El
más popular de los animales agradecidos en el folclore japonés es el gorrión.
Érase
una vez una anciana de buen corazón que vio un gorrión con las alas tan
lastimadas que no podía volar. Recogió al pájaro, lo metió en una jaula y lo
cuidó hasta que recobró las fuerzas. Cuando el gorrión se sintió bien, la mujer
le dejó salir de la jaula y el pájaro echó a volar con gran deleite. Unos días
más tarde, estando la anciana sentada en la veranda de su casa, el mismo
gorrión apareció volando y soltó una semilla como para expresar su gratitud.
Era una semilla de calabaza, y cuando la vieja la plantó desarrolló una gran
calabacera con muchos y hermosos frutos. La mujer las cosechó y de las mismas
extrajo una gran cantidad de deliciosa pulpa. Además, conservó las calabazas
secas, que milagrosamente le produjeron una inagotable provisión de arroz. Así,
la anciana pudo dar de comer a sus menos afortunados vecinos gracias a la
gratitud y generosidad del pequeño gorrión.
Otra
mujer vivía en la casa contigua, pero era envidiosa y maliciosa. Y como estaba
enterada de la suerte de su vecina la envidiaba con todo su corazón. Pensando,
no obstante, que podría obtener la misma riqueza inagotable de cualquier
gorrión, abatió uno y lo cuidó como hiciera antes su vecina. Luego, también
soltó al pájaro una vez repuesto de sus heridas. Unos días más tarde, el
gorrión volvió y le dejó una semilla de calabaza. La mujer la sembró y la
planta sólo produjo unas cuanta calabazas, pero la pulpa era tan amarga que ni
siquiera la avariciosa mujer pudo comérsela. Pero conservó las calabazas secas
esperando obtener grandes cantidades de arroz. Y como las calabazas pesaban
tanto como peñascos, la mujer pensó que conseguiría más arroz que su vecina.
Pero cuando las abrió no había en ellas arroz sino avispas, ciempiés,
escorpiones, serpientes y otros bichos, que picaron a la mujer hasta causarle
la muerte por envenenamiento.
Otra
versión de la misma historia se conoce como el cuento de «El Gorrión de la
Lengua cortada». Ésta es más popular que la anterior, aunque aquélla sea
probablemente la original. Érase una mujer avara y cruel, que castigó a un
gorrión, por haberse comido un poco de su almidón, cortándole la lengua. Su
vecina, mujer de buen corazón, cuidó al pobre pájaro, y éste pudo volar una vez
sanada su herida. De vez en cuando, la amable mujer y su esposo visitaban la
casita que el gorrión había construido con bambúes. El gorrión y sus compañeros
recibían alegremente a la pareja de ancianos, acogiéndolos hospitalariamente.
Les ofrecían comida y bebida deliciosas e interpretaban para ellos la famosa
danza del gorrión.[71] Una de aquellas veces, cuando el matrimonio se despedía,
los gorriones les entregaron dos cofrecitos, uno grande y otro más pequeño. El
buen viejo exclamó: «Ya somos ancianos y no podemos transportar un cofre tan
grande como éste, de modo que nos contentaremos con el pequeño». Al llegar a su
casa abrieron el cofrecito y del mismo salió una interminable sucesión de
objetos muy valiosos.
Pero
la mujer que había cortado la lengua del gorrión sintió envidia de sus
afortunados vecinos, por lo que preguntó dónde tenía su vivienda el gorrión y
fue a visitarle, junto con su esposo, tan envidioso y cruel como ella. Los
gorriones les recibieron con la misma amabilidad que al otro matrimonio, y
cuando ya se despedían aceptaron el mayor de los cofres que les ofrecieron,
porque pensaron que contendría más obsequios que el otro. Al llegar a su casa abrieron el cofre y
¡oh desdicha!, en lugar de joyas y objetos valiosos surgieron duendes y
monstruos que devoraron a la avariciosa pareja.
Queda
claro el propósito didáctico de esta historia.
