Los
japoneses siempre han creído en la existencia y la actividad de los espíritus,
tanto los de los objetos naturales como los de los difuntos; pero de manera
extraña, su mitología, como se desprende de la tradición sintoísta, está
poblada por muy pocos seres fantásticos y es muy vaga respecto a la
personalidad de los dioses. Muchas deidades apenas son más que nombres, otras
son adoradas como antepasados de los diversos clanes, y sus leyendas las
considera el pueblo más como hechos auténticos que como fragmentos de una
imaginación poética. Esto se debe principalmente a que los primeros relatos
sintoístas se compilaron, como dijimos, en forma de narrativa histórica,
deseando sus autores producir algo que rivalizase con la historia china en
antigüedad y supuesta autenticidad. Lo que hoy día reconocemos como mitos se
consideró en sus orígenes como sucesos históricos, lo mismo que la historia
oficial de China tuvo buen cuidado de transformar las leyendas raciales de su
pueblo en supuestas crónicas de acontecimientos reales. El seudo racionalismo
de los relatos sintoístas es ante todo un producto chino, o sea de la
influencia de Confucio.
Sin
embargo, no hay que suponer que los japoneses no fuesen capaces de imaginar la
existencia de las hadas y otros seres semejantes. Hallaremos rastros abundantes
de hadas y otros seres fantásticos en las antiguas tradiciones de los
japoneses, y existe una considerable cantidad de leyendas de hadas en la
literatura y en las tradiciones verbales de este pueblo. La mayor parte de esa
clase de ficción parece haber derivado de fuentes chinas e indias, y se muestra
más a menudo el genio japonés en la hábil adaptación de tales relatos a las
condiciones locales que en las invenciones originales. El flujo de las ideas e
historias indias pasó, naturalmente, por el canal de la literatura budista, que
a su vez derivaba de la altamente refinada literatura védica y sánscrita.
Primordialmente llegó a Japón a través de traducciones chinas.
Las
historias chinas derivaban, ante todo, no de fuentes no confucianistas sino de
la literatura taoísta. En un estudio estrictamente histórico de los cuentos de
hadas japoneses sería preciso distinguir críticamente estos dos elementos de
origen continental de la cantidad mucho menor de la tradición nativa. Pero en
la presente obra nos limitaremos a considerar algunas de las leyendas e
historias que circulan comúnmente entre el pueblo, sin tener en cuenta sus
fuentes o los cambios sufridos durante el proceso de adopción.
Un
hada totalmente indígena del Japón es Ko-no-hana-sakuya-hime, «la Dama que hace
florecer los árboles». Ya nos referimos a ella al hablar de los mitos de los
orígenes. Es el hada de las flores del cerezo, y se la representa volando y
haciendo florecer los cerezos, probablemente respirando y soplando sobre ellos.
Su casamiento con el nieto de la diosa del Sol puede considerarse como un
ejemplo del casamiento de una doncella celestial con un ser humano.
Pero
un ejemplo más típico de esa clase de uniones se ofrece en la historia de la
doncella-Cisne. Esta doncella carece de nombre personal, y se concibe como una
doncella celestial provista de plumas o vistiendo un traje hecho con plumas. La
versión más idealizada de la historia es El
vestido de Plumas en una de las obras No. Su resumen es como sigue:
Una
vez, en un día muy hermoso, algunas hadas bajaron a la Tierra y se bañaron en
un manantial, tras colgar sus ropas de plumas en los árboles próximos a la
balsa formada por el agua. Pasó un hombre por aquel lugar y, al observar unas
prendas tan bellas, cogió una descolgándola del árbol. Las doncellas, alarmadas
por la intrusión del hombre volaron hacia el cielo, pero la doncella a la que
le faltaba el vestido no pudo volar con las otras sino que tuvo que quedarse en
la Tierra y casarse con el ladrón[37]. Luego dio a luz un niño y, tras
recuperar su vestido gracias a una estratagema, regresó volando al Cielo.
Esta
historia es una versión del cuento de la doncella-Cisne bien conocido en el
folclore de varias naciones, aunque no hay pruebas de que la narración japonesa
proceda de otros pueblos. Pero en la versión idealizada del No drama se
representa a la doncella como a una de las hadas que espera al príncipe
celestial que reside en el palacio Luna, idea claramente tomada de una leyenda
budista sobre la Luna. Además, en esta versión la doncella conserva intacta su
virginidad, y el motivo principal del cuento es el contraste entre la noble
pureza de la doncella celestial y la
codicia de la humanidad. La historia es como sigue:[38]
Era
un bello día de primavera. Una doncella celestial descendió al pinar de Hiho,
una playa arenosa de la costa del Pacífico donde hay una hermosa vista del
Monte Fuji apuntando al cielo desde el otro lado de las aguas. La doncella
quedose encantada ante la belleza de aquel lugar y olvidó su hogar celeste.
