martes, 26 de julio de 2016

Historias Románticas en la mitología japonesa

Siempre y por doquier el amor es un estímulo poderoso para los sentimientos y la imaginación. Ninguna emoción la idealiza tanto la mente humana, y la literatura, oral o escrita, de todos los pueblos es rica en ficciones románticas que tratan de los innumerables aspectos y manifestaciones de la más tierna de las pasiones. Cada historia de amor, naturalmente, refleja los sentimientos prevalentes y el ambiente social de la época en que tuvo lugar. Por esto, ninguna historia puede considerarse como absolutamente universal en su encanto. Algunas son tan ingenuas, tan sencillas, tan emotivas, que pasan de una a otra época llevando siempre un mensaje al corazón humano. Quedan filtradas, por expresarlo de alguna manera, a través de las diversas simpatías de las generaciones, y cada individuo halla en ellas un eco de su propia experiencia. Esta clase de historia romántica es lo que Richard Wagner llamó el reinmenschlich, o pureza humana, y deben diferenciarse de los relatos y novelas de estructura más intrincada y de pasiones más intensas, y al mismo tiempo menos directas y menos atractivas para las emociones de la raza. Estas historias pertenecen a la común tradición emocional de la humanidad. Sabemos que los héroes y las heroínas son creaciones de la imaginación, pero no podemos negar la impresión de que poseen una realidad más auténtica que la de los hombres y mujeres verdaderos. La suya es una realidad ideal; son prototipos siempre iguales e inmortales de los amantes de todas las épocas, de todos los climas.
En la historia hubo dos grandes edades favorables a la producción de historias románticas de este tipo especial. En la antigüedad, a finales del siglo VIII, la imaginación de la raza todavía se hallaba en la fase primitiva y mitológica del desarrollo. En aquellos tiempos, los mitos naturales a veces se traducían en relatos sencillos y encantadores, animados por el amor humano. De nuevo, entre los siglos X y XII hubo una época de sentimientos románticos cuyo origen fue el ambiente peculiar de la vida cortesana y se vieron estimulados por la concepción budista de la realidad. Más tarde, en el siglo XV hubo una especie de renacimiento de ese interés por el amor romántico, pero el movimiento ya no fue creativo como los dos anteriores, aunque sirvió para refinar y sofisticar más los materiales heredados de aquellas épocas.
En las historias de las dos edades mencionadas, los protagonistas son, en ocasiones, personificaciones de objetos naturales, pero más a menudo son seres humanos que representan los sentimientos e ideales de aquel período. Primero reproduciremos un relato de los mitos más antiguos que trata de los fenómenos personificados de la naturaleza.
 
Eran dos hermanos, Haru-yama no Kasumi-onoko, y Aki-yama no Shitabu-onoko, o sea: «el Hombre Niebla de la Montaña de la Primavera» y «el Hombre Escarcha de la Montaña del Otoño». Por aquellos días había una joven llamada lzushio-tome, o sea «la doncella de las Gracias», nacida de los ocho tesoros divinos —a lanza, las joyas, etcétera—, la cual fue llevada por un príncipe coreano al Japón. El hermano mayor, el Hombre Escarcha del Otoño, anhelaba casarse con la joven, pero ella rechazó su amor. El hermano mayor se lo contó al menor, el Hombre Niebla de la Primavera, y prometió hacerle un buen regalo si lograba conseguir a la muchacha. El Hombre-Niebla aseguró que estaba seguro del éxito, y le preguntó a su madre[52] cómo podía llegar hasta el corazón de la joven. Su madre le tejió unas prendas hechas con los finos zarcillos de la glicina y le entregó un arco y unas flechas que debía llevar al visitar a la doncella. Cuando el Hombre Niebla llegó a la casa de la joven, sus vestidos tenían un tono purpúreo y su arco y las flechas estaban adornadas con flores de glicina. La muchacha le dio la bienvenida al hermoso joven tan adornado con flores, se casó con él y le dio un hijo.
El hermano menor fue después a ver al mayor y le contó su éxito, pidiéndole el regalo prometido. Pero el Hombre Escarcha se mostró muy celoso de su hermano y no cumplió su promesa. Entonces, el Hombre Niebla fue a ver a su madre y se quejó de que su hermano le hubiese engañado. La madre, a su vez, se enojó contra el Hombre Escarcha y lanzó una maldición sobre él:[53] que se mustiase como un bambú desenraizado y cayese enfermo. Poco después, el hermano mayor enfermó de gravedad, pero cuando se arrepintió de su falta y le suplicó a su madre que le perdonase, ella le perdonó, el Hombre Escarcha se curó y todos vivieron ya para siempre en buena armonía.

