
La
antigua mitología del Japón se halla curiosamente desprovista de historias
relativas a las estrellas. Se hizo una leve referencia en relación con el
funeral de Amo-no-Waka-hiko, «el Joven celestial», después de cuya muerte un
amigo suyo fue confundido con él. En la canción entonada por la esposa de aquél
en la que explica que él no es Waka-hiko sino su amigo, la palabra tana-bata se usa para describir los
brillantes rasgos del que brilla en el Cielo, porque el funeral de Waka-hiko
tuvo lugar en el Cielo.
Tana-bata aunque de etimología oscura, es una fiesta
celebrada la noche del séptimo mes lunar en honor de las dos constelaciones
estelares llamadas el Partos y la
Tejedora. La historia de ambas es que pueden encontrarse en los dos lados del
Ama-no-kaca, «el Río Celeste» en esa noche, sólo una vez, ésta, al año.
Evidentemente, esta historia procede de China. Su carácter romántico gustó a
los japoneses desde el principio y la fiesta lleva muchos siglos celebrándose.
La
referencia a tana-bata, por tanto, no
es una parte integral de la mitología japonesa, sino una alusión figurativa que
todos los japoneses deben entender y apreciar. Pero la historia de la
celebración estaba tan completamente naturalizada que para la misma se empleó
un vocablo japonés.
El
interés que tuvieron los poetas japoneses por esta historia queda ilustrado por
un poema del siglo VIII que reproducimos de Master
Singers of Japan, de Walsh.
La brillante corriente del Río Celeste
reluce,
una cinta de plata fluye en color azul,
y en la orilla donde su resplandor espejea,
el
solitario Pastor vuelve a sentir su pena.
Desde los tiempos en que el mundo era joven,
su alma ha suspirado por la Tejedora,
y viendo esa corriente un corazón se oprime
con un pensamiento de amor ardiente, de
pasión eterna.
Ansioso cruzaría el río en una barca pintada
de rojo,
provista de remos poderosos brillantes de
espuma,
para surcar las aguas con la quilla al
oscurecer,
o cruzarlo al amanecer en la tranquila marea.
Así espera el amante en esas anchas aguas,
contemplando sosegadamente el abovedado
cielo,
así está el amante en la marea
resplandeciente,
exhalando los suspiros de un corazón
desesperado.
Y ve ondear la cinta que adorna la cabeza de
la Tejedora,
con la que juega el viento bravío,
y con los brazos extendidos, su alma se
inflama de amor,
mientras el otoño se demora
y no hay alas veloces que abran camino a su
deseo.
La
celebración de esa fiesta es hoy día universal, observada mayormente por
jóvenes y mujeres. Plantan cañas de bambú y cuelgan papeles coloreados de las
ramas de los árboles, y en esos papeles escriben poesías en alabanza a las dos
estrellas, o bien plegarias pidiéndoles sus favores en los asuntos amorosos.
Atan hilos de colores en los bambúes, como ofrendas a la Tejedora, simbolizando
el ansia nunca saciada de amor. Aparte de estas ofrendas, las mujeres vierten
agua en una jofaina y ponen en ella las hojas del árbol Jeaji, mirando los reflejos de las parpadeantes estrellas en el
agua. Creen que así hallarán conjuros en el agua y las hojas.
[23]
Señaló el doctor S. Kanazawa que la correspondencia de esos productos con las
partes del cuerpo forman un juego de palabras, no en japonés sino en coreano.
Los paralelismos en coreano son como sigue: morí
por cabeza y mar por caballo; nun por ojos y nuc por gusano de seda; pai
por vientre y pió por arroz; pochi por los genitales y pori por trigo; kui por orejas y kuiri
por pánico; kho por nariz y khong por cereales (el Teikoku Bungaku, 1907, págs. 99 y ss.)
Esto parece demostrar la hipótesis de que la historia llegó a Japón desde
Corea, o que se originó antes de la separación de ambos pueblos.
[24]
A Tatsuta-hime, la diosa del viento y el clima, le ofrecían un caballo blanco,
lo mismo que al genio del otoño, cuando se imploraba la lluvia. Se ofrecía un
caballo negro al hacer rogativas para que cesase la lluvia. Hablaremos más de
esta diosa.
[25]
C. A. Walsh, The Master Singers of Japan
(en la serie Wisdom ofthe East), págs.
74, 84.
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