Pasó por allí un pescador y percibió un aroma milagroso que perfumaba el aire,
al mismo tiempo que veía una maravillosa prenda de plumas colgada de un pino.
Mientras el pescador examinaba la prenda y se preguntaba qué era, se le
apareció el hada y dijo que era su vestido de plumas, semejante al de todas las
doncellas celestiales. Esto despertó la codicia del pescador, que se negó
cruelmente a devolver el vestido. La doncella lloró por su perdida y finalmente
convenció al pescador a devolverle la prenda bailando ante él una de las danzas
celestiales. Esta escena se describe así:
(Lamento del Hada)
Hada
En vano mis miradas
recorren la pradera celestial,
donde se levantan los
vapores que envuelven el aire,
y ocultan los conocidos
senderos de nube a nube.
Coro
¡Nubes! ¡Nubes viajeras!
Ella suspira y suspira en vano,
volando como vosotras para
volver a pisar el cielo;
en vano suspira para oír
como antes oía
los mezclados acentos del
ave del Paraíso;
esa bendita voz se
debilita. En vano el cielo
resuena con el canto de la
grulla que regresa;
en vano escucha, donde el
océano lava la arena,
a la gentil gaviota o a las
olas del mar;
en vano observa por donde
el céfiro barre la pradera;
todo, todo puede volar...
pero ella no volará nunca más.
(El hada baila)
Hada
Y en este firmamento se
levanta un palacio en la Luna, construido por manos mágicas.
Coro
Y desde ese palacio
gobiernan treinta monarcas,
de los que quince, hasta
que está llena la Luna,
entran de noche, ataviados
de blanco;
pero que, desde la
decimosexta noche de luna llena,
cada noche ha de
desvanecerse uno en el espacio,
y cincuenta monarcas
vestidos de negro ocupan su lugar,
mientras, siempre girando
en torno a cada rey feliz,
las hadas que les sirven
entonan músicas celestiales.
Hada
Y una de estas soy yo.
Coro
Desde esas brillantes
esferas
quietas por un momento,
aparece esta dulce doncella.
Aquí en el Japón desciende
(dejando detrás el cielo)
para enseñar el arte de la
danza a la humanidad.
Y cuando el grupo emplumado
de hadas pase con sus alas
plateadas,
se llevarán la roca de
granito.
¡Oh, mágicos sones que
llenáis nuestros entusiasmados oídos!
El hada canta y desde las
esferas nubosas
resuenan al unísono los
laúdes,
las cítaras y los címbalos
de los ángeles
y sus flautas hermosamente
plateadas.
Resuenan a través del cielo
que brilla con tonos purpúreos,
como cuando la ladera
occidental del Someiro muestra
los tintes del crepúsculo,
mientras la ola azul
de isla en isla lava las
costas vestidas con pinos;
desde la vertiente de
Ukishima una bella tormenta
arranca las flores; y no
obstante esa forma mágica,
esas alas nevadas,
aleteando a la luz,
seducen nuestras almas con
gracia y deleite.
Hada
¡Salud a los reyes que se
alejan de la Luna!
El cielo es su hogar, y
también lo son los Budas.
Coro
Las prendas mágicas cubren
los miembros de las doncellas.
Hada
Son, como los mismos
cielos, del más tierno color azul.
Coro
O, como las nieblas
primaverales, todas de un blanco de plata,
fragante y bello...
¡demasiado bello para la mirada mortal!
Danza, dulce doncella, en
tus horas felices...
Danza, dulce doncella,
mientras las flores mágicas
coronando tus trenzas se
agitan al viento
movidas por tus alas en
movimiento.
Danza, porque jamás la
danza mortal podrá
competir con esa dulce
danza que traes del cielo;
y cuando, por entre las
nubes, debas volver pronto
a tu hogar en la luna
llena,
escucha nuestras plegarias,
y con tu bella mano
derrama grandes tesoros
sobre nuestra tierra dichosa.
Bendice nuestras costas,
refresca todos los prados,
para que la tierra pueda
producir más cosechas.
¡Mas ah, la hora, la hora
de partir suena!