Otra historia que también trata de una joven y sus dos enamorados data del siglo VIII. Aunque parece haber tenido un fondo naturista, se contaba como si fuese un episodio real del amor humano, y las tres tumbas se las mostraban años más tarde a los viandantes que escuchaban el relato. Así dice la historia:
Vivía en la provincia de Settsu una joven famosa por su hermosura, conocida como la doncella de Unai. Muchos hombres la pretendían, pero ella no atendía a ninguno. Cuando todos los demás hubieron abandonado las esperanzas, dos jóvenes, igual de bellos, continuaron requiriéndola de amores. Ambos jóvenes rivalizaban por el amor de la doncella, tratando de conquistar su corazón visitándola y ofreciéndole riquísimos obsequios. Los padres, decididos a que su hija se casara con uno de los dos jóvenes, pero sin poder determinarse por ninguno, adoptaron una solución: un concurso de arco zanjaría la cuestión. Los enamorados se presentaron el día señalado, provistos de arcos y flechas. La joven y sus padres se dispusieron a contemplar la competición, en la que los dos jóvenes deberían tirar contra un pájaro posado en la superficie de un río que discurría frente a la mansión de la doncella. Ambos dispararon, y las dos flechas tocaron al pájaro, una en la cabeza y la otra en la cola. Por tanto, el asunto quedaba sin resolver.
La joven, torturada por la dificultad de decidirse por uno de los dos enamorados, enloqueció y se arrojó al río. Los dos jóvenes al momento perdieron todo interés por la vida y siguieron el ejemplo de su amada. Así, los tres se unieron en la muerte y fueron enterrados juntos en la orilla del río, la doncella en medio y los enamorados uno a cada lado.

Antes de exponer ejemplos de las historias y leyendas producidas durante la segunda época romántica, debemos decir algo acerca de los ideales peculiares de aquellos días tan interesantes. Fue la edad de los «galanes-nube» y las «doncellas-flores», de los nobles y las damas elegantes que se movían en medio del ambiente romántico y artificial de la corte Imperial. Fue una época de esteticismo y sentimentalismo en la que se dio rienda suelta a emociones refinadas y cultivadas por la atmósfera enervante de Miyako, la capital imperial. Todos los miembros de esta pintoresca sociedad, hombres o mujeres, eran poetas, sensibles a los encantos de la naturaleza y ansiosos de expresar todas las fases del sentimiento en verso. Su íntimo amor a la naturaleza y a la variedad de emociones del corazón humano quedó expresado por la palabra awaré, que significa a la vez «piedad» y «simpatía». Este sentimiento tuvo su origen en el tierno romanticismo de la época, debiéndole mucho a las enseñanzas budistas sobre la unicidad de existencias, a la unidad básica que junta a seres diferentes y que persiste a través de las distintas encarnaciones de un mismo individuo. Esta convicción en la continuidad de la vida, en esta existencia y en otras sucesivas, agudizó la nota sentimental y ensanchó el alcance simpático del awaré. No es extraño, por tanto, que el reinado del awaré produjese tantos romances de amor, tanto en la vida real como en las historias de aquel período.
No solamente a través de su doctrina metafísica de la unidad existencial y de la continuidad del karma, sino también a través del ideal de la «Vía», el budismo imprimió en los galanes-nubes y las doncellas-flores de la época la sensación de la unicidad de la vida. Según esta enseñanza, los seres, humanos, animales y hasta vegetales, están destinados a alcanzar la perfección final. La base es común, el objetivo es el mismo, y el camino conducente al conocimiento perfecto es uno para todos los seres, sean cuales sean sus diferentes disposiciones y capacidades. Esta fue la enseñanza de la «Vía», y el escrito budista donde más y mejor se exponía fue el Loto de la verdad, el «Evangelio según San Juan» del budismo. La obra está repleta de símiles y parábolas, de visiones apocalípticas y de profecías estimulantes, y dio un tremendo impulso al sentimiento romántico de la época: el romanticismo más importante de ese período fue el Genji Monogatari, los relatos de las aventuras amorosas del príncipe Genji, y el autor del libro conjuntó las verdades enseñadas en el Loto con la singular felicidad y el encanto que impregnan su narración.
Los relatos de las aventuras amorosas del príncipe Genji no son notables por los argumentos o las incidencias, pero sí son deliciosas por su afectiva asociación con las bellezas de la naturaleza. Dicho de otro modo: los diversos personajes femeninos que figuran en esos asuntos de amor no sólo quedan ilustrados por las circunstancias de ese amor sino por la sugerida semejanza con ciertas estaciones y lugares físicos. Por ejemplo, la Dama Violeta es una mujer inteligente y vivaracha, a la que el príncipe conoce cuando ella aún es una niña, y su aventura de amor con él se narra en una sucesión de episodios tiernos y días dichosos como una primavera perpetua. Por otra parte, la Dama Malva Real, la esposa legítima del príncipe, es una mujer celosa de temperamento apasionado: su vida es tormentosa, torturada por la infidelidad del esposo, e incluso se ve atacada por el espíritu vengativo de otra mujer celosa[54]. Estos relatos, excelentes representantes del sentimiento de awaré, gustaban tanto a los japoneses de la Edad Media, que llegaron a ser los modelos clásicos de las narraciones de amor romántico. Se cantaron repetidamente en verso, se refirieron a ellos en otros libros, se insertaron en dramas líricos, y se describieron en pinturas; y las personas e incidentes de esos relatos alcanzaron tanta realidad en la mentalidad popular que muchos autores trataron esos romances como si fuesen aventuras reales y no ficticias. La popularidad de esos relatos se observa en el hecho de que una serie de símbolos[55] se inventaron para cada capítulo del libro, y para los personajes, circunstancias y ejemplos particulares.