Otro
pájaro célebre por su espíritu agradecido es el pato mandarín. Érase una vez,
cuenta la popular historia, un ricachón que amaba a los pájaros de manera
extraordinaria. Un día atrapó un hermoso pato mandarín y se lo llevó a su casa.
Le construyó una bella jaula y confió el pájaro a los cuidados de un joven
sirviente. Éste se interesó mucho por el pato, porque el ave estaba deprimida y
melancólica y no comía nada. El sirviente probó todo lo que se le ocurrió para
despertar el apetito del ave, pero todo fue en vano. Una sirvienta empleada en
la misma casa dijo que era capaz de adivinar la causa de la tristeza del pato.
Este, según ella, siempre había sido muy fiel a su compañera, y era indudable
que el cautivo suspiraba por su pareja de la que estaba separado. Entonces, la
sirvienta aconsejó que soltara al pato si no quería que muriese de pesar, y el
sirviente alegó que temía que su amo se enfadase si dejaba el pájaro en
libertad. La criada replicó que, en cambio, sería hacerle un bien al pájaro aun
a riesgo de incurrir en la cólera del amo. De modo que el pájaro fue libertado
y emprendió el vuelo alegremente. Cuando el amo halló vacía la jaula se puso furioso.
El sirviente admitió su falta y pidió perdón por su negligencia, pero el
ricachón no se calmó y a partir de aquel instante trató a su servidor con suma
dureza.
Cuando
la criada vio la desgracia que su consejo había provocado en el fiel sirviente,
se apiadó de él y acabó enamorada del joven. Éste correspondió a su compasión y
a su amor, y ambos mostraron su mutuo afecto tan abiertamente que los otros
sirvientes de la mansión empezaron a murmurar de ellos. Al final, el amo oyó
los comadreos acerca del romance de los dos sirvientes, así como de la
participación que los dos habían tenido en la huida del pato mandarín. Su
cólera subió de grado y así ordenó a los demás criados que ataran al joven y a
la muchacha y los arrojasen al río. Justo cuando estaban a punto de ser echados
al agua, aparecieron dos mensajeros del gobernador provincial y advirtieron que
un decreto recién firmado prohibía la muerte como castigo dentro de la
provincia. Al momento, soltaron a los dos sirvientes, que fueron conducidos por
los mensajeros a la residencia oficial del gobernador. Por el camino sobrevino
el crepúsculo, y bajo la penumbra los dos mensajeros desaparecieron como la
bruma. Los dos sirvientes los buscaron en vano. Después, se echaron a dormir en
una choza abandonada y allí se les aparecieron los dos mensajeros en una
visión, diciendo que eran el pato mandarín libertado y su compañera. Expresaron
su inmensa gratitud a los dos sirvientes, recuperaron su forma de aves y se
marcharon volando. Los dos sirvientes se casaron y vivieron para siempre
felices, con el mismo amor que unía al pato mandarín y a su pareja.
En
otra historia, es un perro el que desempeña el papel protagonista. Érase una
vez un oficial, muy avariento y envidioso. Ganaba dinero criando gusanos de
seda que su esposa tenía el deber de alimentar. Una vez ella no los crió como
era debido y el esposo la riñó y arrojó de casa. Abandonada por su marido y
poseyendo como único bien un gusano de seda, lo cuidó amorosamente. Un día, el
precioso gusano, de quien dependían las esperanzas de vida de la mujer, fue
devorado por un perro. La joven, al principio, pensó matar al feroz animal,
tanto era su furor, pero reflexionó que de esta manera el gusano no recobraría
la vida y que el perro, al fin y al cabo, era ya su único compañero. Y como se
hallaba ya al final de todos sus recursos, acalló su aturdida mente pensando en
las enseñanzas sobre el amor y el karma del Buda.