Cogidas por la brisa, las
alas mágicas del hada
la llevan al cielo desde la
costa de los pinos.
¡Más allá de la marisma
inmensa de Ukishima,
más allá de las alturas de
Ashitaka y de donde se extienden
las nieves eternas de la
cabeza del Fujiyama,
cada vez más alto a los
cielos azules,
hasta que las nieblas
viajeras la ocultan a nuestros ojos!
La
«danza de Azuma», como se llama, tuvo su origen en la danza de esa hada en la
playa de Miho, y de esta manera la «Goset» o «Danza de los Cinco Tactos» se
atribuye a las hadas de las flores de cerezo. Cuando el emperador Temmu, que
reinó en el siglo VIII, tocaba el Koto en el palacio de Yoshino, el paraje de
los cerezos floridos, aparecieron en el cielo cinco hadas tañendo sus
instrumentos en armonía con el real músico, y bailaron ante él la danza de los
cinco tactos. Después, la música y la danza formaron una de las festividades
observadas regularmente tras cada coronación imperial. En el teatro No, el coro
describe la escena con estas palabras:
¡Oh, qué maravilla!
Se oye música en el cielo,
Milagros as aromas llenan el aire,
caen pétalos del cielo como gotas de
lluvia...
¿No son éstos los signos de un reino
pacífico?
¡Escuchad!, más allá de toda imaginación son
dulces
los sonidos que resuenan al unísono,
arpas y guitarras, flautas y cuernos,
campanas y tambores de todas clases;
una gran orquesta torna armonioso el aire
sereno,
la sedante brisa de la primavera.
Con el acompañamiento de la música celestial
bailan las doncellas celestiales, flotando en
el aire,
agitando sus mangas de plumas,
volando y agitándose entre las flores de los
cerezos.
Otra
historia en la que un hada doncella desciende a la Tierra es la de «La Dama
Resplandeciente» (Kaguya-hime). Una de sus versiones es la siguiente:
Érase
una vez un anciano que vivía en la provincia de Suruga, donde se levanta el
Monte Fuji. Cultivaba bambúes. Una primavera dos luciérnagas hicieron su nido
en el bosquecillo de bambúes, y allí encontró el viejo a una niña encantadora
que dijo llamarse Kaguya-hime. El anciano cogió a la niña y la crió con todo su
amor. Cuando la niña creció se convirtió en la joven más bella del país. Así
fue llamada a la corte imperial y se convirtió en la princesa consorte del
Emperador. Transcurrieron siete años y un día la princesa le dijo a su esposo:
—Yo
no soy como tú, un ser humano, aunque un cierto lazo me une a ti. Ahora termina
ya mi tiempo en la Tierra y debo regresar a su morada celestial. Lamento
abandonarte, pero es mi deber. En memoria mía guarda este espejo en el que
verás mi imagen.
Con
estas palabras desapareció de la vista del Emperador. Este echó tanto de menos
a su cónyuge que decidió seguirla al Cielo. Entonces, subió a la cumbre del
Fuji, el monte más alto del país, llevando el espejo en la mano. Pero al llegar
a la cima no vio ningún rastro de la doncella perdida, ni logró ascender más
hacia los cielos. Su pasión era tan poderosa que surgió una llama de su
pecho[39] y se incendió el espejo. El humo derivó al cielo, y desde aquel día
sigue ascendiendo desde la cumbre del Fuji.
Se
conoce otra versión de la misma leyenda con el nombre de «El plantador de
bambúes». Según esta versión, el anciano halló a la niña dentro de un tallo de
bambú, y cuando creció muchos la pretendieron en matrimonio. Ella pedía a sus
pretendientes que realizaran alguna proeza muy difícil y prometía casarse con
el que mejor efectuase la tarea asignada. Cinco pretendientes accedieron a
someterse a la prueba y a cada uno se le pidió que trajese un precioso objeto a
la damita. Los pretendientes hicieron lo que pudieron, pero todos fracasaron.
Por esto, cada uno inventó una hábil mentira para justificar el fallo. Pero la
doncella adivinó la verdad y los rechazó a todos. Esta historia, por tanto, es
didáctica y satírica.