Aparte del Genji Monogatari, hay otros libros que representan el mismo carácter y sentimiento, y hasta algunos de éstos rivalizaron en popularidad con el Genji. A menudo eran visitados los lugares donde ocurrían tales narraciones, y hasta se decía que a algunas personas se les habían aparecido los amantes románticos, que habían conversado con ellos y habían convertido sus almas, aún inmersas en la pasión del amor, a la religión budista. Desde el siglo XIV se transformaron en dramas líricos esos relatos románticos budistas, y gracias a ellos obtuvieron una más amplia difusión los romances antiguos. Estos dramas, llamados «Utai», no son dramáticos en el sentido moderno del término, sino más bien narraciones líricas de las personas que pasan por tales experiencias, recitadas en una especie de salmodia con acompañamiento de orquesta y coro. En esas representaciones, que se llaman «No», son dos o tres los personajes que aparecen en el escenario; conversan en recitativos y ejecutan algunas danzas. Los No se parecen en su técnica a las tragedias griegas, pero los asuntos son sentimentales y románticos en vez de trágicos. Estas obras eran representadas ante asambleas de nobles y guerreros, incluso hoy día las patrocinan las clases educadas, y los relatos que interpretan suelen ser bien conocidos del pueblo. Aunque esos relatos no pertenecen al folclore en el sentido real de la palabra, pueden quedar ilustrados aquí puesto que son característicos de la vena sentimental del pueblo.


Primero tenemos el relato de Ono-no-Komachi, el idealizado tipo de mujer bella de la literatura y el folclore japoneses. Era una dama de la corte que vivió en el siglo IX. No sólo su hermosura atraía a su alrededor a muchos «galantes-nubes», sino que era una poetisa de altos vuelos. Después de haber tenido mala suerte con su amor hacia cierto noble, rechazó a todos sus pretendientes, abandonó la corte y vivió una larga existencia como reclusa. Se contaban muchas historias sobre ella, pero la más conocida es la de su aparición al poeta Nari-hira, también protagonista de muchas historias románticas, y su conversación en verso con él.
El relato describe la crueldad de la joven hacia sus enamorados, y lo orgullosa que estaba de su propia belleza, y acaba dictaminando que la soledad de sus últimos años fue el castigo por dicho orgullo. A la desdichada Komachi se la pinta a menudo en cuadros como una anciana desgraciada sentada en una sotoba, que es una pieza de madera erigida al lado de una tumba, en memoria del difunto. Es de esa Komachi, sola y olvidada, de la que habla el poema:
Las flores y mi amor
se marchitaron bajo la lluvia,
mientras yo apenas les hacía caso.
¿Dónde está mi amor de ayer?