Otro
día, el perro se lastimó el hocico. La joven halló un hilo blanco que salía de
la herida y trató de sacarlo. El hilo fue saliendo interminablemente hasta
producir centenares de ovillos de finísima seda. Después, el perro murió. La
joven lo enterró bajo un moral, rezando al Buda, por cuyo intermedio ella había
hallado al perro. El moral creció rápidamente y en sus hojas aparecieron muchos
gusanos de seda. Y la seda que producían fue la de mejor calidad del país, por
lo que la vendió toda a la corte imperial. Al saber esto, su esposo se
arrepintió de su avaricia y su crueldad, volvió al lado de su esposa y desde
entonces ambos vivieron en paz y prosperidad.
La
lista de animales agradecidos es muy larga. Incluye a la vaca, el mono, peces,
perros, caballos, y hasta lobos y zorras, pero quizá sea la avispa la que se
lleva la palma en ese protagonismo. La siguiente es una de las más populares de
tales historias.
Mucho
tiempo atrás vivió en Yamato un guerrero llamado Yogo. En una batalla fue
totalmente derrotado, por lo que se refugió en una cueva. Allí vio a una avispa
atrapada en una tela de araña y, simpatizando con el infeliz destino del
insecto, destrozó la telaraña y la liberó. Luego, mientras dormía en la cueva,
vio en sueños a un hombre vestido con ropas de color pardo que estaba ante él y
le decía:
—Yo
soy la avispa que has salvado y debo pagarte la deuda que he contraído contigo
ayudándote en tu próximo combate. No te desesperes y vuelve a luchar, aunque
tus seguidores sean pocos. Pero antes construye un cobertizo y pon en su
interior muchas jarras y botellas, tantas como puedas encontrar.
Animado
por esta visión, Yogo reunió a sus fieles compañeros y se dispuso a pelear de
nuevo. Entonces, aparecieron innumerables avispas de todas direcciones, y se
escondieron en las botellas. El enemigo se enteró de que Yogo volvía a estar
dispuesto para el combate y envió un ejército para atacarle. Cuando la batalla
estaba en su apogeo, salieron las avispas de su escondrijo y empezaron a picar
a las tropas enemigas hasta que todos huyeron en confusión, dejando victorioso
a Yogo.
Como
último ejemplo de este tipo de historias contaremos la historia de una grulla
agradecida que se casó con su benefactor.
Érase
una vez un noble que perdió toda su fortuna y se marchó a vivir al campo. Un
día vio a un cazador que, después de conseguir una grulla estaba a punto de
colgarla. Apiadado el noble, le suplicó al cazador que no colgara a la hermosa
ave, pero el cruel individuo no quiso soltar a la grulla sin un buen rescate, y
como el noble no poseía nada aparte de su preciosa espada, se la ofreció al
cazador, contento de sacrificar aquel tesoro y salvar así la vida del ave.
A
la noche siguiente, una joven acompañada por un solo servidor llamó a la casita
del noble, pidiendo asilo para la noche. Al noble le asombró que tan delicada
damisela se hallase en sitio tan poco apropiado para ella, pero la recibió con
generosa hospitalidad. La joven le contó que la había arrojado de casa su
malvada madrastra[72] y que, no teniendo adonde ir, suplicaba poder quedarse en
la casita del noble. Éste le concedió el permiso para ello, y con el tiempo
ambos se enamoraron y se casaron. La joven le entregó a su esposo cierta
cantidad de oro que había llevado consigo, y la pareja pudo vivir ya sin
agobios. Pero su idílica existencia no duró mucho. Un día, el señor feudal de
la región organizó una gran cacería, y la joven tuvo que confesarle a su esposo
que en realidad ella era la grulla que había salvado, y que había llegado la
hora de regresar a su hogar en el reino de las aves. Así llevó a su marido al
maravilloso palacio de sus padres, pero al final ambos tuvieron que separarse a
causa de sus diferentes destinos[73].
[72]
Esto sucede a menudo en las historias japonesas de la Edad Media.
[73]
Este es un ejemplo de una visita al palacio maravilloso situado más allá de
nuestro mundo.
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