Bien,
el Emperador reinante, al enterarse de la hermosura de la joven, la llamó a
palacio, pero ella se negó a ir aunque le envió cartas y poemas. El Emperador
se consoló un poco con esta correspondencia, pero de pronto supo que la
doncella era de origen celestial y que iba a regresar al palacio de su padre en
la Luna cuando ésta estuviese a mediados de otoño. El Emperador, deseando
retener a la doncella en la Tierra, envió un ejército ordenando a los soldados
que custodiasen la casa de la joven. Llegó la noche, apareció un banco de nubes
en el cielo, y los soldados no pudieron disparar ni luchar porque sus brazos y
piernas estaban paralizados. Así, la doncella fue llevada a su morada por su
padre, el Rey de la Luna. No obstante, dejó un cofre con medicinas y una carta
para el Emperador. Tras la desaparición de la doncella, el Emperador envió sus
hombres con el cofre a la cumbre del Monte Fuji. Allí quemaron las medicinas y
desde entonces humea aquel volcán.
No
sólo las doncellas celestiales descienden a la Tierra y se casan con seres
humanos en el folclore japonés, sino que una doncella de las profundidades del
mar a veces se convierte en la esposa de un mortal, aunque cuando se produce
uno de tales casamientos, según los relatos, el hombre usualmente desciende a
la mansión de su esposa. Universalmente, sin embargo, el hada y su amante
mortal están destinados a una temprana separación. Estas historias de las
doncellas marinas no son simples cuentos de amor, sino que narran ampliamente
el mundo que hay en el océano o más allá del mismo. La separación de las
parejas casadas es el resultado de la añoranza del ser, que ha abandonado su
elemento natural, por su antiguo hogar. Cuando la doncella baja del Cielo, su
regreso se debe a la expiración de su tiempo en la Tierra, mientras que cuando
un esposo humano ha descendido al mar, la separación es consecuencia de una
ruptura de la promesa que hizo. Además, la estancia del esposo en el reino
ideal le parece muy corta, pero cuando vuelve halla que en realidad ha sido muy
larga. Su morada terrestre ha desaparecido y todos sus parientes han muerto ya.
Este tema, que recuerda al lector la experiencia de Rip van Winkle[40], apunta
al contraste entre la existencia evanescente de la humanidad y la duración
interminable de la vida ideal.
La
idea de un mundo más allá del nuestro fue estimulada por las enseñanzas budista
y taoísta, viéndose con claridad estas influencias en el posterior
desenvolvimiento de tales historias.
La
narración más famosa de este tipo es la del joven pescador Urashima, o más
apropiadamente Urashima Taro, «el Hijo de la Isla de Arena». Generalmente, se
sitúa su lugar natal en Tango, en el Mar del Japón, pero a veces en Sumi-no-ye,
en el Mar Interior. Las versiones más antiguas se encuentran en las crónicas
sintoístas y en una antología del siglo VIII. En las crónicas, su estancia en
el mundo del más allá duró setecientos años y su regreso se menciona como un
hecho histórico. Este relato fue relacionado más tarde con la tradición budista
del Palacio del Dragón (Ryu-gu) y a la doncella de la historia se la llama
Oto-hime, la hija menor del Rey Dragón.
La
historia, en su forma más simple, es como sigue: el joven pescador Urashima se
hallaba en alta mar con su barca cuando vio venir hacia él una joven. Esta
quiso llevarle a su casa y él la siguió hasta su distante reino de las aguas
profundas, donde se alzaba un bellísimo palacio. La joven era la hija del rey,
y Urashima se casó con ella. Al cabo de tres años de matrimonio feliz Urashima
sintió el deseo urgente de ir a ver a sus padres. Su esposa era demasiado
tierna para resistirle y, al partir, le entregó un cofrecillo gracias al cual
podría volver al palacio del Dragón, a condición de no abrirlo jamás. Urashima
regresó a su país natal y lo encontró totalmente cambiado. Ante su asombro vio
que habían transcurrido setecientos años desde su partida y que su misteriosa
desaparición era ya una tradición entre sus paisanos. Experimentando una gran
confusión mental, y esperando hallar algún consuelo en el cofre entregado por
su esposa a fin de poder volver al Reino del Dragón, levantó la tapa, y ante su
enorme sorpresa vio unas volutas de humo que salían de su interior y volaban
hacia el mar. Tan pronto como quedó vacío el cofre, todo el cuerpo del joven
experimentó un intenso escalofrío, su cabello se tornó blanco y en conjunto se
transformó en un viejo que contaba cientos de años. Allí mismo murió Urashima,
y ahora tiene una capilla en la costa de Tango.[41]
La
historia de Urashima estimuló la invención de varios cuentistas que añadieron
algunos detalles de creación propia. Una versión, probablemente del siglo XV,
dice que Urashima, después de abrir el cofrecillo, se metamorfoseó en una
grulla, ave que se supone vive centenares de años, y que él, como grulla, y su
esposa, como tortuga, viven eternamente. Este cuento ilustra una particularidad
de la edad: el rechazo de la gente a escuchar historias que tuvieran un
carácter poco trágico a pesar de, o quizás a causa del hecho de que fue una
época de guerras y desintegración social. Por otra parte, un escritor moderno
que ha dramatizado la historia pinta a Urashima como el representante típico
del joven actual, que busca ideales soñadores sin grandes esfuerzos ni
someterse a un entrenamiento metódico.