Así murió; nadie la enterró y su cadáver permaneció expuesto a las inclemencias del tiempo. Unos años más tarde, Narihira, el poeta del amor, pasó una noche en aquel lugar, sin saber que era allí donde había muerto Komachi. De pronto oyó una débil voz entre unos arbustos, que repetía un poema en el que se quejaba de su soledad. Por fin se le apareció Komachi, confesándole a Narihira que estaba arrepentida de su orgullo y sufría mucho por su soledad. A la mañana siguiente, Narihira descubrió una calavera corroída entre las hierbas. «Bueno es meditar», concluye el relato, «en lo transitorio de la belleza física y la vanidad del orgullo.»

El poeta Narihira es uno de los «galanes-nube» del siglo IX, cuya vida fue una sucesión de amores románticos. Existe una colección de narraciones que se atribuyen a su pluma. Uno trata del amor de su niñez, y se llama la historia del Isutsu-izutsu, o «El brocal del pozo».
Narihira tenía una amiguita a la que amaba desde su niñez. A menudo, en sus tiernos años, estaban junto a un pozo y, mientras se inclinaban sobre el brocal del pozo, sonreían y se miraban fijamente a los ojos, sus caras reflejadas en el agua. Cuando Narihira creció se enamoró de otra mujer. Su antiguo amor continuó al lado del pozo, sola; pensaba en los lejanos días y, al recordar los poemas que él había compuesto en el brocal del pozo, también escribió unos versos en los que se retrataba el contraste entre el dichoso pasado y el presente infortunado.
Así es el viejo relato. La obra No «El brocal del pozo» tiene como escenario el antiguo pozo. Un monje itinerante visita el lugar y ve el fantasma de la mujer abandonada por su amante. Ella le cuenta su historia, ejecuta una danza que expresa su desesperación, y se desvanece. El coro canta:
El alma de la difunta, el fantasma de la pobre joven,
sin color como una flor marchita,
las hojas no dejan rastro en el templo subterráneo de Arihara.
El alba se acerca y la campana suena suavemente;
en el crepúsculo matutino sólo hay
las frágiles hojas del bananero[56] agitadas por la brisa de la mañana.
no se oye ningún sonido aparte de la melodía que la brisa toca en las agujas de pino.
El sueño se interrumpe y llega el día.

Volvamos a las famosas historias del príncipe Genji. Fue príncipe de cuna real, tan hermoso y tan gallardo que lo llamaban «el Brillante». Una de sus amantes, la Dama de la Sexta Avenida, fue insultada y atacada por la celosa esposa del poeta, la Dama Malva Real, y cuando la primera murió, su vengativo espíritu no sólo atacó a dicha la Dama Malva Real sino a otras amantes del príncipe. Éste siempre recordó con afecto a la mujer muerta y hasta en cierta ocasión visitó la comarca donde vivía la hija de la difunta.
Una obra No tiene como escenario el sitio de esa visita. Como suele suceder en esos dramas, un monje itinerante visita el lugar una noche de otoño. La pálida luz de la luna plateando el aire, y los insectos revoloteando entre la hierba cantan sus tonadas lastimeras. Allí el fantasma de la desdichada Dama de la Sexta Avenida se aparece al monje, que salva su alma atormentada. El tema de esta obra No consiste en el contraste entre la agonía del fantasma y la serenidad de la noche; pero entre el pueblo es popular porque celebra la apasionada unión de la dama con el príncipe, incluso después de la muerte de aquélla.

Muy semejante en tema y efecto es la obra lírica «Dondiego de noche». Esta es la historia:
El príncipe Genji llevó a una amante llamada Yufugawo, o «Dondiego de Noche»[57] a un palacio abandonado de la Sexta Avenida. Durante la noche se apareció a los amantes un fantasma. La pobre Yufugawo se aterró tanto ante aquella aparición que Genji no tardó en hallarla muerta. La soledad del lugar, el espanto de la aparición y los tiernos cuidados prodigados por el príncipe a la aterrorizada joven están tan vívidamente descritos en el Genji Monogatari, que el nombre de Yufugawo, y el del palacio, «la villa a la orilla del río», significan desde entonces el trágico final en una historia de amor, o la desdichada separación de dos enamorados a causa de la muerte.
Un drama lírico basado en esta historia tiene como escenario una fiesta de la flor celebrada a principios de otoño y organizada por un monje para el conocimiento espiritual de las flores. Frente al altar budista se dispone un adorno floral y el monje ofrece sus plegarias al espíritu de las flores. Luego, entre éstas el pálido Dondiego de Noche empieza a sonreír, y se aparece la figura de la mujer muerta. Su espíritu desdichado es aquietado y pacificado por el mérito religioso de la fiesta, y ella expresa sus gracias por su salvación, desvaneciéndose entre las flores.
De las numerosas historias de amor del mismo libro, tomaremos una relativa al general Kaoru, el Fragante, hijo del príncipe Genji, ya que el libro prosigue narrando los casos referentes a la segunda generación de esta familia amorosa. Kaoru fue un hombre de tierno corazón, pero más sosegado y reservado que su padre, y los relatos en los que aparece son en conjunto menos alegres que aquéllos en que su padre es el protagonista.
Kaoru amaba a una princesa llamada Ukifune, que significa «La Barca Flotante». La joven vivía en el país con su padre ermitaño, sin tomar parte en la vida social de Miyako. A menudo, Kaoru visitaba a la princesa en su solitario hogar, cuyo retiro encontraba muy grato, pero las circunstancias le impidieron visitarla con la misma frecuencia de antes, y la pobre princesa ni siquiera se atrevió a escribir a Miyako. Poco después, cosa natural, la princesa empezó a sospechar que Kaoru le era infiel, y otro príncipe, de nombre Niou, «el Perfumado», rival de Kaoru, aprovechó aquella oportunidad para alentar tales sospechas. Con el corazón oprimido, la joven salía a pasear por la orilla del río, cerca de su casa. Su nombre, «Barca Flotante» le sugería lo efímero de la vida y lo vano de todas las esperanzas, y la corriente del río, crecida por las lluvias, parecía llamarla. Un día, se arrojó al agua, pero fue salvada por un monje que casualmente pasaba por allí. Unos días más tarde ella se hizo monja y pasó el resto de su existencia en un convento. Tal es la melancólica historia, y su suave patetismo encanta fuertemente a las mentalidades japonesas.
[52] El cuento no dice quién era la madre, aunque probablemente representaba a la naturaleza.

[53] La maldición es ésta: la madre hizo una cesta de bambú, metió dentro unas piedras sacadas de la cuenca de un río, y las mezcló con hojas de bambú y sal. Las palabras de la maldición muestran que las hojas simbolizan el crecimiento y el desecado, en tanto que la sal simboliza el flujo y reflujo de las mareas del mar.
[54]Otras mujeres están tipificadas por sus nombres, tomados especialmente de las flores. Así, hay las damas Glicina, Artemisa, Helecho Joven y Ciruela Rosa, mientras otras tienen nombres como Niebla de la tarde, Cigarra o Pato salvaje de las Nubes. De la Dama Dondiego de noche, hablaremos más adelante.
[55] Los símbolos se componen de varias combinaciones, hasta cincuenta y dos o cincuenta y cuatro, en cinco líneas verticales con una o dos horizontales. Estas pautas simbólicas se usaron originalmente en un juego que discriminaba las diversas variedades del incienso. Cf. Japanese Art, del autor.

[56] El bananero siempre se asocia con la fragilidad y la evanescencia en la literatura japonesa. Véase Cap. VIII.


[57] El  nombre castellano del dondiego carece de las características femeninas atribuidas al personaje (N. del T.). Sus pálidas flores, que florecen durante el crepúsculo vespertino, sugieren la soledad y la melancolía, simbolizando el pozo el temperamento y el destino trágico de la desdichada joven.

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