Una
historia similar relativa a la hija del Rey del Mar se atribuye a la abuela del
legendario fundador del Imperio.
Hiko-Hohodemi,
«la llamarada», perdió en cierta ocasión un anzuelo que le había pedido a su
hermano mayor Ho-no-susari, «la llama moribunda». Cuando el hermano mayor le
rogó al menor que le devolviese el anzuelo, éste no supo qué hacer ni qué
decir, pero una vieja deidad le aconsejó que viajase más allá del mar.
Llamarada cruzó el mar en una barca y llegó a un palacio edificado con un
material parecido a las escamas de los peces. Era la residencia del Rey del
Mar, donde Hiko-Hohodemi conoció a una joven muy hermosa. Se llamaba
Toyo-hama-hime, «La Dama con Abundancia de Joyas», hija del rey, y a éste le
sedujo la idea de que su hija se casase con una deidad celeste, ya que
Hiko-Hohodemi era descendiente de la diosa del Sol. Casada la pareja, vivieron
muy felices durante tres años, cuando el esposo le reveló a su mujer que había
llegado a su reino en busca del anzuelo perdido. Fue un asunto de poca monta
para su suegro, el rey de las profundidades marinas, encontrar el anzuelo, por
lo que Hiko-hohodemi regresó a su lugar natal seguido de su esposa.
Bien,
una vez en su morada terrestre, la esposa dio a luz un niño. Pero antes del
parto la madre, siguiendo la costumbre, fue trasladada a un pabellón construido
para tal ocasión. Ella le pidió a su marido que no mirase dentro del pabellón
en el momento del parto, porque en aquel trance debía tomar su forma original
de mujer-dragón. Pese a su promesa, el esposo atisbo por una ventana y por eso
su esposa abandonó a su marido y a su hijito y regresó a su palacio más allá
del mar.
Las
influencias budista y taoísta tuvieron suma importancia en el desenvolvimiento
de la tradición de las hadas en el Japón, y los conceptos primitivos de
existencias ideales o fantásticas quedaron, gracias a esas influencias, mucho
más definidas y elaboradas. En general, las importaciones budistas fueron de
dos categorías, siendo una las Devatas (en japonés Tennyo o Tennin, las
doncellas celestiales), que vuelan por los cielos, y la otra es la de las Nagas
(en japonés Ryujin o espíritus dragones), que residen en las profundidades
marinas. La literatura china o taoísta introdujo el Hsien (en japonés Sennin),
literalmente «los Hombres de las Montañas», que son seres celestiales, casi
todos de origen humano y que ejecutan proezas mágicas, viviendo existencias
inmortales. Son de ambos sexos, viejos y jóvenes, algunos de aspecto raro y
otros con facciones nobles y hermosas, pero todos se alimentan con bocados
ambrosíacos y llevan una vida de total emancipación, ni molestados ni ocupándose
de los asuntos humanos. Aunque los seres de estas distintas categorías fueron
ocasionalmente amalgamados en un nuevo reino de invención completamente
japonesa, usualmente son algo muy distinto. Estudiaremos las tres categorías,
una tras otra, y examinaremos algunas historias que ilustran el papel que
desempeñan en la mitología del Japón.
[37]
En una de las versiones atribuidas a Hinu-yama en Tango, el hombre es un
anciano que adopta al hada. Muchos hombres se disputan sus favores, pero todos
fracasan. Esta historia se parece, pues, a la de la Dama Brillante, que se
narra más adelante. Cuando sus pretendientes la urgen a casarse, ella huye
hacia el Cielo.
[38]
Véase una traducción inglesa en B. H. Chamberlain, The Classical Poetry of the Japanese, Londres, 1880. Aquí se
reproduce la última parte de esa traducción.
[39]
La expresión japonesa para una fuerte pasión es «el pecho inflamado».
[40]
Famoso cuento del escritor estadounidense Washington Irving. (N. del T.)
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